La lectura como vehículo de mejor vida El film de Jean Becker narra el encuentro entre un hombre de 62 años, con una historia de rechazo y una anciana de 95, elegante pero humilde, que lo conecta con textos relacionados con su propia historia. Y al final, un nuevo comienzo. Y fue entonces que a la salida del cine, tras ese encuentro no previsto, nació la propuesta de escribir los dos críticos, para la edición de hoy, sobre el mismo film. Veinticinco años nos separan y esa misma distancia, que en cierta medida alcanza a los protagonistas del film, no ha sido un obstáculo para compartir emociones afines. Como en un cuento de Jorge Luis Borges, en el que a veces acontece ese instante en el que uno comienza a experimentar una singular revelación sobre si mismo, sobre su identidad, en este film que hoy nos reúne desde otro lugar, desde un íntimo rincón de la espera, sus protagonistas asoman asombrados, desde el compartir un banco de una plaza, de un pequeño pueblo, que según se nos informa, está ubicado en la isla de Ré, frente a La Rochelle. Ya con sus marcados años, pero aún con su rostro que permite asomar actitudes inocentes, el personaje que compone Gerard Depardieu, de aspecto osezno y de andar bamboleante, tratando de sostener su pesada figura, lleva sobre sus espaldas una historia de rechazos y de ausencias. Su nombre es Germain y esa tarde, tras algunos enojos y broncas que golpean a la puerta de su patrón, se encontrará con una anciana dama, sonriente, que vive su ritual de lectura, diariamente, sentada en un banco de la plaza, cerca de esas palomas que se ubican frente a ella. Su nombre es Margueritte, con doble t, porque así tal vez lo transmitió su padre al anágrafe, en el momento de su nacimiento. Ella tiene 95 años y ese primer encuentro le permitirá a Germain, como jamás había imaginado, hoy con 62 años, escuchar páginas de una historia que transcurre en Orán, en Argelia. Por primera vez, Germain escuchará el nombre de Albert Camus y se su libro La peste y el nombre de Argelia vuelve a recorrer su historia, en tanto excombatiente, y su deseo de que su nombre figure en esa placa conmemorativa del parque de su pueblo. Mientras estaba viendo, junto a amigos, Mis tardes con Margueritte --film del cual no se exhibía un solo afiche ni en el interior ni en las puertas de entrada del cine--, comencé a experimentar vivencias similares a las que sentí cuando hace veinticinco años vi por primera vez aquel film, hoy de cabecera, Nunca te vi, siempre te amé, sublime legado de David Jones que nos relata ese acercamiento epistolar que se va abriendo y expandiendo a lo largo de más de veinticinco años entre una joven escritora neoyorquina y un responsable de una antigua librería de Londres. Este amor por los libros, esta pasión serena y meditada, pero no menos entusiasta por la lectura, es la que comienza a vivir nuestro personaje, quien pasa a hacer suyas ciertas palabras de los textos que les revive en su serena voz esa anciana, elegante, distinguida, y al mismo tiempo humilde, que habita en una casa de reposo en las afueras del lugar. Esos libros, esos nombres, comienzan a tejer otras tramas que Germain hace suyas desde momentos de su propia biografía. En Mis tardes con Margueritte su director, Jean Becker, valoriza, subraya, el momento del diálogo íntimo, confesional, tal como ya lo había presentado en su film anterior, Conversaciones con mi jardinero. Y ese espacio para la palabra es el que comparte también Germain con sus amigos del bar, ámbito que en este film será mostrado en más de una oportunidad, lugar de camaradería, de aprendizajes, de miradas de próximos amantes. Dama del teatro francés, de la Commedie Francaise, Gisèle Casadesus ya ha participado en otros films del mismo director. Su pequeña figura, su delgadez, llevan a pensar en personajes de antiguos cuentos; tal vez, en algunos de ellos, de hada madrina. Germain, se sentirá tocado por ella, y de pronto, algo nuevo comenzará a despertar entre las palabras de su diccionario, que saldrá al encuentro del léxico de su propia vida, mediante situaciones de enojo y de humor, de idas y de vueltas. Desde su film, Jean Becker nos lleva a evocar imágenes de antiguos escritores, de viejos lectores, que comparten su pasión junto a sus animales domésticos. Así, Germain bucea entre las palabras de un gran diccionario, regalo de la anciana, Margueritte (con doble t), mientras su gato sigue con la mirada las reacciones de este temperamental lector. En cada nuevo día, la figura de la anciana adquiere una nueva proporción y su voz, sus relatos y sus apreciaciones le permitirán a él descubrir lo que le ha sido negado. En su ancianidad, la luz de los ojos de Margueritte comenzará a opacarse. Germain ahora será el artesano de ese capítulo que comenzará a escribir desde su tristeza, pero desde una visión esperanzadora. Tras algunas escenas de celos con su prometida, la chica del autobús, y de una reflexiva y cálida conversación, la historia abre hacia otros amaneceres, alejándose vertiginosamente de un trágico ocaso. También para Germain habrá otra oportunidad. La vida le deparará, ahora, otra revelación. Y entre los personajes seguirán circulando páginas de tantas otras historias, narradas en voz alta, recuperando aquel epifánico momento de la transmisión oral, que está en los orígenes mismos de la literatura.
Historia ocurrente y desafiante Film atípico, arriesgado, no sólo por la temática sino por la manera en que fue pensado y construido, Querida voy a... parte de una expresión coloquial, cotidiana, reconocible en todos sus términos para lograr una incursión en la zona de lo mágico y de lo extraño. El film de los realizadores de El artista y El hombre de al lado (uno de los más aplaudidos del año pasado) se atreve allí donde otros films reconocieron ese límite que cierto sentido de normatividad impone. Relato que incluye la propia participación del autor del cuento, Alberto Laiseca, quien se dirige al espectador con apelaciones y parlamentos que provocan e incomodan, adoptando en algunos momentos una actitud categórica, Querida voy a... es un juego no sólo con el tiempo, sino además sobre la propia obra, sobre sus cruces y misterios. Historia que se abre en un escenario de cuentos exóticos en el norte de Africa y que por un hecho azaroso, imprevisto, pero no ajeno a las propias leyes del universo, aterriza en Olavarría, un día en el que todos los días son iguales y en donde, como en tantos otros días, hasta las moscas siguen siendo tan molestas por un estado sonámbulo de aburrimiento. Y entonces, un personaje surgido de las páginas de fantasmas diabólicos y ambiciones postergadas, rol que brinda Eusebio Poncela, le propondrá a un mediocre hombre del lugar un pacto que reanima tantos otros pactos fáusticos de la historia de la cultura. Lejos de la comedia tradicional, Querida voy a.... propone un viaje en el tiempo desde ciertos poderes mágicos y promesa de un beneficio que duerme en una valija, y al mismo tiempo puede pensarse como una propuesta autorreflexiva y crítica sobre comportamientos sociales y conductas elitistas, que en nombre de afanes personales, barren con todo tipo de principios. Desde una máscara que lo aleja de los sets televisivos y de aquellas comedias seriales, Emilio Disi compone a un aburrido hombre, de un aburrido lugar, que nunca pudo crear nada propio, sujeto a convenciones y a mandatos rutinarios. Como tantos otros. Y ahora tendrá una oportunidad única e inmediata: la que en su travesía de juego retrospectivo estará marcada por ciertas consignas. Ocurrente y desafiante, la propuesta de Cohn y Duprat apuesta a un espectador crítico, que se permita aceptar esta invitación lúdica, pero no por eso menos comprometida con los interrogantes de la propia conciencia. Por eso allí también está la voz de Laiseca, sus gestos, quien de manera ácida y burlona, impiadosa, aleja al film de todo final conciliador, con reflexiones y comentarios que nos alcanzan.
Algo se esconde detrás del escape Tras su notable film La ventana Sorín hace un alto en la estación de los géneros y mira hacia el policial de enigma, con un relato en el que la propia figura del gato negro, su presencia y desaparición inmediata, se transforman en pretexto. En la tradición mitológica, literaria y cinematográfica la presencia del gato negro, su figura y su sombra, ha sido motivo de numerosas especulaciones en lo que respecta a sus conexiones con los ancestros, augurios, fenómenos paranormales, simbolizaciones sobre las conductas humanas. Desde ser motivo de admiración en la cultura egipcia hasta hoy, protagonista en el último film de Carlos Sorín, pasando por esas hipnóticas odas que les dedican Charles Baudelaire y Jorge Luis Borges, sin olvidar los cuentos de Edgar Allan Poe y de Patricia Highsmith, el gato negro ha sido el personaje elegido, destacado y subrayado por magos y artífices de escaleras astrales, insomnes escritores y transgresores amantes. Para los cinéfilos, para los que encontramos una desatada fascinación en la sala de cine, donde las imágenes de los que ya no están se reaniman en esperados rituales fantasmagóricos, el gato negro puede convocar las imágenes de personajes malignos que lo acarician con su mano enguantada, a soñadoras mujeres que ven en él una suerte de talismán, a parejas que ya no se hablan, que conviven bajo un mismo techo y que sólo los acerca el andar del animal. En la galería de personajes creados entre el alcohol y la fiebre, el gato negro abre las puertas de la mansión de Manderlay y anticipa los rostros de un burlón Vincent Price y de un amenazante Spectre en la saga de 007. Tras su notable film La ventana, de declarada inspiración chejoviana, Carlos Sorín hace un alto en la estación de los géneros. Y mira hacia el policial de enigma, una categoría que reposa en el acervo de la cuentística del siglo XIX y que se anima en historias de detectives y de mensajes cifrados en nuestro tiempo. En el film de Sorín, hábil conocedor de sus reglas, asoma la sombra de Alfred Hitchcock, y lo hace particularmente a partir del vínculo que se va dando con el espectador, desde un punto de vista móvil que en gran parte reposa en la propia mirada de la protagonista, una mujer de profesión traductora llamada Beatriz. Luego de un prólogo en el que se nos informa acerca de la situación clínica por la que atraviesa el personaje central, Luis --que compone Luis Luque, profesor universitario que en un momento dado y por cuestiones profesionales llegó a manifestarse de determinada manera, crucial y decisiva (que determinó que permaneciese por año y medio en una clínica psiquiátrica)--, asistimos a la presentación de los principales títulos, sobre una imagen en la que un gato negro avanza, descendiendo, una empinada escalera. Desde lo lacónico del título, desde su carácter afirmativo, Carlos Sorín ha construido un relato en el que la propia figura del gato negro, su presencia y desaparición inmediata, se transforman en un pretexto para poner en movimiento otras cuestiones que, a falta de un término más preciso, podríamos llamar sospechas. De esta manera el gato en sí adquiere lo que para Alfred Hitchcock era la categoría del McGuffin (tal como él mismo se lo refiere a Francois Truffaut, su entrevistador en aquellos años 60), término que alude a esa situación o elemento que comienza a marcar una dinámica entre sus personajes, en lo que hace a sus reacciones y a sus comportamientos. En el film de Carlos Sorín, en el que por momentos no reconocemos diferenciación entre lo que se comprende por cordura y por locura, el relato se va construyendo como una pesadilla, desde una mirada que sostiene dudas y que se vuelve puro acto de incertidumbre. El gato desaparece focaliza su acción en un hogar en el que ya los hijos no están y el marido es dado de alta de su forzada permanencia en la clínica. Un hecho del pasado, marcado por la violencia, asoma en alguna conversación y el mundo de afuera es sólo un leve pasaje. Particularmente claustrofóbico, el film de Carlos Sorín se vuelve sombra que se agiganta desde ese momento en el que el animal doméstico, llamado Donatello, reacciona agresivamente, encorvando su cuerpo, con sonidos chirriantes, cuando Luis, el recién llegado, se acerca a él tras haberlo buscado, reclamando su presencia. Tras el perturbador episodio, Donatello escapa. Serán entonces los interrogantes los que pueblan la escena de un sostenido debate de tensiones. Y es la mirada de la mujer de Luis, Beatriz, la que se va desplazando en un espacio representado en formato scope y con una banda sonora compuesta por el hijo del director, que nos recuerda a las partituras de Bernard Herrmann y Pino Donaggio, en honor al maestro del suspense. Film de caracteres, que se airea particularmente frente a la inserción de algunos personajes secundarios en su decir de paso y con la promesa de un viaje, El gato desaparece nos recuerda a los espectadores que alguna vez el policial de enigma fue considerado por algunos realizadores argentinos, tales como León Klimovsky, Daniel Tinayre y Carlos Hugo Christensen, entre otros. No es este el espacio para adelantar algo más de lo que sucede en el film, de los hechos que ya no serán vistos de manera tan natural. Y es esa mirada la que traza un puente con la nuestra y lleva a experimentar el temor y la zozobra, aún cuando frente a nosotros se jueguen situaciones de todos los días y se nombre un esperanzado viaje de vacaciones a Brasil. Con contados personajes, que excluyen cada vez más el mundo exterior, El gato desaparece va dibujando sus misterios no sólo por una mirada que nos alcanza sino también por un tratamiento de la luz que, de manera inusual, transforma cada espacio, cada momento del día, cada instante, en un eco de nuestros propios temores. Y como pedía el propio Hitchcock a sus espectadores, cuando el estreno de Psicosis, aquí también (tras la esperada observación de apagar los celulares) se solicita a la platea no revelar el final.
Delicias de una familia no tan normal Quien vaya a ver esta película esperando encontrarse con personajes estereotipados y situaciones fácilmente digeribles puede sentirse desilusionado. Mucho mejor la pasará si acepta el viraje que impone la directora a esos hermanos disfuncionales. A partir de una larga tradición de grupos de familia y de mesas del domingo en el cine argentino, que parten de aquellos años treinta, y que ha convocado a actores que se movían por igual entre el teatro costumbrista y el sainete porteño, un título como Los Marziano puede llevar a pensar que estamos ante una historia que nos recuerde a films de la línea de Los Campanelli, o bien de Esperando la carroza, pasando por aquella entrega semanal, de hace ya algunas décadas, La Familia Falcón. Quien vaya a ver Los Marziano esperando encontrarse con algunos de estos tan ya estereotipados rasgos puede llegar a sentirse desilusionado; a no ser que acepte este viraje que le imprime su directora a un disfuncional grupo familiar, en el que a partir de ciertas situaciones imprevistas y cotidianas alguien puede llegar, sin darse cuenta, a caerse en un pozo. Desde este lugar, puedo afirmar que el nuevo film de Ana Katz, a quien ya conocimos por El juego de la silla y La novia errante (ambos con limitada permanencia en cartelera) en una propuesta que se conecta con un aparente formato televisivo, con reconocibles actores de este medio, pero que se aleja de las convenciones tranquilizadoras del relato Standard. Y en su transcurrir es probable que gran parte de los espectadores experimenten una sensación de asombro y de desconcierto, tal como aquellos que en un momento dado del film ven cómo el personaje que compone Guillermo Francella, Juan Marziano, atraviesa inmutable una puerta de vidrio que estalla en mil pedazos hasta su agigantada y estridente pulverización. Y ¿cómo definir a Los Marziano, entonces, y de igual manera al film de Sebastián Borensztein, Un cuento chino?. Afortunadamente, como dos propuestas que se internan en un espacio al que el cine Standard sólo ha mirado de manera central y organizada. En tal caso, desde la temática de los enfrentamientos silenciosos de los grupos familiares, de los recelos asordinados, de los intentos de acercamiento, estamos ante un film que presenta algunas notas de humor y simultáneamente de dilatada tristeza; pese a que la primera tendencia y reacción de cierto sector de la platea es comenzar a reírse tan pronto el personaje que asume Guillermo Francella, desde su condición de visitante afectado por un problema de visión, se hace presente en la pantalla. Si la emotividad se hace presente en este film, la misma no llega a partir de situaciones resueltas de manera reconocibles. La misma se va expandiendo desde los dos personajes femeninos, quienes pausadamente, obran de nexo y puente, particularmente el que cumple de manera sensible Rita Cortese, quien encarna a Delfina Marziano. Del otro lado del teléfono en su pendular insomne, el otro Marziano, Luis, junto a su mujer Nena, roles a cargo de Arturo Puig y Mercedes Morán, quienes habitan un country que se verá amenazado por algunas trampas; situaciones que le otorgan al film ese aire de lo absurdo que se vuelven localizables en otros pasajes. Trampas que abren grietas, que marcan tal vez, una ruptura con un estado de alienación. Desde una mirada distanciada, que permite acentuar la observación, que escenifica esa locura cotidiana de lo que a veces algunos llaman "un sin sentido", Los Marziano se atreve a reformular aquellas fórmulas que aseguran sí un éxito de la taquilla y que invita a nosotros, los espectadores, a pensarse en la escena de sus afectos desde una perspectiva crítica, en la que se asoman por igual el dolor y la alegría, el deseo y las imposibilidades, los aciertos y los quiebres.
Una mirada hacia los prejuicios Con el protagónico de Ricardo Darín, quien logra aquí una auténtica composición de trabajo actoral, la película se dispara a partir del encuentro entre un ferretero y un inmigrante chino, lo que da lugar a una acertada crítica social. ¿Cómo definir a este film que se presenta como comedia y emerge como un drama? ¿En qué rubro ubicar, si es que esto es tan necesario, esta obra del realizador de La suerte está echada que arriesga, que se atreve, que aborda algunas cuestiones marcadamente ausentes en el cine argentino? Marcando las diferencias pertinentes, algo señalaba respecto del film que pudimos ver el año pasado, que no tuvo recepción de público, que pasó ya en parte al olvido: Miss Tacuarembó, de Martín Sastre. A diferencia del film citado, aquí sí el público asiste dándole la bienvenida al film. Tal vez guiado por la huella que Darín va dejando en nuestro cine (tengo mis propias reservas, en este punto), el gran público se acerca con abierta confianza a ver el film y lo que encuentra en la pantalla no es ya a su típico personaje, sino a otro, en un auténtico trabajo de composición actoral, que lo corre de lugar de sus films más exitosos. Puede llegar a ocurrir que el espectador asocie a su personaje, Roberto, con el que interpretaba Jack Nicholson en Mejor... imposible. Igualmente toda la trama remite, en parte, a aquel que hoy se sigue comentando a la hora de recordar a los maniáticos y obsesivos de la pantalla. Pero claro está, el film respira porteñidad, y los personajes secundarios están retratados con esa vena aparentemente naturalista que, inmediatamente, y sin avisar, dejan un renglón de puntos suspensivos. La vida de Roberto, que lleva adelante de manera excluyente su pequeña ferretería, transcurre entre rituales horarios, manías instituidas, expresiones acotadas y encogidas. Desde su álbum de recortes de noticias periodísticas vive igualmente sus propias fantasías, en los que asoman el riesgo y el erotismo. Desde una galería recortada de personajes, que definen cierto tipo de arquetipos, Un cuento chino va marcando, desde lo traumático, un nexo con el pasado, con un hecho histórico, bélico, y al mismo tiempo va desenrrollando su mirada sobre el absurdo; que ya, desde la primera secuencia, se instala en el film. Pero será esta misma situación inicial que le otorga al film un tono de fábula, lo que ya al final, sobre los créditos, resignifique gran parte de lo narrado, remarcando toda una postura crítica respecto de la construcción de la realidad. En Un cuento chino algo está por acontecer, irrumpir, sin pedir permiso, en la vida de Roberto. Su cruce involuntario con un joven oriental, que no alcanza a pronunciar una sola palabra en castellano, lo ubicará en el terreno de una impensada aventura. Y serán entonces los gestos, las actitudes corporales, las señales, las que comienzan a dominar la escena; una escena armada en un disparar de tensiones y de situaciones insólitas. La llegada del joven extranjero llevará a Roberto a plantear una nueva búsqueda. Tironeado por las demandas de uno de sus clientes y la simpatía de su vecina, ahora Roberto ha comenzado a experimentar sus contradicciones de manera más vital. Un cuento chino es una historia que apunta a no tener un final, ni en el orden de lo personal ni en la situación externa. Basta mirar detenidamente el afiche y enfrentarse a una yuxtaposición de figuras y sentidos que rechazan toda resolución normativa y ordenadora. Film atípico y provocador, que mira hacia los prejuicios sobre el otro y las actitudes discriminatorias, Un cuento chino marca otro lugar para el público: aquel que él mismo va construyendo desde su experiencia en el propio y particular devenir de la historia que se nos va narrando.
Sobre la necesidad de creer y soñar Pese a algunas críticas adversas, el film de Allen muestra toda su potencia al plantear "una fábula contemporánea" en la que sus personajes apuestan, de diferentes maneras, a sostener una ilusión como motor para soportar la vida. Una vez más por arbitrariedades de los distribuidores se ha llegado a quebrar ese ordenamiento cronológico que se espera del estreno de los films de ciertos directores; en este caso, aún no conocemos en sala el film anterior del siempre bienvenido Woody Allen, Si la cosa funciona cuya presentación se espera para mediados del mes de mayo. Mientras tanto ya los críticos hablan de su próximo estreno, Midnight in Paris, rodado ahora en esa ciudad, como la última secuencia magistral y de homenaje a Groucho Marx y Vincente Minnelli, Todos dicen te quiero, celebratoria del musical, festiva y esperanzadora. Ante Conocerás al hombre de tus sueños, título que de por sí nos lleva al mundo de las videncias, la mayor parte de las crónicas cinematográficas han hecho hincapié en que Woody Allen ahora tiene muy poco por ofrecer, que se puede ver en el film un gran síntoma de agotamiento y hasta un crítico español arriesga una más que forzada interpretación al señalar que la elección de la melodía When you wish upon a star, del film de Walt Disney de 1940, Pinocho, señala que su realizador "parece reconocer que se ha convertido en una marioneta sin alma, sin ese soplo de genialidad natural que elevaba muchos de sus títulos, y transmite esa apatía a sus personajes, meros muñecos huérfanos de maestro". Por el contrario, creo que la selección de este tema musical y la referencia al film coloca al mismo en el espacio de "una fábula contemporánea" en la que sus personajes apuestan, de diferentes maneras, a crear y sostener una ilusión. No es casual que la vidente a quien consulta la exmujer de Alfie, (Anthony Hopkins), Helena, interpretada por una notable Gemma Jones, se llame Cristal Del Giorno, y es quien le preemitirá a ella sostener, en otro registro, otras probabilidades. En otras críticas se lee que están presentes en este film una serie de temas y motivos recurrentes en su obra, lo que podría llevar a pensar en un realizador y guionista que se repite constantemente. Es aquí donde se hace necesario volver a defender este último film de Allen, para hacer valer lo que es una filmografía autoral, aquella que se puede pensar (como ocurre en Fellini, Bergman, Truffaut, Hitchcock, y tantos otros) como variaciones de una misma figura en el tapiz, como situaciones que se reconocen pero planteadas ahora desde otro ángulo, con otra luz, con otros subrayados y otras presencias que resignifican. En Conocerás al hombre de tus sueños cada uno de los personajes que se irán cruzando sostiene sus frustraciones de manera sosegada o estridente; y al mismo tiempo va proyectando dirigir su mirada en otra dirección, como ocurre con el escritor demorado y su esposa, la hija de Gemma y Alfie, quienes bifurcan su atención hacia la mujer en la ventana, por parte de Roy (Josh Brolin), que la sorprende vestida de rojo interpretando Fandango de Boccherini y de Rally (Naomi Watts), quien mira con fascinación al gerente de la galería, Grez (Antonio Banderas), quien por otra parte tiene la mirada puesta en otra mujer, mediando un par de espesantes pendientes y una interpretación de Lucia Di Lammermoor, de Gaetano Donizetti. Y podríamos seguir, porque a su vez cada personaje se cruzará con otros hasta llegar a formar una suerte de carrousel de estados emocionales, captados en la ciudad de Londres, no ya en las zonas céntricas. Esa Londres que nos lleva por igual a Match Point, film que giraba en torno al arribismo y el violentar de los límites éticos. Se le reprocha por igual a este film que ninguna de las historias en cruce cierren. Y es que Allen, de la misma manera que el personaje de Alfie lo pone de manifiesto, deja abierto el interrogante a partir del sueño que tuvo la noche anterior, tal como lo expresa su narrador. De la misma manera en que ese juego entre vidas pasadas y porvenir, que se columpia en el habla cotidiana de los personajes más veteranos, apuntan a un permanente continuará. Tal vez sea otra de las ilusiones de las tantas que va forjando cada personaje. En esta Londres que se anima como un escenario de aquellos films de los años 40 y 50, en el que ahora en una calle de un barrio una ya muy madura mujer descenderá de un taxi y golpeará tímidamente a la puerta de una vidente. En esta Londres en la que el personaje de Alfie desea recuperar aquellos años vividos, irrumpirá el personaje de Charmaine, alejada de toda retórica intelectual y volcada a una extrema y primitiva visión de la vida, sensual y física, aunque sostenida en el glamour y lo exótico. A sus setenta y cinco años, y tras cuarenta años de profesión como guionista, director y actor, Woody Allen en Conocerás al hombre de tus sueños hace escuchar su voz no sólo a través del narrador, sino de otros personajes, quienes montan un retablo en el que se escenifica la sublime, imperfecta y por qué no mágica, comedia humana.
El día que Aronofsky olvidó la lección Para el creador de El cisne negro no hay preguntas, sólo afirmaciones a través de figuras estereotipadas, lentes deformes, ángulos quebrados, en una atmósfera que pretende borrar límites y que se jacta vanidosamente de ser onírica. El Hollywood de hoy ama el cine pastiche, aquel cine que permite reconocer citas de otros films, cruces de ciertos géneros que baten taquillas filtrándolos por estéticas videocliperas; carteles actorales en boga con nuevas promesas, con algunas presencias de estrellas que marcaron un top ten en otras épocas. Y por supuesto, efectismos. El Hollywood de hoy (mejor dicho el aparato voraz de su industria) ha llevado a torcerles el codo a realizadores europeos y asiáticos, garantizándoles ciertos acomodamientos desde una interesada premiación, sólo fugaz, pasajera. Si alguna vez Darren Aronofsky supo ser original y construyó un espectador activo, a través de films como Pi o Réquiem para un sueño, auténticamente provocadoras, hoy presenta uno de sus film más impersonales, manipuladores, obvios y altamente pretenciosos. Olvidábamos señalar que su último film, El luchador, se encuentra en las antípodas de este. A partir de uno de los films favoritos de Martin Scorsese, Brian De Palma y del mismo Coppola, Aronofsky retoma algunos aspectos del que es considerado obra maestra paradigmática de los films sobre el mundo del ballet: Las zapatillas rojas, de 1948, dirigida por los notables Michael Powell y Emeric Pressburger, con la eximia interpretación de Moira Shearer. Reestrenada en su versión restaurada en el Festival de Cannes del 2009, Las zapatillas rojas es una feliz recreación de uno de los tantos cuentos de Hans C. Andersen. Ambientada en el detrás de la escena de los espectáculos de ballet, pone en juego circunstancias reconocibles fácilmente en El cisne negro, particularmente en lo que hace a la composición seleccionada, El lago de los cisnes del inmortal y sublime Tchaikovsky, y de la relación del coreógrafo con la primera bailarina. Las distintas situaciones, obsesiones y perfeccionismo, hoy vuelven a estar presentes en el film que nos ocupa (y nos preocupa), merecedor de cinco nominaciones al Oscar, entre ellos, mejor film y dirección. Fue en aquel evento celebratorio de 2009, cuando Scorsese se refirió a los presentes narrándoles que a Las zapatillas rojas la había visto por primera vez, junto a su padre, cuando tenía nueve o diez años. Y que desde entonces la siguió de cerca, observando a través de su historia "el misterio de la pasión por la creación artística, el lado más oscuro que de pronto puede despertar sin avisarnos". Este comentario de Scorsese es el que tal vez, aunque sin lograrlo, Darren Aronofsky ha pretendido escenificar, poniendo en las marquesinas la arriesgada relación "arte locura", olvidando la lección de maestros tales como Ken Russell y de Vincente Minnelli. Para el director de El cisne negro no hay preguntas, sólo afirmaciones a través de figuras estereotipadas, lentes deformes, ángulos quebrados, por nombrar sólo algunas, en una atmósfera que pretende borrar límites, que se jacta vanidosamente de ser onírica. Desde una concepción banal de lo freudiano, El cisne negro se pasea por galerías traumáticas que se alojan en la superficie de Repulsión de Roman Polanski, film al que intenta vampirizar en algunos pasajes. Y para ello su director ha elegido un punto de vista subjetivo que lejos de marcar cierta sospecha reafirma lo que se dice de mil maneras, hasta el cansancio. Todo se balancea torpemente entre el negro y el blanco, la inocencia y la maldad, el lado luminoso y el lado oscuro. Así se construye por igual todo el repertorio de conductas maniqueas del film. En el último Festival de Venecia, en el que El cisne negro se presentó el día de la apertura logrando enojosas críticas y aplausos por igual, la actriz Mila Kunis obtuvo el premio "Marcello Mastroianni" a la mejor actuación no protagónica. En el film, ella, Lily, es el reverso de Nina, rol que asume con dureza y eficacia una notable Natalie Portman. Nina, que se esfuerza por ser perfecta, que lucha por conseguir en ese espacio de rivalidad el gran rol de su vida, vive junto a su madre, puritana y orgullosa de su pasado, de su rostro, de su belleza (ahora ya una máscara), en un mundo de fábula, rodeada de animales de peluche. El vínculo tiránico y despótico de su madre recuerda a la madre de Carrie de Brian De Palma y su primer rival, la mala de Lily, funciona como su propia imagen a través del espejo. Todo esto en el film se va repitiendo hasta la fatiga. Y de pronto despertará lo reprimido, lo que pretende ser siniestro (sin alcanzar ni un solo tono de Suspiria de Darío Argento), de tensión con su manipulador director, rol que compone un admirable Vincent Cassel, a través de conductas sádicas y seductoras. Nina vivirá junto a Lily el desborde y el exceso, llegando a fantasear un irrumpir orgásmico, tan burdo y grotesco, como en el más mediocre de los films. Confluencia de gritos y sobresaltos, de golpes escénicos particularmente en lo que remite a su vínculo con el personaje que compone una excluida Winona Ryder, El cisne negro revela su costado más payasesco, a partir de lo que altivamente su director se propone. Pedante y superficial, film poblado de espejos y espejos, espejos y más espejos, con dosis elevadas de truculencia a lo Cronemberg, el film de Darren Aronofsky nos lleva a añorar obras eximias tales como Momento de decisión de Herbert Ross, Invitación a la danza de Gene Nelly, Billy Elliot de Stephen Daldry, uno de los episodios de Fantasía de Walt Disney. Y por supuesto, allí esperan, Las zapatillas rojas.
La clase de dicción al lado del rey Los protagonistas, Colin Firth y Geoffrey Rush, establecen una relación distante primero, marcada por la diferencia de clases, para llegar a un agradecimiento y una amistad mutua, lograda a través de un tensionante vaivén dialéctico. Aún sin que tengamos conocimiento de la totalidad de los films nominados, y en relación con las doce categorías que ha merecido El discurso del rey, considero, desde la visión de este film, que se ha cometido una real injusticia al ubicar a sus dos actores de base en diferentes escalones. Tras la visión del film, ante un público entusiasta y conmovido, no comprendo cómo puede ser que mientras Colin Firth figura en el escalón de los actores principales, Geoffrey Rush esté en el que corresponden a los "no protagónicos" o "secundarios". Porque, desde mi punto de vista, si algunos aspectos relevantes debo subrayar, uno de ellos es el que corresponde al de la labor compositiva de ambos, quienes van estableciendo desde una relación distante primero, marcada por la diferencia de clases y ciertos comportamientos en relación con las respuestas del futuro monarca, para llegar a un agradecimiento y una comprensión, una amistad mutua, lograda a través de un tensionante vaivén dialéctico. Lejos de ser un film que se interna en los pasillos de la intriga política -si bien encontramos algunos apuntes sobre el período que va desde mediados de los años 20 hasta los días de la Segunda Guerra-, El discurso del rey, como su título así lo indica, nos ubica en las esferas de una situación de aprendizaje, que se va escenificando desde una puesta que no oculta su planteo teatral y que lleva a la palabra a un primer plano expresivo. Film de caracteres, que registra un devenir de tiempo desde espacios cerrados, que no apuesta a la espectacularidad de la reconstrucción de ciertos films de época, el film de Tom Hooper, realizador igualmente de la miniserie Elizabeth con Jeremy Irons y Helen Mirren, va señalando y arrojando reflejos sobre los vínculos familiares en el mundo cerrado del rey Jorge V, su callada esposa (personaje a cargo de la olvidada Claire Bloom) y la marcada asimetría de los jóvenes herederos. Avanzado el relato, su director no omite hacer mención a ciertos pactos y alianzas, intereses económicos y políticos, a propósito de cómo se va manifestando el nuevo escenario europeo desde las acciones del nazismo. Desde la situación de época, El discurso del rey marca un puente con el eximio film de James Ivory, Lo que queda del día, film de 1993 en el que Anthony Hopkins logró una de sus más recordadas composiciones. Cabe destacar que los principales momentos del film se subrayan musicalmente con composiciones de Beethoven, Mozart, Bach, entre ellos, y son ellos, en su mayor parte, los que se juegan en el consultorio del logopeda (o bien fonoaudiólogo) Lionel Logue, rol que está interpretado magistralmente por el actor de Claroscuro, Letras prohibidas, entre otros, tal como esa recreación de la vida del genial Peter Sellers. Nos referimos a Geoffrey Rush, quien deberá actuar numerosos roles, desde su condición de actor shakesperiano, frente a los reclamos de un tal señor Johnson y señora; nombres que enmascaran a estos personajes de la realeza. En la puesta en escena de este aprendizaje, que llevará a la superación del duque de York, quien nos es mostrado en el prólogo del film en una situación amenazante, ya que deberá cerrar el festejo de la exposición del reino británico ante las numerosas colonias y la sociedad inglesa, desde un discurso balbuceante, transmitido por cadena radial, ambos personajes, el que asumen Colin Firth y Geoffrey Rush establecen, primero, un duelo compositivo que se irá transformando en un vínculo de entendimiento. El tratamiento de los espacios adquiere en El discurso del rey un valor relevante y más aún si tenemos en cuenta que no será el vagar por los pasillos reales lo que el director enfatiza; sino más bien el humilde y casi despojado ámbito del departamento en el que habita su maestro y guía. Los diferentes acercamientos y alejamientos de la cámara van señalando el transcurrir de los ejercicios, en escenas que van marcando el esfuerzo, cierto tono paródico en algunos casos, y la presencia de la mujer del duque de York, quien pasará a ocupar el sitial real luego de la abdicación de su hermano Eduardo, por estar junto a Wally Simpson, mujer muy cuestionada. Desde su inicial tartamudez y temor, el duque de York logrará asistir a la apertura de otras formas de entender a los de su alrededor, que se va alejando cada vez más de los mandatos de su padre, el rey Jorge V, rol que está a cargo del actor de carácter Michael Gambon. Son los juegos, los cantos, los movimientos corporales, los que el logopeda indicará para su tan particular alumno. Desde una metodología nada convencional (basta comparar con la primera secuencia), el duque de York podrá llegar a reconocer propia autoestima y en este sentido es admirable el enfrentamiento que tiene en el interior de la propia abadía de Westminster (lugar en el que transcurre el film de Peter Glenville, Becket) con el Arzobispo Lang, personaje que asume el notable Derek Jacobi, quien veinte años atrás compuso a Francis Bacon en El amor es el diablo. Considero que ha sido todo un acierto por parte de su guionista y de su realizador pensar el acto celebratorio de la coronación del nuevo rey no ya en el mismo lugar y en el mismo día, sino a través de una transmisión televisiva que la familia real observa en su propia morada. Como también ubicar en primerísimo primer plano al micrófono, destacándose, o en tal caso, enmarcando a la voz humana. Y, como postdata, sugiero al lector que preste particular atención al último plano del film, a la última imagen.
Hoteles, traslados y espacios vacíos Sofia Coppola elige el Chateau Marmont, un espacio que sigue convocando a fans de estrellas, para hacernos llegar estos fragmentos de tiempo vacío y tedioso, en la vida de un joven actor reconocido por sus roles en films clase "B". Anticonformista y polémico, con marcas de cine independiente, (aunque su producción no lo sea), el último film de la realizadora de "Perdidos en Tokio" se interna en los pasillos desolados del mundo del cine y del espectáculo en general; paradójicamente, en uno de los lugares más celebres y visitados por turistas de la colonia de Hollywood, el Chateau Marmont, lugar legendario de la tradición estadounidense, marcado por escándalos y celebrado en páginas literarias; espacio en el que se reunieron, por primera vez, James Dean uno de los últimos ídolos de la "generación rebelde", con una de las jóvenes actrices más seductoras de aquellos años, Natalie Wood, para leer, en ese primer encuentro, el guión de "Rebelde sin causa" de Nicholas Ray. Lugar de tránsito, espacio que sigue convocando a fans de estrellas, el Chateau Marmont es el ámbito elegido por Sofia Coppola, descendiente de toda una saga familiar del mundo del cine, para hacernos llegar estos fragmentos de tiempo, vacíos y tediosos, en la vida de un hombre joven, reconocido exitosamente por sus roles en films de clase "B" y por haber participado en producciones interpretadas por consagrados actores. Volcado ahora a olvidables films de género, Johnny Marco, nombre que es todo un emblema, ve pasar sus días en una permanente monotonía, acompañado ocasionalmente, sólo por aventuras fugaces, por bailarinas que se mueven fríamente para él en la soledad de su habitación. Así cada instante se suma a su rutina, tiene la fugacidad de la duración de un globo hecho con goma de mascar y su remera blanca, que vestirá la mayor parte del film, lleva la inscripción de "Asociación de dobles", o sea de actores que ocupan el lugar de los principales, los "stunt man"; si bien él le señalará a su hija de once años, Cleo, quien un día llega, sorpresivamente, que siempre él protagonizó las escenas de riesgo. Le corresponde, pues, al lector establecer sus propias relaciones. Cleo, interpretada por Elle Fanning, a quien ya hemos visto en "El curioso caso de Benajamin Button" y "La mujer infiel", hermana, por otra parte de la ascendente Dakota Fanning, está ingresando a la adolescencia. Junto a su padre, quien poco a poco descubrirá otra manera de vivir las horas del día, compartirán algunas nuevas experiencias. Desde los silencios iniciales, esos interrogantes, que alcanzan a este joven actor retratado en su apática inmadurez, marcan un espacio de un tiempo que se comienza a vivir de otra manera. En "Somewhere" se comienzan a insinuar algunas preguntas, de manera vacilante. Podríamos decir que en numerosos aspectos el nuevo film de Sofia Coppola, que recibió más rechazos que adhesiones, aún en el mismo Festival de Venecia donde mereció el "León de Oro" 2010, guarda similitudes con su ya clásica "Perdidos en Tokio", estrenado hace siete años. Desolada la vida del actor, con ese no saber qué hacer, con ese gesto que en cualquier momento asoma con su mueca de escondido dolor (memorable la secuencia en la cual el joven actor, Johnny Marco es sometido a la prueba de la confección de su máscara), como la que tiene lugar en el set de efectos especiales en uno de los estudios. Arido y desolado es el escenario que transita este personaje, como aquellas imágenes de pinturas de Hooper, como algunos momentos dilatados de los films de Peter Bogdanovich, Monte Hellman, Robert Altman, Wim Wenders. En una de las conferencias de prensa, ante la pregunta de uno de los asistentes, "¿Quién es Johnny Marco?", sólo el silencio obrará como respuesta. El silencio y el corte directo sobre ese rostro que está comenzando a intuir, junto a su hija, (ya la ha visto patinar ante sus ojos), la narración comenzará a ser más fluida y ondulante. Hay también un pasaje en el film desde aquellos encuadres iniciales, detenidos y fijos, distantes, a otro modo de concebir el propio ritmo de la vida. Con su cuerpo tatuado, el joven Johnny Marco recibe día a día mensajes anónimos, en los que cabe el reproche y el enojo. En un clima que nos lleva a evocar algunos films de Michelangelo Antonioni, "Somewhere, en un rincón del corazón" (segundo título elegido aquí por los distribuidores) va señalando, paulatinamente, los lugares de quiebre de este aparente bienestar, de esa frívola vida hedonista. Bastan sólo algunos apuntes, que se mueven entre lujosos ambientes, piscinas y opulentos festejos. Desde una estética minimalista, "Somewhere" pone en juego y en diálogo dos situaciones articuladas con la última Ferrari: la que se da en el prólogo, a partir de cinco vueltas que se plantean en el mismo cuadro, hasta el epílogo en el que se marca una sensible distancia respecto de la secuencia inicial. Y volvemos al Chateau Marmont, tras un rápido viaje a Italia donde será reconocido en un programa ómnibus, "I Telegatti", donde recibirá un premio en contados minutos, rodeado de bailarinas como las que danzaban mecánicamente en su habitación. Con la presencia de algunos actores que salen a su encuentro cuyos nombres se pueden leer en los títulos finales, el film de Sofia Coppola desnuda un modo de vida que identifica comportamientos convencionales y exitistas.
Con Venecia como gran protagonista Johnny Depp y Angelina Jolie son el fuerte de la película, a pesar de que no logran ni por un instante establecer una feliz combinación ni en el orden de la intriga, ni en los pacatos juegos amorosos, ni en un forzado ir y venir de miradas. Hay films que se anuncian como "La película de este verano" y en este sentido las políticas de promoción de algunas distribuidoras implementan una serie de estrategias desde el mismo día en que ha comenzado el rodaje. En este caso, y ya en relación con el tan publicitado estreno de "El Turista", que se ha dado a conocer de manera casi simultánea en algunas ciudades del mundo, el acento está puesto en la presencia de los dos actores protagónicos, los estelares nombres de Johnny Depp y Angelina Jolie; a pesar de que ambos, en el film, no logran ni por un instante establecer una feliz combinación, ni en el orden de la intriga, ni en los pacatos juegos amorosos, ni en un forzado ir y venir de miradas. Por lo menos, así lo considero. "El Turista", tras su visión, que se sostiene a partir de una trama de sospechas, que se vuelve más que previsible ya en la mitad de su recorrido, nos lleva a considerar, igualmente, de qué manera un realizador europeo puede ser tentado por el canto de sirenas de la gran industria del cine llamado Hollywood de hoy. Luego de su consagración internacional con "La vida de los otros" (cuyo segundo final hoy sigo discutiendo), el realizador de origen alemán, Florian Henckel von Donnersmarck, a sus 37 años, accedió, tras otros nombres en la escena, a ponerse detrás de la cámara en uno de los escenarios más soñados de la historia del cine, tras un breve prólogo en París y algunas parciales escenas en filmadas en Londres. La ciudad elegida fue Venecia para este film que se presenta como una remake de una producción francesa del 2005, dirigida por Jèrome Salle, "El secreto de Anthony Zimmer", no estrenado comercialmente en nuestro país, y que cuenta con las actuaciones de Sophie Marceau, Yvan Attal y Sami Frey. Una remake que intenta modelarse desde algunos films de Alfred Hitchcock y de Stanley Donen, tales como "Intriga Internacional", "Para matar al ladrón" y señalado por el propio director, "Charada". Pero no basta que el film adscriba a ese cruce entre el thriller y la comedia para que se pueda comparar con aquellos films que hoy ya son todo un clásico; es necesario además poder transmitir un tono, crear un tempo, construir suspense. "El Turista" nos lleva en un lujoso tren de Lyon a Venecia en una accidentada historia que abre a un escenario fastuoso y de sofisticado glamour; que parte de un disparo de miradas que se refractan y multiplican en hombres vigías y multicàmaras digitales, de ojos que espían y siguen a otros, lo que nos lleva a pensar en el primer film de su realizador, "La vida de los otros". Sobre la base del film spy el film se propone desplegar una historia de amor, de supuesta atracción y lo hace, lamentablemente, con una controlada puesta en escena que anula todo grado de erotismo y que coloca a la actriz, en su rol de Elise, en una figura más que alejada de las gloriosas "femme fatales" de la historia del cine. Persecuciones, un hombre que se elige para ocultar a otro; un reflejo de identidades, que lleva a un encuentro con un modesto profesor de matemáticas, de origen norteamericano, herido por una historia de amor. Deudas y venganzas por saldar, tal vez como lo que se narra en ese libro que está leyendo ahora un tal Frank Tupelo, en su viaje en tren, cuando lo intenta hechizar esa mujer llamada Elise. La mayor fuerza del film se registra en el primer gran tramo, cuando son los indicios (como el referido a la imagen de la doble cara de Jano), los que comienzan a reconocerse, como esa especie de mecanismo de reconstrucción de una carta, que se ha destruido primero por las manos y luego por el fuego. Hay un nombre, un blanco buscado por varios sectores, tanto por la ley, por delito de evasión, y otro del lado del gangsterismo. Combinación de humor y de films de la serie James Bond que nos lleva a recordar, en ese juego de buenos y villanos, en films tales como "De Rusia con amor" y "Moonraker", ambientadas, igualmente, en Venecia. Angelina Jolie, cual hierática esfinge, transformada en nombre de la estética en un maniquí de cera, intenta seguir los pasos de tantas heroínas del cine. Y a su lado un clownesco Johnny Depp, que llegará a correr por los tejados de Venecia, en pijama, arribarán a esa ciudad y ocuparán ambos la suite del mítico Hotel Danieli, lugar en el que se filmaron momentos del último film de Vittorio De Sica, "El viaje" con Sophia Loren y Richard Burton y de la nostálgica y eufórica comedia de Woody Allen, "Todos dicen te quiero". Venecia, la ciudad construida sobre "un mosaico de cien islas", con más de ochocientos puentes que van uniendo los distintos lugares, es la gran protagonista de esta historia, que sí entretiene, a medias, y que nos lleva a pasar algunos momentos placenteros; sólo algunos. Pero la visión de Venecia que ofrece el film sigue siendo la turística (coherente con el título del film). No creo que más allá de la visión del film los nombres de la Jolie y de Depp lleguen a ser recordados, pese a ser los que más cotizan hoy en el mundo del cine. Sí, en cambio merecen subrayarse otros nombres, pese a sus breves actuaciones, tales como Christian De Sica, Neri Marcorè, Raoul Bova, Nino Frassica, Paul Bettany y un misterioso señor inglés, rol que cumple un sorpresivo Rufus Sewell. Y por supuesto, la inmortal, soñada, fantasmal, hechicera, y legendaria Venezia!. Pero no así en este film; así lo creo.