Hace ya casi dos décadas, el francés Nicolas Philibert estrenaba Ser y tener, un excelente documental sobre la incansable tarea de un docente en una precaria escuela rural del pueblo de Saint Etienne sur Usson. Ahora, el prolífico Ulises de la Orden (hace un par de meses estrenó Nueva mente y hace dos semanas lanzó Vilca, la magia del silencio) presenta un retrato que tiene varios elementos en común, aunque en este caso la mirada es coral, más centrada en la dinámica de grupo que en la épica individual. El director de Río arriba, Tierra adentro, Desierto verde y Amanecer en la tierra llevó su cámara hasta la escuela experimental Los Biguaes ubicada en el Delta (sobre el río Carapachay). Como bien se explica en una de las reuniones entre docentes y padres, ese centro educativo no cuenta con apoyo del municipio de Tigre, ni de la provincia ni de la Nación y se sostiene gracias a la producción de una panadería en la que participa toda la comunidad educativa. Los 70 minutos de este austero documental observacional (que tienen como otro antecedente directo a La escuela de la señorita Olga, de Mario Piazza) se dividen entre las actividades didácticas (mucho más creativas y menos formales que en la educación tradicional) y las reuniones en las que los miembros de esta suerte de cooperativa debaten cómo llevar adelante este proyecto alternativo y gratuito en una geografía, con condiciones climáticas y en unas condiciones económicas extremadamente difíciles. Contra marea y viento.
Diferencias de clase, machismo, mitos, tradiciones y leyendas ligadas a los pueblos originarios... Bajo un envoltorio de cine de género (y aquí se coquetea con varios), Laura Casabé (La valija de Benavídez) construye una mirada de fuerte espíritu político. No hay bajadas de línea desde lo discursivo, pero las injusticias y la violencia están por momentos en el trasfondo y en otros directamente en primer plano. Del melodrama familiar de tintes históricos (transcurre en una plantación de yerba durante la década de 1920) a explosiones gore muy cerca del final, Los que vuelven -basada en el cortometraje La vuelta del malón (2010), de la propia Casabé- narra con impronta feminista una dura historia con eje en la maternidad que luego apela a elementos del orden de lo fantástico y lo sobrenatural. Hay fantasmas y muertos vivientes (la directora habló del legado del cine de George A. Romero) para ir de lo telúrico al horror. La sufrida heroína de este relato estructurado en tres episodios (La pesadilla de Julia, El secreto de Kerana y Vuelven) es Julia (María Soldi), quien no está dispuesta a perder un embarazo más y apela a los poderes mágicos de la Iguazú, que acepta sus ruegos y le devuelve la vida a su bebé que había nacido muerto. Claro que, según las creencias de esos parajes misioneros (impresionantes las cascadas de las cataratas y la selva de fondo), el costo de ese milagro puede ser demasiado difícil de sobrellevar. Julia está casada con Mariano (Alberto Ajaka), un poderoso patrón de estancia que se maneja con mano dura e impunidad. Es el exponente de una sociedad machista y en la que impera la explotación del más débil (en este caso los trabajadores de origen guaraní). Más allá de algunos pasajes que lucen un poco recargados y forzados en sus resoluciones y de varios actores de relieve (Javier Drolas, Edgardo Castro, Cristian Salguero) no del todo aprovechados con papeles bastante esquemáticos, Los que vuelven tiene un alto vuelo visual (valioso aporte del DF Leonardo Hermo) y ciertas secuencias de indudable maestría formal y potencia dramática que la convierten en una bienvenida rara avis dentro del cine argentino reciente.
Además de cineasta, periodista, crítico, caricaturista y profesor de artes marciales, Sebastián Tabany es mago profesional. Por eso, no extraña que para su ópera prima como guionista y director haya optado por una comedia romántica ambientada en el mundo de la magia. Martín (Juan Grandinetti) trabaja todas las noches como crupier en el casino porteño y de día se dedica a practicar trucos con cartas. Su mejor amigo es El Rubio (Lautaro Delgado Tymruk), una suerte de gurú pero cuyo principal talento pasa por ser... carterista. Una noche, ambos asisten a un show de magia, donde Martín conoce a Sofía (Carolina Kopelioff), la novia del ilusionista que está sobre el escenario. Es amor a primera vista y, desde entonces, todo cambiará en la vida del protagonista. Incluida su relación con la magia. Lo mejor del film -que tiene un homenaje explícito al mítico René Lavand en el personaje que interpreta Romina Gaetani, cameos como el del director Andy Muschietti y la participación especial de un campeón mundial de magia como Henry Evans- tiene que ver con la recreación de un mundillo que Tabany conoce de primera mano y un buen uso de los efectos visuales para construir la veta fantástica del relato. No se trata de un mérito menor en el contexto actual del cine argentino.
La nueva película de la dupla conformada por el director Marcos Carnevale y el protagonista Adrián Suar (ambos además coguionistas del proyecto) estuvo a pocos días de ser lanzada en marzo pasado en los cines argentinos, pero su estreno fue cancelado a último momento por la pandemia del Coronavirus y terminó siendo adquirida por Netflix. Este flamante trabajo de los responsables de El fútbol o yo luce siempre fuera de registro tanto en su incursión en el género de la comedia de enredos como en su mirada dominada por la misoginia, los lugares comunes y los estereotipos. Cine elemental y desteñido. Cuesta creer (y entender) que Carnevale y Suar hayan escrito a cuatro manos una película como Corazón loco, en la que nada funciona como pretenden. El problema principal, de todas formas, no es que sea una comedia sin gracia ni timing, con gags torpes, situaciones forzadas, personajes desdibujados o actuaciones fuera de tono. Es una historia construida desde una mirada que atrasa y que muy probablemente irrite (con toda razón) a muchísimas mujeres. Entre imágenes capturadas con drones (puro regodeo) y constantes PNTs (estamos ante uno de los ejercicios de product placement más burdos que se hayan visto en mucho tiempo), Corazón loco nos sumerge en la dinámica de Fernando Ferro (Adrián Suar), un traumatólogo que lleva una doble vida (literal): de lunes a jueves, convive desde hace 19 años en Mar del Plata con su esposa Paula (Gabriela Toscano), una maestra jardinera, y dos hijas adolescentes; mientras que de viernes a domingo su pareja en CABA es Vera (Soledad Villamil), una especialista en nefrología con la que está desde hace casi una década y con la que tiene un hijo de cinco años. Mentiroso compulsivo, pero al mismo tiempo un tipo de buen corazón y mejores intenciones, Fernando para siempre en su camino de ida (o de vuelta) en la ruta 2, cambia de auto y se convierte en el marido ideal para la mujer de turno: la sumisa, ingenua y tradicional Paula o la más moderna, enérgica y exigente Vera (aquí no hay lugar para grises, matices, todo está trabajado con opuestos siempre subrayados). Pero todavía falta lo peor: cuando tras un accidente la farsa se derrumbe ambas mujeres sumarán fuerzas para la venganza. Los personajes femeninos se convertirán entonces en sádicas revanchistas, mientras que el atribulado bígamo Fernando (con el que seguiremos empatizando tras sus múltiples pedidos de disculpas) se transformará en víctima. Ni al peor Enrique Carreras de los años '80 se le podría haber ocurrido una historia tan pobre, maniquea y elemental como la que rodó el director de Elsa & Fred, Tocar el cielo, Anita, Viudas, Corazón de León, El espejo de los otros, Inseparables, El fútbol o yo y No soy tu mami. Suar, un actor de indudable popularidad con títulos como Un novio para mi mujer, Me casé con un boludo y Dos más dos (aquella historia de swingers luce de una audacia suprema en comparación con esta exploración del “poliamor”), construye uno de los papeles más desteñidos y monocordes de su carrera. Peor aún resulta la suerte de Soledad Villamil y Gabriela Toscano, dos muy buenas actrices (cuando tienen personajes a su altura y son cuidadas desde la dirección) que aquí están sometidas por un film dominado por los prejuicios, los estereotipos y un machismo que ya parecía perimido en el cine argentino.
Tras su paso por festivales como los de Annecy y Mar del Plata, se estrena en TV y streaming esta nueva producción animada del director de El sol. Con remiscencias de (y homenajes a) El eternauta, pero también con elementos propios del cine de Hayao Miyazaki (y del animé en general) y un desenfado en el lenguaje y en la forma que por momentos remite a los slackers noventistas de Beavis and Butt-Head, Lava describe las desventuras de los cuatro protagonistas en medio de una invasión en principio de carácter extraterrestre (aunque las criaturas más aterradoras son unos gatos gigantescos). Mientras se juntan a ver series y películas, Débora (la voz de Sofía Gala Castiglione), Nadia (Justina Bustos), Lázaro (Martín Piroyansky) y Aníbal (el propio Blasco) empiezan a percibir unas extrañas interferencias en las distintas pantallas. Pronto descubrirán que no se trata de una eventual falla en las comunicaciones sino del inicio del avance de una fuerza bastante más amenazante y devastadora. Aunque el guion es un poco caótico y derivativo, esta combinación entre la comedia juvenil y la ciencia ficción (llena de guiños a la cultura pop y de participaciones especiales de famosos) tiene un encomiable despliegue visual con una sencilla pero no por eso menos subyugante y eficaz animación en 2D.
Isadora Duncan (1877-1927) fue una eximia bailarina y coreógrafa, considerada por la mayoría de los especialistas pionera de la danza moderna. Más allá de los debates culturales, lo cierto es que su vida cambió para siempre el 19 de abril de 1913, cuando un automóvil que conducía a sus hijos Deirdre y Patrick, de seis y cuatro años, y a la niñera que los cuidaba cayó al río Sena en París y los niños murieron ahogados. Como explica en su autobiografía, ella jamás logró recuperarse del impacto, pero el baile y la docencia funcionaron desde entonces como bálsamo frente a la pérdida y la ausencia. Apeló, como tantos otros, al poder curativo del arte y -en especial- del lenguaje corporal. Con ese pretexto, el cineasta francés Damien Manivel (consagrado mejor director en el Festival de Locarno 2019 y ganador de una mención especial en San Sebastián por esta película) rodó tres historias de mujeres vinculadas de forma directa al legado de Duncan y más precisamente a su obra La madre (que ella concibió en medio del dolor por la muerte de sus hijos): una joven bailarina que se obsesiona con esa coreografía, la relación de una profesora de danza y su alumna con síndrome de Down; una veterana y obesa mujer negra que apenas puede desplazarse con su bastón. Ellas cuatro, también atravesadas por el dolor, encuentran en el baile una forma de exorcizar las angustias íntimas en un relato lleno de lirismo, belleza y esa sensibilidad tan particular del realizador de Un jeune poète, Le Parc y Takara: La nuit où j'ai nagé.
Tras El patrón, radiografía de un crimen (2014) y El hijo (2019), Sebastián Schindel consigue con Crímenes de familia su película más rigurosa, ambiciosa e inteligente dentro de una filmografía que comenzó con varios documentales (Rerum Novarum, Germán, Que sea rock, Mundo Alas, El rascacielos latino) y en los últimos años ha abrazado de lleno la ficción, aunque sin descuidar la crítica social. Entre el drama y el thriller, Crímenes de familia aborda distintas temáticas muy actuales (la corrupción de la Justicia, las diferencias de clase, el consumo de drogas, la violencia de género, los embarazos no deseados, la sororidad entre mujeres, los alcances del movimiento feminista y un largo etcétera), pero -contra todas las presunciones- nunca pierde el eje, sabe dosificar los distintos elementos de la trama, logra darle carnadura a cada personaje, va adosándole con convicción nuevas capas al relato y construye una narración con tensión y suspenso hasta el desenlace final. Puede que en algún momento ciertas denuncias resulten un poco obvias (como a la hora de exponer las maniobras más turbias de los grandes estudios de abogados en connivencia con los juzgados), pero el guion de Schindel y Pablo Del Teso es en casi todo su desarrollo un mecanismo bastante aceitado que luego tiene su correlato en una clásica, cuidada, precisa e intensa puesta en escena. La protagonista casi absoluta del film es Alicia (Cecilia Roth), una mujer de clase media-alta que vive en una casona de Recoleta con su marido, Ignacio (Miguel Angel Solá), la empleada doméstica, Gladys (Yanina Ávila), y el pequeño hijo de ésta, al que prácticamente la “patrona” se encarga de educar. Más allá de ese ámbito doméstico, deambula Daniel (Benjamín Amadeo), el hijo del matrimonio que, además de sus permanentes estafas y de la adicción a drogas duras, corre serio riesgo de volver a prisión por el juicio que le hace su ex esposa, Marcela (Sofía Gala Castiglione), quien lo acusa de reiterados y crecientes actos de violencia. La estructura del film se va complejizando (hay dos procesos judiciales y una narración pendular en el tiempo), pero Crímenes de familia se sigue con interés y -si se tiene la necesaria paciencia- la recompensa es estimulante. Las actuaciones son todas sólidas (con puntos muy altos en los trabajos de Roth, Amadeo, Avila y el secundario de Paola Barrientos como una psicóloga) y también se destacan los aportes del director de fotografía Julián Apezteguía, del músico Sebastián Escofet y de Daniel Gimelberg en el arte. De lo mejor del cine argentino de esta complicada cosecha 2020.
Miguel Grinberg es una leyenda del periodismo de rock, de la poesía, del arte contracultural. Escritor, fotógrafo, traductor, pensador y -como él mismo sostiene- dueño de una "sensibilidad mística", fue cronista y al mismo tiempo protagonista de los inicios del rock nacional, estuvo ligado al movimiento beatnik y fue amigo de, entre otros, Jonas Mekas y Allen Ginsberg. Descendiente de judíos polacos que se dedicaron a la marroquinería, Grinberg surcó todas las décadas desde la de 1960 y siempre dejó su sello. Fue probablemente el primer biógrafo del rock nacional tanto desde la palabra escrita como desde la oralidad, pero también fue un insoslayable performer, conductor y a su manera también un profeta espiritual. Este primer documental de Federico Rotstein (Terror 5) comienza con la celebración de sus 80 años (ahora está por cumplir 83) y luego apela a sus siempre valiosos, fascinantes e inteligentes testimonios en los que recuerda desde sus viajes introspectivos hasta sus encuentros con Henry Miller, sus colaboraciones con Juan Carlos Kreimer, su pasión por la cultura estadounidense, los hallazgos de la revista Eco Contemporáneo y su mirada política siempre provocativa hasta llegar al multitudinario homenaje que se le realizó en el teatro Gran Rivadavia. Verlo en su oficina de la avenida Belgrano atiborrada de cajas, sobres, libros y revistas, intentando dialogar en varias videollamadas con su amigo Mekas o recorriendo parte de su archivo de imágenes son algunos de los placeres de Satori Sur, un tributo a la altura de este mito viviente, tan lúcido como incansable, que nunca se ha contentado con la veneración ni ha dejado de producir.
El 1º de noviembre de 2017 murió, con apenas 59 años, Pablo Cedrón. Felicidades, El aura, Aballay, el hombre sin miedo y El movimiento fueron algunos de sus notables aportes al cine. Con bastante demora se produce el estreno póstumo de este film que lo tiene como protagonista y -aunque está lejos de ser de sus mejores películas- verlo una vez más en pantalla produce una mezcla de fascinación y melancolía. Y melancólicos son de por sí los climas de Caballo de mar, una combinación entre el film noir con ambientes lúgubres y personajes torturados, el policial (hay un agente que persigue al protagonista porque lo considera cómplice de un robo) y el drama romántico. Cedrón es Rolo, un marinero al que en la primera escena vemos a bordo de un barco. Una vez en tierra para una breve escala (tiene aún por delante un largo viaje), entra en un decadente bar portuario para tomar un vaso de vino. Allí es abordado por Leo (Martín Tchira) y, desde ese momento, comenzará su progresivo descenso a los infiernos. La obsesión por Dora (Ailín Zaninovich) y la constante manipulación de la que es objeto por parte de Loyola (Alfredo Zenobi) lo convertirán en un alma en pena. Más allá de la prolija fotografía de Fernando Marticorena y de los aportes musicales de Christian Basso, este debut en la ficción de Busquier luce demasiado frío, distante y artificial como para generar algún tipo de empatía e identificación emocional.
Francisco D'Eufemia y Javier Zeballos estrenaron en el Festival de Mar del Plata 2016 Fuga de la Patagonia, una poco habitual y muy valiosa incursión en el western. Menos de dos años después, D'Eufemia (ya en solitario) presentó en un par de muestras internacionales (Pingayo, Tallinn Black Night) un film que, a su manera, recupera cierta impronta, estética y claves del western, aunque con una historia que en primera instancia remite al drama y al policial. Pablo Silva (un correcto Rodrigo de la Serna en su papel de recio) es asignado de forma temporaria al destacamento de guardabosques en el Parque Pereyra Iraola. Llega luego de un breve paso por la cárcel y con antecedentes que dejan más dudas que certezas. Allí lo reciben -sin demasiado entusiasmo- Mario Venandi (Walter Jakob), un ex militar que es el jefe del sector, y dos compañeros: Mariano Rodríguez (Facundo Aquinos) y a Camila Márquez (Belén Blanco). En uno de los primeros recorridos por la zona, Pablo encuentra un perro que ha muerto luego de quedar atrapado en una trampa. Es el primer indicio de lo que luego será algo evidente: allí opera una banda de cazadores furtivos ligada con traficantes de animales en un negocio por demás lucrativo. Como en todo buen western, Silva es un héroe de dudosa moral, inclasificable, lleno de enigmas y contradicciones. ¿En verdad querrá combatir a esos delincuentes o apuesta a quedarse con una buena tajada del negocio? El film tiene una narración abigarrada y tensa, mientras que en el terreno visual se luce la fotografía de Diego Poleri. Si bien la tensión y la incógnita se sostienen hasta el final, Al acecho luce un poco elemental en su construcción y sus alcances dramáticos, aunque nunca deja de ser un buen exponente de cine de género.