El evangelio según De Niro No sabemos qué le ocurrió últimamente al gran actor americano. Tal vez no supimos “leer” correctamente La misión (The mission, 1986), pero lo cierto es que Tiempo de caza (2012), así como La revelación (Stone, 2010), son films que pueden denominarse “evangelistas”. No hay que ser un genio para darse cuenta. Basta seguir la historia de redención de un personaje interpretado por Robert De Niro -en los tres casos mencionados- y prestar atención a los planos “milagrosos” para captar el mensaje sagrado. Tiempo de caza arranca con un ex militar parco (personaje habitual de De Niro) aislado en una cabaña en el bosque preparado para salir de cacería. Los flashbacks dan cuenta del oscuro pasado que carga sobre sus hombros cometiendo atrocidades al servir a su país en la intervención en Serbia. Pero los pecados del pasado siempre vuelven (y son mencionados en los diálogos hasta el hartazgo) y aparece el personaje de John Travolta pronunciando un acento espantoso y tratando de vengarse para encontrar la paz en su interior. Lo que sigue es la cacería pero no de venados sino de uno contra otro, con simbólicas e inverosímiles vueltas de tuerca que harán cambiar de roles a los protagonistas. Uno será el cazador y el otro el cazado en la persecución. La trayectoria de éstos dos “atormentados” está filmada como una película de terror de serial killers. El perseguido se arrastrará para sobrevivir y suplicará clemencia, mientras que el otro apelará a su sanguinaria experiencia bélica para atraparlo. Las connotaciones bíblicas continúan al ser el personaje de De Niro capturado y colgado de una pierna, mientras que el personaje de Travolta será ensartado en la boca por un anzuelo. El recorrido pasa por una capilla, con un haz de luz que ilumina a la víctima, y las panorámicas del cielo con los rayos de luces surgiendo entre las nubes cierran el relato. No sabemos cuándo ni porqué Robert De Niro comenzó a buscar la salvación. Lo cierto es que con este tipo de historias, difícil la encuentre.
Nada de azar Las historias de apostadores ya pueden considerarse un género en sí mismo. El joven ingenuo que ingresa en ese universo, metiéndose en problemas con la ley y con la mafia al toparse con el magnate que domina el lugar donde sólo sobrevive el más listo, es una trama repetida hasta el hartazgo (con aprendizaje moral incluido). Apuesta máxima (Runner runner, 2013) es exactamente eso, sin ningún tipo de variante, volviéndose convencional, predecible y por ende aburrida. La historia nos trae a Richie Furst (Justin Timberlake) quien realiza apuestas vrtuales con los estudiantes de la universidad para poder pagar sus estudios. ¿Lo que hace es legal o no? ¿Está bien moralmente hablando o no corresponde? Dilema planteado Richie viaja a Costa Rica, un paraíso para los yankies, donde predomina el juego, la corrupción y las prostitutas, siempre rodeados de hermosas playas naturales. Richie se encuentra con Iván Block (Ben Affleck), el poderoso empresario que monopoliza el negocio del juego virtual, y comenzará a trabajar para él, pero tarde o temprano descubrirá que la persona a la que ha idealizado no es tan amistosa como creía. Cualquier parecido con Wall Street (1987) es pura coincidencia. Todo será lindo y atractivo en la primera mitad para tornarse feo y turbio en la segunda. Entonces la película comienza con el discurso en off plagado de relatividad moral del personaje principal, para generarnos empatía con él. La puesta en escena publicitaria nos vende el atractivo del lugar que dejará impactado al protagonista: paisajes naturales, fiestas filmadas estilo publicidad de Gancia y prostíbulos llenos de chicas que disfrutan estar ahí. Toda una tentación del mundo materialista. El giro de la trama hacia la mitad torna a la representación bruscamente negativa: el carismático empresario se torna misteriosamente malvado, las tonalidades se vuelven oscuras, se enfocan paredes decadentes (de esas que hay en el Tercer Mundo), los centroamericanos empiezan a traspirar y dejar de ser serviciales para volverse violentos, etc. Bajo ese manto “aleccionador” la trama pretende ser más realista y continúa siendo puro estereotipo, inverosímil y con un mensaje cargado de moralina barata. En definitiva, Apuesta máxima cambia el escenario de Las Vegas o Wall Street por Costa Rica, pero sigue reproduciendo la misma historia de ambiciones y sus riesgos, sin ninguna vuelta de tuerca atractiva y subestimando al espectador con discursos viejos y a esta altura, nada creíbles.
Piratas de Somalia Capitán Phillips (Captain Phillips, 2013) viene a retratar la situación dramática atravesada por el capitán Richard Phillips, sucedida en 2009 y plasmada en el libro "A Captain's Duty: Somali Pirates, Navy SEALS, and Dangerous Days at Sea" escrito por él mismo. Desde una narración clásica convencional, se destaca el trabajo de Tom Hanks como el capitán interceptado por piratas somalíes en aguas africanas al comandar el barco carguero estadounidense Maersk Alabama. Tom Hanks interpreta a un tipo común. Común para los parámetros occidentales claro: tiene un trabajo digno, una familia que lo quiere y principios morales que defender. De repente un episodio inesperado altera su vida cotidiana. Nadie mejor que el actor de Náufrago (Cast Hawai, 2000) y Larry Crowne (2011) para componerlo. En este caso particular, es un respetado capitán de un barco carguero que deberá transportar mercadería por aguas acechadas de grupos organizados que se dedican a robar los cargamentos. Phillips y su tripulación tratarán por todos los medios de persuadirlos, pero algo sale mal y el capitán cae rehén de los somalíes. El rescate del prisionero americano deberá producirse antes de que lleguen a tierras africanas. Dentro de una narración clásica como la que aquí se desarrolla, es imprescindible la identificación con el espectador. Que el personaje principal genere empatía con la platea. Y nadie mejor que Tom Hanks para lograrlo, componiendo una vez más, a ese personaje “común” alejado de cualquier acto de heroísmo. Este dato es fundamental porque toda la situación traumática basada en un hecho real, pierde verosimilitud al verse desde una óptica externa. Una tripulación de veinte hombres es apresada por cuatro somalíes en sandalias y con metralletas. Luego, secuestran al capitán del título del film, como ya dijimos, y la marina entra en el rescate: tres barcos militares y un helicóptero. Así y todo, no pueden rescatar fácilmente al hombre. Con estos datos algo deja en claro el film: primero que los cuatro africanos armados son bastantes pobres económica e intelectualmente, pues por más que porten armas son fácilmente engañados por el “hombre blanco”. Por otro lado, y quizás más preocupante, es que la marina estadounidense sea tan inoperante. Semejante arsenal para atrapar a cuatro tipos poco inteligentes –tal como la película demuestra- es demasiado. Un país que destina gran parte de su presupuesto a la producción de armas y educación militar, y así y todo ante una situación extrema como la planteada, no puede destrabar fácilmente un conflicto menor, habla de una falla de inteligencia grave que deberían atender. Pero Capitán Phillips tiene la salvedad de centrarse en su protagonista para desde él contar la historia. No intenta una reflexión a nivel macro en ningún momento. Por ende, vale decir que el film está bien narrado, tiene buen ritmo (aunque se torne un tanto extensa, dura 134 minutos) y cuenta con Tom Hanks para ser el núcleo sensorial del calvario relatado.
El camino a transitar Pies en la tierra (2012) es un emotivo film acerca de un hombre en silla de ruedas que realiza un viaje para visitar a su ahijada. En el trayecto una serie de personas lo ayudará modificando su modo de ver la vida. Con puntos en común a Una historia sencilla (The Straight Story, 1999) de David Lynch, Pies en la tierra cuenta la historia de Juan (Francisco Cataldi), un muchacho de 33 años que se encuentra postrado en una silla de ruedas, atendiendo un puesto de pescado en la ruta. Al fallecer su madre, dejará todos sus miedos de lado para enfrentar un difícil camino por la ruta a bordo de su silla de ruedas. Mario Pedernera, su director, plantea su primer largometraje con una simpleza llamativa. Estructura clásica, lentos tiempos pueblerinos, para ubicarnos en la perspectiva de Juan, apodado Juancho por quienes lo conocen. Como si se tratara de las historias mínimas que filma Sorín, Pedernera sabe captar los sentimientos y emociones de sus personajes para llegar al público. De Juancho conocemos poco y nada, y a medida que se desarrolla el relato conoceremos –o dilucidaremos- sus causas y pasado. La película crece con su progreso, bajo el formato de road movie en el que distintos amables y queribles personajes van incorporándose a la aventura de Juancho. El mejor es el cantante y creyente interpretado por Carlos Belloso (de gran actuación), tan exótico como entrañable. Pedernera logra con Pies en la tierra realizar un relato sólido, sensible y emocional, acerca de cómo sortear los obstáculos de la vida, ya sean externos o internos, para reecontrarse con uno mismo.
En un mundo feliz Primer largometraje del actor Martín Piroyansky en su faceta de director y guionista, Abril en Nueva York (2012), es una comedia romántica que retrata de manera muy genuina los distintos avatares que atraviesa una pareja argentina en el escenario atípico de Nueva York. Valeria (Carla Quevedo) es una aspirante a actriz que solventa los gastos trabajando de camarera. Pablo (Abril Sosa) es su bohemio novio que sueña con ser músico de rock. Los une un amor muy fuerte, hasta que los problemas económicos –propiciados por la falta de trabajo de él- los envuelve en una profunda crisis de pareja. En su primer largometraje como realizador, Piroyansky tiene varios aciertos: la espontaneidad y frescura para captar los momentos de la pareja, y el pulso para trasmitir las emociones internas de sus protagonistas. Filmada con un estilo amateur que impregna toda la película, Abril en Nueva York da la sensación de presenciar el registro fílmico de un diario de viaje. Desprolijo por lapsos, con una cámara que carece de estabilidad y un foco más casual que buscado, Piroyansky hace de tales fallas una virtud: promueve el tratamiento dinámico y tierno de las escenas de pareja. Tan pasional y errática será la relación de la pareja protagónica, como el registro que el director hará de ésta. Sin salirse nunca de la estructura de comedia romántica, con resoluciones fantásticas incluidas, Abril en Nueva York propone la curva dramática de toda relación de pareja, pasando por episodios de fuerte carga trágica que depara la ruptura amorosa. Situación que torna al film de un clima tenso, promovido por los mismos recursos anteriormente citados, que en esta oportunidad trasmiten un realismo crudo –alcanzando una profundidad existencial auténtica-, para luego volver a la frescura del amor. El escenario de la ciudad de Nueva York es el otro personaje del film: tan conocido y habitual en la comedia romántica, como ajeno y distante para la joven pareja. Tras la ruptura, no sólo no se tienen el uno al otro, sino que aquel espacio propicio para la aventura romántica (ser actriz, converirse en músico) se convierte en un obstáculo más a superar individualmente. Una comedia con toques de cine indie americano, cuyo valor fundamental radica en la dirección de Piroyansky para trasmitir las sensaciones que experimentan sus personajes.
El absurdo de lo cotidiano La adopción es un tema complicado en Argentina. Absurdo, para el director Roberto Maiocco que hace foco en las inexplicables trabas burocráticas que se presentan a la hora de darle una familia a un niño. En Romper el huevo (2012) expone de manera frontal la decadencia del sistema de adopciones en la argentina, y con él, una visión pesimista –e igualmente atractiva- de la sociedad. Manso Vital (Hugo Varela en su debut en un protagónico cinematográfico) espera hace doce años que la institución encargada de las adopciones le conceda un niño. Su esposa ya murió y sólo le queda cumplirle el deseo de un hijo. El tiempo pasa y su anhelo se desvanece. Cuando se entera que padece una enfermedad terminal, y sólo le queda esperar la muerte, aparece el ansiado niño. Ahora será más un problema que una solución. La película tiene dos grandes logros: una es la mirada irónica, sarcástica del director, mediante la cual encara con humor un tema delicado y trágico a la vez; y la otra es la actuación de Hugo Varela, que da con el físico perfecto para el rol. Un tipo abandonado a su merced (no por nada se llama Manso Vital), que quiere sonreír pero que el destino no se lo permite. Encorvado, con el pelo apenas prolijo amarrado en la cola de caballo, el actor cómico contiene sus gestos característicos para hacer de su rostro la negación de cualquier tipo de expresión. Maiocco a su vez asume su relato con un pesimismo absurdo, matizado con un color grisáceo, envuelve la trama ya no en la desesperación sino en su instancia posterior: la aceptación de la condena. Y esta tragedia de lo cotidiano, aparece en la gama de colores pero también en el relato y las actitudes de desgano del protagonista. Siempre desde el humor absurdo, no para provocar una carcajada sino para sonreír con culpa de la desgracia ajena. Si Romper el huevo falla en algún lugar, lo hace en la falta de ritmo narrativo. Al tratarse de una comedia, es vital la fluidez del relato para asegurarse que los chistes, por ejemplo, obtengan el efecto deseado. No sucede constantemente en la película y decae el interés de aquello que estamos viendo. Así y todo, lo mejor es la visión desesperanzada del director que, mediante algunos grandes momentos (el personaje de Varela le enseña a su hijo cómo –no- funciona la sociedad, o cuando debe elegir quienes lleven el cajón en su propio funeral) plantea una mirada única y trágicamente divertida para sobrellevar mejor lo cotidiano.
Futuro prometedor Historias Breves 8 (2013) demuestra un gran nivel en los cortometrajes participantes de esta edición. Si bien siempre son desparejas las “tortas” de cortos –difícil que todos estén al mismo nivel- se pueden destacar aquí algunos muy pero muy buenos, otros muy atractivos y varios al menos correctos. Todos, absolutamente todos, son técnicamente impecables y realizados con mucha profesionalidad. En esta octava edición, los temas más variados se presentan en el compilado: El Olvido, cortometraje de Fermín Rivera (que ya ha dirigido en solitario el documental Huellas y Memoria de Jorge Prelorán), plantea un caso de búsqueda de identidad con reminiscencias a la última dictadura militar. De cómo Hipólito Vázquez encontró magia donde no buscaba, de Matias Rubio, es sobre la magia del fútbol. Hay varios que manejan el género de terror con muy buenos resultados como Liebre 105, de Sebastián y Federico Rotstein, sobre una chica que queda aislada en el estacionamiento de un Shopping Center, El desafío, de Andrés Arduin, acerca de un extraño asesinato en condiciones sobrenaturales, y también sobre un homicidio es El ramal, de Mena Duarte. Pero también hay un notable manejo del suspenso y la tensión en Superficies, de Martin Aliaga, y El conductor, de Maximiliano Torres. Por otra parte, Cuestión de té de Monse Echevarría, es una interesante metáfora acerca de la visión de un niño y su percepción de la mentira, mientras que Vida nueva, de Lucas Santa Ana, es la cuota optimista y esperanzadora contextualizada en una cena de fin de año. Decíamos que todos son buenos cortometrajes y es injusto destacar uno sobre otro, pero valen una mención aparte Liebre 105, por el oficio para manejar el suspenso además de citar a clásicos del cine de terror. Superficies tiene un manejo de tensión extraordinario que deriva en violencia tan precisa y atrapante (recuerda al cine de Pablo Fendrik) que sorprende a través de la situación de bulling que plantea. Con los mismos logros se distingue El conductor, que con mínimos recursos logra trasmitir una situación compleja en un viaje familiar en la ruta. Recordamos que todos los cortos están por encima del nivel de otras ediciones, y además (para el espectador ocasional) cuentan con la actuación de actores reconocidos. Si estos son los cineastas del mañana, el futuro es alentador.
Recuerdos de tapa Parafraseando el título del clásico italiano de Ettore Scola, Nos habíamos ratoneado tanto (2013) tanto se centra en los tiempos del destape argentino pos dictadura. Una época donde los desnudos femeninos impregnaron las tapas de revistas de actualidad en la argentina, aprovechando el fin de la censura que la democracia traía consigo. Sin embargo el documental queda a mitad de camino, haciéndose eco de los recuerdos de los entrevistados y sin llegar a elaborar nunca una investigación seria del fenómeno. La apertura que la democracia trajo, se traduce en apertura sexual. Se levanta la censura, y se levantan las inhibiciones y represiones sexuales. Disparador del documental de Marcelo Raimon para abordar el tema desde la nostalgia de los entrevistados, que van desde reconocidos periodistas, productores, directores y editores hasta las mismas “chicas”: actrices y vedette que rondan hoy en día los cuarenta y largos, que supieron mostrar sus atributos en aquellos años gloriosos para la audiencia masculina. El documental en cuanto a producción apenas roza la categoría de “televisivo”. Su realización es tan pobre –hay diferencias de audio entre las entrevistas por ejemplo- que el material de archivo digitalizado termina siendo lo más valioso del proyecto. La estructura está segmentada por las frases “fundantes” que asumen los entrevistados desde su experiencia y opinión personal, para abrir determinados temas. ¿Cómo fue hacer los primeros desnudos? ¿Cuáles fueron las revistas emblemáticas? ¿Qué relación hay entre los desnudos y la libertad? Esta última pregunta anticipa la mas osada y atractiva de las respuestas que nunca llega a contestarse seriamente (no hay entrevistas a sociólogos, psicólogos o alguna otra voz especializada), quedando en la mera opinología de quienes hablan. Se puede interpretar la intención nostálgica tanto de los realizadores del proyecto como de quienes prestan sus voces para hablar del denominado destape. Buena intención que sólo queda en el recuerdo de quienes vivieron esa época con entusiasmo y pretende trasladarse a la memoria del espectador que comparta edad y vivencias similares. Y es en ese afán de charla de café que parece sucederse Nos habíamos ratoneado tanto, sin ninguna otra finalidad que compartir recuerdos y experiencias de la época del destape.
Mala con ganas ¿Qué se puede esperar de una comedia como Chicas armadas y peligrosas (The heat, 2013)? Muy poco, es cierto, pero al menos tres cuestiones elementales: que tenga buen ritmo, que sea graciosa y que no dure más de una hora y media (duración más que suficiente para una comedia estándar). Ahora adivinen: nada de eso sucede. La agente Mullins (Melissa McCarthy) es una policía de barrio que, con métodos poco ortodoxos, trata de poner orden entre los pobres y, por ende malvivientes –entre muchas otras connotaciones negativas- de su barrio. Al atrapar al “negro dealer” es separada del caso por la agente del FBI Ashburn (Sandra Bullock) que, siguiendo todos los pasos que dicta la ley, pretende mediante el detenido llegar al narcotraficante proveedor. Ambas deberán unir fuerzas más allá de sus desiguales personalidades para atrapar al delincuente mayor. Tanto Sandra Bullock como Melissa McCarthy hacen lo que pueden ante un guion escasísimo de ideas. La química entre ellas en pantalla es buena pero no alcanza para sobreponerse a los mediocres chistes de la trama. La historia de la pareja-despareja de policías está construida desde todos los estereotipos posibles: gorda-flaca, bruta-fina, informal-formal. Historia ya contada un centenar de veces y no por eso poco funcional, sino ver la reciente Dos armas letales (2 guns, 2013). Pero en esta oportunidad se recurre también al estereotipo (entiéndase asociación fácil) en los chistes: bruta-vulgar, formal-frígida, pobre-delincuente (ver la representación que el film hace de la familia “pobre” de Mullins a modo de ejemplo). Ante semejante falta de ingenio no queda otra que caer en las groserías, los gags físicos y la discriminación, de la que se salva extrañamente sólo la obesidad (el caso del albino es un ejemplo). El error de los productores es pensar que tener a Sandra Bullock y Melissa McCarthy alcanza para hacer una comedia divertida. Motivo que explica el deambular de la trama en distintos episodios inconexos que no se sostienen en los por demás extensos 117 minutos de duración. En fin, un bodrio olvidable, sin gracia y plagado de mal gusto.
El extraño mundo de Polaco “Un desafío a la incomprensión y el silencio” dice la gacetilla de prensa al referirse a la obra de Jorge Polaco, y cuánta razón tiene. A la hora de realizar una crítica uno busca elementos o datos desde donde abordar la película. Algo imposible si la película es Principe azul (2013). El universo que presenta en pantalla el director es único –en todo sentido- y no tiene ningún anclaje “visible” con la realidad. Es cierto que es fácil escribir estas palabras, pues nos exime de cualquier interpretación equívoca. Ahora tratemos al menos de buscar los elementos que Principe azul tiene en común con el resto de la filmografía de Polaco. La historia –basada en la obra de teatro homónima de Eugenio Griffero, estrenada en los años ´80 en el Teatro Abierto- nos trae a dos ancianos homosexuales (Ariel Bonomi y Harry Havilio) que se reencuentran luego de sesenta años con el fin de restablecer una relación amorosa que quedó trunca en su juventud. Para graficar este relato audiovisualmente Polaco recurre a una escenografía teatral donde prima el artificio. Maniquís, cruces, hojas secas y humo (mucho humo), nos envuelven en el universo siempre decadente y grotesco del director de Kindergarten (1989). La puesta es propia de una obra de teatro del under (y tal vez debería haber permanecido en ese formato), críptica, densa y experimental. Es difícil definir el tono que emplea. No se trata de surrealismo aunque todo tenga un aire de ensoñación. Entre lo bizarro y la decadencia de lo cotidiano quizás se pueda encasillar mejor a este film. Lo cierto es que resulta corrosivo, molesto e irritante al unísono. Una serie inconexa de elementos carentes de sentido visible, que se unen de manera agresiva bajo dos o tres puestas en escena desconcertantes. Hay coherencia dentro de la incoherencia. Si uno ve los films del director entiende que puede determinarse algo seguro: en toda la obra de Polaco priman los mismos elementos, los mismos tonos, los mismos temas. Ahora que eso sea funcional a algo denominado películas ya es otra cosa.