Una reliquia singular El reconocido director italiano Giuseppe Tornatore, creador de un icono en la historia del cine como Cinema Paradiso, vuelve a demostrar su maestría en ésta absorbente y fascinante historia que combina el drama romántico, el misterio y elementos del thriller en una trama que pareciera tener connotaciones de grandes maestros del suspenso como Polanski, Brian de Palma y ciertas resonancias Hitchcockianas. La historia se centra en un reputado y excéntrico tasador y subastador de reliquias y obras de arte que lleva una vida obsesivamente rutinaria y solitaria, hasta que es contratado por una misteriosa joven que sufre de agorafobia para tasar y vender las obras de arte heredadas de sus padres. La aparición de esta joven y su extraña enfermedad transformará para siempre la vida de este hombre que tiene un ojo privilegiado para distinguir lo auténtico de lo falso en lo referente al arte, pero no en lo referente a las relaciones humanas. Desde el comienzo y con tono enigmático, Tornatore nos adentra en la intimidad de este tasador que solo se siente seguro en el universo que se ha creado y establece una drástica distancia emocional con el resto de la gente, envolviendo al espectador hasta hacer suya la fascinación de este personaje que colecciona de forma obsesiva retratos de mujeres concebidos a lo largo de siglos y disfruta en absoluta soledad. A su vez, el relato va sembrando pistas que le permitirá ir mutando del suspenso al thriller y drama romántico, siendo el hilo conductor un misterioso autómata (recurso utilizado también como 'macguffin' en La invención de Hugo, de Martin Scorsese) que funciona como perfecta metáfora del personaje principal. La magistral interpretación del actor australiano Geoffrey Rush (ganador del Oscar en 1997 por Shine y nominado en otras tres ocasiones, la última por El discurso del Rey), consigue hacernos empatizar con un personaje que desde el comienzo produce rechazo por su falta de humanidad e insensibilidad y luego logrará identificar al espectador con sus temores, sus preocupaciones y miedos, bastando muchas veces solo un gesto o una mirada para transmitir sus emociones. La acertada elección de Sylvia Hoeks, interpretando un personaje que será ese oscuro objeto del deseo y cuya mayor parte del tiempo está fuera de campo, junto a secundarios de lujo como Donald Sutherland, funcionan como piezas de relojería en un guión tan astuto como eficaz. La magnífica fotografía y una brillante utilización de los movimientos de cámara potencian la belleza de algunos escenarios y componen planos majestuosos, que sumados a la fabulosa banda sonora cautivan la atención del espectador en este intrigante y apasionante relato que va ganando en intensidad a medida que avanza y no deja de asombrar y sorprender hasta el final. El relato de un amante de lo auténtico que, incapaz de expresar sus sentimientos en la realidad, idealiza el amor como una obra maestra y ama solo a través de las pinturas que colecciona, pero sucumbe ante un falso amor que será su obsesión y perdición. Donde el inevitable paso del tiempo determinará si optó por la mejor oferta.
Tras el interesante biopic ''J Edgar'' (sobre el legendario director del FBI Edgar Hoover) y una actuación, casi por compromiso, en ''Curvas de la vida'', Clint Eastwood vuelve a la dirección en esta adaptación de la comedia musical de Marshall Brickman, que conquistó Broadway y gano cuatro premios Tony, basada en la historia real de Frankie Valli y el grupo “Four Seasons”. C. Eastwood, que ha pasado por diversidad de géneros incursiona ahora en el musical demostrando una vez más su gran manejo del lenguaje cinematográfico y talento para sostener una historia, que no es suya, durante dos horas y cuarto y con un elenco carente de estrellas de Hollywoodenses. La película cuenta la historia de cómo cuatro jóvenes de Nueva Jersey, con su entorno marginal italoamericano característico de la época, se unieron para crear el icónico grupo musical "The Four Seasons", que impulsado fundamentalmente por la voz tan particular de Frankie Valli y las letras de Bob Gaudio revolucionó el panorama musical en la década de los 60 en Estados Unidos con hits que influyeron en toda una generación como 'Big Girls Don't Cry', 'Grease', Sherry o 'Can't take my eyes off you'. Recorre desde la formación de la banda, sus esfuerzos, sus relaciones familiares, con managers, productores musicales y sus asociaciones con importantes y conocidas figuras del crimen organizado hasta su ascenso a la fama y su repentina disolución, que desembocó en una larga carrera solista de Valli. Desde los títulos iniciales ya se insinúa al espectador que va a asistir a un evento musical, pero lejos de parecerse a películas musicales como Los Miserables, Eastwood impondrá su estilo poniendo el acento en los conflictos dramáticos de sus protagonistas más que en los números musicales propios de la obra que adapta. Con una estructura que va alternando la narración en off, con miradas a cámaras de los protagonistas que nos cuentan su perspectiva de los hechos, va yendo y viniendo en la línea temporal jugando con la complicidad del espectador. Si bien reitera muchos de los clichés propios de filmes que también narran el surgimiento, ascenso, auge y caída de grupos musicales, Eastwood sabe imponerle ritmo y estilo al relato con una perfecta reconstrucción de época, ambientación y fotografía, que por momentos recuerda al film de Martin Scorsese Buenos Muchachos (el barrio, la familia, la mafia), y donde funcionan muy bien los hits cantados prácticamente igual que los originales., Otro acierto del director es la ausencia de estrellas, logrando equilibrar a un mismo nivel todas las actuaciones y destacándose Christopher Walken (como el principal gánster de N. Jersey y pieza clave en varios momentos de la banda). John Lloyd Young, que demostró en Glee tener una voz privilegiada, no tiene el carisma suficiente para destacarse por sobre los otros a pesar de su importante papel; Michael Lomenda y Eric Bergen hacen muy buenos secundarios como Nick y Bob pero siempre tras las figuras de Young y Vincent Plazza, como el descarriado Tommy Devito. Jersey Boys es una mezcla de biopic con musical donde nada sobresale, salvo la coreografía de los créditos finales que rinde homenaje a la comedia musical de Broadway, pero que gracias a la mano del maestro Eastwood deleita visual y musicalmente.
Marcelo Piñeyro, director de taquillas comerciales como ''Caballos salvajes'', ''Cenizas Del Paraíso'', ''Plata quemada'' o ''Tango Feroz - La Leyenda De Tanguito'' (cuya versión remasterizada será reestrenada en cines en septiembre), estrena su última película, que fue rodada en España y con un notable reparto de actores españoles. Ismael, quien da nombre al film, es un niño mulato de 10 años que se escapa de su casa en Barcelona y viaja solo a Madrid en tren para buscar a su desconocido padre biológico. Quien recibe la visita inesperada del niño es su supuesta abuela, que lo ayudará a cumplir su cometido reuniéndolo con su hijo. Tras un interesante comienzo, planteado cuasi como una road movie con buen ritmo y una cámara que aprovecha al máximo (cual institucional turístico) las bellas locaciones de la ciudad Española, la acción se traslada en la segunda parte de la película a un pequeño hotel de una localidad costera catalana, donde se reunirán de forma inevitable y ante la ilusión e inocencia de un niño que espera las respuestas de su padre, todos los personajes involucrados en la vida de Ismael. Lugar donde surgirán y resurgirán antiguas emociones del pasado y donde también tratarán de recomponerse ciertas diferencias familiares en la relación madre hijo. El film se cimenta fundamentalmente en las actuaciones tanto de Belén Rueda, haciendo de esa joven abuela distinguida, cálida y distante a la vez que alterna el drama y la comedia de forma excepcional, como por el niño Larsson do Amaral, bastante natural y desenvuelto cuya mirada transmite ternura. Mario Casas, en el papel del padre, brilla en el comienzo pero la falta de matices en su personaje (tiene la misma expresión para transmitir alegría o pena) lo diluyen. La química entre Belén Rueda y el consagrado comediante español Sergi López, que interpreta con naturalidad y simpatía un personaje poco aprovechado, le aportan aún en situaciones poco verosímiles la dosis de humor y distención al film. Pero salvo Ismael y Belen Rueda en determinados momentos, el resto de los personajes van conformando estereotipos y no consiguen emocionar al espectador. A partir de la mitad del film la historia se vuelve pretenciosa, intenta abordar diferentes temas como la ruptura familiar, la paternidad y el amor, la amistad, las segundas oportunidades y hasta una crítica social sobre el actual estado de la sociedad europea frente a la educación y la inmigración ilegal, sin profundizar en ninguna. La película busca en todo momento aludir a las emociones del espectador, ya sea a través de banda sonora, reforzando situaciones sensibleras que por sí solas no provocan el efecto buscado, o haciendo que los personajes expliquen lo que están viviendo. Ciertos diálogos forzados, algunas situaciones superficiales donde nada sucede (como la huida nocturna por la playa del niño) y un par de momentos inconclusos e inexplicables que rozan la inverosimilitud (como el cambio de registro y puesta en escena propia del género de suspenso o thriller para la escena de la caldera, en la que finalmente no pasa nada), hacen que en la parte final vaya decayendo el interés y a medida que se acerca el desenlace nos quede un film que prometía más de lo que deja.
Simplemente Guy Nuevo filme del norteamericano Drake Doremus, uno de los directores emergentes en el actual panorama de cine independiente, que ganó el premio especial del jurado en el Festival de Sundance en 2011 con Como locos (Like Crazy) y puso en primer plano a su actriz protagonista Felicity Jones con el premio como mejor actriz. Con aquel film, Doremus indagaba las relaciones entre estudiantes de intercambio que son capturados por inmigración e intentaba retratar el lado más doloroso del amor. En Pasión inocente, Doremus vuelve a trabajar con Felicity Jones y elije una trama sencilla y poco original vista muchas veces, donde el amor imposible entre un adulto y una adolecente conlleva terribles consecuencias para sus personajes. Relata como una familia aparentemente ejemplar que tras su aparente felicidad esconde a un padre músico frustrado, que trabaja impartiendo clases de piano a jóvenes cuando lo que realmente quisiera es tocar el chelo en una orquesta sinfónica, La llegada de una estudiante de intercambio de 18 años desestabilizara las relaciones familiares. La relación prohibida y el tema de la infidelidad como telón de fondo dan lugar a un relato donde sobresalen las excelentes actuaciones y su parte inicial, donde la tensión sexual flota en el ambiente y no sabremos hasta qué punto lo suyo es amor u obsesión. Doremus es un magnífico director de actores y sabe crear, a través de planos cerrados casi siempre detallando sus mínimos gestos, miradas y movimientos, un clima de sensualidad y sutileza a la hora de mostrar la intimidad entre los amantes. Con una magistral actuación de Guy Pearce (quien ya demostro sus grandes dotes actorales en Memento), sobre quien recae todo el peso del relato, y una química entre los dos protagonistas clave para la tensión y seducción que recorre todo el film. Guy Pearce y Felicity Jones logran a través de sus miradas y gestos componer a la perfección tanto al cansado e insatisfecho profesor de música que encuentra en la estudiante el valor y fuerza suficientes para encauzar su vida, como a la joven enigmática pero segura de sí misma que cautivara al profesor. Su delicadeza estética, su fotografía, personajes frágiles y misteriosos y su comienzo con aires de thriller le dan al filme pinceladas de originalidad ante una historia ya conocida, que tuvo geniales producciones como Lolita, Belleza Americana y muchas más, pero que nos mantiene igualmente cautivados al principio. Los problemas del film comienzan hacia la segunda mitad, con algunos momentos demasiado forzados (el casual descubrimiento de la hija en el campo), acontecimientos previsibles y clichés demasiado trillados como los que invaden el tramo final. La excelente banda sonora, a cargo de Dustin O´Halloran, y sus deleitables composiciones de piano, suma puntos a un film que se disfruta en su primera parte y sobrelleva el resto. Tal vez, poco arriesgado para los tiempos que corren, y un público que probablemente solo guarde legado de la actuación de Guy Pearce.
Una araña para debatir El estreno de esta nueva película del director canadiense Denis Villeneuve, nominado al Oscar por su anterior película Incendies, llega tras su paso por el último Festival Internacional de Cine de San Sebastián, donde tuvo tantos amantes como detractores, y previo a su próximo trabajo Prisioneros (con Hugh Jackman y nuevamente Jake Gyllenhaal como protagonistas). Villeneuve toma la novela 'El hombre duplicado' del escritor portugués José Saramago y hace una adaptación libre con una mirada personal y audaz. Partiendo de una premisa argumental aparentemente sencilla, en la que un profesor universitario de vida monótona y rutinaria descubre a un actor idéntico a él y, obsesionado con su propia existencia, emprende su búsqueda con consecuencias inesperadas para su vida, Villeneuve despliega un thriller psicológico con elementos surrealistas, tan intrigante como opresivo, arriesgado narrativamente y cercano a los universos de Kafka y el cine de David Lynch, Cronenberg o Polanski. Tras un sueño alucinante en el que aparece un extraño espectáculo sexual con arañas de por medio (al estilo de Ojos bien cerrados de Stanley Kubrick y la perversidad del mejor B. De Palma), nos adentramos en la clase de este profesor donde la cita "El caos es un orden por descifrar" será la consigna que advierte al espectador que se enfrentará a un especie de rompecabezas. Una ciudad fría, deshumanizada y llena de simetrías, sumado al sombrío y monocromático tono de la fotografía que generan una atmósfera pesadillesca y la mezcla con imágenes oníricas (difícil olvidar esa terrorífica araña gigante sobre la ciudad) que sutilmente nos avisan si nos encontramos o no en la mente del protagonista, vuelven al film visualmente poderoso desde el primer momento. Villeneuve le imprime un ritmo tanto narrativo como musical inquietante que avanza de manera lineal logrando introducir al espectador en el juego. Un juego que desde el comienzo va sembrando dudas y preguntas en el espectador (existen realmente los dos personajes y el film describe un viaje a su subconsciente o se trataría en realidad de un único personaje), pero a su vez deja pistas muy certeras en el camino que están ahí, esperando que el público las descifre. El hombre duplicado explora el concepto de identidad, el conflicto de personalidad y el deseo de ser otro, la idealización de uno mismo, el miedo al compromiso, el adulterio y temas como los totalitarismos y sus métodos de manipulación subconsciente sobre el individuo, aludiendo a la perturbadora imagen de la araña como símbolo del mal y lo prohibido que todo lo manipula. La gran interpretación de Jake Gyllenhall, logra a través del lenguaje corporal y manejo de la mirada, diferentes matices para dar identidad y personalidad a sus dos personajes idénticos y extremos, el profesor que vive anclado en la rutina, la desidia y ausente de pasión y su alter ego actor, ambicioso, desprejuiciado y perverso. Muy bien acompañado por Melánie Laurent (Malditos bastardos, Beginners) y Sarah Gadon (Un método peligroso, Cosmopolis), dos actrices rubias que interpretan el papel de la/s mujeres del protagonista y con las que se ha procurado homenajear a Alfred Hitchcock, según propias declaraciones del director. Otro guiño a grandes maestros del cine es la presencia de Isabella Rossellini, encarnando a la madre del protagonista y pieza clave para completar el rompecabezas y comprender el film. Podría a continuación brindar mi interpretación y significación del rompecabezas, pero me interesa más destacar el juego propuesto del director para con el público con cada uno de los detalles que va dejando en el camino. Con un final impactante y sin aclaraciones donde lo más importante es la apertura a múltiples interpretaciones. El hombre duplicado es una de esas películas interesantes y sugerentes que atrapan al espectador e invitan a reflexionar, discutir y disfrutar de sus diferentes opiniones, con imágenes y conclusiones que seguramente permanecerán en el recuerdo bastante tiempo después de verla.
Este nuevo trabajo del director Simón Franco, es un drama que se va construyendo a partir de sus personajes y que intenta reflejar la realidad de un trabajo y una comunidad donde la soledad, el dinero y los vicios conforman la existencia de sus pobladores. Pablo Cedrón interpreta a un “boca de pozo” (apodo que reciben quienes se ocupan de perforar el suelo en los pozos petroleros) que comparte, junto a otro compañero, una experiencia de trabajar en un yacimiento a las afueras de la ciudad patagónica de Comodoro Rivadavia. A partir de locaciones reales y un naturalismo en la puesta en escena Franco logra conformar un relato verosímil sobre la vida de estos trabajadores, pero la prolongación innecesaria de varias escenas y la falta de construcción de personajes secundarios desaprovechan una oportunidad para profundizar un poco más sobre esta profesión tan particular. Seguimos la rutina de este trabajador, tanto en su ámbito de trabajo como en su tiempo en el pueblo, donde su adicción a la cocaína, deudas por apuestas y encuentros con una prostituta, se vuelven un círculo vicioso que lo mantiene atrapado. Si bien el film destaca la realidad de un trabajo duro (por la exigencia física, lo monótono y las condiciones climáticas), pero muy bien remunerado, en una ciudad sin ofertas culturales ni recreativas más que fomentar el juego, los vicios y el consumismo de estos trabajadores ausentados de sus familias, sólo centra su mirada en ciertos trabajadores del sector. Trabajadores casi analfabetos, sin una formación académica ni contención familiar que ganan semejantes cantidades de dinero y caen rápidamente en los vicios. Con largas panorámicas, visualmente repetitiva y una lenta progresión dramática, la película da un pantallazo por la rutinaria vida de estos trabajadores que no logran despertar un verdadero interés para el espectador.
Tras haber protagonizado juntos comedias como La mejor de mis bodas y Como si fuera la primera vez, la dupla Drew Barrymore y Adam Sandler, vuelven a encabezar esta predecible y naif comedia romántica y familiar. Luego de una malograda cita a ciegas entre Jim (Adam Sandler), un padre viudo a cargo de tres hijas dispuesto a rearmar su vida emocional, y Lauren (Drew Barrymore), recientemente divorciada y con dos hijos a cuestas, el destino volverá a unirlos con sus respectivos hijos en unas vacaciones familiares en un resort en África. Allí descubrirán que son el uno para el otro y la solución para sus hijos. Con una trama predecible y una puesta en escena centrada en los exóticos paisajes de Sudáfrica y sus safaris (casi al nivel de un institucional de turismo), el relato solo se sostiene por la excelente química entre Sandler y Barrymore, algunos esporádicos gags y momentos bizarros, como las hilarantes intervenciones de Nickens (Terry Crews) y una banda musical compuestas por monos. Su corrección política y cierto aire rancio a aquellas comedias románticas clásicas Hollywoodense (la banda sonora también lo demuestra), catalogan a Luna de miel en familia como una de esas películas de sobremesa un domingo por la tarde en la Tv.
Hechizo del tiempo Del director que comenzó una de las mejores sagas de acción, como fue Identidad Desconocida, llega esta superproducción hollywoodense encabezada por Tom Cruise que, mas allá de la simplicidad de la historia con huellas de muchos films y citas varias, logra ser lo suficientemente entretenido y visualmente atrapante para el espectador. La película trata una vez más, en tono apocalíptico, sobre invasiones alienígenas a la tierra en la que la humanidad lucha por su supervivencia. Un oficial, inexperto en combate y cuya función es solo animar a la gente a alistarse para combatir, es engañado y enviado a combatir al frente de batalla donde al eliminar a uno de los alienígenas consigue crear un bucle espacio-temporal que lo condenará a revivir una y otra vez la fatídica batalla. Pero descubrirá junto a una guerrera de las fuerzas especiales que dicho fenómeno le permitirá morir para revivir una y otra vez el mismo día hasta ir perfeccionando sus técnicas de combate e intentar salvar al mundo. Si bien la película está inspirada en el manga de Hiroshi Sakurazaka, una novela muy popular en Japón llamada “All you need is kill”, hay huellas y elementos de films como 8 minutos antes de morir, de Duncan Jones y Hechizo del tiempo, de Harold Ramis, protagonizada por Bill Murray (de las cuales toma el concepto de revivir cíclicamente el día), El juego de Ender (una gran fuente de energía que dirige a todos los alienígenas en la tierra), unas criaturas llamadas "Mimics" mezcla de Aliens con los centinelas vistos en Matrix III, una combatiente llamada "Full Metal Bitch" (mezcla de Lara Croft: Tomb Raider con Rambo), armaduras propias de un videojuego y hasta un homenaje al desembarco de Normandía. Liman y sus guionistas saben reciclar todos estos elementos y armar un rompecabezas donde la velocidad y el ritmo que le imprimen al relato ofrece suficiente diversión y entretenimiento para olvidarse de cualquier otro aspecto. Al filo del mañana apuesta a la sencillez de la historia, poniendo el acento en la evolución del personaje central en manos de Tom Cruise (un hombre del marketing alejado de la batalla cuya vida se trastorna y poco mas tarde deberá convertirse en un verdadero héroe), personajes secundarios descriptos con rapidez, ciertas dosis de humor negro que posicionan algunas escenas en lo mejor de la película y un diseño de producción y efectos especiales muy bien logrados. Sin mayores pretensiones y privilegiando siempre el ritmo del relato, consigue entretener y disfrutar de la acción y la ciencia ficción en su estado puro, reafirmando cierta tendencia actual de trasladar al cine una arquitectura de videojuego.
Un miedo sonso Con una impactante y significativa secuencia inicial, donde un helicóptero sobrevuela el Gran Buenos Aires dejando ver un extenso muro de cemento que delimita el basural de una villa con un barrio privado, da comienzo esta ópera prima del director Benjamin Naishtat, con cierta veta experimental propia de una sección como Vanguardia y Genero del BAFICI. Apelando a elementos propios del cine de género como el thriller y el terror (desde el sonido, la iluminación y el suspenso) y apoyándose más en la construcción y creación de climas inquietantes y perturbadores, que en los diálogos de los personajes protagónicos, el film plantea una realidad social en la Argentina de hoy. Con una estructura coral, el relato se centra en los quehaceres cotidianos de los habitantes de un barrio privado que paradójicamente deben convivir con aquellas personas de las cuales intentan resguardarse. La fractura social y de diferencias de clase que caracterizan a la Argentina actual permite la construcción de un escenario donde la paranoia colectiva se acrecienta en una clase bien acomodada que debe convivir con su máxima amenaza. Si bien el film logra tensión en algunas escenas muy bien logradas (el sonido de una alarma que tarda demasiado en apagarse dentro de un country o los crecientes cortes de luz en medio de un verano sofocante), las vidas demasiado corrientes y rutinarias de sus personajes envueltos en situaciones que nunca llegan a cristalizarse no resultan inquietantes, y lo que parece haber transcurrido es un desfile de pequeñas situaciones inconexas que desaprovechan justamente las posibilidades del género. Incluso la última media hora recurre a elementos que se alejan de esa lógica y el relato pierde solidez y hasta algunas situaciones se tornan inverosímiles. Historia del miedo propone un ejercicio de estilo que combina una temática social abordada con elementos del género de terror o el thriller, pero que en la práctica logra resultados en muy pocos fragmentos del film y condicionado por la realidad social de la Argentina de hoy.
Esta nueva versión de la criatura (mezcla de gorila con dinosaurio y ballena), que se transformó en ícono del cine japonés desde su primera aparición en 1954 en manos de Ishiro Honda, respeta bastante el aspecto del monstruo de aquellos años y arranca como la versión de Roland Emmerich de 1998 (con imágenes de archivo de lo que sucedió con las pruebas nucleares del Pacifico Sur), pero lejos de aludir a la metáfora del terror nuclear y sus consecuencias que caracterizó a la original, opta por priorizar una historia familiar que a su vez pierde interés cuando introduce dos nuevas criaturas que se transforman en la principal atracción del film. Una criatura milenaria descubierta por unos científicos, resucita y conlleva una catástrofe en una central nuclear en Japón que marca el destino de una familia para siempre. Quince años después del suceso, uno de los sobrevivientes (padre de un niño en dicha familia) sigue intentado averiguar la verdad sobre la catástrofe mientras que su hijo se ha convertido en militar y padre de familia. Ambos descubrirán no sólo el secreto de Godzilla. Con un poco de misterio previo, cierto aire a las películas catástrofe de los años setenta y la clara consigna de ir revelando al monstruo lentamente, el relato hace foco en una historia cuyos elementos y tramas recuerdan a películas como Lo imposible (familia desmembrada por una catástrofe) o Jurassic Park (por la puesta en escena y los escenarios, como los soldados en la jungla o los planos del helicóptero). Pero la historia de la familia va perdiendo interés frente a la avalancha de destrucción que produce el movimiento mismo de esos monstruos prehistóricos (mezcla de Alien con Transformens y Titanes del pacífico) y el posterior protagonismo de Godzilla que los enfrentará para salvar a la humanidad. A pesar de contar con un buen reparto, sus personajes no consiguen empatizar con el espectador y quedan rápidamente eclipsados por las criaturas. La impactante fotografía de Seamus McGarvey y la buena banda sonora de Alexandre Desplat contribuyen a crear la atmósfera propicia para que estas criaturas (que por esas cosas del azar elijen una vez más Estados Unidos para reproducirse y atacar a la humanidad) se adueñen de la historia y se debatan finalmente en combate con Godzilla, siendo éste el punto de mayor interés de una película que por momentos aburre y, sobre el final, nos despide con un ecológico mensaje recordárnos que en realidad “es la naturaleza la que se equilibra a sí misma”.