Cuando muchas óperas primas pisan sobre terreno firme, seguro, con un plan y un esquema que se pueden adivinar desde el inicio con bastante claridad, La omisión es una película desconcertante, incluso incómoda por momentos, cuyo personaje principal tiene múltiples capas y matices que se van desvelando de a poco, al igual que las características de un lugar tan particular y en varios aspectos inhóspito como Ushuaia en pleno invierno. La protagonista de la ópera prima de Schjaer es Paula (Sofía Brito), una joven madre que se ha instalado desde hace tres meses en esa ciudad para aprovechar los buenos ingresos y la variedad de empleos en época turística. Trabaja brevemente en la limpieza de un hotel y consigue también un puesto como guía turística. Sin embargo, la plata todavía no es suficiente para un objetivo superior que parece ser el de viajar y radicarse en Canadá. Además, como Diego (Pablo Sigal), quien es (o fue) su pareja y es además el padre de la hija de ambos, vive en la ciudad de Río Grande, la niña de tres años está al cuidado de una tía que ya está bastante harta de hacerles semejante favor. A la precariedad de la situación económica y familiar se le suma la precariedad íntima y psicológica de la propia Paula, cuyas motivaciones y actitudes son por momentos difíciles de entender y compartir (hay un encuentro sexual con un fotógrafo llamado Manuel interpretado por Lisandro Rodríguez, que es particularmente provocador). Lo interesante de La omisión es precisamente que desafía las expectativas, que nos conduce por caminos inesperados, llenos de obstáculos. Schjaer sabe integrar el mundo interior de Paula con las condiciones muchas veces hostiles y agresivas del entorno y de los distintos personajes secundarios. El trabajo visual con la DF Inés Duacastellal, el sonido de Pablo Lamar, las actuaciones y las búsquedas narrativas de pura cepa dardenneanas (por su estilo visceral y porque jamás juzga a su protagonista) están concebidos en función de construir un mundo interior y exterior (las indefiniciones de ella, los contrastes de una ciudad marcada por las contradicciones entre los lugareños y los “extranjeros” que llegan para hacer una diferencia en poco tiempo). Una película angustiante, difícil de encasillar, de asimilar y, precisamente por eso, decididamente fascinante.
La directora de Cielo azul, cielo negro, Cuando ella saltó y Eva y Lola incursiona en el documental con esta película sobre relaciones entre madres e hijas. En verdad, no se trata de un documental puro, sino de un híbrido que incluye elementos ficcionales con una suerte de road movie que registra el viaje que la propia directora emprende junto a su mamá, Leonor, y a sus hijas, Zoe y Joelle, rumbo a la ciudad de Paraná. Tres generaciones de una familia que intenta sanar ciertas heridas (léase rencores y reproches acumulados) en una experiencia casi catártica. El film es muy descarnado y emotivo cuando apela a lo autobiográfico, pero pierde parte de su fuerza y frescura cuando apela a testimonios de otras mujeres que hablan de sus experiencias como madres e hijas. Es decir, la dimensión íntima (que incluye fragmentos de viejas home-movies) resulta más valiosa que cuando la realizadora apuesta por una veta intelectual o el ensayo sociológico. "En este momento soy la madre de mi madre", dice una de las tantas mujeres que hablan a cámara. Es que Desmadre: fragmentos de una relación es, también, una reflexión sobre el paso del tiempo, sobre cómo van modificándose los lugares, las responsabilidades y hasta los mandatos familiares. Una película de una honestidad brutal a la hora de (re)pensar el lugar de la mujer y que sintoniza con estos tiempos de profundos cambios y replanteos.
El tercer largometraje del prolífico guionista Francesco Bruni es una comedia dramática que apuesta -por momentos con buenos recursos artísticos, en otros con una clara tendencia al subrayado- a conmover. El film tiene como protagonista a Alessandro (Andrea Carpenzano), un veinteañero de Roma que tiene una mala relación con su padre y un grupo de pertenencia bastante patético. Cuando lo obligan a acompañar en paseos diarios a Giorgio (Giuliano Montaldo), un poeta octogenario que sufre de Alzheimer, lo hace con el desagrado y la desidia de tantos jóvenes rebeldes. Pero, poco a poco, él y sus amigos empezarán a encontrar en cada visita al querible y confuso anciano múltiples encantos y misterios que le dan más espesor psicológico y matices narrativos a una película que va ganando en intensidad emocional. Italiano hasta la médula, Amigos por la vida es un relato de redención, redescubrimiento y resignificación que toca algunas fibras íntimas a la hora de exponer las contradicciones generacionales, los problemas de comunicación y la descontención de los jóvenes. Lo hace con sensibilidad y lirismo, aunque también apelando a unos cuantos lugares comunes narrativos y visuales. El extraordinario aporte del veterano Montaldo, director de clásicos como Sacco y Vanzetti, termina por inclinar la balanza a favor.
Qué bien le sienta esta nueva etapa a Bruno Dumont. Me gustan sus primeros films (áridos, austeros, flagelados), pero mucho más la actual, en la que aflora el humor, el desparpajo, la audacia, la experimentación y la creatividad sin límites. En este sentido, los hallazgos de Jeanette: L'enfance de Jeanne d'Arc se ubican por encima de la anterior Ma Loute (La bahía) y apenas por debajo de los de esa genial miniserie que fue P’tit Quinquin. ¿De qué se trata? De un musical punk ambientado en 1425 con la infancia (y luego la preadolescencia) de Juana De Arco, antes de que se convirtiera en heroína, santa y libertadora frente a los invasores británicos. La cosa sería más o menos así: como una película de Albert Serra pero con niños y monjas mellizas cantando y moviendo las cabelleras cual músico headbanger sobre el escenario. Dumont pasa del minimalismo más absoluto (casi todo está filmado en exteriores y con luz natural) a las situaciones con música estridente (hay pop, hip hop, folk, electrónica, rock industrial y heavy metal) gentileza de Gautier Serre (a.k.a. Igorrr) y coreografías de Philippe Decouflé. Lo fascinante del film de Dumont es que hay pocos gags (el único comic relief es el tío rapero que aparece sobre el final), nadie canta ni baila demasiado bien y, así y todo, el relato funciona de forma integral. Fue difícil seguir las letras de los temas (si bien estaban subtitulados al inglés), pero todo lo que se escucha es bastante fiel a los textos del libro El misterio de la caridad de Juana de Arco, del poeta francés Charles Peguy. Es probable que una propuesta de estas características y connotaciones irrite a más de uno, pero no creo que sea una película satírica ni blasfema. Dumont sigue apostando a los géneros en sus vertientes más deformes con un sello personal, una libertad, un desparpajo y un espíritu lúdico que se agradecen en el adocenado y previsible panorama del cine contemporáneo.
Hay algo entre patético y conmovedor en ver a los adultos jugando como niños. Y, por más absurda que pueda sonar la premisa de ¡Te atrapé!, está basada en un caso absolutamente real: en 2013 The Wall Street Journal publicó la historia de diez amigos que empezaron a jugar a los 9 años a una suerte de “mancha” y, 23 años más tarde, todavía seguían haciéndolo. ¿Cómo y cuándo? Durante cada mes de mayo los participantes se perseguían unos a otros sin importar donde estuvieran (en el trabajo, en la calle, en sus casas) y viajando si hiciera falta de ciudad en ciudad. ¿Un delirio que los llevaba a malgastar energía física y mental e incluso a dilapidar dinero? Puede ser, pero todos disfrutaban del desafío, de la emoción y de la alegría de conseguir atrapar al “rival” de turno. A partir de esa historia, Warner Bros. contrató a un director sin experiencia en el largometraje pero múltiples antecedentes en el universo de las series como Jeff Tomsic y a un importante elenco para concebir una comedia de enredos que, por momentos, parece una nueva entrega de la saga de ¿Qué pasó ayer? y, en otros, se asemeja más al espíritu de las sátiras torpes y lúdicas de Adam Sandler. Entre los protagonistas están Hoagie (Ed Helms), un veterinario casado; Chilli (Jake Johnson), el típico perdedor que se la pasa fumando marihuana; Bob (Jon Hamm), ejecutivo de una aseguradora; y Sable (Hannibal Buress). Su objetivo será encontrar y atrapar al huidizo Jerry (Jeremy Renner), un gurú del fitness que está a punto de casarse y pretende abandonar el ritual “invicto”. Claro que el personaje de Renner parece una mezcla de los personajes que hizo para las sagas de The Avengers, Misión: Imposible y Bourne: no será tan fácil siquiera tocarlo. La película es una mirada humorística, sí, pero también bastante impiadosa a la masculinidad modelo 2018 con protagonistas queribles, pero que al mismo tiempo exponen un alto grado de frustración en sus vidas que se ve de alguna manera compensada con esa alienación lúdica. Simpática y fluida, pero al mismo tiempo algo efímera y banal, ¡Te atrapé! resulta, al fin de cuentas, una disfrutable comedia con un digno nivel de gags físicos y verbales.
A 25 años del estreno de Jurassic Park, el clásico film de Steven Spielberg, llega la quinta entrega de la saga relanzada en 2015 con Jurassic World - Mundo Jurásico. En este caso, no dirigió Colin Trevorrow (quien figura como coguionista y rodará Jurassic World 3 para su lanzamiento en 2021), sino el catalán J.A. Bayona, quien viene sumando puntos dentro de Hollywood con títulos como El orfanato, Lo imposible y Un monstruo viene a verme. Con Jurassic World - El reino caído, Bayona contó con un generoso presupuesto de 170 millones de dólares para narrar una historia protagonizada otra vez por Owen Grady (Chris Pratt) y Claire Dearing (Bryce Dallas Howard), quienes son contratados para regresar al arrasado parque en la isla costarricense de Nubar (que encima tiene un volcán en erupción) por el ambicioso Eli Mills (Rafe Spall), que pronto mostrará sus verdaderas intenciones de atrapar a los dinosaurios del lugar y transportarlos a tierra firme para vendérselos a un multimillonario (Toby Jones) y profundizar las investigaciones genéticas. Bayona pendula con indudable oficio entre cierto espíritu spielbergiano y algunos pasajes de terror gótico (la marca “autoral”), pero la película -más allá de algunos pocos pasajes de humor negro y de algunas escenas visualmente sobrecogedoras- no sale de una correcta medianía, de las limitaciones de una fórmula que este subgénero ayudó a construir y no tiene ningún prurito en reciclar. No hay en Jurassic World - El reino caído grandes sorpresas: aparecen nuevos personajes juveniles y hasta infantiles y -para los nostálgicos- regresa brevemente nada menos que el Ian Malcolm de Jeff Goldblum (coprotagonista de las dos primeras entregas), pero el personaje no tiene demasiado espacio para su lucimiento. Más allá de la solvencia narrativa de Bayona, el principal hallazgo de la película pasa -otra vez- por los diseñadores, los magos de los efectos visuales que son capaces de reproducir enfrentamientos entre violentas criaturas incluso en ámbitos urbanos. Los dinosaurios no van a desaparecer. Al menos mientras sigan llenando las cuentas bancarias de Hollywood...
La directora de Be My Star yLonging ratifica en su tercer largometraje todo su talento con la inquietante historia de unos trabajadores de la construcción de Alemania que se instalan en la zona fronteriza entre Bulgaria y Grecia, donde deberán lidiar con los pueblerinos. El film tiene como protagonista a Meinhard (Meinhard Neumann), uno de los obreros germanos que, si bien quiere aprovechar la posibilidad laboral, empieza a empatizar cada vez más con los lugareños. La tensión crece con sus compatriotas y también con ciertos búlgaros poco amigos de los extranjeros. Western: Europa desigual y salvaje Diego Batlle SEGUIR 21 de junio de 2018 Western (Alemania-Bulgaria-Austria/2017) / Guion y dirección: Valeska Grisebach / Fotografía:Bernhard Keller / Edición: Bettina Böhler / Elenco: Meinhard Neumann, Reinhardt Wetrek, Waldemar Zang / Distribuidora:CDI Films / Duración: 100 minutos / Calificación: apta para mayores de 13 años / Nuestra opinión: muy buena La directora de Be My Star yLonging ratifica en su tercer largometraje todo su talento con la inquietante historia de unos trabajadores de la construcción de Alemania que se instalan en la zona fronteriza entre Bulgaria y Grecia, donde deberán lidiar con los pueblerinos. El film tiene como protagonista a Meinhard (Meinhard Neumann), uno de los obreros germanos que, si bien quiere aprovechar la posibilidad laboral, empieza a empatizar cada vez más con los lugareños. La tensión crece con sus compatriotas y también con ciertos búlgaros poco amigos de los extranjeros. ADEMÁS Cuando ellas quieren: gran film con dream team de estrellasLos deseos: la fiesta de la sordidez y el desamparo Trailer del film "Western" - Fuente: Youtube2:22 Se trata de un trabajo muy minucioso e inteligente sobre los prejuicios, las diferencias de clase, la xenofobia y las barreras idiomáticas y culturales, que apuesta a situaciones aparentemente superficiales (la aparición de unos caballos, un encuentro en un río donde nadan, un baile popular) para exponer los resentimientos, las contradicciones y las tensiones que hay entre las sociedades más opulentas de Europa como la alemana y las de otros países no tan favorecidos. Brillante exponente de la escuela de Berlín que renovó el cine alemán de las últimas dos décadas, Grisebach aborda en este neowestern un universo masculino (y machista) sin caer en las obviedades ni el trazo grueso. La directora construye un mundo reconocible (por momentos parece casi un documental) donde quedan en evidencia algunas problemáticas que Europa no puede, no sabe o no quiere ver.
Cómo hacer un cine más prolijo, de alcance más internacional, menos de gueto y visualmente más sofisticado sin por todo ello resignar la esencia y la potencia de su cine previo. Ese parece haber sido el desafío que asumió el director de Te creís la más linda (pero erís la más puta) y Soy mucho mejor que vos. La respuesta, contundente y positiva, hay que encontrarla en los méritos no menores de Dry Martina. Nadie mejor que Che Sandoval para encabezar una coproducción entre Argentina y Chile rodada a ambos lados de Los Andes porque desde hace muchos años vive a caballo entre Buenos Aires (donde empieza y termina el film) y Santiago (donde está el corazón de la historia). El conoce mejor que nadie las similitudes y diferencias entre el sentir y el decir de chilenos y argentinos. Y también conoce a la protagonista de la historia porque Antonella Costa fue su pareja en la vida real. Así, con algunos pocos elementos de inspiración autobiográfica, y mucho de escritura, de búsqueda y de intuición fluye con una velocidad e intensidad devastadoras esta comedia negra con algo de John Cassavetes, Woody Allen y el primer Almodóvar, en el que los diálogos y las escenas de sexo compiten por ser más explícitas, desafiantes y desprejuicidas. El film comienza con una huida. La Martina Andrade del título (Antonella Costa, pura dinamita y con look de estrella de oro de la época clásica) abandona el escenario en medio de un show, se sube a un taxi, se saca la peluca y se va en medio del acoso de unos fans chilenos que fueron a verla a ese concierto porteño. Pronto sabemos que ella ha tenido mejores épocas como diva pop con un par de hits, pero ahora está en plena crisis personal. Y si decimos personal es porque no es solo artística, sino también afectiva e incluso sexual (algo así como una ex ninfómana ahora frígida). Para colmo de males, su padre está en coma desde hace un año y ella se niega a dejarlo morir, su gata está en celo permanente (y se escapa cuando quiere castrarla) y así con todo... Película de enredos construida con vértigo y potencia furibunda, Dry Martina encontrará rápidamente a nuestra heroína -frustrada pero impulsiva- viajando a Chile en busca de César (Pedro Campos), un aspirante a periodista deportivo que representa la posibilidad de un amor más pasional que racional, y terminará enganchándose también con Francisca (Geraldine Neary), quien podría (o no) ser una hermana de la que no tenía noticias. La identidad, las responsabilidades, los deseos íntimos y cómo todos estas cuestiones muchas veces se potencian o entran en cortocircuito son los ejes de una narración con personajes que pueden darse unos cuantos cachetazos y a la escena siguiente compartir una botella de vino. Más allá de que Dry Martina luce mucho más elegante y cuidada que sus dos trabajos previos, Sandoval no hace ninguna concesión en términos de diálogos zafados y conflictos extremos (uno de los personajes, por ejemplo, tiene tendencias suicidas y todo el tiempo sobrevuela el tema de los hijos abandonados). No todo funciona a la perfección (como el personaje del “chongo”/rapper afroamericano de Francisca), pero la narración siempre fluye con su estilo urgente que dará lugar incluso a ciertos picos emotivos ligados al personaje de Ignacio, un novelista interpretado por Patricio Contreras. Lúdica y desgarradora a la vez, Dry Martina nos presenta a un renovado Sandoval ahora con el punto de vista y la mirada puesta en los deseos y las angustias de la mujer, pero también al mismo director de siempre: audaz, visceral y provocador.
No me las toquen, ópera prima como directora de la reconocida guionista y productora Kay Cannon, recicla varios de los elementos y estereotipos de lo que se conoció como nueva comedia americana (desde la sátira sexual hasta el humor escatológico, pasando por las inseguridades, los excesos y el descontrol adolescente), pero lo hace con una convicción, una honestidad y una sensibilidad que la convierten en una valiosa exploración (y reivindicación) de la intimidad femenina. Julie (Kathryn Newton), Kayla (Geraldine Viswanathan) y Sam (Gideon Adlon), amigas inseparables desde el jardín de infantes, hacen un pacto para perder la virginidad tras el baile de graduación de la secundaria. Cuando Lisa (Leslie Mann), la madre soltera de Julie; Mitchell (el luchador John Cena, toda una revelación); el confundido padre de Kayla, y Hunter (Ike Barinholtz), el padre divorciado de Sam, se enteran -fruto de un descuido tecnológico- del plan de sus hijas, saldrán a perseguirlas para impedirlo. Esta comedia de enredos expone sin prejuicios las contradicciones generacionales, el patetismo de unos padres que irán descubriendo en el trayecto sus propias miserias y ridiculeces, y las búsquedas personales de cada una de las chicas. Algunos espectadores podrán sentir rechazo ante la crudeza de varias situaciones, pero más allá de los vómitos, las drogas o los fluidos- No me las toquen es una comedia con mucho corazón.
Tras algunas joyas en el universo de la animación como El gigante de hierro (1999) y Ratatouille (2007) y de un par de incursiones en la ficción como, por ejemplo, Misión: Imposible - Protocolo Fantasma (2011), Brad Bird decidió retomar su exitoso film original de 2004 para una secuela que también ha escrito y dirigido: Los Increíbles 2 . Más allá de las inevitables comparaciones que cada espectador hará, lo cierto es que esta segunda entrega sobre la querible y sufrida familia de superhéroes mantiene muchos de los hallazgos (sobre todo en el terreno de la comedia física) conseguidos 14 años atrás. También se aprecia ahora una animación aún más prodigiosa y un personaje, como el bebé Jack-Jack, que se convierte en la gran revelación humorística del film con un protagonismo mucho mayor. Los Increíbles 2 comienza justo donde había terminado la primera. Las cosas para la familia Parr no resultan como esperaban, el programa oficial es cancelado, los superhéroes pasan a la clandestinidad y ellos se van a vivir a un motel en medio de la nada. Sin embargo, aparecerá Winston Deavor (Bob Odenkirk en la versión original), un multimillonario del negocio de las telecomunicaciones que, con el aporte de su hermana Evelyn (Catherine Keener), intentará reivindicar a ellos y a otros superhéroes con una campaña de marketing que realce sus aportes a la seguridad de la sociedad. La elegida como protagonista para esta operación será Helen (Elasticgirl) y no Bob. El gigantesco padre habituado a los gestos machistas, en cambio, deberá quedarse en el hogar cuidando a Jack-Jack (que desarrolla nuevos poderes), a Dash (y sus problemas con las matemáticas) y a la adolescente Violet (que atraviesa sus primeras experiencias románticas). La película, que combina comedia familiar con sofisticadas escenas de acción que nada tienen que envidiarles a las de la saga de James Bond o de la apuntada Misión: Imposible, fluye con ligereza y encanto durante unos 118 minutos que jamás abruman, aunque es cierto que esa duración -más el bello (y bastante audaz) cortometraje previo, Bao, tragicomedia sin diálogos protagonizada por personajes de la comunidad china- puede resultar un poco extensa para los niños más pequeños. Para los adultos, en cambio, será motivo de regocijo encontrar las inteligentes referencias, las sutilezas y los matices que suelen regalar los creadores de Pixar, así como -si es que el espectador elige una función con subtítulos- las voces no sólo de Odenkirk y Keener, sino también de Craig T. Nelson, Holly Hunter y Samuel L. Jackson como Frozono.