Contundente regreso de Stone al policial A pesar de que en los comienzos de su carrera, cuando empezó a ser conocido como guionista, Oliver Stone escribió sólidos policiales del nivel de «El año del dragón» de Michael Cimino, o incluso verdaderos hitos como el «Caracortada» de Brian De Palma, una vez convertido en director casi no volvió al género. Descartando «Asesinos por naturaleza» por ser más una comedia negra con apuntes de sátira social, sólo quedaría «U-Turn» como exponente de un policial dirigido por Oliver Stone. Pero «U-Turn» era más una mezcla de film noir y película del camino que un auténtico film de gangsters modernos como el que plantea Stone en esta contundente «Salvajes», original historia de dos jóvenes narcotraficantes que consiguen cosechar y distribuir la mejor marihuana de California. Todo sin mayores problemas hasta que su operación llama la atención de colegas menos amables y relajados del sur de la frontera, un cartel de narcos mexicanos que les hacen una de esas ofertas que nadie debería rechazar si quiere seguir viviendo. La idea es que estos dos empresarios surfers deberían unirse al cartel para mejorar la calidad del producto, logrando vender buen cannabis en cantidades masivas. Entendiendo que por un lado no pueden negarse, pero por otro aceptar la propuesta implicaría relacionarse con el lado más sangriento del negocio, los protagonistas intentan escaparse y desaparecer por un buen tiempo. No cuentan con que los narcos ya conocen su punto débil, la hermosa rubia con la que ambos conviven en un apasionado ménage à trois. Taylor Kitsch y Aaron Johnson son los expertos en cannabis que de golpe deben enfrentar lo peor de su negocio para salvar a su querida Blake Lively. Benicio del Toro es el escalofriante narco mexicano que comete todo tipo de masacres en nombre de la reina del cartel, una sorprendente Salma Hayek que está entre lo mejor del film, mientras que John Travolta debe interactuar con la mayoría de los personajes interpretando a un corrupto agente federal que trabaja a varias puntas. Durante la primera mitad de la película, Stone consigue generar un clima de tensión y suspenso creciente, demostrando que mantiene su pulso narrativo en plena forma. Todo explota en una impactante escena de acción y ultraviolencia con el sello del director de «Pelotón». Luego todo se dispersa un poco, enfocándose en el lado más oscuro de todos los personajes, incluyendo escenas de temible crueldad que por momentos parecen fuera de control, aunque ayudan a llevar la historia a un desenlace que, no por tramposo, deja de ser convincente en medio del desmadre general. «Salvajes» puede no ser del todo parejo, pero es un muy buen policial con todo tipo de apuntes originales y detalles de humor negro, incluyendo la obsesión de la reina narco por la música de «El chavo del ocho».
Más retorcido que terrorífico El director de la taquillera «Rec» intenta volverse buñueliano en este film más retorcido que terrorífico. De hecho, si bien «Mientras duermes» tiene momentos de suspenso, a veces pierde el pulso propio de un thriller para convertirse en una especie de melodrama perverso. Probablemente no sea del todo convincente en ninguno de estos aspectos, pero hay que reconocer que la historia mantiene el interés quizá no tanto por el ritmo sino por la curiosidad malsana que genera en el espectador, que querrá saber adónde terminarán las elucubraciones del psicópata encarnado por Luis Tosar. El protagonista es el conserje de un lujoso edificio, y como parte de su trabajo tiene acceso a las llaves de todos los departamentos. Si bien está claro que hace cosas raras en todos lados, su gran obsesión es una chica sexy a la que se propone borrarle la sonrisa con la que lo saluda todas las mañanas. En algún momento, el conserje demente explica que como él no sabe cómo ser feliz, quiere evitar que los demás puedan serlo. En todo caso, a la pobre chica le hace cosas espantosas, como llenarle de insectos la casa o contaminarle los cosméticos para que le salgan erupciones en el rostro. Además, le manda mensajes anónimos por todos los medios posibles, desde cartas hasta mensajes de texto al celular y correos electrónicos. También se las arregla para pasar las noches con ella, obviamente sin que ella pueda darse cuenta. Precisamente, como desde el comienzo todo está contado desde el punto de vista del conserje, por momentos no hay mucha tensión ya que en general se sabe lo que va a pasar, aunque en la segunda mitad del film, el director se guarda algunas sorpresas. Si bien es un asunto demasiado retorcido y amargo para poder ser recomendado como un programa entretenido, «Mientras duermes» tiene sus momentos, incluyendo algún buen toque de gore y algunas pizcas de humor negro.
Temible policial negro con Statham De Jason Statham se esperan películas de acción al estilo de sus compañeros de «Los indestructibles». Pero, en realidad, se trata de un actor que puede protagonizar películas con mayores matices, ya sea comedias negras de Guy Ritchie o un temible policial negro ultraviolento como esta «Safe», que en sus mejores momentos recuerda la sensación de que todo podía pasar que provocaban los films chinos de John Woo. Aquí hay una nena china secuestrada por las tríadas debido a su capacidad prodigiosa para recordar y analizar cifras, lo que la convierte en una computadora humana infalible y también sin disco rígido a ser analizado por la ley o las bandas rivales. Justamente es la mafia rusa la que empieza a querer tener la información que sólo posee la nena, y mientras rusos, chinos y policías corruptos se pelean entre sí. la chica escapa y es econtrada por un ex policía ahora convertido en una especie de linyera humillado por todo el mundo. La trama está bien construida para que estas dos almas torturadas se encuentren y armen una formidable alianza, y a partir de ahí, una furibunda e interminable catarata de secuencias violentas que tienen la particularidad de transcurrir en lugares llenos de transeúntes inocentes (este toque también recuerda las viejas películas policiales de Hong Kong, de las que por lo visto el director es realmente fanático). Hay tiroteos en hoteles, restaurantes rusos y casinos chinos, cada uno más intenso e impresionante que el anterior, y también hay una buena dosis de humor muchas veces aplicado por la pequeña Catherine Chan, cuyo personaje tiene más sensatez que todos los personajes adultos. La fotografía y todos los rubros técnicos son de primer nivel, y el reparto recupera a dos excelentes actores olvidados, Chris Sarandon y el alguna vez Robocop, Robert John Burke.
Divierte un oso de peluche juerguista En el clásico «Harvey», James Stewart se iba de juerga con su amigo imaginario, un conejo parlante. Pero en «Ted», el osito de peluche viviente que lleva por el mal camino a Mark Wahlberg no sólo es percibido por todo el mundo, sino que incluso tuvo sus quince minutos de fama y, además. es un milagro navideño (a los 8 años el protagonista humano pidió que el osito que le regalaron pudiera hablar y ser su mejor amigo para siempre). El osito Ted tiene la voz de Seth MacFarlane, creador del cartoon televisivo «Family Guy» y director de esta divertida y realmente demente comedia sobre un peluche lo suficientemente vicioso, drogadicto, sexualmente depravado y políticamente incorrecto a todo nivel como para ser el principal responsable de que el film merezca la calificacion «sólo apto para mayores de 16 años». En este sentido hay que reconocer que, interpretándose a sí mismo, Sam J. Jones, olvidado protagonista de la superproducción de Dino de Laurentiis con musica de Queen «Flash Gordon», quizá comparta la responsabilidad por protagonizar las escenas más salvajes, en las que contamina a todo el mundo, incluyendo al osito depravado. con su mala influencia, prode un ex famoso de su calibre, Es una comedia ciento por ciento original y llena de gags eficaces que pueden hacer reír aun a quien no comulgue en absoluto con su estilo de humor ultra-guarro, por momentos directamente contracultural. Pero, lo mejor de «Ted» es la decisión de MacFarlane de no acobardarse al momento de acceder al cine, sino más bien todo lo contrario, aprovechando un presupuesto mayor que el de una serie del cable y, sobre todo, la mayor libertad que puede dar un largometraje si no se lo entiende como un mero subproducto de una fórmula exitosa previa (está claro que hay una relación entre «Family Guy» y este film, pero tambien es evidente que nadie encontrará este tipo de chistes en la pantalla chica). La película demora un poco en arrancar de verdad, y al principio se notan demasiado algunos tics televisivos que lucen un poco raros en pantalla grande. También da demasiadas vueltas para arribar a un desenlace, bastante más previsible que las hilarantes, aberrantes ocurrencias previas del osito y su mejor amigo. Mark Wahlberg toma un riesgo para demostrar que no sólo puede actuar en películas de acción o dramas de gente de clase baja. Esto a pesar de que el argumento tiene momentos bastante dramáticos, ya que hay una chica (Mila Kunis), destinada a separar a estos dos mejores amigos. También hay un villano increíble: Giovanni Ribisi interpreta a un obsesivo fan del oso desde sus tiempos de celebridad mediática, y lo hace de modo tan siniestro como para que al menos en un par de escenas el bastardo peludo pueda lucir como el inocente protagonista de alguna típica superproducción de Disney o Spielberg con ositos cariñosos animados.
Soporífero film con pretensión “de arte” Perfectamente a tono con el paladar francés y el del público snob de los festivales de cine de arte, esta película de Bruno Dumont es el típico producto pretencioso donde los personajes se pasan largos minutos mirando el horizonte, hablan poco cuando están entre ellos, y dicen lo menos posible que tenga algún significado argumental, no sea cosa que se vaya a romper el hermetismo general y al espectador le cueste un poco menos entender de qué va todo el asunto. En este caso al menos pasan cosas de vez en cuando (aunque las menos de dos horas de metraje se vuelven realmente eternas), incluyendo algunas que podrían dar más sentido a esta historia más absurda que realmente fantástica sobre las andanzas de un extraño hombre que deambula por las playas cercanas al Canal de la Mancha matando al padrastro al parecer malísimo de su amiga, pero también a varios otros personajes sin que haya algún móvil para esos crímenes. El protagonista, David Dewele, es un buen actor que sabe sostener hasta el extremo expresiones imperturbables en medio de cualquier situación, y por otro lado debe haber sido muy difícil componer el misterioso personaje y entender sus motivaciones al momento de negarse a los requerimientos románticos de su hermosa compañera, para luego tener sexo con la primera desconocida feúcha que aparece por ahí. De hecho, esa escena de extraño erotismo es una de las más descolgadas e interesantes, por no decir intensas de todo el soporífero film. Llegado el desenlace, hay una especie de milagro que parece referirse a una de las mejores películas de Carl Th. Dreyer, «Ordet», pero como cualquier comparación no tendría sentido, mejor olvidar este detalle. Lo que hay que reconocer es que Dumont es bueno para encuadrar paisajes, como se puede comprobar largamente gracias a la gran cantidad de planos generales fijos donde no pasa nada.
Poco más que previsibles escenas de posesión Grandes comediantes como Woody Allen han demostrado la eficacia del humor judío, pero la evidencia indica que al terror judío aún le falta mucho para poder ser incorporado como género al Hollywood contemporáneo. Es una pena, porque la tradición fantástica judía ha dado films memorables como «El Golem», fabulosa tanto en su versión muda del expresionismo alemán como en la remake inglesa de la era de oro del terror británico). Pero en manos del director danés americanizado Orne Bernedal, que toma un mito hebreo, el del cubo que contiene un demonio que consume el espíritu del que lo abre, y lo narra según el punto de vista de una historia supuestamente real que le sucedió a una familia estadounidense. Una nena compra la cajita como si fuera cualquier otra curiosidad que puede almacenar un anticuario, y luego le llama la atención que el objeto esté pensado para que no se pueda abrir fácilmente, o incluso para dar la sensación de que no sería conveniente abrirlo. Pero si no abrieran la caja no habría historia, así que luego de un rato no precisamente de película, empiezan a pasar las esperables variaciones de escenas de posesión que uno ha visto infinidad de veces en películas mucho más logradas que este mediocre producto. El argumento se toma demasiado tiempo en describir los conflictos de la familia quebrada por el divorcio de los padres, interpretados por un insípido e insoportable Jeffrey Dean Morgan y una tensa y sobreactuada Kyra Sedwick, y no aprovecha el potencial de los rituales judíos ni le da demasiada riqueza a los rabinos que obligadamente tienen que ser parte de la historia. Pero aquí no hay una actuación ni lejanamente equivalente a la de Max Von Sydow en «El exorcista» e incluso los momentos más intensos de terror no generan miedo, sino más que nada, aburrimiento.
Original film carcelario con Gibson Resulta curioso que con la complicada imagen que tiene Mel Gibson debido a sus problemas personales que lo han convertido en algo así como el ogro favorito de los medios y la opinión pública estadounidenses, el actor de «Mad Max» siga haciendo películas tan políticamente incorrectas como esta «Get the gringo». Un extraño policial carcelario que en verdad no se parece a nada conocido. Hay muchas películas carcelarias muy buenas, y por supuesto hay muchas mejores que ésta, pero a su favor se puede decir que jamás se vio este tipo de descripción de una corrupta, ruinosa, siniestra y miserable prisión mexicana llamada El Pueblito. Allí va a caer el gringo encarnado por Gibson, un delincuente norteamericano que se roba varios millones de dólares vestido de payaso pero que es atrapado por la policía mexicana cuando intenta cruzar la frontera. No es porque los policías mexicanos sean más corruptos que sus colegas del norte, sino que como los millones cayeron en sus manos, en vez de arrestar legalmente al gringo, les parece oportuno mandarlo como criminal anónimo al Pueblito, un agujero negro que toma su nombre del famoso dicho «pueblo chico, infierno grande». El lugar permite a los convictos tener a sus familias viviendo con ellos, y también facilita sórdidos negocios y abusos de los criminales con dinero a los pobres diablos que cayeron ahí por algún delito menor. El más poderoso de los zares de la droga directamente dirige el lugar, y como no lleva una vida especialmente sana, les hace análisis de sangre a todos los reclusos para ver quién puede ser posible donante cuando necesite el nuevo transplante de hígado (ya se hizo uno hace algún tiempo, pero como no lo cuidó mucho, en cualquier momento necesitará uno más nuevito). La descripción de esa penitenciaría es pesadillesca pero también bastante pintoresca y divertida, sólo que las escenas de comedia negra a veces funcionan, a veces no, y muchas veces se repiten demasiado. Las escenas de acción son variadas y bastante buenas, aunque la reducción al escenario de la cárcel limita un poco su impacto. Mel Gibson hace un poco lo mismo de siempre, sólo que con el toque menos heroico y más siniestro que tiene su personaje, un maleante contradictorio que a veces le convida cigarrillos a un chico de 10 años, aunque luego lo trata de convencer de que fume menos.
¿Y dónde está Bourne? En esta nueva secuela, Bourne aparece poco y nada. Jason Bourne era un espía asesino de oscuras agencias gubernamentales que sufria amnesia y sólo deseaba recuperar su identidad y que lo dejen en paz. Ahora en cambio aparece Jeremy Renner, superasesino sometido a mutaciones y adicciones, que mata gente a diestra y siniestra para evitar el síndrome de abstinencia de las drogas experimentales que lo convirtieron en una máquina homicida. Su problema es que aún le quedan pastillas verdes, pero le faltan las azules, aunque igual siempre termina encontrando jeringas por todos lados. Sobre todo una vez que se une a Rachel Weisz, la científica que diseñó el tratamiento pero que ahora es perseguida a muerte por sus propios jefes. Esta no es una adaptación de otra novela de Robert Ludlum, sino un desvergonzado subproducto pensado para mantener viva la franquicia. El director Tony Gilroy, guionista de la trilogía Bourne, por un rato le hace creer al espectador que esto tiene alguna relación coherente con la saga previa. Se supone que luego del anterior «Bourne ultimatum», los jefes de la CIA están asustados pensando que la opinión pública podría descubrir sus oscuras actividades, al punto de querer borrar toda evidencia de los superespías mutantes adictos a drogas multicolores fabricadas en laboratorios clandestinos filipinos. Da lo mismo, ya que pronto el argumento se demuestra insostenible, pero antes de llegar a ese punto, Gilroy se luce con un par de secuencias intensas hasta lo siniestro tanto en suspenso como en violencia, empezando por una masacre de científicos a cargo de un colega desquiciado (momento temible, pese a que casi no muestra sangre). Luego, el asunto se dispara hacia el auténtico disparate, lo que en un punto es bastante más honesto y divertido. Una vez que la pareja estelar aterriza en Filipinas, al menos todo se concentra en la acción más descerebrada y entretenida posible, muy bien filmada, y condimentada con diálogos y situaciones hilarantes, ya sea voluntariamente o no. Por ejemplo, luego de haberse enfrentado con asesinos de la CIA, guardias de seguridad y toda la policía metropolitana de Manila, la heroína no duda en advertirle a su héroe que el asesino taiwanés que los viene siguiendo por media ciudad en auto y moto «¡tiene una pistola!». Lo que no da tanta gracia es ver desaprovechar a tantos buenos actores empezando por Edward Norton, más Stacy Keach, Scott Glenn y Albert Finney (tienen buenas escenas, pero el guión no resuelve ninguno de sus personajes, todos tipos malísimos, por supuesto). En cambio, hay dos villanos que se roban el film: Zeljko Ivanek como el médico asesino a cargo de la masacre en el laboratorio secreto, y el actor nipo-taiwanés Louis Ozawa Changchien, sicario ultramutante incansable y cruel (le encanta matar transeúntes inocentes), pero no mucho más eficaz que el Coyote persiguiendo al Correcaminos de los dibujos animados, toque cómico que nos hace preguntar «¿Y dónde está Bourne?».
Flojo musical con un ridículo Tom Cruise A lo largo de su carrera, Tom Cruise ha interpretado de manera convincente toda una gama de personajes. Piloto de jet, abogado, superespía, boxeador del siglo XIX, jugador de billar, héroe de la tierra de las hadas y los duendes, sufrido hermano de un autista, barman, asesino profesional, y veterano de Vietnam en silla de ruedas. Con un buen director, casi todo es posible. Ahora, para convertir a Tom Cruise en un astro de rock de los años 80, más que un buen director haría falta un milagro. Si encima no hay un buen director, ni tampoco un guión que ayude a sostener un poco las cosas, el resultado puede ser realmente patético. Pero el ridículo Cruise rockero no es el único problema de este musical dedicado a celebrar (o, en sus mejores momentos, parodiar) uno de los períodos menos interesantes de la historia del rock, la época del pop prefabricado para la FM y las más ligeras distorsiones de algo parecido al heavy metal. Pero incluso apelando al kitsch y la nostalgia, no hacía falta elegir algunas de las peores canciones del período para hilvanarlos en una trama que podría definirse como una mala copia de «Casi famosos» de Cameron Crowe, o incluso una copia desvergonzada de los viejos musicales clásicos al estilo de «Calle 42». Hay una chica inocente pero medio «groupie», un camarero destinado a convertirse en rock star, un manager despiadado, y un decadente músico famoso que seduce a una reportera (y también a la esposa de un político que quiere proscribir el rock). Incluso la música de Journey, Foreigner, Starship, Bon Jovi o Pat Benatar podría estar mejor aprovechada y mucho mejor elegida. Los lugares comunes que propone el argumento podrían estar un poco más condimentados con los detalles propios del mundo rockero, aunque sea para evitar que todo el asunto se parezca más a «Glee» que a «The Wall». «La era del rock» es un flojo musical filmado sin mucha preocupación por disimular su origen teatral. Por momentos es terrible, y parece interminable, sólo se vuelve soportable en sus minutos francamente paródicos, especialmente algunas escenas interpretadas por Paul Giamatti (el manager despiadado) y sobre todo cuando aparece Alec Baldwin, el dueño del antro rockero donde transcurre casi toda la acción. Su actuacion es tan buena y divertida que casi permite soportar todo lo demás.
Indestructibles y divertidos «Los indestructibles 2» empieza con una sobredosis de superacción difícil de describir. Stallone y su grupo de mercenarios deben rescatar a un millonario chino, secuestrado por un ejército de bandidos tibetanos. Hay ataques aéreos, combates en lanchas, demoliciones en camión, fugas en paracaídas, tiroteos infernales, y matanzas de tipos malos al por mayor (el número de bajas de este primer acto probablemente marque algún tipo de record Guinness). Simon West, director de la delirante comedia negra de superacción «Con Air», parece haber concebido este prólogo explosivo como si tuviera autonomía propia y no fuera parte de un largometraje. De hecho, cuando termina esta especie de experimento en ultraviolencia chistosa -toda una obra maestra en su estilo-, el espectador quizá se sienta tan satisfecho como para aplaudir mientras se levanta de su butaca para abandonar el cine. Por otro lado, esto puede ser un problema, ya que la gente espera que una película dure más que 15 minutos. Lo cierto es que luego de ese impresionante prólogo, la película sólo puede ofrecer chistes de cine dentro del cine sujetos a las esporádicas intervenciones de Bruce Willis y Schwarzenegger (convertidos en todo un dúo cómico, con líneas de diálogo tipo «¡ya volviste demasiadas veces!») y, sobre todo, de Chuck Norris, que realmente se luce en cada una de sus disparatadas escenas. Mientras el film anterior resucitaba a los viejos héroes del cine de acción de la década de 1980 con una historia concebida para homenajear el estilo de sus viejos films, esta secuela es una especie de deforme comedia negra de cine dentro del cine con el foco puesto en los chistes relacionados con cada aparición de los legendarios superastros invitados. El argumento es cualquier cosa, y para llegar a las escenas divertidas con la yunta de superhéroes del cine de acción hay que aguantar varios momentos soporíferos, como consejos filosóficos de Stallone y patéticos relatos autobiográficos de algunos de sus colegas mercenarios (incluyendo dos integrantes juveniles como el chico de «Los juegos del hambre», Liam Hemsworth, y la estrella china Nan Yu). Jet Li aparece poco, y Jason Statham juega de segundo de Stallone, pero el que realmente está bien aprovechado es el talentoso y eternasubestimado Dolph Lundgren. El que está totalmente fuera de rosca es Van Damme, componiendo un villano caricaturesco, malísimo y casi más desquiciado que toda esta película demente, más rara que eficaz, pero muy bien filmada y con momentos muy divertidos.