Fragmentos de una búsqueda retrata la lucha de Susana Trimarco, cuya hija, Marita Verón, ha sido secuestrada hace 8 años por grupos que someten a las mujeres a la explotación sexual y permanece desaparecida. La historia de vida de Susana Trimarco, protagonista excluyente de este documental, se ha reducido a la historia de la búsqueda de su hija, Marita Verón, quien ha sido secuestrada hace 8 años por grupos que someten a las mujeres a la explotación sexual. La joven está actualmente desaparecida, y uso este término con toda intención, pues sin dudas los entramados que sostienen estos secuestros, estas apropiaciones de las personas, sus cuerpos, sus deseos y sus identidades, reiteran un modo de operar y mantenerse impunes, que solo se pueden evocar las violaciones a los derechos humanos perpetradas durante la dictadura. La película se construye de fragmentos que dan cuenta de ello y de cómo lo cotidiano ha sido invadido por tal secuestro. La crianza de la hija de Marita, la decadencia del padre, la invariable presencia de tal ausencia en la mesa familiar. Pero también se devela la complicidad de los sistemas policial, judicial y político y de lo extendido de tal modus operandi (Susana ha logrado rescatar cerca de 200 mujeres secuestradas por las redes de trata) como clave para entrever la existencia de un negocio de magnitud, que aun cuando nos duela, nos pasa cerca a casi todos. La película tiene un notable poder de síntesis y evita abusos, repeticiones y golpes bajos. Lo cual es un logro importante para un documental cuya fuente está plagada de dolores y hechos escabrosos. Fragmentos de una búsqueda se convierte ahora en parte de esta búsqueda. La película se convierte, por su propia producción, en un instrumento a favor de la lucha de Susana Trimarco y no solo en un mero reflejo. La película es una instancia para poner en la consideración pública un tema que sigue siendo silenciado: toda mujer prostituida es una mujer explotada, sometida, una mujer cuyo cuerpo, en cada transacción, es convertido en objeto (solo un objeto – sea material o simbólico - puede ser intercambiado por dinero). Al convertirse en un objeto, al despojársela de subjetividad, se produce ese acto tan sutil, pero inevitable, de sometimiento. Día a día, incluso en actos tan sencillos como la degradación de cortar la pollerita, como hace algún multimillonario y multiturro conductor televisivo, esa objetivación, que es la base de la explotación, se repite miles de veces en nuestra sociedad. Cada persona que cree que tiene derecho a disfrutar de los cuerpos ajenos por dinero, vuelve a secuestrar a Marita Verón.
El final implacable y sencillo, recupera para toda la obra un sentido luminoso. Una familia japonesa se reúne para conmemorar el aniversario del fallecimiento de uno de los hermanos de la familia. Él había seguido el mandato paterno de convertirse en médico. Su otro hermano varón, casado con una viuda con un hijo, apenas si consigue trabajos temporales. En la casa paterna se reencuentran con la hermana mujer, su esposo e hijos. La situación no es sino la de una reunión familiar donde las relaciones familiares van apareciendo, complejas pero narradas con una simpleza admirable. Lo cotidiano, los recuerdos, los reproches, las cuentas aun no saldadas, las tradiciones imperceptibles, todo confluye en este día de visitas. La muerte, un tema siempre presente en el cine de Kore-eda, es un protagonista más, pero como proceso, como parte de una mística de la cultura japonesa que, más allá del dolor, confirma la misma como parte de un círculo donde la vida continúa en otros, en relatos, en cantos, en imágenes. Los tiempos perdidos, lo no dicho, lo bello y lo doloroso de las relaciones simples están allí, para preguntarnos, como espectadores, si no hay ahora mismo palabras que deberían ser dichas, ya mismo, para no dejar pasar el momento. Todavía caminando tiene algunos problemas narrativos. Se reitera, por momentos fatiga, se desdibuja. Sin embargo, el final implacable y sencillo, recupera para toda la obra un sentido luminoso. (Nota: pónganle fichitas a mejor película y mejor actriz).
De vuelta a la vida no supera la mediocridad del cine industrial de estos tiempos. ¿Cuánto tiempo es el que transcurre entre el torneo de Wimbledon y el abierto de Australia de tenis? Siendo generosos, 7 meses. Este es el tiempo en que Joe Warr, periodista deportivo residente en Australia, se entera que su adorada mujer tiene cáncer, enviuda, se hace cargo de su pequeño hijo, reanuda la relación con un hijo que abandonó en Inglaterra, casi se enamora de nuevo y reconstruye la relación con sus hijos, a partir de reconocer(se) su condición de padre que no pretende emular a la madre, ni olvidarse de sus deberes como tal. Para haber sido un egoísta ensimismado dependiente de una mujer adorable, parece bastante rápido. La película es un melodrama que recorre uno a uno los clichés del género, sin desperdiciar la oportunidad de hacer un racconto generoso de la agonía de Kathy. Fuera de estas convenciones previsibles, no puede hallarse gesto alguno de creatividad u originalidad. La película evoluciona como es esperado, hacia donde es esperado, incluyendo un final con resolución de último minuto. Clive Owen, un actor sin dudas talentoso, hace lo que puede, acompañando muy bien por dos jóvenes actores, que interpretan a sus hijos. A veces para reír, a veces para llorar, De vuelta a la vida no supera la mediocridad del cine industrial de estos tiempos.
Steve Buscemi, un actor de un talento y versatilidad notable, hace un gran trabajo en Interview como director. Pierre Peders es un periodista político que, mientras en Washington se producen importantes hechos en relación al presidente, su editor lo envía a entrevista a Katya, una bella modelo que actúa en telenovelas tontas, y películas de terror para adolescentes. Algo anda mal con Pierre si le asignan este tipo de entrevistas, que no le interesan, y para las que no tiene oficio. Efectivamente muchas cuestiones personales anda mal, y su trabajo está peligrando. La entrevista con Katya fracasa, tanto por su impericia como por su intolerancia, pero un fortuito accidente hace que él termine en el loft de la actriz. Allí compartirán algunas copas, conversaciones todo el tiempo cruzadas por la ironía y el desprecio mutuo, secretos y momentos de violenta tensión. La relación entre el periodista experto y hábil, y la rubia tonta, se convierte en un juego del gato y el ratón, donde el ambiente único de la vivienda, deviene espacio dramático, en el que, cada uno a su tiempo, parece listo a cazar al otro. Discernir quién es el cazador y quién el cazado es parte de la tensión que se establece en el espectador. Steve Buscemi, un actor de un talento y versatilidad notable, hace un gran trabajo en Interview como director. Con una estructura dramática propia del teatro: un escenario, dos personajes, diálogos importantes, logra una muy interesante película. Será a partir del uso preciso de la cámara y el montaje, operando sobre ese espacio físico único, que logrará deconstruirlo y reconstruirlo, para presentar un espacio cinematográfico por momentos asfixiante. La tensión está muy bien dosificada, y en esta precisión rítmica, se verifica el trabajo ajustado tanto en el manejo del espacio como de las actuaciones, impecables. Interview recuerda a grandes momentos del realismo sucio del teatro norteamericano. Sin embargo está basada en una película del realizador holandés Theo Van Gogh, descendiente del homónimo hermano del gran pintor impresionista. Lo universal, en este caso, es invisible a los ojos.
Navas oscila entre logros y falencias en esta ópera prima que permite guardar esperanzas para el futuro. Jorge maneja su taxi en una noche lluviosa de Bogotá. Noche en la que parece llover como si fuera a hacerlo para siempre. En una calle perdida, alguien se le cruza para ofrecerle una cita con “El teniente”. Por algo se resiste con violencia y tras unos cuantos golpes Jorge queda abandonado sobre el asfalto mojado. Ángela es una compulsiva consumidora de alcohol, cocaína y sexo exasperado. Buscando un taxi en la lluvia, se cruzará con Jorge, a quien terminará llevando al hospital y acompañará en un extraño viaje al centro de la violencia mafiosa de la ciudad. Jorge Navas, realizador de La sangre y la lluvia, construye una trama que es hija obediente de la tradición del policial negro. Personajes amorales; un par de sujetos ajenos al mundo de la delincuencia, involucrados con intereses de grupos mafiosos; una trama secreta que se devela al espectador al mismo tiempo que a los protagonistas; nocturnidad, erotismo y alcohol hermanados, y un camino que no puede desentenderse del destino trágico de los sujetos comunes y corrientes. Lo cierto es que, aplicando con rigor reglas de un género, Navas tiene aciertos y desaciertos en esta, su primera película. Por el lado de los aciertos, cabe destacar la presencia de la ciudad, la lluvia y la noche como espacio dramático. Las actuaciones, especialmente de la pareja protagonista, y la simpleza informativa de los diálogos, que son pocos y precisos (aun cuando al final, tal vez la función explicativa de los mismos, también propia de la tradición del género, los convierta en una serie larga de confusiones y reiteraciones). El uso de la cámara, que está cerca de los personajes, al tiempo que informa con austeridad del contexto, es también un elemento positivo a destacar. El problema en el trabajo de Navas está centrado en cierta pobreza en la construcción de los personajes (especialmente Jorge, quien parece abandonado de todo pasado, cuando está en el lugar menos indicado por una serie de hechos que lo obligan a asumir ese rol). Las relaciones oscuras, son tal vez algo más oscuras de lo que debieran, y cierto esquematismo en los personajes, poco dados a las sutilezas, son puntos débiles de la narración. Lo mismo puede decirse de la forzada relación entre Jorge y Ángela. La poca calidad del sonido y la imagen (que no podemos discernir si se trata de problema de origen, copia presentada o sala de exhibición), coadyuva a que la película pierda potencia, decaiga el interés a lo largo del metraje. Si Navas profundiza su trabajo sobre lo narrativo, y explota el género desde la impronta urbana que propone Bogotá, probablemente tenga un interesante futuro. Si en cambio, insiste con cierto rictus melodramático y novelesco, con personajes algo pobres, entonces el futuro lo hará un realizador olvidable. Por el momento con La sangre y la furia ha mostrado valores y debilidades casi en partes iguales.
Drama romántico que se sostiene en sus actuaciones y pierde por su fórmula reiterada. Suzanne (Kristin Scott Thomas) hace quince años que no trabaja, durante los que ha llevando una vida de madre y esposa, relativamente cómoda. Ha llegado el momento de retomar su labor como fisioterapeuta, cuando la vida le da tiempo para sí, en la etapa que los hijos adolescentes requieren menos atención y la relación marital se hace algo previsible. Ajustando detalles edilicios en un abandonado ambiente hogareño, conoce a Iván (Sergi Lopez), un albañil español, emigrado a Francia, con una historia personal algo turbia. Surgirá entre ellos una pasión potente, erótica y afectiva, arrebatada pero comprensible, que constituirá el nudo del relato. La historia de esta relación incontrolable en la medianía de la vida de una mujer con escaso desarrollo personal, no presenta ribetes novedosos en el cine. Lo más interesante del modo en que Catherine Corsini construye la narración, está dado por lo que queda abierto a la suposición, lo que queda librado a la reconstrucción por parte del espectador. No solo por el pasado de Iván, que aparece como el secreto más evidente, sino por las tramas oscuras de la relación entre Suzanne y su esposo, que parece cargada de cierta violencia y opresión contenida. El secreto de una trama de poder hilado en la larga construcción familiar. Incluso lo no dicho en la relación de la protagonista con sus hijos, una vez hecha pública la nueva relación amorosa, permite hacer lecturas sobre cuestiones vinculadas a los imaginarios individuales y sociales, tanto en cuestiones de clase como de género. Pero esto, más las muy buenas actuaciones de la pareja central, que los confirma como dos actores dúctiles y ricos en matices y sutilezas, no alcanza para hacer de Partir una película que entusiasme, o que despierte la atracción por una trama visitada infinidad de veces por el cine, a la que la directora no agrega nada interesante en su tratamiento. Incluso en sus cortos ochenta y cinco minutos, la película parece, por momentos, más larga que lo deseable.
La cámara observa al observador, no propone un misterio sobre el fuera de campo ni sobre la implicancia del policía en la investigación. Habla de cómo lo que ocurre en el ámbito de lo policial, puede ser mirado con una narrativa alejada del misterio. Esta es una película de sustantivos. El director evita cualquier adjetivación en el relato. Entendiendo por esto la falta, de todo juicio de valor por lo que ocurre y por los personajes. El título alude, de algún modo, a la conversación que tienen Cristi, el protagonista, con su esposa, quien le explica las normas de uso del lenguaje dictadas por la academia rumana de lengua. Pero también al diálogo de la secuencia final entre el mismo joven policía y su jefe, en relación con el significado de algunas palabras, y en especial con la palabra policía. La trama cuenta los días en que Cristi, un joven oficial, es asignado a seguir a un adolescente que convida a dos amigos de su edad a fumar unos porros. La mañana en camino al colegio, la salida hacia el repetido rincón donde se juntan a fumar y el regreso a casa, casa de una familia acomodada y armónica, es el recorrido reiterado en toda la película. El adolescente fue denunciado por su compañero y debe ser seguido para descubrir al proveedor. En caso de no poder detectarlo, la estrategia propuesta por el jefe policial es hacerles una redada y detener al adolescente, intentando hacerlo confesar. Esta acción podría acarrearle al joven varios años de cárcel. Cristi se opone al procedimiento, porque sabe que el consumo de drogas no está penalizado en el resto de Europa, y supone que pronto dejará de estar penado también allí, en Rumania. Lo que intenta es estirar al máximo la pesquisa, con la intención de desviar la atención y lograr cerrar el caso. Lo que hace el realizador, más allá de contar estrictamente lo que hace el protagonista y circunstancialmente aquellos a quienes observa, y el relato de esa observación, se encarga de observar a Cristi, de mirar al que mira. El seguidor es observado, y no en un plan de descubrir secretos o establecer juicios. El resultado de la paciente mirada sobre Cristi es recuperar la idea de la acción del policía fisgón, como una práctica burocrática, y a su vez tan vinculada a la vida doméstica, que se despoja a la trama de toda la tradición del relato policial. Y en esta idea de lo policial despojado de toda condición calificativa, de lo policial como adjetivo, como género, como condición de relato, es que Porumboiu realiza la operación más interesante del film. Más allá de poner la discusión sobre la penalización del consumo de drogas, como algo muy alejado de la lógica del relato policial clásico, a la vez que lo acerca a lo burocrático, la película refiere a la condición del género del relato e impone sus propias lógicas. La cámara que observa al observador, propone no un misterio sobre lo que ocurre fuera de campo, o sobre las propias implicancias del policía en la cuestión investigada, sino que habla de cómo lo que ocurre en el ámbito de lo policial, puede ser mirado (y de hecho lo es), con una narrativa completamente alejada del misterio, de la condición esencial de lo policial en el cine. Y es en esa ruptura con el hecho policial, que el hecho investigado pierde el sentido de lo delictivo. Y lo punible se transforma en un fenómeno de otro orden. Lo que finalmente se impondrá será lo policial como adjetivo, propio de la tradición narrativa del género cinematográfico clásico – y cuya referencia es explícita -, sino un orden estatal burocrático, que es el ámbito de lo cotidiano policial. El lenguaje, sus construcciones, los relatos y sus lógicas, son lo que pone en juego el realizador en esta película, cuestionándolas. Aprovechando, como al pasar, para dar cuenta de las distancias que separan a la Rumania actual del resto de la Europa soñada.
Melodrama muy pobre y aburrido. Lea de Lonval (vaya nombre de película de época), es una cortesana en retiro efectivo, que se ha enriquecido a fuerza de atender sexualmente a nobles y millonarios. Como ella, muchas otras mujeres han adquirido fama por tal talento y generosidad amatoria. Su vieja ¿amiga? Madame Peloux, la inútilmente histriónica Kathy Bates, carga con el problema de su licencioso hijo, Chéri, que con apenas 19 años, parece haberse ya aburrido de los placeres de la vida. Casualmente Chéri y Lea se encuentran y se convierten en amantes por un fin de semana. Fin de semana que se estira y se convierte en un sexenio. Luego de lo cual la madre busca a su hijo para casarlo, casualmente, con la hija de otra antigua colega. De esta situación proviene la historia de amor contradicho que sostiene la trama de la película. Stephen Frears y Christopher Hamptom han constituído una dupla formidable hace veinte años en ocasión de realizar Relaciones peligrosas, indudablemente la mejor versión de la novela de Chodelros de Laclos. En cambio, con esta novela de Colette, que tienen puntos de contacto con aquella (especialmente en lo que a la complejidad del deseo, la hipocresía y la constitución de una particular burguesía), no logran llegar a buen puerto. Sorprende un gesto de la realización, poco feliz. La única de las actrices elegidas para encarnar a las prostitutas, que puede considerarse bella (condición que uno supone trascendente para el ejercicio de esa práctica) es Lea de Lonval, corporizada para Michelle Pfeifer. Aunque parezca esto una tontería, lo que produce como condición del relato, es centrar en la historia de amor fallido el peso de la trama y perder las líneas accesorias posibles. Perdidos totalmente en orden al estilo, y dejada de lado la ironía que tímidamente asoma al inicio, los realizadores se enmarañan en una película que remite al cine de calidad, estetizante y pura formalidad, dando forma a un melodrama muy pobre y aburrido.
Cruza sorprendente del cine de los Dardenne en clave optimista y el universo de Fellini, La pivellina es, con su poética y su sencillez, un film indispensable. ¿Qué ocurriría si los hermanos Dardenne se despertaran un día, sintiendo que en esos momentos vitales que suelen rescatar, la felicidad simple y pura es posible? Filmarían La pivellina. Cruza sorprendente del cine de los realizadores belgas, y lo más bello del mundo de Gelsomina – personaje de La strada -, esta película de Tizza Covi y Rainer Frimmel cuenta la historia de la relación entre Patti, Asia, Tairo y Walter. Patti, una mujer deteriorada, teñida de un rojo furioso, encuentra abandonada en la plaza a la pequeña Asia, una hermosa beba de aproximadamente dos años. En su campera guarda una nota de su madre, en la que dice que volverá a buscarla. Por esto, y por lo que produce en su vida, Patti decide no llevar a la niña a la policía y mantenerla en su casa. Esta vivienda es una casa rodante, pequeña, instalada en un terreno donde otros viven en containers, trailers e instalaciones similares y precarias. Entre sus vecinos se encuentra el adolescente Tairo, de catorce años, apenas acompañado por su abuela, también instalada en ese terreno, en los márgenes de Roma. Patti y su esposo Walter son gente de circo, no tienen hijos, y carecen de la estabilidad económica necesaria para mantener a la pequeña Asia. Con la llegada de la niña, ese grupo rápidamente se reconstituye para establecer una relación familiar cálida, asumiendo roles que parecen haber olvidado o perdido entre las propias contingencias de la vida. Para Patti, Tario y Walter lo cotidiano se transforma. Como si lo esperaran, como si lo hubieran deseado desde siempre, cada uno de ellos asume un lugar y un rol que los devuelve a la estabilidad afectiva y personal, a la obligación de cuidado y protección. El joven Tario, quien tuvo una niñez abandonada, que se arregla solo con su corta vida, recupera su propia edad, asume el lugar del hermano mayor, en la dialéctica de adulto y niño, jugando y cuidando a la pequeña Asia. Esta aparición del niño perdido, que estaba vedado por una vida complicada, es central para comprender la profundidad de esta película. Lo que ocurre en La pivellina es lo cotidiano. Filmada con cámara en mano, cercana, muy cercana a los personajes. Dispuesta la escena en los márgenes de la ciudad, que se pierde, que carece de identidad, pero sin embargo expulsa (no solo a los protagonistas, sino también a la mamá ausente), la trama encuentra a los que luchan la diaria, pero en esos mismos términos, los impulsa a la felicidad. Es en esta dialéctica, donde la película se hace sabia. Bellísima, divertida, con momentos de un altísimo nivel poético, La pivellina es una película sencilla y que, con esa misma simpleza de lo real, es indispensable ver.
Bella dice que elige ser parte de la familia de Edward porque ella es diferente al resto de los humanos. Pero, a diferencia de "Crepúsculo", Bella es ahora una chica perfectamente integrada sus congéneres con lo que el andamiaje dramático se derrumba. Al momento de sentarse a desarrollar una nota sobre la película Eclipse, este sencillo escribiente, siente la necesidad de cuestionarse el sentido de este intento crítico. ¿Cuánta influencia puede tener mi opinión, ciertamente negativa, en la concurrencia del público a la salas? Quizás, como mero juego ególatra, el único objetivo de este texto sea lucir el disgusto personal con esta película, como si este hecho sirviera para ubicar al autor en un espacio intelectual de élite. Porque convengamos, pocas personas, probablemente ninguna, decida no ir a ver este tercer opus de la saga del vampiro melancólico, a partir de leer este artículo. Aclarada la banalidad del acto, podría darme a la escritura. Pero permítanme solo una cuestión más alrededor de este hecho. ¿Qué tan razonable encontraría usted lector que un periodista hiciera un recorrido crítico, proponiendo originalidades, puntos de vista, argumentaciones teóricas, respecto de una crema anti-age, una marca de ropa o el alimento balanceado para mascotas? Probablemente encontraría poco pertinente tener un sitio dedicado a la crítica de los sabores de las gaseosas o de los alimentos basados en cereales. ¿Cuál es el motivo para que alguien se detenga a leer una crítica de Eclipse, y en cambio no busque críticas al último lanzamiento de cualquier reconocida marca de jugos concentrados? Seguramente la diferencia se basa solo en la costumbre, y un viejo ademán artístico que el cine trae consigo, y que ya sabemos que no se hace presente en todas las películas. Dicho esto, se podría afirmar que tiene tanto sentido una crítica sobre la película Eclipse, que sobre cualquier otro producto comercial dispuesto en una góndola del mercado del barrio. Pero, como el escorpión del viejo chiste, escribir está en mi naturaleza y difícilmente pueda dejar de hacerlo. El problema principal de esta versión de la tercera novela de la saga Crepúsculo, se puede rastrear en las palabras finales de la protagonista. Bella dice a Edward que no lo eligió a él simplemente, sino que eligió ser parte de su familia, de su forma de (no) vida, justamente porque ella es diferente a los demás, y no se encuentra bien con el resto de los humanos, y sus deseos, y sus elecciones. Sin embargo, y a diferencia de lo que ocurre en la primera de las películas de la serie, Bella es aquí una chica perfectamente integrada, bien peinada, vestida como el común de sus compañeros, capaz de compartir con ellos una fiesta y discutir razonablemente sobre el discurso para la fiesta de su graduación. O sea, Bella está absolutamente integrada con los humanos, simples y concretos. Lo mismo que el otrora policía enajenado que es su padre, y su nómade progenitora. Y lo que parece incoherente ahora, es la relación que sostiene con esos dos raros jóvenes que la aman, Edward y “anabolitos” Jacob. Aquí se encuentra centralmente lo peor de la película. Que lo que debe ser, no es. Con lo cual el andamiaje dramático se cae por su propio peso. Como en la anterior, la disputa del amor de la chica por los dos antagonistas, son el centro de la trama. Y lo que pudo haber asomado a la tragedia, en el mejor de los sentidos, ha desaparecido. Finalmente el único atractivo, parece estar en las pasiones que ambos protagonistas masculinos pueden despertar en las féminas, especialmente jóvenes y adolescentes. Las peleas y aventuras, pobremente justificadas y muy violentas –vale la pena acotarlo- son mero relleno para una historia que se estira inútilmente, pero que, por suerte, parece depararnos solo un opus definitivo. A menos que el mercado requiera más y más versiones de esta historia, y que nuevamente nos obligue a nosotros a disfrazarnos de sesudos críticos de productos conocidos, y consumidos, más allá de la bondad de su contenido.