No hay demasiado en esta comedia sobre la política estadounidense que un par de buenos momentos y algunas referencias bastante obvias a la lucha por el poder. Tenemos en escena a dos candidatos a congresista, Cam Brady (Will Ferrell) y Marty Huggins (Zach Galifianakis), que se sacan los ojos en una campaña desaforada por obtener el voto de los electores. Por ahí pasarán operaciones de prensa sin escrúpulos, así como declaraciones altisonantes y dirigidas a un público sin mayores exigencias que una brillosa bandera flameante y algún que otro llamamiento al nacionalismo retardado. Desde el lugar de la crítica punzante, The Campaign se queda corta, apelando a un humor socarrón, que por comparaciòn hace de la reciente El dictador una obra superior. Jay Roach (el mismo de la saga Austin Powers) dirige con oficio un guión de fórmula que combina buenas ideas puntuales con un tono general de poco vuelo. Por su parte, Will Ferrell y Zach Galifianakis repiten los tics de los personajes que ya vienen encarnando hace varios años, lo cual es tanto una apuesta sobre seguro a la hora de lo efectivo, como una reiteración demasiado predecible.
Con una larga y fructífera carrera sobre sus espaldas, el director Tim Burton vuelve a sus primeros amores y estrena la versión largometraje de su segundo trabajo, de 1984, en aquel entonces realizado en stop motion y ahora con una frenética animación digital en 3D. Apoyado sobre su cinefilia militante y sus referencias siempre presentes al terror clásico (Christopher Lee es una de las voces del elenco), Frankenweenie confirma que la oscuridad conceptual para toda la familia y el esteticismo visual como punta de lanza son bases más que honestas para montar sobre ello una obra cinematográfica que sobrevuele la medianía general de la industria. Tras la inesperada muerte de su perro Sparky, el niño Victor emula a un tácito Dr. Frankestein y logra hacer resucitar al pichicho, aunque con algunos desajustes en el resultado final, sobre todo porque el can en cuestión sale a la calle y transforma al pueblo en un escenario de situaciones que van del disparate al terror. Con esta historia simple y una maquinaria visual de alta definición, Burton tiene suficiente como para impactar y confirmar que sigue siendo parte de lo mejor del mainstream de Hollywood; un autor que sabe hacer su negocio sin renunciar a los principios de un realizador de fuste. Mucho celuloide pasó bajo el puente de este auteur cincuentón con alma de niño, puede que por eso, a esta altura de su filmografía, esta revisión quizá (quizá) se ubique cómoda entre sus mejores trabajos.
Sbaraglia y De Niro juntos Hacía muchos años que Robert De Niro no protagonizaba un film de suspenso (o un thriller, para ir más acorde a la clasificación shopping) que estuviera a la altura de su lugar en el mundo del cine. En ese contexto, Luces rojas es para el legendario actor un bienvenido regreso a las elecciones acertadas. La trama firmada por el español Rodrigo Cortés (el mismo de la muy atendible Buried) cuenta lo que sucede con dos científicos (Sigourney Weaver, Cillian Murphy) dedicados a investigar fraudes paranormales. En ese contexto, se produce el regreso estelar del hombre conocido como Simon Silver (De Niro), exitoso y popular personaje con presuntos poderes psíquicos, que representa no sólo un desafío superior, sino más que nada un peligro que crece segundo a segundo. La película pertenece claramente al suspenso clásico, gracias a un cast ajustado, un guión a tono con la prolijidad que exhibe visualmente la puesta, un villano intenso e interesante y un par de "buenos" con sus costados grises y una sombra de tragedia siempre al acecho. Se trata, eso sí, de un trabajo en el cual los personajes y sus perfiles son fundamentales para la narración de la historia. Los investigadores que encarnan Weaver y Murphy llevan el peso dramático de la trama durante el primer tercio de metraje, estableciendo los puntos que sirven como base de lo que vendrá luego. Ahí es donde entra el personaje de nuestro Leo Sbaraglia, como un farsante ("si se enteran que es argentino estamos en problemas", dicen por ahí) que sirve de introducción a lo que luego desplegará De Niro con su impecable Simon Silver. Luces rojas amerita una vuelta al género del suspenso en pantalla grande para los que lo habían relegado a los fin de semana en cable, o a la descarga al voleo de lo que se consiguiera en la web. Se trata de un film que parte de los buenos oficios y de una honestidad a la hora de ponerse detrás de cámara que no suele sobrar por esos lares de la gran industria y el american way. Y está Sbaraglia, el crédito local, que aporta lo suyo y comparte fílmico con el gran Robert. No es poca cosa como para un viaje hasta la sala más cercana.
Terror clásico en la remake de un film uruguayo La joven Sarah se encuentra junto a su padre y a su tío trabajando en la restauración de una vieja casa derruída a la que planean vender una vez terminada la labor de reciclado. Pero a poco de comenzar, la rubia protagonista se cruza con situaciones que le complican no solo la tarea sino la existencia misma. ¿Casa embrujada, ocupantes al acecho o fantasmas irredimibles? La dupla de realizadores que hace casi una década parió la impactante Open Water (basada en su propia historia real) vuelve al ruedo con otro relato de horror, pero en este caso basado en una película uruguaya, La casa muda, opus de 2010 que trascendió por su buen mix de ideas cinematográficas y solidez narrativa. Lo que hicieron aquí Chris Kentis y Laura Lau es calcar estructura y formas, parados en una presunto plano secuencia (que no es tal, que denota el truco en varios momentos a lo largo de los 85 minutos de metraje), contando el cuento con oficio para el género y apelando a los pelos y señales históricos, que no por vistos en clásicos como The Haunting (y sus posteriores refritos) o la más reciente Rec, dejan de ser efectivos y apropiados para la ocasión. Silent House trabaja terror del bueno, con armas nobles más allá de algún engaño a la hora de plantear la historia y con una factura que logra provocar algo de ese terror que en otras épocas era rutina sentirlo en una sala de cine, y que hoy apenas aparece muy de vez en cuando en la pantalla grande.
Una mirada francesa sobre el mundo del espectáculo Una mirada francesa sobre el mundo del espectáculo, pero no sobre el show business de alta gama sino sobre el profesionalismo de los que trabajan las rutas a pulmón y a propulsión de saltimbanquis. Este trabajo de buena factura visual y correcta estructura narrativa cuenta el derrotero de las New Burlesque Girls, una compañía de mujeres voluptuosas que emprende un tour por Francia, con la fantasía de conquistar París. Aunque claro, se sabe que no todo lo que reluce es oro y no todo lo que promete un productor es certeza. El relato que presenta el actor y director Mathieu Amalric es clásico, deudor en (pequeña) parte de cierta risotada fellinesca aunque más que nada del estilo del Hollywood artesanal, del que sabe refritar estéticas varias para plantear buenas puestas de escena en pos de un relato sólido. Con un buen guión, que retrata con justicia la pelea de los que elaboran el background del negocio del entretenimiento, Tournée es una mirada no piadosa pero sí querible y trabajada con ternura hacia los obreros del show business. A esto lo acompaña (o lo hace desde un lugar fundamental) un elenco de no-estrellas que aporta un puñado de personajes entrañables, todo bajo la atenta mirada de Amalric (a quien vimos como actor en Munich y la aventura de 007 Quantum of Solace), obrero del cine, escritor y también productor, que bien conoce la aventura de lanzarse a un proyecto que no siempre termina de buena manera y que puede sacar tanto lo mejor como lo peor del artista, algo que el film cuenta con notable sensibilidad.
Otra de miedo cámara en mano Dos parejas chico-chica viajan desde los Estados Unidos a Europa con la idea de vivir su gran aventura continental. En medio de su estadía en Rusia, se ven tentados de visitar lo que alguna vez fue Pripyat, pueblo de trabajadores ubicado junto a Chernobyl, el gran ícono de los desastres nucleares de las últimas décadas. Sin embargo, y confirmando todas las suposiciones que pueden existir antes de asistir a la proyección del film, lo que iba a ser un breve paseo por una ciudad radiactiva, termina siendo una espeluznante estadía en un terreno hostil y con presencia de extrañas apariciones (un oso, niños que hacen su entrada triunfal en el momento menos esperado) colocadas con sabiduría para asustar al espectador neófito. Puede que Terror en Chernobyl asuste a los fanáticos de la saga Actividad paranormal (creada por el mismo guionista que este título que nos ocupa), puede que le atraiga a quienes se entusiasman con la estética de relatos contados cámara en mano para ofrecer algo de lo que logra provocar la narración ¿Necesitó Roman Polanski hacer temblar la cámara para que millones temieran a sus vecinos luego de ver El bebé de Rosemary? Un reactor nuclear y un poco de oscuridad en pantalla dan como resultado aquí apenas un poco de terror con pretensiones adultas pero resultado adolescente y deudor, para colmo, de largometrajes que hasta hace poco se conseguían en cualquier cadena de alquiler de videos con nulas pretenciones cinéfilas. Más de lo mismo.
Entrañable juego de dos Una larga fila de postulantes para cuidar a un hombre que se encuentra postrado en una sila de ruedas (François Cluzet), tiene como protagonista impensado a un joven desocupado (Omar Sy), que apenas se conforma con que le firmen el papel que indicará que se postuló a un empleo y le permita cobrar su subsidio por desempleo. Sin embargo, nuestro joven protagonista, que lleva una vida cotidiana con más sinsabores que alegrías, es quien realmente cae en gracia del ricachón malogrado, quie le apuesta a su nuevo empleado que no aguantará un mes trabajando para él, que renunciará antes. Poco tiempo pasa hasta que la relación entre empleados-empleado se transforma en una amistad sólida, en un tránsito hacia una vida un poco mejor para los dos. Basada en hechos reales, esta historia de amistad pese a la adversidad (todo un subgénero del cine) trabaja con fluidez y sin golpes bajos una historia que fuera de cuadro es más densa de lo que se ve en pantalla: un hombre postrado, con su cuerpo inutilizado y que que apenas puede mover los músculos de su cara.Más allá de el estado físico de uno de los personajes, aquí es donde radica el atractivo de una película que le da una vuelta de comedia liviana a un tema que hasta ahora ha visto tratamientos más extremos, desde el drama contundente de Mar adentro, aquel opus de Alejandro Amenábar con Javier Bardem hasta la comedia negrísima Aatra. Amigos intocables tiene todo lo que necesita un largometraje que quiere conquistar al gran público, con buenas armas logra redondear un film afable, de rápida digestión y querible, como sus personajes, que logran identificación inmediata sin tener que recurrir a la lástima o la piedad del espectador. No por nada, y sin mayores pretenciones narrativas o estéticas, se trata de la película francesa más taquillera de los últimos años. No sabemos qué opinará el viejo Jean Luc, pero por las dudas no lo consultemos.
El sommelier que perdió el paladar ¿Qué le pasa a un experto en vinos, a un sommelier cuando pierde la capacidad de degustar la bebida que le da sentido a su vida? ¿Qué sucede cuando un especialista en catas no puede hacer uso de su paladar? De la misma manera que si un bailarín dejara de tener sensibilidad en las piernas, el experto Charlie Arturarola un buen día nota que no puede saborear los vinos que le dan a probar, que perdió el toque, el talento que lo caracterizaba. En medio de una crisis que le hace pensar si su lugar en el mundo sigue siendo el mismo que él creía, el sommelier antihéroe decide emprender la ruta que lo lleve a recuperar el oficio, a hacer resucitar a su paladar desaparecido. Un sommelier en apuros Un sommelier en apuros El debutante realizador Nicolás Carreras presenta una película única, no solo porque apuesta por contar una historia nada convencional para las estructuras a las que suele apelar el cine argentino, sino porque además lo hace desde un lugar de profunda originalidad, echando mano a lo que podría definirse como neorrealismo a la argentina. Charlie Artuarola es un reputado sommelier, los personajes que aparecen a lo largo del film (su esposa y el cocinero Donato De Santis, Michel Roland, Jean Bousquet, entre otros) también hacen de si mismos pero dentro de la ficción que sirve como marco. El film juega con algunas puntas del cine de suspenso, lo que la convierte en una pieza de trabajo fino, con pequeños elementos que al comienzo del relato dan pistas sobre lo que vendrá. El fatídico momento en que nuestro protagonista nota que "perdió" el paladar es nada menos que en medio del Masters of Food and Wine, evento que se realiza anualmente en Mendoza. ¿Qué debe hacer el experto? ¿Dar inicio a una farsa o confesar que no puede dar opinión? Más cerca de lo segundo que de lo primero, Charlie inicia un derrotero complejo y casi inabarcable en el que busca probar los mejores vinos del país para así "reeducar" a su malogrado paladar. "Dame a probar tu mejor vino", le dice a los responsables de las mejores bodegas del país. El camino del vino es un camino al redescubrimiento del oficio pero también del placer y el gusto por vivir como uno se propuso vivir. Carreras, que confirma la idea de que las nuevas generaciones de cineastas con apellido ilustre han logrado pequeñas proezas que elevan por mucho la calidad promedio de sus antecesores; allí están esos otros dos ejemplos, Luis Ortega y Armando Bo Jr. como ejemplos. En ese punto, estamos ante un película que, nada menos, aporta uno de los títulos más interesantes del cine local en 2012. Salud.
Un cierre de lujo Enorme responsabilidad tenía Christopher Nolan a la hora de ponerse al frente de la que sin dudas es la película más esperada en la historia del héroe encapotado después de lo que fue el film de Tim Burton en 1989. Podría decirse que, desde ese punto de vista, The Dark Knight Rises es la mejor noticia que podría habernos llegado desde las oscuras calles de Ciudad Gótica. La historia de esta tercera película de la saga dirigida por el realizador de Memento transcurre ocho años después del final del capítulo anterior. Bruce Wayne (Christian Bale) se encuentra recluído en su mansión, sin contacto con el exterior más que a través de su fiel mayordomo Alfred (Michael Caine) y alguna que otra visita obsesivamente filtrada. En medio de un clima de relativa tranquilidad en la city, a un homenaje al malogrado Harvey Dent lo sucede el violento secuestro del comisario Gordon (Gary Oldman), lo que se convierte en apenas el primer paso de la virulenta aparición del vilano de marras: Bane (Tom Hardy). La irrupción del nuevo foco del mal en Gotham obliga a Wayne/Batman a regresar al ruedo, momento en el que descubre que alguien más se encuentra transitando la noche de la ciudad enfundada en un traje negro, aunque desde el lado de la incorrección y la pillería: Catwoman (Anne Hathaway), la nueva vecina del barrio, la chica que hacía falta para que al bueno de Bruce se le complicaran un poco más las cosas. De esta manera es como da inicio el nuevo y definitivo derrotero de Batman, tan intrincado como los pasajes secretos de la "baticueva" que busca mantener oculta, al igual que sus armas, su formidable arsenal de grueso calibre y demás delicias hi tech administradas por el siempre leal Fox (Morgan Freeman). Así, a medida que avanza la trama, la situación puntual de nuestro héroe y de la ciudad que busca proteger se enreda y agiganta en problemas. El film más largo de todos los que tuvieron a Batman como protagonista (casi tres horas) es también el más denso desde lo argumental, el más elaborado en cuanto al guión y el que mejor sabe condensar y formular la relación héroe-vilano. No en vano este capítulo final de la saga es el más sólido desde aquel primer film con Michael Keaton y Jack Nicholson, definitivamente liviano en comparación con estas aventuras siempre al borde del desgarro y el estallido conceptual. Batman: el cabalero de la noche asciende es, además de lo antedicho, también la más adulta de las películas hechas hasta el momento con superhéroes. La idea de un universo comiquero de alta condensación se hace carne, hueso y metal gracias a una forma de plantear el cine que logra escapar a las leyes del marketing berreta y que piensa al espectador como un ser con capacidad de asimilar una historia compleja. Nolan es un realizador que va por ese camino, lo viene haciendo desde su promisorio debut, Following (1998) y lo continuó hasta esta descomunal muestra de arte cinematográfico.
Como hace 70 años pero sin gracia Un hogar administrado por monjas recibe una encomienda muy particular, con nada menos que tres niñitos que a poco de llegar a la institución la sumergen en un caos mayúsculo. Una vez crecidos, los tres amigos, Moe (Chris Diamantopoulos), Larry (Sean Hayes) y Curly (Will Sasso) salen al mundo a replicar aventuras freaks y demoler todo lo que se les cruza, incluso a ellos mismos. En el medio, el bueno de Moe recala como protagonista de un popular reality show televisivo que pone en primer plano su lugar de distinto. La primera reflexión que surge tras asistir a esta poco agraciada producción de los hermanos Farrelly (los mismos de Loco por Mary) es que por algo a lo largo de los más de setenta años que pasaron desde que los Tres Chiflados llegaron a la televisión, nunca se hizo una película que no los incluyera, más allá de alguna de tono biográfico, producida por HBO hace algunos años. Cada una de las escenas que forman parte de este compilado de gags sin brillo ratifican a su paso que los 92 minutos de fílmico que lo componen son nada más que un gran desatino.La gracia es casi nula, los momentos de humor saben rancios y, para peor, la efectividad del slapstick está atada de forma indefectible al recuerdo de aquellos legendarios, inolvidables e irrepetibles Moe Howard, Larry Fine y Curly Howard. Los actores que aquí componen a aquellos tres son algo de lo bueno que tiene la más o menos reciente camada de los intérpretes que ha parido el humor estadounidense, pero los papeles les quedan gigantes debido a un guión que no hace justicia en nada con lo que intenta homenajear. Sin embargo, y más allá del despropósito general, puede rescatarse en The Three Stooges una presencia breve pero contundente: la de Larry David, que juega el rol de una de las monjas maltratadas por los pequeños tres dementes. Eso, y nada más.