Pasatiempo razonable, sólo para los más chicos La premisa de esta comedia infantil romántico-zoológica es que en realidad todos los animales pueden hablar, sólo que no lo hacen abiertamente para no asustar a las personas. Viendo que el mejor guardián del zoo sufre problemas amorosos, con una chica que ya le rompió el corazón hace años y que ahora lo acepta si consigue un trabajo mejor remunerado, los animales se unen para ayudarlo, lo que redunda en romper el pacto y dialogar sin problemas con su amigo humano. El asunto es bobo de por sí, y sería original si no se notara la influencia obvia de «Dr Doolittle» y la saga de «Una noche en el museo». Por supuesto, hay gags con los animalitos parlantes que son graciosos, especialmente los que tienen que ver con dos osos peleadores y las constantes recriminaciones en público de la leona al león. El protagonista, Kevin James -también coguionista- hace un personaje entre naif y tonto con demasiados toques sentimentaloides, pero también interviene en algunos momentos eficaces de humor. La chica insoportable, Leslie Bibbs, realmente lo es, y la que podría haber estado mejor aprovechada es la talentosa Rosario Dawson como otra empleada del zoólogico que, tal como hasta los chicos se darán cuenta desde el comienzo del film, es el verdadero amor del protagonista. No hay mucho más que agregar, salvo que técnicamente los animales digitales están bien resueltos, y que para chicos chiquitos éste puede llgar a ser un pasatiempo razonable.
Elegía para actores sin fama La dura vida del actor de reparto está bien ilustrada en «Vaquero», con el agregado de que el protagonista, obsesionado por conseguir un papelito en una superproducción hollywoodense filmada en la Argentina, además es un pésimo profesional que ni sabe leer qué lineas le tocan en un guión, piensa cualquier cosa totalmente alejada de su personaje mientras está actuando, es un resentido de los que triunfan en el medio. En síntesís, es un loser total. «Odio ser alternativo, quiero estar con los copados», piensa obsesivamente Julián, mientras pasa las interminables horas de espera del rodaje de un film policial, donde su papel básicamente consiste en recibir sopapos y malos tratos de todo tipo. También actúa en una obra de teatro independiente, donde todos los aplausos y elogios los recibe «el gordo», situación que detesta profundamente por lo que se escucha permanentemente un en verborrágico (y no tan bien grabado a nivel técnico como el espectador desearía) monólogo interno, generalmente acompañado de estridente, y basante buena, música tecno-punk. Es comprensible, hasta su papá le habla bien de «el gordo» y no de él cada vez que menciona la obra (el padre está interpretado por Daniel Fanego de una manera que ayuda a volver interesante cada escena). Hay un importante director de Hollywood por filmar un western andino en la Argentina, y este actor quiere estar ahí. Logra que su representante lo lleve a un evento de la producción norteamericana, le toman un casting, le hace una entrevista el asistente de dirección (momento desopilante hablado en inglés y quechua) y termina pasando el rato en su casa mirándose en el espejo con un sombrero de cowboy, en una especie de versión patética del Robert De Niro de «Taxi Driver». En sus mejores momentos, «Vaquero» es una buena comedia sobre el mundillo de los actores sin fama, los castings donde se encuentran siempre con la misma gente, su envidia de los famosos, la hipocresía del hall luego de una funcion y todos los conocidos detalles de los «wanna be» y el detrás de cámaras, que siempre pagan y arrancan una sonrisa y alguna carcajada. El lenguaje de cine indie no siempre ayuda al desarrollo de la trama, especialmente durante los monólogos en off del protagonista que en un momento se vuelven un tanto repetitivos. La cámara movediza a veces parece ser la subjetiva de un personaje que no conocemos, pero la luz es buena, todo el elenco está muy bien y la película es breve como para no poder aburrir, lo que en el contexto de apertura del Bafici donde se dio a conocer este film es todo un logro.
Contundente regreso de Conan Lo mejor de esta nueva «Conan el bárbaro» es que no se trata de una remake del film escrito por Oliver Stone, que dirigió John Milius en 1982. Aquel debut de Schwarzenegger como protagonista (por entonces era mucho más un efecto especial de carne y hueso que un actor, ni mucho menos, gobernador) tenía una magnificencia visual y cierto tono intelectual que la convirtieron en una obra irrepetible, incluso para los altos standards de la muy competente secuela de Richard Fleischer «Conan el destructor» de 1984. Marcus Nispel, director de clips de rock y de excelentes remakes como la de «La Masacre de Texas», ya apuntaba hacia el lado de la fantasía heroica en su inusual historia de luchas entre vikingos y pieles rojas, la película de culto «Conquistadores», y encaró al nuevo Conan más desde la super acción, el gore y lo sobrenatural. La violencia es sorprendente ya desde el principio, cuando la madre del héroe lo da a luz en medio de un sombrío campo de batalla, o en el largo prólogo cuando el pequeño Conan preadolescente se liquida, él solito, media docena de feroces invasores enemigos. Luego de la ya inevitable muerte de Ron Perlman, padre de Conan, la película se convierte en una impiadosa venganza contra todos los responsables de su muerte, pintoresco grupo de personajes liderados por el malvado Stephen Lang y su hija hechicera Rose McGowan (dos de los principales factores para recomendar el film, empezando por las garras metálicas al estilo Freddy Krueger de la brujita). Partiendo de esta premisa, el Conan vengativo que interpreta Jason Momoa es más despiadado y sangriento, y tiene más matices actorales que el que dio fama a aquel lejano Schwarzenegger, algo que ayuda, a pesar de que esto no es «Hamlet». Lo importante está en la acción, con momentos de auténtico terror como una lucha contra espantosos zombies de arena o el tentaculado guardián de una mazmorra acuática, y la riqueza visual fantástica que aprovecha al máximo el estilo del autor del personaje, Robert E. Howard, miembro del círculo de Cthulhu de H.P. Lovecraft, cuyas impresiones oscuras dominan lo mejor de esta sólida, imaginativa y muy entretenida rendición moderna al género de espada y brujería.
Damas en guerra matan la comedia Una duración de dos horas nunca es recomendable para una comedia, salvo excepciones de corte épico que no es precisamente este caso. Aquí lo único épico es la falta de coherencia en el sentido del humor, y los abruptos cambios de tono que nunca permiten que el espectador llegue a sentirse cómodo, ni mucho menos interesado en esta historia satírica del universo femenimo, a la que se podría ubicar en algún intermedio o híbrido entre «Sex And The City» y los dibujos de la muñeca Barbie. El asunto es de lo más frívolo, tanto que como tópico ni ha llegado a interesar nunca a las editoras de revistas femeninas. Una chica se casa y, a la hora de elegir a su dama de honor, reparte ese privilegio entre demasiadas amigas, todas de idisoncracias diferentes, lo que genera desplazar totalmente el interés del punto central de la boda -es decir la novia y su futuro marido, la fiesta, etc.) a una especie de enfrentamiento cada vez ams agresivo por entronizar a la verdadera mejor amiga entre las distintas damas de honor. Las actuaciones no son del todo descartables, y a veces mantienen el interés más allá de que no pueden no seguir los distintos cambios abruptos de estilo impuestos por el guión y la floja dirección de Paul Feig. Hay algún colorido típico de las películas sobre bodas, y algún chiste suelto eficaz, pero no mucho más.
Como “Flipper”, pero algo más lacrimógena Desde los tiempos de Flipper, las historias con delfines siempre pagan, sólo que en este film hay una vuelta de tuerca de impensable corrección política: el delfín es discapacitado. Así, un chico triste y solitario está camino al colegio en su bicicleta y descubre junto a un pescador un delfín varado en la playa, atrapado por unas redes. El nene le corta las redes y entabla una curiosa amistad con él, amistad que continúa cuando el delfín es alojado para su difícil cura en un hospital para animales marinos. A cada rato la trama presenta una situación terriblemente lacrimógena que, por suerte, se soluciona bastante bien antes de la siguiente catástrofe emotiva. Hay un atleta, primo del pequeño protagonista, que va al ejército para tratar que le paguen su entrenamiento para las Olimpíadas, sólo para quedar lisiado tras una explosión. Accidente que crea un paralelismo con el delfín Winter, que debe ser amputado de su aleta trasera para seguir manteniéndolo con vida en el acuario. Morgan Freeman, el médico especialista en lisiados y ortopedia del hospital de veteranos, es el encargado de mejorar la vida tanto del atleta como del delfín, creando una rara aleta ortopédica que, lógicamente, en principio el delfín se niega a aceptar. Pero entre risas y lágrimas, y algunas muy lindas imágenes logradas por el director Charles Martin Smith -actor de varios clásicos de los 70 y los 80 como «American Graffiti» y «Los intocables»- todo se soluciona. Obviamente esta «Winter-El delfín» es una película para chicos, pero basada en un historia real -antes de los créditos del final hay imágenes documentales que bien justifican quedarse sentado un poco más en la butaca- que realmente alecciona sobre la relación entre animales y seres humanos. Las buenas actuaciones también ayudan.
La acción salva una historia insustancial En algún momento John Singleton apuntaba a ser el más firme competidor de Spíke Lee a la hora de filmar policiales con trasfondo social o político. Ahora con esta «Identidad secreta» se aleja de cualquier pretensión seria, pero por lo menos sigue exhibiendo una gran calidad en lo técnico, lástima que aplicada a una gran tontería conspirativa, algo así como un film de espías adolescentes. Taylor Lautner, el hombre lobo light de la saga de «Crepúsculo», es el espía en cuestión, aunque el guión lo muestra en un principio con un adolescente bastante común y corriente salvo por el detalle de que su padre lo entrena permanentemente en boxeo y artes marciales, además de ser el campeón de lucha libre de su colegio. Además, el muchacho se siente raro, y le cuenta a su psiquiatra Sigourney Weaver un sueño recurrente en donde es raptado de chico. Cuando un profesor le pide un trabajo especial de sociología sobre chicos desaparecidos, el protagonista descubre, junto a su vecinita de enfrente, que un chico desparecido cuya foto se publica en un site se parece sospechosamente a él mismo, y hasta encuentra en el sótano la misma remerita de la foto que se ve en Internet. Lautner avisa al site, y empieza -casi tarde, porque todo esto demora mucho- la superación, con espías malvados que atacan su casa y espías supuestamente buenos comandados por Alfred Molina, que también lo persiguen pero para protegerlo. A partir de este momento la película se debate entre escenas de acción bastante violentas y muy bien filmadas y diálogos tontos que, por momentos, casi arruinan todo. La excelencia técnica y las buenas actuaciones de los nombres ya mencionados en el reparto ayudan a mantener el equilibrio de esta tontería violenta que con mayor inteligencia hubiera dado para más.
“Sin escape”: casi para salir corriendo Basada en una historia real, esta película alemana cuenta los pormenores de un asaltante que tuvo en vilo a Viena durante unos meses: un ladrón enmascarado robaba bancos y salía corriendo, hasta que se descubrió que era un ex convicto maratonista, ganador de varias carreras europeas luego de haber practicado durante años corriendo en círculos en el patio de la prisión. Luego, ya detenido por la policía, logra escapar corriendo y es buscado por un verdadero ejército de policías, convertido en algo así como el enemigo público número uno. Como cine negro existencialista es un film más raro que realmente eficaz. Andras Lust, casi tan inexpresivo con o sin máscara, anda solo y casi no habla con nadie durante media película, salvo para decir que pongan el dinero en su bolso durante los atracos. Luego se relaciona románticamente con una mujer, pero su falta de expresividad se mantiene durante todo el romance. Básicamente al tipo le gusta correr y robar autos y andar rápido escuchando la radio. Hay una sola de las secuencias de robo que logra alguna emoción debido a lo vertiginoso del escape, y hay que esperar hasta los minutos finales para asistir al intenso escape de la comisaría, que de todos modos sigue de manera fria e impersonal. El director Benjamin Heisenberg no filma mal, pero más allá de algunas imágenes interesantes, como las de una maratón corrida de noche, todo es bastante carente de interés plástico. Al final, no se sabe nada sobre la obsesión del protagonista por robar bancos, y en realidad al espectador, ya a esa altura, no le interesa demasiado conocer los motivos detrás de esta curiosa crónica policial.
Film con psicópata lejos de la Hammer Para ser el elegido para la resurrección de los estudios Hammer Films, este thriller curiosamente no sólo carece de ambiente gótico, sino que ni siquiera transcurre en Inglaterra. Tampoco hay vampiros ni otros personajes clásicos del género fantástico, pero en cierto modo está emparentado con algunos films con retorcidos psicópatas de mediados de la década del 60, que le dieron a la Hammer un toque contemporáneo. Y, además, también está Christopher Lee, aunque lamentablemente poco aprovechado en un papel secundario que no aporta mucho. El psicópata protagónico es Jeffrey Dean Morgan, que le alquila un departamento en Brooklyn a una cirujana recién separada. La pobre Hilary Swank ha sido advertida de que el edificio va a sufrir varios arreglos y que va a tener que soportar ruidos ncturnos, pero lo que no sabe es que el lugar está lleno de pasadizos dispuestos para que el aparentemente amable propietario se le pueda meter en el departamento. De ahí a dormir con alguien debajo de la cama, o escondido en un ropero, hay un solo paso. Y ni hablar de lo que puede pasar si el depravado utiliza somníferos para divertirse como quiera con su inquilina sin que ella se dé cuenta, salvo por la sensación de no haber descansado muy bien la noche anterior. El director finlandés Antti Jokinen empieza la historia con un tono casi demasiado reposado para un thriller, pero hacia la mitad, la película explota con situaciones realmente tensas y perturbadoras. Las actuaciones son sólidas, lástima algunos descuidos del guión y un desenlace minimalista, bastante menos elaborado y sorprendente que los de las antiguas películas de psicópatas de la Hammer.
Divertido encuentro de los perdedores y el alien En un raro momento de intercambio intercultural, los dos nerds ingleses de la gran parodia del cine de zombies «Shaun of the dead» van de vacaciones a los Estados Unidos partiendo de una convención de fans del comic y la ciencia ficción, para luego recorrer el circuito de conspiraciones extraterrestres, donde conocen un auténtico alien que asegura ser quien asesoró a Spielberg para «Encuentros cercanos del tercer tipo». Todo esto dirigido por Greg Mottola, el experto en perdedores de «Super Cool» y «Adventureland», con el aporte de grandes comediantes como Bill Hader (de «Saturday Night Live») como un aspirante a «hombre de negro», o Seth Rogers (la voz del marciano con una generosa provisión de la marihuana que le daban los militares de las bases secretas donde lo tenían encerrado). Uno podría pensar que, con todos estos elementos, «Paul» podría ser una comedia fabulosa. Lo cierto es que es una comedia bastante buena, con la típica estructura de «road movie» divagante que intenta armonizar la trama con los gags y sketches de eficacia intermitente. Es decir, uno la pasa bien durante toda la película, pero como suele suceder en estos casos, da la sensación que los que se divierten más son los artistas involucrados en el rodaje. Obviamente los seguidores de las conspiraciones extraterrestres y la cultura pop relativa a la ciencia ficción y las convenciones con gente disfrazada de star troopers o princesas Leia de «Star Wars» van a disfrutar especialmente todo este chiste con momentos brillantes, dos o tres gags realmente gloriosos, y una dosis generosa de «buenas vibraciones» para compensar cualquier falta de rigor que pueda afectar el conjunto. Además, hay muy buenos diálogos en «klingon», lenguaje obviamente despreciado por Paul, hombrecito verde que está de vuelta de todas estas cosas.
Entretiene más si se olvida el original Es verdad, no era «El ciudadano», «Casablanca», ni «Psicosis», ni siquiera algún Drácula de la Hammer. Pero «La hora del espanto», es decir la «Noche de miedo» de 1985, era una muy buena película de vampiros suburbanos, con un don especial para mantener el equilibrio entre la parodia, el homenaje al género, y el auténtico terror. Teniendo esa película en mente, con esta nueva «Fright Night» está todo mal. La remake es un producto típico de la fiebre de nuevas versiones de films de terror de los 70 y los 80. El guión realmente es pésimo, empezando por el hecho de arruinar todo el suspenso hitchcockiano surgido del conflicto del adolescente que sabe que su vecino es un vampiro, sin que nadie le crea ya que, ahora, desde el vamos el vampiro revela sus malas intenciones, y no hay margen alguno para sutilezas. Pero si bien esta nueva «Noche de miedo» está armada como una especie de estudiantina televisiva teenager con vampiros, por más descerebrada que sea, la verdad es que nunca aburre. Hay mucha acción, chorros de sangre y algún crucifijo arrojado al espectador en la version 3D, formato por momentos utilizado de modo realmente creativo para describir la desolación del suburbio semi abandonado de Las Vegas al que se muda el vampiro protagónico. Una vez entendido que el guión es malo -lo que es evidente aun no habiendo visto el film original-, se puede disfrutar de escenas aisladas con buenos gags, imágenes fantásticas super imaginativas y hasta interesantes aportes a las reglas de la mitología vampírica. También se aprecia el recurso de convertir al antiguo presentador de films de terror/cazador de vampiros Peter Vincent (inolvidable Roddy MacDowall) en un mago dark al estilo Chris Angel, un buen trabajo de David Tennant. De hecho, hay muy buenos actores que logran volver interesantes a sus personajes más allá del flojísimo guión: Anton Yelchin es un gran paranoico, y el talentoso Christopher Mintz-Plasse (el de «Super Cool» y «Kick Ass») debería haber tenido más escenas como nerd vampirizado, mientras que la beldad adolescente Imogen Poots realmente logra transmitir el auténtico conflicto que subyace en todo relato de vampiros. Y Toni Colette (la protatonista de «El casamiento de Muriel» o la madre del atormentado chico de «Sexto sentido») logra salir ilesa de algunos de los diálogos mas ridículos del film. Mientras que «La hora del espanto» era una buena película, esta «Noche de miedo» es un desastre bastante divertido, que puede calificar como placer culposo. El lado bueno es que debe haberle dado buenos dividendos al injustamente olvidado director y guionista del film original, Tom Holland (el papá de Chucky) que no filma nada hace añares. En la película también aparece brevemente el chupasangre original, Chris Sarandon, cuya actuacion parece haber sido estudiada de cerca por Colin Farrell, que logra que su vampiro sea bastante mejor que la película.