Juliana (Mónica Antonópulos) y Bruno (Ezequiel Tronconi) están en pareja desde hace ocho años. Ella es una exitosa conductora de televisión; él, en cambio, no pudo concretar el sueño de dedicarse al rock, aunque es dueño de una distinguida vinería. Ella siente que ya es tiempo de ser madre; él, en cambio, tiene todas las dudas del mundo. Lo que parecía hasta entonces una relación bastante armoniosa, empieza a crujir. Las contradicciones e incompatibilidades de estar transitando distintos momentos de la vida se perciben cada vez con mayor intensidad. En medio de su confusión íntima, de su incapacidad para asumir las responsabilidades de la adultez, de un pánico que lo descoloca, ese adolescente tardío que es Bruno inicia un affaire con la atractiva empleada de su negocio (Yamila Saud) ¿Una provocación? ¿Un autoboicot? ¿Una fuga hacia adelante? Ese es el planteo de este film codirigido por Juan Pablo Sasiaín (La Tigra, Chaco, Choele, Traslasierra) y el protagonista Tronconi. Lo mejor de la película pasa por las actuaciones, pero el conflicto central resulta bastante elemental, dominado por los lugares comunes en la exploración de la culpa y la angustia del hombre inmaduro, y con una puesta hiperestilizada (la fotografía de Eric Elizondo parece propia de un comercial de 75 minutos) que no hace más que generar distanciamiento. Hay algunos breves pasajes en los que El encanto gana algo de intensidad emocional (como el reencuentro de Bruno con su padre cool que interpreta Boy Olmi), pero el guion coescrito por los propios Sasiaín y Tronconi es tan esquemático como previsible y ni siquiera las buenas interpretaciones pueden salvar ese material del naufragio dramático
En 2008 la editorial española Capitán Swing le encomendó a Sebastián Kohan Esquenazi que gestionara un libro clásico sobre fútbol para (re)publicar. Finalmente, el elegido fue Fútbol, dinámica de lo impensado, de Dante Panzeri. El interés de Esquenazi por esta figura mítica (más citada que leída) continuó con este documental que, tras una década de investigación y múltiples mutaciones, estaba listo para su estreno en el BAFICI 2020. La pandemia lo impidió, pero ahora tiene su merecida revancha en el ámbito del streaming hogareño. Si sosteníamos que Panzeri -un tipo duro e imperturbable, combativo (justiciero), apasionado y transgresor, representante como pocos de aquella vieja escuela del periodismo hoy ya en vías de extinción- fue poco leído por las nuevas generaciones, mucho menos fue visto en imágenes. De hecho, uno de los aspectos más rotundos que deja en claro esta película (además de ratificar el talento como comunicador, la capacidad de provocación para incomodar al poder de turno, enfrentar a figuras del ambiente futbolero como Alberto J. Armando o José María Muñoz, la integridad moral y los principios y convicciones irrenunciables de su protagonista) es el penoso estado de los archivos audiovisuales en la Argentina. Conseguir imágenes de Panzeri (y eso que estuvo bastante tiempo en televisión) resultó una épica entre todas las empresas quijotescas que se planteó este proyecto. Con más hallazgos periodísticos (hay buenos aportes de Alejandro Caravario, Tomás Abraham, Ezequiel Fernandez Moores, Matias Bauso, Ruso Verea, Diego Bonadeo, Ariel Scher, Dante Zavatarelli, Daniel Guiñazú, Pablo De Biase, Carlos Ulanovsky, Tomas Sanz, así como de varios familiares entre los que aparecen su viuda Maria Luisa Maestri y sus hijos Sandro y Flavia) que ficcionales (las recreaciones con un Panzeri interpretado por Pol Ajenjo no aportan demasiado), la película apela al clásico recurso narrativo del director/investigador con un Kohan Esquenazi que va llamando a quienes conocieron a Panzeri (Carlos Salvador Bilardo es uno de los que se niegan a hablar), hurgando en los destartalados archivos y completando las piezas de un rompecabezas al que siempre parecen faltarle unas cuantas piezas. Panzeri vivió apenas 56 años, escribió no solo de fútbol sino también sobre natación, ciclismo, boxeo o automovilismo, dirigió durante 14 años la revista deportiva más importante de la historia argentina (El Gráfico, de dónde se fue porque quisieron imponerle la publicación de una columna firmada por Alvaro Alsogaray) y -en épocas de vacas flacas- siguió investigando con el mismo rigor en medios no demasiado prestigiosos. Fue uno de los pocos que denunció a los organizadores del Mundial '78 y murió -indignado, amargado, decepcionado, silenciado, amenazado y abandonado por casi todo el mundo- un par de meses antes de ese evento. Este documental, más allá de sus múltiples hallazgos y sus escasas carencias, es entonces una forma de reparación, de reivindicación, de sacarlo del más injusto de los olvidos.
El 28 de mayo de 2015, a los 59 años, murió a causa de un paro cardiorrespiratorio Silvia, la madre de la directora y quien da título a la película. Apenas seis meses después, María Silvia Esteve emprendió la tarea de visualizar cientos de horas grabadas en VHS por su padre Carlos. Luego de procesar, intervenir, reflexionar y bucear en esos materiales y en los sentimientos más profundos, que van desde el dolor a la compasión, surgió Silvia, un ensayo de una crudeza, una honestidad y una sensibilidad desgarradoras. Silvia es mucho más que un mero ejercicio de found-footage o una home movie complaciente, ya que en verdad se trata de una exploración íntima por parte de la realizadora -con aportes de los recuerdos sus dos hermanas- de una vida marcada por la violencia intrafamiliar, comportamientos psicopáticos, depresiones, internaciones y las contradicciones de una mujer que se fue sometiendo a los dictados ajenos en contra de sus deseos. Desde Guatemala a la Argentina y de allí a Chile (por designios de una carrera diplomática que marcó siempre la dinámica familiar), la película -algo así como una cruza entre Tarnation, de Jonathan Caouette, y El silencio es un cuerpo que cae, de Agustina Comedi- nos propone un viaje externo e interno que es al mismo tiempo una denuncia contra el machismo, una carta de amor, un ejercicio catártico y un acto de reparación.
No es la primera vez que el cineasta Andrés Di Tella aborda en sus obras aspectos autobiográficos en ensayos audiovisuales que parten de lo familiar para alcanzar luego inesperadas dimensiones históricas, económicas y/o sociopolíticas. Tras La TV y yo (2002) y Fotografías (2007), el director de Prohibido, Montoneros, Hachazos y 327 cuadernos se centra en Ficción privad a en la relación entre su padre Torcuato y su madre Kamala, una mujer muy especial nacida en la India. Con elementos íntimos (el realizador aparece en pantalla con su hija Lola), ficcionales (dos intérpretes como Denise Groesman y Julián Larquier "actúan" a partir de las cartas que durante más de tres décadas se fueron enviando Torcuato y Kamala), participaciones especiales como las del también director Edgardo Cozarinsky, quien conoció de cerca a los padres de Andrés, y un frondoso material de archivo que permite reconstruir una historia que va de un kibutz en Israel en 1952 hasta Hampstead en Londres, pasando por una etapa en Madras en la India, Di Tella va de lo privado a lo universal, de las historias mínimas de sus seres queridos a una mirada más abarcativa sobre el siglo XX con incesantes viajes, encuentros y desencuentros, las utopías socialistas y las rebeldías frente a los mandatos familiares. El resultado es un film catártico y melancólico, triste y doloroso por momentos, pero siempre bello y fascinante.
Bernarda es la patria son muchas películas en una. Y, aunque no todas las partes son igual de interesantes y profundas, el todo no deja de ser valioso y en varios pasajes fascinante. En los poco más de 70 minutos de este primer largometraje documental del director de Las hermanas L., 8 semanas y La noche del lobo (aquí con Albertina Carri como coguionista y coproductora) se aborda la puesta en escena del clásico (aunque en una versión nada clásica) La casa de Bernarda Alba, de Federico García Lorca; pero también la historia del movimiento under de la primavera alfonsinista con eje en el mítico Parakultural de la calle Venezuela al 300 (aunque algunos protagonistas se burlan diciendo que ellos empezaron antes y luego les copiaron la fórmula), del transformismo en la Argentina y, más puntualmente, de Willy Lemos, quien luego de un inicio con estructura coral y espíritu generacional se convierte en el eje principal del relato. La producción se extendió durante cinco años (algunos participantes incluso fallecieron en ese lapso) y el proyecto fue mutando, especialmente con el ingreso de Carri. La película pone en cuestión (y por momentos en tensión) esos cambios de rumbo, un poco como la directora lo había hecho en su influyente Los rubios. Más alla de su estructura de cine dentro del cine (y de teatro dentro del teatro), la película crece y encuentra su rumbo (y su corazón) cuando Lemos reconstruye su historia personal y la del transformismo que tan violentamente fue reprimido desde fines de la última dictadura e incluso durante varios años de democracia (y a eso hay que sumarle la posterior paranoia y los prejuicios sociales por el SIDA). Con desenfado y desparpajo, con una nostalgia -por suerte- no demasiado exacerbada, se produce un viaje a aquellos tiempos de “La Gran Markova”, Alejandro Urdapilleta, Batato Barea y Humberto Tortonese, El Clú del Claun, las Bay Biscuit, Gambas al Ajillo, Los Peinados Yoli y Besos de Neón. Incluso varios de los héroes y heroínas de la época, como Mosquito Sancineto, Verónica Llinás y Fernando Noy, aparecen con mayor o menor preponderancia en distintos momentos del documental. Si bien Lemos y Noy terminan en el Xirgu, en (lo que queda de) Cemento y el Parakultural, Bernarda es la patria no tiene pretensión de ser un trabajo sobre el movimiento contacultural en su conjunto, sino sobre todo del de aquellas primeras drag queens: el transformismo como el under dentro del under. Por momentos un poco caótico y derivativo, el film de Schipani (quien no tiene miedo de definir a su proyecto como “pastiche”) abarca demasiados terrenos y la sensación (por la riqueza de muchos testimonios y materiales de archivo) es que se podría haber profundizado en varios de ellos. No es una queja, quizás sí un poco de desilusión. De todas formas, Bernarda es la patria no deja de ser un trabajo disfrutable y querible, tan tierno como doloroso. Un canto a la diversidad sexual y artística. Una oda a la libertad.
En medio del aluvión de producciones hechas en pleno confinamiento hogareño ( Netflix acaba de estrenar Hecho en casa y en simultáneo se lanzó la rumana 9 relatos de amor y odio en cuarentena ), llega esta antología de ocho cortos dirigidos y protagonizados por un auténtico seleccionado del cine argentino. Si bien ciertas problemáticas se repiten en relación con esas y otras producciones extranjeras (la angustia por el aislamiento, la soledad, las crisis de pareja o las nuevas relaciones a distancia), hay en Murciélagos varias cuestiones que solo podían filmarse en la Argentina, como las del corto "El médico", de Daniel Rosenfeld , en el que Oscar Martínez interpreta a un doctor gay que es intimidado, amenazado por sus vecinos del edificio por el supuesto riesgo de contagio, al extremo de no animarse a abrir la puerta cuando le tocan el timbre: un encierro íntimo dentro de un encierro general. Las desventuras de un padre recientemente divorciado ( Luis Ziembrowski ) que se ha mudado a una casa prestada y debe lidiar con la crianza de su hija preadolescente en "Separado", de Paula Hernández ; o la tragicómica relación de amor solapada y a distancia entre un ferretero ( Carlos Belloso ) y una joven que se ha quedado sola ( Moro Anghileri ) en "El desacato", de Hernán Guerschuny , son dos de los mejores segmentos de un proyecto irregular, con inevitables desniveles, pero también con unos cuantos hallazgos de humor negro (y con unos cuantos murciélagos, "culpables" de la pandemia, sobrevolando en pantalla) que intentan sintonizan con las sensaciones propias de estos tiempos de nuevas experiencias individuales, familiares y sociales.
El prolífico director recupera buena parte de la potencia y la capacidad de sorpresa de sus primeras películas con esta historia que, desde la ficción, reconstruye aspectos reales de las historias de vida de varias transexuales y travestis del sur del conurbano bonaerense. Morena (Morena Yfrán) ha trabajado desde los 16 años en un taller textil y, entre el acoso de alguno de sus compañeros y la solidaridad de otros, ha experimentado durante esa larga etapa su transición y su nueva forma de vida. En el terreno afectivo, ella mantiene una relación con un hombre que le oculta que en verdad está casado, es padre y lleva una doble vida. Claudia (Maryanne Lettieri) se ha recibido de profesora e inicia su primera suplencia, pero pronto descubrirá que no es precisamente bienvenida por la directora del colegio ni mucho menos por la madre de uno de sus alumnos. Myriam (Emma Serna, es una joven y atractiva travesti que ejerce la prostitución con protección policial y a la que le cuesta todavía más que a sus dos amigas conseguir algún mínimo de estabilidad. Ellas son las protagonistas (aunque en la estructura coral hay espacio para otras historias como la de la Marcia de Belén D'Andrea) de una película en la que Campusano -sin por eso esconder o minimizar los miedos, riesgos y desafíos que sus heroínas enfrentan- luce particularmente mesurado. Hay desnudos, hay encuentros sexuales, hay escenas de violencia que exponen los prejuicios sociales que todavía imperan y las tienen como principales víctimas, pero Bajo mi piel morena es una película bastante recatada, más enfocada en lo psicológico, en los sentimientos de sus personajes, que en provocar impacto a partir de un regodeo en la sordidez. Cuando Campusano se pone al servicio de sus tres protagonistas (las deja fluir frente a cámara) la película gana en empatía, encanto y vitalidad. En cambio, cuando son ellas las que quedan a merced de ciertos diálogos algo ampulosos y sobre-escritos es cuando lucen más forzadas y menos creíbles. El uso de las locaciones reales (o muy similares a las verdaderas) en las que viven, trabajan o se divierten las personas / personajes de Bajo mi piel morena le otorgan a la película una verosimilitud y una autenticidad muy intensas incluso dentro de una filmografía como la de Campusano que suele desarrollarse en lugares muy particulares del Gran Buenos Aires (aunque últimamente ha viajado con sus historias por otros lugares del país y hasta del exterior). No es que Campusano se haya convertido de golpe en un director austero, demagógico y calculador, tampoco que haya perdido la esencia de su cine que por momentos puede lucir algo torpe y ampuloso, pero que generalmente resulta potente, fascinante y audaz. En ese sentido, Bajo tu piel morena es una lograda, respetuosa y sensible incursión en un micromundo dominado por la marginalización y que en general suele ser abordado desde la estigmatización, el prejuicio o -con una postura muchas veces militante- desde la denuncia horrorizada. Campusano cuenta una realidad dura y compleja, pero afortunadamente no cae en ninguno de esos dos extremos.
Daniel Melero (62) es uno de los músicos más importantes del rock nacional de las últimas cuatro décadas. Sin embargo, cuando parecía que su destino inexorable era el de convertirse en estrella, decidió correrse del mainstream, optó por caminos laterales, independientes, experimentales y hasta podría decirse que incómodos. Tampoco sus opiniones han sido complacientes ni demagógicas (basta escuchar lo que dice de su participación en el disco Oktubre de Los Redondos) y todas esas características (su audacia, su rebeldía y su capacidad de provocación) surgen por momentos en este documental de Roly Rauwolf. Cuando llegan los créditos finales aparece un cartel que dice “Primera parte” y, aunque por el momento no hay una segunda en camino, queda claro incluso desde el título que este retrato es “incompleto” a la hora de explorar las múltiples facetas y períodos artísticos de Melero. Pero no nos quedemos con el vaso medio vacío sino con los hallazgos de un film que recupera aquellos primeros tiempos con Los Encargados, banda pionera del tecno local, y como artista que hizo múltiples y no menores aportes para el éxito de Soda Stereo. Figura de culto, admirado más por sus colegas y los críticos musicales que por las masas, Melero siempre se sintió una rara avis, un poco marginal e incomprendido y, en ese sentido, hasta alimentó la autoparodia como su recordada participación en el programa Todo x dos pesos del año 2000, en el que terminaba siendo linchado por una turba (más de una vez en la vida real las huestes rockeras le habían demostrado su violencia en el marco de festivales masivos). Con discos como Silencio o Conga, Melero llegó a varios de los picos creativos de los años '80; el primero, con Los Encargados (“hoy siento que ya estábamos separados cuando lo grabamos”, admite), y el segundo ya como solista pero todavía con mucho material de aquella etapa. En un momento del film, el protagonista recuerda que Los Encargados grababa de madrugada (de 2 a 9 AM), porque antes Virus estaba concibiendo Relax y un día apareció en el estudio Luis Alberto Spinetta, que por entonces registraba Privé, y les dijo que le gustaba mucho la banda liderada por Melero, quien hasta hoy se lamenta por la penosa respuesta que tuvo. Más allá de la anécdota, lo cierto es que en ese ámbito se estaban cocinando varias de las mejores canciones del rock ochentista. Queda la sensación de que una hora es poco para sintetizar la carrera de Melero y que Rauwolf no siempre logra sintonizar desde la estética y la forma con la constante experimentación del artista. De todas formas, la posibilidad de ingresar en la intimidad de los ensayos y grabaciones muchas veces vedadas por un músico bastante secreto, de conocer su pensamiento siempre lúcido y de acceder a los materiales de archivo aportados por el propio Melero (no se pierdan la versión casera de esa gema llamada Orbitando que se muestra completa después de los títulos de cierre) hacen del documental una experiencia disfrutable. En ese sentido, Retrato incompleto de la canción infinita podría verse como una suerte de demo, un primer acercamiento a una figura clave que, ojalá, tenga nuevas aproximaciones desde un universo audiovisual que él también supo cultivar con asiduidad en su multifacética y brillante carrera.
Inquietante acercamiento a las desventuras de una niña sometida por el líder de una secta en el sur de Chile con la siempre provocadora mirada de la directora de Joven y alocada. Tras su elogiado debut con Joven y alocada (2012), la directora chilena Marialy Rivas filmó esta fascinante y al mismo tiempo desgarradora historia ambientada en el seno de una secta en el sur de su país. Miguel (Marcelo Alonso), líder y profeta de una comunidad neo-hippie, autogestionaria y religiosa, ha elegido a Tami (Sara Caballero), una niña de 11 años que vive allí, para que -apenas tenga su primera menstruación- engendre el hijo puro y santo que tanto desea para que sea su heredero y continuador. Sin embargo, como es la única integrante de ese clan -que vive aislado en el medio del bosque- que concurre a la escuela, Tami comienza a vincularse con uno de sus compañeros y su maestra empieza a sospechar que algo extraño ocurre. No conviene adelantar nada más, pero el film -que comparte algunos elementos con la estadounidense Martha Marcy May Marlene- contrapone el universo cerrado de la secta con el del pueblo donde está el colegio. Princesita -inspirada en un caso real- tiene cosas que funcionan muy bien (una puesta en escena hipnótica, casi propia de un cuento de hadas perverso, que remite por momento al cine de Lucile Hadzihalilovic y en el que mucho aportó el director de fotografía Sergio Armstrong, el mismo de El club y Neruda) y otras que distancian demasiado (una voz en off abrumadora y machacantes efectos de sonido), pero el balance final es tan valioso como inquietante. Aunque en principio poco tiene que ver con el tono bastante más lúdico y desprejuiciado de Joven y alocada, esta nueva película de Rivas comparte la apuesta por la provocación y la reivindicación de sus jóvenes heroínas.
El retiro es el momento más traumático para cualquier deportista de élite y ese es precisamente el punto de partida de Reset: Volver a empezar , documental de Alejandro Hartmann (AU3: Autopista Central, Escrito con sangre, Hospital público) sobre Fabricio Oberto . A los 45 años, este integrante de la Generación Dorada y campeón de la NBA con los San Antonio Spurs nos abre la puerta de su intensa vida persona l (recorre el país dando clínicas para jóvenes, hace deportes extremos que incluye, por ejemplo, escalar el Aconcagua, comenta partidos en ESPN, es el vocalista de la banda de rock New Indians), pero confiesa que aún añora aquellos tiempos de competencia y adrenalina. Oberto se va reencontrando con el entrenador ( Rubén Magnano ) y con los campañeros con los que ganó la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Atenas 2004 ( Alejandro "Puma" Montecchia, Carlos Delfino, Rubén Wolkowyski, Hugo Sconochini, Pepe Sánchez, Luis Scola, Chapu Nocióni y Manu Ginóbili , entre otros) para recordar hitos y anécdotas de la Generación Dorada, pero también para compartir sensaciones sobre cómo lidiar con el inexorable final de la carrera profesional. Rodado entre 2016 y 2019 por un equipo técnico de brillantes profesionales , Reset es bastante más que un documental tributo: resulta una sensible, íntima e inteligente reflexión de alguien que se sobrepuso a múltiples dificultades (incluida una arritmia) y hoy buscar -como lo dice el subtítulo del film- volver a empezar, encontrar esa segunda oportunidad en la vida ya alejado de los focos y la gloria deportiva.