De los mismos realizadores de la revolucionaria Matrix, en conjunto con Tom Tykwer (director de Corre, Lola, Corre y Perfume: Historia de un Asesino), llega esta mega produccion independiente que no es fácil de visionar. Basada en la novela homónima de David Mitchell, una obra narrativamente compleja, los hermanos Wachowski nos traen este film que presenta seis historias distintas ambientadas cada una en un tiempo y espacio diferente, narradas a través de seis géneros distintos y mezclando pasado, presente y futuro desde el siglo XIX hasta un futuro apocalíptico, tratando de hilvanar todo el relato bajo un mismo concepto filosófico. Una obra que intenta trazar un mapa de la condición humana, superando los límites espaciotemporales, donde todos nuestros actos y elecciones del presente repercuten en el futuro y tienen consecuencia en los otros de manera invisible. Una red basada en la lógica del vínculo humano entre el opresor y el oprimido donde la mayoría de los personajes se cansan de ser abusados y desatan su espíritu revolucionario. Temas que ya supieron explayar magistralmente en Matrix con una historia profunda que generaba su discusión y ofrecía un gran entretenimiento. Es así como el relato va y viene en el tiempo y el espacio a través de la aventura y el drama en el siglo XIX, en épocas de la esclavitud, donde un abogado que viaja a unas islas en el océano Pacífico para concretar un contrato comercial y en su viaje de regreso será sorprendido por un esclavo; El drama romántico de un joven compositor homosexual en la Europa casi nazi de los años 30’que deja a su pareja para ayudar a componer a un prestigioso y anciano músico; Un thriller político ambientado en los 70’en el que una periodista decide investigar el informe secreto de una planta nuclear y descubre que podría poner en peligro a la humanidad; Una especie de comedia en el que un editor de libros de la Inglaterra actual hace una insospechada fortuna y tras ser perseguido por la mafia termina preso en un geriátrico; Una historia de ciencia ficción en una Corea del futuro donde clones hacen trabajos de esclavos y algunos de ellos deciden revelarse al sistema; Y la acción y aventura en una tierra post-apocalíptica, con los últimos sobrevivientes de la humanidad que reciben la visita de seres de una civilización tecnológicamente mas avanzada mientras son acosados por caníbales. La realización es brillante en muchos aspectos, desde los efectos visuales, el minucioso trabajo de vestuario, maquillaje, la fotografía y puesta en escena, pero sobre todo por la extraordinaria labor de montaje, tan espectacular que cada historia, personaje y escenario se va intercalando uno a otro de manera precisa y fluida pasando por las distintas épocas y diferentes géneros (cada cual con una estética y estructura ficcional singular), uniendo cada escena con otra por algo en común: una palabra, un acto, el mismo actor pero en otra época o un simple objeto. Es por eso que la elaborada estructura narrativa se sustenta más por el montaje que por el peso de las historias individuales. La constante necesidad de conectar todo y avanzar fluidamente el relato le impide profundizar en conflictos propios de cada historia, y a su vez los distintos argumentos carecen de un conflicto sólido que genere entusiasmo y empatía con el espectador más allá del interés generado por conocer su final. Por momentos ese pasaje de historia a historia, cuando aún no tenemos muy en claro de qué se trata cada una, puede resultar algo confusa para el espectador. Y el montaje vertiginoso, sobrecargado con diálogos demasiado forzados y obsesionados en el mensaje que se quiere transmitir, logra a veces que la comedia no provoque mucha risa, el drama no conmueva o el romance no apasione. La versatilidad de un elenco estelar compuesto por Tom Hanks, Halle Berry, Susan Sarandon, Hugh Grant, entre otros, componen con solvencia distintos personajes en cada relato (algunos muy disímiles entre sí), pero no logran causar la empatía necesaria para identificarnos con sus personajes y adentrarnos en cada historia. Brilla Tom Hanks, que cumple con soltura todos sus papeles, pero pareciera estar desaprovechada una actriz de la talla de Susan Sarandon y una Halle Berry que dramáticamente no termina de convencer. Cloud Atlas, es una buena película, diferente y original, pero también ambiciosa y pretensiosa. Que a pesar de contar con un excelente despliegue técnico, grandes actores y una gran carga filosófica, no tiene la magia especial de aquella Matrix y termina siendo un film interesante para ver, por momentos entretenido y por otros no tanto, pero de seguro algo agotador en sus casi tres horas de duración. Mención aparte para la historia del futuro en Corea del año 2130, donde el diseño de los ambientes y escenarios mas la puesta en escena y las secuencias de acción, con el inconfundible sello de los hermanos Wachowski, son de lo mas logrado del film.
El mundo del Arcade Disney parece arriesgar un poquito más en cada nueva producción animada, como agionándose a este mundo globalizado del siglo XXI que ha visto caer gran parte de sus viejos paradigmas y donde todo es, o parece ser, en función del punto de vista que se adopte. Ralph el demoledor sigue en parte cierta línea argumental ya abordada por Megamente (DreamWorks Animation) o Mi villano favorito(Illumination Entertainment) en donde el malo deja de serlo, pero eleva la apuesta y propone un poco mas. La reunión de terapia grupal repleta de villanos con su frase de cabecera “Es bueno ser malo, y no hay nada de malo en no ser bueno”, da inicio a un relato que si bien responde a los cánones Disney destinado a un público mayormente infantil y juvenil, da lugar a otras capas de lectura que lo vuelven interesante también al publico adulto. A partir de un salón de videojuegos Arcade (muy popular en los años 80’), en el que al cerrar el establecimiento cobraran vida los personajes de los juegos, el film logra construir un universo integrado por mundos de naturaleza completamente diferentes donde cada máquina es un mundo conectado a la Central de Videojuegos (maravillosa combinación de Central Station Neoyorquina con viaductos futuristas y un sistema de transporte por medio de los cables de corriente eléctrica) y en donde los personajes de los videojuegos viven sus propias vidas tras culminar su jornada laboral. Ver los personajes animados en acciones típicas de la vida real como Qbert pidiendo limosna o Sonic en los anuncios de seguridad para personajes es uno de los aciertos del film. Este es el escenario donde Ralph, un villano que tras 30 años de ser el malo del video juego y no tener nunca un reconocimiento, se cansa y quiere por primera vez dejar de ser el malo. Ralph observa como los héroes y buenos siempre son premiados, y que si algún día quiere ser aceptado por los demás y formar parte del clan de los buenos deberá convertirse en el héroe y conseguir una medalla. Es ahí cuando empieza su aventura. Mas allá del aspecto técnico, con un diseño de arte asombroso cuidando los mínimos detalles como el contraste de diseño generacional, estilos de animación e incluso texturas completamente diferentes para cada personaje (desde insectos gigantes extraídos de un mundo post-apocalíptico hasta inocentes niñas que se visten con dulces), secuencias de acción y aventura y un montón de referencias, guiños y cameos que los adictos a la tecnología sabrán encontrar y apreciar, todo el peso dramático y emotivo recae en sus entrañables protagonistas. Un Ralph consciente de su entorno y con un conflicto interno que lo dispone a luchar por un cambio y una niña, de naturaleza errónea (Vanella Von), histriónica y mordaz que es despreciada por ser una falla pero que no deja de luchar por su objetivo, son el eje central de una historia original, entretenida y emotiva que indaga sobre la amistad, nuestro lugar en el mundo y la felicidad. Ver las cosas desde otras perspectivas (los personajes buenos tienen sus momentos de malos y viceversa), cuestionar y romper los estereotipos, pensar que pequeños defectos sean en realidad virtudes que nos hagan crecer como individuos, pero fundamentalmente nunca dejar de buscar nuestra identidad y propósito en la vida. Ralph el demoledor es una película entretenida, emotiva y original que además de rendir homenaje a toda una generación que en los 80 vivió el mundo del Arcade, suma a su clásico final Disney un interesante espacio de discusión con su llamativo mensaje final: "Soy malo, y eso es bueno. Nunca seré bueno, y eso no es malo. No quiero ser nadie más. Y soy feliz." ¿Si lo importante es ser feliz, esta bien ser feliz de ser malo?
Una mirada sobre el poder Alexander Sokurov, uno de los realizadores más importantes de la cinematografía mundial y poseedor de un estilo propio que llevó a catalogar sus trabajos como verdadero cine de autor, cierra con la figura de Fausto su tetralogía de films integrada por Molock en 1999 (sobre Adolf Hitler), Telets en 2000 (sobre Vladimir Lenin) y Solntse en 2005 (sobre el emperador Hiro Hito), destinados al estudio de la naturaleza del poder y sus terribles consecuencias. Sokurov adapta el texto de Goethe y hace una relectura del mito del pacto con el diablo para indagar sobre la semilla del mal, el poder y la tiranía (una de las obsesiones del cineasta), pudiendo asociar éstos, como germinantes del ascenso de los totalitarismos, la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto, abordados en los otros films mencionados. El doctor Fausto, bien interpretado por Johannes Zeiler, es un hombre de ciencia carente de cualquier anhelo, esperanza o creencia en una ciudad donde acaba de terminar una guerra, plagada de soldados, de muerte y de podredumbre del alma humana. Insatisfecho, famélico, destinado irremediablemente a la angustia y pese a su dominio intelectual dirige sus acciones a la exploración del mal sucumbiendo a las manipulaciones del diablo, representado por un viejo usurero, cínico, repulsivo y decrépito (encarnado solemnemente por Anton Adasinski) y al cual Fausto no puede abandonar en la oscuridad y lo persigue siempre en el límite del bien y del mal, en la promesa de ese conocimiento último. Así es como el diablo lo manipula poco a poco para hacerlo caer en su enrevesada telaraña con la promesa de liberarse de ser profunda e irremediablemente humano. Un viaje escabroso donde la lucha incesante entre luz y oscuridad se refleja en el fastuoso tratamiento plástico del film. Con un exacerbado hiperrealismo en los ambientes, filtros de colores grises y amarillentos, desenfoques, un exhaustivo trabajo con la luz y las sombras y encauzado por una pantalla cuadrada (incluso cambios de formato para transmitir la sensación de encontrarnos en un sueño), Sokurov logra una atmósfera asfixiante que envuelve al espectador en una sensación de irrealidad espectral y nos remite al expresionismo de Murnau. El comienzo del film es una metáfora en sí mismo que sintetiza de manera magistral lo que luego se desarrollará a lo largo del relato. (El descenso desde la inmensidad de un cielo nublado hasta la habitación donde el doctor Fausto hurga en las entrañas de un cadáver putrefacto). Una especie de autopsia del hombre como un fragmento de la totalidad del mundo que se debate entre ciencia y espíritu, entre cuerpo y alma, y que dispuesto a todo en su búsqueda de respuestas acaba dejando atrás sus deseos, anhelos y compañeros para proseguir su marcha en solitario a conquistar montañas más altas. Construida con diálogos digresivos sobre el sentido de lo divino, lo humano, la lujuria, el deseo, el hambre y la venganza, Fausto invita al espectador a dejarse transportar a un universo con sus propias reglas, donde por momentos es cautivante, en otros perturbadora, algunos fragmentos tediosos y otros que dan lugar a la reflexión. Fausto resultó ganadora del León de Oro en la última edición del Festival de Venecia, pero forma parte de ese cine que no suele tener su lugar en la cartelera comercial, y cuando la tiene hay que aprovechar la oportunidad de experimentar un cine que no nos dejará indiferentes.
Esta película producida y realizada como un telefilm en coproducción con Canal Encuentro marca el debut cinematográfico del escritor Mempo Giardinelli que, convencido de la fuerza y calidad de su novela "El décimo infierno" (un relato policial en el cual se realiza una analogía con los círculos del infierno planteados por El Dante), adapto y dirigió el mismo. Así es como el escritor traslado su novela a un formato muy distinto sin considerar, tal ves, la real dimensión de los códigos del lenguaje cinematográfico, para lo cual recurrió al documentalista colombiano Juan Pablo Méndez Restrepo en una colaboración que no resulto en un producto muy acertado. La acción comienza cuando Alfredo (Patricio Contreras), quien mantiene una relación oculta con la mujer de su socio y aparente amigo, le propone a su amante (Aymará Rovera) deshacerse del marido. A partir de allí, las cosas tomarán un curso que sumirá a sus personajes en una especie de road movie violenta por las rutas del norte y el litoral argentino. Es destacable la labor de Patricio Contreras y Aymará Rovera que cargan sobre sus espaldas el enorme esfuerzo de encarnar unos personajes con una relación extraña y enfermiza pero cuyos realizadores no lograron dar forma del todo en el guion. Con buena química y escenas de gran intensidad, pero desaprovechados en muchas otras. Hay un trabajo de montaje muy interesante con cierto estilo que pareciera homenajear, por decirlo de alguna manera, al cine de Tarantino o Robert Rodriguez. Con algunos encuadres sugerentes y bien logrados pero con un exceso de planos cortos que dramáticamente no aportan a la trama y un abuso del plano detalle del cigarrillo que se consume. El ambiente húmedo y denso del Nordeste argentino complementa muy bien una composición visual donde el fuego y el calor ocupan un lugar primordial, con planos de fogatas, humo y los ya mencionados cigarrillos como una metáfora del infierno al que los personajes se van aproximando. Pero la falta de personajes consistentes, la excesiva reiteración de planos que terminan distrayendo la trama y la innumerable cantidad de situaciones inverosímiles que evitan la empatía del publico con la historia, hacen que El decimo infierno mas allá de entretener deseamos que llegue antes. La semana anterior asistimos al estreno de Las ventajas de ser invisible, opera prima de Stephen Chbosky quien también adapto y dirigió su novela. Siete días tardo la taquilla local en mostrarnos el cielo y el infierno.
Un momento adolescente Stephen Chbosky, autor del exitoso best seller “The Perks of Being a Wallflower” adapta dicha obra a la pantalla grande, en un film que aborda de forma sensible, delicada y entretenida aquello que forma parte de la cultura popular de la preparatoria (Escuela media para Argentina) y la difícil transición que viven muchos en ese momento de la adolescencia. Con una estética retro y una banda sonora que nos transporta a los 90’, el film narra la historia Charlie, un chico muy particular que se aventura en los primeros días de la temida preparatoria estadounidense después de varios eventos que cambiaron su vida. Su inteligencia, ingenuidad y su extrema sinceridad son un obstáculo para relacionarse normalmente hasta el día en que conoce a Patrick y Sam, con los que crea un lazo especial y provocarán un giro radical en su vida que lo sumergirá de pleno en la adolescencia. La historia se narra a través de un relato que va combinando muy bien el recurso de la voz en off del personaje principal, con unas cartas que Charlie escribe a su amigo y los diferentes sucesos que van dando forma a la historia. El relato fluye naturalmente y aún en las escenas de drama no se pierde el ritmo, permitiendo al espectador adentrarse a la vida de estos contrastantes y pintorescos personajes que vivirán las típicas problemáticas adolescentes y escolares con temas como los conflictos familiares, las primeras citas, la homosexualidad, las drogas, la amistad, el amor. Otros más profundos como el suicidio y el abuso sexual también quedan plasmados a través de las experiencias de este grupo de jóvenes, que tienen en el desarrollo de la relación entre Charlie y su tía Helen los momentos más dramáticos del film. Emma Watson (alejada ya de su personaje de Harry Potter y con un parecido a Natalie Portman en sus comienzos), Ezra Millar (en un papel totalmente opuesto al psicópata que le da nombre a la ópera prima de Lynne Ramsay, Tenemos que hablar de Kevin) y Logan Lerman (con astucia y sorprendente naturalidad) conforman un elenco de actores sensibles entregan la profundidad requerida a sus personajes para dar vida a unos muchachos que luchan por seguir adelante pese a todo lo que han vivido y sus propios conflictos emocionales. La música adquiere una relevancia especial, tanto para enfatizar ciertas escenas como para delinear aún más los personajes, y por sobre todo para emocionar inevitablemente a aquellos espectadores que por esos años también grababan cassettes para intercambiar con amigos o sus relaciones. Dentro de la excelente selección de temas se pueden escuchar a The Smiths con "Aslepp", David Bowie con "Heroes" , New Order con "Temptation" y varias bandas indie de los 90’, sin olvidar los homenajes al cine, como la referencia a “The Rocky Horror Picture Show”. Algunos clichés demás restan meritos al bien construido guión, pero son pocos y no alcanzan a opacar el desarrollo de un film que logra capturar la esencia de un momento y una época determinante en la vida de un adolescente.
Un drama bien narrado El consagrado Clint Eastwood regresa a la actuación cuatro años después de su gran papel en Gran Torino (2008), en un film que también lo tiene como productor pero esta vez no en la dirección. Algo que no sucedía desde 1993 en el thriller En la línea de fuego, con su memorable trabajo a las órdenes de Wolfgang Petersen. Esta vez el director fue Robert Lorenz, un legítimo discípulo del maestro que tras acumular mucha experiencia como asistente de dirección y productor de Clint Eastwood en más de 20 películas, incluyendo Poder absoluto (1997), Río místico (2003), la ganadora del Oscar a Mejor Película Million Dollar Baby, (2004), Cartas de Iwo Jima, J. Edgar e Invictus entre otras, debuta en la dirección. Dato a tener en cuenta ya que podría explicar como un drama con todos los elementos para ser una gran película termina siendo un film muy bien realizado. Curvas de la vida nos trae a quien ha sido uno de los mejores cazadores de talentos de béisbol por décadas, pero se niega a reconocer el paso del tiempo y afrontar que su carrera podría terminarse. Con una hija con la que nunca tuvo una relación estrecha y cuyas vidas los han llevado en direcciones opuestas, pero que lo acompañara en su último viaje como cazatalentos obligándose a enfrentar sus diferencias. Dos personas que escudadas en su trabajo evitaron siempre enfocarse en algo más y no tener que explorar su lado más profundo y emocional. Una historia que indaga sobre nuestras prioridades, carreras, amistades y familia, ante ciertas circunstancias que la vida nos pone enfrente. Con personajes que enfrentan una transición, un punto de quiebre que los obliga a cambiar a pesar de lo aterrador que pueda ser el cambio Clint Eastwood, interpreta magistralmente a este hombre que se acerca al final de una larga carrera y que es demasiado orgulloso, o demasiado necio como para revelar que sus ojos ya no son tan precisos como sus instintos, que cree en los métodos ya conocidos y comprobados de hacer las cosas pero que le guste o no deberá afrontar los cambios. Un personaje con muchos elementos de aquel veterano entrenador de Million Dollar Baby y el viejo cascarrabias, prejuicioso y egoísta de Gran Torino, que Eastwood desarrolla con gran naturalidad y sus dosis de humor corrosivo. Pero a pesar de la estupenda actuación de C. Eastwood y Amy Adams, acompañados de un gran elenco con nombres de la talla de John Goodman, Matthew Lillard, Matt Bush, Robert Patrick, Scott Eastwood, Curvas de la vida no profundiza en los aspectos sombríos de estos personajes y solo los atiende sobre el final, para dar curso a las acciones que devendrán en un clásico happy end y lugares comunes que se acercan más a los dramas románticos que Clint Eastwood jamás hubiese incluido. Con una estética y puesta en escena que hacen recordar permanentemente a su maestro, Lorenz eligió, tal vez, una veta más romántica y una banda sonora sin jazz para diferenciarse. Curvas de la vida es un drama bien narrado y prolijo en su construcción, pero sustentado principalmente por las excelentes actuaciones de un gran elenco.
Las relaciones paternofiliales según Sorín Tras su anterior film, El gato desaparece, en el que cambiaba de registro para ofrecernos un ejercicio de cine clásico, Carlos Sorín vuelve con una pequeña y sencilla historia donde los escenarios de la Patagonia, simpáticos personajes y un lenguaje emotivo, son su marca de autor. La tendencia a un realismo extremo en los escenarios, en la luz, con cierto minimalismo en la puesta e historias mínimas que desarrollan un leve hilo narrativo donde el protagonista arrastra una culpa del pasado que quiere revertir, sumado al uso de intérpretes que no son actores, hablan de un estilo de autor que Sorin supo imponer. Un cine donde la soledad, el abandono familiar y la búsqueda interior son abordadas con personajes muy particulares, con una ternura y sensibilidad a partir de su particular estilo lleno de silencios, en el que los sentimientos afloran mediante la sutileza de sus encuadres y los más mínimos detalles. Todo esto vuelve a estar presente en Días de pesca, donde Marco (Alejandro Awada), un viajante de comercio de mediana edad, ex alcohólico, decide intentar cambiar el rumbo de su vida viajando a la Patagonia para iniciarse en la pesca del tiburón, pero también para encontrar a Ana, su hija, con la que no tiene contacto prácticamente desde hace años. Alejandro Awada domina muy bien el registro de este personaje, melancólico y ex-alcohólico, que en su intento de restaurar un orden familiar quebrado emprende un viaje donde la inmensidad de los paisajes patagónicos vacíos, junto a una precisa puesta en escena, conforman una narrativa que refleja el estado de ánimo del personaje, volviendo la imagen transparente, en pura mirada que invita al espectador a contemplar como un personaje más, el vacío y la incomunicación de Marco. Días de pesca, recuerda en muchos de sus planos o situaciones a Historias mínimas, y bien podría ser una de ellas. Pero esta historia no tiene las simpáticas y divertidas situaciones que conformaban aquel relato y hacían al film mas fluido y entretenido, aquí los acontecimientos más importantes pasan por los detalles mas pequeños, sin por eso descuidar el avance de una historia que por mínima que sea, se cuenta muy bien.
Sin latidos Con un elenco de grandes figuras y un tema interesante para abordar, Otro corazón palpitaba ser una película con grandes actuaciones y una historia conmovedora, donde un hombre debía afrontar la complicada situación de su padre, que precisa de un corazón nuevo, mientras espera el nacimiento de su primer hijo. Así es como Leo (Mariano Torre), a la espera de su primer hijo con María (Elena Roger), se entera que su padre necesita urgente un transplante de corazón. Desesperado, toma las riendas de la situación llevándolo a vivir a su casa y haciéndose cargo de la financiera familiar mientras busca la forma más rápida de conseguir el corazón. La obsesión por salvar al padre lo aleja de su paternidad y su futuro, algo que una galería de personajes interpretados por Fabián Gianola, Betiana Blum, Lito Cruz, Pepe Novoa, Patricia Sosa, Beatriz Spelzini, Carlos Moreno y Adriana Aizemberg, entre otros, le harán reflexionar. Pero los fuertes latidos que dan comienzo al film se irán apagando, como el relato de esta historia que parece desaprovechar tanto talento junto. Con una escueta y recargada secuencia de títulos, que excede la capacidad de retención de cualquier espectador promedio, se presentan los personajes y sus vínculos, dando comienzo a un relato despojado de situaciones interesantes, otras inverosímiles y con una banda sonora que invade todo tiempo y espacio. En este punto, es preciso diferenciar las buenas canciones y sus intérpretes de su función en el relato. Muchas veces un silencio tiene mas poder dramático en la escena, si el plano la acompaña, que una música elegida para suplir algo que la imágen no genera. El film propone desde el comienzo una red de relaciones con potenciales conflictos que luego no desarrolla, desaprovechando la jerarquía de un gran elenco limitado a cubrir los personajes de una historia que pone el acento en la anécdota, casi inverosímil, del final.
Una epopeya automovilística La Buenos Aires - Caracas, fue la mayor competición de Turismo de Carretera de todos los tiempos en la que intervinieron los mejores corredores del automovilismo Latinoamericano de la época, como Juan Manuel Fangio, los hermanos Galvez y Domingo Marimón, entre los 138 heroicos deportistas que se atrevieron a recorrer los 10.000 kilómetros. La CaracasEl documental nos retrotrae 64 años atrás para revivir esa epopeya extraordinaria que tuvo lugar en el año 1948 pero comenzó a gestarse a finales de la década del 30, a iniciativa del vicepresidente primero del Automóvil Club Argentino Carlos P. Anesi con la idea de un rally que recorriera varios países del continente, usando los todavía precarios caminos desde Caracas hasta Buenos Aires. Andrés Cedrón, guionista y director, logra reconstruír los hechos combinando hábilmente material de archivo televisivo, viejas transmisiones radiales, material fotográfico, entrevistas con los corredores sobrevivientes, familiares y personajes involucrados, junto a fragmentos del film Fangio el demonio de las pistas, de Roman Viñoli Barreto (1950), narrando en forma cronológica la evolución de la carrera y generando en el espectador el interés y la expectativa por saber como se fueron dando los hechos. Las simpáticas y reveladoras anécdotas y datos que aportan sus entrevistas tornan entretenido y ameno un relato que abarca no solo los hechos que marcaron la travesía del Gran Premio de la América del Sur, corrido durante 20 días en 14 etapas, sino el contexto histórico, social, político y cultural que envolvía al continente Sudamericano en aquel entonces. Un sueño de los pilotos hecho realidad que atravesó pueblos de América a través del deporte, en el marco de un gobierno Peronista que financió la competencia viéndola como simbolización de la industria y un modo de promulgar la confraternidad y hermandad con los pueblos americanos (Los pilotos serían los “embajadores” designados por Juan Domingo Perón para tal hazaña). Tal vez, algunos testimonios se apartan de la trama principal extendiendo innecesariamente un poco la duración del relato, y ciertos entrevistados o fragmentos de archivo no se presentan adecuadamente cuando aparecen en la imagen, lo que podría funcionar como engaño al espectador para que se identifique con la representación del momento que se esta narrando. Mas allá de estas apreciaciones, Las Caracas es un documental que entretiene no solo a los amantes del automovilismo, sino a todo aquel que profesa “la utopía no es sólo la meta, sino también el camino”. Resaltando el impulso y la valentía de un grupo de soñadores que embarcados en su aventura, inspiraron el camino de otros jóvenes como Ernesto Guevara y Alberto Granado, que tres años después montados en una Norton 500 modelo 39 emprendieran su viaje en motocicleta con el mismo destino final de la carrera.
Debo reconocer que cuando se difundió la primera información sobre este título y el tema que abordaba, pensé que estaría condenado indefectiblemente a ser comparado con el documental Trelew, de Mariana Arruti, sobre la fuga de más de un centenar de presos políticos de la Cárcel de Rawson que terminó en los trágicos fusilamientos de Trelew. Film que lleva ganados numerosos premios y logra calar hondo en el espectador por brindar un genuino testimonio de aquellos hechos contados por sus protagonistas más dispares: desde la frialdad de Fernando Vaca Narvaja hasta la inocencia pueblerina de los taxistas que los llevaron al aeropuerto, y a pesar de estar despojado visualmente de cualquier atracción estética. Pero a diferencia de aquél, Rawson se enfoca en la cárcel misma, para indagar sobre lo sucedido durante la última dictadura militar en la emblemática Unidad 6 y cómo funcionó el mecanismo social de quienes no eran militantes ni represores durante la dictadura. Mezclando un registro documental pero ficcionalizando, el dúo de directores Nahuel Machesich y Luciano Zito, van dando curso al relato con una puesta de cámara que lo ubica a uno de ellos como un personaje más, mostrándose atravesado completamente por el conflicto principal. Así es como Nahuel Machesich va entrevistando a ex presos políticos, ex guardia cárceles, familiares, amigos y vecinos, testimonios que se van alternando con puestas o planos más artísticos propios de la ficción, pero sin el desarrollo de acontecimientos ni acciones que genren atención del espectador, no aportando nada al relato y aletargando su duración. Muchos de esos testimonios no aportan datos demasiado interesantes, tal vez por la forma de indagar de su realizador, por lo que el punto de máximo interés recién llega cuando este descubre que uno de los represores, procesado por delitos de lesa humanidad, luego absuelto por las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, fue su entrenador de fútbol y aún hoy circula por las calles de Rawson con una vida normal en la comunidad. A pesar de la falta de testimonios interesantes y extender en el tiempo un relato que traslucía el mensaje mucho antes, Rawson es un documental que intenta una reflexión sobre lo ocurrido en ese lugar durante la última dictadura militar y la responsabilidad social de esa comunidad. Y ese objetivo lo cumple. Para que las nuevas generaciones sigan tomando conocimiento de la memoria colectiva verdadera, con relatos reales de la gente y no visiones oficiales que daban otra realidad.