Al nivel de clásicos de Cronenberg Una pareja de científicos brillantes juntan ADN de varios animales y crean un nuevo tipo de ser vivo, una cosa amorfa con algo de oruga y foca, diseñada especialmente para las necesidades de la industria ganadera. Para la pareja genial, el siguiente paso lógico sería hacer algo parecido pero agregando ADN humano, lo que serviría para solucionar todo tipo de problemas de salud, empezando por los trasplantes de órganos. Cuando la firma para la que trabajan les explica que cualquier idea en esa direccion no sería viable comercialmente, dados los esperables conflictos sociales, el dúo de genios decide que lo van a intentar a espaldas de sus jefes, sólo para saber, aunque sea en teoría, si pueden crear el embrión de un ser artificial levemente humanoide.. Obvio, una vez comprobada su tesis, no pueden detenerse, pasan a la práctica, y de golpe están llevando a cabo delirios que jamás se les hubiera ocurrido a Lord Byron y Mary Shelley. La película empieza con un tono amable, sentido del humor y situaciones y personajes creíbles. ajenos a los lugares comunes del género (en este sentido, las interpretaciones de Adrien Brody, Sarah Polley y la mutante Delphine Chaneac resultan fundamentales). Más allá de las imágenes extrañas y las premisas insensatas, el asunto está planteado de manera aceptable, e incluso divertido, algo así como un romance entre científicos buena onda. Y aun cuando el espectador salte de su butaca con los pelos de punta ante escenas brillantemente pavorosas salidas de la peor pesadilla, la historia de amor nunca pasará a un segundo plano. Todo parece salido de algún libro de ciencia ficción de vanguardia como los de Philip Jose Farmer, experto en relaciones sexuales del tercer tipo, que de todos modos nunca acuñó nociones tremendas como el incesto con clones mutantes. Esta película es una rareza, una de esas que nunca jamás aparecen en algún zapping en el cable. ¿O acaso alguna vez alguien encontró «Rabia» o «Cromosoma 9» del David Cronenberg pre Hollywood haciendo zapping? Mencionar a Cronenberg no está de más: «Splice» se merece la comparación, ya que igual que varios de sus clásicos, está producida con el apoyo de organismos oficiales del gobierno canadiense, entes indispensables si se quiere repensar un género. La participación como productor de Guillermo del Toro también debe haber sido importante para concretar algo tan inusual como este film.
Mila Kunis, el único beneficio Como supuesta comedia erótica que no termina de quebrar la misma fórmula de comedia romántica de siempre, «Amigos con beneficios» es bastante poco eficaz. Mucho menos original, al punto de que ya desde el título se puede notar su parecido con «Amigos con derechos», que tenía a Natalie Portman y Ashton Kutcher en una situación ahora repetida por la que experimentan Justin Timberlake y Mila Kunis, y que en realidad no es muy novedosa en ninguno de los dos casos. El asunto, como bien habrá adivinado el lector, tiene que ver con un chico y una chica ceñidos a la idea de poder mantener un status quo emotivo que incluya también la mutua satisfacción sexual, sin caer en enamoramientos que les compliquen la vida. Algo que, como hasta el más lento de los espectadores entenderá, es casi imposible de lograr, ya que por más picante que simule ser cualquiera de estas comedias supuestamente atrevidas, los resultados siempre son más o menos los mismos, y toda historia con contenido aparentemente sexy culmina con tonos de rosa y guiones que parecen escritos por una tía solterona. A favor de esta «Amigos con beneficios», al menos si se la compara con «Amigos con derechos» (que en realidad en inglés era «No strings attached») se puede decir que hay un poco más de química entre la pareja estelar, que Justin Timberlake tiene momentos de buen comediante y que Mila Kunis casi incendia la pantalla con su presencia en un par de ocasiones. Luego, este producto no tiene mucho más que ofrecer, debido a una trama obvia, pocos gags realmente eficaces y nada que interese desde lo formal o estético. Así que la verdad es que entre estas dos «Amigos ...» no se saca una realmente buena. Si a alguien le importa realmente ver alguna de las dos, lo mejor es que espere a que la den por cable.
“Apollo 18”: cómo arruinar una idea prometedora La fórmula «Blair witch project», de supuesto «reality de terror», con una historia contada a través de un supuesto material de archivo que documenta un hecho supuestamente verídico, se viene aplicando a demasiadas cosas. Ya hubo una de fantasmas, una de monstruos tipo Godzilla pero filmados por un cameraman amateur, y una de zombies españoles con secuela y remake hollywoodense, y hasta una de guerra a cargo de Brian De Palma. De todas estas opciones, una odisea espacial al estilo Blair witch tenía todo a favor. Pero a veces la fórmula, por probada y repetida que sea, no funciona, y «Apollo 18» es un gran ejemplo de cómo arruinar todo el potencial de una idea prometedora. Para empezar, elige la teoría conspirativa equivocada y nunca logra sostener con eficacia, o algún rigor, la premisa de una última misión de la NASA a la luna, llevada a cabo en secreto, dados los conflictos con los soviéticos hacia el final de la Guerra Fría. A esto hay que agregarle todo tipo de eventos misteriosos que, dada la locación, son bastante fáciles de adivinar, al menos en cuanto a su origen extraterreno. Lo que sí sorprende es el torpe desenlace revelado al final del alargadísimo enigma, filmado con la pobre calidad técnica esperable de un hipotético material documental filmado en la luna y perdido durante décadas. Los fans de la ciencia ficción, de todos modos, apreciarán un par de escenas realmente logradas, como que describe el encuento con una misión espacial soviética. Si alguien se anima a tratar de resolver una noción tan absurda como la de un falso documental supuestamente rodado en el espacio a principios de la década de 1970, debería hacerlo con algo más serio y verosímil, o por lo menos, más entretenido que esta «Apollo 18».
Sinsentido contado con humor y mucha acción Este thriller fantástico es bastante original y entretenido, aunque para ser una película sobre una droga ficticia que provoca inteligencia sobrehumana, es demasiado estúpida. De hecho, el principal problema del guión es no explicar mejor las tonterías que hacen sus personajes cuando están en pleno estado de inteligencia extraordinaria. Bradley Cooper es un escritor fracasado a todo nivel, que un buen día se toma una pastilla que potencia todo su talento y dones adormecidos. El libro que no podía escribir, lo entrega en cuatro dias, aprende a tocar el piano y a hablar en varios idiomas en pocos días, y seduce a la chica más arisca en cuestión de segundos. Pero pronto descubre que la literatura no era lo suyo. Según el guión, si alguien es inteligente, lo único que le puede interesar es hacer mucho dinero en Wall Street, y tratar de obtener poder, convertirse en político con tendencias megalómanas. De todos modos, la fabulosa droga de la inteligencia sobrehumana tiene bastantes límites, ya que cuando pasa su efecto, el consumidor automáticamente queda totalmente maltrecho y mucho más idiota que en su estado original, a lo que luego hay que sumar espantosas contraindicaciones insalubres. Para colmo, al fabricante de la pastillita lo asesinaron y el stock, mayormente en manos del protagonista, es limitado y buscado a sangre y fuego por los pocos afortunados que la conocen y sufren su espantoso síndrome de abstinencia. Todo este sinsentido está contado con humor, buen ritmo y mucha acción (las escenas violentas son lo mejor de la película, y a veces parten de la base de que si alguien vio una de Bruce Lee, puede enfrentar a media docena de matones aun siendo un alfeñique que nunca entró a un gimnasio). Para plasmar la visión subjetiva del estado mental del protagonista, el director hace uso y abuso de todo tipo de recursos formales, con algunas imágenes y efectos realmente buenos, como una toma en sinfín de una larga calle con zooms fusionados digitalmente, al estilo «El hombre con ojos de rayos X» de Roger Corman, pero mas high-tech. Otros recursos son tan obvios que dan vergüenza. Y todos ellos, los malos y los buenos, están repetidos hasta el cansancio. Todo este asunto sobre una droga ficticia podría haber servido como metáfora sobre las drogas que sí existen. Si ésa era la idea, no se nota. Al menos, la película está bien filmada, casi nunca aburre, e incluye buenos actores secundarios, empezando por Robert De Niro, que en su papel de millonario frío e inescrupuloso asociado al nuevo genio de los negocios, logra darle rigor y credibilidad a un par de escenas esenciales para que toda la historia se sostenga.
Film sostenido por el valor de su testimonio A fines del siglo pasado, una mujer policía de Nebraska es contratada por una empresa privada con tratos con el gobierno para viajar a Bosnia y trabajar como observadora en la difícil tarea de mantener la paz y ayudar a desarrollar la democracia. Lamentablemente, pronto la protagonista descubre que sus tareas lindan con no hacer nada y mucho menos animarse a hacer algo cuando algunos crímenes involucran a otros integrantes de la misma fuerza, especialmente en todo lo relacionado a un delito top en ese momento y lugar: el tráfico de personas. Justamente, el tráfico de mujeres es el tema de este film que más que un thriller es un drama testimonial, aunque por momentos pretende unir estos dos géneros en uno, sin gran éxito. Es que al principio, la historia se centra en los problemas personales de la policía que interpreta Rachel Weisz, y poco a poco va avanzando hacia el punto cuando ella ya está en Bosnia. La directora debutante Larysa Kondraki intenta dibujar primero historias paralelas de laa víctimas mientras va contando las experiencias de la policía. Pero aquí también le falta garra narrativa, y el resultado es sólo un relato un poco confuso que recién empieza a cerrar de verdad cuando la investigadora ya tiene todas las pistas necesarias sobre la red de tráfico de mujeres, y entonces trata de hacer algo al respecto. Rachel Weisz no es demasiado creíble como la policía dura que lucha contra oficiales corruptos de las fuerzas de paz. Hay algunos interesantes personajes secundarios que no toman vuelo y algunas escenas violentas propias del thriller que por momentos este film podría haber llegado a ser. Sintetizando, por más importante que sea el tema a denunciar, la película no lo hace demasiado bien.
El tiempo mejoró la saga “Destino final” Parece que la saga «Destino final» funciona al revés que las de otras películas. En general la buena es la primera y luevo viene decayendo la calidad, pero aquí tenemos la sorpresa de que las primeras eran flojas, la cuarta ya era bastante buena, y esta quinta es la mejor lejos. Será, tal vez, que los productores ya tienen bien masticada la premisa existencialista sobre un grupo de gente que se salva por una premonición de un brutal accidente colectivo, para luego ir muriendo uno a uno en extraños accidentes individuales bajo el lema de «no se puede engañar a la muerte». En esta quinta parte, el accidente es el mejor de toda la saga: un grupo de empleados de una fábrica, algunos amigos entre sí, otros no tanto, están cruzando en micro un puente colgante, y mientras están detenidos por el tráfico, uno de ellos se pincha un dedo, y mientras ve brotar una gota de sangre, tiene una espantosa visión en la que el puente cae y todos mueren de una manera horrible. El tipo sale de su trance, y convence a casi todos de salir corriendo del puente ya mismo, por lo que los que lo escuchan, se salvan. Accidente aterrador El comienzo de «Destino Final 5» cambia el tipo de accidente y sobre todo la manera de filmarlo. Este puente colgante que va deshaciéndose y cayendo en fragmentos al vacío construye una de las más dementes y aterradoras escenas de cine catástrofe nunca vistas. Por eso la secuencia en cuestión- dividida en dos, la que forma parte de la visión y la real- vale por sí sola para justificar toda una película que como entretenimiento macabro es sumamente eficaz. Luego, hay dos o tres detalles que sirven para seguir recomendando este film. Uno es la buena inclusión de Tony Todd -con el que no sabían bien qué hacer en el primer film, por ejemplo- como un empleado de la morgue que es el único que tiene alguna idea de cómo funciona eso de que cuando te toca, te toca (a lo que esta vez le agregan una nueva variante bastante astuta y coherente con la historia original). Pero, además, cada una de las muertes posterio-res está filmada con una imaginación y un gusto por el humor negro que vuelve imprevisible la resolución de cada escena, sorprendiendo y divirtiendo en cada detalle. Lástima que hacia el final, cuando tiene que resolverse toda la acción entre los últimos sobrevivientes, el director pierde un poco de creatividad y arregla las cosas de una manera algo más standard. Por suerte, enseguida vienen dos escenas de exterminio de personajes que deberían estar fuera de la progresión mortal, y un gran final a manera de videoclip con lo mejor de todas las escenas gore de las cuatro películas anteriores. Más, no se puede pedir, parece decir Tony Todd cuando se despide con su sonrisa macabra antes de los créditos finales.
Unos pitufos feos y malos Esta es una remake de un semi olvidado telefilm de los 70 que, al menos visto en la pantalla chica, daba más miedo que esta nueva versión mucho mejor producida y escrita (nada menos que por Guillermo del Toro y Matthew Robbins, director y guionista de clásicos del cine fantástico como «El verdugo de dragones»). Hay un prólogo de época que ubica la historia dentro de este género y que está entre lo mejor de la película: un tipo bastante enajenado le tiende una trampa horrible a una empleada doméstica, y le hace cosas atroces que incluyen sacarle los dientes para entregárselos a uno seres con vocecitas ominosas que le hablan desde las cañerías. Pasan los años y en tiempos actuales una pobre nena (Bailee Madison, que actúa bastante bien) tiene que mudarse con su papá, que esta ahí con su nueva mujer terminando la restauración del lugar, famoso por haber pertenecido a un legendario ilustrador de la vida silvestre (el demente que vimos en el prólogo). Aun restaurada, la casa sigue siendo igual de siniestra, y no bien toma contacto con el lugar, la nena también se relaciona con los extraños seres que le hablan desde un sótano que estaba oculto. El asunto es que los seres sobrenaturales no demoran mucho en darse a conocer, y la verdad es que no son nada amistosos. Podríamos decir que son hadas, duendes, o incluso unos primos horribles y grisáceos de los más amigables pitufos que el espectador encontrará en la sala de al lado del multiplex. «No le temas a la oscuridad» tiene algunas buenas escenas con imágenes terroríficas, y algunos momentos que realmente asustan (como el primerísimo primer plano de uno de estos duendes mala onda), y cuenta con una formidable fotografía de Oliver Stapleton, además de los típicos detalles estéticos de las películas de Guillermo del Toro. Pero al director debutante Troy Nixey le faltó un poco de garra para que el asunto pase a mayores, porque en gore, en acción o incluso en alguna profundidad argumental, la película daba para más. Con todo, no decepcionará a los fans del género que sin duda pasarán unos 90 minutos muy entrete
La sostienen sus buenos actores Esta comedia en principio parece apuntar a satirizar las complicaciones de la vida corporativa y laboral, lo que tendria sentido dado su título, pero un instante después de presentar su premisa argumental, deriva hacia un disparate policial en el que tres amigos bastante patéticos hacen un pacto para liquidar a sus aborrecibles jefes. Jason Bateman, Charlie Day y Jason Sudeikis son los tres homicidas en potencia, y sus hipotéticas víctimas son el desquiciado ejecutivo Kevin Spacey, la dentista acosadora sexual completamente ninfómana (Jennifer Aniston) y el drogadicto y casi delincuente Colin Farrell (totalmente caracterizado para lucir ciento por ciento desagradable), heredero de una fábrica de productos químicos que decide despedir a todos los discapacitados y excedidos de peso, además de ahorrar costos tirando los deshechos tóxicos por cualquier lado. Los jefes pueden ser horribles (salvo Jennifer Aniston, patrona que a más de uno le gustaría tener), pero sus explotados lacayos son tan idiotas que parecen ser merecedores de los maltratos que sufren. Seth Gordon intentó darle a «Quiero matar a mi jefe» un tono de comedia guarra y políticamente incorrecta -de hecho, además, es bastante inmoral- un poco al estilo de títulos recientes como la saga de «Qué pasó ayer» o «Pase libre», pero sin lograr los mismos resultados, ya que en este caso la parte policial no se sostiene en absoluto, mientras que los gags que salpican la historia a veces funcionan, y muchas veces no, lo que es un problema. Algunas partes son más divertidas y sostienen el conjunto, especialmente todo lo que tiene que ver con la ninfomanía de Jennifer Aniston (la actriz es lo mejor de la película) y las breves escenas en las que aparece Jamie Foxx como un delincuente que asesora a estos losers para que lleven a cabo sus crímenes. Al final, más allá de sus notables puntos débiles, este producto termina resultando simpático por las actuaciones antes que por el guión o los diálogos. Como pasatiempo, funcionará mejor en el cable.
Los simios recuperan su eficacia original «El planeta de los simios» de Tim Burton en un punto era una decepción, pero este nuevo film le da un giro interesante y eficaz a una de las mejores y más violentas películas de la serie original, «La conquista del planeta de los simios» de J. Lee Thompson, que era a todas luces un film revolucionario muy acorde al espíritu de la época en la que fue filmado. Ahora, la Fox dejó vacante el espacio destinado a dos películas que sin ser flojas del todo eran más raras que realmente contundentes: «Más allá del planeta de los simios» y «Regreso al planeta de los simios», para ir al grano con esta visión de las causas que provocaron, en esa realidad paralela imaginada por el escritor Pierre Boulle, que nuestro planeta esté dominado por monos en vez de seres humanos. La evolución, en este caso, se debe a experimentos genéticos que buscan una cura para el Alzheimer, mal que aqueja a John Lithgow, actor de gran talento que interpreta al padre del protagonista James Franco. Pero los experimentos, que recomponen las células cerebrales de varios chimpancés volviéndolos más inteligentes, salen mal por un factor animal que los científicos no tenían en cuenta, y el resultado es el sacrificio de todos los especímenes, excepto el recién nacido César. Como el bebé mono no tiene ninguna célula cerebral dañada, simplemente adquiere una inteligencia superlativa, que paulatinamente lo va convirtiendo en líder de una rebelión de monos inteligentes en contra del poder humano. Lo mejor de este nuevo subproducto de «El planeta de los simios» no es sólo dar una explicación más convincente al asunto, sino la forma en que lo hace. La película no da pausa, y si ya exhibe una dosis de acción y suspenso impactante durante su primera mitad, donde no hay ninguna rebelión a la vista sino una serie de experimentos fallidos y experiencias traumáticas para el mono estelar, se vuelve directamente vertiginosa a medida que se va acercando a su desenlace revolucionario. Todo el final es para la antología, con escenas de acción y destrucción nunca vistas, incluyendo un gorila saltando desde el puente Golden Gate de San Francisco a un helicóptero. Y parte de la clave del éxito del estilo de esta secuela/remake es el realismo, ya que una cosa es ver actores con máscaras haciendo de simios, y otra cosa distinta, mucho mas verosímil, es ver a estos simios digitales que lucen realmente como animales y no como algún atractivo híbrido hollywoodense. Sin la presión que debe haber sentido Tim Burton al hacer su remake, el poco conocido director Rupert Wyatt hace un gran trabajo, especialmente en lo que tiene que ver con la dirección de actores, tanto en el caso de los humanos (Lithgow y el villano Brian Cox logran muy buenos trabajos) sino sobre todo en el caso del mono digital César, con la voz y los movimientos faciales de Andy Serkis (ya se ocupó de Gollum en «El señor de los anillos» y de King Kong en la versión de Peter Jackson). La suya es una performance tan extraña como convincente, que en dos o tres escenas logra conmover y sorprender al espectador como pocas actuaciones convencionales.
Apocalipsis entre obvio y pretencioso No se puede culpar a los distribuidorrees por rebautizar como «La oscuridad» a un film que bien traducido serí «Desaparición en la Calle 7», ya que es realmente oscuro. Lamentablemente, también es bastante obtuso y demasiado pretencioso, combinación que provoca un desinterés casi inmediato en el espectador. La película trata sobre una siniestra sombra que parece apropiarse de todos los habitantes del mundo, visto desde los pocos sobrevivientes de la ciudad de Detroit, empezando por el proyeccionista de un multiplex, John Leguizamo, que es el primero en seguir vivo luego de que todos los espectadores del cine en el que trabaja, y prácticamente toda la gente a su alrededor, ha desaparecido, dejando atrás sólo sus ropas. De todas las opciones de matanzas y entre todos los mundos posapocalípticos que el cine nos viene describiendo en las últimas décadas, el paisaje desolador que propone «La oscuridad» es uno de los más aburridos. Para colmo, entre los actores protagónicos, el que más aparece es el pétreo ex Darth Vader de la última trilogía de «Star Wars», Hayden Christensen, cuya inexpresividad habitual se acentúa aún más en medio de esta situación que no da lugar a una gama demasiado amplia de expresiones. Ahora, para lograr que un gran actor como John Leguizamo no actúe bien hay que trabajar mucho, y esto ha hecho el director Brad Anderson, que parece haber emprendido este film como algún homenaje a la serie clásica «Dimensión desconocida», olvidando que una cosa es contar una historia minimalista en menos de media hora y otra cosa hacer un largometraje entero a partir de una sola idea. Los fans del fantástico ya vieron esto muchas veces y mejor, y tal vez sólo a los neófitos el asunto pueda llegar a parecerles mínimamente interesante.