Vuelven los ladrillitos Si todo vuelve en estos tiempos ¿por qué no van a volver los ladrillitos? Parece ser la pregunta que impulsó la película La Gran Aventura Lego (The Lego Movie, 2013), otro feliz regreso a los años ochenta pero con el ritmo eléctrico de la música disco y el montaje actual. La historia tiene al malvado “señor negocios” como dueño de la ciudad. El tipo ayudado por los “gerentes obsesivos” busca la perfección social –y con ella aniquilar la imaginación de los ciudadanos- con su arma letal “el pegamento”. Pero dice la profecía que “el elegido” encontrará “la pieza de la resistencia” y comandará la rebelión. El problema aparece cuando quien encuentra la afamada pieza es un simple ciudadano común, el protagonista de esta historia cargada de chistes auto referentes a la década del ochenta. Entonces tenemos a una película que refrita personajes de los años ochenta, al mejor estilo Los Pitufos o Los Muppets. Personajes que parecían muertos y estancados en sus arcaicos movimientos alejados de los videojuegos actuales. Pero claro está, así como en los casos mencionados, se le busca la vuelta para adaptarlos y mostrarlos siempre vigentes. Además La Gran Aventura Lego tiene a su favor una frescura y equilibrio narrativo de principio a fin. Sabe cuando hacer los chistes, cuando los guiños y cuando no abusar de ambos. ¿Es una película perfecta? No, su principal problema es que está más dirigida a los padres –que fueron niños en la década del ochenta- que a los niños de hoy, que podrán entender la referencia a Batman –más semejante al de Tim Burton que al de Christopher Nolan- pero no tanto a otros refritos. Lo mejor del film es el poder de la imaginación como tema principal de la trama. No sólo a través del mensaje sino también del argumento, la película recupera y justifica los mundos de fantasía que construye y las libertades estéticas que se toma. El juego constante entre el mundo “real” y el fantástico anclado en la imaginación hace funcionar y revivir a los anticuados “ladrillitos” (según el nombre local). Bienvenidos sean.
Golpe a la mandíbula 12 años de esclavitud (12 years a slave, 2013) es una película shockeante. Por lo que narra y por cómo lo narra. Muestra con crudeza el sadismo ejercido por los hombres blancos hacia sus esclavos. Un sadismo ejercido audiovisualmente del mismo modo que en el film de Mel Gibson La pasión de Cristo (The Passion of the Christ, 2004). El director Steve McQueen (Shame, Sin Reservas) vuelve sobre los cuerpos atormentados para hablar –esta vez- de la esclavitud sufrida por Solomon Northup (Chiwetel Ejiofor). Basada en un hecho real como anuncia en sus comienzos, la película se basa en el libro autobiográfico que el mismo Solomon escribió en 1857, luego de ser secuestrado y transportado a un campo de algodón como esclavo. Solomon era un hombre libre, culto, artista y vivía feliz con su familia. Fue despojado hasta de su identidad, para ser vendido como esclavo. En los campos recibirá el peor de los tratos y su vida correrá peligro constantemente. La película elige mostrar los avatares sufridos por Solomon de manera frontal, directa y sin tapujos, con torturas y desgarramientos de piel en primer plano. El problema surge cuando, mediante este procedimiento, se imposibilita la reflexión al espectador. El shock produce parálisis de los sentidos, bloqueando la distancia entre el hecho y la oportunidad de razonarlo. No hay reflexión, no hay procesamiento del fenómeno vivenciado. 12 años de esclavitud reitera planos de espaldas siendo desgarradas a latigazos, primeros planos de esclavos desechos en llantos, imágenes muy fuertes difíciles de procesar. Su impronta lo es todo y no permite tomar distancia de lo visto. La banda sonora –y nos referimos a todo el sonido, no sólo a la música- es fundamental en este armado. Los sonidos generan climas de tensión invariable y una atmósfera inestable. Los arranques de violencia son resaltados por la edición de sonido, reforzando el impacto causado por la imagen. No juzgamos la veracidad de lo narrado, muy ciertamente lo expuesto en el film de Steve McQueen sucedió así como otro sin fin de atrocidades. Lo juzgable es la manera de representarlo en pantalla, la forma efectista de impactar al espectador sin permitirle digerir el suceso planteado. Como si la violencia cinematográfica fuese el único medio para comprender la gravedad de los hechos representados. 12 años de esclavitud se ubica en el grupo de películas que trajo a la actualidad el tema de la esclavitud: Lincoln (2012), Django sin cadenas (Django Unchained, 2012), El mayordomo (The Butler, 2012). Pero sin lugar a dudas esta película es la denuncia más violenta y descarnada –en todo sentido- del episodio negro de la historia de los Estados Unidos de América.
¿Rocky vs. Toro Salvaje? El mayor atractivo que Ajuste de cuentas (Grudge Match, 2013) supone, viene de la mano de sus protagonistas y el imaginario cinematográfico que acarrean: Sylvester Stallone y Robert De Niro, como dos boxeadores rivales de antaño que se reencuentran en el ring para una revancha en la tercera edad. Henry 'Razor' Sharp (el boxeador que personifica Sylvester Stallone, aunque todo parece indicar que se trata de Rocky Balboa) rivalizó fuertemente en sus momentos de gloria profesional con otro boxeador llamado Billy 'The Kid' McDonnen (interpretado por Robert De Niro que recuerda en más de una ocasión a su personificación de Jake LaMotta). El primero de carácter bondadoso, amable y respetado, el otro borracho, malhumorado y mujeriego. Son oponentes naturales, tanto en el cuadrilátero como en la vida (compartieron una novia que compone Kim Basinger por ejemplo). 30 años más tarde les llega la oportunidad de volver a enfrentarse en un match. Ajuste de cuentas se queda a mitad de camino entre la nostalgia –y el guiño- que produce ver en escena a dos de los más célebres boxeadores que dio la historia del cine (si bien Jake LaMotta existió nos referimos a su representación cinematográfica), y la comedia políticamente correcta que conduce a reordenarse sobre el final. El director es Peter Segal (Superagente 86) y su estilo de abordar semejante propuesta desde la comedia es acertado. Durante la primera media hora la parodia a Rocky (1976) y Toro Salvaje (Raging Bull, 1980) es lo mejor de la película, con chistes efectivos y buen ritmo narrativo. Alan Arkin aporta su gracia como el entrenador de Razor de nombre Mickey, en clara alusión al entrenador de Rocky Balboa. Pero en determinado momento, la historia toma el rumbo de reivindicación personal, tratando de cerrar heridas del pasado en sus personajes, virando al melodrama redentor de cualquier comedia familiar. Sólo queda esperar la lucha final que el otro género solapado, el deportivo, auspicia desde el inicio. De esta manera, la película funciona como reflejo: De Stallone y De Niro hacia sus personajes emblemáticos, de los boxeadores que representaron hacia el ocaso en que se encuentran, del género deportivo hacia su reiteración obvia. Se apoya en los iconos que contiene para hacerlo, y funciona mientras los utiliza. Pero decae en cuanto intenta desarrollar personajes nuevos transitando lugares comunes de comedia sentimental. En definitiva, Ajuste de cuentas no es una mala película pero no está a la altura del duelo tan esperado que promueve.
Universo Montalbano Responsable del absurdo televisivo con programas como De la cabeza, Cha cha cha y Todo por 2 pesos, Néstor Montalbano desembarcó en cine junto a Diego Capusotto con Soy tu aventura (2003) y Pájaros Volando (2010) –éxito de público-, mientras que con Horacio Fontova realizó El regreso de Peter Cascada en 2006. Su última película Por un puñado de pelos (2013), continúa el tono delirante desde el título, al parodiar el clásico de Sergio Leone (recordemos que la película iba a llamarse “Agüita milagrosa”), tanto como al western en cuanto género en sí mismo. A su vez acentúa una visión particular acerca de los pueblos del interior del país (algo muy transitado en todas sus películas) en donde los códigos son otros y las leyendas del lugar tienen tanto valor como la ley en sí misma. Filmada en la provincia de San Luis y protagonizada por Nicolás Vázquez, la película narra la historia de un joven millonario con problemas capilares (y de autoestima) que recurre a una cascada con poderes mágicos para la crecida del cabello. El milagro natural está ubicado en un pueblo del interior comandado por el alcalde Nemesio (Carlos Valderrama o “El Pibe Valderrama", si, el famoso ex jugador de fútbol colombiano) que se verá afectado por la explotación que el citadino empresario quiere hacer del lugar y la llegada del cantante mexicano Luis Miguel (personificado por su doble argentino Andrés Rey) preocupado por una incipiente calvicie. Néstor Montalbano sigue incorporando elementos de la cultura popular –y de masas- a sus producciones, con una interesante mezcla de delirio sin sentido y critica aguda a ciertos valores en decadencia de la sociedad (la transformación de un personaje popular en mito sagrado por ejemplo) y por sobre todo, al capitalismo. Cuestión evidente en la incorporación en el relato de los estrambóticos personajes de Rubén Rada y Norma Argentina, así como el ex participante de Talento Argentino Daniel Ferreyra, entre otros. Por un puñado de pelos no deja de ser una verdadera rareza dentro de la cinematografía argentina, “inclasificable” (según la denominación de su hacedor) dentro de los cánones que rigen la tendencia local, pero no por eso debe ser considerado un film menor, sino distinto. Como todo el cine de Montalbano.
Los locos Blake Se podría hablar de “híbrido” para definir a la última película de Luc Besson. Pero sería muy bondadoso de nuestra parte. Familia Peligrosa (The family, 2013) es un engendro. Un menjurje entre el cine de mafias y la comedia, que termina por hacernos creer que Analízame (Analyze This, 1999) era una buena película. Y eso es grave. Robert De Niro vuelve a parodiar a su personaje predilecto, el del mafioso sin piedad, al interpretar a un padre de familia de nombre Fred Blake, que junto a su mujer e hijos deben instalarse con nuevas identidades en un pueblo de Francia como parte del programa de protección de testigos. En su intento por dejar atrás su delictiva vida, delató a más de un capo mafia que le tienen jurada la venganza. Pero lo divertido -al menos en intención- de la trama es ver a esta familia tipo con germen violento “adaptarse” al pintoresco pueblito francés. Los chicos en la escuela, la madre (Michelle Pfeiffer, en una mezcla de la chica de Scarface con Gatúbela) en el barrio y el padre en sus quehaceres de escritor (su nueva profesión ficticia) que no será otra cosa que la escritura de sus memorias. Su esencia es lo que son, y de forma más brutal –de brutos- que divertida lo demostrarán en sus respectivas actitudes. El que dirige el programa de protección a la familia es Tommy Lee Jones, otro longevo actor que aquí parece parodiar a su personaje más reconocido, el policía duro y terco, que le valió un Oscar en la película El fugitivo (The fugitive, 1993). Entonces tenemos actores que reencarnan su estereotipo en una comedia que será un guiño tras otro. El problema es que con sólo guiños al espectador no se puede hacer una película: hay que armarla bien, estructurarla. Se salva la escena que tiene a Robert De Niro invitado por los socios del cine del pueblo para hablar de Buenos Muchachos (Goodfellas, 1990). Divertida pero sin dejar de ser un gag dentro de una trama que intenta por todos los medios ser graciosa y termina siendo ridícula. ¿Por qué? Porque no termina de ser extremadamente paródica, maneja un registro tan al borde del chiste que no logra causar sorpresa ni sentir empatía por la familia de locos. En este desfile de estereotipos, Luc Besson se olvidó de su figura, acostumbrada al cine de acción donde mejor se maneja o en todo caso a la comedia de acción, pero nunca a la comedia deliberada como en este caso. Y no es novedad, Luc Besson tendrá muy buen pulso para la espectacularidad y las escenas de acción. Pero para lo comedia es un fiasco.
Demenciales muchachos Hay dos maneras de pensar a El lobo de Wall Street (The Wolf of Wall Street, 2013): primero como una película sobre Wall Street, subgénero al que revierte felizmente saliendo por fin de las insoportables moralinas establecidas desde 1987 en el ya clásico film de Oliver Stone. En segundo lugar, dentro de la filmografía de Martin Scorsese que, con una estructura similar a Buenos Muchachos (Goodfellas, 1990), aplica todo su oficio para mostrar el ascenso, debacle y posterior transformación de un criminal, que se mueve como pez en el agua en un universo de excesos y poder siguiendo el sueño americano. La película está basada en el libro de Jordan Belfort (protagonista del relato interpretado por Leonardo DiCaprio) y cuenta la historia de este personaje, denominado “El lobo de Wall Street”, su ascenso al mundo de las finanzas, su vida plagada de reviente y sus vaivenes para conseguir cada vez más dinero. No hay grandes giros narrativos, pero la película sabe como llegar con ritmo, gracia y carisma al espectador: lo introduce en un universo publicitario anhelado socialmente para mostrarnos su fauna y hábitat cotidianos, siempre con la mirada puesta en la ambición en forma de adicción. Ahí, donde cualquier otra película sobre la crisis financiera del 2008 hablaría de consecuencias nefastas y posteriores arrepentimientos de sus responsables, El lobo de Wall Street brinda una bocanada de aire fresco redoblando la apuesta: sus personajes no aprenden la lección, son salvajes, ambiciosos desmedidos e incapaces de imponer un límite a su conducta. Y justamente ahí radica lo genial de la última película de Martin Scorsese. Jamás plantea su film en términos de “buenos” y “malos”. Todo lo contrario. Son seres humanos capaces de realizar los actos más osados en función de obtener su satisfacción monetaria. No por cuestiones personales, ya sean principios, sentimientos, o traumas de la infancia (de moda en las lamentables biopics de jOBS o Diana), sino que sus actos dependen de sus instintos más básicos tergiversados por un discurso social que los avala. El lobo de Wall Street arranca –como Buenos Muchachos- con un personaje narrando en off sus vivencias, y nos lleva a conocer un universo de descontrol. Como si fuera un mundo paralelo al real, siempre atractivo y divertido por la extravagancia de sus criaturas. Tenemos a un Leonardo DiCaprio histriónico y vulnerable a la vez, muy bien acompañado por Matthew McConaughey y Jonah Hill como mentor y compañero de aventuras respectivamente, uno más desquiciado que el otro. Hecho que vuelve al film un viaje a la locura. Scorsese se maneja con comodidad en este tipo de historias y se nota. Aquí no se recurre tanto a la violencia sino a la persuasión como medio para obtener el poder. La farsa, la manipulación discursiva o el engaño, son la receta para alcanzar el dinero. Por tal motivo el director afina su discurso a cámara y obtiene varios planos del grupo de gente que escucha con atención las palabras de Jordan. Atentos, expectantes, esperando ser aconsejados, el público trata de entender los movimientos del personaje, así como el espectador sus estrategias financieras. “No entendieron, no se preocupen” dice Leonardo DiCaprio a cámara. En esos planos Scorsese expresa su crítica ácida al sistema, siempre de forma brutal y directa.
La imaginación al poder Si pensamos que la última película en estrenarse en cines de Ben Stiller director fue Una Guerra de Película (Tropic Thunder, 2008), entenderemos el humor corrosivo del actor de Loco por Mary (About Mary, 1998). La increíble vida de Walter Mitty (The secrets life of Walter Mitty, 2013) mantiene ese estilo tan particular al parodiar a todas las películas esperanzadoras sin dejar de ser una de ellas. Walter Mitty (Ben Stiller) es un personaje gris. Así se denomina al intentar completar su perfil en una red social. Su única intención es relacionarse con su compañera de trabajo (Kristen Wiig). Ella ansía un aventurero, un hombre dispuesto a correr riesgos, y la vida de Walter Mitty no deja de ser ordinaria revelando negativos para la revista Life. Walter sin embargo tiene un gran poder de imaginación que lo extrae por lapsos del mundo real y lo transporta a fantasías publicitarias protagonizadas por él. Pero su vida rutinaria sufre un cambio externo: la revista cambia de directorio y se transforma al formato digital, despidiendo a varios empleados de antaño. Antes de hacerlo pretende sacar un último número con una foto de portada que Walter perdió. En la búsqueda del fotógrafo responsable del negativo (Sean Penn), Walter Mitty emprenderá su viaje transformador. Ben Stiller director aplica su imaginación al modo de Walter Mitty para darle al espectador una sonrisa tranquilizadora frente a los cambios sociales. Pero para hacerlo recurre a varias escenas cursis de films similares: Forrest Gump (1994) o El curioso caso de Benjamin Button (The Curious Case of Benjamin Button, 2008) aportan los momentos más graciosos de la película. Con el guiño cinematográfico constante, el director vuelve a un relato consciente de la fantasía, es decir, subraya la necesidad de la existencia de la fantasía para sobrellevar la rutina diaria. A su vez, la película (remake de un film de 1947) no deja de ser fiel a los relatos promotores de esperanza, apelando a disfrutar momentos, animarse a correr riesgos, y demás. El trabajo de fotografía es fundamental, no sólo por exponer majestuosos escenarios naturales sino para contrastar los colores que adquieren las fantasías y aventuras del personaje con los grises de su rutina diaria. Stiller le pone rostro a este personaje soñador pero siempre bajo la figura del perdedor que sabe interpretar. Pero en los films que dirige parece ir aún más lejos: su personaje sufre por no poder cumplir con los mandatos sociales, de ahí la fantasía publicitaria que sueña protagonizar. Stiller director recurre a imaginarios preestablecidos por la sociedad americana para parodiarlos: la idea de Groenlandia es un ejemplo y utilización de la música pop, la destreza para dominar el skate o el tiburón siempre presente en el mar, otros. La increíble vida de Walter Mitty, sin ser una genialidad, recupera la gracia de las historias esperanzadoras dándole una vuelta de tuerca desde la comedia a los clásicos relatos mencionados cargados de inverosimilitud.
Atrapado en su propia trampa Luego de aquella gran y ambiciosa aventura épica que se llamó Balada triste de trompeta (2010), y de su anterior paso por Hollywood con Los crímenes de Oxford (The Oxford Murders, 2008), Alex de la Iglesia vuelve a sus orígenes con La chispa de la vida (2011): una película con su particular sentido del humor, que transcurre en un específico escenario y con una fuerte crítica a la sociedad española. Alex de la Iglesia sabe cómo atrapar al espectador. Y lo hace primero atrapando a su protagonista. Roberto Gómez (José Mota) está desesperado en la España asediada por la desocupación. Tal situación de encierro y desesperación es llevada al extremo por el director de La comunidad (2000) con su particular sentido del humor negro (muy negro en este caso). Roberto, su criatura, queda literalmente atrapado cuando su cabeza es incrustada por un hierro que lo inmoviliza. Si se mueve puede morir, si se queda la prensa hará un show mediático de su desgracia. Su oficio de publicista le permitirá hacer dinero de la poca dignidad que le queda, mientras que su familia (Salma Hayek interpreta a su mujer) tratará de evitar tal exposición. Desde Crimen ferpecto (2004) que Alex de la Iglesia no ofrece un relato tan cínico sobre la sociedad española y sus miserias. Y lo hace con su particular estructura narrativa al convertir un hecho pequeño en un evento cinematográfico, utilizando todos los recursos del cine para sorprender y envolver a la platea. Como Roberto, el espectador no tendrá escapatoria y accederá a los vericuetos de la historia, asistiendo a todas sus miserias del protagonista y de la sociedad a la que pertenece. La chispa de la vida trae como tema el crudo momento que atraviesa la sociedad española con la desocupación. Y es en tiempos de crisis donde la dignidad y miserias humanas se ponen en juego, parece decirnos el film. Estructurada como una tragedia griega pero sin perder el tono desopilante que caracteriza a su director, la película hace su retrato social. No por nada el protagonista es publicista y queda atrapado en un museo donde se encontraron restos de la civilización española. En tal aspecto, puede criticársele a La chispa de la vida la explicitud utilizada para explicitar su mensaje, pero es justamente tal efectismo el que permite dar un discurso directo al espectador, atrapándolo y enfrentándolo a sí mismo, con los mismos recursos que usan los medios para persuadir a su audiencia. Dicen que las grandes películas son aquellas que desde una historia particular pueden hablar de un tema universal. Se puede debatir si es o no una gran película, pero no puede negarse la efectividad de La chispa de la vida para trasmitir un relato sólido al público. Y eso ya es mucho.
Quiero que me quieran Un lugar para el amor (Stuck in love, 2012) sigue todo los parámetros del cine indie americano pero, y más allá de lo convencional de su trama, logra trasmitir ternura con sus personajes. La historia transcurre en invierno en la playa, cuando los hijos adolescentes del escritor William Borgens (Greg Kinnear) y Erica (Jennifer Connelly), separados como pareja hace tres años, llegan a pasar el día de acción de gracias en familia. Lo que rápidamente se pone en evidencia son las relaciones entre cada integrante del grupo: todos tienen una carencia afectiva. Rusty Borgens (Nat Wolff) es introvertido y no sabe relacionarse con chicas, Samantha Borgens (Lily Collins) se acuesta con tanto chico pueda para no enamorarse, mientras que la pareja adulta está separada: él sigue enamorado esperando que ella vuelva a su lado, mientras que ella está en otra relación pero no puede recuperar el amor de su hija. Si hay algo positivo en Un lugar para el amor, es que sabe construir sus personajes como personajes de carne y hueso, con fallas, perdedores totales frente al mundo. Tanto que sus actitudes generan empatía con el espectador. Tal tratamiento de los personajes hace que pretendamos el mejor de los destinos para con ellos, y obviemos –de este modo- resoluciones mágicas. Como buen cine indie que es, la película escrita y dirigida por Josh Boone atraviesa situaciones de tristeza y alegría con el mismo espíritu nostálgico, como si nos dijera “así es la vida”, para celebrar el transcurrir y percepción de momentos cotidianos. Los personajes se enamoran para luego desilusionarse y deprimirse como niños. Se golpean, saltean obstáculos, para luego volver a ponerse de pie y enfrentar nuevamente el destino. Manera de trasmitir con optimismo aleccionador los vaivenes de la vida. Un lugar para el amor no es un cine realista. Es una fantasía romántica –sin instalarse en el género- sobre la necesidad existencial de ser queridos como seres humanos. Desde tal óptica se entienden algunas vueltas previsibles del argumento. Sin embargo podemos molestarnos por cierta insistencia del film en mostrar a los personajes masculinos como seres tiernos y sensibles, mientras que a las mujeres como personajes fríos y calculadores. Pero tales representaciones no buscan otra cosa que expresar una experiencia personal del director en pantalla, sin intentar juzgar jamás a unos u otros. Por ende tanto la película como los seres que la componen, son sumamente queribles y dejan una sensación agradable luego de conocerlos.
Guerra no santa La venezolana Esclavo de Dios (2013), que participó en la Competencia Latinoamericana en el último Festival de Cine de Mar del Plata, se centra en el conflicto religioso de medio oriente pero con bases en Sudamérica. Un thriller de espionaje con un fuerte discurso sobre el fundamentalismo. Ambientada en Buenos Aires en la década del noventa en medio del atentado a la AMIA, Esclavo de Dios cuenta la historia de un islámico (Mohammed Alkhaldi) destinado a ser hombre-bomba tras un hecho traumático de su infancia. La otra cara del conflicto es David Goldberg (Vando Villamil), un agente judío también con un pasado tormentoso, encargado de desbaratar células terroristas tras el atentado a la Embajada de Israel. La ópera prima del venezolano Joel Novoa Schneider es un interesante relato que funciona a la manera de un policial, tejiendo tramas que conducen a encrucijadas inexplicables. Ahí en la irracionalidad, entra en juego el discurso religioso y su sed de venganza. Esto es lo más interesante del film, que no anda con vueltas a la hora de mostrar su postura sobre el tema. La película utiliza distintas temporalidades y parte de la búsqueda policial como recurso. Trabajar desde el género permite una narración siempre ágil y fluida para retratar los acontecimientos y centrarse en las conductas inexplicables que justifican el odio de sus personajes. Justo ahí donde el dilema existencial se hace presente el film recuerda a El paraíso ahora (Padise Now, 2005), otra historia sobre hombres-bomba que se animan a replantear su destino, esta vez producida en medio oriente. Lo que queda de lado en Esclavo de Dios es el accionar político en este tipo de conflictos, sus intereses y responsabilidades. Un tema tan inexplicable como el fundamentalismo religioso, que también reclama su película.