Este film del director Stéphane Brizé parte de una historia muy sencilla, podría decirse casi insignificante, para hacer foco en la compleja relación entre una madre y un hijo incapaces de abrirse ni manifestarse su cariño. La historia gira en torno a un hombre que sale de la cárcel tras una condena de 18 meses por haber intentado pasar 50 kg de droga en su camión, y sin trabajo, vivienda, ni dinero, se ve obligado a irse a vivir con su madre. Mientras intenta reconstruir su vida descubrirá que su madre está en fase terminal de un cáncer y desearía acabar con su vida dignamente en Suiza. La película se construye a través de la mirada de estos personajes solitarios, que vamos conociendo a través de sus gestos, miradas y fríos diálogos, y alcanza su principal acierto en la sensibilidad y verosimilitud que logra darle a un tema tan crudo y delicado como la eutanasia, integrándolo al relato casi naturalmente, sin énfasis innecesarios. Brizé decide no concentrarse en la polémica legal y moral sobre el uso de la eutanasia, sino que concentra la tensión del relato en la relación madre-hijo y lo difícil que es tanto para el que se quiere ir como para los que se quedan. La valentía que supone en ambos casos enfrentar los hechos y, por lo menos, aceptarlos aunque no se compartan. Algunas horas de primavera habla sobre la violencia de la incomunicación, sobre la dignidad, tanto para morir como la de no ser una vergüenza propia y ante la mirada ajena por no tener trabajo y vivir en casa de su madre a los 50. Siguiendo esa línea del cine francés intimista, austero, verosímil, sensible y cruel a la vez, con una fotografía naturalista y escasa utilización de la música, Brizé logra, por momentos, transmitir al espectador las emociones interiores de los dos protagonistas, pero en otros, los silencios prolongados o escenas excesivamente largas que no cuentan nada, declinan la atención del espectador. Algunas Horas de Primavera se construye gracias a las buenas interpretaciones, que a pesar de no lograr generar empatía alguna por los personajes, y si la consiguen la pierden rápidamente (basta el ejemplo de la protagonista con el perro), son capaces de hacernos creer las escenas más crudas hasta las más tiernas en esta relación madre-hijo.
Un nostálgico documento familiar Diana Rutkus, integrante de una familia de artistas circenses, y Andrés Habegger codirigen este documental que nació a partir de la investigación que Diana realizó durante más de diez años y que comenzó en su ámbito familiar con la selección de fotos familiares, afiches de giras, programas y luego fue ampliándose hasta tomar forma en el taller de escritura que Diana realizó con Hebe Uhart, quien la incentivó a escribir acerca de su infancia y sobre lo que más conocía. Así es como ella y su familia son el punto central de este documental que decide explorar un mundo poco corriente y prácticamente olvidado del que apenas quedan rastros. Desde un lugar de espectadora, ya sea frente a sus padres, viejos colegas de estos o, incluso, su propio hermano actor, quien logra exteriorizar mejor sus recuerdos de aquella niñez inusual entre la carpa del circo y la casilla rodante, Diana intenta rearmar su infancia y evocar, de alguna manera, una época de oro del circo clásico en la Argentina, cuando era uno de los espectáculos populares más congregantes. En un tono intimista, y a través de los testimonios, fotografías, afiches y viejas filmaciones de 16 y Súper 8 mm, el documental acumula las impresiones, recuerdos y sensaciones de un pasado familiar muy intenso que celebra una manera de vivir no convencional y donde el oficio se convierte en pasión. A pesar de la melancolía y la nostalgia que transmiten los testimonios de estas personas, cuyas vidas fueron atravesadas por una expresión artística que prácticamente ya no existe pero sigue viva en sus recuerdos, el documental no dedica mayor espacio a aquella investigación que dio origen film, conformándolo mas como un homenaje familiar antes que como un documental sobre el circo.
Esta segunda entrega de Gru, aquel súper villano megalómano y diferente que terminaba transformado en bueno y con una paternidad totalmente inesperada convirtiendo al film en una de las revelaciones en el mundo de la animación 3D en 2010, nos trae ahora a un ex malvado abocado completamente a las tareas paternas de sus adorables niñas, acompañado de los impredecibles Minions y un grupo de nuevos y divertidos personajes. Redimido del mal y abocado a la crianza de las niñas y su nuevo emprendimiento, una fabrica de mermeladas, Gru será sorprendido por la liga antivillanos que solicita imperiosamente su ayuda para atrapar a un criminal que planea gobernar el mundo gracias a un antídoto secreto. Chris Renaud y Pierre Coffin repiten en la dirección de esta nueva comedia de aventuras que pasa de transitar del thriller de espías a la excéntrica comedia romántica con asombrosa naturalidad mientras los Minions se convierten en verdaderos protagonistas A diferencia de la primera entrega, pierde importancia la figura del villano y con ello un poco la acción, recurriendo mas a la historia de amor y un catálogo de gags divertidos a cargo de los Mininos que mantienen la frescura y vuelven al film tan entrañable y divertido como su antecesor. La gran novedad es la introducción de la estrambótica agente secreta Lucy Wilde (personaje al que presta su voz Kristen Wiig), cuya química con Gru comienza a vislumbrarse pasada la mitad del film, pero que se equilibra con el protagonismo de las niñas que lideran el simpático arranque y luego van difuminándose con la excepción de Margo. Ya no esta la madre de Gru, un personaje de la primera entrega con bastante carisma y un referente muy importante para él, pero aparece un villano mexicano apodado El Macho que pondrá a prueba sus valores. Mi villano favorito 2 vuelve a reflejar la importancia de la unión familiar sobre todo y aquella moraleja conocida que predica no valorar a los demás por su aspecto exterior, porque lo mejor de nosotros mismos lo llevamos dentro. La profundidad del 3D y la gran calidad visual permite apreciar el diseño de los personajes a cargo de Carter Goodrich, quien trabajó en Monsters Inc o Buscando a Nemo, y cuyos dibujos aquí no sólo tienen gracia, sino que están creados con una elegancia que ya había mostrado en Ratatouille. Pero el 3D se luce verdaderamente en los créditos finales, cuando se hace palpable que en breve llegará el spin-off protagonizado en exclusiva por esas criaturas adorables con las que uno podría quedarse embobado durante horas sin importar lo que realmente estén haciendo. Vale destacar, sobre todo en la parte final, un toque de humor francés con una escena musical muy divertida protagonizada por los Minions en ese idioma, cuyas voces están a cargo de los propios directores del filme, y una magnífica banda sonora donde suenan temas interpretados por los Minions, como la hilarante versión de "I swear" de Boyz II Men o "YMCA" de los Village People.
Un paseo conversado "Antes de la medianoche" viene a conformar la tercera parte de una historia de amor que, deliberadamente o no, el director Linklater planteó como una trilogía que comenzó 1995 con Antes del Amanecer, donde Celine y Jesse se conocen en un tren con destino a Viena y en la que sus interminables conversaciones sobre la vida, el amor y el sexo marcarían la existencia de los protagonistas. Nueve años después, los mismos actores se reencontraban en París en Antes del atardecer, ya con treinta años, sin los mismos sueños de juventud y con la sensación de haber dejado pasar un tren milagroso. Dicho film dejaba la incertidumbre de si ese amor tendría futuro o cada uno seguiría su camino. Esa pareja que dejamos hace nueve años en un apartamento de la capital de Francia a punto de casi todo son ahora pareja, tienen un par de gemelas rubias y se encuentra de vacaciones en Grecia junto al hijo de Jesse que vive actualmente con su madre en Norteamérica. El impulso que tira de Jesse para volver con su hijo adolescente y la determinación de Celine para continuar su carrera en Francia son los disparadores de este tercer episodio en la vida de estos personajes que mantienen la seducción pero con otras responsabilidades y nuevas dudas que ponen a prueba su relación. Al igual que las anteriores, Linklater va combinando largos planos secuencia con muy bellos fondos donde el protagonismo recae en los diálogos de los personajes, meticulosamente ensayados y estructurados, que exponen un interesante estudio sobre las relaciones sentimentales donde queda claro que encontrar el amor es fácil, pero lo difícil es mantenerse juntos. La secuencia del comienzo en la que la pareja habla en plano fijo durante más de 20 minutos en un coche, dan cuenta de ello. Julie Delpy y Ethan Hawke sobresalen, al igual que en los films anteriores, metiéndose en la piel de estos personajes que entre reproches, celos y agravios que no habían expresado antes, mantienen una batalla por el amor que todavía se profesan. La película resulta interesante en el duelo verbal de sus protagonistas, en lo que dicen, sugieren o callan, pero aunque sus personajes sean presuntamente encantadores, inteligentes y vitales, la extensión de los diálogos y la monotonía de las acciones hacen que algunos momentos sean muy interesantes y en otros, recordemos nuestras tareas pendientes del hogar. Una diferencia fundamental entre esta tercera parte y sus anteriores, radica en la importancia que se le da temáticamente a las nuevas tecnologías, y su repercusión en las relaciones y vida social de la gente a la hora de comunicarse. Los espectadores que se hayan identificado con el origen de la historia, saben lo que verán y saldrán satisfechos con esta tercera entrega. A pesar de que el film propone, desde los diálogos, varios temas de debate para aquellas parejas interesadas, quien escribe, no se identifica tanto con estos personajes ni participa de la fascinación colectiva que despierta.
Basada en una novela del afamado escritor del género romántico Nicholas Sparks, el film centra su historia en un idílico pueblo costero de Carolina del Norte, al que llega una atractiva mujer, Katie, decidida a empezar una nueva vida y arrojar por la borda todo su pasado. Allí conocerá a Alex, un padre viudo y con dos hijos pequeños con quien iniciará una intensa amistad y le permitirá cumplir su objetivo. Con un comienzo que sirve para introducir el único atisbo de misterio que propondrá el film a lo largo del relato, incluso a mi parecer, el único motivo por la cual el espectador llegue a tolerar casi hasta el final esta previsible historia romántica que alberga todos los ingredientes habituales del género, Un lugar para refugiarse intenta despistar al espectador con una escena inicial que coquetea con el thriller para abandonarlo rápidamente. Luego, solo asistiremos a la clásica formula “Chico conoce chica, se enamoran, algo los distancia pero finalmente se dan cuenta que su destino es estar juntos”, aderezados con "mujer que trata de dejar atrás un misterioso y oscuro pasado, padre viudo de buen corazón con duelo no resuelto y un tenaz detective que recuerda constantemente a la protagonista que el pasado puede encontrarla". Lasse Hallström, quien dirigió buenas películas como La gran estafa o Siempre a tu lado (Hachiko) cuida con decoro los aspectos técnicos, pero erra su camino en ésta oportunidad al confiar solo en la belleza paisajística, la ambientación y actores bonitos que no logran transmitirnos nada para contarnos una historia recreada hasta el hartazgo. No basta una casa aislada en el bosque con alguna que otra subjetiva de alguien merodeándola, ni unos flashback que a manera de ayuda memoria vuelven más previsible la historia, para intentar adentrarse en el thriller. Tampoco con la acumulación de personajes arquetípicos y poco elaborados que acumulan todos los tópicos de las novelas rosas. Solo hasta respondernos ¿por qué la protagonista huye desesperadamente a ninguna parte hostigada por la policía?, es que mantenemos el interés en un film que sobre el tramo final introduce un elemento tan disparatado como inverosímil que aniquila cualquier atisbo de credibilidad, velando por un Happy End que contente hasta los espíritus.
El director de Romeo + Julieta y Moulin Rouge, Baz Luhrmann, regresa a la dirección con esta nueva adaptación de la novela homónima de F. Scott Fitzgerald, que ya fue llevada a la gran pantalla en varias oportunidades siendo la mas recordada aquella de 1974, dirigida por Jack Clayton, con Robert Redford y Mia Farrow como protagonistas y guion de Francis Ford Coppola. El gran Gatsby relata los pasos del aspirante a escritor Nick Carraway (Tobey Maguire), que en busca de su propio sueño americano llega a Nueva York en una década donde la moral ligera, el contrabando de licor y el esplendor de wall street se sucedían al ritmo del jazz. Allí conocerá a su excéntrico vecino multimillonario Jay Gatsby (DiCaprio), con quien quedará fascinado y experimentara el suntuoso universo de las fiestas y el alcohol, a cambio de un pequeño favor que involucrara a su prima Daisy (Carey Mulligan) y su aristocrático y mujeriego marido, Tom Buchanan (Joel Edgerton). La novela original relataba cómo la obsesión de un hombre por recuperar el pasado terminaba destruyendo su presente, y escenificaba un romance casi tan trágico y condenado a la vez que ironizaba sobre el hedonismo, el libertinaje y la autodestrucción de las élites privilegiadas que nadaban en la abundancia a mediados de los años 20. Para esta nueva adaptación, Luhrmann repite la formula estética y narrativa de sus producciones anteriores, centrada en el espectacular diseño de producción y vestuario, el vertiginoso trabajo de cámara y una anacrónica banda sonora a cargo del rapero Jay Z mas arreglos musicales estilo Pop de Lana Del Rey y Beyoncé, sacrificando la riqueza temática y el desarrollo de personajes de la novela original en pos del espectáculo visual y el entretenimiento. Tras un comienzo de una extravagancia, glamour y teatralidad abrumadora, con una banda sonora que poco tiene que ver con la época en la que transcurre la historia pero que genera una innegable fascinación, el relato se ira romantizando, perdiendo ritmo e interés para terminar en la una típica historia de amor imposible, sueños incorruptibles y gran tragedia. Leonardo DiCaprio, Carey Mulligan y Tobey Maguire conforman junto al resto de los protagonistas un gran reparto que no logra conmover ni en las escenas más dramáticas, y donde, curiosamente, es el 3D que dota de un sentido de proximidad con los personajes y los fascinantes escenarios, quien logra retener la atención del público. Es poco habitual que un recurso técnico como el 3D sea tan influyente en este tipo de géneros, pero en esta oportunidad les aseguro será preponderante a la hora de mantener el interés en una historia que lo pierde a mitad del relato.
Dustin Hoffman, uno de los actores más respetados de Hollywood, debuta en la dirección con esta enternecedora comedia inspirada en la obra de teatro homónima de Ronald Harwood (guionista de El Pianista). La trama gira en torno de una residencia para músicos y cantantes de ópera retirados que se verá revolucionada con la llegada de Jean (Maggie Smith), una eterna diva de la lírica y ex esposa de Reggie (Tom Courtenay), uno de los residentes. Allí, también se encuentran los otros compañeros con los que hace mucho tiempo interpretó una versión de Rigoletto, de Giuseppe Verdi. Con una historia sencilla y la música como elemento inicialmente distintivo, el relato va cediendo importancia al trabajo actoral y el desarrollo de unos carismáticos y conmovedores personajes que reflejan vitalidad, sentido del humor, deseo y amor por lo que hacen o hicieron, más allá de su edad. Si bien la música es un factor estratégico al comienzo, queda un poco relegada a conectar pasajes y darle dinamismo al montaje, en un film donde las marcas actorales y el carisma del cuarteto protagónico sostienen el relato. Maggie Smith, Tom Courtenay, Pauline Collins y Billy Connolly dan cátedra de actuación y logran ganar la empatía de un espectador que probablemente recuerde más los personajes que la historia.
Matthieu Delaporte y Alexandre De la Patellière adaptan a la pantalla grande su propia obra teatral que arrasa desde varios años las taquillas de los teatros franceses, logrando una comedia fresca, ágil e inteligente protagonizada magistralmente por cinco actores que llevan la diversión y los momentos de tensión al extremo. La historia se desarrolla en el curso de una cena de amigos, bastante heterogéneos y unidos por estrechos vínculos afectivos y familiares, donde un pequeño juego por adivinar cual es el nombre que recibirá el futuro bebé de una de las parejas desencadenará toda una serie de reproches y resquemores que abrirá las viejas heridas de muchos años de relación entre los cinco. El nombre del futuro bebe será el eje inicial y punto de discordia que enfrentará a cada uno de los personajes, desvelando sus verdaderos secretos, opiniones y pensamientos mas íntimos a través de mordaces e inteligentes diálogos que recuerdan en algún punto al genial Woody Allen. Es prácticamente inevitable relacionar El Nombre con la última película de Roman Polansky Un dios salvaje, similar en su vertiente teatral y con quien guarda similitudes estéticas y estructurales, además de ser también una producción francesa. En ambas la trama gira en torno de una discusión y la acción transcurre en el interior de un apartamento, con una puesta embebida de una atmósfera teatra, pero las diferencias radican en el tema y como la dupla de directores supo optimizar admirablemente las posibilidades escénicas del reducido espacio con un montaje ágil y variedad de planos que dinamizan la escena. Notables interpretaciones que retratan con profundidad y verosimilitud la galería de personajes que sacan a relucir sus miserias y sentimientos (un intelectual de izquierda ajeno a la realidad y su abnegada esposa, su inculto y snob hermano con su atractiva mujer de apariencia frívola y otro amigo aparentemente homosexual), terminan por conformar esta imprevisible e hilarante tragicomedia que entretiene y divierte inteligentemente.
Sin gags innovadores Del productor de las películas Todo un parto, Projecto X y la trilogía ¿Qué pasó ayer?, cuya tercera parte arribará a los cines en mayo, llega este nuevo film que demuestra una vez más la obsesión de Hollywood y los productores que allí desembocan en exprimir al máximo una formula conocida para obtener iguales resultados. Pero a pesar de las estrategias de marketing que intentan vincular a este fallido film con la exitosa saga de similares características ¿Qué pasó ayer?, donde las buenas actuaciones supieron efectivizar los gags, este nuevo film de los mismos guionistas y productor de aquella no devino en idéntico resultado. Con un guión prácticamente copiado de los films mencionados, pero haciendo hincapié en el cumpleaños número 21 del joven Jeff Chang (Justin Chon), un estudiante aplicado con un padre extremadamente rígido que ve con muy malos ojos los ejemplos de estudiantes desperdiciados a causa de la diversión y el exceso en las fiestas, el relato va presentando una serie de gags que surgirán a partir de la llegada de sus dos amigos de la secundaria Miller y Casey (Miles Teller y Skylar Astin) para festejarle su mayoría de edad. Situaciones (supuestamente) divertidas y vistas hasta el hartazgo en otras comedias del estilo, pero representadas sin gracia y con una recurrencia a lo escatológico que provocan el efecto contrario, son la marca de agua de este relato donde no faltan los detalles de manual como las drogas, mujeres desnudas y un sinfín de humillaciones al protagonista. Actores sin feeling con el espectador y chistes nada innovadores y sin gracia, hacen que la fiesta de los 21 pase al olvido antes de cumplirlos.
Esta ópera prima del realizador Ariel Broitman adapta la novela “La maestra de canto”, de Silvia Arazi, en un film que pareciera haberse concebido a la medida justa de la cantante y actriz argentina Elena Roger, tras su exitoso paso por Broadway con el musical "Evita", de Andrew Lloyd Webber, junto a Ricky Martin. La película aborda la relación de Ana (Roger), aspirante a cantante de ópera y Federico (Sergio Surraco), músico y pintor frustrado con deseos de consagrarse y trascender, cuyas vidas se verán alteradas con la llegada de Úrsula (Esmeralda Mitre), una joven bella, dueña de una voz extraordinaria y enigmática personalidad. Un triángulo donde surgirán juegos de seducción, misterio, celos y admiración. Broitman recurre a un cuaderno de pinturas y notas de oscuras reflexiones junto a la voz en off como elementos primordiales para narrar esta historia que va y viene en el tiempo e intenta alejarse de la narrativa clásica, para darle preponderancia a la creación de climas y explorar el drama interno de sus personajes, cobrando vital importancia la música. Pero la intención de abordar temáticamente al arte en muchos aspectos, con una narrativa arriesgada para relatarlo, hacen que la historia pierda fuerza e incluso se vuelva confusa e inverosímil en varios de sus pasajes. Lo más logrado del film radica entonces en ciertas escenas y planos, muy bien logradas desde la puesta y fotografía pero fundamentalmente por el valor añadido que le da la excelente banda sonora (compuesta por Pablo Sala) que se transforma en el principal recurso narrativo que potencia y enriquece el relato. Ya sea como contrapunto didáctico o expresando directamente su participación en la emoción de la escena, es a través de la música y los sonidos que ciertos fragmentos cobran significación. Elena Roger vuelve a demostrar sus dotes actorales, acompañada de un Sergio Surracco que no logra transmitir sus emociones y una Esmeralda Mitre impávida con la que cuesta identificarse. La participación de Juan José Camero, en un papel para el olvido, y la siempre correcta y entrañable Adriana Aizemberg, completan el reparto de un film que por momentos cautiva visual y musicalmente, pero cuya historia y personajes no logran identificarse con el espectador ni dar lugar a la reflexión.