Un 3D que deslumbra pero no tapa agujeros Voy a empezar por recalcar lo más obvio: Sanctum no es una buena película. Son tantas las fallas y desaciertos que se desprenden de esta segunda experiencia en el largometraje del realizador australiano Alister Grierson que sería mucho más breve resumir sus -en comparación- modestas virtudes. No obstante vale una aclaración fundamental: lo que estamos analizando no es Sanctum sino Sanctum 3D. Y estando involucrado el mismísimo Rey del Mundo en el proyecto (verbigracia, James Cameron) esto sólo puede inclinar la balanza para el lado positivo siempre y cuando tomemos la tecnología tridimensional como un fin más que como un medio. Debería ser a la inversa, seguro, pero la propuesta es aquí tan limitada como esos documentales de escasa duración y alto impacto retiniano con que se le daba difusión en un principio. Como espectáculo audiovisual provoca asombro pero por lo demás lidiamos con un producto casi elemental desde un punto de vista dramático. Y ése es el conflicto con Sanctum 3D: un guión pobre inspirado en las vivencias personales del productor Andrew Wight -amigo cercano de James Cameron y responsable de sumarlo a la causa- y al que John Garvin le diera forma cinematográfica gracias a su pasado de buzo. El tema es que ni siquiera es una adaptación fiel de lo acontecido al grupo de Wight en 1988: quizás por una cuestión legal, o quizás por no tener su historia la fuerza necesaria para ser trasladada a un film, se resolvió tomar solamente la situación desencadenante y modificar el desarrollo y final a piacere. La expedición de Wight pasó dos días luchando contra la adversidad pero en definitiva todos sus integrantes lograron sobrevivir a la experiencia. En Sanctum una de las particularidades más llamativas es la cantidad de bajas que se producen en la trama con el único argumento de que “nadie le hace frente a la naturaleza y sale indemne”. Si esas muertes llegaran de un modo más o menos creíble podríamos tolerar un poco mejor la burda bajada de línea que hasta pareciera contradecir el espíritu de aventura que ha caracterizado toda su vida al intrépido Cameron. Tales planteos morales no lo detuvieron en El Abismo ni en Titanic ni en ninguno de los documentales que ha rodado en las profundidades marinas (Ghosts of the Abyss, Aliens of the Deep). Descartado el elemento fantástico (como en El Abismo) o el contexto histórico (como en Titanic) a Sanctum sólo le han dejado abierta la puertita del tópico Hombre vs. Natura. Es un enfrentamiento interesante y suficiente para sostener un relato de supervivencia… si los personajes estuvieran construidos con propiedad. En la primera desatención digna de mención nos topamos con serios desajustes en la marcación actoral. Más allá de lo unidimensionales que son sus criaturas resulta alarmante observar la discrepancia tonal entre los actores. Mientras Richard Roxburgh (el querido y recordado Duke de Moulin Rouge!, amor en rojo) apuesta por la gravedad y una reciedumbre un tanto altisonante, el resto de sus colegas no se deciden entre el naturalismo y la payasada. Especialmente patético se lo ve al galés Ioan Gruffudd que nunca fue un dechado de talento pero esta vez directamente pasa vergüenza. Claro que no toda la culpa es suya… Roxburgh interpreta a Frank Maguire, un destacado espeleobuzo obsesionado con hallar una ruta al mar en la inmensa cueva del Pacífico Sur Espíritu de Esa’ala (sita en Papúa Nueva Guinea). Gruffudd es el financista de la expedición, un aventurero adepto a los deportes extremos. Tal es así que conoció a su bellísima novia Victoria (la atlética Alice Parkinson) escalando el Monte Everest. La pareja arriba al lugar escoltada por Josh (Rhys Wakefield), el rebelde hijo de 17 años de Frank con quien mantiene agrias disputas por incompatibilidad de caracteres. Los personajes secundarios son realmente episódicos y sólo sobresale Dan Wyllie en el papel de Crazy George, el hombre de confianza de Frank. Este grupo reducido es el que intentará buscar desesperadamente una salida cuando una tormenta tropical descomunal llene de agua las cavidades de la cueva con una violencia salvaje. Las decisiones que surgen en circunstancias de vida o muerte ponen a prueba el liderazgo de Frank quien es capaz de adoptar métodos de supervivencia reñidos con las más básicas leyes humanitarias si lo considera indispensable. La voluble relación con su hijo halla en este forzoso viaje de autoconocimiento y superación un principio de redención cuando el joven por fin vislumbre los motivos para tan áspera conducta. Sanctum pierde muy rápido la verosimilitud narrativa y se termina desluciendo con un último acto lleno de malas jugadas que incluyen la aparición de un villano cuando nadie lo esperaba (ni requería), una crueldad fuera de lo común para con sus personajes y una curva dramática con excesos e incongruencias de todo tipo. En el debe queda el poderío visual del 3D que está usado con el mismo criterio inmersivo que Avatar. No caben dudas de que muchos de los sensacionales pasajes submarinos quedarán en la memoria del espectador. Y está fuera de discusión que Sanctum sabe entregar imágenes plásticas de una belleza sublime. De ahí a saber cómo administrarla dentro de una historia cohesionada y equilibrada hay un largo trecho...
La tercera peor persona del mundo En los primeros minutos de Un despertar glorioso, con una breve escena de presentación, ya nos formamos una imagen bastante nítida sobre su enérgica protagonista, la productora de TV Becky Fuller (una encantadora Rachel McAdams). La chica vive por y para su trabajo en un programa matinal de noticias. Se acuesta todos los días a las 8 de la noche y se levanta a la 1.30 de la madrugada para empezar a preproducir el show que se emite a las 4. Con una vida social inexistente y sin ningún novio a la vista (ni siquiera un candidato al puesto ya que lo ahuyenta en la escena antes aludida), Becky deposita todas sus esperanzas en su carrera. Cuando la llegada de un advenedizo la deja injustamente en la calle, por un momento se mueven los cimientos de esta joven perennemente animosa. Lejos de desalentarse la hiperquinética chica sale resuelta a conseguir otra oportunidad. Tras mucho perseverar –llamados, mails y currículums mediante- Becky por fin es citada para una entrevista de trabajo en la cadena IBS de Nueva York. El director Jerry Barnes (Jeff Goldblum) le ofrece el cargo de productora ejecutiva del desprestigiado noticiero tipo magazine “Daybreak”. Becky recibe la propuesta como un desafío sabiendo que los números de rating no son buenos, y acepta. La primera medida de su gestión es echar al sexualmente perverso conductor del programa Paul McVee (Ty Burrell). La co-host seguirá siendo la ácida Colleen Peck (Diane “Algún día te vas a tener que jubilar” Keaton), los columnistas serán los de siempre y para ayudarla en la puesta a punto diaria, ahí está el eficiente jefe de producción Lenny Bregman (un notable John Pankow). La falta de presupuesto para convocar a un profesional de carrera que reemplace a Paul obliga a Becky a buscar entre la plantilla de contratados de IBS. Es así que aparece Mike Pomeroy (impecable Harrison Ford), una suerte de Santo Biasatti yanqui, personaje odioso si los hay, a quien se le paga un contrato millonario pese a que fue desafectado de su último show. El trato con este sesentón soberbio, egocéntrico y multipremiado es prácticamente imposible pero con ardides legales (por la plata baila el mono, amigos) lo persuade para que se sume al grupo. Colleen y Mike se llevan mal (no podía ser de otra forma) pero Becky cuenta con tiempo para pulir la relación. Su incipiente romance con otro productor de la cadena, Adam Bennett (Patrick Wilson), de algún modo pareciera darle algo de sentido a su acelerada existencia. Claro que su inveterado optimismo se ensombrece cuando Adam recurre a su experiencia personal con Mike Medavoy para arribar a una terrible conclusión: “-Es la tercera peor persona del mundo (luego de Kim Jong-Il y… Angela Lansbury!!!)”. El esforzado armado de ese magazine alocado y berretón; más la difícil responsabilidad de ser la mediadora de dos personalidades explosivas y contrapuestas es en líneas generales lo que cuenta esta vertiginosa comedia bien escrita por Aline Brosh McKenna (El diablo viste a la moda) y elegantemente dirigida por el sudafricano Roger Michell (Un lugar llamado Notting Hill). La película está narrada desde la perspectiva de la omnipresente Becky cuya característica más notoria es su verborragia incansable. En manos de otra actriz este personaje tal vez sucumbiría sin remedio pero Rachel McAdams es una mujer que irradia tanta belleza y carisma –sin perder su condición de “chica de al lado”- que se pone al espectador en el bolsillo de inmediato. Harrison Ford ha hecho pocas comedias en su larga trayectoria y posiblemente ninguna de ellas integrará nunca una antología del género; sin embargo, su desempeño como ese periodista serio y cascarrabias debería incluirse entre lo más saliente de su filmografía. Diane Keaton alguna vez fue una actriz de nobles atributos; hablamos de cuando era la musa inspiradora de un Woody Allen irrepetible (Annie Hall- Dos extraños amantes, Manhattan) y entregaba interpretaciones arriesgadas como la de la aquí inédita en cine Buscando al Sr. Goodbar (Richard Brooks, 1977). Como otros actores de su generación (De Niro, Nicholson, Pacino) la Keaton con los años se aburguesó y su insistencia en reiterar el mismo papel de señora bien, independiente, intelectual y habitualmente juvenil (cuando su documento la delata como una madura dama de casi sesenta y cinco añitos) a esta altura sólo causa más enojo que pena. No es mi actriz favorita, está dicho, pero en Un despertar glorioso cumple con su rol a la perfección. Quienes esperen una comedia romántica saldrán defraudados del cine: el triángulo que surge aquí no es amoroso sino laboral. Y uno muy divertido, por otra parte… Si bien el desarrollo pudo explotarse un poco más y el remate no deja de ser convencional a las normas más tradicionales de Hollywood, este noveno filme de Roger Michell se permite poner el foco en una actividad con gancho para el común de la gente: la “cocina” televisiva. Por más exagerada que luzca en sus observaciones –¡es una comedia, recordemos!- el guión dispara certeras verdades sobre la fauna del medio. Nadie que haya trabajado en algún canal dejará de reconocer y reconocerse en ella. Confiemos que con mejor humor que Mike Medavoy…
Anexo de crítica: Rango resulta una anomalía hollywoodense porque se desentiende bastante del target natural de las películas de animación –o sea, los chicos- para concebir un formidable homenaje al spaghetti western. Los guiños son numerosos pero por suerte no es indispensable estar familiarizado con ese mítico subgénero para disfrutarla. Los seguidores de la Trilogía del Dólar de Sergio Leone se sentirán de parabienes con el trabajo realizado por el inspiradísimo director Gore Verbinski (el responsable de la saga de Piratas del Caribe) que demuestra su mano maestra para narrar escenas de acción con un nivel de detalle apabullante. Desde ya que no faltan el humor negro ni apuntes brillantes de todo tipo: algunos son de diálogos, otros de caracterización y muchos del prodigioso diseño animado que se destaca por su realismo pictórico y una precisión tremenda en los movimientos. Entre tantos personajes inolvidables no podemos dejar de reconocer el desempeño de los búhos mariachis que por momentos se roban todos los aplausos…
Anexo de crítica: Patrick Lussier se dio a conocer en la década del 90 como el competente editor fílmico de Wes Craven en una larga lista de títulos mayoritariamente de terror: Un vampiro suelto en Beverly Hills, la saga Scream, La marca de la bestia y Vuelo nocturno, entre otros. Por desgracia también se le ocurrió empezar a dirigir a partir del año 2000 con La profecía 3. Y digo por desgracia porque de todas las películas que dirigió hasta el día de hoy no rescatamos ni una sola del olvido: Drácula 2000 (y sus continuaciones que salieron directo a DVD), la segunda parte de Voces del más allá -que aquí ni siquiera se vio en cines- y la más reciente Sangriento San Valentín, no han superado la más flagrante medianía. Infierno al volante es sólo otro pasito más hacia el abismo por parte de este artesano sin luces ni ingenio para el género. En este delirio absoluto Nicolas Cage se escapa del inframundo para perseguir y ser perseguido por una secta satánica que asesinó a su hija y secuestró a su nieta. El tipo mata a destajo y es baleado sin miramientos además de tener sexo vestido (¿cómo llamarlo si el tipo está muerto?; esto ya excede la necrofilia!!!) mientras fuma un habano y toma whisky como agua durante el acto. El absurdo del asunto se sostiene por un rato, concretamente la primera media hora o poco más, pero luego se pierde en un cúmulo de lugares comunes, situaciones sin ton ni son y una resolución sentimentaloide francamente patética. Tripas y miembros amputados vienen hacia el lente de la cámara mientras un pezón te entra en el ojo: ese es básicamente el uso que se le ha dado al 3D en esta bizarra película sin alma. Nico Cage sigue siendo inimputable pero ¡cuidado!: hay un límite para todo…
Sobreviviendo al Apocalipsis argento Alguien podrá rezongar contra Fase 7 porque el filme de Nicolás Goldbart no rehuye de esos Grandes Éxitos que son la sal del género y que en ocasiones, de tanto repetirse, agotan la paciencia a más de uno. La gran diferencia –y el gran hallazgo- es que la historia exuda idiosincrasia nacional por todos sus poros. Esa argentinidad, cuando está explotada con inteligencia e ingenio como en este caso, puede ser impagable si evaluamos lo anómalo del contexto. Hay aquí un virus mortal que antes de liquidar al desventurado de turno lo convierte en un símil zombie (como en Portadores o La epidemia por citar algunos títulos recientes); también un edificio en cuarentena que genera su buena dosis de claustrofobia (como en Rec) y unas cuantas referencias tangenciales al cine de Alex de la Iglesia (en especial La comunidad). Y por sobre todo mucho humor para describir a estos vecinos porteños poco solidarios con los cuales es imposible no sentirse reflejado… El germen de la idea argumental se le ocurrió al guionista y director debutante Nicolás Goldbart en el largo invierno del 2009. Para algún olvidadizo recordemos que fue el año de la Gripe A, verdadera usina de disparates varios que vistos hoy día provocan un poco de gracia y otro tanto de extrañeza. Porque en su momento nadie se reía cuando aparecieron los barbijos y los episodios de extrema paranoia a los que estuvimos expuestos durante esos extensos meses. Goldbart, un experimentado montajista que ha trabajado con Damián Szifrón en El fondo del mar y con Pablo Trapero en sus primeras obras, toma de inspiración a ese brote virósico para plantear la premisa de Fase 7, una comedia negra que coquetea exitosamente con el costumbrismo, con el thriller de tintes apocalípticos e inclusive con el western. La jugada era arriesgada pero de algún modo Goldbart y sus colaboradores han dado con el tono justo para narrar la historia de Coco (Daniel Hendler) y su mujer embarazada Pipi (Jazmín Stuart) a partir del encierro al que se ven sometidos por orden de las autoridades sanitarias. La relación con sus vecinos y cómo la misma va mutando a medida que transcurre el tiempo y los víveres se van terminando conforman una lúcida mirada sobre la sociedad actual. No en vano Fase 7 se llevó el Premio al Mejor Guión en el Festival de Sitges 2010. La escena en el supermercado con la que abre la película parecía preanunciar uno de esos lavados productos televisivos con proliferación de chivos publicitarios. La presencia de TELEFE en la producción nunca es tranquilizadora en ese sentido. No obstante, siendo sinceros, hay que admitir que las publicidades están pero han sido astutamente justificadas desde lo narrativo. Luego de este comienzo la acción se desplaza al mentado edificio donde nos presentan a los personajes: el enigmático y paranoico Horacio (el cómico cordobés Yayo Guridi, en su salsa), el manipulador Guglierini (Carlos Bermejo), el poco perspicaz Lange (Abian Vainstein) y el sorprendente viejo Zanutto (toda una creación del formidable Federico Luppi). Estos pocos hombres más Coco y Pipi son prácticamente todos los que participan en una trama urdida al milímetro, siempre intensa y entretenida pese a lo minimalista del enfoque. Fase 7 presenta los recursos de producción de lo que en Estados Unidos sería una película de Roger Corman (o sea, una modesta clase “B”). Sin embargo están tan diestramente administrados que si bien no le sobra nada dejan saciado al espectador más exigente. Una de las claves para que esto así sea tiene que ver con el equipo artístico reunido. Básicamente es la misma gente con la que se dio a conocer Damián Szifrón quien aún sin participar de manera directa proyecta su sombra en el proyecto. La fotografía de Lucio Bonelli, la fantástica música de Guillermo Guareschi y el montaje de Pablo Barbieri Carrera y el propio Goldbart son de alto vuelo y se convierten en puntales fundamentales para esta atípica muestra del cine argentino. La riqueza aquí no está cuantificada en elementos materiales sino en talento y capacidad. Y eso sí que es una buena noticia… En Fase 7 coexiste una faceta cotidiana con otra más dramática que es la que hace avanzar la trama. La primera recae enteramente sobre la pareja Hendler - Stuart, que cumple aquí un desempeño maravilloso generando mucha empatía por sus personajes. El entendimiento absoluto de esta dupla ya vista en Los paranoicos proporciona algunas viñetas de humor sumamente divertidas en un principio a puro jolgorio. La otra faceta tiene su origen en la lucha por sobrevivir y está animada por Coco y Horacio, dúo dinámico que se las trae con sus trajes a lo "El Eternauta" (muy lindo homenaje a la clásica historieta de H.G. Oesterheld y Solano López) y un arsenal suministrado por el desquiciado del segundo. Haciendo equilibrio entre géneros y tonos muy distintos e inyectándole un sabor local ciertamente delicioso, Nicolás Goldbart entrega una pequeña gran obra que el fanático del cine pochoclero sabrá agradecer en las boleterías. Espero no fallar con el augurio…
Anexo de crítica: Ivan Reitman siempre tuvo buena mano para la comedia y aunque lo más rescatable de su obra se realizó en los 80s y comienzos de los 90s, sus últimas películas (concretamente Mi super ex novia y Evolución) no carecen de cierto encanto. Amigos con derechos es una muy disfrutable comedia romántica con un guión bastante por encima del promedio sin llegar a ser una maravilla ni mucho menos. Hay una premisa que atrae y que no se ha usado en otras películas (ella sólo quiere sexo; él además necesita un compromiso emocional), imprevisibilidad en muchos arranques de los personajes y en situaciones de humor; ingenio a discreción, diálogos ácidos dosificados como para no abrumar y una pareja central con química y credibilidad. Kevin Kline como el padre del protagonista está desaprovechado y tal vez los actores secundarios podrían haber sido mejor escogidos; por lo demás Amigos con derechos cumple a rajatabla con las reglas del género: el final feliz, desde ya, está asegurado…-
Anexo de crítica: Mi teoría es que no se puede hacer una película con tantos elementos dramáticos como los que tiene Biutiful y salir impune. Un personaje principal enfermo de cáncer que habla con los muertos (y que cobra por el servicio), trabaja al servicio de unos chinos que explotan a un grupo de compatriotas en la manufacturación de bolsos y además debe lidiar con sus hijos pequeños y una ex mujer con problemas psicológicos que la llevan a los excesos contínuos con las drogas, el alcohol y el sexo. Si a todo este menjunje le agregamos unos pincelazos (de trazo grueso) de amor fou gay entre dos chinos (parece que González Iñárritu vio detenidamente Happy Together), una crítica poco novedosa sobre la política de inmigración en España, un tono de desesperanza y angustia constante y la típica música sui géneris de Gustavo Santaolalla, el combo sólo merece ser calificado de explosivo e indigesto. Más allá de lo actoral –todos sabemos de lo que es capaz Javier Bardem-, Biutiful se malogra por la insistencia de su director en buscarle el lado negativo a cuanto acontece. Todo lo que puede salir mal aquí sale mal. Para González Iñárritu sólo la muerte trae algo de luz a este mar de lágrimas. En su opinión el infierno ya llegó a un mundo en el que la miseria, la destrucción y la pobreza de espíritu hunden a la humanidad en un abismo de dolor. Lamentablemente Biutiful vuelve a demostrar que a veces más es menos...
Anexo de crítica: Hay cierta verdad en los personajes de este filme de David O. Russell que afecta de buena manera al espectador y lo hace partícipe de la gesta personal -y familiar- del boxeador Micky Ward (un sobresaliente Mark Wahlberg) que logró hacerse de un nombre a principios de los 90s después de muchos vaivenes en su errática carrera. Buena parte de esos vaivenes están relacionados con su hermano Dicky (el enorme Christian Bale en otra actuación metamórfica para el aplauso) quien alguna vez peleó como profesional con Sugar Ray Leonard para luego dilapidar su trayectoria pugilística por su adicción al crack. Las entradas y salidas a la cárcel de este personaje prácticamente al borde de la marginalidad impactan muchísimo en la vida de su hermano menor a quien entrena cada vez que la droga le libera la mente por un rato. El vínculo de Micky con Dicky, con su sargentona madre Alice (la sensacional Melissa Leo) y su novia Charlene (una tan hermosa como temperamental Amy Adams) -por no mencionar a sus temibles hermanas- es usufructuado con intensidad por el director de Tres Reyes (1999) que, en el final, entrega una antológica secuencia a pura testosterona con la recreación de la pelea entre Micky y el muy superior boxeador inglés Shea Neary que hasta al mismísimo Sylvester Stallone le hubiese gustado rodar…
Anexo de crítica: Es una delicia reencontrarse con Liam Neeson en estos roles tan exigentes desde lo físico: el grandote se banca los golpes sin chistar y a su vez reparte los suyos de lo lindo. Lamentablemente, Desconocido no es Búsqueda implacable en la que el guión era apenas una excusa para ver en acción al eximio actor de La lista de Schindler y se despachan una historia que empieza por los carriles esperados pero promediando la proyección se desbanda sin remedio. Las vueltas de tuerca no estarían mal si se hubiesen cuidado un poco más los pequeños detalles. Estos detallecitos son la sal de estos relatos: cuando no son verosímiles se producen los errores garrafales que terminan hundiendo la película en cuestión. Hay muchos de esos –y tan tontos que cuesta creerlo en un guión profesional- en Desconocido y ni el oficio de Jaume Collet-Serra ni las buenas artes de un elenco altamente competente (no hay papeles chicos para Bruno Ganz) alcanzan a remontar el desastroso último acto de este thriller deudor de demasiados títulos parecidos. Cada vez queda más claro lo grandes que le quedan los zapatos de Sir Alfred Hitchcock a estos imitadores serpentinos…
Anexo de crítica: Con El Cisne Negro los detractores de Darren Aronofsky seguirán teniendo sus motivos para odiar a este talentoso, inteligente y algo presuntuoso director de cine. Huelga decir que sus fanáticos lo van amar un poquito más y quienes recién lo descubren seguramente correrán a conseguir una copia de Pi, Réquiem para un sueño, La fuente de la vida o El luchador, todas ellas grandes películas. En su nuevo opus es tan absorbente el papel que interpreta con exquisita sensibilidad Natalie Portman (en el rol de su vida, sin duda) que casi todo lo demás pasa a un segundo plano, incluyendo a los buenos actores que interpretan a los personajes que interactúan con ella (Vincent Cassel, Mila Kunis, Barbara Hershey). La actuación es tan descomunal como para que algún fundamentalista le sugiera plantearse el retiro: ¿para qué seguir si artísticamente es insuperable? Un tour de force impensado en una actriz que parecía haber llegado a su pico con obras como mucho correctas mezcladas con bastante mediocridad de todo tipo. La imaginación de Aronofsky para la puesta en escena –especialmente en el último acto-, la tétrica ambientación de Thérèse DePrez, las texturas y climas obtenidas por el genial DF Matthew Libatique y el aporte siempre bienvenido del compositor Clint Mansell le dan el marco ideal a esta oscura fábula sobre la búsqueda de la perfección y la represión sexual. Tuvo que pasar casi medio siglo para que Repulsión ya no esté tan sola…