Parece que todas las semanas tendremos una película con Ryan Reynolds. El jueves pasado se estrenó la comedia fantástica “Tomando el control” y hoy una comedia de acción, “Duro de cuidar 2”, que llama la atención por un elenco que puede salvar cualquier film, por mediana que sea la premisa. Si la primera parte no era exactamente un clásico, con Reynolds perdiendo su licencia de guardaespaldas de elite y obligado a cuidar al salvaje Samuel L. Jackson, esta secuela tampoco se esfuerza por crear un argumento demasiado coherente. El punto a favor es que toma el pequeño papel que hacia Salma Hayek como la esposa de Jackson y lo convierte en un protagónico como una estafadora perseguida por todo el mundo, a la que Reynolds, quien ya no quiere ser guardaespaldas de nadie, encuentra mientras pasa unas vacaciones en Capri. Hay explosiones, tiroteos, cómicas escenas de tortura y algunos buenos gags, sobre todo cuando el guardaespaldas hace terapia para dejar de ser tal y su psicóloga no lo soporta. Al trío estelar se agregan actores de peso como, Antonio Banderas y Morgan Freeman, dispuestos al disparate. El resultado es más o menos entretenido si no se tienen muchas pretensiones, pero sin duda lo que vale la pena es verla de nuevo a Salma Hayek, aunque más no sea en esta película.
Luego de la serie de “Una noche en el museo”, el director y productor Shawn Levy, también responsable de “Stranger things”, desarrolló otra idea de comedia fantástica familiar repleta de efectos especiales. “Free Guy” podría ser definida como “The Matrix”, pero multicolor y nada metafísica, con una pizca de “The Truman Show”. Su trama se basa en las aventuras de un empleado de banco, protagonista absoluto desde el título, un jovial Ryan Reynolds que se levanta con una sonrisa, come cereales infantiles y va feliz a su monótono trabajo. Esto a pesar de que todos los días el banco es asaltado por feroces criminales, entre muchas otras cosas tremendas que nunca lo afectan. Es que este empleado, sin tener la menor idea, es un ser inexistente en un mundo irreal, apenas un personaje con el que nadie juega en un elaborado video game, o sea una especie de extra en un universo de fantasía. La película relata la liberación de tal personaje de su existencia absurda, y lo hace a través de algunos gags e ideas argumentales atractivas, pero sobre todo mediante un caleidoscópico arsenal de efectos especiales que, a veces, se pasan de la raya. Con todo, hay una buena actuación de Reynolds, y una original y colorida dirección de arte.
“Martin Eden”, la clásica novela del aventurero socialista Jack London, obtiene un curioso y original tratamiento en esta producción europea que cambia el libro publicado en 1909 tanto en ambiente como en época. En el original, Martin Eden era un marinero estadounidense pero aquí es napolitano, y la época es un momento más o menos indeterminado entre los años 60 y 70. Estos cambios le permite al director Pietro Marcello algunos comentarios sociales más cercanos al espectador actual, pero también la inclusión de hermosas canciones pop italianas. La trama sigue siendo la misma del libro de London, y lleva como protagonista a un marinero iletrado que salva a un joven rico de una situación violenta en el puerto, con lo cual logra el agradecimiento de su familia aristócrata, en especialmente de su atractiva hermana estudiante, gracias a quien conoce la poesía de Baudelaire. Esto es un punto de inflexión en la vida de Eden, que casi inmediatamente desarrolla una fiebre literaria, empieza a leer ávidamente y se decide a ser en un gran escritor, asunto con lo que no todos los que lo rodean están de acuerdo, ni creen posible. El Martin Eden de Luca Marinelli es realmente convincente, y este detalle es el punto fuerte de un film que, por el cambio de época y de ambientes, puede contrariar un tanto a los seguidores de Jack London. Pero el film es interesante, tiene buenas actuaciones y una sólida fotografía.
Algo poco usual en las adaptaciones de comics es que el director sea también el único guionista. Esta nueva “El escuadrón suicida” es una película escrita y dirigida por James Gunn, quien con “Guardianes de la galaxia” mostró el lado más psicodélico y lunáticamente divertido de Marvel, y ahora se pasa de bando para hacer algo parecido con DC Comics, lo que en parte consigue. Los protagonistas en cuestión, un escuadrón de antisuperhéroes, son una pandilla de villanos psicópatas, lo que lógicamente da un toque más siniestro y ultraviolento, no muy diferente de lo que se había visto en “Guardianes de la galaxia”, aunque sirve para aprovechar las raíces de James Gunn cuando trabajaba para el sello de películas de culto clase Z Troma Inc. El toque Gunn no le queda nada mal a este “Suicide Squad”, que empieza por eliminar todo vestigio del film sobre los mismos personajes filmado en 2016, opción de borrón y cuenta nueva que ya ha tenido mucha aceptación con otras adaptaciones de comics al cine, incluyendo a Spiderman. La que sí tiene un pasado visible es Harley Quinn, es decir la novia del Guasón ya interpretada en “Birds of Prey” por la talentosa Margot Robbie, quien sin duda es el mejor de todos los personjaes del film, probablemente junto al feroz Bloodsport encarnado por Idris Elba. Luego la trama sobre el escuadron reunido para infiltrarse y acabar con los horribles experimentos que se llevan a cabo en la isla latinoamericana de Corto Maltese (rara referencia al clásico comic europeo de Hugo Pratt, que poco tiene que ver con DC) da para todo tipo de situaciones tan sangrientas como divertidas, con picos de humor negro a la altura de lo mejor de los “Guardianes” de Gunn. Sólo que la película, que supera las dos horas de duración, se estira demasiado por momentos y no siempre aprovecha de la mejor manera a excelentes actores de reparto como Viola Davis. Tanto los rubros técnicos como el sonido y la música son excelentes e imaginativos.
Las secuelas de éxitos de taquilla como “Un jefe en pañales“ (2017) son inevitables. Inclusive esa película dio lugar a una serie de Netflix que no iba mucho más allá de la premisa original. Pero en esta segunda parte para cine, el director Tom Mc Grath se envuelve en una trama demasiado complicada, tirada de los pelos, que transcurre décadas más tarde con el bebé original ya grande preocupado por algunos problemas familiares propios de los adultos. Esta vez, la jefa en pañales que trabaja para Baby Corp es la pequeña llamada Tabitah, y el recurso dramático es que el adulto preocupado vuelva y encuentre un truco casi mágico para convertirse en bebé por un par de días, e infiltrarse así en la temida Baby Corp. como un espía industrial. La animación es de calidad , pero las vueltas de la historia son un tanto cansadoras para los adultos que vean el film junto a sus hijos, y absurdas para ellos, a quienes presuntamente está destinado. Hay algunos gags divertidos pero nada funciona como en la película original.
En los años 90, el fotógrafo Martín Weber recorrió Latinoamérica sacando fotos de gente corriente con profesión y clases sociales de todo tipo. Eran retratos de estas personas en los que sostenían una pizarra donde cada una escribía sus sueños, cosas tan disímiles como “Mucho dinero”, “Prohibido prohibir”, “Mejores salarios”, “Que la necesidad no perturbe nuestros sueños” o incluso esta la foto de una nena que escribió “Quiero ser policía”. Weber volvió a esos países muchos años después para intentar una guía nada turística que lo reencontrara con la gente de estos retratos y ver que había sido de sus vidas, y sobre todo qué había pasado con esos sueños escritos en las pizarras. Sin duda una misión difícil, ya que en aquellas ciudades de la Argentina, México, Brasil, Guatemala, Colombia o Cuba no siempre estaba vivo el personaje de cada foto en cuestión. Algunos habían muerto, otros se habían mudado a otro país, y entonces el director –que basó esta película en un libro publicado hace unos años- film a la gente que recordaba a la persona de la foto. Todo esto da lugar a una pintura distinta e interesante de América Latina, y a historias que en algunos casos son propias de un lugar común de la región, o a relatos distintos y atrapantes, por ejemplo las historias que surgen en Cuba, donde Weber consiguió algunas de las mejores partes de esta película que por momentos tiene un tono entre lánguido y pretencioso, pero que cuando da en el blanco lo hace con fuerza. La sutil música ambiente y la excelente dirección de fotografía son dos puntos a favor que ayudan a recomendar un documental atípico.
Texto publicado en edición impresa.
Hace rato la animación no proviene sólo de los estudios Disney, ni siquiera solamente de otras firmas hollywoodenses. Uno de los que demostró esto fue Alexs Stadermann con su original éxito “La abeja maya”, que se vio en todo el mundo. Ahora Stadermann presenta desde Australia y Bélgica una historia que le debe un poco a los monstruos de “Hotel Transylvania”, ya que “100% Lobo” cuenta la historia del ultimo descendiente de una larga estirpe de hombres lobo. Sólo que Freddy Lupin, el protagonista, sólo logra una metamorfosis decepcionante cuando al cumplir 14 años su capacidad de convertirse en licántropo apenas llega al nivel de perrito faldero, lo que genera un conflicto con su familia y lo lleva a deambular por las calles huyendo de la perrera junto con otros perritos. El film parte de una premisa divertida y la logra mantener con gags razonablemente eficaces, aptos tanto para niños como para sus acompañantes adultos. En cambio los diseños de los personajes humanos son menos interesantes, aunque la técnica de animación digital tiene atractivos coloridos.
Algo que no se le puede reprochar a Robert De Niro es la capacidad de adaptarse a cualquier género y papel. Sin embargo, el actor de “Taxi Driver” y “Toro salvaje” nunca había llegado tan lejos como en esta “En guerra con mi abuelo”, en la que se pone al frente de una comedia infantil al mejor estilo de “Mi pobre angelito”. La minimalista trama tiene a De Niro convertido en un abuelo en la mala que tiene que ir a vivir con la familia de su hija. A su nieto Peter (Oakes Fegley) lo hace feliz que el abuelo viva con él, hasta que se entera de que la idea es que comparta su cuarto. Ahí empieza la guerra del titulo, llena de gags dignos de dibujos animados clásicos, algunos graciosos, otros no tanto. Pero lo que distingue a este película con un De Niro para toda la familia es un elenco que incluye a intérpretes del talento de Uma Thurman -que estaba semidesaparecida-, el cómico Cheech Marin y, sobre todo, el siempre talentoso Christopher Walken, que se roba cada escena en que aparece. Y por supuesto, De Niro tiene cancha de sobra para elevar el nivel de la película más mediana.
A la manera de Carlos Sorín pero con mayor presupuesto, Chloé Zhao pinta historias de tierra adentro uniendo actores profesionales con “no actores” o gente común. Así, “Canciones que mi hermano me contó”, “The Rider”, y ahora “Nomadland”, cuyos únicos profesionales son Frances McDormand, David y Tay Strathain, padre e hijo, y en fugaces apariciones Peter Spears y los cantautores Cat Clifford, Donnie Miller y el viejo Paul Winer (el librero nudista que acá, por suerte, aparece vestido). El resto son todos “ellos mismos”, y vale la pena conocerlos, como Linda May, Bob Wells y Charlene Swankie, que en parte también hace un personaje. El pueblo donde comienza la historia existe de veras, mejor dicho subsiste. Con la fábrica cerrada se fue despoblando. Esta obra imagina entonces el derrotero de una viuda, su camioneta, en la que ahora vive, y su encuentro con otras personas como ella, todas en trabajos temporarios por distintos lugares. Ellos son nómades, como los pioneros en sus caravanas al Oeste, las familias que pintaron John Steinbeck y John Ford en “Viñas de ira”, o esa otra viuda que salió en busca de trabajo y amor en los ’70, y que contó Martin Scorsese en “Alicia ya no vive aquí”, pero son nómades del siglo XXI, herederos de los hippies, refractarios a la sociedad de consumo y usuarios de la tecnología y el combustible a buen precio. “Nomadland” primero sorprende y de a poco emociona, de una manera muy suave, muy limpia. Es que tiene una actriz capaz de transmitir sentimientos desde lo hondo sin necesidad de grandes diálogos, inclusive sin ningún diálogo. Y con ella, una serie de personas, no personajes, que enamoran. Gente de veras, que enfrenta los infortunios saliendo al camino, ama valerse por sí misma, tender una mano y compartir una fogata cuando termina el día. Y sobre todo “Nomadland” emociona porque tiene una directora y montajista muy observadora que con mano suave supo descubrir, y descubrirnos, el corazón de esas personas, y a través de ellas también una parte esencial, casi fundacional, del corazón de su país. Película curiosa, hermosa, que parece chiquita y es realmente grande, enriquecida además con la fotografía de Joshua James Richards y la música del italiano Ludovico Einaudi.