A martillazo limpio Kenneth Branagh dirige con intensidad esta presentación de otro superhéroe de la escudería Marvel. Teniendo a Kenneth Branagh al frente, y con una pelea familiar por poder de por medio, es muy tentador ponerse “shakespeareano” y decir que Thor es un filme “lleno de ruido y furia, que no significa nada”. Y algo de eso hay en esta nueva superproducción de un cómic de Marvel que marca la aparición de otro superhéroe de la escudería. Branagh dirige con su acostumbrado brío y con la intensidad que caracteriza sus mejores piezas, pero también con la confusión narrativa y el poco sentido del humor que tienen las más flojas. Con todo, Thor es un sólido agregado al grupo de The Avengers , que tendrá su filme con staff completo (Iron Man, Hulk, Thor, Capitan América, Hawkeye y otros) en 2012. Tras un rápido y confuso repaso por lo que parecen siglos de batallas entre los mundos de Asgard y Jotunheim (que terminan en una tregua), llegamos a la que va a ser la coronación de Thor (Chris Hemsworth), el hijo mayor de Odin (Anthony Hopkins), como Rey de Asgard. Pero en lo que parece ser una trampa armada por su hermano Loki (Tom Hiddleston), Asgard es atacada por los gigantes helados de Jotunheim, y Thor decide ir a la batalla pese a la tregua, lo que termina costándole el destierro. El hombre, sin los poderes que detentaba en su mundo, cae en Nuevo México, en un pueblito donde se topa con un grupo de investigadores que encabeza Jane Foster (Natalie Portman) y el Dr. Selvig (Stellan Skarsgard). La situación es confusa y supuestamente divertida: aunque habla bien inglés, Thor llega pidiendo un caballo para montar y con modales algo inusuales para los habitantes del pueblo. No lejos de allí cayó Mjolnir, el mítico martillo que le da todas sus fuerzas. Thor y sus nuevos amigos intentarán recuperarlo mientras, por un lado, tienen que combatir con las fuerzas de SHIELD (agencia de seguridad que investiga estos fenómenos) y, por otro, las intrigas palaciegas que siguen sucediéndose allá lejos en Asgard (con el rey al borde de la muerte y Loki complotando) terminarán por llegar también hasta la Tierra. Tal vez por su conocimiento del drama shakespeareano, las escenas del reino de Asgard son las que mejor maneja Branagh. Con un impactante diseño de producción, ese mundo (que parece salido de tapas de rock progresivo de los ’70) y esos personajes ofrecen mayor riqueza narrativa que lo que sucede aquí, que intenta ser jugado con cierto humor, pero que no siempre resulta efectivo. Thor es una presentación de personajes más que un filme hecho y derecho. Hemsworth tiene cierto talento como para brindar algo más que un físico bien trabajado, y junto a él la película introduce personajes que serán clave en Avengers , como Selvig, Loki y, en un cameo, Jeremy Renner como Hawkeye. Esto recién empieza.
Volver a empezar Wes Craven regresa a su saga más famosa para seguir asustando. Más de una década después de la tercera y última parte de la trilogía Scream , la saga creada por Kevin Williamson y dirigida por Wes Craven regresa más como necesidad, parece, del guionista y director (que no han tenido una buena década laboral) que por motivos, digamos, dramáticos. Uno podría decir, y es cierto, que los cambios tecnológicos (internet, celulares inteligentes, cámaras omnipresentes y la super abundancia de reality shows) justifican adaptar las innovaciones temáticas de la saga a estos tiempos. Y, de hecho, el filme lo hace. El resultado, de cualquier manera, no agrega demasiado. Si las primeras tres películas de Scream marcaron, en su época (entre 1996 y 2000), una simpática puesta al día del género, colando citas autoreferenciales y haciendo que el propio género de terror (más precisamente las “slasher movies” de los asesinos invencibles) fuera parte de la trama, Scream 4 levanta la apuesta aún más, jugando con citas dentro de citas, películas dentro de películas, referencias a secuelas, a actores y apostando por una regla central: en esta época nadie respeta las reglas de antaño. Ergo, todo puede pasar en Scream , lo cual no quiere decir que el filme sea sorprendente. Por un lado, regresan al pueblo los protagonistas de la trilogía anterior, en este caso a 15 años de los crímenes, con motivo de la publicación del libro de memorias de Sidney Prescott (una muy poco entusiasta Neve Campbell). La periodista Gale Weathers (Courteney Cox) y su marido, el policía Dewey Riley (David Arquette) están también allí cuando una nueva serie de crímenes empieza a azotar la ciudad justo en el aniversario. Allí aparece la nueva generación de protagonistas de lo que, en los planes al menos, debería ser una nueva trilogía, con Hayden Panettiere (de la serie Héroes ), Emma Roberts (la sobrina de Julia) y Alison Brie ( Mad Men ), como parte de un nuevo grupo de jóvenes que deben enfrentar el regreso del asesino Ghostface. Dos especialistas en cine de terror que arman un festival con las siete partes del filme Stab (que en la saga vendría a ser como Scream , ya que ficcionaliza lo sucedido… en la ficción) se suman a la lista de posibles víctimas/sospechosos, además de algunos policías y las esperables rubias pulposas que, como todos saben, son las primeras en caer... Más allá de la historia, que sigue rutinariamente el formato de las anteriores, la gracia del filme está otra vez en los juegos entre realidad, ficción y relectura de géneros que propone, al punto que antes de matar a un personaje le toman una prueba de cuánto sabe de cine de terror. El juego, claro, incluye varias películas del propio Craven y hasta las series en las que trabajaron los actores del filme. Si a esto se le suman las referencias al universo online, Scream 4 termina siendo una cadena de citas que se muerde la cola. Los entusiastas del género, los fanáticos de Wes Craven y los seguidores de la saga disfrutarán del filme que no quita ni agrega nada a la trilogía previa. De hecho, hasta uno podría reciclar esta crítica de una de las secuelas y, algunos giros más, otros giros menos, sería más o menos igual.
En el más acá Magia tailandesa. Por qué te dejaste crecer tanto el cabello?”, le dice la tía Jen a Boonsang, cuando lo ve aparecer y sentarse a la mesa del patio junto al resto de la familia. La conversación, que podría tener lugar en las circunstancias más comunes, es entre una señora y un hombre que ha vuelto a su casa, luego de estar desaparecido varios años. El tema es que Boonsang regresa convertido en una criatura, peluda como un mono, y con ojos brillantes y colorados, pero eso no parece inquietar demasiado a Jen ni a su cuñado, Boonme. El Mono Fantasma (así se llaman estas criaturas que habitan en el bosque y con las que Boonsang se ha quedado a vivir hasta transformarse en una) no es la primera visita que reciben al enfermo Boonmee (sufre un severo problema renal), su cuñada y sobrino. Un rato antes se había sentado allí Huay, la esposa de Boonmee, que murió hace 19 años y se ha materializado como un fantasma. Más allá de la discreta sorpresa, la conversación prosigue como si nada. Sólo falta el mate para irse pasando. Este raro reencuentro familiar en lo que parecen ser los últimos días de Boonmee (también hay un inmigrante laosiano, que lo ayuda con su diálisis) ocupa buena parte del metraje de El hombre que podía recordar sus vidas pasadas y pone sobre la mesa las cartas con las que se maneja Apichatpong Weerasethakul en éste, su filme ganador de la Palma de Oro. Aquí, realidad y fantasía se mezclan, el mundo de los humanos, el de los seres que habitan los bosques y el que se mueve en el “más allá” pertenecen a un mismo tiempo y espacio que no es el tiempo y espacio que manejamos habitualmente, y mucho menos el cinematográfico, ya que a Weerasethakul le importan muy poco conceptos como causa y efecto a la hora de pintar su universo. Pintar, uno dice, porque más que contar, el director de Tropical Malady describe un universo, invita a los espectadores a sentirse cómodos dentro de él (lo que lo diferencia de David Lynch, para quien el mundo de sueños y pesadillas siempre tiene un costado siniestro) y convivir con sus criaturas. A mitad de la película, el director desvía su ruta para contar un cuento de princesas y peces parlantes que parece nada tener que ver con la narración, pero cuyos ecos repercutirán en el relato. Hay, dentro del universo de El hombre..., una dimensión política (el tío sufre por los asesinatos que cometió durante la guerra), otra social (la relación entre tailandeses y laosianos) y, fundamentalmente, una familiar, con la muerte, la resurrección, los arrepentimientos y la eternidad del amor como temas desarrollados en voz baja. Dejarse llevar por el filme es entrar en sintonía con esa forma de ver el mundo, salir de la prisión de la narrativa y la pereza de la lógica para adentrarse en un territorio donde lo desconocido se sienta a la mesa; donde la comedia y el misterio se mezclan, y donde muchos ojos rojos nos miran desde el bosque, pero no para asustarnos, sino para darnos la mano y decirnos que, aquí, allá o en cualquier otro lado, todo va a estar bien.
El anillo de la suerte Adam Sandler y Jennifer Aniston, en una remake. Una esposa de mentira es una remake bastante libre de Flor de cactus , la comedia que en 1970 consagró a Goldie Hawn, quien entonces acompañaba a Walter Matthau y a Ingrid Bergman en una farsa basada en una obra teatral francesa. Mucha agua ha pasado bajo el puente, y hoy es Adam Sandler quien encarna al protagonista, Danny, un hombre que –tras frustrarse su matrimonio- descubre que un anillo de casados es un imán para conseguir las chicas que desea. El problema empieza cuando se enamora de una en serio, la bella Palmer (la supermodelo Brooklyn Decker) y, como tiene que probarle que está a punto de divorciarse, inventa un elaborado plan con Katherine (Jennifer Aniston), su asistente en el consultorio en el que trabaja como cirujano plástico, que incluye llevar a todos (a Palmer, a Katherine, a los hijos de ella y a su primo) a Hawaii, donde las cosas se complican aún más. Ligeramente más elegante que Son como niños , centrada en una serie de gags bastante básicos (de esos que se tiran uno tras otro y se agradece si tres o cuatro funcionan de cada diez), Una esposa... funciona cuando Aniston se pone las pilas y saca a relucir parte de ese encanto que la convirtió en estrella y cuando Sandler deja de poner cara de “sufrido” (¡no sé si elegir a Jennifer o a la modelo de Sports Illustrated , pobre de mí!) y empieza a divertirse un poco, especialmente con los chicos, con los que parece tener más química que con cualquiera de las dos mujeres. La aparición de Nicole Kidman, en una película sobre un cirujano plástico que se la pasa viendo pésimas operaciones alrededor suyo, es un momento particularmente bizarro del filme. Uno no sabe si ella entró en el juego o si simula no darse cuenta de que, de todas las cirugías berretas que se muestran en la película, las suyas tal vez sean las más tenebrosas.
El círculo del odio Varias historias paralelas dan vida a este intenso drama, nominado al Oscar. Algo en la estructura de Ajami hace sospechar lo peor. Al rato de comenzar el filme, cuando vemos que su estructura va por el camino del relato coral, con muchas subtramas paralelas que casi no se tocan al principio pero luego comienzan a encontrarse, tememos por uno de esos mazazos simbólicos al estilo Crash , en el que todo un universo de personajes (nacionalidades, religiones, clases sociales, etc.) se cruzan para que el director (en este caso, los directores) pueda decir algo sobre “el mundo”. Y si bien algo de eso hay en este filme, varias particularidades lo hacen distinguible y recomendable. Por un lado, el hecho de que sea codirigido por un israelí y un palestino lo transforma en un caso político peculiar. Y, por otro, la trama corre por zonas inesperadas, casi más cercanas al policial scorseseano que al discurso político. El filme empieza con un intento de asesinato equivocado y sigue con sus consecuencias. Omar es un joven metido en una guerra mafiosa entre beduinos que empezó cuando su tío mató a un miembro de otra familia y ahora debe conseguir mucho de dinero para parar el derramamiento de sangre. Por otro lado está Malek, un inmigrante palestino que trabaja en el mismo restaurante que Omar y también necesita dinero, pero para pagar una operación de su madre. A Dando también lo corre la de- sesperación: es un policía israelí que trata de saber qué pasó con su hermano, soldado, que ha desaparecido dejando a la familia deshecha. Y hay un cuarto actor de esta trama: Bin (interpretado por Scandar Copti, codirector, con el israelí Yaron Shani), un palestino de clase media que tiene una novia judía, algo que le trae bastantes problemas con sus amistades y que también se suma al ciclo de violencia. Las historias se tocan unas con otras, pero más allá de intentar hacer una conexión dramática a sangre y fuego, lo que Copti y Shani intentan hacer es describir vidas y conflictos posibles en Ajami, un barrio israelí que da título al filme, en el que se cruzan etnias, nacionalidades y religiones. Son escenas específicas, más que el todo interconectado, lo que resalta: cómo se maneja un juicio entre familias beduinas, cómo la desconfianza termina en una discusión y cómo se pasa a la acción. Ajami es una película violenta sobre un territorio violento. La metáfora obvia está servida, pero los directores tienen el nervio y el talento suficiente como para que la(s) historia(s) siempre ocupen el primer plano.
De este planeta Gran comedia dramática de Ana Katz sobre una familia disfuncional. Los Marziano no se llevan nada bien. O, por lo menos, uno de los varones de la familia apenas puede tolerar al otro. Hay una hermana que trata de componer un poco las cosas y la mujer de uno de ellos, que “pasa informes” de situación. Pero los hermanos ni se hablan.Así empieza Los Marziano , de Ana Katz, quien en su filme de mayor producción no ha perdido el gusto por ese humor extraño y subterráneo (acá, literalmente) que caracteriza a su cine.Como en El juego de la silla , la familia que protagoniza el filme es bastante disfuncional. Luis (Puig) es un doctor que vive en un lujoso country con su esposa, Nena (Morán). Su mayor problema parece ser descubrir quién está haciendo unos tremendos pozos en los que la gente se cae. Y más aún cuando el que se cae es él... y termina enyesado.Más difícil la tiene su hermano Juan (Francella), quien parece nunca haber tenido un trabajo estable (y su hermano le ha prestado dinero que nunca devolvió) y ahora vive en Misiones, de-sempleado. Juan tiene su propio “accidente”: andando en moto se da cuenta, al mirar un cartel, que no puede leerlo. Misteriosamente, por un problema neurológico, perdió la capacidad de leer.El viaje de Juan a Buenos Aires a visitar médicos, su encuentro con su hermana Delfina (Cortese), su reencuentro con su ex esposa y una hija forman una de las líneas narrativas de la película. La otra -con la que apenas se cruzan telefónicamente o a través de Delfina- tiene a Luis investigando quién puede ser el culpable de los extraños pozos que complican su buen pasar.Película sobre la familia que tiene más en común con el cine de Wes Anderson que con el costumbrismo local, Los Marziano desacomodará con su tono a quien espere una comedia convencional. Sí, es una película “para reír”, pero no de la forma esperada. Katz filma planos largos, tira una escena “extraña” tras otra y nunca juega a la complicidad con el público.En una actuación contenida y, finalmente, conmovedora, Francella nunca pierde la cara de compungido a lo largo del filme y su parte de la trama brilla por sus pequeños detalles, como su escena con un médico desagradable (Daniel Hendler, marido de la directora), en un congreso de medicina y en su obsesión por digitalizar sus casetes con un programa de radio que solía hacer.La otra parte de la historia es algo más problemática (el uso de la música no ayuda, intentado “empujar” a la risa), pero allí se luce Puig, componiendo un personaje al borde de lo desagradable, incapaz de hacer nada pese a los infortunios de su hermano. Hay un historial que le impide compadecerse de Juan (cree que es un mentiroso), con lo cual tampoco es un simple villano.Los Marziano hace honor a su título. Es una aparición medio extraterrestre en el panorama local. Una comedia “indie”, enrarecida, lanzada como título taquillero y popular. Sería extraordinario que una figura como Francella consiga que cineastas como Katz se encuentren con el gran público, especialmente cuando lo hacen sin traicionar su cine.El de Katz es un filme sobre las familias y sus historias secretas: un pasado del que no se habla, un curioso presente, un improbable futuro. Las peleas, las distancias, los encontronazos, no crean ni héroes ni villanos, no permiten la risa fácil ni cómoda. Las familias nos fascinan y nos descolocan. Como la de esta noble, notable película.
Solteros por una semanita Dos amigos tienen “permisos” de sus esposas en esta discreta comedia. Los hermanos Peter y Bobby Farrelly han sido precursores -con películas como Tonto y retonto, Loco por Mary y Amor ciego - de un tipo de comedia hollywoodense de creciente éxito últimamente, combinando humor físico, chistes un poco gruesos y personajes masculinos algo frágiles y bastante conflictuados. Sin embargo, ese modelo de comedia fue evolucionando (los filmes de Judd Apatow y de Adam McKay, películas como ¿Qué pasó ayer? , entre otras), y los hermanos han quedado un poco como reliquias de un pasado reciente. Recuerdos de la década del ‘90. En su décimo largometraje, Pase libre , los Farrelly no dan grandes señales de renovar su repertorio ni su estilo. Al contrario, creen que volviendo a sus orígenes lograrán refrescarse. Y no es del todo así: Pase libre , comparada con ¿Qué pasó ayer? , por ejemplo (película con la que tiene varios puntos en común), deja aún más en evidencia sus limitaciones. Es apenas un entretenimiento pasable, menor, que nunca cobra ritmo ni convence del todo con sus situaciones. Rick (Owen Wilson) y su amigo Fred (Jason Sudeikis, de la sitcom 30 Rock y el show humorístico Saturday Night Live ) son casados, pero no pueden evitar hablar de otras mujeres y mirarlas al pasar por la calle, para el fastidio constante de sus respectivas esposas. Después de un par de confusas situaciones, y agotadas las mujeres (Jenna Fischer y Christina Applegate) de la “baba” de sus maridos, ellas deciden -por consejo de una amiga, que asegura que a ella le funcionó muy bien- darles a ambos el famoso “pase libre”. ¿En qué consiste el asunto? En que durante una semana ambos podrán actuar como si no estuvieran casados, hacer lo que quieran con otras mujeres, y ver cómo les va. Ellas suponen que ellos idealizan su soltería y que, en la práctica, las cosas no les van a resultar tal como imaginan. El tema es que ellas también se toman su propio “pase libre” del matrimonio y, casi sin proponérselo, las cosas les empiezan a salir mejor que a ellos. Las situaciones cómicas y patéticas (con varios ejemplares del humor “grueso” de los Farrelly en, literalmente, toda su dimensión) se apilan y la proporción de éxito, digamos, apenas roza el 50 por ciento. El “recorrido” de los personajes (especialmente, el de los masculinos) se ve venir desde el principio y los gags no son lo suficientemente graciosos como para justificar del todo el viajecito. Sin embargo, el filme tiene sus momentos, y la mayoría son producto de las chicas y los romances que terminan encontrando. Y un buen aporte hace la bella actriz australiana Nicky Whelan (como una posible candidata de Rick), aunque no necesariamente en términos actorales... Sin encontrar del todo el rumbo, los hermanos Farrelly descansan en las chispas que puede sacar el siempre imprevisible Wilson. Pero acá son pocas, muy pocas. Es de esperar que en la ya muy demorada adaptación de Los tres chiflados , los Farrelly puedan volver a encontrarse con lo mejor de su cine. ¿Será posible todavía? ¿O ya es demasiado tarde? «
Escuela de asesinos Un criminal a sueldo le enseña a otro los secretos de “la profesión” en este thriller protagonizado por Jason Statham y Ben Foster. Jason Statham es una de las caras más repetidas de la inagotable cantera de remakes de películas clase B de la década del ’70. Después de títulos como La estafa maestra y La carrera de la muerte ahora le llegó el turno a El mecánico , remake del thriller de 1972 protagonizado por Charles Bronson y dirigido por Michael Winner (dupla que se repetiría dos años después en El vengador anónimo ), que aquí se conoció como Asesino a precio fijo . Y se entiende el porqué de esta asociación. A diferencia de otros héroes de acción (los musculosos de los ’80, digamos), el británico Statham maneja bien la dureza y cierta solemnidad de los antihéroes de la década previa, y su forma de manejarse le debe más a Bronson, Clint Eastwood y Lee Marvin que a sus más fornidos colegas de Los indestructibles . El mecánico arranca muy bien, con ese tono de thriller metódico y silencioso de los ‘70. Statham encarna a Arthur Bishop, un asesino a sueldo cuya primera misión es deshacerse de un narcotraficante colombiano. Y lo hace a la antigua: oculto, sin escándalos, amenazas ni explosiones. Discreción pura. Al regresar recibe la orden para hacer un nuevo trabajo: asesinar a su “mentor”, Harry (Donald Sutherland), al que termina matando y haciendo pasar como un accidente. En el entierro Arthur conoce a Steve (Ben Foster), el hijo de Harry, que busca venganza por la muerte de su padre, sin saber que Arthur fue el culpable. Y Arthur termina enseñándole al más impulsivo y desorganizado Steve los secretos de su profesión, pero las circunstancias los llevarán a vivir situaciones inesperadas. De las tres partes en las que se divide El mecánico , la primera es la mejor. Luego, el entrenamiento y los primeros pasos en el trabajo de Steve sostienen en cierta manera el interés, pero ya van dando muestras hacia dónde se dirige el filme y cómo todo ese bajo perfil del comienzo terminará perdiéndose. Y en la última parte, cuando las traiciones y descubrimientos abundan, Simon West ( Con Air, Tomb Raider ) parece más interesado en poner toda “la carne al asador” dejando bastante de lado la relación entre los personajes y los conflictos centrales de la trama. El mecánico es relativamente disfrutable, también, como un choque entre un action man como Statham y un actor “intenso” como Foster ( El mensajero ). No llega a ser un seco policial como los que intenta remedar, pero tampoco da vergüenza en el intento.
¿Estará embrujado? Otro paso en falso en la errática carrera de Nicolas Cage. La carrera de Nicolas Cage debe ser una de las más extravagantes de la historia del cine. De actor de culto a estrella con Oscar, de héroe de acción de grandes “tanques” a películas independientes, el hombre trabaja como si tuviera que alimentar a diez familias (o pagar deudas, quién sabe) y en los últimos años parece haber encontrado un nicho como “cara conocida” en películas que, por su estilo y temática, parecen ser de ésas que salen “directo a DVD”. Si no fuera por el peso de los efectos especiales, los paisajes “espectaculares” y el rostro familiar aunque cansino de Cage, Cacería de brujas podría ir directo al cable o al videoclub. El filme comienza con Behmen (Cage) y Felson (Ron Perlman) como dos cruzados del siglo XIV quienes, tras demostrar sus dotes en el campo de batalla, deciden desertar al notar los crímenes horrendos que deben cometer. En su escape terminan en un pueblo que –se vio en una escena inicial- está siendo azotado por la gran Plaga Negra. Los habitantes del lugar acusan a una bruja del hecho y fuerzan a la dupla (bajo amenaza de denunciarlos como desertores) a llevarla hasta un monasterio alejado en el que, lectura de textos sagrados y rituales mediante, la mujer perdería sus poderes y la ciudad sería curada de la plaga. Ellos van, acompañados por un cura, un joven guerrero que sueña ser Caballero, un líder del pueblo cuya familia murió a causa de la plaga y un presidiario que sabe el camino que hay que tomar, ya que para llegar allí hay que cruzar un bosque peligroso. En el medio de todos ellos, la bruja, encarcelada, que trae a Behmen recuerdos de horrendos crímenes cometidos en las Cruzadas, juega con los viajantes (y con el espectador), manteniendo el misterio acerca de si es culpable o inocente de lo que la acusan. Dirigida por Dominic Sena ( 60 segundos ), tras un inicio relativamente prometedor y épico (al estilo de la última Robin Hood , digamos), la película empieza a perder su rumbo casi tanto como esa “carreta” que lleva a los viajantes en esta mezcla de western, filme de acción/suspenso y terror con criaturas y efectos fantásticos. Esa mezcla, que podría dar resultados interesantes, nunca termina por funcionar. Cage tiene cara de querer irse a casa pronto, los toques de humor son innecesarios y poco convincentes, y la situación escala hasta un final directamente absurdo. Si alguien se salva de todo esto es la joven bruja (Claire Foy), capaz de mantener un cierto grado de misterio e intriga hasta el final, cuando todo el elenco ya parece estar en camarines cambiándose y dándose una ducha.
Un verano para recordar La opera prima de Zach Weintraub, sobre unos días en la vida de un grupo de amigos, se estrena en el Cosmos. Presentada en competencia en BAFICI 2010, Bummer Summer es la opera prima de Zach Weintraub y un retrato pequeño y muy personal sobre las desventuras de un adolescente en un verano que, de acuerdo al título, podría definirse como “un bajón”. Weintraub (quien actualmente se encuentra en la Argentina rodando The International Sign for Choking , filme basado en sus experiencias aquí como estudiante de intercambio) rodó en blanco y negro y con un estilo que podría ser comparado al de las primeras películas de Jim Jarmusch los caminos que emprende Isaac (Mackinley Robinson) en un aburrido verano, en compañía de su novia Maya (Maya Wood). Ambos llegarán a un concierto en el que se toparán con Ben (el propio Weintraub) y la ex novia de éste, Lila (Julia McAlee), una cantante que toca esa noche allí. Lo que sucede es poco y está contado con pequeñas pinceladas. A Isaac le gusta Lila, su novia Maya lo deja, fastidiada, y se va. Los otros tres inician un viaje en el que algunas complicaciones irán surgiendo mientras conocemos mejor las personalidades y la relación que mantienen. El filme tiene un tono ligero, casi cómico, que se da a partir de los momentos extraños (silencios, especialmente) que atraviesan los personajes. Sin más pretensiones que retratar unos días en la vida de un grupo de estudiantes universitarios que bordean entre el final de una etapa y el comienzo de otra (tema que el cine estadounidense ha retratado incontables veces, aunque pocas con este grado de minimalismo), Bummer... es un pequeño y delicado objeto de culto que vale la pena atesorar.