Sacha Baron Cohen otra vez al ataque Desde que en el año 2006 Sacha Baron Cohen saltó a la fama internacional a bordo de su brillante y sarcástica comedia Borat, su carrera en la industria del entretenimiento no conoció freno. Aquella mirada ácida y corrosiva sobre Medio Oriente y, sobre todo, sobre la sociedad estadounidense, marcó una huella que luego continuó con la ultrabizarra Bruno, sobre un gurú fashion austríaco que viaja a Los Angeles para cumplir su parte del american dream. Pero en El dictador las cosas son distintas. La trama del film gira en torno al autócrata de un país islámico que es informalmente derrocado (a través de su reemplazo por un doble) y que decide hacer todo lo posible por sostener su reinado y evitar que quienes lo echaron instalen una democracia. Para ello, el dictador de marras, Aladeen, viaja a los Estados Unidos, donde buscará intervenir en la asamblea internacional en la que los que lo traicionaron declararán la instauración de la democracia en esa república perdida. Con una estructura de comedia clásica, más cerca de los trabajos firmados en conjunto por Simon Pegg y Edgar Wright que de los films cuasi anárquicos que le dieron la gloria cinéfila a Baron Cohen, El dictador resulta efectiva solamente en algunos pasajes, cuando deja de lado la corrección estilística y se mete de lleno en la provocación más desfachatada, su marca de fábrica. En el pelotón de ideas se destaca, por mucho, la que da color a los últimos minutos de relato, cuando Aladeen enumera los beneficios de una dictadura describiendo sin quererlo las principales caracteristicas del sistema capitalista norteamericano. También se destaca la incómoda escena en la que, en busca de un trabajo que le permita inmiscuirse en la cumbre, aterroriza a una pareja a bordo de un helicóptero hablando en árabe e intercalando en sus líneas de diálogo a Osaba Bin Laden, el 11-9 y un presunto choque con explosión. El resto de lo que tiene para dar la película es un cúmulo más o menos logrado de gags, sin demasiado brillo en comparación con la producción anterior del actor y humorista. Si bien no es del todo un paso atrás en la carrera de quien parecía destinado a escandalizar con cada movimiento, esta comedia poblada de intenciones es apenas un puente entre lo que fue y lo que probablemente llegue más adelante.
Otra actividad paranormal Un equipo de investigación sobre fenómenos paranormales (no, los cazafantasmas no) acude al llamado de un hombre que vive con sus pequeño hijo y su hija adolescente en una casa que a simple vista parece abandonada a su suerte, o que al menos viene siendo desatendida hace tiempo. Sin embargo, el problema central no es el desorden ni las paredes con marcas y falta de pintura; el conflicto es el ente que parece vivir allí y que tiene a maltraer a la familia. Desde el mismísimo primer fotograma de este film español hablado en inglés y pensado exclusivamente con la mirada puesta en el mercado estadounidense, se entiende que se trata ni más ni menos que de una nueva secuela no asumida de la ya desgastada y previsible saga Actividad paranormal, esa que en poco tiempo acumuló un más o menos atractivo primer episodio y dos secuelas de una pobreza abismal. Emergo, tal su título original, cuenta sin embargo con algunos buenos momentos de tensión bien planteada. Claro que todo gira en torno a una inmensa obviedad, en la que se destaca alguna que otra escena resuelta con eficacia, pero en el marco de una plantilla, de una fórmula abarrotada de lugares comunes, desde el comienzo hasta la última toma.Ç Puede que este trabajo basado en la saga mencionada (y que tiene su verdadera semilla en Blair Witch Project) tenga el mérito de haber mejorado en algo los últimos estertores conocidos de esas producciones films que se limitaron a colocar cámaras de seguridad en un set y filmar en torno a eso. Puede que incluso una sola secuencia de Donde habita el diablo esté mejor lograda que la suma de AP2 y AP3. Puede que sí, quizá, pero también es una hora apropiada para bajarle la palanca a la máquina de hacer chorizos y volver al cine.
Amigos son los amigos Una pareja de amigos casi entrados en los 40 (Jennifer Westfeld, Adam Scott) se conocen hace mucho tiempo y llegan a la conclusión de que ser padres es una opción a tener en cuenta, aunque manteniendo una relación afectiva sin compromiso de pareja ni amor de por medio. El entorno que los contiene, en tanto (parejas que parecen hacer del fracaso un estandarte), conforma una buena excusa para llevar adelante este plan, lejos de las formalidades y el mandato social. Así es que, de común acuerdo, Jason y Julie concretan su empresa pero continúan saliendo con otra gente, haciendo sus correspondientes vidas de solteros aunque dedicándole el tiempo necesario a la crianza del recién llegado al mundo. La actriz Jennifer Westfieldt (de las series 24 y Grey's Anatomy) debuta en la dirección con una comedia romántica efectiva desde su punto de partida, en su idea basal, que además logra resolver situaciones elaboradas con inteligencia y por afuera de los lugares comunes con los que realizadores de poca monta han atiborrado al género del melodrama. Su personaje, la soltera en cuestión que quiere tener un hijo antes que la biología se lo impida, es el que lleva el concepto dramático de la trama, aunque con un protagonismo compartido con su coequiper, el siempre a tono Adam Scott (El aviador, Piraña). Algo no del todo habitual en las comedias románticas es una de las grandes fortalezas de Plan perfecto: un guión sólido y una forma de relato tan clásica como firme a la hora de sostener personajes y argumento. Incluso, pese a lo que podría ser interpretado a primera vista como una concesión a los tics más conservadores del Hollywood clásico, la última media hora de Friends With Kids (tal su título original) logra surfear por las olas del cliché y llegar de pie a destino: el olimpo del melodrama. Hay en el trabajo de Westfeldt una clara voluntad de plantear ideas rebeldes y renovadoras del género, sobre todo en lo discursivo. Por todo esto es que Plan perfecto, a lo largo de sus cien minutos, dejan la firme convicción de que lo que ha nacido, sin dudas, es una realizadora que bien merece competir por el reinado vacante que dejó Nora Ephron. Dato extra: Westfieldt es desde hace años pareja de Jon Hamm, quien da vida a uno de los personajes secundarios en el film y que hace años protagoniza de forma excluyente la gran serie de estos tiempos, Mad Men.
Woody Allen completa su pasión por Europa El hijo predilecto de New York vuelve a las salas cinematográficas con el último trabajo (hasta el momento) de su saga ambientada en locaciones europeas. Ya le tocó el turno a España (Vicky Cristina Barcelona), Francia (Medianoche en París), Gran Bretaña (Conocerás al hombre de tus sueños) y en este caso llega Italia, con una producción que sigue la línea de cuasi folleto turístico que viene probando con éxito. Esta comedia ambientada en las calles de la legendaria ciudad europea alguna vez imperial cuenta varias historias cruzadas, más el agregado de las ya previsibles imágenes de tarjeta postal al comienzo (como en Medianoche en París), inspiradas quizá por el fanatismo con el que Woody encaró esta serie de films, con el plus de la ayuda económica de los municipios, que participaron de la filmación (lo que no le sucede al realizador cuando la locación es estadounidense). El relato cruza los derroteros de un perfecto desconocido que de un día para el otro se vuelve famoso (Roberto Benigni); una prostituta que debe hacerse pasar por esposa de un joven con aspiraciones (Penélope Cruz); un cantante amateur que sólo puede interpretar ópera bajo la ducha y un joven enamorado (Jesse Eisenberg) que cae en las redes de una actriz nómade (Ellen Page) e irresistible. En contraste con el gran trabajo de guión que Allen entregó en su anterior producción (que le valió el Oscar en ese rubro después de seis años de manos vacías) aquí la falta de armonía narrativa es una constante, con enormes baches de continuidad temporal, toscos cambios de escena y una resolución pobre. En este punto, el resultado se asemeja al que puede que sea el peor guión de la factoría Allen, Conocerás al hombre de tus sueños, que dejaba tantos cabos sueltos que todo parecía ser parte de un rompecabezas a armar en algún otro momento. En cuanto al elenco, el director de Manhattan vuelve a demostrar que es un gran seleccionador, un arquitecto de dream teams actorales, que puede jugar con una Penélope Cruz escotada y fatal y al mismo tiempo hacer que Roberto Beningni resulte menos insoportable de lo que puede ser. En el mismo sentido, la incorporación del gran tenor italiano Fabio Armiliato da pie a la única idea brillante de la ocasión, que a fuerza de repetición se consolida como el gran paso de comedia del film. Nos queda la espera de la que será su vuelta a los escenarios de América del Norte en 2013, con el estreno de una comedia ambientada en San Francisco y New York, además de un elenco interesante, principalmente por la inclusión del cómico Louis C.K., el "Ben" de Lost, Michael Emerson y la camaleónica Cate Blanchett. Por el momento, bien vale repasar su filmografía, muy por encima de lo que esta pequeña desilusión romana nos dejó.
Glen Close y un papel para el Oscar El arte escénico ha probado a lo largo del tiempo y con éxito palpable, que tener en un film o una puesta teatral como protagonista a un actor o actriz interpretando a alguien del sexo opuesto, es rendidor. Existe un pacto no firmado entre obra y espectador según el cual el que está mirando hace de cuenta que, por ejemplo, en "La nona" Pepe Soriano es una anciana,y no un actor jugando el rol de señora mayor. A ese camino apeló Glen Close para escribir este guión que tiene como principal objetivo su lucimiento como actriz. No es este el lugar desde el que se discutirán los méritos como intérprete de una de las figuras más relevantes con las que cuenta el star system de Hollywood. Pero El secreto de Albert Nobbs es un trabajo endeble, únicamente justificado por el quid de tener a una gran actriz jugando el rol de una mujer infeliz, que vive en la apariencia de que es un hombre para poder trabajar como mayordomo de un gran hotel, en la Irlanda del siglo XIX. Ella vive en una habitación pequeña y a la vez en medio de una cárcel personal, cuya única vía de escape es el sueño de poner un local de venta de tabaco, con el dinero que viene ahorrando meticulosamente. A su vez, el encuentro con una mujer que vive una situación similar, le ayuda a soñar con una vida más allá de ese empleo de sirviente(a) de lujo. Estamos ante una película que no pierde en ningún moimento el tono solemne y la sensación amarga de una historia de profundo dolor y de tono claustrofóbico,como si el Albert Nobbs de Close no viera la forma en que su mundo se achica y la precipita a un final poco promisorio. Un amor claramente no correspondido aumenta esta sensación de tragedia constante. Close escribió para ella y en ese sentido el resultado es actoralmente óptimo. Su performance ratifica una carrera intachable, pero el relato, tan pendiente de su presencia excluyente, es un ancla, una traba insoslayable para el avance de lo que se está contando. En tanto, en cuanto al pacto no escrito entre obra y público, puede que tampoco se cumpla, sobre todo a partir del momento en que no resulta sostenible desde el verosímil el hecho de que nadie hubiera percibido en las tres décadas que Albert vivió como hombre, su evidente femeneidad. Pero el verosímil es tema de otra discusión. Albert Nobbs falla, paradójicamente, por el peso actoral de su protagonista, en detrimento de todos los otros elementos del film, y ahí es donde se vuelve un trabajo menor, por la única pretensión de que brille uno solo de sus componentes.
El regreso de Steven Soderbergh al policial Mallory Kane (Gina Carano) es una joven y bella damisela de armas tomar, una agente encubierta todo terreno, cuyo jefe (Ewan McGregor) la ofrece a agencias de inteligencia gubernamentales para trabajos secretos (e inconfesables). Luego de una misión de rescate en España, el destino de nuestra heroína es Dublin, donde se une a otro agente (Michael Fassbender). Pero las cosas no salen como estaba previsto y Mallory debe hacerse cargo de una situación de alto peligro para su vida, además de encarar una operación de venganza. El regreso del Steven Soderberg al policial duro después de más de una década (su última incursión fue la excelente The Limey, en 1999) llega con la renovación propia de una posmodernidad un tanto tardía. El protagónico de la luchadora profesional Gina Carano es una incorporación interesante a su filmografía, en general plagada de estrellas y/o buenos intérpretes, pero a la sombra de películas como la ya clásica Nikita o la reciente e hiperefectiva Salt, de Philip Noyce, dijeron tanto sobre el subgénero que podría decirse que, a su manera, establecieron las bases para lo que en este caso el director de Traffic llevó a cabo de forma correcta. Es un buen film, un policial con formidables escenas de acción, con una trama de guión que no escapa a las complejidades de la intriga con formato de rompecabezas, aunque sin dejar de lado su clarísima pertenencia al cine de acción y aventuras. No es casual, entonces, que el responsable del texto sea el mismo que acompañó al director en la mencionada The Limey. Hay vértigo, personajes fuertes (empezando por Mallory) y otros centrales con el peso específico de las figuras que los interpretan (Douglas, McGregor, Banderas) y sobre todo un oponente de peso, el nuevo suceso del cine con espíritu indie, Michael Fassbender (el mismo de Shame). Soderbergh sabe rodearse y conformar un elenco sólido para contar lo suyo y que fluya, esta es otra de esas oportunidades en las que el curriculum no miente y los hechos ratifican los diplomas.
Una historia real con la rubia de Hollywood La dificultad de encarnar a Marilyn Monroe en el cine es uno de los grandes karmas de las actrices de Hollywood. En esta ocasión un especialista en la realización de películas para TV es quien se hizo cargo de dirigir a Michelle Williams, la rubia a la que vimos sufrir en Blue Valentine y que aquí se pone la ropa, el pelo y las formas del gran mito rubio del cine. En 1956, la actriz, que ya había hecho explotar las hormonas de millones de personas alrededor del mundo, llegó al Reino Unido para protagonizar con Sir Laurence Olivier la película El príncipe y la corista, dirigida por el actor inglés. En esa ocasión, un joven novato, de 23 años, recién llegado al mundo del cine, consigue un trabajo como asistente de dirección y se ve en medio de una relación de amistad, contensión, y algo más, nada menos que con la mujer más deseada de la historia del espectáculo. La historia, real, basada en un libro del protagonista y siempre desde su punto de vista, retrata una vivencia que lo atravesó y marcó para siempre, según sus propias palabras. Su semana con Marilyn fue lo más cercano a un cuento de hadas que este pequeño personaje de la industria transformó en un hecho vital. No todos los días se tiene la oportunidad de ser confidente, amigo íntimo, oreja siempre lista del máximo sex symbol contemporáneo. Simon Curtis pone oficio en una película con el interés propio que despierta cualquier figura mítica, con el agregado de contar con un elenco sólido. Sin embargo, la sorpresa llega desde el lado, precisamente, de su protagonista y narrador, ya que la performance de Eddie Redmayne (a quien vamos a ver en la versión que Tom Hooper prepara de Los miserables) se lleva todos los aplausos. Por su parte, Michelle Williams, actriz de indiscutible talento, en tanto, logra una buena composición, sin caer en intentos de imitación y logrando gestos de comprensión de su personaje, quizá el más "real" que le haya tocado en suerte. Todo esto, por supuesto, más allá de las diferencias evidentes e insalvables entre los rostros de Marilyn y Williams. El resto acompaña con sustancia; con Kenneth Brannah y Judi Dench al frente de un cast de secundarios de peso, centrales para la trama.
Una reflexión sobre Europa y los otros El director finlandés Aki Kaurismäki vuelve a los cines de Argentina con una historia situada en el puerto, con la mirada a lo que hay más allá del mar, a los que lo cruzan, a los rechazados en una Europa cíclica. El relato de Le Havre gira en torno a Marcel Marx (André Wilms), un escritor bohemio, que vive junto a su mujer en la ciudad portuaria que le da el título original al fim. Allí, este sexagenario con serios problemas económicos, adquiere el oficio de lustrabotas, por medio del cual conoce a un niño inmigrante (Blondin Miguel) que, por error del transporte en el que se escondió, terminó en esa pequeña ciudad finlandesa y no en la Londres anhelada. Cada fotograma del film es de colección Cada fotograma del film es de colección El gran Kaurismäki, responsable de joyas del cine contemporáneo como El hombre sin pasado o Juha, nos presenta este largometraje sobre la tolerancia, el sentimiento hacia el otro, la bohemia, las relaciones de pareja, el poder policial, la inmigración y, principalmente, sobre el estado (y el Estado) de las cosas en la Europa actual. Nada menos. El protagonista, que se cruza por casualidad a un niño inmigrante y lo ayuda a esquivar a la ley, transita un etapa de su vida con más baches y carencias que certezas y bases firmes. Un escritor en estado de retiro casi definitivo, con una mujer que lo espera pacientemente, con la comida lista, el corazón triste y una noticia oscura a punto de revelarse. Así, en una ruta de tránsito liviano pero impredecible es que el querible Marcel Marx que nos presenta Kaurismäki debe lidiar, además de consigo mismo, con la llegada de un nuevo ser a su vida de bohemia aletargada: un pequeño sin hogar ni "palenque ande ir a rascarse". No por nada uno de los pasajes de la película transcurre en un bar de mala muerte, con música de fondo a cargo de Carlos Gardel y su incontrastable "Cuesta abajo". La Europa expulsiva, caracterizada por personajes como Nicolás Sarkozy y Mariano Rajoy, o la cultura del ajuste perpetuo encarnada por Angela Merkel, está aquí retratada con colores y matices, principalmente en la excluyente presencia de su protagonista, pero también en la postal de esa ciudad portuaria que hace carne aquello de "pueblo chico infierno grande", en la orila de la ciudad, a un mar de distancia de cualquier otro lado. El realizador finlandés, además de la forma en que cuenta la historia, además de la creación de personajes con una riquísima cosmogonía propia, llevó a cabo una composición de cuadro que logra transformar cada fotograma en parte de un álbum de imágenes individuales que a su vez parecen contar otras historias. Algo así como la concreción del concepto "magia del cine".
Richard Gere en el mundo del crimen El asesinato de un senador en los Estados Unidos parece llevar la firma de un mítico asesino soviético que había sido dado por muerto hacía ya tiempo. Un ex agente de la CIA; experto en el personaje que parece haber vuelto al ruedo criminal, es convocado para participar de una investigación sobre el caso, junto a un joven recién llegado a la fuerza de seguridad. Richard Gere protagoniza este policial tan correcto como previsible sobre la fórmula pareja-despareja-entre-veterano-y-novato, con una vuelta de tuerca que si bien provoca cierto interés la forma en que se van torciendo los acontecimientos, no logra salir de la medianía promedio en la que se ubica el policial hollywoodense de los últimos años (o décadas). El debutante director Michael Brandt transita sus 40 años pero recién con este título llega al cine tras la cámara, luego de una carrera interesante como guionista (de la vertiginosa Wanted, con Angelina Jolie, al excelente western 3:10 to Yuma). El caso de The Double, tal su título original, está lejos de los títulos mencionados, más allá de la búsqueda evidente de sobrevolar el análisis de la psiquis de su personaje central, a cargo de Gere, quien, como ya sabemos, no tiene mayores matices para aportar al momento de la interpretación. Hay sin embargo en este Misión secreta una escena que por su aparente simpleza termina destacándose, y es la que involucra a ambos agentes de la CIA compartiendo una cena de tono familiar, con un alto nivel de tensión que pone en la puerta amplias posibilidades de explosiones varias. Sin embargo, esos notables minutos de narrativa compacta y certera, se diluyen en un todo empobrecido por los vericuetos previsibles que termina eligiendo tomar el guión, perdiendo sustancia a medida que las escenas se acumulan y los giros dejan de causar sorpresa.
Retrato de la Francia negra Amèlie, una de las películas francesas más exitosas de las últimas décadas, cuenta una bellísima historia enfundada en ropas pop y un aire de cine independiente salpicado por la industria y la cultura de masas. La fórmula fue sin duda impecable en sus resultados estéticos y narrativos, aunque la realidad de una París multiracial como la que se estaba gestando en el momento de su realización (año 2001) brilló por su ausencia. Y no se trata de un concepto exagerado, ya que la población negra de la ciudad luz se vio oscurecida por el recorte, por el total borramiento de esa parte de la ciudadanía del país galo. Los conflictos de las minorías llegan al cine francés Los conflictos de las minorías llegan al cine francés En parte, películas como 35 Rhums vienen a gritar que hay un sector de París que también late al ritmo de sus arterias plagadas de bares chic y el irresistible sonido del lenguaje de su gente. Este trabajo de Claire Denis, en ese sentido, es un trazo de marcador flúo sobre el no retratado, sobre el marginado, a la vez que un grito lanzado en plena era Sarkozy (el film es de 2008, año de su asunción al poder). Claire Denis es una artesana del cine francés, en la línea de lo mejor de la narrativa audiovisual de ese país y responsable de excelentes títulos como Trouble Every Day (2001) o Bella tarea (1999). En este caso la directora ratifica esa pertenencia y lo hace contando varias historias, entrelazadas por el escenario y algunas articulaciones que las unen más allá de la París que sirve como denominador común. Vivencias, pasiones, miserias, temores y algunas pocas certezas conforman a un puñado de personajes queribles, llanos y al mismo tiempos de una gran riqueza. Denis redondeó aquí un relato breve y certero, en el que la otredad se hace regla pero a la vez incluye, por el contraste, con aquello que la pantalla grande francesa nos acostumbró a ver. Viva la diferencia, si es que nos iguala. Ahí el discurso, ahí el mensaje. Simple y claro.