La juventud no está perdida Escuela Vida (2016) de Silvina Estévez, se desarrolla en las costas de nuestro país, precisamente en San Clemente del Tuyu. El largometraje de Estévez muestra el día a día de una escuela de bella artes de la localidad de San Clemente. La convivencia que van viviendo sus alumnos, el ir aprendiendo académicamente, pero por sobre todo el desarrollo de la vida misma. Vemos la organización de este tipos de escuelas que más allá de ser un lugar para aprender es una especie de familia que acompaña a los jóvenes de hoy. Este tipo de documental no contiene reportajes, ni declaraciones, sino más bien coloca a la cámara como un ente inexistente que está ahí capturando los momentos que los jóvenes van viviendo de manera natural. No tiene un enfoque en alguien en concreto sino que se encarga de registrar todo lo sucedido. Interesante para saber cómo es la juventud de estos tiempos, al mostrarnos que es lo que piensan y sienten, cuáles son sus sueños y objetivos dejando en claro que tal vez el concepto de que “la juventud hoy en día está perdida” es totalmente equivocado. ¿Cuántas veces hemos escuchado hablar mal de los jóvenes de hoy? De seguro en varias ocasiones y es lamentable pero sin embargo, Escuela Vida nos enseña que estamos equivocados, muchos chicos y chicas están comprometidos de manera seria y responsable para cumplir sus sueños y objetivos que sin dudas nos llevaran a progresar como Nación el día de mañana, dejando en claro que ellos son el futuro y la esperanza de una sociedad utópica que tal vez podremos alcanzar. La directora se toma el trabajo arduo de exponer todos los hechos durante varias etapas del año, lo que significo muchas horas de filmación y edición para mostrar la evolución de los chicos a lo largo de todo el documental. Y nos deja una gran enseñanza: que la educación y los sueños empiezan en casa pero se forman y fomentan en la escuela.
Muñeco derretido Llega a los cines El muñeco de nieve (The Snowman, 2017), un policial protagonizado por Michael Fassbender en la piel de un detective alcohólico atormentado por la vida y su pasado, hasta que un día debe dejar todo de lado para descubrir quién es el asesino en serie que acecha la ciudad donde vive, con la ayuda de su compañera interpretada por Rebecca Ferguson. La premisa y la historia están basadas en un best seller de Jo Nesbø que posee el mismo nombre que la película, séptimo libro sobre el detective Harry Hole de lectura atrapante por los interrogantes que presenta. No es el caso del film dirigido por Tomas Alfredson (Criatura de la noche, 2008) en el cual todo se desenvuelve de manera lenta y paralela. El film muestra el trastorno de cada uno de los personajes -en la mayoría de los casos irrelevantes para la trama, lo cual llega a ser fastidioso-, y no conforme con esto se le genera un mal cliché a cada individuo: el policía malo, el bueno, el borracho, el que busca venganza, el pervertido, etc; todos marcan el poco trasfondo que poseen sin llegar a simpatizar con el espectador. Michael Fassbender es lo más rescatable, su presencia actoral facilita que no se venga abajo la película. Sin embargo, las reacciones que tiene su personaje muchas veces no quedan claras a la hora de marcar la vara de qué es lo que lo motiva y que no. Sufre por situaciones que no son alarmantes sino irrisorias, pero en sucesos de tragedia y desesperación no muestra sentimiento alguno. Otro aspecto positivo es Rebecca Ferguson acompañándolo de manera correcta en los diálogos, logrando buena afinidad entre ambos. La dirección de Tomas Alfredson no busca nada ingenioso sino plasmar tal cual el libro, aunque desde lo visual se podía esperar algo más. El muñeco de nieve no logra atrapar al espectador en el misterio que posee su historia, e incluso, aquel atento resolverá el caso antes de la mitad de la película.
Mi opresión rival En cualquier deporte, además de la exigencia física y mental siempre existió la rivalidad, un elemento que todo deportista debe tener para ganar una competencia y más si pertenece al mundo del tenis que es individualismo puro. En este juego los competidores luchan en una cancha de tenis no sólo contra otros, sino también contra ellos mismos cargados de la presión que ejerce intentar ser el mejor de todos. El director Janus Metz Pedersen lo muestra de manera clara en Borg-McEnroe, La Película (Borg – McEnroe the Movie, 2017). Durante el Torneo de Wimbledon de 1980, se llevó a cabo uno de los más grandes partidos de todos los tiempos, el que culminaría con una exitosa carrera de cinco títulos consecutivos obtenidos en Londres por el gran icono del tenis Björn Borg (interpretado por Sverrir Gudnason) contra su gran rival en la final John McEnroe (Shia LaBeouf). Esta historia nos sumerge en la lucha constante y de diferentes caminos que toman ambos personajes para tener la gloria en sus manos. La mentalidad de cada uno es opuesta a la otra. El actor sueco Sverrir Gudnason logra emular la fría personalidad que poseía Borg, un hombre experimentado que sabe en todo momento lo que esta juego, y es debido a que desde su infancia aprendió a ser calmo y sereno para no caer nunca en el descontrol de emociones. Por otro lado, la gran sorpresa de la película es la actuación de Shia LaBeouf quien representa la volatilidad del temperamento de McEnroe a la perfección, que en ese momento de su carrera es un chico con un talento gigantesco pero que fácilmente cae en el enojo y la frustración a la vista de todo el mundo. Si bien son personalidades totalmente diferentes, Janus Metz Pedersen desde su mirada cinematográfica logra encontrarles un punto de comparación y es la presión que se ejercen ellos mismos. Ninguno es rival del otro sino que la competencia que poseen es con su propia mente. Borg-McEnroe, La Película va más allá de un mero partido de tenis y, de manera simbólica, representa un campo de batalla en donde hay más de quince mil personas alrededor, testigos de la lucha de dos gladiadores en la cual sus espadas son dos raquetas de tenis.
La masacre al cine de terror El género de terror es uno de los más explotados en la industria del cine, no hay nada de nuevo en esta afirmación, sin embargo la novedad es la realización de una serie de tramas donde poco importa la historia, narrativa o al menos el desarrollo de los personajes, todos tienden a generar una reacción inmediata mediante un giro de cámara repentino, algún efecto de computadora o una banda sonora. En definitiva, este tipo de films no genera absolutamente nada. Es el caso de La casa de las masacres (Axe Murder of Villisca, 2017), que dirige Tony E. Valenzuela. La historia arranca durante una noche de junio de 1912, en la cual ocho personas -entre ellas una madre, un padre, sus cuatro hijos y dos invitadas- fueron asesinadas a hachazos por un psicópata en la pequeña ciudad de Villisca, Iowa. Un caso que al día de hoy está aún sin resolver y tres jóvenes en la típica búsqueda de fama y dinero a través de la viralización de videos irán a investigar qué es lo que ocurrió en dicho lugar. Una premisa poco atractiva para ver, saturada de cliché del cine de terror que de muy mala manera trata de abordar varios ítems que se pueden presentar: lo paranormal, que por los pobres efectos especiales con que cuenta el director no ayuda para nada en la credibilidad de los hechos, los típicos chicos rebeldes que tienen problemas personales y tratan de olvidarse de ello consiguiendo fama o dinero, algo que realmente no se llega a desarrollar de buena manera debido a que tardan tanto en la presentación y aparición de personajes irrelevantes que olvidan contar sus motivaciones, y el porqué de cada reacción. "Las películas de terror son como un campo de entrenamiento para la mente” así lo afirmó una vez el mítico director Wes Craven, quien era un especialista en esta materia y sabía muy bien cómo generar un impacto en el espectador. Esta es la frase que tal vez los realizadores contemporáneos deberían tratar de aplicar a sus películas y no intentar hacer un gran laberinto sin sentido para la mente.
La cajita del horror Si de algo siempre se jactaron Los Simpson desde su primera temporada hasta el día de hoy, es de contar diferentes historias que se han cumplido o asemejado a nuestra realidad. La familia más conocida de la televisión estadounidense tiene capítulos especiales dedicados a las festividades de aquel país, en este caso los especiales de Halloween o mejor conocidos como “La casita del horror” (Treehouse of Horror). Pequeñas historias independientes a la trama original que lleva un episodio normal. En uno de estos cortos llamado “La mano de los deseos” el clan Simpson encuentra una mano de mono que logra cumplir a su portador maravillosos deseos pero con ello trae una gran desgracia a quienes usen dicho artefacto. El director John Leonetti (Annabelle, 2014) lleva a la gran pantalla 7 deseos (Wishupon, 2017), en la que Claire (Joey King), obtiene una caja que le cumplirá todo lo que ella desee. Sin embargo cada petición que realice trae una aterradora y sangrienta consecuencia ¿Nos suena familiar? Si bien los contextos de las historias son diferentes, en Los Simpsons se toma de manera humorística y sarcástica los hechos, mientras que en la película de forma más seria, se intenta generar un miedo consiente en el espectador, que lamentablemente no se logra cumplir. Las escenas de terror no son lo suficientemente fuertes o no están bien realizadas como para asustar. Todo lo contrario, de tan irrisorias y absurdas que son, las escenas causan risa en vez de miedo. Las actuaciones está bien para un guion poco original que lo único que logra es mantenernos en la expectativa de cómo va terminar todo para la protagonista, Joey King (El conjuro, 2013), quien está a cargo de la caja que concede los deseos. La actriz consigue mostrar una transformación de su personaje que poco a poco va perdiéndose en la ambición y la codicia de conseguir todo a cualquier precio si es necesario, revelándonos las bajezas más profundas que puede llegar a tener una persona, pero ¿Tendrá su redención? Eso lo podremos averiguar el próximo 13 de julio en todos los cines de nuestro país.
Mejor solo que mal acompañado Llega a las salas de nuestros cines La novia (Hebecta, 2017) de Svyatoslav Podgayevskiy, película rusa que nos sumerge en una historia de terror con bastantes aires de suspenso que no logra captar absolutamente nada de los géneros que trata de narrar. La joven Nastya (Victoria Agalakova) acepta ir al pueblo natal de su novio Ivan (Vyacheslav Chepurchenko) para conocer a su familia. Cuando llega al lugar, se da cuenta que los familiares de Ivan son muy extraños y el lugar está lleno de espeluznantes fotografías. Pese a todo, Nastya se tranquiliza y confía en que pronto se va a casar y será feliz junto a su amado. Pero, su prometido desaparece y ella acaba siendo preparada para una misteriosa ceremonia que debe llevarse a cabo antes de la boda. El film aborda un acontecimiento que culturalmente es conocido en todo el mundo, el matrimonio, y lo hace desde su mirada más terrorífica o así intenta hacerlo, es decir, cambia el ángulo de visión de esta ceremonia convirtiéndola en una especie de ritual satánico pero lejos está de causar una sensación de terror, angustia o golpe de ofensa a la religión del espectador, sino que termina siendo irrisoria debido a lo poco clara que es en cuanto a su historia y temática. El guion quiere abarcar en varios trayectos de la película más de lo que puede, como una gran olla de guiso esperando ser llenada de condimentos: empieza a mezclar terror, suspenso, viajes en el tiempo, visiones, y hasta momentos de comedia, que no aportan nada a la trama. Las actuaciones son correctas dentro de una pobre estructura cuyos personajes nunca llegan a desarrollarse completamente y resultan aburridos debido a lo lento y poco claras que son sus motivaciones de vida. La novia tiene todo el potencial como para destacar en su género con algo tan poco visto en una película de terror como lo es el sagrado matrimonio, pero se queda a medias a los pocos minutos de empezar por lo tedioso e incompresible que es su argumento, demostrándonos que casarse es tan complicando como la vida misma y que muchas veces es preferible, enfocarse en otras cosas.
Ruinas de una civilización Llega una época del año en donde toda sala de cine es bombardeada por diferentes películas de terror de muy buena calidad o en otros casos de pésima clase, cada una cuenta con un subgénero diferente y este es el caso de Viene de noche (It comes at night, 2017) dirigida por Trey Edward Shults, que narra la historia de una familia que encuentra refugio en una casa abandonada mientras una amenaza sobrenatural aterroriza al mundo. Su confianza y lealtad se pone a prueba cuando otra familia desesperada les pide asilo. El film protagonizado por Joel Edgerton (El regalo) y Riley Keough (Confesiones de una prostituta de lujo) es la típica historia que pone a prueba a los humanos luego de la caída de la civilización que conocemos, es decir ¿Qué haríamos si dejara de existir la electricidad? O ¿Los instrumentos comunes que utilizamos para vivir?, sin dudas estas preguntas van a ser cruciales en la trama más allá de lo peligroso que se ha vuelto el mundo por las “cosas” sobrenaturales que suceden en él. Trey Edward Shults nos muestra de manera concisa y bien dirigida, que en situaciones límites el hombre puede caer en el miedo, la paranoia y sus pesadillas más profundas y lo respalda con buenas interacciones entre los personajes a lo largo de la historia, lo que genera atrapar al espectador en esa atmosfera que se está viviendo. Los momentos de confrontación que se producen entre los intérpretes están muy bien marcados por las excelentes actuaciones del pequeño reparto de actores, que mantienen a la expectativa cuáles son sus motivaciones reales en este thriller psicológico, lo cual es de destacar, debido a que una mala banda sonora intenta arruinar esas circunstancias que, sin embargo, sabe en qué ocasión utilizar los silencios. Viene de noche intenta mantener en vilo todo el tiempo al espectador pero tiene una gran falla y es la resolución inmediata de los hechos que dejan con una enorme sensación de insatisfacción sobre el final.
Historias en el norte La hija (2017) sigue la historia de una familia tucumana en un fin de semana que, se supone, es para relajarse de los problemas de la vida cotidiana. Sin embargo, los Amado llegan a la casona que tienen a las afueras de la ciudad, pero todo cobra un giro inesperado cuando Dominga (Maria Laura Carhuavilca), la empleada encargada de cuidar al patriarca de la familia Don Arcadio (Harry Havilio) da a luz un bebe, con la ayuda de Yola (Gloria Berbuc) y Amelia (Carolina Paz), desatando así un desconcierto total. El inesperado hecho conmociona y trastoca a todos los integrantes, quienes muestran los secretos y bajezas que cualquier tipo de familia puede llegar a tener. El film dirigido y escrito por Luis Sampieri trata de visualizar todos los aspectos que posee una familia del norte argentino de clase media, pero ¿llega a conseguirlo? Sin dudas que es un gran intento por parte del director tucumano, que lo deja claro en ciertas fracciones del largometraje, el cual se desarrolla de manera precisa como cada integrante de este grupo de parientes intenta guardar secretos entre sí, mientras que algunos albergan en su interior un cierto rencor y aires de superioridad para con el otro. La hija trata de que el espectador se comprometa con la película a través de las costumbres que tienen en el norte de nuestro país, donde el hermano mayor Horacio (Daniel Elías), después de su padre pasa a ser el patriarca y por ende a tomar las decisiones importantes. Pero todo esto se pone en duda luego de que la empleada doméstica tiene un hijo ese fin de semana. Las actuaciones de cada personaje son de un carácter sólido y con presencia que están bien respaldadas por un guion que en ese sentido es bien acompañado. Lo malo para destacar es que si bien se plantean secretos para descubrir durante la trama, estos no llegan a desarrollarse de buena manera y dejar en claro lo que está pasando dentro de ese grupo de personas. En conclusión, es una película que genera cierta expectativa en su historia pero que deja un sabor amargo con un final poco claro y desplegado por demás.
Sangre y tripas a montones La Posesión (From a House on Willow Street,2017), dirigida por Alastair Orr, es una película de terror que cuenta la historia de una banda criminal que durante seis semanas traza un plan para secuestrar a Katherine (Carlyn Burchell), hija de un empresario joyero. Al irrumpir en la casa para cometer el hecho se encuentran con símbolos diabólicos y extraños, y una vez allí irán descubriendo que la chica en cuestión oculta un secreto de lo más oscuro y que sus vidas corren riesgo. A priori la trama del film es bastante interesante porque se desenvuelve de manera rápida y dinámica pero poco a poco va perdiendo fuerza y llega a ser lenta por momentos y con un final bastante predecible. Sin embargo el punto más alto de la cinta está en la parte técnica, es decir, que son los efectos especiales y el maquillaje hacen que las cosas sean más creíbles para un género de terror como este, lo cual es muy importante. Las actuaciones son correctas pero tampoco les ayuda el poco desarrollo de personaje, siempre en este tipo de películas lo que importa son mostrar tripas y sangre lo más gore posible y causar una reacción en el espectador, y en algunas escenas La Posesión lo hace. Para ser una película de bajo presupuesto y con todo lo que eso implica, en cuanto a la realización de la misma, La Posesión, la cual se estrenó el pasado 24 de marzo en Estados Unidos y recién en la Argentina este próximo jueves 27 de Abril, cumple con las expectativas de quien se interese en verla.
Una metáfora culinaria 18 comidas (2010), de Jorge Coira y protagonizada por Antonio Mourelos, Camila Bossa, Cristina Brondo, Esperanza Pedreño y Luis Tosar, cuenta seis historias diferentes que se cruzan entre sí a lo largo del film. Es raro que una película realizada en el año 2010 llegue a nuestro país cinco años más tarde, sin embargo esto no implica que se disfrute la historia, la cual narra la vida de Edu, un músico callejero, que se reencuentra con el amor de su vida, pero además se desarrollaran otros sucesos durante el film, que involucran a mas personajes, que al final se juntan a lo largo de esta aventura con tintes dramáticos y cómicos, todos ellos con una particularidad: “La comida”. Cada escenario se desenvuelve en lugares culinarios: un desayuno, un almuerzo, una merienda o bien una cena. La dirección de Jorge Coira es impecable desde lo técnico. Utilizó solo cuatro cámaras en simultaneo con escenas sin cortes ni repeticiones, pero además en su guía artística, mostró un relato que puede trascender fronteras, sin importar limites nacionales e internacionales, porque sin dudas se trata de conmover sentimentalmente al espectador y llevarlo por la angustia, la alegría, la ternura y rabia. No obstante, se usa una idea en común: ser feliz y mostrar todo esto desde una metáfora culinaria. El guión, sin dudas, es clave en esta trama porque le da peso a la narración de la historia, poco convencional, y sin diálogos estrictamente diagramados. Los actores tienen la oportunidad de improvisar y vivir en el momento el conflicto de su personaje a partir de escenas planeadas desde el principio. 18 comidas es una coproducción argentina española que tras una larga batalla por estrenar, merece la oportunidad de ser vista en las salas de nuestro país.