Una de las sorpresas del cine argentino de esta temporada se presentó en la pasada edición del BAFICI como cierre de la programación con una función de gala en el Teatro Colón. El evento incluyó música en vivo con una performance de piano de dos de las protagonistas. LA CALLE DE LOS PIANISTAS es el documental con el que el realizador Mariano Nante retrató a la familia de músicos que integran Karin Lechner, su hija Natasha Binder, el hermano de Karin, Sergio Tiempo, todos ellos herederos de Lyl Tiempo, madre de los hermanos y maestra del instrumento. A la vez, la película está filmada en gran parte en Bruselas, donde ellos viven, justo al lado de la casa de otra gran pianista argentina, nada menos que Martha Argerich. La película es un retrato de un mundo en el que la música circula como el alimento cotidiano, con ejecutantes que escuchan detrás de las paredes lo que otros hacen, y que hablan, ensayan y se preparan para giras y conciertos. Pero, más que nada, es un retrato de la pequeña y prodigiosa Natasha, que tiene un descomunal talento para su corta edad. Y, especialmente, de la relación con su madre, que la sigue, acompaña y ayuda en sus progresos musicales. lacalle1El director logró un grado de intimidad con los personajes que es inusual, al punto que parece ni notarse la presencia de la cámara a lo largo del filme, capturando detalles muy personales, especialmente de Natasha y su madre. El centro del filme, además de la calle en cuestión, es el momento que atraviesa la niña, uno en el que tal vez deba decidir si se dedicará por completo a la música o si preferirá tener la vida es un adolescente, digamos, normal. Tomando en cuenta la herencia familiar y el descomunal talento de Binder, de todos modos, no parecen quedar muchas dudas. Además, es claro que la música se vive en ese núcleo con placer, algo que la transforma en cierto modo en una especie de correctivo de WHIPLASH, el éxito del año pasado que mostraba que para triunfar en el mundo de la música (allí el jazz, aquí, clásica) había, básicamente, que sufrir, trampear, maltratar, agredir y sacrificar cualquier relación personal. LA CALLE DE LOS PIANISTAS no evita esos tópicos. Queda claro que es una carrera que implica sacrificios y esfuerzos, pero una que se vive de manera placentera cuando se hace rodeado de afecto, cariño y comprensión de los profesores, compañeros y de los seres queridos.
La segunda película en competencia oficial de Cannes 2014 centrada en el mundo del cine y, más específicamente, en el universo de las actrices tras la de David Cronenberg, EL OTRO LADO DEL EXITO plantea una suerte de ejercicio complejo que va del cine al teatro, de la verdad a la ficción y, apoyándose en las internas del mundo del espectáculo, habla también de un tema caro tanto a Hollywood como a, bueno, la gente normal: la edad. Más que nada, la nueva película de Olivier Assayas se centra en el paso del tiempo y en cómo una mujer (una actriz, para ser más preciso) lo vive. Juliette Binoche encarna a María Enders, una muy famosa actriz que ya promedia los 40 y que viaja a Suiza para recibir un premio que le dan a un director recluso que se niega a aparecer en público. Viaja con Val (Kristen Stewart), su asistente personal, quien maneja su agenda. En camino hacia el lugar descubren que el mítico director ha muerto y la situación se vuelve más amarga. En paralelo, a María le han ofrecido actuar en una versión para teatro de una película sobre la relación entre dos mujeres que hizo a los 18 años, pero solo que esta vez la quieren para el otro rol, el de la mujer mayor, ya que la joven será encarnada por Jo-Ann Ellis (Chloe Grace Moretz), un muy joven actriz permanentemente envuelta en escándalos en Hollywood, muy a la manera de Lindsay Lohan. sils_maria_3María acepta el rol un poco a regañadientes y buena parte de la película se centrará en la estadía de ella y su asistente en una casa en un bello paraje suizo en el que sucede un extraño fenómeno meteorológico que da al filme su título original, “las nubes de Sils Maria”. Allí ensayarán los roles, y los diálogos que mantendrán irán de la “realidad” a la “ficción”, haciendo que la relación entre ellas, de algún modo, imite a la que tendría en la obra de teatro. Así como no siempre se distingue cuando conversan o cuando ensayan, hay una sensación permanente de que tampoco se sabe cuánto de esto es cierto y cuánto es parte de la imaginación o de otra ficción que las envuelve. La película es compleja en su estructura pero muy clara en su búsqueda temática, ya que tanto las conversaciones entre las dos mujeres (y en las que tienen luego con Moretz y algunos personajes secundarios) siempre giran en torno de la edad, del paso del tiempo y de cómo eso es complejo de manejar en una industria que vive siempre pendiente de “la nueva cara”, de la frescura, del escandalete y la promoción salvaje. Con Stewart en uno de los roles principales, es imposible no pensar que por momentos es la actriz la que habla y no tanto sus personajes. Curiosamente, su Val es la que mejor se lleva con la idea de que Jo-Ann, a quien Maria no conoce pero le parece muy poco apropiada a juzgar por sus trabajos previos (que vemos, en breves y simpáticos clips paródicos), trabaje con ella. Val considera que esas películas “pochocleras” son más serias de lo que María cree y que Jo-Ann está muy bien en ellas. silsmariaSu estructura me hizo recordar en parte a los más recientes filmes de Alain Resnais, con sus juegos teatrales, sus actores trabajando en diversos niveles de representación y los diálogos siempre trabajando en el filo del artificio como si todo fuera una puesta de una puesta de una puesta. Assayas deja toda la narrativa en una nebulosa similar al fenómeno meteorológico mencionado, pero lo que sí prioriza –acaso demasiado, ya que todas las conversaciones giran obsesivamente sobre el mismo tema– son las discusiones sobre la edad y cómo soportar el “cambio de guardia”. Para una actriz seria que ronda los 50 implica entender que la escandalosa chiquilina de 20 puede no ser tan boba y mucho más talentosa de lo que parece. Para los que no somos actores, es exactamente lo mismo… EL OTRO LADO DEL EXITO es un filme dispuesto para el lucimiento de las actrices y en algún punto todas juegan con su circunstancia real. Binoche, con la idea de la respetada y elegante gran dama del cine. Moretz y Stewart, por su parte, se relacionan más claramente con las idas y venidas del estrellato hollywoodense y cómo lograr separar los escándalos de la vida privada y el comportamiento “zarpado” con la realidad de esas jóvenes actrices que, por debajo de esa cáscara, tratan de vencer a su manera al sistema que las levanta y luego descarta con ensayada sistematicidad.
La nueva película de Berger (AUSENTE) se centra en la relación que se establece entre dos jóvenes, el dueño de una casa en un pueblo chico y otro que viene a trabajar, ayudándolo en la limpieza de la pileta y el cuidado del lugar en verano. Ambos se conocen de muy pequeños y se dejaron de ver hace muchos años. Por circunstancias que conviene no revelar (los personajes mienten sobre su pasado y su presente), Martín necesita trabajo y va a pedirlo a la casa de Eugenio, que está allí tratando de escribir un guión. Atraído sexualmente por él más que por necesidad de ayuda laboral, Eugenio (Manuel Vignau) lo contrata pero no logra hacer más que observarlo todo el tiempo e intentar muy discretas aproximaciones por temor al rechazo. La tensión sexual entre ambos crecerá y sobre el final la cuestión tomará nuevas dimensiones en este filme que cuenta prácticamente con sólo dos actuaciones y una casa como escenario casi único. Berger logra crear un clima sugerente gracias a una cámara muy subjetiva y una música intrigante, aunque los lineamientos básicos del guión no parecen salir mucho de la zona de la atracción sexual permanente. El filme es bello de ver y la relación entre ambos está bien planteada, pero se hace un poco largo a falta de un conflicto dramático que evolucione a lo largo de los 106 minutos que dura. Con todo, Berger sigue siendo uno de los pocos realizadores locales que explora a fondo el universo homoerótico, siempre jugando en una extraña zona entre el pudor y la curiosidad.
No es habitual –o, al menos, no es habitual en mí– desear que un documental sobre un músico de rock sea más convencional de lo que es. Pero, en este caso, en varios momentos, tenía la sensación de que era ese, precisamente, mi deseo. Si bien, es cierto, no se trata estrictamente de un documental, este seguimiento a través de giras por Europa más algunas escenas locales del músico Daniel Melingo, su banda y algunos amigos está organizado en función de escenas con él caminando, cruzándose con gente en las calles (sobre todo en París, en algunas escenas guionadas un poco burdamente), ensayando con los músicos, más paseos, viajes y situaciones propias de happenings de película de los 70. Todo esto la vuelve una película muy libre y original, ya que uno nunca sabe hacia donde va ni hay nada parecido a una estructura dramática clásica, pero a la vez la vuelve dispar, con escenas que funcionan mejor que otras, como las conversaciones de los músicos sobre cómo tocar determinadas partes, algunas lecturas de poesías, una zapada con Jaime Torres y una versión de “Canción para mi muerte” de Sui Generis con otra melodía (ya verán) que le calza perfecto. Además, claro, de las bellas imágenes en blanco y negro en su mayoría parisinas, capturadas en un estilo un tantonuevaolero. También se agradece la falta de biografía típica (no se cuenta la historia del músico, ni nunca sabemos donde están ni se habla/explica nada acerca de quién es ni que ha hecho Melingo), pero eso se ve desperdiciado un poco porque casi nunca se la ve a la banda tocar en vivo, salvo por unos pocos segundos. Sin la info y, básicamente, sin la música (no las zapadas y los juegos, sino la música que ellos presentan en sus shows), lo que queda es puro personaje. Y si bien es cierto que Daniel, como personaje, es riquísimo e interesante (tal vez la película lo sobreconstruye como tal, suerte de Tom Waits tanguero, y Melingo se prende en el juego de automitificarse como poeta-lumpen), lo es también debido a que es un notable y original artista, y si eso no termina de vislumbrarse en el filme lo que por momentos queda es una película que gira sobre su propio ombligo, solo para admiradores o amigos. Uno podría terminar por definirla como una película formalmente libre y con algunas grandes escenas, pero también muy dispar y con menos música de lo que uno hubiera querido.
Es difícil no pensar en RAMS, la reciente ganadora de la sección Un Certain Regard del Festival de Cannes cuando se ve HISTORIAS DE CABALLOS Y HOMBRES, la película del islandés Benedikt Erlingsson. En realidad, debería ser al revés: es muy probable que el director de la primera haya tomado como inspiración este éxito del 2013 a la hora de hacer su película, también islandesa, y centrada en la relación entre hombres y ovejas. Los parecidos son muchos, casi excesivos. Acaso porque las vi en el orden contrario tengo la sensación de que RAMS es mejor película: más concentrada y potente, menos “folkie”. Sin embargo, HISTORIAS DE CABALLOS… supera también lo que parece una premisa un tanto ñoña gracias, básicamente, a un director que entiende que la mejor manera de contar su historia es mediante recursos puramente audiovisuales, dejando el diálogo en lo mínimo indispensable. Lamentablemente, el uso de la música por momentos atenta contra esa sutileza ya que remarca demasiado los tonos del filme, lo que se supone que el espectador debe sentir o entender ante cada escena. Pero es un problema relativamente menor. of-horses-and-menHISTORIAS… es una película de viñetas, de pequeños relatos cruzados que en menos de 80 minutos nos cuentan las vidas de un grupo de habitantes de una aislada aldea en el medio de Islandia que viven y aman a sus caballos, y a quienes usan también de maneras inesperadas, entre crueles y amorosas. Hay un jinete de una hermosa yegua blanca que en medio de su orgulloso recorrido vive una situación bastante incómoda cuando un a un caballo de la zona se le ocurre montarse a la yegua en cuestión con el jinete como muy cercano testigo. Hay una mujer a la que ese jinete le interesa, pero tal vez él tiene ojos para otra. Está el borracho del pueblo que es capaz de montarse a su caballo y meterlo en el mar con tal de alcanzar un barco pesquero ruso y conseguir de ellos unas botellas de vodka con consecuencias que terminan siendo imprevistas. Hay un trabajador latinoamericano (su acento me parecía colombiano) que queda atrapado en una nevada con su caballo y se ve forzado a tomar una decisión drástica, en la escena que tal vez más recuerda a la citada RAMS. Y hay otro típico personaje de pueblo chico que se le da por cortar los cercos de alambre que separan un campito de otro para hacer pasar a sus caballos, también generando una serie de problemas. Of Horses and MenLo más notable de este cuentito un tanto folklórico no está tanto en las metáforas con las que el director intenta separar el comportamiento animal del humano –las que podrían resumirse burdamente como “los animales son más humanos” o bien, “los humanos son unos animales”– sino la manera en la que la película está contada. Los primeros planos de los ojos de los caballos, los silencios y miradas de ellos o de las personas que explican casi todo lo que pasa sin el uso de la palabra (de hecho, cuando se usan palabras tienden a confundir, como pasa con los pescadores rusos o con el trabajador latino, que no se entienden bien y ponen en riesgo sus vidas por eso), la confianza en el uso del plano largo. Todo apunta a que Erlingsson estuve estudiando AL AZAR BALTAZHAR, de Robert Bresson. Y, al menos en ese aspecto de su comedia dramática, logró acercarse un poco al maestro.
CHAPPIE es mala. Ruidosa, fea, mentirosa. Esa clase de “mala”. Esa película que intenta venderte buenas intenciones y conciencia social y lo único que quiere de vos como espectador es una rendición incondicional a la orquesta de gritos, violencia y degradación. CHAPPIE es la historia de un robot de última generación con “inteligencia artificial” que en lugar de cumplir su rol policíaco en las calles de Johanesburgo es (mal) educado por un grupo de gangsters mientras su otro “creador” (el nerd tecnológico interpretado por Dev Patel, casting racial básico que supone que todos los inmigrantes de la India son geniecillos de la computación) intenta enseñarle a comportarse como un buen robot en una ciudad caótica como la metrópolis sudafricana. Neill Blomkamp, un director que ya probó en tres películas que tiene capacidad para generar ideas originales y arruinarlas a los cinco minutos con una cadena de atrocidades que parecen una mala imitación de otras películas que ya vimos antes (MAD MAX, ROBOCOP, en este caso también CORTOCIRCUITO y WALL-E) no suele tener idea de cómo montar o armar una escena que no involucre gritos, amenazas o música rimbombante. Es cine por acumulación de capas sonoras y visuales: ruidos de metales, voces altisonantes, cámara que se mueve inquieta como si todo el tiempo fuera a pasar algo importante y, fundamentalmente, música wall to wall, de esas que no podés escaparte ni usando tapones. chappie_Lo más irritante del cine de Blomkamp es que su circo metálico está disfrazado de conciencia social pero es totalmente publicitario en su estética. Usa a los músicos de la mítica banda de rap/nu metal sudafricana Die Antwoord como coprotagonistas y no solo arma videoclips con sus canciones para tirar en sus próximos dos discos sino que toda la película tiene la consistencia visual y sonora de estética de la banda, como si estuviéramos frente a dos horas seguidas de un clip de Limp Bizkit o algo parecido. Curioso es, también, que tenga en la película de Hugh Jackman y a Sigourney Weaver completamente desaprovechados, mientras dedica su tiempo a lidiar con la conflictiva educación del tal Chappie, cuyo armado involucra evolucionar de bebé a adolescente bardero en unos pocos días. Es decir, aprender a decir mamá, unas cuantas palabrotas y a disparar armas de fuego. Chappie es una máquina de metal, claro, pero la voz es de Sharlto Copley, otro descubrimiento suyo (allá por la época de DISTRICT 9), un actor al que la palabra irritante le queda muy muy chica. NINJA;Jose Pablo CantilloAsí, entre chistes malos y un melodrama robofamiliar, se esconde una trama sobre el control corporativo de las fuerzas del orden en Sudáfrica que podría, en manos de un director con un poquitín más de sutileza, ser relativamente interesante. Sí, ya lo hemos visto tratado de manera similar en ROBOCOP, pero si a eso se le aplica la dureza del Tercer Mundo la situación se vuelve más intensa. Pero no. Blomkamp solo quiere atosigarte, atravesarte los oídos y sacudirte la vista sin un mínimo descanso ni para tomar aire y reflexionar, aunque sea mínimamente, sobre las potenciales implicancias de lo que estamos viendo. Sacarlas del “gesto anti-corporativo” del cine de acción y hacer algo real con eso. El director tiene en sus manos la próxima película de ALIEN. Y si nadie hace nada al respecto lo más probable es que le aplique su fórmula de lucha libre a la querible saga. Sería una pena. Si bien se trata de una historia a la que un grado de nervio e intensidad no le vienen necesariamente mal, hay una cantidad de sutilezas en ese universo que Blomkamp parece incapaz de manejar con su estilo bombástico de comercial de ESPN. Si hay una junta de firmas para cambiarlo de proyecto (Michael Bay podría pasarle la próxima TRANSFORMERS, por ejemplo), cuenten conmigo…
Si alguna película puede convertir finalmente en una estrella aquí a Melissa McCarthy de la manera en la que lo es en los Estados Unidos –donde a esta altura puede considerarse la mujer más taquillera de los últimos años– es esta parodia al género de acción a lo James Bond dirigida por Paul Feig, el mismo que la lanzó a la fama en DAMAS EN GUERRA, unos años atrás. La película tiene algo de las sagas humorísticas de espías vistas tantas veces con protagonistas supuestamente inapropiados para la tarea, pero con una importante diferencia: aquí nuestra heroína “despistada” metida a superespía internacional es realmente buena en lo que hace. Puede parecer una diferencia menor, pero es importante. La película no se toma en solfa la aparentemente implausibilidad de que una mujer como McCarthy sea una maestra del espionaje capaz de superar en talento a sus colegas como Jason Statham y Jude Law sino que, por el contrario, se basa en ese concepto. Claro que para llegar a demostrar su capacidad en la materia, Susan Cooper (McCarthy) tiene que pasar primero muchos años siendo relegada a un trabajo de escritorio en la CIA, en el que termina siendo la persona más eficiente de todas aunque nadie se de cuenta, embelezados por la belleza de otras espías (Morena Baccarin) e incapaces de ver que gran parte de las soluciones a los problemas de sus colegas, “los espías en el campo”, los aporta ella, pasándole información precisa al bondiano Bradley Fine (Law) mediante el uso de audífonos, drones y otros gadgets. spy-rose-byrne-melissa-mccarthyPero la oportunidad llega –un poco por casualidad y otro poco por error– cuando los supervillanos de turno (una confusa madeja de europeos del Este con una bomba nuclear por vender) se enteran quienes son todos los agentes activos de la CIA y no queda otra que utilizarla a ella en la complicada tarea de detener esa venta. ¿Quién sospecharía de una mujer cuarentona, excedida de peso y con aspecto de ama de casa de Ohio como una heredera del talento de tantos grandes espías que el cine nos ha dado? Esa inversión del juego –encontrar humor sin apoyarse en el patetismo del personaje– es el gran secreto de SPY, cuyo subtítulo local es totalmente inapropiado ya que Cooper es cualquier cosa menos UNA ESPIA DESPISTADA… Susan recorrerá, a lo Bond, distintas locaciones europeas (Roma, Paris, Budapest, etc) primero en su “papel” de turista norteamericana invisible (su kit de gadgets es otro excelente gag) para luego terminar convertida en la guardaespaldas de la villana Rayna (Rose Byrne) y ahí sí volverse la máquina de matar y putear que uno podía suponer que la abrasiva McCarthy iba a convertirse, más temprano que tarde. spy-melissa-mccarthy.10464552.87Si bien la película es un tanto larga (dos horas y monedas), fluye gracias a la simpatía y talento de McCarthy, que puede ir y venir de su ya patentado personaje de torbellino de palabrotas a manejar una escena de acción como la espía mejor entrenada del mundo (se destaca especialmente una en un avión privado). Todo eso regado de bromas ácidas y en general bien dosificadas por el siempre ingenioso Feig, por más que algunos chistes (el espía italiano baboso, las supuestas hazañas macho-style de Statham) se vuelvan un tanto reiterativas sobre el final. Las que suman, y mucho, son las otras mujeres del elenco, como Byrne en el rol de una villana indespeinable, Allison Janney como su malhumorada y desconfiada jefa y, especialmente, la altísima comediante británica Miranda Hart en el rol de su mejor amiga, otra “operadora de escritorio” de la CIA que pasa a ser para Susan lo que Susan era para Mr. Fine. Que esa dupla de damas fuera de serie terminen siendo las grandes heroínas del filme es un punto que, más que sumar por el lado de la corrección política, lo hace por el lado del humor.
Cuando hace unos años uno de los productores de ABZURDAH me comentó que habían adquirido los derechos de la novela no tenía idea de qué me estaba hablando. Como tantos productos populares entre los adolescentes, muchos de ellos se escapan del radar de los que ya pasamos esa edad hace rato. Y, debo admitir, a veces el prejuicio prende. La popularidad de las novelas para chicas jóvenes (las llamadas YA, por young adults) se habían empezado a volver una constante y lo que menos uno tenía ganas de ver era una enésima versión de chica superpoderosa enfrenta al mundo y triunfa. ABZURDAH pertenece, si se quiere, a ese subgénero de literatura para chicas jóvenes pero lo hace desde otro lado, desde el diario íntimo, la confesión personal, siempre ligada al uso de internet si bien la novela de 2006 precede a la última generación de redes sociales. Digamos, es más cercana a BAJO LA MISMA ESTRELLA que a cualquier cosa que tenga a Jennifer Lawrence lanzando flechas. Pero tampoco es una historia de amor inspiracional sino más bien un denso drama acerca de las dificultades de ser adolescente. Y padecerlo. abzurdah2Cielo (Eugenia Suarez) es una chica un poco antisocial que no hace amigas en la escuela ni quiere hacerlas, especialmente después que una le “roba” el novio. No se lleva nada bien con sus padres y pasa gran parte del día chateando en la red, donde conoce primero virtualmente y luego en la vida real a Alejo (Esteban Lamothe, tratando de superar el récord nacional de películas por año), un tipo bastante mayor que ella con el que empieza una relación que Cielo toma mucho más en serio que él. Obvio que cuando Alejo empiece a dar vueltas, a esconderla, a aparecer y desaparecer, la chica se pondrá más y más inquieta, más y más obsesiva, más y más peligrosa. Para con los demás, pero sobre todo para con ella misma. ABZURDAH, pese a sus pretensiones comerciales y su protagonista de fama televisiva, nunca cede a la tentación de volverse fácil o sencilla. Cielo es una chica oscura, agresiva y no busca la simpatía del espectador, sino más bien lo contrario. Frustrada, se vuelve stalker, se automutila y, en lo que es el verdadero centro dramático de la película, se vuelve no sólo bulímica sino hasta promotora de “la causa” en internet. Alejo no parece querer tener nada que ver con ella (uno podría creer que hasta con razón), y sus padres (Gloria Carrá y Rafael Spregelburd) no le encuentran la vuelta y sin saber cómo ayudarla, terminan empeorándolo todo. ABZURDAH3La decisión de hacer una película respetuosa con la dureza de la novela (imagino que lo es, porque no la leí) estuvo clara desde un principio al elegir a Daniela Goggi como realizadora, cuyo anterior filme, VISPERAS, también era un duro retrato de una mujer sola, incomprendida y angustiada. La diferencia entre aquellos conflictos más adultos y estos pueden marcar una diferencia en cuanto a la densidad dramática, pero la sensación es similar. Al menos para la adolescente que los atraviesa, los conflictos ligados al cuerpo, a la relación romántica que atraviesa y a su situación y status social y familiar es tan dramática como una posible enfermedad terminal. El desafío de ABZURDAH está en que el espectador logre comprender y comprometerse con las idas y venidas cada vez más “absurdas” de Cielo. El casting de Suarez en ese sentido es ideal, ya que es una actriz con llegada masiva y que demuestra estar a la altura de las circunstancias en un rol mucho más dramático de lo que, imagino, debe interpretar en televisión. Claro que muchos espectadores la verán y les costará pensar que una chica así tenga una autoestima tan baja y se vea a sí misma tan gorda y desagradable (por más que la “afeen” un poco, la China Suárez sigue siendo bellísima), pero cualquiera que haya atravesado la adolescencia sabe muy bien que la mirada de los otros sobre uno y la de uno sobre sí mismo habitualmente no tienen mucho que ver. Filmada con sobriedad y cuidada elegancia, con un elenco que en general no desentona, ABZURDAH es una película que, más allá de algunos desajustes de guión que por momentos la vuelven reiterativa, propone un acercamiento sincero y frontal al mundo del caos adolescente. Esa honestidad, el haber logrado evitar hacer concesiones que podían haber vuelto más comercial y/o atractiva a la película falseando su “verdad”, es la que la convierte en una más que digna propuesta. Y a la China Suarez en una promesa cinematográfica a tener en cuenta, un poco a la manera de lo que fue Natalia Oreiro una década atrás.
A muchos directores del Nuevo Cine Argentino se los ha criticado –a veces, con razón—por contar historias o centrarse en temas o personajes alejados de su realidad y de sus propias experiencias. En los últimos años hemos visto muchas películas en pueblitos perdidos del interior y con personajes que pueden funcionar cinematográficamente pero uno tiene la impresión que se trata de personas que poco y nada tienen que ver con los mundos habituales de los realizadores. O de los espectadores de clase media urbana que habitualmente consumen estas películas. Así como se ha criticado a cineastas de clase alta por trabajar con personajes de clase baja o a realizadores urbanos que se vuelven súbitamente amantes de los paisajes más recónditos del país, hay que reconocer que Schnitman hizo en EL INCENDIO una película que apuesta a ir directamente al corazón, la cabeza y el estómago de los espectadores que habitualmente ven cine independiente argentino en la Argentina. Digamos, de una clase media urbana. Y el logro es doble porque no solo eligió personajes reconocibles sino que los hizo atravesar una situación que también lo es: la película narra un poco más de 24 horas en la vida de una pareja que está a punto de comprar un departamento y las tensiones escondidas que surgen entre ellos en el momento de tomar esa decisión. No los hizo atravesar una situación de thriller, ni los metió en una de detectives ni siquiera los puso a atravesar relatos que bordean la credibilidad o apuestan por el género. No. EL INCENDIO es un drama realista que tiene la intensidad de un thriller por la potencia que tienen los personajes, las actuaciones y el acercamiento casi in your face que hace Schnitman a la situación, utilizando largos planos secuencia que le dan, a la vez, un carácter teatral y, por la cercanía de la cámara a los cuerpos y los rostros, puramente cinematográfico. incendio2Uno podría sintetizar y decir que EL INCENDIO es una pelea de pareja de 90 minutos y no estaría tan errado, solo que la película logra con eso reflejar una serie de miedos, comportamientos y tensiones muy comunes a una generación de personas que rodean los 30 años y tienen que tomar esa decisión de comprometerse a una vida en común que, parece, más clásica y definitiva con la compra de un departamento. El “McGuffin” narrativo, si se quiere, está relacionado con que, por un problema del vendedor, la pareja que encarnan Pilar Gamboa y Juan Barberini deben quedarse encima, por 24 horas, con los dólares que sacaron del banco para la compra del departamento, que se pospuso un día. En esas 24 horas salen a la luz los problemas entre ambos. El es un tipo tenso y con inclinaciones violentas que tiene dificultades por ese tema en la escuela en la que da clases. Ella vive junto a él con una mezcla de tensión y miedo, sintiendo que él la odia y la maltrata. La película se dividirá en los momentos en los que ellos están juntos –en buena parte de los casos, peleándose, gritándose o lanzando objetos— y en los que cada uno vivirá en sus respectivos trabajos, con una fiesta de amigos en común que llevará las tensiones internas al extremo. incendio3Gamboa y Barberini logran transmitir con enorme credibilidad las dudas, miedos, broncas y fastidios acumulados en casi cualquier pareja, que salen a la luz a partir de una situación tal vez casual. Posiblemente sus personajes sean un tanto más extremos que la mayoría, pero no hay dudas que la situación es reconocible: se trata de una pareja que está junta, que se quiere o que tienen miedo de quedarse solos, que tienen muchas cuentas pendientes pero que a la vez se necesitan o se atraen a partir de esa misma lógica violenta. Buena parte de la “trama” pasa por el rostro de Gamboa, que es la más expresiva de los dos también porque su personaje está más fácilmente en contacto con sus emociones mientras que él tiende a negarlas y su actuación está más ligada a intimidar casi físicamente con el cuerpo y la mirada. EL INCENDIO no es lo que se dice una “date movie” (no se la recomendaría a una pareja que recién se conoce) pero sí una que mira con honestidad y al borde del “sincericidio” la realidad de ese tipo de vínculos, una que imagino provocará debates a la salida entre las parejas que la vean y se sientan, de alguna u otra manera, enfrentadas a un espejo que les muestra que su vida cotidiana puede tener la intensidad emocional del más violento de los thrillers. Y que los cineastas argentinos harían bien en volver a retratar el mundo que los rodea, día a día, sin necesidad de recaer en trampas narrativas propias del género ni en envoltorios festivaleros alejados de sus experiencias.
Seré claro: tengo casi la misma edad que Noah Baumbach y su alter-ego/protagonista en la ficción, Josh (Ben Stiller) y trabajo en el mundo del cine. Hace años ya que tengo en mi cabeza un documental que no es del todo documental pero sí es personal y –como el propio Josh– no consigo ni explicarlo bien ni nadie a quien le interese financiarlo. Tengo socios más jóvenes en ese proyecto y muchas de las discusiones sobre el status del documental y de la ficción, la objetividad, la “verdad” en el cine, la ambición, los contactos (y la búsqueda descarada de su dinero) y las idas y vueltas que circulan en la problemática producción de su película (o de la mía) me tocan muy de cerca. MIENTRAS SOMOS JOVENES está hecha claramente para mí. O alguien parecido. Lo mismo me pasa con las diferencias generacionales, que se parecen bastante a las que describe el director de GREENBERG en el filme. Tengo amigos más jóvenes a los que trato de seguirles el ritmo y no siempre puedo y dolores de rodilla que no debería tener a mi edad. Intentan convencerme de circular en bicicleta por la ciudad y siempre me da una pereza y pánico extraordinarios, lo mismo que armar un mueble en vez de comprarlo hecho. Tratar de ser cool después de los 40 es un trabajo que debería ser remunerado. while-were-young.nocrop.w529.h270Más allá de algunas diferencias (tengo hijos y él no), en el filme Stiller soy yo, judío y todo, y hasta con “suegro” cineasta. Jamie (el extraordinario y bizarro Adam Driver) es el nuevo amigo joven de Josh, también un documentalista quien se acerca a él profesándole su admiración pero quizás buscando otras cosas (me ha pasado) e invitándolo a ser, como él, una suerte de hipster de Brooklyn: vinilos, máquinas de escribir, sombrerito, restaurantes que el tiempo olvidó, pilas de VHS, posters de ROCKY 3 y cartoons. Josh, en cambio, tiene una casa prolija llena de los últimos adelantos tecnológicos y con su mujer Cornelia (Naomi Watts) leen noticias políticas, escuchan dad rock (la escena en la que Adam Horowitz, de los Beastie Boys, busca el CD de Wilco es una gloria) y se acuestan casi siempre a las 11 de la noche. No tienen hijos, los que les da la libertad de hacer lo que quieren con su tiempo y no hacen prácticamente nada. Su encuentro con Jamie y su esposa Darby (Amanda Seyfried), que hace helados artesanales, les llega a Josh y a Cornelia en un momento justo. Sus mejores amigos (el mencionado Horowitz y Maria Dizzia) acaban de tener un bebé y, previsiblemente para una pareja sin hijos, se transforman en un plomazo infernal que no habla de otra cosa que del niño en cuestión en todos los detalles posibles (he estado ahí también), por lo cual resulta más divertido salir con los de veintipico, ir a caminar por las vías del subte a la noche, participar en ceremonias de ayahuasca, ir a bailar o a tomar clases de hip-hop o, finalmente, colaborar en sus proyectos cinematográficos. while3La película del varias veces coguionista de Wes Anderson y director de la maravillosa HISTORIAS DE FAMILIA cruza dos ejes complicados como para ser parte de una misma película. Por un lado se presenta como una comedia más liviana y accesible acerca del choque generacional (eso era lo que quería ver el público que estaba en la sala del Abasto anoche conmigo, tratando de divertirse en una “comedia de Ben Stiller”) y, por otro, una que intenta hacer una disertación/debate sobre el mundo del cine, la ética profesional, el status del documental y el enfrentamiento entre la verdad y el entretenimiento. Y si bien estos dos ejes están muy bien conectados (las actitudes de los jóvenes y de los cuarentones al respecto también siguien líneas casi opuestas), este universo en el que se cita a Godard (y a Maysles, a Pennebaker y Wiseman) no siempre se lleva del todo bien con el otro. Lo mejor del filme de Baumbach es la manera en la que logra mostrar las mejores y peores facetas de cada uno de los personajes sin juzgarlos del todo. Si bien por momentos da la impresión que el filme se pondrá del lado de Stiller en una controversia que surge en el documental que empiezan a dirigir juntos (sí, Jamie trampea con la verdad, es ambicioso y despiadado, pero también es joven, quiere triunfar y tiene menos traumas de corrección política/ética que Josh), también es claro que su colega es un frustrado realizador, incapaz de salir de su enrevesado proceso ético/intelectual para terminar de hacer una película que ni él sabe ya de qué trata. while-were-young.10352267.87Veo estas cuestiones a diario. Me enojo todo el tiempo con colegas (periodistas o cineastas) que, siento, se manejan sin códigos éticos que yo consideros prioritarios en mi escala de valores, pero también admito que me cuesta “ponerme en su lugar”. Y de eso se trata, básicamente, MIENTRAS SOMOS JOVENES, de la complejidad de asumir la propia edad y de no juzgar de acuerdo a nuestro igualmente generacional modo de entender las cosas. A Josh le llama la atención que Jamie escuche “Eye of the Tiger”, el tema de ROCKY 3, sin ironía alguna (“ellos no diferencian esas cosas como lo hacemos nosotros”, le dice a su mujer) o que use referencias de los ’70 que no conoce y que para él forman parte central de su vida “real” de la misma manera que a mí a veces me fastidia la fascinación por los ’80 que tienen personas que no estuvieron ahí para ver cuanta mierda había dando vueltas. Pero también admira esa capacidad de aglutinar todo sin culpas ni categorías. Creo, sí, que la película tiene algunos problemas. Stiller actúa y piensa como alguien que debería tener unos años más de los que tiene, casi un baby boomer. Nuestra generación (sí, la llamada X) ya era bastante inclusiva y posmoderna en el sentido de no hacer tantas diferencias entre alta y baja cultura, a diferencia de la del “disco sucks” , cine de autor vs. Lucas/Spielberg (“cine o cine de entretenimiento”, como decía la cartelera de un diario) o la de música comercial vs. música progresiva, controversias tan caras a los ’70. Eso, se siente, está un poco sobredimensionado para hacer chocar a las dos generaciones más de lo necesario. También se podría pensar que este grupo de veintipico a los que la tecnología les importa poco y nada representa más bien a un sector hipster de grandes ciudades que al verdadero comportamiento gadgetiano de esa generación. while5Hay otro problema aún más grande en el filme y que se nota, a veces, en el cine de Baumbach: tengo la sensación que es mejor guionista que cineasta, que no siempre tiene el ojo y el tempo como para manejar las situaciones, que no tiene un don natural para la puesta en escena y por momentos depende pura y exclusivamente de su ingenio para los diálogos. No siempre pasa (varios chistes visuales son buenísimos), pero hay ciertos momentos en los que a la película parecería faltarle aire, como si su respiración fuera errática, entrecortada. Algo que no pasaba en FRANCES HA, pero sí en GREENBERG, de la que esta película es una suerte de secuela emocional y temática. Pero, más allá de los reparos, es inevitable que la película nos golpee una y otra vez con sus dardos, mitad tiernos, mitad maliciosos. En ese estilo Woody Allen/Paul Mazursky/Louis CK que Baumbach maneja hay espacio para criticar a los personajes y que ellos mismos se castiguen pero, claramente, hay un cariño hacia ellos que trasciende esa suerte de bronca. Hasta la parejita casada y con bebé, que parece ser el símbolo de la aburrida mediana edad, son queribles y, finalmente, revelan que no todo es tan rosa a la hora de ser padres de niños pequeños. La de MIENTRAS SOMOS JOVENES es honestidad brutal, a veces, pero hecha por alguien que les desea lo mejor a todas y a cada una de sus criaturas.