“Misión Imposible” recupera la contundencia del original La quinta entrega de la saga de remakes para cine de la serie "Misión Imposible" empieza de modo contundente con un buen prólogo aéreo con una escena de riesgo a cargo del propio Tom Cruise (o al menos eso asegura la publicidad). Y sigue muy bien en la escena que plantea la trama: un grupo maligno llamado el Sindicato ha sacado del juego a la Fuerza Misión Imposible, que además la CIA quiere desarticular, y Tom Cruise cae preso de los malos, que quieren arrancarle todos sus secretos en una sesión de torturas. Luego, promediando la proyección, hay un par de largas secuencias consecutivas que transcurren en Casablanca, Marruecos, que están entre lo mejor de las cinco películas. Una es una misión submarina que casi pone fuera de combate el protagonista, que al borde de la muerte y sin haberse sacado del todo el agua de los pulmones toma el volante de un auto en una persecución formidable, que luego incluso sigue en moto por sinuosas autopistas marroquíes. Otro punto fuerte de "Nación Secreta" es que el guionista y director Christopher McQuarrie retoma el enemigo original que tenían los agentes secretos de la vieja e inolvidable serie de TV creada por Bruce Geller hace medio siglo, ya que justamente el Sindicato era a los agentes de Misión Imposible lo que Spectre a James Bond, o Kaos al Agente 86 (en las remakes para cine, el Sindicato recién se insinuó por primera vez al final de la película anterior). El regreso de este Sindicato está bien construido desde el guión, y podría devolverle por completo la identidad al cuerpo de espías liderado por Tom Cruise en las inevitables próximas secuelas. Justamente, el principal problema del primer film dirigido por Brian De Palma en 1996 era tomar el concepto de un equipo de agentes ultrasecretos perfectamente organizado, para desarticularlo totalmente y dejar a sus agentes a su suerte, lo que equivalía a armar un thriller que podría haber tomado cualquier otro nombre sin necesidad de apelar a un programa clásico de TV. Con cada sucesiva película, el concepto original fue acercándose a lo que debería y, en este film, pese a estar supuestamente desactivado por el Sindicato y la CIA, el equipo que completan el siempre talentoso Simon Pegg, Jeremy Renner y Ving Rhames está en plena forma. Como jefe de la CIA, Alec Baldwin hace un buen aporte, ya que es un actor experto en componer chantas, mientras que Rebecca Ferguson podría haber sido mucho mejor como la doble agente que siempre aparece en el camino del héroe, lástima que el guión le quitó buena parte de su potencial al dejar fuera casi toda opción de romance o erotismo. La gran falla son los villanos, empezando por el jefe del Sindicato interpretado por un muy poco carismático Sean Harris. Y entre los malos secundarios sólo se luce realmente un flautista asesino, que tiene un instrumento musical convertido en fusil de alta precisión para un asesinato en la Opera de Viena, La escena es una copia mediana pero larga y sobreproducida del desenlace de Alfred Hichcock en sus dos "El hombre que sabía demasiado". Antes de que los personajes lleguen a Marruecos para que el film explote en superacción, la primera mitad se vuelve lenta y redundante. Con veinte minutos menos cortados por un buen compaginador, el vértigo hubiera sido constante y no sólo esporádico. Tampoco hay un buen desenlace, sencillo al punto de que recuerda a los mucho más modestos episodios de la clásica serie. Un buen nuevo aporte es el del músico Joe Kraemer que realmente se luce arreglando todo tipo de variaciones sinfónicas de los gloriosos temas originales de Lalo Schifrin.
Bello film sobre tiempos más inocentes y sufridos “El gran pequeño” es un film doblemente singular: es una buena fábula para chicos y grandes y, aunque su historia, el idioma y los intérpretes hacen pensar que es una película norteamericana, en realidad es He aquí una película doblemente singular. Primero, porque se trata de una buena fábula para niños y grandes, con moraleja de trasfondo católico como hace mucho que no vemos en el cine norteamericano. También espíritu de tolerancia y evocación entre crítica y nostálgica de otros tiempos más inocentes y sufridos, como se recuerda ahora la vida en EE.UU. cuando sus hijos fueron a combatir en la II Guerra Mundial. Acá, la historia transcurre en un pueblo de la costa californiana. El hombre de la casa debe ir al frente y eso altera al hijo mayor y angustia al menor, que es muy bajito y acomplejado. Los demás niños lo toman de punto, le dicen Little Boy. Lo que sigue incluye la visita de un ilusionista, la fascinación por la magia, la práctica empeñosa de la telekinesis para traer al padre de vuelta a casa, la insistencia del médico del pueblo para levantarse a la madre del chico, las historietas, la matiné, el odio de un borracho cuyo hijo murió a manos de los japoneses, la dura existencia de un inmigrante japonés en el pueblo, la mentalidad colectiva, también la inocencia. Por ahí un cura le explica cómo funciona eso de la fe. Y le encaja hábilmente la obligación de cumplir las Siete Obras Corporales de Misericordia que figuran en el catecismo: dar de comer al hambriento, vestir al desnudo, visitar a los presos, etc. Para que se entretenga. Encima le encaja otra acción caritativa todavía más difícil: hacerse amigo del japonés. Para que entienda. Por ahí va la trama, y así vamos llegando a la moraleja. Con una ironía terrible: Little Boy le decían a la primera bomba atómica. Y una ironía de novela, relacionada con la Séptima Obra, que sirve para crear expectativa, provocar algunas lágrimas inútiles, y creer en los finales felices. En ciertos aspectos, "El gran pequeño" resulta pariente lejano de "Baby Blue Marine" (John Hancock, 1976), que acá se conoció como "Inocencia perdida":misma época, un protagonista asustado que cree cambiar algo, un pueblo chico de gente buena, pero patriotera y prejuiciosa, y un japonés americano (o más de uno). También, la apelación al mundo del dibujante Norman Rockwell, que acá se extiende a todo el pueblo, sus casas, los rostros de sus habitantes y la mente del niño. Las referencias son otras, cuando el chico descubre una versión oriental de David y Goliath. Y ahora, la segunda razón de por qué ésta es una película singular. Quien atienda la historia, el idioma y los intérpretes (de Emily Watson para abajo, o de Jakob Salvati para arriba) dará por sentado que ésta es una película norteamericana. Quien se fije en el director, Alejandro Monteverde, el coguionista, Pepe Portillo,los productores, como Eduardo Verástegui, el director de arte, Bernardo Trujillo, casi todo el equipo técnico, y el estudio de filmación, descubrirá que es una película casi mexicana. Con sede legal en Los Angeles, eso sí. Increíble, pero cierto. Digamos, un milagro de los tiempos actuales.
"PIXELES" ES, ADEMÁS, UN FORMIDABLE HOMENAJE A LA ERA DE LOS VIDEOJUEGOS DE CONSOLAS Divertidísima comedia con el sello Columbus Desde el Tetrix a Pac-Man, los grandes clásicos del videogame de consolas, es decir los juegos que reinaban en la era de los "fichines", son los monstruos de esta demente variación de films de culto como "El último guerrero espacial" y "Tron", que tiene el inconfundible sello de Chris Columbus, guionista de "Gremlins" e "Indiana Jones y el templo de la perdición" y director de la segunda y mejor película de la saga de Harry Potter. Columbus consigue traer al siglo XXI el estilo de memorables comedias fantásticas de los años 80 como "Los cazafantasmas" (no por nada en la primera escena de su nuevo film aparece Dan Aykroyd) en esta lunática invasión extraterrestre. Bastaría solamente la increíble escena con un Pac-Man malvado comiéndose la ciudad de Nueva York para recomendar esta comedia que tiene un puñado de escenas memorables que aprovechan al máximo todas las posibilidades del moderno 3D digital, logrando imágenes alucinantes destinadas a verse una y otra vez cuando estén disponibles en DVD. La trama sobre una civilización pixelada del espacio exterior que confunde la hostilidad de los viejos juegos de "fichines" con un desafío de lucha entre planetas, enviando sus retos de guerra a través de reinterpretaciones de la serie "La isla de la Fantasía" con Ricardo Montalbán, ocupándose de dar sus ultimátums a la Tierra, no tiene casi un solo detalle que no sea completamente bobo. Empezando por el hecho de que Adam Sandler , además de ser un patético instalador de DirecTV y home theatres, también sea el principal asesor tecnológico del presidente de los Estados Unidos. O que una hermosísima Michelle Monaghan sea una teniente coronel recién divorciada que debe enfrentar la invasión alienígena con opciones más modernas que las que trata de imponer el vetusto militar interpretado por Brian Cox. Todo es posible en esta divertidísima comedia donde los nerds se convierten en los héroes que salvan el planeta, mientras les dan nalgadas a los patovicas del cuerpo de elite del ejército, que no saben cómo defender a la humanidad del temible cienpiés extraterrestre del juego "Centipede", ni mucho menos cómo evitar los barriles arrojados por el gorila furioso de "Donkey Kong" (este juego minimalista también es el centro de una de los grandes momentos de apocalipsis pixelados con los que debe enfrentarse Sandler). Una gran cualidad de "Pixeles" es el genuino homenaje a la era de los "fichines" con hallazgos como que el diseñador japonés que creó a Pac-Man reaparezca indignado de que su famosa creación comedora de puntitos se haya vuelto malo, o que un enano fanfarrón y tramposo tenga que ser convocado por la Casa Blanca para salvar el mundo por haber sido el eterno ganador el campeonato mundial de estos juegos (el actor liliputiense Peter Dinklage por momentos les roba la película a sus colegas más famosos al recrear la personalidad de uno de los campeones de "fichines" en los auténticos campeonatos de los años 80). Con un guión más cuidado que no deje baches de ritmo narrativo -la película demora una buena media hora en arrancar de verdad- Columbus tendría una verdadera obra maestra, pero de todos modos el director de "Mi pobre angelito" sacó de la galera otro de sus grandes éxitos. Y sin duda uno de los más divertidos e imaginativos films de su carrera.
Visión bastante verosímil del universo adolescente Basada en una novela del mismo escritor de la superexitosa "Bajo una misma estrella", John Green, este misterio adolescente está bien armado, y sobreactuado, aunque puede resultar un tanto sobrio y moderado tratándose de una historia relacionada con teenagers. La misteriosa es Margo, una chica más inteligente y madura que sus amigos, sobre todo los varones. Hay uno que está especialmente inhibido por ella, sobre todo cuando ella lo lleva medio de prepo a un extraño recorrido en el auto de sus padres. La cosa es que ella quiere tomarse un par de revanchas con el novio que la engañó con otra y las andanzas unen especialmente a los dos protagonistas de este relato que, obviamente, también tiene su parte romántica. O mejor dicho, más que los protagonistas, el protagonista, Natt Wolff, ya que el personaje de Margo que interpreta Cara Delevingne desaparece casi en el acto, y nadie sabe nada de ella, y éste es el misterio sobre el que trata la película. La idea del chico medio desolado, sobre todo luego de la jornada anterior, es que Margo está dejando pistas sobre su desaparición como si fuera un juego detectivesco al estilo de Agatha Christie, o más bien, de los Hardy Boys. "Ciudades de papel" tiene su lado filosófico, como cuando la chica mira las luces de Orlando y comenta: "Es una ciudad de papel, habitada por gente de papel". Así de profundo. La película está bien filmada, tiene lindas imágenes y ritmo razonable, y su principal cualidad es explorar el mundo de los adolescentes de un modo verosímil, aunque eso implique que le falte un poco de fantasía.
Pequeña, a tono con el héroe, pero entretiene La nueva era de Marvel empezó a lo grande con la imperdible "Guardianes de la galaxia", una increíble mezcla de humor negro y delirios cósmicos con imágenes dementes y una estética casi contracultural al estilo de los cómics europeos de la revista Metal Hurlant. Seguir esa obra maestra de cómic adaptado al cine era difícil y, tal vez, seguir la saga de superhéroes de la nueva Marvel con el diminuto Ant Man no haya sido la mejor idea, ya que desde el cómic siempre fue un personaje menor y un poco limitado al truco de hacerse pequeñísimo y extrafuerte para poder infiltrarse en los sitios más inexpugnables. Llevado al cine, el asunto tiene un poco más de gracia dado que se convierte en una película del género de gente achicada, que incluye genialidades como "The incredible shrinking man" ("El hombre increíble"), de Jack Arnold. Pero este pequeño héroe se queda lejos de la metafísica implicada por existir a pesar de ser un microbio y, por otro lado, el humor es un poco elemental, a pesar de que Paul Rudd se esfuerza en ser simpático y sostener diálogos que a veces son divertidos y otras más o menos. El que realmente le da fuerza al conjunto es un sorprendente Michael Douglas que ya hace un papel muy convincente desde el prólogo, una formidable secuencia que promete una película mejor, pero que se va achicando como su protagonista. Esto no significa que "El hombre hormiga" no tenga sus momentos, incluyendo algunas imágenes asombrosas filmadas con mucho talento e imaginación por el director de fotografía, Russel Carpenter. En cambio, el director Peyton Reed no es muy creativo en lo narrativo, que es bastante elemental, y con muchas escenas con sabor a déjà vu. En cuanto al guión, la historia de redención en el hormiguero es de manual. Entre los actores de reparto se destacan Michael Peña y Evangeline Lilly, pero una escena que se disfruta aparte es la que enfrenta a Michael Douglas con el "Mad Men", John Slattery.
Barata y estirada, pero con chispazos de ingenio En la era de las películas de "found footage" o "metraje encontrado", la gran cualidad de "La horca" es que no repite la misma fórmula de siempre y que incluso se las arregla para armar algo parecido a un largometraje con prácticamente nada. En un momento culminante de lo que Roger Corman definía como "economía de medios", estos cineastas tan caraduras que por momentos son unos genios arman una secuencia entera mostrando las zapatillas del personaje que, como sucede siempre en estos casos, no puede soltar su berretísima cámara de video. Hay algo que en teoría casi podría hacer recordar con simpatía esta película y es que parece armada para mojarle la oreja al culpable de este nuevo género, "El proyecto de la bruja de Blair", repitiendo sus absurdos y obvios recursos argumentales, empezando por los celulares que pierden la señal cada que vez que el guionista no tiene una idea mejor. Sólo que el concepto de "La horca" es muy astuto y verdaderamente temible, además de verosímil, ya que juega con las supersticiones del mundo del teatro, que todo aquel que haya tomado un par de clases de actuación conoce. Los que no tomaron ni media clase de actuación son los ignotos protagonistas de este film, tan astuto que hasta resuelve este detalle: los personajes son todos actores adolescentes en un colegio que tiene una vetusta sala teatral con muy malas vibraciones, dado que 20 años atrás un actor interpretando la obra "The Gallows" (es decir, la horca o el patíbulo) muere ahorcado en una tragedia inexplicable que conmocionó a todo el ámbito escolar. El chiste que aquí parece una auténtica tomada de pelo es que unos chicos del colegio deciden conmemorar la tragedia con una nueva representación de "The Gallows", lo que obviamente no es buena idea. Para hacer las cosas más baratas aún, el dúo de directores y guionistas reduce el elenco a un mínimo grupo de alumnos que se quedan encerrados en el teatro una noche de ensayo faltando realmente el respeto al difunto colgado. El público avezado en cine fantástico sabe bien que si hay muchos personajes a quienes asesinar de manera horrible, la película será lenta y aburrida, ya que hay que estirar cada muerte para llegar a los indispensables 82 minutos que tiene que tener mínimamente algo por lo que la gente paga una entrada. Pero, pese a todos los trucos ladinos de estos cineastas que merecen un premio por haber logrado venderle este proyecto a la Warner, hay varias cosas que juegan a su favor, como el humor solapado, el inteligente uso del sonido (debe haber sido lo más caro del film) y el hecho indiscutible de que dentro de un film de "found footage", en el que todo tiene que estar mal filmado ex profeso, cuando quieren, como en la dramática y apropiadamente teatral escena clave hacia el final, los tipos demuestran que pueden filmar realmente bien.
EL RENACIDO HÉROE DE ACCIÓN ES LO MEJOR DE "TERMINATOR GÉNESIS", QUINTA ENTREGA DE LA SAGA QUE INICIÓ CAMERON Schwarzenegger no está obsoleto "Estoy viejo, pero no soy obsoleto", explica el semiperimido androide, un modelo realmente vintage al lado de los enemigos de metal líquido que el ex gobernador de California trata de matar a tiros inútilmente durante buena parte de las dos horas de película. Entendiendo que si las segundas partes no suelen ser buenas, no se puede pretender demasiado de la quinta entrada en la saga de "Terminator", de James Cameron, filmada hace tres décadas. Sin embargo hay que reconocer que Schwarzenegger no sólo no está obsoleto, sino que es lo mejor de esta película que convierte la imaginativa premisa de Harlan Ellison (a quien Cameron le plagió desvergonzadamente su histórico "Soldier" adaptada en un legendario episodio de la serie de TV "Outer Limits") en una ensalada difícil de tomar en serio, dado que todos los personajes pueden ir y venir en el tiempo a gusto para que la historia pueda ir hacia cualquier lado, en cualquier momento. De hecho, el pasado a modificar desde un futuro apocalíptico dominado por máquinas y computadoras por momentos parece más repleto que el camarote de los hermanos Marx, con todos los futuros hijos, padres y madres revelando sus hipotéticos parentescos futuros, mientras distintos modelos de Terminators aparecen como ninjas camuflados en seres humanos. Y, peor aún, en seres queridos. La gracia del primer film era el hermetismo que dominaba el planteo narrativo, ya que la lucha entre dos viajeros en el tiempo para luchar por la vida o la muerte de una camarera llamada Sarah Connor no era explicada hasta bien promediado el relato. Aquí, en cambio, se explica todo de más desde el principio, cuando el líder del futuro, John Connor, envía a su lugarteniente al año 1984 para velar por la seguridad de su madre. Eso implica que el asunto tarde unos 20 minutos en empezar en serio, y luego que cada tanto la acción se detenga con escenas dialogadas dignas de un culebrón. El que aporta humor en cada escena es justamente Arnold, que incluso exagera la bondad de su personaje robótico casi parodiando el hecho que marcó siempre la diferencia entre la película original y sus secuelas: lo que convirtió a Schwarzenegger en superastro fue un papel de androide malísimo, algo que nunca se atrevió a repetir (tal vez debido a sus ambiciones políticas ya no quiso interpretar al villano). Por otro lado, un punto realmente flojo es la Sarah Connor que interpreta Emilia Clarke y hace extrañar a Linda Hamilton. El único actor que realmente apoya a Arnold es J.K. Simmons (el de "Whiplash") en el papel secundario de un policía que todos consideran chiflado y se roba toda escena en la que aparece. A favor, se disfrutan un par de complejas escenas de acción realmente contundentes, sobre todo una con un micro escolar sobre el puente Golden Gate de San Francisco con ecos del final de "Dirty Harry" de Don Siegel. Y lo mejor, sobre todo para los fans del primer Terminator, es el énfasis en respetar todo lo que tenga que ver con la estética original, incluyendo los relámpagos del viaje temporal, el rostro mitad metálico de protagonista, y especialmente la visión subjetiva del androide, respetada a rajatabla a pesar de que hoy en día no parece nada futurista. Si siempre los personajes pueden ir y venir del futuro para alterar el pasado, está claro que hay "Terminator" para rato, aunque si la idea es centrarse en el aspecto melodramático del asunto, mejor deberían hacer una miniserie, justamente la especialidad del director Alan Taylor, realizador de episodios de "Los Soprano" y "Game of thrones".
¿Placer o martirio? eso depende del espectador El cine de arte a veces es difícil de definir, sobre todo cuando explora conflictos modernos con una audacia incomparable.Y por supuesto, el cine de calidad requiere un esfuerzo especial del espectador para entender la particular visión de un auteur. No quedan dudas de que "Placer y martirio" es cine de arte y ensayo, dado que cumple al pie de la letra reglas básicas como presentar dramas de gente de clase alta siempre rodeada de muebles de diseño. Mostrar algunas escenas de sexo fuertes, pero muy cuidadas, siempre sólo con primeros planos de glúteos masculinos -aun si fueran personajes secundarios- porque el cineasta se niega rotundamente a cosificar a sus protagonistas femeninas. Por otro lado, teniendo en cuenta el apoyo ecuménico de todos los organismos posibles al film, desde el INCAA, la provincia de Buenos Aires, el premio del Bafici al mejor director y hasta el apoyo de la ciudad chilena de Valdivia, es evidente que dicho apoyo es totalmente desinteresado, ya que si bien en un momento dos personajes viajan especialmente a Valdivia para consumar su pasión desenfrenada y adúltera, prácticamente no se ven paisajes de la localidad chilena, que no distraen al director de su drama intimista. Lo más asombroso y vanguardista es que en el viaje a Chile, escena clave del film, no hay un sólo personaje que hable con acento, o se exprese con chilenismos. Claro, un viaje a lo profundo del alma femenina, que quienes le dieron el premio en el festival porteño tal vez sólo puedan comparar con "Persona" de Bergman o "Fear City" de Abel Ferrara, implica escenas atípicas y fuertes. La trama describe a una mujer que no tiene sexo con su marido hace meses, se lleva mal con su hija adolescente, con su mucama y sus empleados. Hasta que conoce a un misterioso galán maduro de nombre árabe, un millonario que también está casado y que la trata realmente con frialdad patológica y actitudes caprichosas, algo que a ella le provoca una obsesión difícil de entender. Es que el film, de Campusano es tan personal que permite que señoras atractivas suspiren por un ménage à trois con ancianos impresentables que se hacen los chetos y luego las someten violentamente, sin que esos detalles sean resueltos. Eso no es necesario en el cine serio, de calidad. Las actuaciones son increíbles, con la protagonista repasando diálogos antológicos con inexpresividad coherente con el ascetismo y ausencia casi total de matices de la fotografía. Pero el toque más original tal vez sean las caracterizaciones de los dos protagonistas masculinos: el marido interpretado por Juan Bautista Carreras es una especie de caricatura de entrecasa de Ricardo Darín, mientras que el galán misterioso y sádico que compone Rodolfo Ávalos está diseñado como una notable mezcla entre Darío Grandinetti y el Paz Martínez. Hay que aclarar, "Placer y martirio" puede ser fascinante para el público que aprecia el auténtico cine de arte. Los cinéfilos de vanguardia seguramente recordarán este peculiar opus del realizador de "Vil Romance" como un clásico al nivel de "Lola Mora" de Javier Torre, por citar un ejemplo. Sin embargo, otro tipo de público más conservador y ajeno a la vanguardia pueda llegar a pensar que esto es un auténtico bodrio del infierno.
Los “Minions” justifican con creces su protagónico Los pillos amarillos eran lo más popular de las dos "Mi villano favorito", por lo que no extraña que ahora tengan su propia película. Dado que los minions son engendros digitales que funcionan al por mayor y se comunican de modo casi monosilábico e ininteligible, tampoco debería llamar la atención que la película que los tiene como protagonistas casi ni intente narrar nada parecido a una historia más o menos coherente. Pero la verdad es que, igual que en tantos films animados, y más aún tratándose de estos descerebrados minions, ésta es una buena noticia: aquí se aplica como nunca la tesis que afirma que si no hay una historia genuina a mano, cuanto menor sea la intención de simular un argumento, mayor es la posibilidad de que el asunto pueda resultar realmente divertido. Por eso, un film animado que demora un tercio de su duración en ubicar al espectador en la trama principal, dedicándoles a sus protagonistas un increíble prólogo prehistórico, tiene como principal problema no haberse atrevido a seguir el disparate hasta el final. La primera media hora, comenzando con una magistral escena de créditos que explica la concepción de los minions con el comentario musical de "Happy Together" por The Turtles, anticipa la ambientación flower power que vendrá luego. La explicación sólo resulta convincente dada la explosión de humor, colores y música que pronto ubica al espectador en una especie de Paka-Paka flojo en rigor histórico, pero muy eficaz en vértigo visual y catarata de gags, siguiendo a los minions mientras se asocian obsesivamente a villanos y monstruos de todas las épocas. De un Tiranosaurio Rex al conde Drácula y hasta Napoleón los aceptan en su equipo, sin sospechar que la honesta y entusiasta ayuda minion siempre terminará arruinando sus planes. Al final, es Bonaparte el que se da cuenta del problema y manda a los minions a un gélido exilio en la Antártida. Deprimidos y congelados durante casi dos siglos, los minions un día se ponen las pilas y mandan exploradores a buscar en algún lado mala gente que los quiera contratar. Eso los lleva a fines de la década de 1960, primero en Nueva York y luego en el Swinging London, lo que permite la mejor banda sonora de una película animada desde "Yellow Submarine". Y aunque los minions aparecen en medio de Abbey Road, la música se nutre más que nada de The Doors, The Kinks (la secuencia/clip de "You Really Got Me" es una obra maestra en sí misma), The Who, los Rolling Stones, Donovan y Jimi Hendrix. Pero claro, cuando la música y los minions dejan lugar a la supervillana que quiere dominar el mundo y robar la corona de la reina de Inglaterra, las cosas no funcionan tan incoherentemente bien y de golpe el ritmo se detiene, sobre todo cuando el espectador se da cuenta de que están tratando de forzar sus neuronas a seguir algo parecido a un argumento. Si el público no cae en esa trampa seudoargumental y escapa a comprar pochoclo o lo que sea, regresando justo a tiempo para que el minion virtuoso del ukelele psicodélico intente interpretar "Foxy Lady", los pillos amarillos casi se saldrán con la suya. Tal vez sería el momento de que los cartoons vuelvan a ser cortometrajes a la vieja usanza y no largometrajes difíciles de sostener argumentalmente. En aquel viejo formato, los minions serían dignos rivales de Bugs Bunny y el Pájaro Loco.
Humor corrosivo, algo de almíbar y poco romance Dado el titulo original, "The rewrite", lo primero que habría que reescribir es la traducción que intenta enganchar al público luciendo como una comedia romántica, lo que en realidad es sólo a medias, empezando por el hecho de que la pareja protagónica, Hugh Grant y Marisa Tomei, no llegan a darse ni un beso en todo el film. Eso no implica que los personajes no desarrollen una relación sentimental, limitada por el detalle de que el galán es el profesor de guión de la mujer en una universidad del norte del estado de Nueva York. Obstáculo que de todos modos no impide que el docente se levante a una alumna adolescente no bien aterriza en el campus adonde llega casi eyectado a la fuerza desde Los Angeles. Es que la película podría definirse como una mezcla de sátira de cine dentro del cine y canto a la vida del docente: Grant interpreta al guionista ganador del Oscar de un film muy popular y masivo, que con el paso de los años no logró escribir nada de la misma calidad o éxito, al punto de que está quebrado y sin trabajo a la vista en la industria del cine, lo que lo lleva a aceptar la sugerencia de su agente de convertirse en profesor de guión. Dado que el flamante profesor no tiene la menor idea de las costumbres universitarias ni se plantea enseñar nada seriamente, el director y guionista Marc Lawrence consigue potenciar el lado caradura de Hugh Grant con un logrado sentido del humor irónico y corrosivo. Sólo que, como es fácil de adivinar, los ingenuos estudiantes le devolverán la fe y esperanza y el largo etcétera de lugares comunes previsibles. Ahí el asunto se desinfla, e incluso da la sensación que en los momentos culminantes de emotividad ni el propio Grant se cree algunas de sus escenas. A pesar de este desequilibrio que hace que la película parezca un poco más larga de lo necesario, hay buenas actuaciones secundarias y gags y diálogos divertidos como para pasar el rato amablemente.