Efectiva súper acción Si de películas de acción se trata, Dos armas letales (2 Guns, 2013) es uno de los grandes films del año. En esta película quedan de lado los efectos especiales para darle carnadura a los personajes, base poderosa del relato, en una trama tan atractiva como funcional. Robert “Bobby” Trench (Denzel Washington) y Marcus “Stig” Stigman (Mark Wahlberg) están metidos en el tráfico de drogas. O en realidad no, porque ambos son agentes infiltrados, el primero de la DEA y el segundo de la Marina. Ni ellos lo saben. Sus irracionales personalidades los llevan a contactar al capo mafia de uno de los más grandes carteles de México. Al no lograr realizar la transacción roban el banco donde el tipo guarda sus 3 millones de dólares. Lo que descubren en el asalto es que hay 40 millones sobrantes en la bóveda. Cuestión que despierta una persecución asesina del verdadero dueño del motín (involucrado no sólo en el narcotráfico sino en cuanto negocio ilegal haya en la zona) hacia los protagonistas. Dos armas letales no busca el realismo ni el thriller de connotaciones políticas, aunque haya algún que otro diálogo áspero al respecto “No hay un mundo libre, sino un mercado libre” dice el agente de la CIA que interpreta Bill Paxton. Lo importante en este film de Baltasar Kormákur son los personajes (la dupla protagónica, la chica en cuestión, el villano con argumentos) y las relaciones que se tejen entre ellos como en los mejores exponentes del género, al mejor estilo Arma Mortal (Letal Weapon, 1987) o Duro de matar (Die Hard, 1988). Caras conocidas, tanto Denzel Washington como Mark Wahlberg (que cada vez demuestra mayor versatilidad en sus composiciones) aportan el oficio y carisma necesarios a la película. Por su parte Bill Paxton compone a un despiadado villano que disfruta aplicando métodos de tortura, y también tiene participación Edward James Olmos, en un papel menor. Todos en un nivel de actuación deliberada, para deleitarse con los avatares de la historia. Una manera eficaz de contar la trillada historia del infiltrado. La trama basada en la novela gráfica –o comic- de Steve Grant publicado en 2008, tiene los vericuetos apropiados para anteponer a la dupla protagónica a más de una situación irrisoria de la que deberán salir ilesos. En definitiva, acompañamos y disfrutamos de los personajes tanto, que queremos ver sus reacciones ante los difíciles obstáculos que la historia les impone. Divertida, entretenida y plagada de hilarantes diálogos, Dos armas letales tiene ese plus que debe tener toda película de acción para que la fantasía enfrente a la injusticia y salga victoriosa, una vez más.
Conflicto interno Hay una diferencia entre El ataque (White House Down, 2013) y las películas de acción de resurrección patriótica de reciente estreno (Ataque a la Casa Blanca o Amenaza Roja). La respuesta está en su director: Roland Emmerich. Si, el tipo que hizo Día de la independencia (Independece Day, 1996), El día después de mañana (The Day After Tomorrow, 2004) y 2012 (2009), siempre mantuvo en sus films un sentimiento patriótico yankie tan ridículo que jamás podría tomarse en serio. El centro de sus relatos está en las relaciones entre los personajes y los valores del buen ciudadano americano. Y todo tomado desde la construcción fantástica/simbólica de la historia (por eso siempre son grandes monumentos americanos los derribados en sus films). Emmerich jamás recurre al realismo ni trata de dar un discurso serio. Cuestión que hace posible la existencia de chistes a lo Arma Mortal (Letal Weapon, 1987) en el medio de una situación de peligro como la que aquí se desarrolla. El presidente de los Estados Unidos (Jamie Foxx) acaba de retirar sus tropas de Medio Oriente en busca de la paz mundial. Pero no todo el universo norteamericano está de acuerdo con él y su idea demócrata de gobierno. Y así como si la oposición fuera homogénea, se juntan entre indignados, miembros de la industria armamentista, padres dolidos por la muerte de sus hijos en combate, y republicanos, para dar un golpe de estado tamizado de robo a la reserva federal con forma de ataque terrorista. Por otra parte, la subtrama menos politizada y más clásica: un ex marine (Channing Tatum) que quiere acceder al servicio secreto y lleva a su hija pre adolescente –con quien no tiene una buena relación- a La Casa Blanca. Dato no menor: la niña es más patriótica que Lincoln, y necesita que su padre vuelva a ser un héroe para ella. ¿Adivinen que pasa? Uno de los tipos que se cuestiona su actitud patriótica es el jefe del Servicio Secreto (James Woods) que se torna villano producto de una venganza personal, y junto a un grupo de mercenarios –que unifica la oposición mencionada, algunos muy divertidos- invaden y toman las rindas del simbólico edificio. Pero la gran diferencia entre esta y otras películas del estilo, decíamos es Roland Emmerich. El tipo sabe contar las historias. Utiliza la estructura de la “montaña rusa”: la historia va desarrollándose lentamente durante la primer parte, construyendo relaciones entre personajes, con los anhelos y conflictos de cada uno, para en la segunda ir acumulando situaciones cada vez con mayor intensidad. Para cuando la acción empieza a volverse inverosímil, ya queremos a los personajes y nos divertimos con ellos de manera tal que aceptamos que sobrevivan a cómo de lugar. Como película de acción entretiene y tiene un par de escenas muy bien filmadas. El patriotismo yankie es tan ridículo que ni siquiera vale tomárselo en serio. O sino tratar de pensar las imágenes del terrorista que dispara al cuadro de George Washington, o la del presidente pacifista empuñando un cañón. Ante tales parodias debemos agradecer que, al menos esta vez, el mal sea interior.
La comedia de la recesión Un piso para tres (Posti in piedi in paradiso, 2012) sigue la convencional estructura de la comedia italiana que supo brillar en la década del setenta: Narración clásica y ultra conservadora en cuanto a los valores a rescatar. Sin embargo no logra actualizar al género rememorado, por más que tenga a la actual crisis europea como trasfondo. Dirigida y protagonizada por el cómico italiano Carlo Verdone, la película narra con humor la historia de tres hombres caídos en desgracia económica y familiar: sin dinero y con deudas deberán compartir el alquiler de un departamento entre los tres. Ambos divorciados, con hijos a los que no ven, se aferrarán a las tradiciones para hacerle frente a la crisis social. Como comedia conservadora que es, la película se ríe de las desgracias de los personajes masculinos, -aunque rescata la melancolía por el tiempo pasado-, sin nunca pensar en las causas de dicha desidia: simplemente la crisis está y hay que sobrellevarla. Ante tal panorama, los protagonistas tratarán de “zafarla” hasta tocar fondo. Es en el mientras tanto que la película presenta personajes trillados pero queribles: el productor musical de antaño que interpreta Carlo Verdone, hoy vendedor de discos de vinilo, el periodista de espectáculo, que acude a eventos de su profesión para comer y aferrase a una fantasía de vida; y el gigoló, típico mujeriego que gusta del juego y otros vicios. Personajes expuestos a situaciones previsibles pero graciosas. En el normativo desenlace final, Un piso para tres hace un giro hacia el melodrama familiar apelando a los valores a recuperar por la sociedad ante la crisis. Es aquí donde se torna pretensiosa y un tanto pedante sin necesidad, volviendo tediosa la narración. Y no es que tenga malas intenciones, sino que en la búsqueda de conservar estructuras convencionales recurre a tantos lugares comunes –por ejemplo la escena de la fiesta cargada de estereotipos: la gorda, la fea y el maricón- que termina por mostrar sus limitaciones para trasmitir cualquier tipo de mensaje. Lo mejor sigue estando en aquellos lapsos donde no intenta ser otra cosa que un entretenimiento liviano y pasatista.
Novela melosa en la montaña Como si se tratase de una novela de Isabel Allende, Quiero morir en tus brazos (2012) aborda una historia de redención a partir de la reconstrucción de época (relacionada con episodios claves de la historia argentina: caída de Perón en los cincuenta, la dictadura de los setenta, la década del noventa) para hacer hincapié en sentimientos de amor, dolor y pasión. A Eduardo (Roberto Vallejos) le diagnostican una enfermedad terminal y vuelve a su pueblo natal (la película está filmada en Esquel) donde se reencuentra con su pasado: amigos, novia de la infancia y sus propios recuerdos. Así mismo deberá desentrañar un misterio relacionado con la muerte de su padre en la última dictadura militar. El director Víctor Jorge Ruiz (Flores amarillas en la ventana, La última mirada) despliega una historia que apunta a lo emotivo: paisajes de montaña (lo mejor de la película), relaciones de amistad, recuerdos familiares, un amor juvenil inconcluso (con el personaje de Melina Petriella), etc. Todo edulcorado con una música de piano para enfatizar las sensaciones. La película tiene la forma de una novela sentimental, al hacer foco únicamente en lo narrativo con el fin de trasmitir emociones fuertes. Pero pierde fuerza al querer desarrollar demasiadas situaciones juntas: la enfermedad de Eduardo, su pasado de estafador, el misterio relacionado a su padre, su relación con su hermana, con su madre, con su amigo, y con su novia de la infancia. Esto obliga al film a caer en una sucesión de diálogos (algunos interminables) que le imprimen una densidad a la trama innecesaria. Diálogos filmados sin ocurrencia visual, exponiendo simplemente a dos personajes recitando los textos uno frente a otro. La imagen es plana –sin profundidad de campo- y, a su vez, la inmovilidad de los actores (los personajes no están “en situación”, es decir, desarrollando alguna acción mientras dialogan), le quita fluidez narrativa a una película que solo avanza por el contenido del texto. Por tales motivos, la prioridad narrativa funciona a medias en Quiero morir en tus brazos, siendo un relato fallido que podría haber alcanzado un mejor resultado final. Cabe destacar la actuación -sobre todo de los protagonistas- correcta y tratando de darle siempre naturalidad a los diálogos, para trasmitir las sensaciones tan buscadas.
Resistencia intolerante Si había algo de maravilloso que tenían las películas de invasiones extraterrestres de la década del ’50, era la vuelta de tuerca intergaláctica que utilizaban los relatos para hablar de la guerra fría. La amenaza que representaba la Unión Soviética para los Estados Unidos, estaba presente en tales producciones. Los “marcianos” eran los “rojos”, entiéndase comunistas, que venían a invadir con sus ideas y poner en crisis así, valores y tradiciones norteamericanas. Amenaza Roja (Red Dawn, 2012), es una remake del film homónimo de 1984, realizado en plena “era Reagan”. Época particular para el cine de Hollywood porque, el presidente republicano había denominado públicamente a la Unión Soviética como “el imperio maldito”, hecho que se vio reflejado en infinidad de films, ya no de ciencia ficción sino del género de acción, con colosos luciendo sus músculos y enormes armas enfrentándose a ejércitos enteros, sean de vietnamitas o rusos, según el caso. La pregunta del millón es ¿porqué hacer una remake hoy en día de Amenaza Roja? La respuesta que ya vimos reflejada este año en Ataque a la Casa Blanca (Olympus Has Fallen, 2013) parece continuar. Por un lado queda evidente la necesidad de los Estados Unidos de encontrar un enemigo para fortalecer su tan anacrónico patriotismo. Por el otro, mostrar su poder imperial y armamentista frente a cualquier otra nación que aspire a fortalecerse militarmente. Los últimos conflictos diplomáticos con Corea del Norte parecen ser la excusa perfecta para reflotar el odio rojo. Lo curioso –y predecible a la vez- sigue siendo que jamás se hace mención a la ideología en la película. Hollywood sigue apelando a un cine superficial, vacío de contenido e ideología, que recupera las formas del pasado para refritar discursos anacrónicos en el presente. Amenaza Roja habla de familia para referirse a la nación, de defenderse para justificar la política armamentista, y de banalidades cuando se le tiene que encontrar un sentido al sacrificio humano en una guerra. La película no es otra cosa que un film de reclutamiento liso y llano -y trillado-, con ideas viejas y ningún tipo elaboración de motivos que justifiquen lo que vemos en pantalla. Sigue la estructura de un film de invasión extraterrestre, con los norcoreanos cayendo del cielo literalmente (en paracaídas y disparando a la población). “No vienen en son de paz” falta decir, para entender porqué hay que aniquilarlos ni bien se pueda. Amenaza Roja se construye desde el ridículo como una fantasía beliciosa donde quedan en claro dos cuestiones: la intolerancia americana frente a cualquier tipo de organización social diferente al capitalismo, y que, llegado el caso, sus recursos de resistencia son tan criminales cómo los de cualquier terrorista.
Estados anímicos Declaración de vida (La guerre est déclarée, 2011) es una película sensorial acerca de un episodio traumático en la vida de una joven familia: su pequeño hijo de dos años padece cáncer y deberá recibir una delicada operación para sobrevivir. El film reconstruye audiovisualmente los diferentes estados experimentados por los padres en dicho proceso. De modo autobiográfico se arma el relato, narrado por la madre del niño Juliette (Valérie Donzelli) desde su juventud, cuando conoce al padre Romeo (Jérémie Elkaïm), y su felicidad es plena, con una vida llena de esperanzas y libertad. Libertad que se ve invadida ante la llegada del hijo, paso obligado a la adultez. Punto en la historia que nos recuerda a otra película francesa estrenada el año pasado llamada Un suceso feliz (Un hereux événement, 2011), con los avatares que la llegada de un hijo produce en la joven pareja. Pero en Declaración de vida la pareja en cuestión se presenta más sólida, dispuesta a enfrentar el destino hasta que…reciben la trágica noticia: su pequeño descendiente tiene un tumor en la cabeza que pone en riesgo su prematura vida. A partir de ese momento la película podría tomar dos caminos: la crónica convencional al estilo Un milagro para Lorenzo (Lorenzo's Oil, 1992) o la experimental utilización del lenguaje cinematográfico para expresar –expresarse, recordemos que la directora Valérie Donzelli es la madre del niño en la película- las sensaciones sufridas por la pareja. Por suerte elije la segunda opción, con lapsos de divague, inconexos narrativamente, pero que ayudan a comprender lo incomprensible de la situación ante unos ojos inexpertos e inseguros. En su búsqueda formal, aunque con aciertos parciales, Declaración de vida siembra un alegato esperanzador sobre el tema, para nunca bajar los brazos ni darse por vencido ante el peor de los pronósticos. Una película humana, emotiva, sensible, que logra trasmitir tanto los episodios desgarradores como los alegres que transita la joven familia. Y para que una obra “le llegue” al espectador tiene que añadir ese plus de sensaciones que van más allá de lo narrativo.
El Drácula europeo La versión de Darío Argento sobre el legendario vampiro, Drácula 3D (2012), es un homenaje a las viejas producciones de la Hammer Films y hay que entenderla como tal. No hay construcción del miedo mediante recursos actuales (a pesar del uso del 3D). Todo remite conceptualmente a las producciones serie B, cuya mirada en retrospectiva sólo permite divertirse añorando tales películas. La Hammer Films comienza su trabajo hacia 1960, con la producción europea (en Inglaterra específicamente) de los films de monstruos producidos por los estudios Universal en la década del treinta. El cambio revolucionario en estas producciones era salirse del aura ingenua de los films anteriores: La explotación de la sangre, el erotismo y los descuartizamientos sin piedad, eran los recursos que ponían a su primer film, la versión europea del conde llamada Drácula (Horror of Dracula, 1958), en otro nivel con respecto al acartonado Bela Lugosi. Dirigida por Terence Fisher y con las actuaciones de Christopher Lee y Peter Cushing, cambiarían la cara definitivamente al clásico de Bram Stocker. La historia es la misma de siempre: Jonathan Harker llega a la mansión del conde Drácula para hacer negocios con él. Para tal fin se separa de su prometida Mina. El conde lo encierra en su castillo expandiendo un manto de terror en el pueblo cercano. Primero conquistará a Lucy, fiel amiga de Mina interpretada aquí por Asia Argento, para luego enamorarse de la prometida del joven Jonathan. El experto en cacería de vampiros Van Helsing, en la piel de Rutger Hauer, intercederá como única salvación. Tópicos del Drácula europeo que veremos en la versión Argento: los castillos son naturales así como todo el pueblo que recrea la Edad Media, sangre en cantidades y en primer plano -también un sello Argento, padre del Giallo, género italiano de explotación- así como los desnudos con seductoras mujeres de grandes pechos (inclusive su hija a quien vuelve a desnudar en pantalla) para impostar el erotismo vampiril. Dato importante porque el Drácula de Christopher Lee era un vampiro seductor, al igual que el interpretado en esta oportunidad por Thomas Kretschmann. Pero todos estos datos serían irrelevantes sino se hace hincapié en que Drácula 3D está filmada como una película de la década del sesenta: algunos planos remiten directamente a las películas de la Hammer Films, la trama como excusa para mostrar sangre y pechos al desnudo, la música generando un misterio que no es tal y los efectismos incluso del 3D como recurso para entretener. Cuestiones que vuelve al film berreta, trucho y a simple vista mal hecho. Ahora, si tenemos en cuenta que tales licencias son adrede con el fin de recuperar el imaginario de los films europeos de antaño, entenderemos que es un film para no tomarse muy en serio, divertirse y disfrutar nostálgicamente.
Un héroe terrenal El ex luchador de catch devenido en estrella de acción Dwayne Johnson, nos tiene acostumbrados a caracterizar a súper hombres en la pantalla, motivado por su gigantesco físico repleto de músculos. Sus últimas y eficaces apariciones fueron en la saga Rápido y furioso, donde sus tríceps enfrentaban cualquier adversidad. En El infiltrado (Snitch, 2012), opuestamente a lo mencionado, interpreta a un hombre común, con todas las vulnerabilidades que ello implica. La película está basada en un caso real que puso tras las rejas a un adolescente por contrabando de drogas. El chico según el film, comete una ingenuidad al recibir de manos de un amigo un “paquete” en su hogar. La cuestión es que cae preso y la jueza (interpretada por Susan Sarandon) lo liberará sólo si el niño delata a otros contrabandistas. El chico se niega y continúa tras las rejas con todos los peligros que la situación para un niño de dieciocho años implica. Pero aparece una segunda solución negociada por su padre (Dwayne Johnson) directamente con la jueza: él será quién se introduzca en el mundo de las drogas para delatar a los delincuentes a cambio de la liberación de su hijo. Como la historia lo indica, estamos frente a un relato de acción pero no fantasioso, sino con grandes componentes de drama que justifican el accionar de su protagonista. A la vez, los peligros que corre un hombre común ajeno por completo al universo delictivo, posicionan al personaje en constante tensión (presionado por la policía, por la jueza, por los delincuentes y por su compañero a quién involucra en la situación) dándole un plus al film. Todo héroe de acción invencible ha tenido su versión más “realista”. Sylvester Stallone interpretó en Condena brutal (Lock Up, 1989) a un convicto de buen corazón acechado por el sádico director de cárcel que buscaba venganza. El eje de la película no estaba en la historia de venganza sino en las relaciones paralelas que el protagonista ponía en riesgo: a su esposa, a sus compañeros, a su hijo (apadrinado), etc. Son tales vínculos los que enriquecen la trama de acción y hacen vulnerable la vida del protagonista. Con estos condimentos Dwayne Johnson da un paso adelante como héroe, participando de una historia donde importa más la trama que se cuenta que las explosiones que contenga. Atractiva, con mucha adrenalina, El infiltrado demuestra que todavía se pueden hacer películas de acción “de verdad”. Los espectadores agradecidos.
El sonido del miedo A El conjuro (The conjuring, 2013) no hay que verla, hay que escucharla. Podría decirse tranquilamente debido a que el film dirigido por James Wan, responsable de El juego del miedo (Saw, 2004), cuenta con una edición de sonido tan eficaz que logra generar lo que las archiconocidas imágenes pasan por alto: el poder de la manipulación cinematográfica. No estamos frente al cine de terror con “tintes realistas” tan de moda en estos días. Nos encontramos frente a un relato que se vale de la representación siempre presente y consciente para generar el miedo e ingreso a terrenos sobrenaturales propuestos. La historia nos trae a los “únicos especialistas en casos sobrenaturales reconocidos por el Vaticano”, según anuncia la única frase que relaciona a la historia con la realidad. Ed y Lorraine Warren (Patrick Wilson y Vera Farmiga) son una pareja de “caza fantasmas” en retirada que pasa su tiempo dando conferencias en universidades (¿el misticismo aceptado en el ámbito científico?) hasta que, un buen día, la familia Perron -con mamá Perron (Lili Taylor) a la cabeza- cansada de ser molestada por extrañas apariciones, acude a ellos para que les ayuden a des-embrujar su hogar. Consciente de la representación como decíamos, El conjuro parte de todos los lugares comunes del film de terror, con cita/homenaje/hurto a clásicos del género: la película empieza con una muñeca diabólica vista a través de un televisor. La imagen refleja el guiño a Chucky, el muñeco maldito (1988), para comenzar en la ya trillada “casa embrujada”, pasando por objetos que se mueven en la noche estilo Actividad Paranormal (Paranormal Activity, 2007), con apariciones de fantasmales del tipo de El orfanato (2008) con relación a un suceso trágico del pasado que involucra un asesinato familiar El resplandor (The shining, 1980), terminando por la posesión de un espíritu demoníaco Posesión Infernal (The evil dead, 2013), con exorcismo incluido El exorcista (The exorcist, 1973), sin olvidar pasar por Los pájaros (The birds, 1963). A su vez, el relato evita caer en la nefasta frase de “esto ya lo vi”, porque prepara muy bien el terreno para ser igualmente eficaz en el impacto pretendido. Y el trabajo en la edición de sonido es indispensable, articulando los momentos, los espacios, acrecentando el vértigo y la tensión. Por eso la película se presenta como una montaña rusa: va creciendo lenta y pausadamente a nivel dramático para que, a partir de la hora de duración, acelerar estrepitosamente los hechos y situaciones hasta el clímax final, al mejor estilo Steven Spielberg. Alfred Hitchcock decía acerca de Psicosis (Psycho, 1960) que se trataba del cine en estado puro. Manera interesante de referirse a cómo el dispositivo cinematográfico está no sólo en función de contar una historia sino de provocar un efecto en el espectador. Eso mismo es El conjuro, una historia de terror que apela a todo el efectismo cinematográfico posible para atrapar al espectador y tenerlo a su merced a lo largo de su metraje. Y el efecto está logrado.
Woody, el artista incansable El director Robert B. Weide realiza un homenaje al legendario director de Medianoche en Paris (Midnight in París, 2011) con su film Woody Allen, el documental (Woody Allen: A documentary, 2012), cuyo mayor inconveniente es no aportar ninguna nueva visión sobre el cineasta neoyorkino. Todo lo que sabemos o podemos imaginar sobre Woody Allen está expresado en el documental. Sin embargo quien disfrute de su cine, no encontrará desperdicio en un recorrido exhaustivo por su obra. El documental tiene una estructura tradicional: empieza por los comienzos de la vida y obra del artista, con innumerables entrevistas a las personalidades indicadas, y fragmentos de sus películas más destacadas. Su mayor atractivo es ir desentramando las obsesiones temáticas del realizador y mostrarlas a través de su representación en pantalla (sus películas). Su período de comediante físico se verá en fragmentos de Bananas (1971) y El dormilón (Sleeper, 1973), sus conflictos existenciales en Interiores (Interiors, 1978) y Stardust Memories (Stardust Memories, 1980), mientras que su visión de las relaciones matrimoniales se verá reflejada en Annie Hall, dos extraños amantes (1977) y Manhattan (1979), por citar sólo algunos ejemplos. La obra de Woody Allen es extensa, y el director Robert B. Weide busca en la personalidad excéntrica del cineasta los motivos: la finitud de la existencia humana. Tema angustiante y reiterativo en sus films, parecen ser el motor de su prolífera producción. Así mismo, el documental no expone ninguna faceta desconocida acerca del realizador de Zelig (1983). No hay un dato, una entrevista, una información que no exprese admiración sobre Woody Allen, que no homenajee su figura, su obra. Si bien no deja de ser sumamente enriquecedor para los fanáticos de sus películas, carece de un criterio propio como documental. En este aspecto es más interesante el documental Blues del hombre salvaje (Wild Man Blues), trabajo de 1997 acerca del Woody Allen músico, clarinetista, de gira con su banda por Europa. En él podemos apreciar al neurótico en su vida diaria, y comprender su relación y visión de mundo tan particular. Como documental que acerca una mirada sobre una figura tan destacada y querida es mucho más enriquecedor. Volviendo a Woody Allen, el documental, hay que reconocer –más allá de las limitaciones del convencional trabajo- la influencia de Robert B. Weide sobre el cineasta para permitirle realizar este trabajo. Woody Allen no suele dar entrevistas ni prestarse a apariciones públicas. Cuando se lo buscó para el documental declaró no estar interesado porque “no valía la pena realizar un documental sobre él”. ¿Tendencia a la baja autoestima? ¿Una postura adrede? No lo sabemos, lo cierto es que finalmente dio la entrevista para este trabajo y eso ya es un logro. Vale agregar que existe una versión en internet del mismo documental de tres horas de duración (la estrenada no llega a las dos horas) para el público interesado.