“Oz”: audaz y fascinante precuela de un clásico Dejado de lado el Hombre Araña, Sam Raimi intentó algo que realmente nunca se había hecho: filmar la precuela de un clásico intentando que todos los detalles encajen perfectamente con el original. Y no estamos hablando de un clásico cualquiera, sino nada menos que de El mago de Oz de 1939. El proyecto es audaz y puede llegar a desconcertar a los espectadores poco familiarizados con el film original, sobre todo cuando se sientan en su butaca, se colocan sus anteojos 3D y empieza la función en blanco y negro y formato de pantalla cuadrada. Pero Raimi pronto se ocupa de que el fuego que arroja un lanzallamas se extienda hasta el formato Panavision con el que seguirá la película cuando el protagonista aterrice en el mundo de Oz. James Franco es un mago de pueblo, un prestidigitador de segunda que no puede parar de seducir muchachas crédulas, y que huyendo de los familiares de una de estas chicas, se sube a un globo en Kansas y aparece en el mundo fabuloso dominado por los colores más brillantes y también por una bruja malvada que mató al rey anterior. Hay una profecía que dice que un mago llegará volando desde el cielo, liberará al pueblo de Oz y tendrá derecho a las montañas de oro que se apilan en el palacio. La profecía se ajusta perfectamente al recién llegado, que pronto salva a un monito alado del ataque de un león y lo asocia en su intento de hacerse pasar por ese mago fantástico, que de todos modos,0 tal vez sea él mismo. La tarea de Raimi es difícil, más allá de que cuenta con toda la parafernalia técnica para lograr su objetivo, a la que hay que sumar un uso hipercreativo del 3D digital. La parte más difícil no tiene tanto que ver con lo visual, que se logra a la perfección, con momentos deslumbrantes, sino más bien con la tarea de volver a contar una historia tan antigua que supone otros tiempos narrativos y personajes distintos a los que está acostumbrado el público moderno. En este sentido, el director tiene un gran mérito cuando hace que el protagonista les pida a los diminutos munchkins que dejen de cantar sus insoportables canciones. James Franco no tiene problemas en encarnar al mago trucho que, de todos modos, va a a liberar al pueblo de Oz, y el trío de brujas también tiene sus momentos, aunque la que se roba las mejores escenas es Mila Kunis como la bruja inocente que se convierte -en parte por culpa del seductor protagónico-, en la bruja mala que todo el mundo conoce por El mago de Oz. Pero Oz el poderoso no es una película de actores, sino de flores gigantes, burbujas flotantes y ciudades esmeralda. Los aspectos visuales son fascinantes y los colores de la paleta del director de fotografía Peter Denning no dejan de quitar el aliento al espectador, mucho más si ve esta película en un cine 3D.
“Psicosis” y Helen Mirren, lo mejor de “Hitchcock” Alfred Hitchcock es un icono difícil de reproducir con un actor en un film, y uno de los principales problemas de esta limitada biopic (se ajusta solamente a la preparación rodaje y estreno de Psicosis) es que, aun con todo su talento y mucho maquillaje, Anthony Hopkins se termina pareciendo más a Winston Churchill que al director de La dama desaparece. Sin embargo, de a poco la personalidad de Hitchcock surge a través de distintas escenas que explican lo complicado que fue hacer una película revolucionaria como Psicosis, y el espectador logra meterse en la historia independientemente de que la performance protagónica convenza más o menos. La que sin duda está a la altura de las circunstancias es Helen Mirren como Alma Reville, la mujer y colaboradora de Hitchcock un poco harta de los romances imaginarios del director con sus famosas rubias fetiches. En este sentido, hay momentos antológicos, como cuando Vera Miles (Jessica Biel) le cuenta a Janet Leigh (Scarlett Johansson) sus problemas previos con Hitch, que se ofendió porque la quería convertir en la estrella de Vértigo, solo para darse cuenta de que la conversación estaba siendo monitoreada por la inconfundible sombra rechoncha del cineasta. Cuando se centra en la historia del rodaje de Psicosis, en la relación entre el director y su elenco (sin olvidar al guionista Joseph Stefano encarnado por Ralph Macchio), a la presión del censor, o los problemas con la Paramount, que no estaba segura de poder distribuir un film con semejante dosis de sexo y violencia, esta Hitchcock se vuelve más que interesante. Incluso puede llegar a emocionar a los fans del director cuando enfoca sus conflictos creativos en escenas específicas de Psicosis. En cambio, cuando la película deriva en cosas raras como los encuentros imaginarios entre el director y Ed Gein, el verdadero asesino serial que inspiró su film más taquillero, el asunto pierde fuerza y no va en ninguna dirección. Por suerte, las partes sustanciosas son más que las otras, y aun entendiendo lo difícil que puede ser para cualquier actor componer un Hitchcock, al final, hasta la caracterización de Hopkins se vuelve creíble, y querible.
“The Master” o la fuerza del carisma Paul Thomas Anderson es un director personal que puede llegar a hacer cosas realmente extrañas, algo que deben recordar los que vieron la lluvia de sapos de «Magnolia», por ejemplo. Sin embargo, nunca hizo un film tan extraño y difícil de describir como este drama sobre un veterano de la Segunda Guerra Mundial bastante desorientado en la vida civil, que logra sentirse contenido, aunque sea por algún tiempo, por una secta llamada La Causa liderada por un excéntrico y carismático gurú. «The Master» tiene un ritmo lento que va describiendo de a poco el lamentable estado mental del protagonista, estado que lo lleva tal vez por casualidad al barco donde los miembros de La Causa están por celebrar una boda. El ex marino tiene una petaca conteniendo brebajes de fuerte contenido alcohólico compuesto por recetas propias hechas a base de, entre otras cosas, aguarrás, y este recipiente es el pasaporte perfecto para ser adoptado casi como discípulo principal por el imprevisible maestro. La Causa propone un viaje hacia vidas pasadas, y también gira en torno a misteriosos libros que el Maestro presentará a su debido tiempo, aunque en el medio de estas insólitas Escrituras el grupo puede perfectamente ponerse a practicar algo así como orgías musicales o ruidosas experiencias en motocicleta para sentirse libre en cuerpo y alma. Sensaciones Anderson consigue que el espectador se sienta un poco inclinado a creer que hay algo serio detrás de las enseñanzas del Maestro, y lo logra con un ritmo narrativo casi hipnótico, las imágenes formidables de todo el film y, sobre todo, gracias a las increíbles actuaciones de sus dos protagonistas. Joaquin Phoenix se luce especialmente en la primera parte del film, donde debe plantear la desubicación de su personaje en la vida civil (las escenas de cuando trabaja como fotógrafo de una gran tienda están apoyadas, además, por la excelente dirección de arte de Jack Fisk, una gloria en su rubro en films de David Lynch, por ejemplo). Luego, cuando se encuentra con el Maestro, la película empieza a girar con cierta lógica alrededor del personaje de Philip Seymour Hoffman, quien logra transmitir todo el carisma que tiene que tener este tipo de personajes para arrastrar a un montón de gente en sus locuras. Hay un momento en el film que el equilibrio tiene que intentarlo el desorientado personaje del veterano de guerra, que no puede dejar de notar que todo eso de La Causa es una chantada sin pies ni cabeza, lo que no significa que quiera perder su lugar en la estructura de poder del absurdo culto. «The Master» es un film extraño incluso para los niveles de Paul Thomas Anderson, y en manos de otro director, este material sería realmente difícil de digerir. La película plantea todo tipo de dudas y en un momento magistral hasta logra que el espectador no pueda separar la realidad de los delirios que le pasan por la cabeza a sus protagonistas. Quizá éste sea el mayor logro de un film que obviamente no es para todos los gustos, y que incluso podría indignar a aquellos que prefieren que le den todo servido. De cualquier manera, lo que nadie podrá negar es la fuerza de las imágenes y la calidad de las actuaciones.
Atrapante policial sobre corrupción Los políticos suelen mezclarse con los policías para asuntos oscuros, generalmente relacionados con la corrupción. Este es el tema de «Broken City» y es algo que debería sospechar el protagonista de esta película, un ex policía que tiempo atrás salió absuelto de un juicio por presunto gatillo fácil, pero que tuvo que renunciar a la fuerza por cuestiones de imagen. Años después, convertido en detective privado, las cosas no le van demasiado bien ni en su trabajo, ni en su matrimonio ni, mucho menos, en sus finanzas. Por eso, cuando el alcalde de Nueva York, que alguna vez lo definió como un héroe, lo llama para un trabajo, parece que la suerte le sonríe. El trabajo sería un asunto rutinario de infidelidad, si no fuera por que la infiel es la mujer del alcalde que está a semanas de definir su reelección, aunque va perdiendo en las encuestas. Este sólido policial está hecho a la medida de Mark Wahlberg (también productor) y del político corrupto perfectamente interpretado por Russell Crowe. Allen Hughes, el más prolífico de los hermanos Hughes (los de «Desde el infierno»), sabe contar muy bien esta trama que se va complicando más y más, sin que dejen de aparecer nuevos elementos en la trama hasta prácticamente la última escena. Más allá de que no todos los elementos son creíbles, el director sí consigue un tono verosímil para toda la historia, con un desenlace demasiado facilista, aunque cuidando que no sea excesivamente conciliatorio y que cada personaje deba pagar por sus pecados. La que está un poco desdibujada es Catherine Zeta Jones como la hipotética esposa infiel, ya que su presencia le queda demasiado grande a un personaje que no deja de estar en segundo plano. En cambio hay un muy buen elenco secundario, con todos los papeles cuidados al máximo, permitiendo el lucimiento de actores como Barry Pepper en el rol del contendiente electoral del alcalde que, igual que todos en la trama, también tiene cosas que ocultar. El estilo formal de Hughes parece estar contenido dada la naturaleza del argumento, lo que no le impide desarrollar buenas escenas de acción y suspenso y mantener atento al espectador durante todo el film, que incluye un formidable score tecno y una adecuada fotografía para ir de los ambientes lujosos a los más sórdidos, dado que el protagonista tiene que entrar y salir permanentemente de ambos mundos.
Unos strippers a los que se les cree todo Una de las cualidades de Steven Soderbergh es cambiar de género y estilo filmando lo que se le pase por la cabeza, ya sea una saga de comedias policiales, un drama sobre la prostitución de lujo, la vida del Che, la remake de un clásico de la ciencia ficción soviética o un thriller de superacción con una estrella de las artes marciales. Aunque este cambio de estilos ha significado algunos desastres, en general, las películas le salen más que bien, y esto también se aplica a esta curiosa «Magic Mike», nada menos que una comedia existencialista sobre el submundo de los strippers masculinos. Channing Tatum, un actor que tuvo alguna experiencia en el rubro antes de triunfar en Hollywood, es el personaje del título, un tipo que trabaja en la construcción y sueña con hacer muebles de diseño, pero gana su dinero por las noches bailando para hordas de jovencitas aburridas de una universidad cercana a la ciudad de Tampa. Dicho esto, las fantasías morbosas sobre los ambientes gays o la prostitución masculina con señoras de edad desaparecen por completo y, si bien Soderbergh deja libre el espacio para algunas sordideces orgiásticas y problemas con la venta y consumo de drogas, sobre todo se concentra en la ruptura de todo temor al ridículo del protagonista y sus colegas para poder llegar a convertirse en los payasos eróticos de manadas de chicas que apenas han cumplido los 21 años. El personaje de Tatum es el astro del antro de strippers que regentea Matthew McConaughey, que se toma su negocio totalmente en serio y que cuando los hace ensayar asegura que «aquí no hay lugar para chistes de mariquitas». Alex Pettyfer es el chico nuevo, al que Tatum conoció arreglando un techo, lo lleva como utilero al club, y lo empuja al escenario cuando falta uno de los bailarines (la canción del debut es siempre «Like a virgin»). Pero. al novato se le sube el fenómeno a la cabeza demasiado rápido, y pronto está metido en círculos swingers y en otras actividades non sanctas en medio de shows privados, actitudes que su mentor tolera tal vez porque le gusta la hermana del chico. Soderbergh cuenta la historia con la mayor naturalidad, tomándose el tiempo para explicar debidamente las motivaciones de cada personaje, y deteniéndose también en los momentos más ridículos y kitschs de los shows, sin olvidarse de detallar, sin actitud moralista, los momentos orgiásticos que siguen a las performances. Tampoco demoniza a los strippers, sino más bien todo lo contrario, aunque da la sensación de que lo que lo atrapó del asunto es su ridiculez, lo que redunda en un bienvenido humor solapado a lo largo de todo el film. Y también en excelentes actuaciones, empezando por la del stripper maduro Matthew McCounaghey, tan creíble que alguien podría confundirlo con un auténtico bailarín exótico en algún documental.
El fascinante Cirque du Soleil, en el cine, tiene sus ventajas Para quien ya presenció esa maravilla de circo canadiense, acá o en cualquier otra parte. Para quien nunca lo vio, o apenas sabe de qué se trata. Para los niños, aclarándoles que no hay animales ni payasos bromistas, y que si no entienden algo no molesten. Ya se los explicará el padre a la salida, si es que él pudo entenderlo. En realidad, la trama es simple, apenas una leve excusa argumental para ir hilvanando sucesivos números y culminar de modo romántico. Una jovencita llega de noche a un típico circo del Medio Oeste, con su feria de viejas atracciones, y se ve impelida a presenciar el espectáculo de un lindo trapecista. «Volatinero», dicen los subtítulos, y ya veremos que no está mal dicho. Justo cuando ella empieza a fascinarse, el pibe cae al medio de la arena. Pero no muere. Ni siquiera se quiebra. Se hunde, se lo traga la arena. Y se traga también a la chica que corre en su ayuda. Hasta ahí se entiende fácil. El resto ya ocurre en otros mundos, como anuncia el título, y de esos mundos, de agua, de aire, de fuego, es difícil explicar algo. Atracciones Hay que dejarse llevar, como hace ella, orientada por seres extraños. Cada tanto alcanzará a ver al objeto de sus desvelos, capturado por quién sabe qué tribus orientales, de esas que solo existían en los circos. Hay diferentes carpas, y en cada una puede haber atracciones admirables, viajes al fondo del mar, grupos en lucha sobre un plano inclinado, casi vertical, en medio de la nada, y hasta un triciclo que anda solito por la vida. O superhéroes saltando sobre muchas camas elásticas mientras suenan rocanroles de los 50. O una fauna propia de las ilustraciones del Swinging London de los 60, con sus resabios del Little Nemo y de las canciones de los Beatles. Acróbatas, contorsionistas, dejan con la boca abierta y el Jesús en la boca. Hasta que llega el final feliz, sin un beso en la boca pero con un hermoso número de pareja y fuegos artificiales. Todo en 3D. Alguna parte puede cansar un poco, pero se compensa. Lo que vemos, es una reelaboración estilizada del show que el Cirque presentó en Las Vegas en la temporada 2011, y lo vemos con todas las ventajas que nos da el cine: ralentados, acercamientos, entrada más barata que el circo, etcétera. A señalar, como héroe principal casi anónimo, el director de fotografía Brett Turnbull, autor de musicales, publicidades, documentales, mucho en 3D, como «Corriendo con los toros en Pamplona», en fin, da gusto meterse en su página web. También, el director de arte Guy Barnes, los músicos Benoti Jutras y Stephen Burton, el productor ejecutivo James Cameron, nada menos, el director Andrew Adamson, neocelandés que supo estar a cargo de los fx visuales de algunas de «Batman», y entre otras cosas dirigió las dos primeras «Schrek» y las dos primeras «Crónicas de Narnia». Y, por supuesto, Erica Linz e Igor Zaripov, la parejita de volatineros.
Horripilancias que conformarán a fans Basada en un videogame, la franquicia de «Silent Hill» ya dio un film no muy recordado que contaba con el talento del colaborador de Tarantino, Roger Avary. Esta nueva parte de la saga también tiene un director y guionista talentoso, Michael J. Bassett, quien demostró su gusto por las imágenes sobrenaturales fuertecitas en «Solomon Kane cazador de demonios», pero que aquí está muy limitado por un argumento que irónicamente no debería tener límite alguno, ya que permite que los personajes entren y salgan de mundos paralelos donde suceden cosas espantosas. Teniendo tantas posibilidades de crear mundos fantásticos, la película repite demasiado las mismas cosas y, por ejemplo, el sólido prólogo con una pesadilla en un terrorífico parque de diversiones, claramente va a terminar siendo también el desenlace, algo que es obvio para cualquiera que haya visto dos o tres películas de horror. Déja vu Sobre todo la primera parte del film sigue carriles demasiado conocidos con una adolescente y su padre huyendo paranoicos de un hecho del pasado, algo hermético tanto para el espectador como para la protagonista, que sueña todo el tiempo con esas visiones infernales. Pronto al padre lo secuestran y ella, que no puede acudir a la policía, termina haciendo lo que el padre le prohibió y sus captores exigen con letras escritas en sangre en la pared de su casa: ir a Silent Hill. Ahí hay una secta que convoca cosas horribles, y una vez en su dominio el director puede armar unas escenas que realmente ponen la piel de gallina con imágenes más que fuertecitas, y que en algunos casos también aprovechan el 3D, de modo que no se limite solamente a los alegres chorros de sangre a cámara (de esos hay varios y ningún fan del gore se va a quejar por eso). Al final, los momentos más horripilantes redimen las carencias del guión, y se aprecian especialmente las breves pero más que intensas actuaciones de figuras de culto como el mismísimo Malcolm McDowell.
Policial fuerte, bien actuado Esta comedia negra con momentos de policial fuerte tiene la incorrección política a flor de piel, a veces demasiado, como una película que adelanta sus ambiciones de convertirse en objeto de culto. Por otro lado, tanto en su humor negro como en su descripción de un submundo criminal, tiene situaciones realmente logradas y, sobre todo, buenos diálogos y actuaciones. La historia es la del cabaret Hiroshima, nuevo proyecto de un cafisho de mala muerte y un vendedor de drogas callejero que viene ahorrando para cumplir el sueño de su madre prostituta, que luego de años en prisión está por salir en libertad. Para cumplir el sueño materno hay que vender al mejor postor las chicas callejeras no aptas para un club un poco más fino, y luego aguantarse la ira de un hampón todopoderoso llamado «el Chino» que quiere una buena parte de todo negocio nuevo, y si no se la dan, puede enojarse mucho, lo que aparentemente siempre implica torturas y mutilaciones de todo tipo. La mezcla de humor negro y acción propio de un policial, a veces funciona muy bien y otras queda descolocada, igual que el argumento que incluye algunas subtramas que estiran el asunto innecesariamente. Las descripciones sórdidas y los diálogos irónicos naturales son un fuerte de este film que tiene además dos grandes cualidades: Angela Molina como la desquiciada madre prostituta y un inédito Dario Grandinetti como el malísimo Chino, quien en una escena culminante le da patadas en la cara a un tipo que tiene las dos manos clavadas con cuchillos a una mesa. También hay que destacar que la película tiene una cuidada estética de cine negro moderno, y que los efectos especiales gore son realmente convincentes.
Un amor sobrenatural contado como se debe Al lado de todas las últimas películas de vampiros adolescentes que no muerden, y fantasías teenagers dispuestas como sagas, esta «Hermosas Criaturas» es «Cumbres Borrascosas». Más allá de que la comparación no es muy feliz, sobre todo porque al lado del fenómeno de «Crepúsculo» cualquier producto sale bien parado, lo cierto es que este romance sobrenatural es original por donde se lo mire, y su resolución es tan brillante en lo narrativo como deslumbrante en lo visual. Y en especial, algo que no es nada común, está excelentemente actuado, lo que no llamaría tanto la atención en una película donde actúan pesos pesados como Jeremy Irons y Emma Thompson, pero que sí sorprende por tener por protagonista a una chica prácticaemnte desconocida. Esta pequeña bruja, Alice Englert (hija de la directora Jane Campion) es todo un descubrimiento y es una de las principales razones por las que esta película funciona tan bien. Basada en un libro de Kami Garcia y Margaret Stohl, el argumento tiene de todo, incluyendo extraños conflictos familiares, profecías fatídicas imposibles de quebrar, momentos auténticamente terroríficos, sentido del humor y, sobre todo, una historia de amor profunda y emocionante. La acción transcurre en un pueblo sureño dominado por los fanáticos religiosos siempre preocupados por tratar de prohibir libros en las lecturas escolares, donde hasta «Matar un Ruiseñor» sigue sin estar aprobado del todo como material de estudios. En ese contexto, un chico dedicado a leer «Matadero 5» de Kurt Vonnegut sueña durante meses con una mujer misteriosa a la que quiere besar en medio de truenos y centellas, aun sabiendo que cuando la besa, muere. Y la chica finamente aparece en el pueblo, es la sobrina del misterioso descendiente de los fundadores del lugar, que vive recluido en su mansión, y al que nadie quiere, por sus supuestos tratos con poderes demoníacos. La chica tampoco es muy querida, e incluso es discriminada por ser miembro de esa familia poco cristiana, pero al chico no le importa mucho porque le hace conocer un escritor nuevo y probablemente prohibidísimo, Charles Bukowski. Además de sus audaces elecciones literarias, la chica realmente tiene poderes sobrenaturales, que aún no sabe utilizar del todo bien, pero que aparentemente son más fuertes que el de sus propios familiares. El asunto es que la chica está próxima a cumplir 16 años, y en ese momento, sin que ella tenga poder de elección, será reclamada por el lado oscuro o por el lado luminoso. Y en ese contexto, el descubrimiento del amor con un tipo común y corriente puede desatar el infierno, algo que ya ocurrió. La trama se va desatando de a poco, y está tan inteligentemente armada como para que el espectador tenga que ir descubriendo paso a paso, a medida que el director Richard LaGravenese le vaya queriendo mostrar, los detalles más ricos y originales, que incluyen varias escenas fantásticas de antología, así como perturbadoras alucinaciones y rituales paganos plasmados con descripciones realmente verosímiles. Hay imágenes de un vuelo imaginativo y de una solidez técnica notable a lo largo de todo el film, gentileza de la colaboración entre el realizador y uno de los directores de fotografía mas talentosos de las últimas décadas, Philippe Rousselot, responsable de la imagen de films de arte como «Therese», y de obras maestras tan masivas como «Charly y la fábrica de chocolate» de Tim Burton. Las actuaciones de todo el elenco son parte importante de esta historia de amor. Y aparte del trabajo memorable de Alice Englert, hay que avisarle a los fans de Jeremy Irons que por ningún motivo se vayan a perder el film. Irons brilla como nunca en el papel del tío hechicero, y desde la primera y formidable escena en que aparece, casi le roba la película a la bruja de su sobrina.
Florencia Raggi, una asesina convincente Roger Corman decía un poco exageradamente que lo que importa de una película es el principio y el final, y lo que pasa en el medio no le interesa a nadie. Si nos basamos en esta idea, entonces «Mala» sería una película buenísima, ya que empieza con una masacre contundente seguida por una escena a toda superacción (todo infrecuente para una película argentina) y tiene un desenlace realmente salvaje con niveles de sexo y violencia que toman al espectador totalmente desprevenido. Claro que en el medio la película, luego de plantear una trama no sólo muy original sino también interesante, el argumento no encuentra el tono adecuado ni la fluidez necesaria para continuar la historia con la misma fuerza. Aunque a lo largo de la historia hay varias opciones, en principio se podria decir que la mala del título es una mujer dedicada a matar, a cambio de dinero, hombres que maltratan a las mujeres. Florencia Raggi es más que convincente como esta curiosa asesina por encargo superprofesional, fría y letal como una verdadera ninja. Sin embargo a esta killer la detienen y luego de ser torturada por la policía (en otra escena brillante y llena del más fuerte humor negro), va presa y es liberada por una mujer paralítica que quiere mucho más que la simple muerte de su marido (Rafael Ferro) que le quitó todas las riquezas y campos y la dejó por una mujer más joven (Juanita Viale). Dado que la nueva mujer de la víctima está embarazada, el espectador supone lo peor, pero el guión no sólo no se atreve a ir en la dirección más cruenta que indica este ejercicio de cine de la crueldad, sino que tampoco se las arregla demasiado bien para manejar los distintos elementos narrativos, lo que además incluye varias incongruencias en la historia, empezando por el hecho de que semejante criminal pueda salir libre bajo fianza sin mayores expli A lo largo del film hay situaciones interesantes y momentos de suspenso latente, pero en síntesis, si se puede recomendar «Mala» es por su principio y su desenlace, además de por lo innovador del tema y el estilo que Caetano aborda con su habitual buen pulso de director, a pesar de que el asunto daba para más.