Didáctico y cuidado documental sobre la obra máxima del pintor flamenco. El Bosco - El jardín de los sueños (España-Francia/2016). Dirección y fotografía: José Luis López-Linares. Guión: Cristina Otero. Edición: Pablo Blanco Guzmán. Distribuidora: Zeta Films. Duración: 85 minutos. Apta para todo público. Salas: 9 (Arte Multiplex Belgrano, MALBA, Village Recoleta, Cinemark Palermo, BAMA Cine Arte, Showcase Norte, Showcase Córdoba, Cines del Centro de Rosario y América Santa Fe). Con motivo de haberse cumplido en 2016 los 500 años de la muerte de El Bosco (1450-1516) -se celebró además con varias muestras sobre su obra- el Museo del Prado y el documentalista español José Luis López-Linares se asociaron para esta película que no sólo trata de desentrañar la misteriosa existencia del pintor flamenco sino también en ahondar sobre los múltiples detalles y matices de su obra maestra: El jardín de los sueños. Se trata de uno los cuadros más admirados del mundo (unas 4.000 personas por días se detienen frente a él), pero también uno de los más enigmáticos y complejos. Cuando está cerrado, la pintura muestra un globo terráqueo dentro de una esfera transparente. Al abrirlo, el tríptico presenta un verdadero jardín de imágenes oníricas: el Paraíso, con Adán y Eva, a la izquierda; la lujuria y los placeres de la carne, en el centro; y el infierno, a la derecha. El director de Asaltar los cielos, A propósito de Buñuel y El pollo, el pez y el cangrejo real propone una suerte de diálogo coral entre críticos, pintores, escritores, filósofos, músicos y científicos que analizan los alcances, representaciones e interpretaciones de la obra. El resultado es un documental valioso, pero al mismo tiempo bastante convencional (estructura de cabezas parlantes y algo de investigación histórica) y con espíritu didáctico. Para amantes de las artes plásticas.
Esta ópera prima de la directora correntina está ambientada en el mundillo amateur del fútbol femenino. Una valiosa propuesta que ganó el premio a Mejor Elenco en la Competencia Internacional del último BAFICI. En la primera escena de este debut en el largometraje de ficción de Clarisa Navas vemos a un grupo de chicas jugando por la noche en una canchita de fútbol 5. Algunas demuestran llamativas habilidades con el balón; otras, un fuerte temperamento y poca paciencia para soportar una patada, un tiro demasiado violento o un pase que nunca llega. Y todas, más allá de sus evidentes diferencias, comparten la pasión por ese deporte. Ellas forman parte de Las Indomables, un equipo de un pueblo ubicado en las afueras de Corrientes cuyo único integrante masculino es el entrenador. Tras ese prólogo, la acción salta a una tarde de domingo en la canchita del barrio: allí, un candidato a intendente organiza un evento que incluye un torneo de fútbol femenino. Entre inflables y locutores con altavoces se va desarrollando el campeonato, pero las chicas -ajenas a la patética movida política- deben esperar un buen rato su turno para ingresar a un campo de juego con más tierra que césped. La inminencia de una tormenta complicará aún más la cosa y la lluvia convertirá a la cancha en un barrial. Más allá de la presencia del director técnico y de unos espectadores siempre dispuestos al piropo agresivo, Hoy partido a las 3 presenta un universo íntegramente femenino. La película es una reivindicación -por momentos quizás un poco subrayada- de los códigos femeninos (casi todas las chicas, además, tienen bastante más interés sexual en otras mujeres que en los hombres, que resultan aquí decididamente patéticos). La directora dedica largos pasajes a filmar los partidos y opta porque la cámara se meta entre las chicas generando una sensación inmersiva, participativa, aunque hay algunos momentos en que las jugadas parecen demasiado prefabricadas y pierden cierta espontaneidad y credibilidad para los que somos futboleros. De todas maneras, no es ese el eje principal de la película. Navas logra capturar la idiosincracia de sus personajes, la dinámica grupal y la pasión furiosa por el fútbol, más allá de algunos pasajes en que la narración se frena y luce demasiado derivativa. La directora registra (y construye) un mundo propio, un universo que además ha sido muy poco abordado por el cine. En ese sentido, no se trata de un mérito menor
Pasó casi inadvertida, pero fue una de las agradables sorpresas del último BAFICI. Se estrena en el MALBA el más reciente film del prolífico director de La risa, Los labios y Hoy no tuve miedo. Veterano del BAFICI, Fund estuvo en la Competencia Internacional 2009 con la irritante La risa. Ahora, cuando hizo una notable película como Toublanc, fue “relegado” a la sección Vanguardia y Género que tiene mucha menor visibilidad. Injusticias aparte (en definitiva son criterios del equipo de programación), este film inspirado en relatos (y en aspectos de la vida) del genial escritor Juan José Saer lo devuelve a las alturas de Los labios, aquella gema que codirigió en 2010 con Santiago Loza. Y Loza vuelve a estar presente de alguna manera aquí, aunque en este caso solo como coguionista. Rodada entre Santa Fe, Rennes y París, Toublanc debe su título a un detective divorciado y con un hijo pequeño (hermosos los planos en que juegan al fútbol en el parque) interpretado por Nicolas Azalbert (crítico de la revista Cahiers du Cinéma que pasó mucho tiempo en Argentina). El policía de la Brigada de Homicidios parisina es enviado a su pueblo natal en la región de Bretaña para investigar el caso de un joven obrero asesinado, pero está claro que no está muy interesado en volver a su terruño ni en ocuparse de la cuestión. En Santa Fe, por su parte, Clara Ríos (Maricel Alvarez), una solitaria profesora de francés que vive con su perro, también tiene que lidiar con un crimen que ocurre enfrente de su casa, mientras inicia una cada vez más (in)tensa relación con uno sus alumnos (Diego Vegezzi). Los enigmas policiales no constituyen el corazón del film (que no es estrictamente un thriller), ya que la prioridad de Fund pasa por los viajes (internos y externos) de sus criaturas, por sus entornos y -sobre todo- por la poética de los lugares y de sus historias de vida. La forma en que el realizador de Hoy no tuve miedo filma los rostros, las ciudades, los trenes o los animales sintonizan a la perfección con los climas y la impronta de la literatura del autor de Cicatrices, libro que parece haber sido uno de los gérmenes e inspiraciones principales de esta pequeña, sensible y bella película.
Una muñeca maldita recargada La muy floja Annabelle (2014) surgió como un desprendimiento (spinoff en la jerga de la industria) de la notable El conjuro (2013), que el año último tuvo una más que digna secuela. La doble saga continúa ahora con la segunda parte de Annabelle, que, sin ser ninguna maravilla, resulta ampliamente superior a su predecesora. Tras dejar en claro su capacidad para el género en Cuando las luces se apagan, el director sueco David F. Sandberg ratifica sus condiciones de sólido narrador y regala, a partir de un guión elemental que apela a elementos básicos del género de terror, como las muñecas diabólicas, los niños con (y en) problemas y las viejas casonas, unas buenas dosis de suspenso, tensión y, claro, unos cuantos sustos. Samuel Mullins (Anthony LaPaglia), que se dedica a fabricar y vender muñecas artesanales, y su esposa, Esther (Miranda Otto), pierden a su hija en un insólito accidente. Doce años más tarde (plena década de 1940), aún devastados por la tragedia, abren su casa a seis huérfanas y a la monja que las cuida. Entre ellas aparece Janice (Talitha Bateman), la más vulnerable de todas porque la poliomielitis la ha dejado con una pierna ortopédica y luego en silla de ruedas. Ella será la protagonista de un film construido con indudable profesionalismo y que, por suerte, está más cerca de los hallazgos de la saga de El conjuro que de la mediocre entrega inicial de Annabelle.
Road movie del anarquista Matteo Popolano (Leonardo Sbaraglia ) es un anarquista cuarentón de origen italiano que acaba de salir en libertad tras pasar tres años en la cárcel por alteración del orden público y desacato a la autoridad. Estamos en 1934 y el protagonista intenta recuperar primero su vieja camioneta y luego el gallo de riña que le robaron. En medio de su periplo por distintos pueblos bonaerenses como Trenque Lauquen, Guaminí, Tres Arroyos, Bajo Hondo y Villarino (cada localidad da título a distintos episodios) conocerá al pequeño Carmelo (Santiago Saranite) y a la joven Aurelia (Cumelen Sanz), dos hermanos que viajan con lo puesto hacia unas salinas del Sur en busca de su padre. El niño no tardará en empatizar con Matteo, mientras que su hermana veinteañera pasará del recelo inicial a la tentación. En su ópera prima Fernanda Ramondo apuesta a un género como la road movie, pero sin forzar la acción y concentrándose con sutileza en los pequeños detalles para retratar los matices y las dimensiones psicológicas de cada uno de los integrantes de esta suerte de familia ensamblada que se va constituyendo en medio de contratiempos y penurias. El relato es clásico y prolijo, con un destacado aporte del fotógrafo Lucio Bonelli y una inteligente dirección de arte a cargo de Julieta Dolinsky, que exalta los escasos recursos disponibles y disimula bien las dificultades para esta reconstrucción de la vida pueblerina en la década de 1930.
Nacida en Alemania, pero radicada en Argentina, la co-realizadora de Ricardo Bär debutó en solitario con esta historia de Xiaobin, una china de 17 años que llega a Buenos Aires sin hablar una palabra de español y debe luchar contra los prejuicios de su familia y del entorno para poder adaptarse. Este notable film -lúdico y ligero- tuvo su estreno mundial en Locarno 2016 y luego recorrió más de 50 festivales para convertirse, en definitiva, en una de las revelaciones de la última temporada. Wohlatz alguna vez fue una extranjera que llegó a la Argentina con mínimos conocimientos de castellano. Con el tiempo, se convirtió en profesora en el Centro Universitario de Idiomas y allí conoció la historia de Zhang Xiaobin, una adolescente china de 17 años que arribó al país sin hablar nada de español y recién aquí conoció a sus hermanos, ya que sus padres -que viven recluidos en su lavandería/tintorería- la habían dejado sola en su lugar de origen. La directora decidió hacer una película sobre ella o, como bien definió, con ella. Aprovechó las aulas en el CUI para montar allí un taller de actuación con los estudiantes chinos y ese fue el germen de una de los ejes del El futuro perfecto: la filmación de las clases en las que los jóvenes van practicando situaciones cotidianas en su precario castellano. La propia Xiaobin pasa de balbucear y no entender prácticamente nada (excelente la escena en un restaurante del que se va frustrada al no poder leer el menú) a hablar cada vez mejor en el lapso de pocos meses. Ella también desoye el mandato familiar de no mezclarse con los argentinos. Al contrario, ella es independiente y valiente, quiere ahorrar plata (otro momento notable es cuando tiene que aprenderse los nombres de los fiambres para trabajar en el supermercado de los tíos), estudiar, conocer gente (tiene una relación un poco absurda con un joven indio llamado Vijay): integrarse y romper con la endogamia de la comunidad china (sus padres, claro, prefieren un candidato de ese origen).
Esta remake francesa de No se aceptan devoluciones es tan pobre como el film original mexicano. La mexicana No se aceptan devoluciones era una mala película que, sin embargo, se convirtió en un descomunal éxito comercial, recaudando más de 100 millones de dólares en todo el mundo, 45 de ellos en los Estados Unidos, récord para un film extranjero. Las razones para que se haya rodado una remake francesa, entonces, hay que buscarlas en la taquilla y no en la pantalla, dado que los resultados son igualmente decepcionantes. Como en el film protagonizado y dirigido por el comediante Eugenio Derbez, de enorme popularidad en México, Dos son familia es la historia de un vividor (Samuel, interpretado por Omar Sy) que de repente tiene que hacerse cargo de su supuesta hija bebé después de que su madre, con quien tuvo una noche de sexo casual, la abandone para irse a otro país. Pasado el rechazo inicial, Samuel deberá madurar y ocupar su flamante rol de padre. Hasta que, ocho años después, la madre reaparece para reclamar sus derechos, alterando el equilibrio familiar. El inverosímil general (la nena de ocho años habla más y mejor que el padre), la pobreza absoluta de un guión que no hace más que apelar a lugares comunes, estereotipos y chistes gastados, o los inexplicables cambios actitudinales de sus protagonistas son problemas menores. Lo peor es el carácter burdo de una metáfora final que llega después de una vuelta de tuerca tan arbitraria como manipuladora. Aunque, es cierto, es coherente con esta “comedia dramática” cuyo único norte es la búsqueda de emoción a como dé lugar, incluso pegando por debajo del cinturón.
El codirector de La peli de Batato debuta en solitario con las desventuras afectivas y laborales de un joven escritor en busca de concebir la gran novela de su vida. La ópera prima en solitario del guionista y director Santiago Van Dam tiene como perfecto antihéroe a Marcos (Ezequiel Tronconi), un exitoso escritor de cuentos infantiles que decide que ya es tiempo de ponerse a trabajar en esa gran novela que lo convierta en un autor respetado. Rompe con la editorial que le publica sus trabajos, con su novia y se convierte en un ser huraño y torturado (mantiene conflictivas relaciones con vecinos, amigos y mujeres) que vive en un departamento que se inunda a toda hora y rodeado por las plantas de marihuana que luego procesa (en brownies piscotrópicos, por ejemplo), vende y, claro, consume. La película regala pasajes inspirados, graciosos y de los otros (como el encuentro de corte surrealista con una seductora bailarina de flamenco enmascarada interpretada por una Emilia Attias de patético acento español), pero -más allá de sus desniveles e irregularidades- tiene una fuerza y una audacia para romper con el realismo minimalista que se agradecen. El codirector de La peli de Batato comienza en una línea que remite al existencialismo juvenil de Ezequiel Acuña, pero con el correr del relato los conflictos se van deformando cada vez más y apuesta a incomodar con un tono entre desatado y paranoico. Esa búsqueda de acumulación y provocación se percibe también en una duración cercana a las dos horas que en varias situaciones no se justifica. De todas maneras, siempre es preferible el exceso con talento (y Van Dam lo tiene) que el recato conservador.
Bombardeo de tramas y estímulos El director y productor más poderoso del cine francés (Luc Besson), compañías de ocho países, 180 millones de dólares de presupuesto, un dream team técnico (desde el fotógrafo Thierry Arbogast hasta el músico Alexandre Desplat) y un ecléctico elenco (Dane DeHaan, Cara Delevingne, Clive Owen, Rihanna y Ethan Hawke) para esta transposición de los cómics de Pierre Christin y Jean-Claude Mézières. No puede decirse que al creador de El perfecto asesino, El quinto elemento y Lucy le falten ambición ni agallas, pero Valerian y la ciudad de los mil planetas es una película tan fastuosa y espectacular como fallida en su narración y hasta irritante en su bombardeo de estímulos, subtramas y personajes sin demasiados atractivos ni coherencia. DeHaan y Delevingne son los más que dignos protagonistas de esta épica de ciencia ficción que arranca en la línea de Avatar, sigue en la de Star Wars, prosigue en la de Blade Runner y termina... en cualquier parte. En su misión, Valerian y Laureline buscan hacer justicia para con los habitantes de Mül, un paradisíaco planeta con habitantes bienintencionados que es invadido y destruido. Aventuras, romance, batallas interplanetarias, mensaje ecologista, estética de historieta, nuevas tecnologías, múltiples cameos, números musicales... Besson ofrece un poco de todo, pero nada funciona del todo bien. La sensación, en definitiva, es la de una acumulación sin demasiado criterio ni sentido, con mucho de capricho y demasiado déjà vu.
Que se estrene comercialmente en las salas argentinas una película africana es de por sí un acontecimiento cinéfilo, pero que además se trate de una muy sólida ópera prima tunecina reviste ya características extraordinarias. Doblemente premiada en el Festival de Berlín del año pasado, esta historia sobre las tribulaciones afectivas de un veinteañero que se debate entre sus propios deseos y los mandatos familiares en el contexto de la desintegración de la Primavera Arabe es una demostración contundente de que el buen cine se consolida en todos los rincones del planeta. Este joven guionista y director tunecino Mohamed Ben Attia ganó el premio a Mejor Opera Prima de la Berlinale 2016, mientras que su protagonista (Majd Mastoura) fue distinguido como Mejor Actor de la Competencia Internacional. Esta vez, ambos galardones resultaron muy merecidos, lejos del paternalismo primermundista de “ayudemos al cine africano porque queda bien y nos lava las culpas”. Es que si la sinopsis del film puede sonar en primera instancia algo obvia y remanida, el balance artístico es bastante más logrado y provocador. Hedi trabaja como empleado de Peugeot a las órdenes de un jefe abusivo, vive con su madre dominante y tiene un hermano mayor que está radicado en Francia y siempre ha tenido mayores libertades. El protagonista -un veinteañero recto y tímido que tiene un don para el comic pero nunca se ha animado a desarrollar profesionalmente esa faceta- está a punto de casarse en un matrimonio arreglado con una novia a la que no conoce en profundidad y con la que no ha tenido nada de intimidad. Pero en un viaje laboral conoce a una mujer de 30 años bastante atractiva e impulsiva que se gana la vida bailando para turistas y despierta en él una pasión desconocida. Con ella puede abrirse y confesarse como nunca lo había hecho y hasta se plantea la posibilidad de huir juntos a Francia, la tierra prometida para tantos magrebíes. La desintegración de la efímera Primavera Arabe sirve como reflejo social de las inseguridades, contradicciones y decepciones de nuestro antihéroe, que pendula entre los dictados de una sociedad (y una familia) opresiva y los deseos de liberación tras tanta sumisión. Coproducida por los hemanos Luc y Jean-Pierre Dardenne, La amante resulta bastante más audaz, moderna y cuestionadora que la mayoría del cine africano. Puede que sea más del gusto europeo, pero en términos estrictamente cinematográficos es de una solidez y una contundencia que pocas óperas primas (de cualquier origen) pueden ofrecer.