La mirada de los otros El alemán Ulrich Köhler enfrenta a la cultura occidental con la africana en un filme fascinante. Africa como un sueño, una pesadilla. Africa como un lugar donde las reglas cambian, la lógica se trastoca y el misterio le gana a la razón. En El mal del sueño , el alemán Ulrich Köhler cuenta dos historias en una, ambas ligadas a esa idea: el continente, como parecía dejarlo en claro Joseph Conrad en El corazón de las tinieblas altera los sentidos, transforma a los hombres para siempre. Un médico alemán y su familia están a punto de dejar Camerún después de tres años de trabajo allí, tratando de combatir la epidemia del llamado “mal del sueño” que hace que la gente quede en un estado de pesada somnoliencia, con consecuencias fatales. Con la epidemia controlada, Ebbo y su familia deciden regresar a Europa. Mujer e hija se van mientras Ebbo queda ultimando detalles de su partida mientras prepara a su reemplazante y enfrenta lo que, él siente, es una extendida corrupción y falta de seriedad profesional en quienes lo rodean, tanto locales como un francés que quiere convencerlo de emprender allí un proyecto en apariencia hotelero. La película salta abruptamente a tres años después. Allí vemos a Alex, un doctor francés, negro, de origen congoleño, que arriba a Africa a hacer un informe de la situación médica. Con dificultades para adaptarse al lugar y a sus costumbres, Alex termina enredado en la búsqueda infructuosa de Ebbo, quien nunca se fue del lugar y que hoy parece haber asumido una forma de vida que antes rechazaba. Lo que pasará de allí en adelante entrara en un terreno misterioso, una suerte de juego de poder y de viaje a las profundidades de la selva en la que el espectador deberá sacar sus propias conclusiones. Alejado de toda “corrección política” imperante, jugando con las contradicciones que existen en la relación entre europeos y africanos, y llevando al espectador a meterse dentro de ese universo donde las cosas no funcionan de manera convencional, los parámetros de conducta son otros y en los que un hipopótamo puede aparecer y uno no sabe si es real o alucinación, Köhler vuelve a plantear ese choque cultural tan clásico a la literatura y al cine que es el encuentro entre la razón occidental y la forma de vida africana (o, podríamos decir, “tercermundista”), a las formas del post-colonialismo. Sin juzgar ni condenar, observando comportamientos y actitudes, dejando que el paisaje vaya haciendo su trabajo sobre el espectador, este realizador clave del llamado Nuevo Cine Alemán -que vivió de niño en Africa- entrega un filme corto, subyugante, un viaje en dos partes que hace recordar la historia de la búsqueda y encuentro del mítico Kurtz, un hombre transformado por sus experiencias y circunstancias. Enredado en el corazón de las tinieblas...
El fin de la fiesta Se luce un gran elenco en este filme sobre Wall Street. Ninguno de ellos lo sabe, pero en poco más de 24 horas el mundo tal como lo conocen desaparecerá. O, al menos, se transformará radicalmente. Una tarde de 2008 se produce una enorme purga de personal en una empresa neoyorquina y poco antes de que el jefe de uno de los pisos (Kevin Spacey) arengue a los sobrevivientes diciéndoles que ellos quedaron por ser mejores y que deben aprovechar la oportunidad, uno de los despedidos (Stanley Tucci) le da a Sullivan, un joven analista de riesgos del mercado (Zachary Quinto), un pendrive y le deja una frase: “Tené cuidado”.La información obsesiona a Sullivan al punto que se queda después de hora descifrándola. Y lo que encuentra allí provocará no sólo un caos que podría acabar con su centenaria empresa, sino hasta causar una crisis financiera nacional. Lo que El precio de la codicia cuenta es una versión dramatizada de los hechos que llevaron al desbande económico de Wall Street. Y lo que nos dice es que la culpa, en realidad, es un poco de todos.Con la estructura de una pieza teatral en la que las palabras pesan mucho más que las acciones –y apenas unos pocos escenarios, en su mayoría en los pisos de la empresa-, la opera prima de JC Chandor intenta algo muy difícil: contar los manejos egoístas y codiciosos que llevaron a la crisis y, a la vez, mostrar que buena parte de estos personajes no tenía otra opción que hacer lo que hizo. Una suerte de canto a la obediencia debida: si el jefe máximo dice que hagas algo para salvarte sin importar a quién puedas dañar, bueno, lo hacés...Es raro que esta película que narra las idas y venidas que los distintos jefes de la compañía (Simon Baker, Demi Moore, Paul Bettany y Jeremy Irons como el único verdadero villano, el capo máximo) haya sido apropiada por el movimiento anti-Wall Street como bandera, ya que pareciera querer demostrar que los banqueros no han tenido más culpa en ésto que el común de los mortales, que los que manejaron mal el asunto son tan culpables como los que pidieron créditos que no podían pagar.Esa “humanización” sirve para dar un interesante grado de grises a los personajes, como a Rogers (Spacey), que no está convencido de las actitudes de sus superiores y que tan malo no debe ser porque llora por su perro enfermo. Pero un poco más arriba en la escala (los personajes de Baker y Moore) el gris se vuelve más oscuro y las motivaciones más espurias. Igual es el caso de Emerson (Paul Bettany), otro de los jefes.Pese a una longitud un poco exagerada y a un exceso de tecnicismos en los diálogos, la película se sigue con interés y la tensión crece, ya que nunca sabemos muy bien cómo explotará la situación y cómo afectará a cada personaje. Lo mejor que hace Chandor es lograr mantener a raya a actores propensos al exceso (como Spacey e Irons), que entregan muy buenas performances, ayudadas por un diálogo preciso y de rítmica teatral, veloz, a lo David Mamet. Sin terminar de convencer –ni cinematográfica ni ideológicamente-, El precio...es una buena película para entender lo mal que la pasan los que ganan 250 mil dólares al año por no poder ganar millones.
Calavera no chilla Más disparatadas aventuras con Nicolas Cage. Hay películas flojas, películas malas, películas absurdas y películas con Nicolas Cage. Aún dentro de este subgénero, hay pocas películas como Ghost Rider: espíritu de venganza , y uno no sabe bien qué actitud tomar al respecto. Y si bien es difícil considerarla como un producto logrado, tiene momentos de absurdo y gracia que muchas mejores películas nunca ofrecerán.Decir que es una mala película divertida no sería completamente cierto, porque implicaría que es graciosa a pesar suyo, por lo mala que es. Este caso no es así: da la impresión de que tanto los realizadores como el elenco sabían lo que buscaban. Y de alguna manera lo lograron. ¿De qué otra manera alguien se atreve a poner a Nicolas Cage a orinar chorros de fuego sin suponer que el espectador lo tomará como un absurdo? La secuela es más graciosa y excesiva que la primera parte y es por eso que es más entretenida como producto. Aquí cabe de todo, lo cual en una película con Cage y sus pómulos hinchados de botox, su peinado cada vez más enrarecido y su constante transformación en el cadavérico motoquero que encarna en este filme, es casi una garantía de entretenimiento.En la secuela, nuestro antihéroe con poderes gracias a un pacto con el Diablo recibe el encargo de salvar a un niño de las manos de Roarke (Ciaran Hinds), niño que podría tener poderes y que se escapa junto a su madre (Violante Placido). Tras él van los diabólicos esbirros de Roarke, mientras Johnny Blaze trata de llevarlo hacia un monasterio donde lo salvarán de los peligros diabólicos. Compinche en esta aventura es un cura francés, alcohólico, que encarna Idris Elba ( The Wire ). Es él quien quiere llevar al niño con los monjes, cuando en realidad no sabe muy bien con qué se encontrará ahí.En manos de la dupla Neveldine/Taylor, especialistas en violentas sacudidas de cámara como bien se vio en la saga Crank, Ghost Rider 2 es un filme de acción que no intenta disimular el nivel de absurdo en el que se maneja y hace partícipe muchas veces al espectador de esa gran exageración. Una película de superhéroes con poderes maléficos, monjes misteriosos y Christopher Lambert con la cara toda escrita en medio del Este de Europa, da para cualquier tipo de desborde. Y aquí los usan casi todos. Hasta tenerlo a Cage demostrando sus fogosas habilidades con todo el cuerpo cuando se transforma en el ¿temido? Rider. ¿Qué más se puede pedir?
¡Rompan todo! Un cumpleaños se escapa de control en esta violenta comedia. La fiesta inolvidable, Despedida de soltero, Animal House ... La historia del cine tiene varios filmes sobre fiestas descontroladas, que se van de las manos, pero acaso ninguna sea del todo como Proyecto X . Por un lado, porque está filmada como un falso documental, usando la que supuestamente es la cámara de un amigo que graba todo lo que sucede en la noche en la que se arma un fiestón de cumpleaños para un adolescente al que, digamos, no le sobran ni los amigos ni las chicas. Y, por otro, porque la película no tiene más que contar que la fiesta en sí.Cuando sus padres se van convenientemente de vacaciones, Thomas decide aceptar la propuesta de su amigo Costa y armar una gran fiesta para ganar popularidad en el colegio. Thomas quiere algo normal -30, 50 personas-, pero el asunto explotará vía redes sociales y pronto serán cientos y cientos de personas las que se diviertan, descalabren y terminen causando el caos en la casa del cada vez más confundido (y borracho) adolescente.El problema de Proyecto X es que, narrativamente, no es más que la suma de los momentos que van llevando al caos total. Casi no hay una trama o una idea narrativa que sostenga lo que se ve: una cadena de clips musicales con gente bailando, gente tirándose a la pileta, chicas sacándose la ropa, o objetos rotos de todo tipo, de vidrios a coches, a la cuadra entera. Por lo que, una vez planteada la lógica bestial del desastre, no quedará más que sentarse y verlo desarrollarse. Una subtrama sobre una amiga de Thomas con la que tiene una confusa relación tampoco agregará mucho al paquete.Si algún interés tiene el filme es pensar hasta qué punto una película como ésta refleja un cierto estado de cosas en los Estados Unidos. No se trata de un descontrol contracultural, ni de un personaje que desarma una fiesta ordenada, ni hay una boda en camino. Se trata, simplemente, de un ejercicio en romperlo todo, con lo contundente y a la vez monótono que eso puede ser como experiencia para el espectador, que no participa en la fiesta. Tal vez sea una señal de las motivaciones de una generación que no se ve con demasiado futuro: una especie de grito punk de las clases medias californianas cuyo futuro, acaso, no incluye el nuevo modelo de iPad. Y si hay que romperlo todo por eso, a no dudarlo.
La cazadora de recompensas Katherine Heigl, en un filme que intenta combinar thriller y comedia. Sólo por dinero es como el episodio doble de presentación de una serie que uno no está muy seguro de querer seguir mirando. De hecho, algo de eso hay, ya que se trata del primero de los ¡18 libros! que Janet Evanovich escribió sobre esta especie de torpe cazadora de recompensas en la que se convierte una chica sin trabajo llamada Stephanie Plum e interpretada en el filme por Katherine Heigl. La idea, tal vez, sea la de armar una franquicia con el personaje y la actriz. En función del filme –y de la poca repercusión que ha tenido- el asunto parece bastante difícil. Mezclando comedia con una trama de thriller, la directora Julie Ann Robinson coloca a Heigl es un universo bastante más callejero y sucio que el habitual para esta actriz especializada en comedias románticas. Plum es una chica de un barrio obrero (Trenton), divorciada, que se acaba de quedar sin trabajo. Necesitando plata, termina aceptando trabajar para un pariente dedicado al negocio de las fianzas con el objetivo de capturar a Joe Morelli (Jason O’Mara), un policía que ha cometido un crimen y se ha escapado. No casualmente este policía, además de darle una jugosa suma de 50 mil dólares si lo captura y entrega, es un ex novio de la secundaria con el que había terminado muy mal. Entre momentos cómicos (ligados a la familia de Plum, con su pesada abuela interpretada por la veterana Debbie Reynolds) y situaciones de seducción, Plum irá descubriendo el universo en el que Morelli se mueve (entrenadores de box, prostitutas, traficantes) y, con su estilo poco ortodoxo y tirando a torpe, empezará a atar cabos para resolver la situación. El filme no logra nunca encontrar un tono apropiado. Su humor es muy banal y su trama no logra nunca salir de las reglas básicas del “best seller de aeropuerto”, una especie de Elmore Leonard ultra-light que apenas cobra algo de vida y gracia en las secuencias que Plum tiene con Ranger (Daniel Sunjata), que le enseña algunos trucos del trabajo, en especial a manejar armas. Entre escenas donde Heigl luce su buena figura (Plum es una agente con atuendos por lo menos provocativos para las zonas en las que se maneja) y otras en las que intenta descifrar, a los tumbos (y con explicaciones varias para potenciales espectadores confundidos), lo que sucede, pasa Sólo por dinero , un título que alguno pensará que tiene que ver con la actitud de Heigl al agarrar esta potencial franquicia. ¿Cómo saberlo?
Las callecitas de Buenos Aires... Documental de Sebastián Martínez sobre el microcentro porteño. Centro es un estudio en imágenes y sonidos de una zona clásica de Buenos Aires (el microcentro, delineado por el largo de las peatonales Lavalle y Florida), que es un universo tan complejo como transitado, tan observado como asimilado, al punto que la gran mayoría de los porteños que han pasado muchas veces por allí sienten que lo conocen de memoria cuando, en realidad, no se han detenido mucho a mirarlo. Para los que -por diversas circunstancias- lo hemos hecho, Centro , documental de los llamados “observacionales”, dirigido por Sebastián Martínez, ofrece descubrimientos, incógnitas, sorpresas y también clichés, zonas obvias. Hay una mirada que intenta incluirlo todo, de personajes a lugares geográficos precisos: vendedores ambulantes, locales de ropa, cines viejos, nuevas e ignotas iglesias, vendedores, profesores de tango. En ese muestreo enorme de “íconos” hay hallazgos, pero también la extraña sensación de que, más allá de sus enormes diferencias con un documental convencional, Centro puede terminar resumiendo Buenos Aires de una manera no tan distinta de lo que lo haría un folleto turístico. Lo que más atrapa del filme es su punto de vista. No tanto lo que mira sino cómo lo mira, cómo mezcla sonidos e imágenes, reflejos de la calle en las vidrieras y puntos de vista inusuales. Lo mismo pasa con algunos personajes, como los dos nostálgicos de la “Lavalle de los cines”, los que conversan en una peluquería o el hombre que ensaya y luego hace un rito religioso. Y el atractivo del filme pasa por ahí: no por haberlos descubierto (hay que estar muy alienado en la ciudad para no ver gran parte de las cosas que se muestran), sino por elegir un original modo de retratarlos. La sinfonía urbana que es Centro tiene esa lógica de viaje del día hacia la noche y los personajes que muestra también se suman esa cronología. Ver ese “doble fondo” del centro porteño -oficinas de casas de cambio, lustradores de monumentos, gente que pega posters en los cines- tiene ese atractivo del detrás de la escena. Un atractivo que, mal que le pese al filme, también refuerza, en su variopinta diversidad, todos los lugares comunes que este Centro exhibe. Algo así como una lateral y extrañada manera de decir “así es mi Buenos Aires...”.
Fuga y misterio El filme de Nicolás Grosso ganó el BAFICI 2011. La idea de la fuga es un recurso y una figura central en La carrera del animal , opera prima de Nicolás Grosso que ganó como mejor filme en la competencia argentina de BAFICI 2011. Una fuga –escape, accidente, misterio- es lo que dispara los acontecimientos: el dueño de una fábrica ha desaparecido dejando a un montón de trabajadores en un estado de incertidumbre laboral absoluta y a sus hijos (en especial a uno de ellos, encarnado por Julián Tello) sin saber qué hacer y recibiendo las consecuencias de ese acto que no ha causado. Fuga es, también, la que emprende ese hijo, que no sabe, no quiere, no puede hacerse cargo de la situación y circula de la fábrica a las charlas con amigos, de una mujer a su hermano (algo más decidido o completamente loco), de un viaje al campo a una noche solitaria, siempre tratando de encontrar alguna tangente que le permita evadir la situación de tener que hacerse cargo. Y fuga es, también, el esquema, la puesta, de esta película de Grosso, que narra en forma de abismo continuo y permanente una historia cuyos ejes se desvanecen para dar pie a otros, donde las anécdotas se concatenan sin un clásico efecto causa-consecuencia y en la que la circulación de los personajes y de la cámara deja entrever esa indefinición que los acecha. Como buena parte de un Nuevo Cine Argentino originado en la Universidad del Cine en los últimos años, La carrera del animal apuesta por un relato extrañado, en blanco y negro y con una luz tenue, plagada de sombras (excelente fotografía de Gustavo Biazzi). Hay una línea casi invisible que une a este filme con otros como Castro, Como estar muerto/Cómo estar muerto o Un mundo misterioso , relatos que ponen en escena a personajes perdidos a lo largo de un período de tiempo determinado. La carrera...sobrevuela cuestiones sociales, pero nada más alejado en ella que hacer un filme de denuncia o del llamado “social”. Grosso utiliza ese disparador para movilizar a nuestro personaje a una serie de encuentros en donde deberá interactuar con curiosos personajes, de trabajadores de la empresa a personal jerárquico, su hermano y amigos, a los cuales escuchará hasta, finalmente, alzar su voz y tomar algún tipo de decisión personal. Tan elusiva, claro, como todas las otras. Visualmente subyugante aunque, por momentos, narrativamente inexpugnable, bordeando conscientemente el absurdo, La carrera del animal es un bello y enigmático rompecabezas intelectual, una película que absorbe de las vanguardias de los ’60 (se ha dicho hasta el hartazgo las influencias evidentes de la Nouvelle Vague más “rivettiana” y de nuestra Invasión , de Hugo Santiago) y entrega algo que, si bien no es del todo nuevo ni original, genera la intriga suficiente como para querer saber más.
Ese placer cinematográfico Steven Spielberg tiene el talento necesario para hacer este filme emocionante. Hay que tener el talento de Steven Spielberg para hacer –y bien- una película como Caballo de guerra . Es que la sensibilidad de director de E.T. para narrar de forma épica, clásica y sin escaparle a las emociones es la mejor (¿la única?) manera de acercarse a esta historia que parece venir de otros tiempos, la leyenda del caballo valiente, su joven dueño que lo pierde y las peripecias de ambos durante la Primera Guerra Mundial. De entrada, con esos planos majestuosos de los campos ingleses. Con el nacimiento del caballo (se llama Joey) y la mirada del adolescente que lo ve crecer. Con la educación, casi compartida, de ambos. Y con el arribo del mundo real: pobreza, alcoholismo, crisis económica y la guerra que separará al muchacho de su animal. Todo esto suena muy “chapado a la antigua” y lo es. Y Spielberg no teme contarlo así, como un cuento de los que se cuentan a los niños antes de ir a dormir. Y si bien no es una película infantil (sería una clásica película “para toda la familia”), Caballo... apuesta a las emociones directas, a la sinceridad, a bajar la guardia y a dejarse llevar por la aventura y las emociones. Cuando la guerra comienza, el filme sigue a Joey en sus peripecias. Desde la despedida, a su llegada a Francia, y de ahí hacia donde el destino lo lleva (de dueño a dueño, de batalla a batalla), mientras Spielberg muestra la guerra de manera épica y con planos que, como en El imperio del sol , juegan con el punto de vista de un adolescente o, si se quiere, hasta del propio caballo, que observa todo y hasta parece ser lo único que entiende lo insensato de las masacres que se cometen. Esa capacidad de Spielberg para dotar de humanidad a animales, robots y criaturas y hasta objetos de todo tipo (camiones, tiburones, dinosaurios y siguen las firmas) está más que a la vista en Caballo de guerra , película que resume muchos de sus temas, y que tal vez sea un retorno -¿y despedida?- a un cine suyo que hasta él dejó de hacer en los ‘90. Comparada con las escenas bélicas de Rescatando al soldado Ryan , las de Caballo... parecen las de un Spielberg más inocente, aunque es sólo una estrategia narrativa, un modo de contar. Las citas al cine clásico de Hollywood están ahí, y es obvio que lo primero que salta a la vista es el cine de John Ford, y películas como Qué verde era mi valle o El hombre quieto , así como tantísimas películas bélicas o retratos de la vida rural hechas de los años ’30 a los ’50, o esas novelas adolescentes de tapas amarillas que han quedado guardadas en algún armario. Caballo de guerra es un regreso a esos tiempos y, entregarse a ese placer cinematográfico, es uno de los grandes regalos que uno, como espectador, puede hacerse hoy.
Mucho dato, nada de cine Documental de Felipe Pigna sobre la provincia del Chaco. Ya se ha dicho mil veces: las buenas intenciones no necesariamente hacen buenas películas. Chacu , un documental de Felipe Pigna acerca de la historia de esa provincia argentina, es un ejemplo cabal de eso: un reporte investigativo, apresurado, confuso, sin matices, que intenta contar en 80 minutos más de medio siglo de historia, que abarcan choques culturales, raciales, políticos, geográficos y demás. El filme es un compilado de entrevistas, que se apilan una tras otra casi sin descanso. Eso, acompañado con unas pocas fotos y unos diagramas y dibujos que intentan explicar los cambios geográficos a lo largo de la historia del Chaco, puede servir como para una clase en una escuela secundaria. Y ni siquiera: la apurada sucesión de nombres, hechos, conflictos, batallas y situaciones sería imposible de recordar por alguien no ducho en la historia de la provincia. Y si esa persona lo es, este documental le es absolutamente innecesario. A lo sumo, lo que consigue Chacu es dejar en claro que las tribus originarias de la región (los qom, los wichi, los moqoit) han sido muy castigadas por el hombre blanco desde siempre, y que recién hace poco se empezaron a respetar sus ideas espirituales y esencia cultural. Más allá de las problemáticas políticas que tienen hoy a los qom en el centro de un conflicto nacional, Chacu , un filme producido por el Ministerio de Educación de esa provincia, no tiene ninguna estructura cinematográfica y no hay mucha lógica que explique su estreno comercial. Pero tampoco sirve dejarlo como un “buen producto educativo para TV”, porque tampoco lo es. Es un demo, un informe, un ensayo.
Retazos de vida Meryl Streep se pone en la piel de Thatcher. Filmar una película sobre Margaret Thatcher era una tarea más que compleja. Se trata de un personaje polémico y discutido, pero también -especialmente para los británicos más conservadores- una figura destacada, casi una heroína. Si encima se le da un sesgo feminista al retrato (Thatcher como la mujer que logró colarse en la cerrada secta machista del poder político británico), la forma de plantearse ante este personaje se complica aún más. Hay un tercer elemento en juego. Thatcher está viva y sufre demencia senil. Y la película no evita el tema. Ese balance muy difícil de lograr es el que no ha encontrado Phyllida Lloyd a la hora de hacer La dama de hierro . Pero los cuestionamientos al filme no son políticos ni mucho menos. No es cuestión de criticarlo porque la pintura de su gobierno pueda ser excesivamente amable (cada uno tendrá su opinión al respecto), sino por problemas puramente cinematográficos. Más allá de una actuación mimética perfecta de Meryl Streep, La dama de hierro no sabe qué contar ni mucho menos cómo contarlo. La semana pasada se estrenó J. Edgar , película de Clint Eastwood sobre un personaje aún más problemático como fue Hoover, el jefe del FBI. Las dos películas se organizan de similar manera, con el personaje desde un presente bastante gris, recordando su vida y su carrera. Pero allí donde Clint trazaba, en paralelo, una historia política y otra personal, Lloyd no sale de una serie de fugaces y poco reveladores clips en los que no se profundiza en nada la vida ni el pensamiento de Thatcher. Es un resumen apurado y lleno de “apuntes” de la carrera de esta mujer. Así, cada importante episodio político es un insert sin contexto ni desarrollo, seguido por otro, y otro más, y así. Todo sostenido desde un presente igualmente flojo, con Lloyd mostrando a Thatcher perder su sanidad mental mediante una serie de confusiones entre realidad y fantasía (le habla a su marido muerto, al que vemos conversar con ella, una y otra vez) en un trauma que, apuesta el filme, se resolverá cuando la anciana dama logre liberarse de ese fantasma. Si el presente resulta moroso y confuso, y el pasado impreciso y obvio, ¿qué queda por ver? Uno podría decir que la actuación de Streep. Es cierto, la actriz es extraordinaria y capta al personaje no sólo desde sus gestos sino que logra, por momentos, unir las puntas sueltas de este no-relato. Pero no alcanza, salvo para un espectador que vaya al cine a ver un show actoral, o para un actor que vaya a verla como tarea para el hogar... Otro tema que provocará curiosidad -al menos aquí- es el tratamiento del tema Malvinas, tal vez el episodio del pasado al que el filme más tiempo dedica (siete minutos, no esperen más). Pero tampoco hay allí demasiadas revelaciones, más allá de la idea de que la propia Thatcher fue la más decidida a ir a la guerra, contra los consejos de casi todos. Esto, el filme lo toma algo así como una demostración de feminismo (“yo voy a la guerra todos los días”, dice ella cuando alguien le cuestiona su conocimiento del tema), en una metáfora por lo menos absurda. Además, claro, estarán los que sientan que La dama de hierro celebra a Thatcher de una manera que para muchos puede resultar hasta irritante. La película es un poco celebratoria de su controvertida figura, pero ése es el menor de sus problemas. El mayor es no tener nada más que una actuación que la sostenga...