EN LA CASA (DANS LA MAISON) es una buena película del –para mí– bastante desparejo e inconsistente realizador francés luego de la muy menor POTICHE y antes de la igualmente sólida JOVEN Y BELLA. De todos modos, no está a la altura de sus mejores como BAJO LA ARENA o LA PISCINA. Se trata de un juego perverso entre cine y literatura que se juega entre un profesor y un alumno, a quien el adolescente le va contando su work in progress literario que puede, o no, estar pasando en su vida real. Esas potenciales idas y vueltas van generando imprevisibles consecuencias en las vidas de ambos. Es que el alumno, para contar una buena historia, se mete en la casa de un compañero de estudios provocando todo tipo de problemas familiares allí. Y eso, que narrativamente puede ser atractivo para el lector/profesor/espectador, resulta complicado de manejar en la vida real, tanto en la de las “víctimas/personajes” como en la del cada vez más perturbado profesor y su esposa. Se trata de un concepto atrayente y resuelto de manera bastante ingeniosa acerca de las conexiones entre la ficción y la realidad, y la necesidad de que una cosa se parezca a la otra (y viceversa). No está a la altura de sus mejores películas tampoco, pero su sólida factura le alcanzó para ganar la Concha de Oro en el Festival de San Sebastián. El elenco que integran Fabrice Luchini, Kristin Scott-Thomas y el joven Ernst Umhauer.
Las críticas en los Estados Unidos no terminan de hacerle justicia a esta extraordinaria película que es mucho más que las impresionantes actuaciones (y transformaciones físicas) de Matthew McConaughey y Jared Leto. Este relato acerca de un cowboy homofóbico que, en los años ’80 en Texas, contrae sida –en una época en la que la enfermedad era vista como “la peste rosa”– no es sólo la historia de una transformación personal sino un retrato íntimo de la vida con HIV en esos temibles años. Sin sentimentalismos ni excesivas lecciones de vida, con una intensidad inusitada, Vallée cuenta la historia de un hombre bastante desagradable que, por motivos puramente personales, desafía a un sistema que no logra hacer nada contra la enfermedad y pone “palos en las ruedas” para su tratamiento experimental, convirtiéndose sin quererlo en un héroe de muchos en el largo proceso al crear el “Club” que da título al filme. Ese proceso lo va abriendo al mundo, sí, pero no de la manera forzada que uno espera de este tipo de películas “comprometidas”, sino de una mucho más honesta y realista. roma dallasbuyersclubLa actuación del hoy tan en boga McConaughey es salvaje, desesperada y, finalmente, emocionante en un rol al que se lanza con alma y vida, sin paracaídas, lo mismo que el “renacido” Leto que encarna a una elegante/decadente drag queen que se convierte en la inesperada aliado de nuestro anti-héroe. Pero el gran triunfo de DALLAS BUYERS CLUB (que aquí llevará el, ay, subtítulo de EL CLUB DE LOS DESAHUCIADOS) es el del director, que se corre de los caminos ya recorridos para lanzarse a hacer de una biografía un relato crudo, humano y lleno de contradicciones. Es una película que dará que hablar y no sólo por las actuaciones de sus protagonistas.
Casi como un homenaje a un cine que no se hace más –o solo se rescata en versiones retro, irónicas o zarpadas, como es el caso de BASTARDOS SIN GLORIA, de Quentin Tarantino–, OPERACION MONUMENTO trata de rescatar el espíritu de cierto cine de los ’60 centrado en misiones bélicas, preferentemente durante la Segunda Guerra. Ese tono serio pero a la vez jovial, de acción pero muchas veces sentimental, que tenían películas como LOS DOCE DEL PATIBULO, EL GRAN ESCAPE, DONDE LAS AGUILAS SE ATREVEN, EL BOTIN DE LOS VALIENTES o la propia M.A.S.H., vuelve aquí en este filme que narra las desventuras de un grupo de especialistas en arte que viaja a Europa durante la Segunda Guerra Mundial con el objetivo de reconocer grandes obras de arte robadas por los nazis y rescatarlas. La trama tiene muchos puntos de contacto con EL TREN, el filme de 1966 de John Frankenheimer que se puede ubicar muy bien en el subgénero citado antes y que se centraba en una empresa parecida, lo cual no tiene nada de extraño ya que ambas se centran en hechos reales, alterados para la ocasión. Aquí el grupo que integra la misión es bastante disparatado. El historiador de arte Frank Stokes (George Clooney, también director del filme) es el que propone el salvataje y el encargado de reunir al comando en cuestión: el experto en arte James Granger (Matt Damon), el arquitecto Richard Campbell (Bill Murray), el escultor Walter Garfield (John Goodman), el dealer de arte francés Jean Claude Clermont (Jean Dujardin), el historiador de arte Preston Savitz (Bob Balaban) y el especialista británico Donald Jeffries (Hugh Bonneville), a quien se le suma como traductor el soldado Sam Epstein (Dimitri Leonidas), que habla alemán. George Clooney;Matt Damon;John Goodman;Bob BalabanTodos van a Europa después del desembarco en Normandia y dividen sus actividades en grupos o duplas, sin mucha ayuda de los militares aliados apostados allí, quienes piensan que es ridículo arriesgar las vidas de soldados para salvar obras de arte. Granger va a París y allí se encuentra con Claire Simone (Cate Blanchett), una mujer que trabajaba bajo las órdenes nazis, quien pese a una inicial resistencia termina cooperando con los norteamericanos y dando los datos de donde podrían estar distintas grandes obras. Y allí van los un poco torpes soldados, enredándose con minas explosivas o metiéndose en peligrosas situaciones por su inexperiencia, mientras corren una especie de carrera con los nazis (y los rusos) para ver quien se queda con las obras. La película es liviana, casi excesivamente, pero no termina nunca de ser del todo graciosa (es, digamos, leve y ocasionalmente simpática), pese al gran elenco que la integra y que hace lo mejor que puede con un guión bastante mecánico. Hay momentos divertidos y otros relativamente emotivos, pero no los suficientes en función de los excelentes actores que tiene el filme y la historia sobre la que trabaja. Lo mismo sucede con lo relativo al suspenso y a la acción, que siempre parece quedarse corto, especialmente en función de los parámetros cinematográficos de los últimos 20, 30 años. Sí, es cierto, hay algo particularmente demodé de la película que resulta muy agradable, ya que no es un “retro” irónico lo que busca Clooney aquí, sino hacer una película que parezca filmada en 1964. Pero de cualquier modo, el relato no termina de imponerse por sus propios medios. monuments2Por otro lado, OPERACION MONUMENTO tiene un carácter casi educativo, como una película pensada para enseñar arte en las escuelas sin escenas “ofensivas” de ningún tipo. Y ese tercer eje –políticamente correcto al extremo– es el que termina por desbalancear la película hacia el relato mecánico, algo previsible. De cualquier modo, Clooney es un director que conoce muy bien el medio y los materiales con los que trabaja. Sean mejores o peores sus películas, siempre queda en claro que hay un conocimiento cabal del mundo cinematográfico en el que se mueve en cada situación. Aquí eso es evidente, y aunque la película no termine de sacar la cabeza fuera del molde dentro del que está formateada, queda en claro que el cine de Clooney tiene algo en común con su aspecto. Parecen salidos de otra época.
No he seguido en detalle la transformación de Liam Neeson en héroe de acción pero si hay que juzgar por esta película de suspenso en un avión hay que decir que el hombre no lo está llevando nada mal. El actor de LA LISTA DE SCHINDLER proyecta la clase de imagen que uno aprecia en un “antihéroe” en películas de este tipo, sin hacer demasiado abuso de sus condiciones actorales ni sobrando la situación. No. Neeson aquí es una eficiente y efectiva bomba a punto de explotar en un avión en pleno vuelo. La bomba en realidad es otra, pero Neeson funciona como tal, ya que interpreta a un policía de seguridad a bordo de un avión que empieza a recibir mensajes de texto en los que alguien le dice que si no le depositan 150 millones de dólares en una cuenta bancaria empezará a matar personas cada 20 minutos. El filme de Collet-Serra se transforma en una especie de relato de Agatha Christie pero con el nervio de un thriller ochentoso de bajo presupuesto y mucha efectividad por dolar invertido. nonstop1Agreguemos un dato relevante a la trama: Neeson encarna a un agente alcohólico con bastantes problemas personales y los mensajes de texto que van llegando (y lo que va sucediendo en el relato) empiezan a convertirlo a él mismo en sospechoso, por lo cual su trabajo consistirá en encontrar al criminal y a la vez dejar de parecer cada vez más sospechoso con las actitudes un poco violentas que tiene en el vuelo. Y esa duda permanecerá a lo largo del filme. Para que suceda lo que sucede en SIN ESCALAS se requiere una cantidad de casualidades difíciles de aceptar –en principio, un avión con un wifi y líneas telefónicas abiertas y mejores que las de cualquier lugar sobre la Tierra, por no decir poder ver noticias en vivo en pleno vuelo–, pero el realizador catalán de LA CASA DE CERA, LA HUERFANA y el anterior thriller con Neeson, DESCONOCIDO, logra crear la tensión necesaria durante los poco más de 90 minutos de película para que logremos pasar por alto la mayoría de los supuestamente programados, aunque implausibles, pasos dramáticos. non-stop-liam-neesonLa película es un claro regreso a los formatos tipo DURO DE MATAR de concentración dramática de tiempo y espacio, ya que luego del inicio que transcurre en el aeropuerto, la cámara casi nunca deja el interior del avión (bah, del set de filmación) por lo que la fuerza del relato está puesta, por un lado, en la efectividad del guión, la capacidad del director de sostener el misterio y el suspenso, y en el talento de los actores. Aquí, Neeson se reúne con un grupo de gente talentosa, como Julianne Moore, Scott McNairy, Linus Roache, Michelle Dockery, Corey Stoll y una Lupita Nyong’o evidentemente pre-12 AÑOS DE ESCLAVITUD a juzgar por su mínima participación, muchos de los cuales pueden ser tan sospechosos como él. NON-STOP: SIN ESCALAS es, claramente, la clase de película de acción que funciona en esta temporada baja de grandes tanques de taquilla de superhéroes o animación que invaden todo a mitad de año. Pero, con menos pretensiones de espectacularidad y más atención a un relato aceptablemente bien construido, puede proporcionar más satisfacciones que películas mucho más ambiciosas que se apoyan más en el impacto que en la efectividad narrativa. Y a juzgar por la reacción del público ante el inoportuno corte de luz que tuvo lugar sobre el final del filme en la función de prensa, queda claro que la mayoría de la gente lo estaba disfrutando también… más allá de que luego muchos no lo quieran admitir.
Siempre me ha gustado el cine de Alexander Payne. Si bien entiendo muchas de las críticas que se le hacen –y comparto algunas– hay algo de su mundo y de sus personajes que me atrapa. Tipos como Paul Giamatti en ENTRE COPAS, George Clooney en LOS DESCENDIENTES o el propio Will Forte en esta película son la clase de protagonista con las que me gusta compartir experiencias. Tipos confundidos pero honestos que tratan de hacer lo mejor posible pero no siempre pueden, que se enredan en situaciones ridículas por su propia incapacidad o falta de claridad. Uno podría definirlos como perdedores, pero no lo son del todo. Son tipos, digamos, normales, identificables, algo que no suele pasar en buena parte del cine norteamericano en el que las cualidades humanas que mejoran o empeoran a una persona están catalogadas como si los guionistas/directores fueran más que nada terapeutas. En NEBRASKA, David (Forte) se ve enfrentado a una situación compleja. Su padre, Woody (Bruce Dern), es un anciano veterano de guerra alcohólico que sufre algún tipo de trastorno mental que lo lleva a actuar de maneras impulsivas, a olvidar lo que le pasa y –en una de sus características más bizarras– a creer cualquier cosa que le dicen. Esa rara inocencia lo lleva a creerse que ha ganado un premio cuando recibe por correo un certificado por un millón de dólares que es, evidentemente, una promoción para una compra de revistas. Y por más que todos le digan que no existe tal millón, no hay forma de convencerlo. El quiere ir a Lincoln, Nebraska (desde Montana) a que le paguen. Y si hay que hacerlo caminando, así será. nebraskaUn poco para evitar mayores problemas y otro poco para pasar un tiempo con su padre anciano, David acepta acompañarlo en su travesía, por más que su madre, Kate (June Squibb), insista en que ese “viejo loco” no está en condiciones de salir de su casa. NEBRASKA contará la peripecias de ese viaje, centrándose específicamente en el fin de semana que, por motivos de fuerza mayor, se ven obligados a pasar en Hawthorne, Nebraska, el pueblito en el que Woody nació y vivió buena parte de su vida. Allí se encontrará con viejos amigos y familiares que, al saber que Woody ganará un millón de dólares (no les dicen cómo, es por eso que se lo creen, en la decisión más obviamente forzada del guión) reaparecen en su vida para pedirle dinero. Filmada en blanco y negro con un look muy similar a ciertas películas norteamericanas de los años ’70, como THE LAST PICTURE SHOW (LA ULTIMA PELICULA), de Peter Bogdanovich, NEBRASKA tiene un tono algo más relajado y tranquilo que las otras películas de Payne que incluyen viajes y complicadas relaciones familiares como ENTRE COPAS, LOS DESCENDIENTES y LAS CONFESIONES DEL SR. SCHMIDT, a la que más se parece de las tres. Hay algo que se impregna en el espectador que está ligado a los paisajes desolados y la evidente crisis económica que ha convertido a muchos de estos pueblos y ciudades del interior profundo estadounidense en lugares casi fantasmagóricos. nebraska2Es por ese clima de realismo “setentista” que transmite la película (o la referencia al disco homónimo de Bruce Springsteen) que otro de los recursos usuales del cine de Payne, como sus giros cómicos más clásicos, no terminan de funcionar del todo bien. Más allá de los dos personajes principales (y, en cierto sentido, la madre), el resto de los personajes de NEBRASKA funciona como un algo excesivo contrapunto cómico que banaliza por momentos el encanto de la película, especialmente los hermanos y primos del protagonista, jugados en excesiva clave paródica, hasta cruel, al borde de la humillación. Esa gente simple, de pueblo, siempre fue un poco “burlada” en el cine de Payne (con afecto, tal vez, pero burlada al fin), pero aquí el contraste con la parte –si se quiere– más sensible del relato es más fuerte. Si uno logra no irritarse por eso (algo parecido sucede en algunos momentos de la inminente película de los Coen, INSIDE LLEWYN DAVIS), NEBRASKA es una extraordinaria y emotiva historia sobre la relación entre un padre y su hijo. Woody (Dern, en una actuación tan impecable que uno por momentos piensa si al propio actor no le “faltan algunos jugadores” también) se conduce con una honestidad brutal que lo convierte en un personaje por momentos desagradable. Bebe, además, todo el tiempo, lo que duplica esa sensación. Pero a la vez es un hombre golpeado, inocente que, a su manera tosca, intenta “dejar algo” a su deshilachada familia. nebraska1Y su hijo (más que su mujer, irritada con él de por vida) es el que intenta acercarse y no dejarse expulsar por el comportamiento de su padre. David, que tiene sus propios problemas aunque no están del todo explorados en el filme, se da cuenta que es la oportunidad única para conocer un poco más a su padre y se dispone a tolerar sus más bizarros comportamientos. La relación que ambos tienen con el alcohol es un detalle interesante y muy bien tratado en el filme, lejos de la opción “políticamente correcta” que uno siempre espera en el cine americano. Y algo similar pasa con los recuerdos de Woody, que aparecen y desaparecen de la memoria de manera muy curiosa. La melancolía vuelve con todo en la última parte del filme, una vez que dejamos atrás a la familia alocada y a los viejos socios rencorosos para avanzar en el incierto camino hacia ese premio. Allí vuelven a ser padre, hijo, el auto, la ruta, y un extraño paso de postas entre generaciones.
Tras salir de un instituto psiquiátrico un joven (Lisandro Rodríguez) intenta volverse a adaptar a la vida cotidiana en su casa familiar y cómoda de un apacible barrio. Pero pese a las facilidades de las que parece disponer y la protección que todos le ofrecen, su recuperación no parece del todo sencilla. Nada de lo que sus seres queridos hacen para ayudarlo parece hacerlo sentir mejor, recompuesto o readaptado. Una sensación de malestar lo sigue atravesando. Sin embargo –y desde el lugar y a partir del personaje para muchos menos pensado– algo empezará a modificarse en la vida del protagonista de esta película pequeña y discretamente emotiva de Loza, el prolífico autor, escritor y cineasta que sigue eligiendo el cine como el camino para experimentar sobre las emociones desde un lugar visual. Ese encuentro –no diremos por donde viene aunque el título es doblemente delator– permitirá el comienzo de algo nuevo para el protagonista. la pazAsí como en sus piezas teatrales los sufridos, solitarios y (a veces) queribles personajes de Loza se expresan desde la palabra, en el cine (EXTRAÑO, ARTICO, LOS LABIOS, entre otras) transmiten lo que les sucede desde los silencios y desde la contención. Hablan muy poco o no hablan. Loza sabe claramente que lo cinematográfico pasa, muchas veces, por otro lado y qué es la cámara –más que el actor, o en conjunción con él– la que cuenta la historia.
Nunca me interesaron demasiado las películas de Paolo Sorrentino. Tienen algunos elementos que detesto generalmente en el cine: la imagen de impacto hueco y vacío, las pirotecnias de cámara inútiles, actuaciones excesivas y narraciones episódicas, entre otras cosas. Tras una película más contenida como LAS CONSECUENCIAS DEL AMOR, que me había interesado bastante, el director italiano parecía probar mi punto descendiendo cada vez más con las siguientes (IL DIVO tiene algunos momentos salvables) hasta llegar a ese mamarracho con Sean Penn haciendo de cantante dark en viaje por Estados Unidos, llamada THIS MUST BE THE PLACE. Y cuando LA GRANDE BELLEZZA comienza uno siente que está ante más de lo mismo: igual estilo, pero todo en grande, muy grande. Es “la película de autor” de Sorrentino, su opus magnum. Son 15/20 minutos de una fiesta que parece una versión grotesca de algo ya grotesco como puede ser cualquier fiesta de algún programa de televisión de un canal de Silvio Berlusconi. En plena ciudad de Roma vemos a un escritor y bon vivant de 65 años que vive enfrente del Coliseo y que, tras escribir una premiada novela hace más de 40 años, cuando llegó a vivir a la capital italiana, no escribió más literatura y vive como periodista en una casa lujosa (se ve que pagan muy bien ahí a los periodistas…) sorrentino3Interpretado por Toni Servillo (casi un alter ego de un realizador cuyos protagonistas suelen ser mucho mayores que él), Jep Gambardella recibe amigos en su terraza con vista al Coliseo todas las noches, tiene amoríos sin mayores consecuencias sentimentales con casi todas las mujeres que circulan por su mundillo y es un hombre irónico, bastante cínico y elegante que observa al decadencia alrededor un poco a la manera de Marcello Mastroianni en LA DOLCE VITA. Es que Sorrentino se atreve a ir con todo aquí y dialogar temática y estéticamente con el clásico de Federico Fellini. De hecho, el filme podría ser su ROMA. Jep es un hombre mayor que el “Marcello” de Mastroianni y, si la pensamos como secuela, casi podría ser él mismo personaje muchos años después. Es que en espíritu, al menos, lo es. Jep y la cámara de Sorrentino se meten dentro de esa cultura fiestera y excesiva italiana –además de sus museos y su deslumbrante escenografía urbana– y, por una vez, esa puesta en escena pirotécnica y esas personificaciones casi caricaturescas no se sienten tan impostadas sino que parecen casi naturales. Es que en los excesos de cierta cultura italiana, el realismo tiene fronteras casi infinitas. sorrentino2La película es igual de episódica que las otras de Sorrentino (o aún más) y ése es su punto más discutible o complicado a la hora de verla como un todo. Jep y compañía (un “quién es quién” de la actuación italiana post-40 trabaja en el filme) van y vienen por la ciudad, visitan monjas devotas, curas cocineros, condes que se alquilan por una noche, strippers melancólicas, artistas conceptuales, actores, escritores, cirujanos estéticos y en cada esquina parecen encontrar un coro de música sacra. Todo vale en LA GRANDE BELLEZZA: la paleta de colores estalla en todos los brillantes posibles, y de una hermosa composición de música antigua pasamos a “Pa-panamericano”, casi sin respiro. Y sí, algunos episodios funcionan mejor que otros… El filme dura 140 minutos y, cuando promedia, encuentra un tono melancólico que le sienta muy bien. A partir de enterarse de la muerte de su primera novia, Jep entra en crisis con lo que lo rodea, empezando a mirar con otros ojos su universo al punto que su cinismo se va volviendo una suerte de melancólica reflexión pletórica de epifanías. Esa tristeza marca a fuego el filme entregándole sus momentos más logrados. También Sorrentino calma su habitual hiperquinesis de puesta en escena y las secuencias se extienden un poco más que las previas, que parecen en algunos casos más propias de sketchs televisivos en su duración y profundidad. Es en esa parte -igualmente grandilocuente- que la película se arma y crece hasta emocionar con un final que cita directamente al cine de Fellini. Hemos visto ya varias veces -en películas de Ettore Scola, Michelangelo Antonioni y el propio Fellini, obviamente- el vacío moral y la decadencia de la clase alta y de los intelectuales italianos. Y se puede decir que no hay nada nuevo en lo que pinta Sorrentino, más que mostrar que las cosas no han cambiado demasiado en los últimos 30, 40 o 50 años. Tan bella como patética, tan gloriosa como ridícula, Roma sigue siendo -y probablemente siempre lo sea- una ciudad fascinante y misteriosa. Y la película la celebra y la cuestiona, deséandole para ella una mejor suerte que este conflictivo y hueco presente.
A 45 años de sus inicios en la realización y a casi 30 de su salto a la fama mediante exitosas y críticamente muy celebradas películas como ROPA LIMPIA, NEGOCIOS SUCIOS; SUSURROS EN TUS OIDOS y LAS RELACIONES PELIGROSAS, Stephen Frearse ha perdido durante la última década mucho del prestigio que solía tener, embarcado en decenas de proyectos poco trascendentes o definitivamente mediocres (MRS. HENDERSON PRESENTA, TAMARA DREWE, CHERI, LAY THE FAVORITE), entremezclados con alguna película que nos hace recordar no sólo de su existencia sino de su talento, como LA REINA o NEGOCIOS ENTRAÑABLES. Por suerte, PHILOMENA se puede contar entre las últimas. Se trata de una película simple y efectiva. Frears nunca fue un estilista visual ni un realizador narrativamente arriesgado. En sus mejores filmes (ALTA FIDELIDAD, AMBICIONES PROHIBIDAS, además de los de la década del ’80), siempre fue un hombre que supo trasladar la compleja humanidad de sus personajes a la pantalla con sutileza, empatía y un toque de realismo emocional (muy inglés) que lo distanciaron siempre de colegas de más ampulosos y llamativos estilos. Siempre fue, además, muy dependiente de contar con muy buenos guiones y/o materiales originales. Sus mejores películas –hagan el esfuerzo de recorrer su carrera–, se basaron siempre en novelas de muy buenos escritores (Hanif Kureishi, Jim Thompson, Roddy Doyle, Nick Hornby) o contaron con grandes guionistas (Alan Bennett, Christopher Hampton, Donald Westlake, Peter Morgan, el propio Kureishi). Y en este caso supo aplicar esos dos talentos para una película pequeña, humana y emotiva que, si bien no sorprenderá a esta altura de su carrera, resulta un efectivo entretenimiento y uno más inteligente y sutil de lo que puede parecer a simple vista. philomena2PHILOMENA se basa en el caso real de Philomena Lee, una mujer que quedó embarazada durante su adolescencia, fue llevada a vivir con unas monjas en Irlanda, tuve su bebé y fue forzada a darlo en adopción (este tipo de casos fue tratado, muy crudamente, en LAS HERMANAS MAGDALENA, dirigida por Peter Mullan). La muy católica Philomena ha pasado 50 años guardando ese secreto hasta que un día se lo confiesa a otra hija suya, quien la convence de investigar qué sucedió con su hijo y, de ser posible, encontrarlo. La hija se cruza con Martin Sixsmith (Steve Coogan, también coguionista del filme), un ex periodista que acaba de ser echado de un trabajo como asesor político y no sabe muy bien qué hacer con su vida. Madre e hija lo convencen de investigar la historia y él, pese a odiar ese tipo de notas periodísticas “de interés humano” termina embarcándose en la tarea, pero más por necesidad de trabajo que por motivación real. Esa tarea los lleva a viajar a los Estados Unidos, en donde transcurre gran parte de esta suerte de “road movie”. Más allá de algunos flashbacks que narran las circunstancias dolorosas que debió atravesar Philomena durante su embarazo y los años de encierro en el convento (el momento de la forzada adopción es particularmente intenso), el filme transcurre durante principios de la década pasada y combina muy bien dos ejes temáticos: la búsqueda específica por el hijo dado en adopción y la relación entre estos dos muy diferentes personajes. Philomena es un señora religiosa y más bien conformista que lee best-sellers, come en cadenas de restaurantes y es tan cordial como cuidadosa en su trato con la gente. Sixsmith es muy diferente: un periodista bastante cínico, irónico (y ateo), que va a buenos restaurantes y suele viajar en Primera Clase, y al que los hábitos, costumbres y gustos de Doña Lee lo fastidian, pero –como necesita su historia– tolera sus comportamientos aunque le den vergüenza. A Lee le fastidian también buena parte de las actitudes de Martin, pero es la clase de persona que trata de no juzgar demasiado a los demás, algo que quedará muy claro cuando avance la trama. philomenaEsta relación puede no salir de lo prototípica en los papeles (y algunas bromas un tanto fáciles van por ese camino), pero está puesta en escena con bastante gracia y discreción. La de Judi Dench es una actuación llamativamente contenida y por eso mismo mucho más lograda, mientras que Coogan se complementa a la perfección con la “Dama”, dándole a la película un toque sorprendentemente liviano en función de los durísimos temas que toca. Ese es parte del mérito de Frears y del guión: lograr llegar al corazón más, digamos, horroroso de la historia sin por eso tirarnos por la cabeza con un drama aleccionador. La “lección”, si se quiere, está ahí, pero se complementa perfectamente con las historias de los personajes y sus relaciones. Philomena y Martin viajan a Estados Unidos y lo que descubren del hijo no lo vamos a adelantar aquí. Lo que se puede decir es que la “investigación” los lleva por caminos y situaciones inesperadas, pero que no se alejan de un fuerte eje central que es la condena a las prácticas de la Iglesia católica en los años ’50, especialmente en su trato con las jóvenes madres solteras, tratadas casi como prisioneras de campos de concentración. Pero Frears va aún más lejos, dando a entender que la Iglesia puede haber cambiado sus formas (más amables, menos severas y oscurantistas), pero que el ocultamiento, la mentira y una buena dosis de crueldad permanecen, en especial en los temas relacionados al sexo. Y que, sobre esos mismo temas, las cosas en los Estados Unidos –al menos en ciertos ámbitos– no funcionan mucho mejor. philomena07Sin alejarse de su eje central, Coogan y Frears hacen algo similar a lo que Sixsmith hace con su artículo periodístico: una “historia de interés humano” hecha por alguien que, de a poco, va entendiendo la dureza de esta historia y aprendiendo a no juzgar tanto ni a sus entrevistados ni a este tipo de relato “para señoras”. Es una película británica que toma ciertas tradiciones del cine hollywoodense en cuanto a su acercamiento más directo a las emociones, como si el choque cultural y de estilos entre los dos países se notara tanto en las locaciones, como en la personalidad de los protagonistas y, más que nada, en el tono del filme. Es una lástima que NEBRASKA no se estrene en la Argentina ya que es una película con muchísimos puntos de contacto temáticos y narrativos con esta, pero con una puesta en escena y un tono casi opuestos. El mérito de que PHILOMENA sea una muy buena película más allá de una historia que daba para una cadena de golpes bajos (algunos hay, pero funcionan bastante bien en el contexto) es del guión y de las actuaciones, sí, pero no hay que dejar de lado el trabajo de Frears, que entendió a la perfección el desafío tonal que presentaba la historia. Si bien alguno puede discutir algunos puntos de la trama (el final, por ejemplo), es claro que Frears se toma el trabajo de presentar ambos puntos de vista como igualmente válidos o, al menos, representativos de la personalidad de sus protagonistas. Da la sensación de que él tiene claro cuál de los dos lo convence más, pero deja que sea el espectador el que tome su decisión.
La opera prima de la directora argentina Bárbara Sarasola-Day, DESHORA, se centra en una pareja de cuarenta y pico que vive en una finca salteña y que recibe la visita de un primo que no ven hace muchos años, de origen colombiano, que viene a quedarse con ellos en plan de rehabilitación de drogas. Ella (María Ucedo) está intentando quedar embarazada sin suerte y la llegada a su casa de este joven entre misterioso y seductor empezará a despertar tensiones en la pareja de maneras que no serán necesariamente las más esperadas por los espectadores, especialmente por lo que genera en el marido (Luis Ziembrowski). En cierto modo, ese triángulo sensual más que sexual que se conforma entre los tres deseantes protagonistas también podría ser visto como la mirada entre deseosa y temerosa de esta pareja recatada de argentinos frente a la llegada más desinhibida de alguien que, al parecer, se maneja con mayor seguridad y confianza respecto a su sexualidad (su nacionalidad, evidente en el look y en el acento, jamás se menciona en la trama). berlin 5 DeshoraProlijamente contada, con un crecimiento dramático y varias sorpresas importantes en la última parte, pero con algunos problemitas de actuación (el actor colombiano telegrafía demasiado evidentemente sus intenciones) y algunos simbolismos simplistas con animales varios, DESHORA aparece como una más que sólida opera prima argentina, una de las tantas dirigidas por mujeres en los últimos años, muchas de ellas claras herederas (en forma y temáticas) del cine de la también salteña Lucrecia Martel.
La historia de las adaptaciones de obras teatrales al cine es una de malentendidos, choques, diferencia de lenguajes y tradiciones. Un arte antiquísimo enfrentado a uno reciente, cada uno con sus códigos, sus lógicas y sus verdades. Si bien a lo largo de las últimas décadas se han intentado generar nuevos cruces de lenguaje entre ambas artes (de ida y vuelta), permanece aún en el aire la sensación de que las tradicionales adaptaciones del teatro al cine siguen siendo una especie de forzado engendro, casi de choque cultural. La adaptación al cine de AGOSTO, la premiada obra teatral de Tracy Letts, el autor de BUG y KILLING JOE, que fue un éxito teatral también en la Argentina, no está pensada para renovadores de ningún lenguaje. Es, sin ningún tipo de vergüenza, una adaptación old school de Hollywood: grandes actores en un par de escenarios sacándolo todo afuera en una competencia de histrionismo sin casi pausa ni freno. En un punto, tiene sentido: la obra se propone continuadora de cierto estilo realista de posguerra y la adaptación trabaja casi como si el cine actual fuera igual que en los años ’50 y ’60. Pero no lo es, por lo que la película se siente como un extraño objeto de otra época. august-osage-county-meryl-streep-slice AGOSTO se establece como una representante del subgénero “reunión familiar”, excusa que sirve para juntar a un grupo poderoso de actores y ponerlos a sacarse chispas entre sí. Lo demás es funcional y no se aleja mucho del escenario teatral: un par de cuartos en la casona, el parque que la rodea y apenas dos o tres escenas en otros lugares para “airear” la cuestión. Nada nuevo bajo el sol. Si bien la obra presentaba algunos desafíos estéticos (el escenario principal incluía una casa enorme y hueca), la película apuesta directamente al realismo psicológico en su variante más prototípicamente teatral. Meryl Streep está aquí a sus anchas. Una actriz que suele mostrar grandes dosis de inteligencia para dosificar sus excesos de técnica, acá está –aprovechando al personaje– totalmente desatada, en una actuación que recuerda a clásicas personificaciones como la de Elizabeth Taylor en QUIEN LE TEME A VIRGINIA WOOLF? No por nada Taylor es la ídola de Violet, el personaje materno aterrador que interpreta en la película. august-osage-county-julia-robertsCuando Beverly (Sam Shepard), el marido de Violet, desaparece y luego sabemos que se suicida, las hijas (y la hermana de Violet) van para el funeral a la casa de la Madre Todopoderosa. A lo largo de unos pocos días, el encuentro familiar derivará hacia el caos. Como un Voldemort de Oklahoma, Violet lanzará su veneno contra todos los asistentes. Podrá excusarse en la cantidad de pastillas que toma por su cáncer, pero lo cierto es que su agresividad supera los límites de toda tolerancia: no solo agrede y critica a sus hijas y nieta, sino que quiere quedarse con todo el dinero de la herencia entre otras barbaridades que conviene no adelantar acá. Julia Roberts es Barbara, la hija mayor y la única capaz de hacerle frente ya que, finalmente, se le parece bastante. Ella y su marido (Ewan McGregor) acaban de separarse y tienen una hija adolescente (Abigail Breslin), pero prefieren mantener su situación en secreto. Juliette Lewis encarna a Karen, la hermana menor, que va de pareja en pareja, casi no tiene relación con la familia, y llega al funeral con su nuevo novio (Dermot Mulroney), bastante insoportable. También está Ivy (Julianne Nicholson), la hermana del medio, la que se ocupó más de los padres y que ahora está en pareja con su primo hermano (Benedict “me anoto en todas” Cumberbatch) y quiere irse a vivir a Nueva York con él. El primo y sus aparentemente más accesibles pero igualmente perturbados padres (Chris Cooper y Margo Martindale) completan el elenco funerario. No, perdón, está también la mucama de origen indígena, que todo lo ve con el estoicismo y la sabiduría que, dice el lugar común, tienen los pueblos originarios. augustosagecounty-mv-2En la mesa familiar (literalmente, una caótica comida es la “pièce de résistance” de la obra) empiezan a acumularse una tras otra las revelaciones y a salir las broncas del pasado. La obra duraba más de tres horas y la película dura apenas dos, por lo que la acumulación de grotescas situaciones familiares transmite al espectador la sensación de estar viendo una telenovela en fast forward en la que todas las calamidades posibles pasan una tras otra, sin dar respiro. ¿Infidelidad? Claro. ¿Alcohol? Por supuesto. ¿Drogas? Al por mayor. ¿Racismo? Sin falta. ¿Problemas de dinero? Todo el tiempo. Y podría citar más, pero dejemos las “revelaciones” para el filme. Este combate de lucha libre actoral tiene, por supuesto, a Streep como la Reina Madre, ganadora de la batalla antes de empezar. Al espectador le ganará también, por admiración, cansancio o fastidio, ya que su presencia y poder son inevitables. No es una “mala actuación” ni nada por el estilo, sólo que se maneja en un tono tan ampuloso y teatral que resulta agotadora, al igual que su personaje. Roberts, en ese sentido, parece mucho más enterada de la presencia de la cámara y aún cuando su personaje tiene varias aristas similares a la madre, en sus momentos de silencio y en sus primeros planos podemos ver en ella retazos de un ser humano. Nicholson y Cumberbatch como la sufrida parejita de primos y Cooper -en el rol más jovial de todos- bajan un poco los decibeles de histrionismo del grupo, pero AGOSTO nunca se aparta ni un centímetro de su sistema, tan antiguo como probado. Es cierto que en algunos momentos la intensidad actoral y las peleas pueden hacer mella en el espectador (especialmente los que tengan familias bastante problemáticas), pero lo que uno no logra nunca es sacarse de la cabeza que está viendo a un grupo de actores fagocitándose los textos y olvidándose que hay una cámara que amplifica enormemente cada cosa que dicen o cada gesto que hacen.