Mirar sin ver En los primeros minutos del film, vemos a Cornelia (Luminita Gheorghiu) hablar despechadamente de un hombre. No es su amante ni su pareja, aunque el tipo de reclamo así lo infiera. Habla de su hijo Barbu (Bogdan Dumitrache), con quien mantiene una relación absorbente y conflictiva. La mirada del hijo (Pozitia copilului, 2013) desarrolla este particular vínculo entre madre e hijo agravado por un accidente que cambiará el curso de sus vidas. Cornelia tiene unos sesenta y pico de años, su hijo treinta y algo. Nunca se llevaron bien, y ahora que él se independizó la relación es cada vez más tensa. Ella sin verlo –la mirada es fundamental en la película- lo asfixia, lo invade, lo atosiga. Él mantiene un resentimiento latente hacia ella. Pero las cosas se complicarán cuando él atropelle y mate a un niño y la ley le caiga encima. Cornelia intentará por todos los medios ayudarlo, cuando termine por atropellar –figuradamente- a su propio hijo. La película ganadora del Oso de Oro en el Festival de Berlín 2013, es un relato de personajes. Personajes a quienes conocemos por su psicología expresada en su comportamiento y relaciones con los demás, como en los mejores films de Mike Leigh (Secretos y Mentiras). La acción se centra en Cornelia y en su obsesión con su hijo ya adulto. Una continua cámara inestable sigue su errática conducta, al modo de registro casual de las situaciones. Barbu tiene un carácter similar, apabullante con su mujer. Se lleva el mundo por delante y el accidente en cuestión simboliza su proceder. Ella buscará por todos los medios restablecer el vínculo con su hijo. Apelará a sus saberes de abogacía y nivel económico para evadir lo mejor posible la condena, siendo este uno de los puntos más interesantes de la película, pues muestra la miseria humana ante la desesperación. El accionar de la policía o del otro implicado en el accidente, lo demuestran. Este film rumano dirigido por Calin Peter Netzer retrata hábilmente la suerte de sus personajes con largas escenas que manifiestan sus defectos, llevados a extremos dramáticos por el relato. Características que comparte con el cine que llega de Rumania por estas latitudes, basta recordar los casos de 4 meses, 3 semanas y 2 días (4 luni, 3 saptamani si, 2 zile, 2007) o Aquel martes, después de Navidad (Marti, dupa craciun, 2010). La mirada del hijo habla también del otro, a quien se debe aprender a respetar, comprender y aceptar sus decisiones. Y lo hace desde la ceguedad materna, pero también desde una actitud de clase -sumada a una cuestión de poder-, a través de un interesante juego de miradas, y con un apoyo fundamental en las actuaciones del elenco, que eleva el relato a niveles sensitivos realmente intensos.
Kevin Costner viaja a París Luc Besson no se desenvuelve bien en el drama -le pasó con La fuerza del amor (The Lady, 2011)- y menos en la comedia -Angel-A (2005) por citar alguna-; su fuerte es el cine de acción, ya sea en su faceta de director, guionista o productor como en este caso. El problema surge cuando mezcla la acción con otro de los géneros menciondos. Ya lo hizo con Familia Peligrosa (Malavita, 2013) y lo vuelve a reiterar con la igualmente infeliz 3 Días Para Matar (3 days to kill, 2014). Kevin Costner interpreta a un agente federal que mata por encargo. En un último trabajo se descompensa y tras ser asistido en una clínica, le detectan un cáncer Terminal que le depara sólo 3 meses de vida y el fin de sus actividades de espionaje. Ya retirado decide reestablecer relaciones con su hija adolescente y su ex mujer a quienes casi no veía por su labor pero, cuando está por ser “aceptado” nuevamente en su hogar, lo buscan para concretar una última misión. Entre la familia y su violenta vocación deambulará la película. 3 Días Para Matar se “vende” (su distribuidora y sponsor oficial “Peugeot”) como un film de acción de los productores de Búsqueda implacable (Taken, 2008), la mejor película producida por el director de El perfecto asesino (León, 1996). Aquel film tenía a un Liam Neeson genial, tipo rudo cincuentón, devenido en héroe de acción a la antigua, recio, solitario y de pocas pulgas, con un sabroso instinto para la violencia. El rescate de Kevin Costner, que cuenta con similares características, prometía un producto “a la altura de” pero no fue así, y no por culpa de Costner -lo mejor de la película-, sino por el guión de Besson y Adi Hasak, que insiste en intercalar tipos que andan en la mala vida con la comedia familiar. El chiste ya le salió mal a Besson en el film con Robert De Niro y Michelle Pfeiffer, y vuelve a salirle mal ahora. 3 Días Para Matar no es una película de acción, pero tampoco es una comedia familiar. Ni una cosa ni la otra. Si los chistes por momentos funcionan es por la presencia corporal de Costner –ya no es necesario que actúe- que pone su cara y curriculum de tipo-duro-fracasado-sentimental en pantalla. No se puede negar que Besson está obsesionado con la “normalidad” que la vida familiar supone, así como con las mujeres bellas y de carácter fuerte. No sólo las películas mencionadas transitan el tema, también Búsqueda Implacable 2 (Taken 2, 2012) o Venganza despiadada (Colombiana, 2011), siempre desde la recuperación de un lazo familiar quebrado. Lo demás serán postales turísticas de la ciudad de París desde todos los ángulos. Ahora quién esperaba ver un buen y divertido producto de acción se quedará con las ganas, o tal vez tenga suerte con Brick Mansions (2014), otro de los estrenos en cartel escrito por Besson, con la actuación del desaparecido Paul Walker.
A bailar el tango Fermín (2014) es una película tribunera. Recurre a toda la batería de efectos posibles para llegar emocionalmente al espectador. Así hay que entenderla, pues no aplica a ningún análisis racional (camina en varias oportunidades por la cornisa, incluso desbarranca más de una vez). Ahora hay que reconocer que en ese tono que prefiere moverse es sumamente eficaz, funciona como buen producto comercial de tango. Desde el vamos la historia es tan ambiciosa que se torna un imposible pensarla como un todo homogéneo. Se traza la historia del personaje Fermín en tres temporalidades: sus tiempos mozos, en 1945, época de oro del tango (interpretado por Luciano Cáceres), en la actualidad con un Fermín anciano (Héctor Alterio) que recita diálogos en forma de tangos en un neuro psiquiátrico, y varios retornos a un último período -oscuro de Fermín y de la Argentina- en el año 1976 con la dictadura militar de contexto y con el fin de explicar narrativamente su fracaso personal. Pero también hay insertos en la historia números musicales, donde se luce el baile del tango For Export, y una subtrama romántica que desarrolla la historia de amor entre el joven médico Ezequiel (Gastón Pauls) que atiende a Fermín anciano, y su nieta Eva (Antonella Costa) que va a visitarlo. Así mismo, hay que reconocer que la película dirigida por Hernán Findling y Oliver Kolker tiene una fuerza inusual que impacta al público desde lo emocional. No trata jamás de evitar estereotipos ni de hacer un planteo sutil de las situaciones: Todo será exuberante, opulento y espectacular para apelar a lo sensitivo y conmover a la platea. Y logra su objetivo, siendo efectiva en su intención de movilizar sentimientos por más que transite por varios clichés del melodrama (tanguero) para conseguirlo. Vale decir también que en algunos lapsos la película parece ser consciente de su actitud desprejuiciada hacia el efecto fácil, e introduce momentos cómicos que aligeran la carga dramática. En la década del treinta y cuarenta en la argentina había una serie de films, como los dirigidos por Manuel Romero, que apuntaban a construir historias desde el tango (muchos estaban basados en letras de tango directamente) para satisfacer el consumo de tango en el exterior. Eran films sin grandes valores artísticos, planteados con fines comerciales y muchas veces descalificados por los intelectuales. Fermín parece rescatar dicha tradición, y se lanza a los cines con toda su carga de temas relacionados al tango, y con la nostalgia como caballito de batalla. El resultado es una película para disfrutar y nunca tomarse demasiado en serio. Habrá que relajarse y dejarse llevar. Con tal actitud desprejuiciada, Fermín puede provocar hasta ganas de salir bailando del cine. No diga que no le avisamos.
¿Qué tendrá el petiso? A simple vista El secreto de Lucía (2013) parece ser del tipo de estreno argentino del montón, hecho con buenas intenciones pero sin la calidad de otras producciones nacionales, de esos que pasan desapercibidos por la cartelera comercial. Pero vale la pena –nunca mejor dicho “la pena”- echarle un vistazo y descubrir que no es un film intrascendente. Arriesga tanto en sus pretensiones que muestra las grietas de su producción dejando al descubierto carencias que podrían haberse evitado. A saber: la película cuenta con un gran elenco compuesto por Carlos Belloso, Emilia Attias, Adrián Navarro, Tomás Pozzi, Roberto Carnaghi, Manuel Vicente, Naím Sibara y Arturo Bonín. Narra la historia de un ventrílocuo (Belloso) que convoca para su gira por el interior de la provincia de Buenos Aires a un petiso (Pozzi) para hacerlo pasar por muñeco corriendo el riesgo de ser desenmascarados. En su camino ambos personajes se cruzan con Lucía (Attias) una atractiva cantante que será objeto de deseo de más de un hombre: los citados y el periodista que comienza a relatar la historia (Navarro). El mayor problema de la película es la debilidad de su conflicto, que no alcanza para mantener ni justificar ninguna de las acciones que vemos a continuación. Sin embargo el relato comienza correctamente planteando un cuadro de situación costumbrista en la argentina de 1969, con algunos estereotipos –el pobre, el chanta- que no desentonan. Pero la película no se conforma con sutilezas y va por más, como un equipo fútbol dispuesto al ataque que lejos de ser vencedor termina desnudando sus fallas defensivas. El secreto de Lucía padece algo similar a lo señalado por cronistas deportivos: la falta de argumentos sólidos. Luego de este comienzo trillado pero prometedor, la historia se interna en el melodrama. El film comete el pecado de tomarse demasiado en serio premisas narrativas banales: que el hombre de baja estatura esté ahorrando para operar a su hermanito con el fin de hacerlo crecer y no se convierta en objeto de burlas como él; la anécdota de cómo murió su padre -que no mencionaremos aquí- es ridícula como metáfora y peor si se toma en serio; el drama de Lucía de no poder regresar a su pueblo –Chacabuco- porque el dueño del periódico del lugar (Vicente) no quiere que novie con su hijo (Navarro); y más aún si tales líneas argumentales se mencionan entre llantos descarnados. La película continúa su rumbo ya no dudoso sino incontable cuando cae de lleno en el policial pasional. Las pistas y el supuesto misterio que construye la trama son tan débiles como el incomprensible desenfreno sexual que provoca su protagonista. Y no porque Emilia Attias no sea hermosa –de hecho lo es- sino porque no hay motivos para que produzca la pasión que causa en los hombres de su alrededor (el petiso inclusive). Hay problemas en la película para pasar de un tono de relato a otro, para trasmitir emociones –con hacer primeros planos de actores llorando que recitan diálogos trágicos no es suficiente-, y sobre todo para resolver algunas escenas, como el final de la película por ejemplo. Es en este tramo final que se pierde absolutamente toda sutilidad narrativa, se expresa todo de manera frontal y tajante, y el film falla, causando gracia donde correspondería emocionar, y generando un distanciamiento donde debería capturar la atención. Queda mencionar el tema de la carencia de altura (el personaje ni siquiera es enano, simplemente petiso). ¿Por qué plantearlo desde el drama tan obvio, con asunto discriminatorio en el medio? ¿No era esperable cualquier línea de diálogo relacionada a su estatura? Quizás si El secreto de Lucía hubiese tomado el tema sin la seriedad discursiva que lo toma, sería más digerible, más objetable. Pero no, es en su afán de ir en busca de efectismos dramáticos fáciles termina errando feo. Eso si, cualquiera que diga que es una película más del montón, estará equivocado. Por las mismas razones que es condenada será recordada en el tiempo. Al menos por quienes la vimos.
Cuando prima la leyenda Hace un tiempo, el estreno de Aballay, el hombre sin miedo (2010) marcaba el retorno de los llamados films “gauchescos” o western criollos. El grito en la sangre (2014) es un proyecto anterior que por esas cosas del destino llega a las salas posteriormente. Una película impulsada por Horacio Guarany que recupera lo mejor de aquellas historias emblemáticas del cine argentino industrial. El resultado es un trabajo muy correcto que rinde honor al género. Basada en la novela Sapucay del mismo Horacio Guarany, la película narra la historia del Calí (Abel Ayala), un joven que ve morir a su padre en extrañas circunstancias. El chico jura venganza y pasará su vida buscando al asesino. Ante algunos infortunios, su cabeza corre peligro y es apadrinado por un viejo capataz de estancia (Horacio Guarany), quien se dedica al arrendamiento de reses y lo contrata entre sus peones. El tipo desconoce su paradero hasta que la situación estalla por sí sola. Contrario a lo que podía suponerse por los riesgos que implica transitar un género no habitual para el equipo técnico y artístico, El grito en la sangre es un muy buen trabajo, técnicamente impecable, con un manejo notable de la fotografía que destaca los paisajes campestres con loables puestas de sol, pero también retrata el interior de los personajes al expresar mediante claroscuros y contraluces, los diversos sentimientos que experimenta el protagonista. Además del trabajo estético El grito en la sangre es un film de narrativa inteligente: recurre a sentimientos básicos como la venganza, la traición, la lealtad y el amor para construir los cimientos del relato. Los recursos formales están en función de la historia que se cuenta, y potencian la carga dramática del argumento. En este aspecto el director Fernando Musa demuestra un gran virtuosismo en la resolución de escenas, tanto en el diagrama de la puesta en escena como en la construcción de las mismas. El otro punto que redondea una película digna en su propuesta, son las actuaciones que logran trasmitir la parquedad de los hombres de campo. Y lo hacen con un naturalismo auténtico, sin componer un estereotipo ni ser demasiado realista. Porque el film se establece como un mito, una leyenda de las tantas que circulan imaginariamente por esos espacios. Como toda gran épica, la película que toca temas universales, transita la tragedia clásica. En este aspecto quizás sea el punto más flojo del film al tener que forzar ciertos elementos del relato para manipular el argumento en función del destino inevitable. Sin embargo, El grito en la sangre no deja de sorprender por su correcto desarrollo temático y formal, reinstalando la temática gauchesca de la mejor manera: con una sólida narración, bien contada y mejor filmada.
Artistas de Saladillo Este documental dirigido por Diego Braude cuenta la particular actitud y compromiso del grupo de teatro de la ciudad de Saladillo. Una historia que comienza con la figura de Néstor Mancini, reconocido actor de teatro que nos relata sus experiencias y carrera profesional, para centrarse luego en la actividad del Teatro Comedia de Saladillo. Néstor Mancini viaja de Buenos Aires a Saladillo. La cámara lo acompaña en el recorrido a este incansable y soñador personaje del interior de la provincia de Buenos Aires. En su pueblo natal forma a un grupo de teatro vocacional conformado por la gente del barrio. El documental relata en su primera mitad cada caso, cada personaje de la población relacionado al teatro, su vida cotidiana y su pasión por las tablas. En la segunda parte lo individual se funde en lo colectivo, será el teatro con sus integrantes aquello que llene de orgullo a los habitantes de Saladillo. El trabajo de Diego Braude rescata la pasión y compromiso de este grupo de personas comenzando por Néstor Mancini y trasmitido a cada uno en su grupo de teatro. Los integrantes saben que no se trata de un trabajo para subsistir, no se trata de ganar dinero. El teatro pasa por otro lado como bien afirman: se trata de una actividad reconfortable para ellos, para su pueblo, la posibilidad de “explorar y explorarse” como afirma uno de los jóvenes actores. Los sueños, los anhelos de cada verdadero artista, que coinciden en un punto fundamental: no buscan la fama personal sino el reconocimiento colectivo del equipo que conforman. Saben que el esfuerzo del grupo mejora la vida de cada individuo que lo integra. En ese espacio la película gana terreno, describiendo un mundo particular pero también haciendo honor a su condición unida. La unión hace a la fuerza dice el refrán y el film focaliza tal virtud distintiva. Fabricantes de mundos (2014) es un homenaje sentido al teatro y sus artistas que, con tanta pasión y profesionalismo, construyen un espacio cultural que enriquece la vida de toda la localidad de Saladillo.
El lugar vacante El director de La joven vida de Juno (Juno, 2007) y Amor sin escalas (Up in the air, 2009) se embarca en un film distinto, donde el misterio y la tensión son fundamentales en el relato, aunque no por ello novedoso. Aires de esperanza (Labor Day, 2014) cuenta la historia de una madre (Kate Winslet) y su hijo (Dylan Minnette) quienes viven aislados en un pequeño pueblo sureño luego de que el padre de familia los abandonara. Por esas cosas del destino –y de la película- aparece Frank (Josh Brolin) un preso que acaba de escapar de prisión y para ocultarse se inmiscuye en la vida privada de ellos. Lo que parece un problema termina siendo una solución: la madre tiene al hombre que necesita y el niño al padre que lo guíe. Pero tarde o temprano la policía golpeará la puerta. Si uno ve el trailer de Aires de esperanza ya adivina el final de la película. Incluso detecta el tono melodramático pasional que desarrolla. Pero sin embargo el film sorprende, no argumentalmente, sino a nivel tratamiento del relato. El director Jason Reitman busca por todos los medios de darle un trato sensorial al asunto, es decir, prioriza trasmitir sensaciones, y no siempre de amor o paternales, sino sensaciones propias de un film de suspenso con una utilización del sonido puntillosa para dimensionar cada momento con detalle. Así la película se lleva su mejor parte en la elaboración de climas y atmósferas angustiantes, calurosas y densas, donde la desconfianza y la incertidumbre deambulan en el ambiente. El otro recurso interesante del film es centrar el relato en el punto de vista del chico, ya utilizado por el director en La joven vida de Juno. En esta oportunidad busca salirse de la historia de amor convencional y construir una fantasía adolescente, idealizando al personaje de Frank, y mostrando la falta de protección que sufría su madre. La película logra con este procedimiento convertirse en una fábula de aprendizaje tamizada por los recuerdos de juventud. De cierta forma, Aires de esperanza encuentra sus semejanzas con la película de Clint Eastwood Un mundo perfecto (A Perfect World, 1993), otro relato sobre un presidiario en fuga que asume el rol de padre con el pequeño en apariencia secuestrado. Si a la historia de Un mundo perfecto la traicionaba su destino de tragedia, a Aires de esperanza le sucede lo mismo pero con el melodrama redentor. Tal es así que el film no termina de redondear un producto conciso, cayendo sobre el final en los lugares comunes que tanto intentó eludir.
Cuestión de identidad Presentada en el 10 Pantalla Pinamar hace unos días, y tras un emotivo recibimiento, se estrena Nacidos vivos (2013), un documental valiente y necesario dirigido por Alejandra Perdomo sobre los bebés que fueron entregados, vendidos o robados en el pasado, y que hoy ya adultos buscan conocer su verdad. Un tema no difundido que afecta, según cuenta su realizadora, a más de 3 millones de personas sólo en Argentina. En una población de 40 millones de habitantes como tiene la República Argentina, que 3 millones de personas no conozcan su verdadera identidad es grave. Sobre todo porque el único organismo que ayuda a las víctimas de robo de bebés a hallar su paradero tiene su oficina en Capital Federal: la Oficina de Derechos Humanos, del Registro Civil de Buenos Aires. La película describe esta y otras dificultades de un cuadro de situación complejo y duro donde reina el desamparo. Y no lo hace desde una lucha enmarcada en ninguna militancia política, ni desde un sentimiento de desquite: la directora afronta su trabajo reconociendo la labor de víctimas de identidades sustituidas que buscan su verdadero origen. El trabajo abre de esta manera una puerta a las personas que necesitan encontrarse, apoyarse, y unir fuerzas en esta batalla por recuperar su verdadera identidad. Nacidos vivos es una investigación que viene a desenmascarar el robo y la venta de bebés bajo el título de falsas adopciones. Una herida que excede el territorio argentino, evidenciado cuando el documental se traslada a España y cruza testimonios que padecen el mismo problema. El mensaje que pregonan es simple: que la “sustitución de identidad” sea considerada un delito de lesa humanidad a fin de que no prescriba. La Dra. Eva Giberti (adopciones) y la Sra. Mercedes Yañez (creadora de la Oficina de DDHH del Registro Civil de la CABA) aportan la complejidad de su labor para poder llegar a una búsqueda biológica exitosa. La banda sonora del film está compuesta por la cantante Viviana Scaliza, ex Blacanblues, una de las entrevistadas cuya identidad también fue sustituida al nacer. Siempre es saludable que en vísperas del día de la memoria (24 de marzo) se estrene una película con una temática acorde. No porque tenga que ver exclusivamente con la última dictadura militar -de hecho trasciende la misma- sino porque es un tema de identidad y memoria que se solucionará sólo gracias al esfuerzo de muchos y a la labor digna y frontal de todos.
Érase una vez en el subdesarrollo Cuando uno ve una película norteamericana de mafias, siempre le surge la idea de cómo sería ambientar ese universo de violencia, códios y traiciones en el tercer mundo. La respuesta está en El infierno (2011), película mexicana dirigida por Luis Estrada que viene a cerrar la trilogía no oficial del director sobre sátira política que incluye a La ley de Herodes(1999) y Un mundo maravilloso (2006). Benjamin “El benny” García (Damián Alcazar, protagonista de toda la trilogía) va en busca de un destino mejor a los Estados Unidos dejando en su humilde rancho a su madre y hermanito. Tras una elipsis temporal de veinte años, vemos a Benny volver a México esposado y con la orden de no regresar. Es el comienzo de la película, el destino tragicomico del personaje está a la orden del día. Al retornar a su hogar se entera que su hermano menor ha muerto en manos de la mafia del narcotráfico tras meterse en ese ambiente y ser apodado el Diablo. El benny buscara un futuro digno pero su destino trágico lo insertará en el mundo de las pandillas. El infierno es una gran película porque logra algo fundamental: trabajar desde el clasicismo géneros fundantes como la tragedia, el western y el cine de mafiosos, pero desde una perspectiva absolutamente mexicana. Su película sigue los cánones genéricos del cine mainstream pero siendo un film completamente autóctono. Aparece el inevitable humor negro, la pobreza “color marrón”, la altanería de los “compadres” y la violencia brutal. El cine de mafiosos al que suscribe El infierno, es el de los carteles del narcotráfico, el del machismo injustificado, el del sueño americano ilusorio, el de la corrupción en todos los ámbitos sociales, el del las instituciones asociadas al poder de la droga, y el de una sociedad donde el único valor que rige es el del dinero. Made in México, made in subdesarrollo. Por supuesto que para trabajar desde la comedia, el director recurre a ciertos estereotipos –de mafioso, de prostituta, de gobernante, de policía- pero lo hace para desarrollar un discurso critico, irónico y trágico sobre el universo mexicano. Y lo logra con creces, pues es esa descripción tan carnal que produce empatía y hasta identificación con otros países sudamericanos.
Terror latente Exhibido fuera de competencia en la sección "Nocturna" de la edición número catorce del BAFICI, el film de Santiago Fernández Calvete se enmarca dentro del terror religioso al narrar la resolución de un asesinato con tintes sobrenaturales. Alba Aiello (Agustina Lecouna) es una policía que comienza a creer en religión y asuntos paranormales al presentársele un caso donde los cadáveres aparecen incinerados sin causa alguna. Siguiendo la lógica deductiva, choca con un niño clarividente (Tomás Carullo Lizzio) que será su única oportunidad para resolver el enigma. La segunda muerte (2011) se enmarca en ese subgénero dentro del cine de terror donde el policía estructura el relato a través de la resolución de uno –o varios- asesinatos, y el miedo a lo incomprensible se apodera de la trama. En esa misma línea Alan Parker realizó Corazón satánico (Ángel Heart, 1987) con Mickey Rourke y Wes Craven La serpiente y el arco iris (The Serpent and the Rainbow, 1988) con Bill Pullman, por mencionar algunos clásicos ejemplos. Como en cualquiera de este tipo de relatos, se pone en riesgo lo verosímil de los hechos al enfrentarse la lógica deductiva policial con lo irracional de los hechos sobrenaturales, siendo el mayor punto de tensión la resolución final, ahí donde los caminos deben cerrarse cuidadosamente para entregar un discurso creíble. Tal vez sea aquí donde el film recurra a ciertos efectismos para su desenlace, que diluyan la tensión construida hasta el momento. Lo mejor de La segunda muerte es la generación de climas para promover el suspenso a lo largo de la trama. Es notable en este aspecto el trabajo realizado en la dirección de fotografía y composición de planos, para generar el misterio sórdido en cada encuadre, acorde con la trama. No es novedad que el cine de terror argentino atraviesa un gran momento. Película tras película se demuestra el conocimiento y seriedad con que los directores abordan el género. Y la película de Santiago Fernández Calvete no es la excepción, sino todo lo contrario: un claro ejemplo del dominio de las formas con que el cine de terror logra atrapar al espectador con sus mejores armas.