Ventana abierta a la pareja y el arte A sus setenta años y desde una filmografía que parte de los inicios de los años 70, el director ofrece un relato minimalista que plantea un continuo juego de representaciones en un escenario que el arte y la vida misma van ofreciendo. En el Festival de Cannes 2010, evento en el cual el controvertido film de origen tailandés El hombre que podía recordar sus vidas pasadas obtuvo la Palma de Oro, la actriz Juliette Binoche mereció el máximo galardón a la mejor actuación femenina por su labor en este film de Abbas Kiarostami, Copia certificada, que hoy puede verse, tras una larga espera, en sala. De origen iraní, Kiarostami, a sus setenta años y desde una filmografía que parte de los inicios de los años 70 (aquí recién se comenzó a conocer a partir de su film del 97, El sabor de la cereza), nos ofrece un relato minimalista que pone en juego situaciones que se van planteando como un continuo juego de representaciones en un escenario que el arte y la vida misma van ofreciendo. Ambientada en una zona de la Toscana, pero no por ello abierto a un recorrido turístico. Copia certificada nos propone un itinerario que se abre en múltiples direcciones, a partir de una situación inicial en la que un escritor presenta ante un auditorio sus propias reflexiones sobre esa obra, Copia conforme, que ha merecido el reconocimiento del ensayo del año. Sus apreciaciones iniciales, ante un entusiasta grupo de expectantes oyentes, entre los cuales se destaca una mujer que irrumpe de manera muy particular, van poniendo en crisis ciertos conceptos que nos llevan a reformular versiones sobre la historia del arte, tales como obra original e imitación, copia y reproducción, traducción. Sin que el film de Abbas Kiarostami defina a lo largo de todo su trayecto los límites entre ficción y realidad, Copia certificada otorga libretos a dos personajes, un hombre y una mujer, aquel escritor y ella, una mujer con un hijo, a cargo de una tienda de antigüedades, quienes tras "un breve contacto inicial", deciden, como en tantos otros films de Kiarostami, emprender un viaje. Ahora a la pequeña población de Lucignano: asoma aquí la resonancia sonora del vocablo luce, luz, algo que se habrá de experimentar ante una imagen que por durante mucho tiempo, tal como el guía lo señala en italiano, y ella lo traduce al inglés. En ese mismo lugar, y desde la mirada de otro personaje, una mujer ya entrada en años, dueña de una cafetería, la situación, el vínculo entre ellos puede llegar a ser de otra manera. Desde ese otro recorrido de mirada, desde ese juego invertido de espejos que la propia puesta en escena arma para nuestros personajes y para nosotros, ella y él, un tal James Millar, interpretado por el barítono William Shimell, autor de ese libro de ensayos Copia conforme, asumirán ahora, o fueron entonces en un tiempo pretérito, lo que los otros creyeron ver. Entre el ser y el parecer, frente a esa pareja en crisis que nos lleva a recordar a Ingrid Bergman y George Sanders recorriendo las tierras de Nápoles en el film de Roberto Rossellini Viaje en Italia. A lo largo de un día, ella y él nos piden que los acompañemos en ese recorrido, que escuchemos hasta el resonar de los pasos, las voces que se cuelan en los diferentes espacios, las referencias que nos llevan, desde el deseo de Abbas Kiarostami a volver a trazar un puente, entre la Toscana y Nápoles, entre el film de Rossellini y el film que él, hoy a sus 70 años nos lega, suerte de testamento fílmico en el cual se cifra su concepción sobre el cine, sobre el arte, como recorrido de la mirada. Podríamos decir que a lo largo de todo ese día, ella y él, desde sus relatos, en una partida de dobles y sus reflejos, de cambio idiomático entre el inglés, el francés, el italiano, como acontecía en El pasajero de Michelangelo Antonioni, interpretan sus propias historias de amor, desde lo presenta a lo ausente, de lo que fue o lo que tal vez pueda llegar a ser, desde lo que realmente ocurrió o desde lo que alguna vez se soñó, sin que se sepa si esa coppia (en italiano, pareja) pueda llegar a diferenciar si se trata de un original o de un duplicado, ante nuestra mirada. ¿Qué es lo que vemos? ¿Cómo lo pensamos? ¿Qué historia creamos a partir de esto? ¿Cómo continúa nuestra historia desde este hecho, desde nuestros lugares, desde las campanadas, que ahora forma parte de la memoria de nuestra mirada? Fascinante, conmovedor, el film de Kiarostami. Definido desde una teatralidad cinematográfica, explora, indaga, se detiene, le da lugar a la palabra. Kiarostami enfatiza en la profundidad del gesto, en la intuición, en el aleteo de las emociones. Y nos hace llegar una conmovedora reflexión en el primer tramo del film sobre un nombre propio de un ser amado desde una voz que tartamudea. Mientras que en el segundo momento, y en el centro de una plaza de Lucignano, nos permite escuchar de la propia voz de Jean?Claude Carriere una serena y emotiva interpretación sobre lo que, tal vez, se deseó transmitir, ante la lectura que se hizo de una imponente pieza escultórica. Sobre la complejidad de los afectos, sobre la belleza, sobre nuestras flaquezas e imperfecciones, sobre el redescubrimiento de lo humano y la aceptación de lo que somos, Copia conforme irá abriendo lenta, pausada y pudorosamente otra ventana ante nosotros.
El amor siempre sopla donde le parece Ambientada en una ciudad del nordeste de Italia, en una campaña electoral, esta lograda comedia se mete en la ambigüedad sexual para decir que nunca está todo dicho. Si bien en su país de origen, Italia, ¿Diferente de quién? ha figurado entre los films más vistos en la temporada cinematográfica 2009, parecería, hasta el momento, que aquí no va a ocurrir algo similar. Y es que al igual que pocos días atrás ante el estreno de Tengo algo que decirles (Mine Vaganti) de Ferzan Ozpetek, tanto el gran público como un gran sector de la crítica han preferido seguir de largo, sin detenerse. Y es que pareciera ser que aún, todavía aquellos films que se acercan a las cuestiones de las parejas no "normales", de las no aceptadas por un único mandato social, pese a que finalmente a diferencia de otros países se ha legitimado en el país el matrimonio igualitario y que funcionan organismos contra la discriminación; pese a todo esto, ciertos films aún no convocan a una gran franja del público. Y en este caso, ya este inicial rechazo lo vienen marcando algunos medios porteños. Ambientada en una ciudad del nordeste de Italia, en los días en que se están llevando a cabo los preparativos y los lanzamientos de las primarias electorales, ¿Diferente de quién?, opera prima de Umberto Carteni, se puede definir como una muy lograda comedia que abre un capítulo complementario en relación con el cineasta Ozpetek; en el que en base a un forcejeo en torno a premisas y programas, rechazos y atracciones, el guión va modificando un dibujo inicial que permite que se proyecte hacia otras direcciones desafiando todo tipo de rótulos. Film que divierte y conmueve, film que nos lleva a reflexionar y que se construye sobre un elenco que se mueve profesionalmente por diferentes situaciones ¿Diverso da chi? coloca en un escenario figuras en contrapunto, entre un hombre gay candidato a alcalde, que convive con su pareja desde hace catorce años, quien por cuestiones de alianza, debe trabar pactos con una mujer altamente conservadora, que en el primer tramo del film nos lleva a pensar en una discípula de la ultra fundamentalista Sarah Palin, quien cada cinco palabras recupera los términos y slogans de una moral puritana. Pero en tanto comedia y en tanto la historia comienza a ofrecer otros giros, ¿Diverso da chi? va adquiriendo le carácter de una fábula contemporánea que abre a la ambigüedad, que interroga a las certezas, que se abre a lo impensado y a lo sorpresivo... Como si de un toque de encantamiento se tratara. Y entonces, y entre risas y llantos, valijas que se abren y puertas que se cierran y tanto más por venir. Sin dejar de lado los planteamientos sociales, las reivindicaciones hacia los sectores más postergados, los personajes de este film de Umberto Carteni, con actores de algunos films de Ozpetek y de otros realizadores, construyen un relato en el que desde el humor y la ternura, y desde los apuntes del natural, pasa a ser igualmente una lúcida mirada sobre toda forma de estigmatización. Y al mismo tiempo para el concepto de familia, resignificando el término, proyectándolo más allá de una definición de un manual.
Un film que tiene mucho para decirnos La película nos mira a nosotros, nos vuelve partícipes de tantos secretos y confidencias, nos abre a nuestras reflexiones, se conecta con nuestras experiencias de vida. Todos y cada uno de sus personajes tienen algo para decirnos. No comprendo aún porque la mayor parte de los medios porteños, en su sección espectáculos, cuando el estreno de este film hace algunas semanas, se esforzaron en considerar a este film como una obra menor del director Ferzan Ozpetek, nacido en Estambul en febrero del 59, radicado en Italia desde 1978, intelectual y artista de dos orillas. No alcanzo a dimensionar algunas notas, como las que afirman que "Tengo algo que decirles", film que desde el punto de vista de tantos y tantos espectadores transpira una inusual sensibilidad, "atrasa al cine en más de treinta años". Y en cambio sí, estos jóvenes críticos, a la manera de ilustrados mandarines que rechazan a un cine de sentimientos, ponderan a los megafilms de Hollywood, en nombre de un muy amplio concepto de "cine moderno". Si bien es cierto que el cine de Ozpetek no rehuye, ni se lo propone, del formato clásico del melodrama, en su manera de narrar "historias de vida", también es muy cierto, que de ninguna manera lo hace de forma complaciente, ni conformista. Más aún, creo, estimo, considero que su filmografía que parte de "Hamam?El baño turco", ya a fines de la década pasada, abre a interrogantes sobre las identidades, la cuestión inmigratoria, los secretos de familia, los amores no correspondidos, las relaciones de clase, entre tantos otros temas más. Como lo hace, a su manera, otro realizador de esas latitudes, Faith Akin. "Mine Vaganti" es su título original. Y este es el octavo film de este realizador de quien se han estrenado en nuestro país sólo algunos de sus films, en salas comerciales; "El hada ignorante" y "La ventana de enfrente", además del primero de su filmografía. Los otros, en su mayoría, fueron presentados en funciones de Cine Club Rosario y el que aún permanece inédito "Harem Suaré" no se dió a conocer en circuito alguno. En nuestro país, "Mine Vaganti" se estrenó en el marco de la presentación del Festival de Pinamar este año y hoy, podemos verlo en sala. El nombre del film, en el original apunta a señalar a aquellas personas que funcionan como "balas perdidas", como "bombas de tiempo", y en el film se lo traduce como "irresponsables", cada vez que alguien pronuncia esta palabra. Como en la mayor parte de los films italianos, y en numerosos films argentinos, la mesa familiar ocupa un lugar central en la acción dramática; rasgo, por otra parte compartido en toda la obra de Ferzan Ozpetek. En esa mesa familiar, no sólo habrá manifestaciones de afectos y reconciliaciones, sino también enojos, revelaciones, la irrupción de lo inesperado. Tras un prólogo en el que se animan imágenes de un pasado desde el recuerdo de una abuela, que sí lo comprende, desde su silencio, todo; desde ese prólogo que saldrá al encuentro de esa secuencia final, epílogo, narrado desde la voz del joven escritor, Tommaso, que se permitirá desde la creación de sus ficciones reunir a todos sus personajes, "Mine Vaganti" va trabajando un itinerario que se abre con la llegada de este joven, hijo de esta familia de habitantes de Leche, de una región de la Puglia, dueño de una fábrica de pastas, dominado por ciertas reglas severas y un rígido concepto de honor, dispuesto a contar su verdad sobre su elección sexual, ser gay, y sobre su real vocación. Este viajero, que se anuncia de manera poética y que es recibido de igual manera por su hermano, acompañados ahora por la madre y por la abuela, esa abuela que nos brindará esos momentos de confidencia, de reposo, de afecto sincero y de feliz y sabrosa despedida, es la llave de ingreso a esta historia que llevará a que todos sus personajes comiencen a transitar un territorio diferente, mediante preguntas, atajos, enmascaramientos, ya que frente a algo que debía ser de una manera; así, de pronto, y en esa familia, tomará otro giro. "Mine Vaganti" es una historia de mandatos y sucesiones; pero también de enfrentamientos y de rebeldías. Aquella primera afirmación sobre lo que "se es" no pudo ser dicha y en cambio habrá que seguir las reglas del juego propuesta por el jefe de familia. En el film de Ozpetek, son las mujeres las que pueden comprender a aquellos hombres, que han elegido apartarse del severo mandato paterno, de la llamada normalidad impuesta por la convención social. Son ellas, quienes pueden escuchar interpretar el silencio, comprender el dolor ante el rechazo. Por lo menos, en los primeros tramos del film. Una vez más Ozpetek nos lleva a recorrer todos los matices posibles de las reacciones humanas, frente a situaciones que van marcando, señalando lugares en donde se manifiestan fisuras, en donde se pueden plantear nuevos acercamientos. En su manera de encuadrar los rostros, pone en acto el tono de voz, la mirada detenida, la profundidad del gesto. La vida de la pequeña ciudad es captada en "Mine Vaganti" desde las miradas y desde el que dirán. Desde el tono burlón, las palabras insidiosas y ciertas alusiones. Frente a ello, la respuesta digna, marcada por el tono humorístico y a veces triunfante. Y en algún momento de este film, que nos regala una sublime banda sonora, escuchamos: "No debés jamás permitir que los otros te digan a quien debés amar. Equivocáte, por tu propia cuenta, siempre".
Aquellos olvidados principios éticos Basada en hechos reales, entre la crónica y el documental, la película abre las puertas de un monasterio donde viven ocho monjes cistercienses, en una zona montañosa de Argelia, en 1996, cuando se desarrolla una guerra civil. En su país de origen, Francia, De dioses y hombres, tras su presentación en el Festival de Cannes del 2010 donde mereció el "Gran Premio del Jurado", pasó a ser uno de los films más vistos del año; situación que motivó numerosos escritos ya que este film de Xavier Beauvois, realizador un tanto desconocido para nosotros de cuarenta y tres años, se aleja totalmente de las exigencias del cine elitista de hoy, ya que mira particularmente a un espectador que esté dispuesto a asumir una actitud reflexiva ante sí mismo, ante la Historia. Basada en un hecho real, entre la crónica y el documental, De dioses y hombres abre las puertas de un espacio alejado de la estridencia del ensordecedor ruido de las grandes urbes, el de un monasterio ubicado en una zona montañosa de Argelia, en los meses de 1996. En ese territorio, definido como comarca rural, habitado por lugareños que viven en un estado precario, ocho monjes pertenecientes a la orden de los sacerdotes cistercienses, grupo del catolicismo que data del siglo XI, bajo el lema de "ora et labora", viven sus horas en una continua actitud de entrega hacia los demás, sea en trabajos de subsistencia, mediante el cultivo y la producción de ciertos bienes afines y la atención médica. En un tiempo en el que se enarbola desde diferentes estandartes sólo un concepto de bienestar personal, que enmascara al egoísmo, y que olvida, ignora, hasta excluir al necesitado, la visión de este film se propone como necesaria, y se acerca a nosotros desde pudorosos principios éticos. Los monjes que habitan este lugar, en el que en su interior se escuchan las prédicas y los cantos, los salmos y los diálogos a media voz, están expuestos a una fuerza de choque de manera continua. Ya que en el escenario social y político, entonces, en esos días de 1996, nos informa que se ha declarado una guerra civil entre sectores del gobierno y grupos de la población islamista. Entre tantas masacres, persecuciones y secuestros, algunos hechos sin haberse resuelto aún, los que tuvieron que vivir estos monjes forman parte de esta cruel y violenta historia. Pero esta historia sobre este trágico hecho no está narrada de manera habitual, no se apoya en un procedimiento convencional de investigación. Distante de ello, De dioses y hombres elige reflexionar sobre cada uno de los monjes que habitan este lugar, sobre sus silencios, sus temores, sus vacilaciones, sus dudas, ante la situación límite de la realidad, ahora, les impone; realidad que se abre de igual manera a la conducta de cada uno de sus ocho miembros, en sus vidas particulares, en esas historias personales, en sus vidas más allá de las puertas del monasterio. Un estallido de violencia y de amenazas se comienza a desplegar y a extender ominosamente sobre esa comunidad, alcanzando por igual a todos sus miembros, los monjes y los habitantes de las aldeas. La vida cotidiana sufrirá sobresaltos y las pantallas televisivas se erigen en voceros de un alerta continuo. En reportaje publicado a la revista "Fotogramas" de enero de este año, y ante la pregunta de su entrevistador, Alex Vicente sobre la posición del realizador ante sus creencias, Xavier Beauvois respondía: "Lo que tengo claro es que creo en la fe, en la prédica, en el hacer de estos monjes. De todas formas esta no es una película sobre la fe, sino sobre el diálogo y la tolerancia. Ni tampoco es un film católico, como he oído". Son numerosos los dilemas que se irán planteando en el film. En cada nueva situación, en el interior mismo del monasterio, frente a las autoridades, frente a los del ejército clandestino, los interrogantes se irán abriendo hacia el espectador asumiendo una progresiva melodía tensionante que alcanza momentos cúlmines en feroces contrapuntos, como el que tiene lugar cuando vemos volar a los helicópteros militares, mostrando sus alas, haciéndonos llegar sus rugidos, mientras la oración y el canto transforman los espacios del monasterio en un ámbito sagrado y de devoción. El tono de tragedia se irá elevando de manera silenciosa, sin estridencia, hasta alcanzar, escalar la cima del monte Atlas o bien perderse en la neblinosa espesura de un bosque. En este film que llevó a que Roman Polanski expresara cálidas y reposadas palabras de agradecimiento, Xavier Beauvois instala otro concepto acerca de cómo representar hoy algo que no nos es ajeno, la temática de la violencia; que lamentablemente en su afán de ser espectacularizada se ha transformado en un móvil de atracción hedonista, sin que pueda plantearse ningún tipo de interrogante en la mayor parte de los films que se estrenan semanalmente. Los hechos que se plantean en De dioses y hombres van más allá de la crónica registrada hace quince años y que hoy define todo un espacio de nuevas investigaciones. La problemática, que fluye en sus silencios y parlamentos, se eleva ya a una cuestión universal, trasciende, cruza fronteras, pero también pide acercarnos. El realizador despliega una secuencia memorable: la que recrea sobre los rostros de los monjes, sobre sus miradas, sobre sus gestos, sobre los silencios, la emblemática imagen de una última cena.
Sobre el amor y los desencuentros Ryan Gosling y Michelle Williams componen a Dean y Cindy, en este retrato de una pareja en crisis, en el momento en el que se disponen a reconstruir el recorrido de su relación. La historia tiene la marca del cine independiente. Presentada en la sección Una cierta mirada, en Cannes 2010 y posteriormente en los festivales de Sundance y Gijón, Blue Valentine pertenece a la categoría de films que tienen la marca del cine independiente, que rehuyen de todo planteo conformista y de toda resolución estética convencional. Desde el título que lleva a uno de los temas del intérprete y cantante Tom Waits, elegido en varias oportunidades por numerosos directores, entre ellos Francis Ford Coppola para su eximia obra Golpe al corazón (One from the heart), el film de este joven realizador, Derek Cianfrance, que viene del campo del documental, explora con calibrada sensibilidad el ámbito doméstico particular de una pareja que ya lleva años de convivencia, que son padres de una niña pequeña; pero que, por ciertas circunstancias que el film no se detiene a explicar, comienza a experimentar un desgaste. Nominados ambos actores para los premios Oscars de este año, tanto Ryan Gosling y Michelle Williams, quienes componen a Dean y Cindy, nos ofrecen un retrato de pareja en crisis, desde una situación particular, desde un momento en el que se disponen a reconstruir en quebrados flashbacks el itinerario, el recorrido de su relación, desde los días en que, azarosamente, ambos se encuentran en un centro para ancianos. Film de enfrentamiento y de rebeldía, de violencia subterránea, por momentos silenciada, Blue Valentine es una dolorosa historia que despierta sentimientos de ternura en el espectador, que nos lleva a pensar, por igual, en momentos de los films de John Cassavetes y Robert Altman de los 60 y los 70, con las marcas del cine de los realizadores "indies" de hoy. La vida cotidiana de Dean transcurre de manera trashumante en el propio espacio urbano: trabaja en una compañía de transporte, traslada muebles, pero al mismo tiempo acondiciona espacios, los vuelve habitables. Cindy, por otra parte estudia medicina, cumple horas en un centro de salud. Así fue desde el primer día y en aquellos días, frente a una casa de regalos, en horas de la noche, Dean tocando el banjo vio bailar tap a Cindy frente a las vidrieras de un local que exhibía una guirnalda en forma de corazón, similar a la letra V, primera letra de la palabra Valentine del afiche. Este particular momento, esta imagen lleva a recordar el un tanto perdido film Once. Pasados los días de aquella creciente pasión, que volvía asombro cada instante, ahora ambos viven su propio vacío, particularmente Cindy, quien manifiesta rechazo. Ante ello, Dean le propondrá una última experiencia, en esa última noche, estar juntos en La habitación del futuro, espacio gélido, de un hotel. Desde allí, el pasado asomará a través de sus fracturas, de sus sonrisas y de sus preguntas, de sus interrogantes; particularmente en lo que compete a la situación de la llegada del hijo. Luego de haber actuado Ryan Gosling en Diario de una pasión de Nick Cassavetes, como el personaje que interpretaba el que cumplía James Garner de veterano y de haber sido el amante leal en Lars y la chica real de la muñeca inflable, Derek Cianfrance lo invitó a participar de este desafío. Y ciertamente es notable su construcción, en esa ambivalencia que su antiheroicidad romántica y adolescente va marcando en su deambular en el film. De igual manera, Michelle Williams, la actriz de Secreto en la montaña, film en el que interpretaba a la esposa de quien sería su marido en la vida real Heath Ledger y posteriormente como la compañera de Leonardo DiCaprio en La isla siniestra (Shutter Island), de Martin Scorsese, define a un personaje que puede presentar variaciones de conducta, que asombra por sus matices expresivos. Observará el lector que en esta nota predomina el subrayado sobre el comportamiento actoral. Y es que estimo que se trata no ya de un film en el que las acciones se van derivando y ramificando, mediante explicaciones, (antes bien, ausentes), sino más bien de un film de caracteres. Que puede motivar por igual a la generación intermedia, como a los que tienen una mayor edad. Ciertamente, sobre la vida en pareja son numerosos y múltiples los films que el cine nos ha dado. Claro está. En tal caso, los que hoy recordamos a través de parlamentos, imágenes o situaciones, son, en principio, los que han podido huir de lo convencional, evitando fórmulas fáciles, proponiendo un espacio de reflexión. Los que vean Blue Valentine no podrán olvidar algunos pasajes, entre ellos, la última secuencia que se da sobre el cierre del film. Y en nombre del recuerdo y a propósito de una temática similar viene a la memoria, ya sobre el final de esta nota, el inolvidable film de Stanley Donen de mediados de los 60, Un camino para dos, con Autrey Hepburn y Albert Finney, en el que también, desde una situación inicial de una pareja que demuestra que ya no tiene nada que decirse, se va reconstruyendo en un fragmentado y atípico zigzag temporal el recorrido de un viaje sentimental.
París vuelve a convocar toda la magia Con un sorprendente Owen Wilson que interpreta a un hombre en crisis con su inminente matrimonio y deseoso de crear, la película despliega la música, el clima onírico y las referencias a Vincent Minelli. Puro disfrute artístico. En los días previos al estreno de Todos dicen te quiero, festiva comedia musical del siempre sorprendente Woody Allen, leíamos entre otras declaraciones que entre sus films musicales favoritos figuraba el de Vincent Minnelli de 1950, Un americano en París, con banda sonora de George Gershwin, compuesta particularmente para este film y con los inolvidables protagónicos de Gene Kelly y Leslie Caron; que, dicho sea de paso, se puede volver a admirar mañana, a las 19, en la sala Madre Cabrini. Tal vez, en el origen mismo de Midnight in Paris se encuentren los borradores y apuntes de este film de Vincente Minnelli que tiende puentes hacia Midnight in Paris, y despierta, por igual, en las salas de exhibición, contagiantes aplausos por parte de la platea. Y que ha motivado, por su gran concurrencia, a que algunas salas hayan tenido que desempolvar aquel cartel que señala "No hay más localidades". No quisiera ahorrar epítetos, en nombre de una prosa más conceptual. No es el momento. A partir de una doble visión, es necesario seguir transmitiendo ese clima de fábula y magia que se respira en el film, que nos recorre el cuerpo poniendo en juego las posibilidades hechiceras y convocantes del cine. Woody Allen, en su film número 41, regala este viaje en el tiempo, este pasaje al mundo de lo posible, esta exaltación de los sueños y de la imaginación que brinda, como en los antiguos cuentos de hadas, desde el tañido de doce campanadas, a medianoche. Midnight in Paris permite que nos reencontremos con numerosos momentos de la obra de Woody Allen. Así, ya desde el inicio, ofrece un cruce en el film de Vincent Minnelli (rodado íntegramente en estudios, como si de un sueño se tratara) y la primera secuencia de Manhattan, en la que al son de la obertura de Rhapsody in blue y tal como leemos en su guión original "La silueta de varios edificios, y espacios de Manhattan se recortan en el horizonte. Coches. Un puente y edificios. Un restaurant. Una calle cubierta de nieve con automóviles que se dirigen al rascacielos Empire State" y luego la voz de Ike el personaje que interpreta el mismo Allen: "Capítulo primero. Adoraba Nueva York. Era su ídolo... Hemm no, pongamos mejor: La había hecho desproporcionadamente romántica. No importaba cuál fuese la estación, para él era la ciudad en blanco y negro que vibraba al son de las grandes melodías de George Gershwin". De la misma manera puede pensarse este escrito como un capítulo primero para acercarse a Midnight in Paris. Y es que las primeras imágenes del film llevan a esta fascinante ciudad, a diferentes lugares y momentos, a tantos espacios mitologizados por el cine, por tantos directores, por tantos artistas. Ahora este París de Allen asoma desde la música de Sydney Bechet y de Cole Porter. Y de igual manera, algunos parlamentos del film de Vincent Minnelli circulan: uno dice que quien en París no puede crear, en tanto es el sueño de los artistas, sólo le resta volver a Estados Unidos y casarse con la hija del jefe. Y es así como llegamos a presentar a Gil Pender, otro de los alter?ego de Allen, interpretado magistralmente, por su forma de andar, por sus gestos y tics, por sus respuestas, por un sorprendente Owen Wilson (nuevamente este término, pero ahora un tanto inesperado). Nuestro personaje está en las vísperas de su matrimonio y ha viajado allí, junto a su prometida y sus suegros de fuerte estirpe republicana y atentos solamente a cuestiones empresariales. Disputas y debates a la hora de la cena que apuntan a enfatizar el carácter romántico de Gil que se opone, de manera contrastada, a los de su novia Inez. Para Gil, París es la ciudad amada. Y es la ciudad con la que sueña, con aquellos años 20, en los que los intelectuales, artistas y bohemios se encontraban en los Cafés, en los ateliers y galerías; y en ciertos momentos en torno a la gran escritora Gertrude Stein y a su pareja Alice B. Toklas. Para Gil, París es el caminar bajo la lluvia, esa que irrita a su novia. Y es al mismo tiempo la posibilidad de volver a reconstruir el puente Nueva York-París de los años locos, del tiempo del jazz, de las canciones de Josephine Baker y de las veladas en torno a los encuentros con Cole Porter y su amada Linda, Jean Cocteau y Ernest Hemingway. En tanto escenario de un teatro de sueños, como la sala cinematográfica lo era en La rosa púrpura de El Cairo, París se abre para Gil cada medianoche, desde la posibilidad de viajar a aquellos años locos. Ese es su sueño y en ese sueño, que se abre desde la fuerza de la creación artística, Gil conocerá a la mujer de sus sueños, cuyo deseo los remontará a otros tiempos. En un juego de escritura a la manera de un diario, de tienda de recuerdos y de discos de pasta de Cole Porter, en esos paseos a orillas del Sena, Allen reanima el espíritu mágico de gran parte de su legado cinematográfico. Un cielo iluminado por citas fílmicas y pictóricas, de Monet y Cèzanne a Van Gogh y Touluse Lautrec, de Degas, Picasso entre tantos otros, de frases poéticas de subrayados musicales. Y del otro lado, las sospechas de infidelidad, la figura de un detective que se perderá en los pasillos del túnel del tiempo. De este lado del espejo, convencionalismos y pedanterías, vanidad y apariencias. Y allá, Gil creando para el propio Buñuel el libreto de uno de sus futuros films El ángel exterminador y compartiendo con Dalí una copa en un excéntrico ángulo de su memoria. De los paseos por las galerías, de las esculturas de Rodin, Allen va abriendo espacios que se multiplican como imágenes de un caleidoscopio que abren la puerta de nuestro propio desván. Toda una celebración. Algo mágico nuevamente está por acontecer. Y tal como Gil espera, comienza a llover.
Distintas miradas sobre una tragedia El film abre con un flashback de una tragedia ocurrida tiempo atrás, en un hecho delictivo. Uno de los protagonistas purgó su culpa en prisión, mientras la madre del niño muerto vive una pesadilla, inmersa en el vacío y el dolor. Ausente desde hace mucho tiempo en nuestras pantallas, la cinematografía nórdica, sin embargo, ofreció a lo largo de varias décadas títulos altamente significativos a través de los eximios realizadores Alf Sjöberg y Victor Sjöström y ciertamente, de uno de los más grandes realizadores de todos los tiempos, Ingmar Bergman cuyo parentesco con el cine del director Carl Dreyer, de origen danés, siempre fue destacada. En las dos últimas décadas, los films de esta filmografía sólo fueron conocidos en Argentina de manera ocasional, en muestras y en salas de circuito alternativo. Procedente de aquellas latitudes, llegaron a nuestros cines, hace algún tiempo. Pelle, el conquistador, Los emigrantes, La fiesta de Babette, Navigator, y pocas más. Presentada en el último Festival de Pinamar, en marzo de este año, precedida por numerosos premios internacionales, y promocionada desde el juicio crítico del documentalista Michael Moore como "el mejor film, sin duda, que he visto en años", finalmente pudo conocerse, sin andamiaje publicitario alguno, este film que permite reconocer tanto en la temática como en el tratamiento de otros títulos de su mismo origen. Lamentablemente, la respuesta del público en nuestra ciudad, hasta el día de hoy, fue menos que escasa, pese a que su lugar de exhibición es una de las cálidas y luminosas salas de los cines Del Centro, rescatadas de una amenaza de cierre, tras un largo e inquietante silencio. Aguas turbulentas, según se puede leer en notas sobre su realizador y su obra, es el tercer film de Erik Poppe, nacido en Oslo en 1960. Sus films anteriores Schpaaa del 98 y Hawaii Oslo del 2006 no fueron conocidos aquí en nuestro país. Y por la información recibida los tres abordan cuestiones referidas a las conductas humanas, desde la perspectiva de los conceptos del bien y del mal, jugadas desde un espacio en donde los interrogantes sobre las acciones y la presencia misma de Dios se manifiestan a través de las dudas y angustias de sus protagonistas. El film abre con un flashback, una acción en el pasado, un hecho que reviste procederes delictivos, que llevan a sus actores a una situación límite, que ingresa en el escenario torrentoso de la tragedia. Este mismo hecho será reconstruido desde una doble perspectiva, tanto del joven que pasó años en prisión y de una madre, que vivirá una continua pesadilla, desde la misma muerte de su hijo, tras una desesperada búsqueda frente a un cuerpo que nunca se encontró. Desde el primer momento la tragedia está allí. Y el tiempo que se irá desplegando a partir de ahí permitirá encontrar y enfrentar miradas, obsesiones, intentos de redención y silencios ante la culpa. El joven protagonista de esta historia encontrará en el interior de una iglesia, tal como allí lo acogen, una segunda oportunidad. Lleva sobre sus espaldas el rechazo y el olvido, la ausencia de sus propias figuras familiares; lleva consigo el dolor de algo que calló y que aún no puede verbalizar. Su punto de vista sostiene la primera parte de este film cuyo título original responde a la canción homónima, la última que compusieron Paul Simon y Art Garfunkel, Puentes sobre aguas turbulentas, dada a conocer en 1970, y que es un auténtico himno a la amistad; tal como You'll never walk alone, de la comedia musical Carrousell y de su film homónimo como de esta entrañable composición de Chico Novarro, Cuenta conmigo. Film de una violencia amordazada, que se plasma en el vacío y en el dolor, Aguas turbulentas es un relato que se mira especularmente en los ojos de la infancia, marcando un movimiento y ordenamiento simétrico en el relato; pero que, igualmente, ofrece una proyección posterior que encuentra eco en la misma canción del título. Tanto la música como el elemento acuático, mostrado de diferentes formas, articulan un relato que puntúa un crescendo que parte de los días posteriores de la prisión del joven organista, la sustitución de su primer nombre por el segundo y desde un rostro que una mujer reconoce reflejado en el espejo del mismo órgano. Historia de sospechas y de espiraladas obsesiones, que generan y activan un ritmo y clima de un thriller, Aguas turbulentas nos lleva a aquellos planteos que reconocíamos en parlamentos y silencios, en vacíos y rostros expectantes, de los films del siempre admirado Ingmar Bergman. Sobre la culpa y el perdón, sobre la muerte de los otros, sobre los borramientos de los límites que empujan al abismo, Aguas turbulentas es una historia que recupera aquellos interrogantes que los superhéroes del cine de Hollywood ignoran voluntariamente. Y en tal caso, en los que hace a los temas de conciencia nos acerca a ciertos planteos que pudimos seguir en Crímenes y pecados y en Match Point, como asimismo en el episodio que compete al mediocre escritor de Conocerás al hombre de tus sueños, las tres del genial Woody Allen. En el film que volvemos a recomendar, cada uno de nosotros, los espectadores somos convocados, desde este singular cruce de puntos de vista, a reflexionar sobre lo que acontece, sobre los hechos que tuvieron lugar, sobre los días por venir.
Woody y la búsqueda de la felicidad El siempre sorprendente director deposita en Larry David la responsabilidad de encarnar a Boris Yellnikoff, un científico escéptico, malhumorado, hipocondríaco y enojado con el mundo que, pese a todo, buscará el camino para ser feliz. Estrenada en numerosos países europeos y latinoamericanos a fines del 2009, finalmente llega a la ciudad, tras su reciente lanzamiento en Buenos Aires, el antepenúltimo film de Woody Allen (si bien hace algunos meses se exhibió Conocerás al hombre de tus sueños, cuya reposición se anuncia para este miércoles a las 21 en la sala Madre Cabrini, y a pocas semanas de conocer el que es su último film Midnight in Paris). Pese a que el genial y siempre sorprendente Allen se ha mantenido firme respecto a cambios en los títulos de sus films, o a cualquier corte, los distribuidores en Argentina modificaron su título original (o por lo menos el más cercano a él) Si la cosa funciona, expresión que escuchamos en varios pasajes del film, por Que la cosa funcione, logrando un efecto anzuelo, más aún si se tiene en cuenta el gesto que está haciendo con sus manos su protagonista, un tal Boris Yellnikoff, a la joven que está a su lado. Durante mucho tiempo los distribuidores del film se negaban a su estreno. Consideraban que no tenía ese atractivo que, para ellos (siempre dependiendo de "ellos"), les garantizaba una abultada taquilla. Y sin embargo, para su sorpresa, el film funcionó y sigue funcionando, algo que ya estaba anticipando, por azar o por destino, su título original. A la hora de elegir un puntaje, de antemano y a propósito de Allen, me inclino siempre a pensar en términos mayúsculos y superlativos. Y no dudé ahora de elegir el puntaje máximo para este film que trae otro de los alter ego que Woody Allen ha guionado a lo largo de su filmografía; que comienza, en carácter de actor y coguionista con la efusiva y burbujeante comedia Que pasa, Pussycat de Clive Donner de 1965 y que se abre como director y guionista en el 69 con Robó, huyó, y lo pescaron, de fuerte tono autobiográfico. A posteriori, en tantos film, cada uno de sus alter ego nos fue acercando fragmentos de un modo de ser, que se construyen desde el entramado neurótico y obsesivo de la sociedad de nuestro tiempo. Y ya tras haber pasado los primeros años de su séptima década, Allen deposita en su personaje Boris, compuesto por el actor Larry David, la suma de sus rasgos más reconocibles: escepticismo, enojo contra el mundo, malhumor, hipocondría, entre otras conductas que, en el plano de la ficción, se representan de manera hiperbolizada. En tanto espejo sobre el mundo contemporáneo, en el que se reconocen frustraciones, sus personajes, en tanto reproducen y amplifican su voz, adquieren comportamientos por momentos cínicos, en la tradición del cine de Ernst Lubitsch y Billy Wilder. Pero en la mayor parte de sus films, igualmente, y esto se reafirma sobre los momentos finales de Que la cosa funcione, siempre hay un cambio, transformación, esperanza, sea por destino, suerte, azar; o lo que sea... lo importante para él es abrirse a eso que llaman amor, en sus tantas maneras de manifestarse. En el film que hoy comentamos, largamente anunciado a través de afiches y noticias sobre él, su alter ego: Boris Yellnikoff, un hombre separado, cojo (tras un intento fallido de suicidio), alguna vez candidato al premio Nóbel de Física, particularmente ajeno a los vaivenes cotidianos y por lo general, salvo ocasiones, con una vida a puerta cerrada, remarcando su condición de misántropo. Narrada de manera particular en primera persona, tal como si pensáramos en los films de Nanni Moretti, Caro Diario y Aprile, con esa fuerte marca de subjetividad, con mirada a cámara, este hombrecillo que pasea su enojo por las veredas neoyorquinas verá cómo de pronto, como ocurría en ese olvidado film que es Melinda y Melinda, alguien irrumpirá en su vida, tal como sobreviene en algunos cuentos. El personaje que nos hace llegar la voz y los gestos de Allen está interpretado en este film por Larry David, actor de seriales televisivos y de dos films anteriores de Allen: Días de radio de 1987, en el que el actor interpretaba a un vecino de filiación comunista, y en el film compartido con Coppola y Scorsese, Historias de Nueva York, del 89, film en el que David, en el episodio "Edipo reprimido", componía al manager de un teatro. Relato a cámara, de manera confidencial, Boris vivirá un primer sobresalto cuando llegue a la noche a su casa. Un segundo momento, tras su convivencia con una joven de nombre Melody St. Anne Celestine, cuyo modo de ser, en la primera parte del film, nos puede llegar a recordar a la soñadora y virginal Sandra Dee en sus films de mediados de los 50. Pero tal como la "Quinta Sinfonía" de Beethoven anuncia con sus primeros acordes, el destino llamará a las puertas; la puerta de la vivienda ahora se abrirá para dar paso a Marieta, la madre de la joven, rol que asume, brillantemente, la siempre admirable Patricia Clarkson. Y como reza la expresión popular, no hay dos sin tres: desafiando toda la paz familiar, alguien más está a punto de llegar, cargado de letanías y mandatos religiosos. Film que se disfruta desde las actuaciones y parlamentos, que rompe todo tipo de convencionalismo, donde dos pueden ser tres, y las obligadas tareas domésticas llegan a modificarse por creaciones artísticas. Donde cada uno, sea por azar, suerte o destino, encontrará otras vías de felicidad, pudiendo llegar a ser lo que postergadamente, siempre quiso ser. Si hasta Dios, en este film de Allen puede ser definido como "un gran decorador". Sobre el final del film, que revive tantos encuentros familiares, ahora lejos de la imborrable angustia y el vacío de Match Point, y más cerca de Hannah y sus hermanas, desde el parlamento de nuestro personaje, que nos vuelve a reconocer como público, ya se insinúa y anticipa la primera secuencia de su siguiente film: Conocerás al hombre de tus sueños.
Por la huella de las grandes comedias En la ópera prima del director francés el humor campea con la ternura, el cinismo se enfrenta al amor sincero, y las relaciones de clase marcan desde el principio un punto de tensión. Romain Duris compone además un papel notable. Finalmente una comedia que hace gala de una orquestación de motivos que se movilizan a partir del ingenio y la astucia, que lleva en sí las huellas de la tradición del género; particularmente del cine estadounidense de los 40 al 60, que escenifica juegos de amor en un terreno sujeto a explosiones, como la que representa el poner un fin rotundo a ciertos vínculos que se proyectan, inevitablemente, hacia el matrimonio. Y es que su principal protagonista, Alex, refinado, elegante, seductor, suerte de play boy al paso y casanova por mandato, junto a su hermana y su cuñado están allí, siempre listos, para poner en marcha un operativo, por encargo, de ruptura. En su ópera prima, tras su paso por la tevé como director de miniseries, Pascal Chaumeil ha realizado esta brillante comedia (¡toda una categoría!) que en su país de origen fue uno de los grandes éxitos de público y de crítica; tal como en su momento representaron El placard de Francis Veber y Mi mejor amigo del siempre admirado Patrice Leconte. En este film el humor campea con la ternura, el cinismo se enfrenta al amor sincero, y las relaciones de clase, por otra parte, marcan desde el principio un punto de tensión. La historia se abre no ya en un escenario europeo, sino en un espacio exótico que habilita a acentuar cierto tono de cuento fantástico, como el que se comienza a manifestar, en una primera operación. Frente a una extensión desértica, Alex Lippi, personaje que compone de manera múltiple y cambiante un notable Romain Duris, ensayará, tras un hábil plan diseñado paso a paso, una estrategia de simulación que dominará, de aquí en más, el devenir de este relato. Si en las novelas de Raymond Chandler, como en los films que lo representaron, el detective tiene que tener presente el mandato "Nunca te enamores de una cliente", aquí este imperativo experimentará otra vuelta de tuerca. Ante un nuevo caso, que convoca la voluntad de un empresario que ve desde su presente la futura pero inmediata infidelidad de su hija. Alex operará desde su coedición de guardaespaldas un proceso de transformación. En escenarios de ensueño, captados en diferentes momentos del día, en ese lugar en el que conviven los idiomas francés e italiano, Rompecorazones diseña un espacio para una caprichosa aventura en la historia de un hombre, particularmente solo, que asume a lo largo del film diferentes identidades para lograr su cometido laboral junto a su hermana y su cuñado. De esta manera los tres abren valijas con distintas indumentarias, identidades, biografías, siempre con ese mismo fin: poner término a relaciones amorosas que, por lo general, los progenitores de la heroína de turno estiman que desencadenarán un naufragio. Como detective celoso o guardaespaldas que se presenta, que irrumpe, en cada momento, así el personaje de Alex lleva siempre en sus labios la gran frase, memorable, del final de Una Eva y dos Adanes de Billy Wilder: "Nadie es perfecto". Film de equívocos y engaños, Rompecorazones palpita en su euforia y en el despertar de un auténtico sentimiento amoroso. Retrato sentimental y aprendizaje sobre el amor, el film de Pascal Chaumeil, permite reconocer por igual no sólo momentos de los films de Wilder, sino también a guiños y tics de los films de Doris Day y Rock Hudson y pasajes de Para atrapar al ladrón de Alfred Hitchcock. Sin olvidar aquella road movie de los 30 con Clark Gable y Claudette Colbert: Sucedió aquella noche, de Frank Capra. Si bien el film parte de mostrarnos situaciones de contrato y escenificaciones de seducción, que apuntan a alejar a la prometida en cuestión de su potencial marido, la historia de Alex comenzará a mostrar zigzagueante camino de cornisa. Allí está ahora la hija de ese empresario y deudas por saldar. Allí, ante sus ojos, distante y por momentos, altanera y prepotente, siempre desafiante, la joven Juliette quien decide enfrentar todo lo que se opone a lo que ella estima es su único deseo. En este nuevo tramo de esta aventura, que ahora lo alejará de París, Alex se acercará a su nuevo blanco, según mandatos de su padre, a partir de los gustos personales de ella, simulando compartir tanto las preferencias fílmicas y musicales como gastronómicas. Ya en términos de igualdad (mandato por encargo con beneficio al final del mismo) algo distinto comenzará a manifestarse; pero que, igualmente, irá ofreciendo otras aparentes resoluciones. Romain Duris (a quien ya hemos admirado en films como Arsenio Lupin, El latido de mi corazón y otros films del mismo director de esta última, Cèdric Klapisch) juega en Rompecorazones diferentes escenas. Sus diferentes roles, los comportamientos y las destrezas, el vitalismo y el ritmo trazan un puente entre aquel Jean Paul Belmondo de tantas historias de aventuras y la expresividad coreográfica del fallecido Patrick Swayze.
Un puente de hermandad desde la música La película rescata a un eximio director que reconstruye una orquesta de músicos judíos y gitanos perseguida por una supuesta conspiración contra el régimen de Breznev. Muestra así como el arte permite comprender y revalorizar la historia. Tras varios meses de postergación por cuestiones referentes a la actitud de algunos programadores en su relación con los llamados cines del interior, finalmente, y en dos queridas salas de nuestra ciudad se puede ver hoy, El concierto, film que desde su carácter de co producción (son cinco los países que financian este proyecto) apunta a marcar un puente de hermandad entre los diferentes estados europeos; tal como desde sus actuaciones como director de orquesta lo viene planteando el eximio Daniel Barenboim. Al hacer memoria sobre films que se proyectan hacia un planteo similar, podemos pensar en Los unos y los otros de Claude Lelouch (vista con cortes en los meses del conflicto por las islas Malvinas) que reunía sobrevivientes de diferentes latitudes en un escenario montado en los jardines de la Torre Eiffel, en el que el recordado primer bailarín Jorge Donn nos ofrecía su versión tan distintiva del Bolero de Ravell. Casi diez años después, tras la caída del Muro y frente a los problemas de las nuevas fronteras entre el Este y el Oeste, el director húngaro István Szabó estrenaba Encuentro con Venus, cuya historia nos llevaba a ver cómo esos mismos conflictos se debatían en el interior de una orquesta, cuyo director, proveniente de la Europa del Este, viajaba a París invitado para dirigir el Tanhäuser de Richard Wagner. En relación con El concierto, el film que hoy nos motiva briosamente a pensar ya en ver cómo el gran público también responde a estas propuestas, silenciada en parte por films tanques de Hollywood, invitamos a observar detenidamente el afiche. En él, en un plano anterior, frente a nosotros, vemos a un hombre de espaldas, que por su actitud y labor, pertenece al personal de limpieza. Detrás de él, una orquesta en plena función en un teatro que se reconoce en el film como el Bolshoi. Este hombre, cuyo nombre es Andrei Filipov, lleva sobre sus espaldas, tanto él como sus compañeros, el peso de la humillación y el desprecio, de la condena y el olvido. En un mismo escenario su director, ya desde el afiche cuyo diseño fue igual en numerosos lugares de presentación del film, marca una historia, un puente, un nexo interrumpido por entre el presente y el pasado; más aún, si observamos que su mano, localizada sobre su espalda, sostiene una partitura. A nivel de refuerzo de la imagen, el haz de luz más dominante ubica y destaca su presencia. Desde este montaje, un tanto metafórico, su director de origen rumano, Radu Mihaileanu, nos invita a escuchar este relato que revisa conductas totalitarias, como las que debieron soportar entonces tanto este personaje como los integrantes de la orquesta que el tenía a su cargo; músicos de origen judío y gitanos acusados injustamente de conspirar contra el gobierno de Breznev, hacia 1980. Pero un día, ya pasados treinta años de silencio, ante las continuas presiones y mandatos despóticos, Andrei Filipov tendrá una nueva oportunidad: una carta llegada de París. Tal como en su film más aplaudido, El tren de la vida, de 1998, aquí comienza a orquestarse una fábula que se proyecta hacia la revaporización de un ideario, en la que Andrei Filipov, eximio director de orquesta en aquellos años, desplegará nuevamente su conducta solidaria. Se trata ahora de reconstruir lo que fue entonces, de buscar, de volver a reencontrarse con aquellos músicos, integrantes de su orquesta, encarcelados, juzgados, y en algunos casos deportados y aniquilados en campos de exterminio. No sólo vamos tomando conocimiento de esta historia colectiva a través de los diferentes hechos, que se vuelven auténticos núcleos de la acción dramática, sino también por el valor simbólico que representa el Concierto para violín y orquesta del siempre sublime Peter Tchaikovski. Será esta composición la que va a permitir volver a conectar la imagen de una batuta arrancada y quebrada para que la función se reanude. Y el mismo tema ayudará a develar una historia en la que entrarán en juego la primera violinista, Anne Marie Jacques, rol que asume una reveladora Mélanie Laurent y su asistente Guyléne de La Riviere, personaje que compone con mesura y expresión contenida la actriz Miou Miou. El concierto es una construcción que plantea cómo a través del arte podemos llegar a comprender y revalorizar la historia de numerosos pueblos reprimidos y masacrados. Y es al mismo tiempo un reencuentro, una revelación, con la auténtica historia individual que permite conocer más la identidad de sus personajes, de poder llegar a preguntarnos quienes somos. Film que se anima, en el turbulento escenario de la sociedad de hoy, movido por tensiones de poder y de una voraz economía, mafias, El concierto, a pesar de ciertos estereotipos, nos lleva a reconocer las voces y los planteos, los modos de narrar, tanto de Ken Loach como de Emir Kusturica, pensado este último desde ciertos coloridos y desmesuras, desde la alegría contagiante de la música y de la danza, desde el abierto humor y la desenfadada ironía.