Un olvido seguro El director de TRON: Legacy, Joseph Kosinski, regresa con un nuevo film de ciencia ficción que adapta una novela escrita por él mismo, donde en un futuro distante un soldado exiliado en un desolado planeta trata de sobrevivir a los últimos restos de una primitiva raza alienígena. En Oblivion, la historia se centra en un planeta Tierra devastado luego de una guerra entre los humanos y alienígenas donde la raza humana gano la guerra pero perdió el planeta y vive en Titán, una de las lunas de Saturno. Sólo quedan dos personas en el planeta, Jack Harper (Tom Cruise) y su compañera Vika (Andrea Riseborough), que forman parte de una operación masiva para extraer los recursos vitales del planeta para llevarlos a Titan. Pero la recurrencia de un sueño perturbador comenzara a cobrar sentido en Jack cuando en una misión extra oficial rescate a Julia (Olga Kurylenko), la mujer misteriosa del sueño, que reavivara sus sospechas y cuestionara sus convicciones sobre la aparente realidad. Con una puesta en escena y un diseño de producción que sabe aprovechar bien los decorados naturales de Estados Unidos e Islandia, sumado a la espectacular resolución digital de 4K con que fue rodada, logra conformar ciertos clímax y pasajes visualmente interesantes. Tras una extensa introducción y pocas escenas de acción, el relato va dosificando información y logra mantener cierto misterio sobre la verdad casi hasta el final, donde una vuelta de tuerca comienza a explicar el previsible desenlace. Mas allá del tópico, abordado por multiplicidad de films como la emblemática Blade Runner, Moon, El vengador del futuro o Solaris, por citar algunos y de los cuales Kosinski alguna referencia ha tomado a la ligera, Oblivion no desarrolla grandes escenas de acción (salvo la persecución entre una nave espacial y dos robots vigías) y las contrarresta agregando personajes y subtramas que no desarrolla y hacen decrecer el interés notoriamente. T. Cruise, que ya había salido airoso en el género de la mano de Spielberg en Minority Report: Sentencia Previa y Guerra de los Mundos, se carga el film al hombro y logra un personaje creíble, acompañado de dos actrices poco gestuales que solo le aportan la cuota de belleza a la pantalla y un correcto Morgan Freeman, cuyo papel se asemeja más a una participación que un rol secundario. A pesar de ser un género atrapante y abordar un tema conocido, la escasa acción y personajes poco interesantes hacen de Oblivion un film que deja verse pero no consigue ser entretenido, y sobre el final, la inexplicable fascinación del cine hollywoodense por explicar todo sin ceder un mínimo de espacio a la imaginación del espectador ávido de ilusión, cierra con un clásico "happy end" al estilo Disney apto para todo publico, que muy probablemente sentencie el film al olvido.
Juan Taratuto, director de las comedias, "No sos vos soy Yo", "¿Quién dice que es fácil?" y "Un Novio para mi Mujer", incursiona en el género dramático con su nuevo film La Reconstrucción, un drama intimista que se enfoca en un hombre solo, rutinario y algo abrumado y abandonado que sin proponérselo consigue reconstruir no solo su vida personal sino la su familia más cercana. Con paisajes de la Patagonia como escenario tiene lugar esta historia que gira en torno de Eduardo (interpretado por Diego Peretti), un callado, apático y rutinario ingeniero que trabaja en un yacimiento petrolífero y que más allá de su trabajo vive como un completo ermitaño, hasta que la llamada de un amigo rompe con su rutina. El reencuentro con su viejo amigo Mario (Alfredo Casero) y su familia sumado a otro hecho trascendental, será una prueba de fuego que le permitirá explorar sus sentimientos, enfrentarse a su pasado y la posibilidad de reconstruir su vida y la de la familia de su amigo. Con una puesta en escena que hace foco en el protagonista, y con una estética visual que aprovecha los fríos y despojados escenarios de la Patagonia para amalgamarlos con el estado de anímico de los personajes, Tarattuto va construyendo lentamente un relato que intenta permanentemente exponer los procesos personales e íntimos de sus protagonistas. Pero tras la primera media hora el relato se vuelve completamente previsible y comienza a prevalecer los clímax y atmosferas, bien logradas a través de sus ajustados diálogos, silencios incómodos y el gran trabajo actoral de su protagonista, logrando cautivar aunque no empatizar con sus personajes. Diego Peretti logra trasmitir muy bien el dolor y la angustia de un personaje al que el destino le da una segunda oportunidad, acompañado por un Alfredo Casero que sabe aportar sutilmente su humor en los diálogos para romper la tensión en los momentos justos, y una correcta Claudia Fontan en el papel de la esposa. La Reconstrucción es un film de notable calidad técnica, que atrapa por sus atmosferas y la gran interpretación de Peretti, pero con un relato previsible donde la ausencia, la soledad se transmiten más por los escenarios que sus personajes.
Un reparto de lujo El nuevo trabajo del reconocido director español Cesc Gay, mezcla inteligentemente la comedia y el drama en un relato estructurado en cinco historias que tienen como protagonistas a hombres de alrededor de cuarenta años, desconcertados y perplejos, que se ven envueltos en situaciones cotidianas que reflejan su principal conflicto: la crisis de identidad masculina. Con una puesta en escena sumamente sencilla y sin una fotografía que se luzca, pero con un reparto de lujo y a través de divertidos diálogos y un guion que funciona como una pieza de relojería, Una pistola en cada mano sabe transmitir con certeza y naturalidad ese momento tan particular en la vida de los hombres. El realizador de Krampack, Hotel Room y Ficció abre la película con el reencuentro fortuito de dos amigos (Eduard Fernández y Leonardo Sbaraglia) tras años de distancia, para seguir luego con un ex marido (Javier Cámara) que intenta volver con la esposa que ya ha reorganizado su vida. El tercer eslabón es el que comparten Ricardo Darín y Luis Tosar en el banco de una plaza, cuando un esposo (Darín) espía a su mujer en departamento ajeno. En el cuarto, un empleado de oficina (Eduardo Noriega) seduce a su compañera, y en el quinto dos parejas se cruzan en un ingenioso juego sobre la virilidad y la sexualidad. Cinco historias, cinco relatos sobre personajes auténticos, humanos, interpretados por grandes actores que logran revelar a través de sus diálogos, en pequeños gestos, miradas o silencios estratégicos, la incapacidad de los personajes para expresar lo que sienten, su soledad, la ausencia y la necesidad del otro. Un retrato sobre carencias, plasmado sin compasión y con humor, que expone a hombres confusos en busca de una nueva identidad.
Un merecido homenaje Este film que marca el debut de Sacha Gervasi en la dirección, no es un biopic profundo y minucioso sobre la vida y obra del “maestro del suspense”, ni se presenta como tal. Basada en el libro de Stephen Rebello, “Alfred Hitchcock and the Making of Psycho”, la película se adentra en lo que fue la gestación, filmación y postproducción de Psycho (Psicosis), tal vez la más audaz aventura cinematográfica que se convertiría en el filme más controvertido y legendario del director británico. La historia se centra en un Hitcock que, desesperado por romper moldes y no repetir sus propias fórmulas, lo arriesga todo por adaptar la sangrienta novela de Robert Bloch basada en hechos reales. Y cuenta como Hitchcock, con su esposa y colaboradora Alma Reville, hipotecan su lujosa casa y su bienestar para inventarse una película donde su estrella femenina es asesinada a la media hora de proyección, lo que cambiaría la estructura formal de este arte al violar de forma consciente una de las reglas más antiguas de Hollywood. El relato se estructura narrativa y formalmente, y a manera de homenaje, como una especie de “Alfred Hitchcock Presenta” (la serie de televisión creada por este icono del celuloide), desarrollando una trama con tres conflictos importantes: por un lado las anécdotas de rodaje de Psicosis, manteniendo los aspectos principales de aquella como el endeudamiento personal para financiar el proyecto, la pelea con los estudios y la censura y el armado de una campaña de publicidad tan ingeniosa como efectiva y con la que lograría cuatro nominaciones a los Oscar. Por otro, la especial y significativa relación que el director mantuvo con su esposa y colaboradora Alma Reville, a quien le atribuyen la contratación de Anthony Perkins para el papel de Norman Bates o la elección de la música “afilada” compuesta por Bernanrd Herrmann para la escena de la ducha. Un tercer conflicto tiene que ver con las alucinaciones de Hitchcock sobre Ed Gein, el asesino múltiple que le dio las claves para el personaje de Norman Bates, y que presumiblemente Sacha Gervasi utiliza para crear algo de ese clima sombrío con el que emblemático director perfumaba sus historias. Hitchcock es un relato atractivo y entretenido que avanza con buen ritmo y calidad técnica, manteniendo el interés del espectador, homenajeando a uno de los hitos del cine y acercándonos al retorcido universo de Hitchcock, con más de una lógica licencia artística sobre lo que ocurrió realmente en el rodaje de Psicosis. Por ejemplo, ignoran la leyenda que cuenta como Saul Bass (aquel maravilloso diseñador de títulos de crédito), dirigió la antológica secuencia de la ducha cuando se enfermo Hitchcock, en lugar de su esposa como lo muestra el film. Anthony Hopkins ofrece una interpretación memorable, dando vida a este personaje tan particular,que con su característica papada, su particular tono de voz y movimientos o gestos distintivos, nos presenta a un ser humano carismático, divertido, audaz e imprevisible al mismo tiempo. Tanto la genialidad del maestro del suspenso, como sus obsesiones, su alcoholismo y su compulsiva glotonería, está muy bien retratadas por un Hopkins que logra hacerlo tan despreciable por momentos y tan irresistiblemente divertido en otros. Helen Mirren hace una creación sutil y magistral de la sufrida y sagaz Alma Reville, que logra retratar su complicada vida al lado de alguien tan singular como atormentado, tan extraordinario en su arte como retorcido en su existencia. Algo curioso ocurre con los actores secundarios, que logran imponerse a sus personajes, lo que ocasiona una rara sensación por la cual nunca logramos ver, por ejemplo, a Janet Leigh o Vera Miles, sino a una Scarlette Johansson que no logra evocar la figura, mezcla de fragilidad y sensualidad, de su personaje, o a una Jessica Biel fría y distante. La presencia de otros personajes caricaturescos, como el presidente de Paramount personificando la idea del directivo de estudio entrometido, o el escritor trepador que intenta seducir a Alma para triunfar en Hollywood, o el personaje Anthony Perkins (Un James D’Arcy siempre inseguro), no sobresalen en la trama pero sirven a la consecución del relato. Como un especie de macguffin (clásico recurso hitchconiano), el director Sacha Gervasi utiliza los entretelones de aquel arriesgado proyecto para presentarnos un relato que con gran simpleza narrativa y sin profundizar demasiado en los personajes, nos da un sutil pantallazo de otros aspectos intrigantes de la vida personal de un hombre que se vendió al público como marca registrada a la vez que ocultaba sus turbulencias emocionales, como la obsesión enfermiza por sus protagonistas femeninas, sus tendencias voyeuristas o su elevado interés por el lado oscuro de las personas y las cosas. Un hombre que comprendió antes que nadie que el director es la estrella y se lo hizo saber muy pronto no solo a la industria y a las estrellas que él dirigía, sino también al amado público Hitchcock no ahonda demasiado en la vida del director ni revela nada nuevo sobre el cineasta, pero es una propuesta entretenida, muy bien actuada y con una banda sonora (a cargo de Danny Elfman) que juega con el misterio, el romanticismo y el humor del relato, cuya simpleza dramática alcanza su máximo clímax cuando se recrea la primera vez que la famosísima escena de la ducha se vio en pantalla y Hitchcock tiene la oportunidad de escuchar las reacciones del público detrás de la puerta del cine, anticipándolas como si fuera un director de orquesta. Tal vez alguien que nunca vio la versión original de Psicosis, o no conoce nada del icónico director, perderá buena parte de la diversión, pero aquellos que si lo hicieron disfrutaran de la experiencia de revivir esa mítica escena de la ducha desde otra perspectiva. Hay un texto de Slavoj Zizek (filósofo y psicoanalista esloveno) muy interesante sobre Hithcock titulado "Nunca se puede saber demasiado sobre Hitchcock" ( Žižek, 2000), cuya consideración nos llevara a disfrutar un poco más de este film.
Una elaborada puesta en escena Este segundo trabajo como director del español Paco Cabezas, combina elementos propios del policial y el thriller con ciertos aportes de humor negro, en un relato que narrativa y formalmente presenta numerosas referencias a directores de la talla de Guy Ritchie, Danny Boyle o el mismo Tarantino, pero con una vuelta de tuerca basada en elementos o personajes característicos del cine español que funcionan muy bien. Con un comienzo al estilo Snatch (o de algún modo a Memento) veremos la trayectoria de una bala que se congela antes del impacto, para que el protagonista comience a relatar en tono de flashback qué lo ha llevado a esa situación. Con referentes estéticos y narrativos de los ya mencionados directores, Carne de Neón suma a una galería de personajes extravagantes compuesta por prostitutas, cafisos, yonkis, policías corruptos y mafiosos, que se mueven en un mundo sórdido y salvaje, otros tan particulares como la prostituta con Alzheimer y un travesti singularmente almodovariano, que combinados con escenas de violencia tratadas con cierto sadismo tragicómico, propio de Álex de la Iglesia, logra atrapar al espectador y generar por momentos cierta sensación de complicidad con estos personajes que, a pesar de traficar con mujeres y bebés y secuestrar o matar si la situación así lo requiere, resultan simpáticos. En ello contribuye la solvencia y solidez tanto de los roles protagónicos como de los secundarios, dándoles naturalidad y verosimilitud a sus personajes. Se destaca la gran calidad técnica y puesta en escena que, con planos elaborados y efectistas acompañados de una atractiva fotografía, contribuyen significativamente en la estilización del film. Con personajes arquetípicos pero carismáticos y aún imitando estilos, Carne de Neón sorprende en su alternancia del thriller violento al humor sádico, manteniendo siempre el ritmo y la fluidez del relato. Paco Cabezas logra dotar al film de una identidad propia,con personajes entrañables, entretenido, vertiginoso y que sorprende.
Este nuevo documental del realizador Tomás Lipgot, cuyos trabajos anteriores ("Ricardo Becher-Recta Final", sobre el director de cine internado en un geriátrico, o "Moacir", sobre el cantante brasileño que estuvo en el Hospital Borda) también intentan abordar a personajes difíciles, se centra en Jack Fuchs, un polaco de 88 años sobreviviente del Holocausto que actualmente vive en Buenos Aires y para el cual tuvieron que pasar cuatro décadas luego del horror para que empezara a contar su conmovedora historia. Con tan sólo 15 años fue encerrado en el gueto de su pueblo natal hasta 1944, fecha en que fue deportado junto a su familia a Auschwitz. Desde ese momento perdió contacto con sus seres queridos y fue trasladado nuevamente al campo de concentración de Dachau, donde fue obligado a trabajar. Allí permaneció hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial. Cuando despertó de la pesadilla real, viajó a Estados Unidos y en 1963 se radicó definitivamente en Buenos Aires, En los últimos años, Fuchs se ha dedicado intensivamente a la difusión del tema de la Shoá (la memoria del Holocausto) en numerosas instituciones, escuelas y universidades judías y también católicas de varias ciudades del país. Actualmente es colaborador de la sección "Contratapa" del diario Página/12. Tras 40 años de silencio, Jack Fuchs pudo comenzar a contar su historia, primero en una entrevista concedida a Página/12 hace más de veinte años y posteriormente en un libro que la psicoanalista y poeta Eva Puente escribió luego de incontables horas de conversación con Jack y cuyo título dio nombre a éste documental. Luego Fuchs escribió los libros "Tiempo de Recordar" (Editorial Milá, Buenos Aires, 1995) y "Dilemas de la Memoria" (Editorial Norma, Buenos Aires, 2006), donde relata su infancia en Polonia, recuerda a sus padres y hermanos, analiza el avance del nazismo e, incluso, opina sobre temas de actualidad como el conflicto árabe-israelí. Una cámara que busca permanentemente transmitir los sentimientos de un ser humano que sufrió los horrores de Auschwitz y que perdió a toda su familia en la Segunda Guerra Mundial, pero que ha logrado rearmar su vida con mucho humanismo, combinada con material de archivo, entrevistas y grabaciones de VHS realizadas por el propio Fuchs en su visita años atrás a Polonia y al campo de concentración, sirven para retratar la historia de este sobreviviente del genocidio nazi que a sus casi noventa años, con rostro sereno, tono distendido y con gran lucidez y sabiduría, relata parte de sus memorias y anécdotas logrando la total empatía del espectador. Acertados momentos de animación, que ilustran partes sumamente dramáticas de su relato, sumados a otros en los que se ve el detrás de escena de la filmación, descomprimen mucho el horror que se cuenta y le dan fluidez a este documental. El árbol de la muralla logra una especie de memoria oral del Holocausto, un testimonio que nos hace testigos y que sirve para recordar y que no se repita. Una tragedia en la cual sus propias víctimas tuvieron que buscar la explicación de lo que no sabían y para lo que no tenían palabras. La enseñanza de que, a pesar de los horrores vividos, muchos de los sobrevivientes encontraron la forma de seguir viviendo, volver a amar y construir una familia. Como proclama su personaje: “A pesar de todo, los nazis no nos pudieron deshumanizar”.
El reconocido director Robert Zemeckis, responsable de la inolvidable trilogía de Volver al Futuro, clásicos del cine como La muerte le sienta bien o Forrest Gump, y que en los últimos años se dedicó a dirigir películas animadas con la técnica del motion capture (El Expreso Polar, Beowulf, la leyenda y Los fantasmas de Scrooge), vuelve a trabajar con actores en pantalla en un film que demuestra una vez más su manejo del lenguaje audiovisual y arriesga un poco más, en un relato que a través de su temática pasa magistralmente de un género inicial a otro. El vuelo se centra en Whip Whitaker (Denzel Washington), piloto de avión que tras un aterrizaje de emergencia salva la vida un centenar de pasajeros y es agasajado como un héroe nacional. Sin embargo, cuando se pone en marcha la investigación para determinar las causas de la avería, se descubre que, probablemente, fue precisamente el piloto quien puso en peligro la vida de los pasajeros debido a su alcoholismo. Ya desde el comienzo, Zemeckis se anima a transgredir visualmente en una escena con desnudos, resaca de alcohol y rayas de cocaína que preparan el terreno para una secuencia de acción brillante, con la tensión y dramatismo propias del cine catástrofe pero con un realismo y verosimilitud, ya sea por la puesta en escena pero fundamentalmente por la habilidad de un piloto que parece invencible y demuestra que tiene el control incluso cuando el avión se va de picada, que hacen que el espectador viva la experiencia con más realismo. Una primera media hora, grandiosa, en la que nos muestra al personaje, su pecado y sus incuestionables virtudes como piloto. Cuando el piloto despierte del accidente, el relato vira hacia el drama de un hombre que no cree en nada ni en nadie, adicto a las drogas y alcohólico irremediable que se convierte en figura mediática al aterrizar un avión en las condiciones más adversas imaginables, y cuya adicción le ha costado su esposa y su relación con su hijo adolescente. Zemeckis propone un vuelco a su historia y la desplaza hacia el drama de este piloto que convencido de su acto heroico (en el que es válido pensar que fue posible gracias a las drogas más su capacidad como piloto) y negador de su enfermedad, deberá afrontar también el juicio del accidente. La película explora dramáticamente sobre el alcoholismo, las adicciones, el proceder de las compañías aéreas, los manejes legales y la idea del destino, del encuentro casual que da lugar a sucesos inesperados y que llevan al ser humano a tomar determinadas decisiones. Pero también invita a la reflexión sobre una sociedad que juzga con ojos mediáticos, donde lo que importa es el resultado y al cual muchas veces se llega de la manera menos pensada. Denzel Washingto realiza una estupenda actuación, dando vida a este complejo personaje y dotándolo de una expresión y realismo tal que logra la mimesis del espectador, aun en sus momentos más terribles. Lo acompañan un gran reparto, donde también se luce John Goodman, que con un papel algo estereotipado pero con su explosiva personalidad y jerarquía, deslumbra en las dos veces que aparece y contribuye con dosis de comedia a un relato que sabe presentarlos en el momento justo. El Vuelo es un film que comienza transgresor, con acción y adrenalina, con logradas escenas, una historia verosímil con personajes cuyos conflictos internos parecen no resolverse nunca y una gran dirección que mantiene el hilo narrativo de una manera atrapante. Pero sobre el final, inexplicablemente, Zemeckis opta por la típica resolución hollywoondense donde prima la corrección política, tirando por la borda mucho de lo interesante que el relato fue dejando.
Premio a mejor película y fotografía en Sundance, ganadora de la Cámara de Oro a la mejor ópera prima del Festival de Cannes y sus cuatro nominaciones en los Oscar (mejor película, dirección, guión y actriz), enmarcan este film visualmente cautivante que no atrapa tanto por la historia sino por la sincresis lograda a través de su interesante propuesta visual, su maravillosa banda sonora y sobre todo, la fuerza de su personaje principal, que nos muestra una dura realidad con los inocentes ojos de una niña que sabe encontrar la belleza detrás de la miseria material. La historia se centra en Hushpuppy (Quvenzhané Wallis), una niña de seis años que vive con su padre en una precaria comunidad de una región pantanosa rodeada por el rio y aislada del resto del mundo por un dique. Una feroz tormenta cambia su realidad por completo y ambos elijen sobrevivir en el mundo en el que ellos decidieron vivir, lejos de la medicina, de las reglas sociales y de sus desigualdades. El film es narrado desde la mirada alucinada de esta niña, criada de forma primitiva y preparándola para poder valerse por sí misma en un entorno que así lo demanda, pero con su optimismo infantil y una extraordinaria imaginación que permite combinar durante el relato las acciones de sus protagonistas con metáforas visuales muy bien logradas. Con una estética y fotografía realista y cuidada, que recuerda a varias de las producciones surgidas del nuevo cine Argentino, y con movimientos de cámara constantes combinados con planos subjetivos, la voz en off de la niña, que por momentos sobra y en otros le aporta significación a la historia, y una banda sonora que funciona a la perfección, Zeitlin consigue intercalar momentos de una rara intensidad con otros poéticos sin perder el equilibrio entre la atmósfera realista y las metáforas visuales, logrando transmitir visualmente la realidad de unos personajes que viven un drama humano y social que eligen afrontar a su manera. Tal vez el acierto más importante de este director sea que no juzga ni cae en la denuncia social sobre el progreso que devora toda naturaleza. Su historia es una fábula sobre el crecimiento, sobre la necesidad de desarrollar un instinto de supervivencia ante la vida y sobre la libertad. Un relato que promueve la defensa de una forma de vida, personas que aún en condiciones miserables, ven en su hábitat un paraíso. Exceptuando la enternecedora, pero inverosímil, escena donde Hushpuppy y las niñas llegan a un burdel en búsqueda de su madre y algún que otro momento del relato que resulta un poco lento, la película no pierde frescura y cautiva hasta el final. Mucho tiene que ver en ello su ágil y carismática protagonista de solo seis años, Quvenzhané Wallis, que sobrelleva su peso dramático con soltura y sorprende con la naturalidad con que maneja su cuerpo para transmitir la personalidad de su papel. Mención aparte para esa metáfora fantástica donde un grupo de bestias prehistóricas, que resucitada de los hielos por la imaginación de la niña, va en su búsqueda cual civilización avanza inexorablemente sobre los pueblos, y es enfrentada finalmente cuando la niña, superando al miedo y lista para enfrentarse a la vida, impone su destino.
Drama romántico con desequilibrios Este nuevo film del realizador David O. Russell, cuyo trabajo anterior El Luchador (The Fighter) logró siete nominaciones al Oscar 2011, entre ellas, las de mejor película y dirección, llega a nuestras pantallas como una de las protagonistas de los Oscar 2013, con ocho nominaciones de la Academia, un Globo de Oro por la actuación de Jennifer Lawrence, Premio del Público en el Festival Internacional de Cine de Toronto, cuatro estatuillas de los Critics Choice y una promoción que no tiene reparos en calificarla como la película del año. En este contexto se enmarca esta adaptación cinematográfica de la novela “Silver Linings Playbook” de Matthew Quick, que en una especie de comedia romántica con tintes dramáticos propone reflexionar sobre los desórdenes y obsesiones de gente normal a la vez que critica una sociedad norteamericana donde todo es un juego plausible de apostar. La historia se centra en Pat (Bradley Cooper), que tras pasar ocho meses en una institución mental diagnosticado con trastorno bipolar, vuelve a vivir en casa de sus padres sin estar del todo curado pero retirado por su madre para que se reintegre nuevamente con el mundo. Decidido a reconstruir su vida y obsesionado por recuperar a su ex-mujer, a pesar de las difíciles circunstancias en que se separaron, se topará con Tiffany (Jennifer Lawrence), una vecina más desequilibrada que el propio protagonista y con mala fama que intenta superar la muerte de su esposo y en quien encontrará su verdadero amor. Una clásica historia romántica que intenta marcar la diferencia a través de un abanico de personajes secundarios supuestamente cuerdos (su amigo, asfixiado por un estilo de vida que a duras penas puede mantener, su hermano, que sistemáticamente trata de sobresalir por encima de él, su propio padre, un supersticioso con trastorno obsesivo-compulsivo o una madre sobreprotectora), y otros no tanto como el compañero de Pat, un maníaco compulsivo que no se cansa de escapar del psiquiátrico, y que se sustenta en las buenas actuaciones y diálogos inteligentes que aportan ciertas dosis de humor, sin abandonar los problemas y ansiedades de sus personajes. Pero lo que comienza como un intenso drama familiar con desequilibrios más emocionales que mentales poco a poco se va desviando hacía una comedia romántica con las previsibilidades del género, lo que da lugar a que se destaquen los actores de reparto, pero encamina el relato hacia un final previsible y clásico. Resulta interesante la propuesta estética, a través de una fotografía sin grandes aditamentos y una puesta en escena, que comienza combinando la cámara en mano, travellings y planos giratorios que dan cierto dinamismo a la vez que permiten adentrarse en el conflicto de los personajes y sus incisivos diálogos, para luego, promediando la mitad del film hacerse más convencional y dar lugar al sentimentalismo de manual. El drama de la locura no prospera y lo que atrapa al espectador durante la primera hora comienza a perder fuerza, sin por ello decaer la atención del espectador, que en virtud de un preciso guión, buenas interpretaciones, una importante banda sonora a cargo del gran Danny Elfman y un director que domina muy bien los rasgos del género, termina complaciéndose con un final a todo baile que recuerda en algún punto a aquel ¿Bailamos? (Shall We Dance?) con Richard Gere y Jennifer Lopez. Es para destacar el trabajo de todo el reparto. Pero es en este punto que disiento de algún modo con las grandes expectativas generadas. Tanto Bradley Cooper como Jennifer Lawrence encarnan dos papeles muy complejos y bien resueltos. Pero no percibí que la actuación de Cooper diste mucho de la lograda en Sin límites (Limitless), dando vida a un escritor que gracias a un droga aprovechaba todos y cada uno de los impulsos nerviosos de su cerebro. Si justifico la nominación de Jennifer Lawrence, quien ya tiene una nominación al Oscar por Lazos de sangre (Winter's Bone), y que debe encarnar a esa joven viuda que lidia con la naturaleza impredecible de Pat y sus propios desequilibrios. Su mirada, sus gestos y sus arrebatos de ira, incluso en una misma escena, valen su nominación. Robert De Niro, uno de esos actores que su sola presencia garantiza el disfrute de un personaje, lleva adelante una meritoria actuación, pero no más que aquella realizada en films como Todos están bien (Everybody's Fine) donde encarnaba a un jubilado y reciente viudo que decide ir en busca de su familia para terminar descubriendo una realidad desconocida. El lado luminoso de la vida es un film que no me dejo grandes imágenes para el recuerdo, pero si podría encolumnarlo junto a buenos títulos como Pequeña Miss Sunshine o La joven vida de Juno. Con un número de nominaciones a los Oscar (8 en total), algo excesivo a mi parecer y con un final que encaja con los tópicos pero no convence. Como si la locura se curara por amor.
El fraude Mentiras mortales o Fraude (título que también lleva y mejor le queda a este film), es un modesto thriller donde prevalece más el drama y la intriga que la acción y el suspenso. La historia se centra en un exitoso empresario multimillonario de Wall Street, con una vida social y familiar ejemplar, que decide vender su empresa a un gran banco para retirarse a disfrutar de la vida. Pero con la postergación de la venta de su imperio multimillonario que algo oculta y un sangriento e inesperado acontecimiento que pone en riesgo su reputación personal, el futuro de la compañía y el bienestar de su familia, decide hacer todo lo posible por evitar cualquier pérdida o fracaso. Una historia que intenta adentrarse en el mundo de las corporaciones y el sistema financiero mundial mezclado con una subtrama policial, que intenta exponer el poder manipulador del dinero, la corrupción, el doble discurso, el fraude y la mentira. Partiendo de dos conflictos centrales, el fraude y el acontecimiento policial, y a través de un relato sólido y bien estructurado que va dosificando en forma precisa las acciones que sostienen la intriga, el film logra mantener la atención de un espectador que termina interesándose más por cómo se define la historia que por el drama de sus protagonistas. Más allá del suspenso inicial y de la acción sorpresiva que dará un giro a la vida del empresario, el relato, de ritmo lento pero justificado, comienza atrapando al espectador, pero la atención se mantendrá gracias a dos pilares fundamentales: el estupendo trabajo de Richard Gere (candidato al Globo de Oro como mejor actor) interpretando a este personaje frio, calculador y egocentrista, demostrando su capacidad para lograr la empatía del espectador hacia un personaje que esconde una doble moral y hacerlo creíble ya sea cometiendo fraudes millonarios, engañando a su esposa, o mintiendo al policía que intenta arrestrlo. El otro motivo por el cual el espectador mantendrá cierto interés hasta el final, es la sutil dosis de intriga por saber cómo resolverá el empresario ambos conflictos. Y digo intriga porque, a pesar de contener una subtrama policial, el director no se vale de escenas de acción (salvo la única ya mencionada) ni situaciones que tensionan con verdadero suspenso, sino que elige situaciones dramáticas donde toda la tensión recae sobre los actores, fundamentalmente el de R. Gere. El film pone el acento en el drama del protagonista que debe sortear ciertos obstáculos para salir airoso y no profundiza lo suficiente en la psicología de otros personajes, como el de Susan Sarandon, una mujer caritativa y esposa traicionada que quizás sepa más de lo que aparenta y hubiese merecido un poco más de espacio dramático a lo largo del relato. A lo que se suma una subtrama policial, sin la acción ni el suspenso típico del género, pero con una destacada actuación de Tim Roth que logra convencernos, por momentos, de estar viendo al mismísimo Dr. Cal Lightman en un capítulo de la seré Lie to Me. Mentiras peligrosas es un film bien narrado con un estilo sobrio y solvente que, pese a su corrección formal y las buenas actuaciones, no logra profundizar en el mundo de las finanzas contemporáneas, siendo muy superficial la crítica social que su realizador intenta hacer sobre el mundo de los negocios, ni genera verdadero suspenso y entretenimiento con la trama policial. Una película que promete mucho más de lo que finalmente da.