El pasado en presente Riguroso documental dirigido por Jonathan Perel sobre la ESMA. El predio al que se refiere el título de la película de Jonathan Perel no es otro que el de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), el centro clandestino de detención de personas durante la dictadura. Y el título es perfecto: tanto en lo narrativo como en lo metafórico del filme, de El predio es de lo que se habla. El de Perel es un documental de observación riguroso. No hay entrevistas ni declaraciones ni historias para contar, al menos no en el sentido convencional. Todo es presente: planos fijos de 30 segundos, rodados en 2009, donde se muestran distintas zonas del lugar: caminos, edificios, monolitos, puertas, ventanas, actividades que se desarrollan en esta nueva etapa (la proyección de películas parece ser una de las favoritas), objetos del pasado, objetos (y sujetos) del presente. El predio puede ser sujeto a muchas lecturas y eso es lo más interesante que tiene el filme. Puede ser visto como descriptivo, casi como una serie de fotos sobre la ESMA hoy, en esta transición a convertirse en un museo, con las diversas actividades que allí se realizan. Puede ser visto como un trabajo de mostrar cómo un lugar signado por el terror va cobrando vida a partir de la aparición de manifestaciones artísticas, actividades, gente que hace cosas, convierte el lugar en algo más ligado con “la vida” que con “la muerte”. Pero también una podría considerar que Perel es crítico. Que la serie de actividades que hoy son parte del lugar de alguna manera banalizan lo que sucedió, convierten en un paseo amable algo que debería tomarse de otra manera. El filme da tiempo al espectador a que respire, piense, elija lo que quiere ver y pensar. El pasado deja sus fantasmas: uno puede perderse dentro del predio y toparse con una salvaje jauría de perros que no sabe de cambios políticos y ataca al que pasa, trayendo a la memoria inmediata el pasado. Uno puede admirar que todo empiece a estar reconstruido y bien pintado, ¿pero es eso realmente a lo que uno iría a la ESMA? ¿O sería mejor sentir lo que el lugar, intacto como entonces, impone sobre nuestras memorias, nuestro pasado? El predio permite perderse en esas sensaciones. Los autos que pasan y la ciudad, afuera, observan todo, prefiriendo, de cualquier manera, seguir de largo...
La vaca voladora Sebastián Borensztein arma una efectiva comedia dramática sobre un curioso episodio real. La suerte, el destino, la casualidad, los encuentros fortuitos son temas que estaban en La suerte está echada , la opera prima de Sebastián Borensztein en la que un pobre Marcelo Mazzarello parecía ser la persona menos afortunada sobre la Tierra. Y la situación se repite en Un cuento chino , en la que dos hombres -un argentino y, eh, un chino- están indirectamente conectados por desgracias del pasado y directamente conectados por situaciones del presente. Jun es un joven chino que, cuando está a punto de proponerle matrimonio a su novia en un barco, es testigo de uno de los accidentes más bizarros posibles (y uno que, de una manera algo diferente, sucedió en la vida real y fue el puntapié para esta trama): una vaca cae del cielo, literalmente, sobre su chica, aplastándola del golpe. Paralelamente, Roberto vive en Buenos Aires una vida muy solitaria. Es dueño de una ferretería que parece tener pocos clientes. Sus costumbres cotidianas son rigurosas: contar los clavos que le dan en un paquete, sacar la miga del pan francés, acostarse siempre, obsesivamente, a las once en punto. Tiene otras dos “manías”: junta diarios buscando noticias extravagantes (algunas de las cuales Borensztein recrea en viñetas muy en estilo Amélie ) y se le da por estacionar su auto frente a Aeroparque a ver despegar aviones. En eso está cuando ve a Jun siendo lanzado de un taxi. Se acerca a ver qué sucede y el joven, que no habla ni entiende castellano, se le pega y trata de explicarle lo que pasa. Roberto, huraño como el peor, quiere sacárselo de encima, pero termina dándole pena y se lo lleva a su casa. Luego entenderá que Jun está buscando a su tío, pero no puede encontrarlo, y no le queda otra que acostumbrarse a vivir con él, lo cual es un riesgo para sus rutinas y obsesiones. Mientras una chica del interior (Muriel Santa Ana) lo busca para salir, él sólo piensa en sacarse a Jun de encima. Pero no es fácil y así empezará una relación que será casi de tres y que terminará permitiéndole salir de ese extraño pozo en el que se ha metido por un hecho del pasado, también extraño, que lo perturba hasta hoy. Un cuento... es una pequeña fábula, graciosa por momentos, emotiva en otros, pero que peca por rondar siempre demasiado cerca del cliché. Tanto las risas por malos entendidos como los momentos nobles de Jun no salen del catálogo del “así son los chinos”. Darín hace que el filme vibre porque casi todo pasa a través de su cara. Una escena silenciosa en la Embajada de China la maneja de manera genial, por más que el remate “chistoso” se pase de obvio. Ricardo puede darle humanidad a una piedra, y eso genera una gran corriente de simpatía respecto a un personaje casi insoportable. Y si bien uno no es del todo ducho en mandarín, podría asegurar que Ignacio Huang está más que a la altura de las circunstancias a la hora de seguirlo a Darín en sus peripecias. Un cuento... no será un filme brillante y basa su humor en confusiones algo excesivas (¿tanto tiempo le toma encontrar a un traductor?), pero es efectivo, entretenido y termina logrando llevar a los espectadores a algo parecido a la emoción. Y si hablan mandarín, llorarán el doble.
Fantasías irlandesas Curiosa fábula de Neil Jordan, con Colin Farrell. La carrera del irlandés Neil Jordan es curiosa. A lo largo de casi 30 años, en muchas de sus películas navegó por el terreno de las raras conexiones entre fantasía y realidad. Si bien es más conocido por títulos no fantásticos ( El juego de las lágrimas y El ocaso de un amor ), en filmes como En compañía de lobos, Entrevista con el vampiro y otros lo muestran jugando en esos límites, con mayor o menor éxito. En Amor sin límites se juega nuevamente en esa frontera, pero en un tono que tiende más a la fábula infantil, contando una historia folclórica acerca de un pescador en la fría costa irlandesa de Cork, que se ha separado, ve poco a su hija (que tiene un problema de salud) y tiene un pasado alcohólico del que quiere recuperarse. Un día, literalmente, pesca en el mar con su red a una mujer que casi no habla, dice llamarse Ondine y prefiere esconderse en la casa del pescador para que nadie la vea. Annie, su hija, la descubre y cree que es una selkie, una criatura mítica mutada en humana. El pescador, que no sabe bien qué pensar, se va enamorando de esta mujer mientras algunas situaciones sospechosas comienzan a acumularse. ¿Será tan fábula el asunto como Annie cree o la realidad de Ondine es mucho más dura y mundana? Como filme familiar, Amor... es tortuoso y cruento, entre la enfermedad de la niña, el alcoholismo del padre y las revelaciones brutales de la trama. Y como drama para adultos es bastante banal, más allá de la contenida actuación de Colin Farrell, la encantadora Alison Barry (Annie) y Alicja Bajleda, en el rol de la mujer misteriosa. El nivel de crueldad se acrecienta sobre el final, donde la salud y hasta la vida de Annie están en peligro. Hay emoción, también, pero se siente más forzada que ganada con recursos limpios. En suma, otro paso en falso para un director que hace ya más de una década no realiza un título memorable.
Heridas que no cierran... Fallido drama de Edgardo González Amer. El segundo filme de Edgardo González Amer, Familia para armar , es un pequeño relato acerca de una familia desmembrada que vive en un hotel cercano a la playa en una ciudad turística a la que se ve fuera de temporada. Ernesto es quien lo maneja, con la ayuda de su madre y su hermana. Un hombre nervioso, serio y reconcentrado, altamente fastidioso, debe lidiar con una sorpresa inesperada cuando se aparece allí su hija adolescente, que vive con su mamá. Ambos no tienen una buena relación y ninguno hace esfuerzos por mejorarla. Ernesto quiere que Julia vuelva a su casa cuanto antes. Y Julia no se toma el trabajo de explicarle porqué no puede volver. Ernesto lidiará con una pileta que no puede arreglar, con un extraño grupo de chicas que se está quedando en el hotel y con quienes su hija empieza a juntarse, con su madre, su hermana y el misterio de su ex mujer. Familia... es una película previsible, llena de diálogos bastante obvios y filmada con planos cortos, casi televisivos, que le quitan ritmo y peso cinematográfico. Las revelaciones de la trama y los conflictos que se van presentando son resueltos de una manera bastante chata, y las escenas se suceden sin mucha lógica, dando la sensación de haber sido una película retocada en la sala de edición. A Oscar Ferrigno (h) le cuesta ponerse la película al hombro, ya que su personaje parece tocar una sola cuerda: fastidioso, preocupado, molesto, irritante para el espectador. Y Aleandro, en un papel secundario, aporta eficiencia en sus pocas escenas. Acaso lo mejor sea el descubrimiento de Malena Sánchez, que interpreta a la hija, una actriz que tiene una presencia y un rostro interesantes, y que ayudada por un mejor texto podría sobresalir.
Aprenda todo en Internet Con la ayuda de la red, Russell Crowe arma un plan para sacar a su esposa de la cárcel en este thriller de Paul Haggis. Si uno se toma más o menos en serio lo que sucede en Sólo tres días , la película es prácticamente absurda. Ahora bien, si uno se la toma ligeramente, como si fuera fantasía pura, el asunto puede llegar a ser un poco más entretenido. El problema aquí es que Paul Haggis, su director y guionista, parece tomárselo todo muy, muy seriamente, con lo cual el asunto, en vez de tornarse intenso, se vuelve involuntariamente divertido. Uno podría pensar que, más allá de ser un thriller acerca de un hombre que arma un muy complejo plan para sacar a su esposa de la prisión, Sólo tres días es una película acerca de cómo se puede aprender todo por Internet. Es que John (Russell Crowe, serio y compenetrado), un maestro de escuela algo timorato que enseña Don Quijote a sus alumnos (anoten metáforas en un papel), cansado de intentar sacar legalmente a su esposa Lara (Elizabeth Banks, afeada) de la cárcel (fue apresada supuestamente de manera injusta por haber matado a su jefa) no tendrá mejor idea que liberarla por su cuenta. Y para eso, bueno, están Google y YouTube, que enseñan a truchear reportes médicos y a armar llaves multiuso, y hasta uno puede averiguar dónde conseguir pasaportes falsos y comprar armas y cosas así. De golpe, nuestro héroe anda metido entre gángsters mientras cuida al hijo de ambos, sigue dando clases en el colegio y visitando a su esposa, que ni enterada está de lo que trama. Sólo tres días podría haber sido una mejor película si Haggis la hacía con un espíritu más hitchcockiano, cercano a James Bond (es guionista de las últimas dos) o a Jason Bourne. Pero aquí, el director de Crash está queriéndonos decir algo supuestamente importante (no se sabe muy bien qué, de cualquier manera) y pretende que nos creamos las desventuras del tal John al pie de la letra. Más allá de ese tono sombrío, varias escenas (y un buen grupo de actores secundarios) salvan a la película del papelón, especialmente la primera (una charla/pelea de antología), la secuencia en la que John prueba una llave falsa en la cárcel y, fundamentalmente, la última media hora, cuando el plan se pone en marcha. Allí aparece la película que Sólo tres días podría haber sido y se disfruta. Sólo que ya pasaron dos días y medio…
En el centro de la Tierra Un grupo trata de sobrevivir atrapado en cavernas. No hay dudas de que el realizador australiano Alister Grierson tiene talento para crear suspenso. Si supiera dirigir actores, tal vez estaríamos hablando de un nuevo gran talento, pero evidentemente ese asunto se le escapa casi por completo. Sanctum 3D es una película que genera dos clases de nervios: la de saber qué les pasará a los personajes y la de escucharlos recitar (más bien gritar) sus diálogos como si estuvieran en una obrita escolar. Una pena, realmente, porque hay material en Sanctum para una muy buena película. El filme se centra en una expedición que se hace en las cavernas de Esa’ala, en Australia, donde varios grupos de personas se terminan reuniendo en las profundidades cuando un ciclón les impide salir del lugar. La incomodidad y la claustrofobia que genera la situación en la que se encuentran los personajes -la mitad del tiempo bajo el agua y la otra escalando-, va in crescendo, y luego de una primera parte de presentación de personajes de manual (un millonario aventurero, su novia algo despistada, un veterano explorador y su joven hijo con el que no se lleva nada bien), la aventura de encontrar una salida desde las profundidades de la Tierra hace recordar a cierto cine catástrofe de los ‘70 (tipo La aventura del Poseidón ), con el agua al cuello y cada vez menos luz, equipamiento y comida. El problema de Sanctum es que sus personajes no son interesantes, salvo Frank McGuire (Richard Roxburgh), el veterano explorador, de esos duros que piensan que para salir hay que abandonar a los rezagados antes de correr el riesgo de perecer todos por salvarlos. Esa posición lo enfrentará con el resto de los sobrevivientes, pero uno ya sabe para donde irá la situación al segundo de conocerlo. Si uno se pone realista, la película resulta un poco incómoda de ver en función del reciente terremoto y tsunami japonés. Pero si lo toma como entretenimiento, este filme producido por James Cameron (y con muchos elementos en común con películas suyas como Abismo, Titanic , y hasta el uso del 3D inmersivo alla Avatar ) propone unos cuantos momentos de intensidad, de esos que obligan a taparse los ojos o involuntariamente contener la respiración. De haber tenido un guión digno y saber dirigir actores, Grierson podría haberle dado algo de fuerza a los conflictos dramáticos que rodean a esta fuga del centro de la Tierra (los que mueren en el intento, los “sacrificios” que hay que hacer). Pero allí el asunto se le va de las manos. Cameron, aún trabajando con diálogos imposibles, se las arregla para estamparnos sus películas en el cerebro. A su aprendiz todavía le falta mucho.
Grupo de familia Encantadora comedia sobre un hombre que debe pasar un feriado con cuatro ancianas. En Bolonia me hacían tortellini, o a veces lasagna”, le cuenta a Gianni una de las ancianas que ha quedado a su cargo en el feriado italiano de mediados de agosto que da al filme su título original. La mujer no se puede, o no se quiere, dormir, y repasa su vida en voz alta mientras Gianni, que tiene que ocuparse de ella y de otras tres señoras mayores más (incluyendo a su madre) ya no puede más. “Duerma aunque sea un cuarto de hora”, le suplica, mientras ya sale el sol. En esta humana y realista comedia de Gianni di Gregorio, guionista de Mateo Garrone ( Gomorra ), que debutó aquí como realizador y actor protagónico (el filme es de 2008 y Di Gregorio ya hizo otro filme, Gianni e le donne , una suerte de secuela de éste), nuestro protagonista cincuentón, acosado por las deudas y al cuidado de su excéntrica madre, decide aceptar un pedido de Alfonso, el administrador del edificio: que cuide a su propia madre así él se puede tomar el feriado. ¿A cambio? Le perdonará las deudas de expensas. Gianni acepta y Alfonso se aparece con su madre, y también con su tía, ante la mirada fastidiada de la señora de la casa. Como si un trío de ancianas fuera poco, el médico de Gianni le pide lo mismo con su madre y así se suma una cuarta viejita a la casa. Cada una tiene sus peculiaridades y Gianni, al principio, sólo quiere tratar de seguir su vida tranquila y que no lo molesten demasiado. Pero será imposible. A su madre no le caen bien las visitas y las mira de lejos, la madre del médico no quiere cumplir el régimen impuesto por su hijo y mucho menos cuando la tía de Alfonso le enrostra en la cara las riquísimas pastas al horno que va a cenar mientras ella debe comer vegetalini . “Eso no es comida”, le dice. Y ni hablar de la madre de Alfonso, que -rebosante de juventud- a la noche desaparece, y quién sabe adonde se fue. Todo esto podría dar pie para una comedia de enredos y gags de lo más convencional. Pero nada es así en Un feriado particular . Di Gregorio no es actor y las señoras tampoco. Las situaciones no parecen surgir de un guión estricto, sino de ponerse a filmar conversaciones con un grupo de señoras que rondan los 80 años y cuya comicidad sale naturalmente, casi de manera documental. Si bien hay momentos donde el realizador subraya el tono cómico con cierta música y algún clip innecesario (aunque bello) por las calles de Roma, la película se aprecia como una comedia de personajes, casi un biodrama, más cerca de películas como La pivellina , digamos, que de la comedia alla’italiana más clásica. “No estás cansado, fingís que estás cansado, pero tenés ojitos pícaros”, le dice la madre de Alfonso a Gianni mientras bebe y fuma, convertida en una inesperada femme fatale de la tercera edad, ante un dueño de casa que no sabe qué hacer para manejar un grupo cada vez más rebelde y conspirativo. Y Gianni hará lo que recomiendan desde siempre: “si no puedes vencerlas, únete a ellas”. Y así, la pesadilla de “ferragosto” se transformará en una celebración muy tierna y humana de la amistad, del valor de las relaciones y, más que nada, del compartir una buena mesa de comida. Y si es “pasta al forno”, mucho mejor.
Dos peso pesado El duelo De Niro-Norton procura sostener el filme. No siempre lo logra. Ya lo decía John Curran: “Con actores como Robert De Niro y Edward Norton, uno no tiene más que ubicar la cámara y dejarlos hacer”. Esa sentencia deja en evidencia lo bueno y lo malo que tiene ésta, su cuarta película. Por un lado, es cierto: De Niro y Norton, enfrentándose en largos diálogos en una sala de una cárcel, pueden crear tensión donde no la hay, y sacarse chispas actorales por puro acto de presencia. Y, por otro, revela una cierta falta de control sobre el proceso: dos actores, por más potentes que sean, no hacen solos una película. Más allá de sus momentos, y de la algo extravagante historia que justifica esos duelos actorales, La revelación no sostiene la tensión ni la intriga a lo largo de su metraje. El comienzo es potente, con una escena cruda que deja en claro que, de joven, el personaje que luego encarnará De Niro, era capaz de actos bastante cruentos. Así que la sorpresa es mayor cuando la historia retoma en el presente y Jack se aparece convertido en una persona opaca, timorata y religiosa, trabajando con presos, a quienes entrevista para saber si están en condiciones de salir en libertad. Uno de esos presos es “Stone” (Norton), con el pelo trenzado, que entra en escena con intención de llevarse el mundo por delante y sin importarle si podrá o no salir de allí. Pero luego cambiará radicalmente, también se volverá religioso (más bien, místico) e intentará mostrar ese lado a su interlocutor. ¿Se trata de una conversión real o de un plan cuidadosamente preparado con su novia (Milla Jovovich), que persigue a Jack por su cuenta, para aprovecharse de este hombre, engañarlo y salir en libertad? ¿Y él se dará cuenta o no? La revelación es extraña, cuidada en sus detalles e intrigante. Nunca se sabe bien para dónde irá, y eso la torna atractiva. Pero, a la vez, Curran no sostiene esa tensión por mucho tiempo, llevándola a territorios narrativos pantanosos y dándoles a los actores demasiada cuerda cuando una mano más severa podría haber controlado mejor el asunto. De hecho, por momentos, la subtrama entre Lucetta (Jovovich), tratando de conquistar a Jack, resulta la más atractiva, y es la actriz, que parece llevar la historia hacia lugares impensados, la que la saca de su zona más gris.
La peste llegó al consorcio En su promisorio debut como director, Nicolás Goldbart combina suspenso con humor negro. Daniel Hendler y Jazmín Stuart, los protagonistas. El cine de horror y suspenso tomado con humor no tiene una gran tradición en la Argentina. Y Fase 7 , la opera prima del reconocido montajista Nicolás Goldbart, se dedica a explorar un territorio que aquí es casi virgen, pero que en el resto del mundo tiene cientos de ejemplos, y de adeptos. Y si hay algo de Fase 7 que recuerda a películas españolas como REC o algunas de Alex de la Iglesia ( La comunidad , especialmente), es porque en ese país hay un mercado para este tipo de cine. De hecho, el debut mundial del filme fue en el Festival de cine fantástico de Sitges, casi la matriz de esta clase de películas, especialmente las habladas en castellano. En Fase 7 se cuenta lo que sucede después que por una epidemia virósica los pocos vecinos de un edificio quedan encerrados en cuarentena. Coco y Pipi (Daniel Hendler y Jazmín Stuart) conforman una pareja con un bebé en camino, y han quedado dentro del edificio. Lo mismo que Horacio (Yayo), un bastante paranoico y solitario vecino, que empieza a tejer complicadas tramas para sobrevivir. Y también está Zanutto (Federico Luppi), otro personaje bastante extraño, que vive supuestamente con su mujer que jamás sale de su casa, y con el que deberán lidiar los otros vecinos cuando la situación llegue a límites complicados y difusos. ¿Por qué? Porque hay alguien matando a vecinos y, así es que Fase 7 se convierte en un “sálvese quien pueda” empujado por la desesperación, pero más que nada por la desconfianza. Goldbart propone un juego de un humor bastante negro, combinado con escenas de suspenso y tensión que nada tienen que envidiarle a ciertas películas de género norteamericanas. El filme falla, por momentos, al no explotar del todo las posibilidades de un guión no muy sólido. De cualquier manera divierte, entretiene y tiene en Yayo a toda una revelación como intérprete, en un rol que no es particularmente humorístico pero que se vuelve cómico por su presencia. Fase 7 es un debut promisorio de un realizador que, a la manera de Damian Szifron, es un producto de escuelas de cine que ha decidido correr por la senda de las películas de género, algo no del todo usual en ese tipo cineastas. Más allá de sus fallas, Fase 7 se hace notar en un universo y en un género que, como el edificio y las personas que retrata, parece aquí no tener reglas.
En la montaña del miedo James Franco sufre un raro accidente en este filme de Danny Boyle. Hay accidentes y accidentes. El que sufrió Aron Ralston tal vez sea uno de los más peculiares que uno vio en mucho tiempo. Se podría decir que, por su personalidad aventurera y su aparente desconocimiento del miedo, algo así podía sucederle en cualquier momento. Pero lo que le pasó es digno de entrar en un libro de curiosidades. Aron (encarnado por ese muy buen actor que James Franco parece esconder bajo el look de galán) es un montañista, un hombre capaz de salir a recorrer cañones en el medio de la nada, con un pequeño kit de ayuda, una bicicleta, una botella de agua y no mucho más. Ah, y sin avisarle a nadie de su paradero. El tipo se encuentra con dos chicas, les hace descubrir un bello oasis entre los cañones y luego se va solo, “tierra adentro”. Pero se cae en una grieta profunda entre dos enormes formaciones rocosas, con tanta mala fortuna que una inmensa piedra cae justo sobre su brazo derecho aplastándoselo contra una de las paredes. El hombre está, literalmente, atrapado y por más que lo intente de mil maneras no consigue sacar su brazo de ahí y, por consiguiente, no puede mover su cuerpo. El filme narrará las 127 horas que Aron pasará allí adentro, con la lógica tensión y frustración del caso, y se centrará en lo que debe hacer si quiere salir de allí con vida, mientras se va quedando sin agua, sin energías y sin recursos. Boyle, a su manera siempre algo excesiva, lanza un arsenal de recursos visuales para no convertir la historia de Aron en la de un tipo encerrado en un metro cuadrado. La cámara va y viene por la zona, por sus recuerdos que se van convirtiendo en delirios, juega con la cámara de video en la que el propio Aron graba mensajes, no deja de crear tensión a partir del movimiento y el montaje. La historia puede ser pequeñita, pero para el director de Trainspotting no hay nada tan chico como para no recibir su “tratamiento completo”. Ahí dentro será una batalla entre la pirotecnia visual de Boyle (ver El extranjero , pág. 20) y la creciente desesperación de Aron, que ve que sólo le va quedando una opción si quiere salir con vida, algo que el espectador seguramente adivinará al rato de ver la película. En 127 horas , el realizador de Slumdog Millionaire vuelve a contar otra historia de supervivencia, de lucha contra la adversidad y de victoria pese a todos los pronósticos (algo muy lejano a lo que hacía al principio de su carrera). Aquí, por suerte, a diferencia de su anterior filme, no hay demasiado lugar para el sentimentalismo ni el exceso melodramático. ¿El morbo? Sí, claro, pero eso lo viene haciendo desde que nos tuvo en vilo con aquel bebé en Trainspotting , así que no se hagan los sorprendidos. Están avisados.