La cuarta película ficcional de Alejandra Marino que se estrenó el pasado jueves es “OJOS DE ARENA”, drama protagonizado por Ana Celentano, una película cuyas intenciones son, en principio, nobles. El eje está en contar una historia sobre la trata de personas y la búsqueda desesperada que afrontan familias enteras. Toda una serie de temas trascendentales (y actuales) que se ven empañados por una producción que antepone siempre un mensaje subrayado por los diálogos y una excesiva banda sonora. Lo noble se transforma en manipulador, porque es la dirección quien inclina lo que sentimos. OJOS DE ARENA toma al espectador de rehén de un modo bastante torpe. Se supone más de lo que es, pero en un mal sentido. Dentro del trazo grueso que maneja OJOS DE ARENA, quién se destaca es Ana Celentano, que le da veracidad y un enorme corazón a su personaje, dosifica fuerzas en cada línea para que nada se sienta impostado. Un filme con mejores intenciones que resultados.
Hace casi 20 años que James Wan le viene dando de comer al género de terror con largas (y exitosas) franquicias. Es un excelente narrador, pero también, un productor astuto. EL JUEGO DEL MIEDO, INSIDIOUS, y su universo Warren, siguen desarrollándose hasta la actualidad. En el caso de la saga Warren, hay una ramificación tan amplia de spin-offs, que parecen asegurar casi una producción infinita de films. Hay de todo, algunas mejores, otras peores, pero la que sin dudas venía manteniendo un nivel notable era EL CONJURO, específicamente centrada en los casos del matrimonio Warren. Luego de dos entregas, Wan cede la silla de director a Michael Chaves, quien no parecía haber hecho grandes méritos con su labor en LA MALDICIÓN DE LA LLORONA. Finalmente todas las dudas que se podían tener, se confirmaron con EL CONJURO 3 – EL DIABLO ME OBLIGÓ A HACERLO, una película que tenía todo para funcionar, pero que falla, entre otras cosas por una evidente falta de talento y un desapego emocional por lo que narra. Un film que se desarrolla con un alarmante piloto automático que nunca cambia de ritmo. No es una locura decir que EL DIABLO ME OBLIGÓ A HACERLO tiene a posteriori uno de los casos más interesantes de los Warren. Un joven asesinó a un hombre y se presentó en el juicio diciendo que el diablo lo había obligado a matar. Este disparador podía funcionar para el desarrollo de una película de terror judicial (como EL EXORCISMO DE EMILY ROSE), pero estas ideas se disipan rápidamente para elegir un camino extraño y muy poco atractivo. Chaves se aleja de la estructura rígida y cerrada de las dos primeras -que ocurrían dentro de una casa-, para apostar por un ida y vuelta constante que desconcierta. Por un lado, tenemos al joven en la prisión, y por otro, a los Warren investigando la posesión demoníaca desde la distancia. También aparece algo del policial sobrenatural, pero Chaves nunca lo juega a fondo. Es como si EL CONJURO 3 estuviese realizada bajo la duda constante, la incertidumbre de no saber qué camino tomar, incluso desde un lado visual, donde se alternan momentos luminosos muy interesantes, con otros oscuros y chatos. La película está desconectada en todas sus partes. Cada línea va para su lado, y cuando es el momento de ponerlas a trabajar en conjunto es el montaje (con más obligación que fluidez), el que se encarga de empalmarlas de manera brusca. Ya ni el encanto del matrimonio Warren alcanza para sostener una columna vertebral frágil y carente de progresión dramática. A pesar de que Wan posee un enorme virtuosismo para el manejo de la cámara, siempre ha sabido equilibrar el componente grandilocuente con la construcción de atmósferas. Chaves no tiene término medio. Cuando quiere jugársela por el terror, recae en la exageración de lo grotesco. Acá todo es desmedido y a gran escala. Hay claros signos de desgaste en la saga, y si Wan no va a volver, cerrar con esta entrega no sería una mala idea. Chaves recibió como premio un Ferrari, y lo chocó por su propia incapacidad.
GODZILLA VS KONG fue un anhelo postergado por años en Hollywood. Hoy se hace realidad. Del mismo modo que en los años 30 se cruzaron los monstruos de Universal, o en las últimas décadas ALIEN VS DEPREDADOR, FREDDY VS JASON, y otros míticos personajes del cine fantástico. Son películas hechas para fans, claramente. No creo que en estos enfrentamientos haya verdaderas diferencias a fenómenos como AVENGERS o LA LIGA DE LA JUSTICIA. Si representan un caudal de público menor, pero el objetivo es parecido: la realización de películas de gran escala, que satisfacen un deseo de los seguidores por ver enfrentamientos (o uniones) entre personajes históricos. ¿Qué tienen en común Godzilla y King Kong? Poco, y a la vez mucho. Pasando de largo el hecho de que tenemos a un gorila gigante, y a una criatura-lagarto creada por las bombas atómicas, se trata de dos figuras que representan por excelencia a las industrias de cine de Japón y Estados Unidos. Y aún más, estos personajes han subsistido en el tiempo por una ayuda mutua. La “King Kong” de 1933 gozó de un inesperado éxito de taquilla que obligó a una inmediata secuela, apurada y poco interesante, llamada: SON OF KONG. La idea del linaje, para continuar. Sin embargo, luego de eso, Kong fue quedando en el olvido. En el 50 comienza la fiebre por las monster movies, y entre ellas, aparece GOJIRA, producida por la ultra famosa Toho. El fenómeno fue parecido. La Toho se encontró ante un éxito inesperado, pero a diferencia de RKO, supo capitalizarlo hasta límites absurdos. Más de 30 películas, hijos y una tonelada de monstruos de diferentes formas y colores, que consolidan la idea del Kaiju nipón. Dentro de toda esa infinita franquicia, Godzilla se enfrentó a King Kong en 1962. Bajo el sello de Toho, y dirigida por el propio Ishiro Honda. Es decir, el gorila fue resucitado cinematográficamente por los japoneses. Incluso, luego le hicieron una serie animada, y otra película más. Lo que sigue, es historia. Un remake de KING KONG en 1976 (producido por Dino De Laurentiis) y otro notable en 2005, dirigido por Peter Jackson. Por el lado del lagarto, intentando emular el movimiento de Toho en 1962, se hizo un remake norteamericano (muy fallido) en 1998, que intentaba despojar a Godzilla de sus típicos disfraces, para hacerlo digital y más parecido a un dinosaurio de JURASSIC PARK. Los productores ya tenían la intención de cruzarlos, pero necesitaban consolidar los universos de cero, para poder hacer factible ese crossover. El fracaso comercial, estanco las ideas. En 2014, la cosa empieza a gestarse. GODZILLA, de Gareth Edwards es el puntapié inicial. Luego seguirán KONG: SKULL ISLAND, y otra secuela de Godzilla dirigida por Michael Dougherty (Dulce o truco, Krampus). Las condiciones estaban dadas, pero la sorpresa no tardó en aparecer. El director elegido fue Adam Wingard, un tipo proveniente del mumblecore y de los films de terror independientes. Realizador de YOU’RE NEXT, THE GUEST, A HORRIBLE WAY TO DIE, y sus más comerciales, DEATH NOTE y otra entrega de BLAIR WITCH. Si bien con DEATH NOTE ya había trabajado para el sello de Netflix, la elección era sorprendente. Un director con nula experiencia en producciones mastodónticas, que de la noche a la mañana se hacía cargo de uno de los proyectos más postergados y anhelados por la historia del cine. La cosa podía salir fatal. Las causas que desencadenan este choque de titanes, no parecen ser muy trascendentales de contar por aquí, pero lo cierto es que, GODZILLA VS KONG cumple con creces todo lo que promete. Se sabe que la construcción de personajes no son el fuerte de este tipo de producciones. Yo, sin embargo, soy un partidario de creer que toda buena monster movie necesita una columna vertebral, unos personajes que nos interesen medianamente. El atractivo de ver monstruos a gran escala, se agota a los pocos minutos en cualquier película que no tenga unos personajes en tierra que nos parezcan atractivos. GODZILLA VS KONG pudo ser una película atrofiada de efectos especiales, con batallas inentendibles, pero no solo no sucede eso, sino que, además, estamos ante una película (curiosamente) tranquila. La película se abre en dos tramas que son 1) el traslado de Kong en un barco 2) dos adolescentes que se unen a un podcaster conspiranoico para descifrar lo que está ocurriendo. Ninguna de las dos líneas se toca. Más bien deberíamos decir que son como películas ensambladas en montaje, con personajes que no se conocen, ni cruzan siquiera palabras. Sin embargo, nos interesan. El podcaster lleva adelante toda esta investigación, mientras que, del otro lado, tenemos a una niña sordo muda que establece una conexión con Kong, dándole a la película un matiz sensible y tierno que siempre funciona en las películas de King Kong. Abstenerse los perseguidores de lo verosímil. En GODZILLA VS KONG pasan cosas insólitas, incluso algunas muy cuestionables. La película debe hacer un esfuerzo abismal para poder conectar las piezas, y producir ese esperado cruce, pero… ¿acaso el Kaiju no es ridículo, absurdo e inverosímil hasta la médula? Si, lo es. Incluso dentro del propio universo que construye. Adam Wingard comprende perfectamente los mecanismos del Kaiju, y lo aprovecha. Se aferra a cierta cuota de lo ridículo, de lo excesivo. Para estar en igualdad de condiciones, hay que hacer enorme a Kong, pero también darle determinadas herramientas que le permitan batallar de igual a igual. Eso sucede. El exceso está muy bien contrarrestado cuando debe filmar las batallas. Wingard mantiene un orden. La geografía del espacio es clara. Siempre sabemos cómo espectadores donde están los monstruos. El fondo está perfectamente despegado de las figuras. Wingard utiliza el Zoom, e incluso se atreve con un teleobjetivo que sigue el movimiento de traslación de Kong y Godzilla. Un detalle sumamente interesante que afianza ciertos rasgos de humanidad en las criaturas. Como si estuviese encuadrando rostros humanos, a lo Leone o Pasolini (salvando distancias). GODZILLA VS KONG es dinámica y entretenida, pero lo es, en un sentido narrativo. Para algunos será decepcionante, pero la película no está cargada de batallas. Son pocas, y a la vez, son las necesarias. No sobra, tampoco falta. El propio Wingard había expresado en una entrevista su intención de hacer un film de menos de 2 horas, en donde al espectador le quede algo más que solo batallas. Y eso es lo que sucede. Hay muchos momentos de reposo. Wingard afianza la relación de la niña con Kong, se nos transmite información, se despliega una aventura que incluye una tierra hueca, un juego de gravedad y otros bichos. La atención está en múltiples cosas, y uno como espectador parece olvidarse del enfrentamiento central. El resultado pudo ser catastrófico, y no lo es para nada. GODZILLA VS KONG es un Kaiju ejemplar. Todo se encuentra en su justa medida. Batallas bien filmadas, dos tramas de humanos aceptables, y la sensación de ver una producción eficazmente resuelta. Opinión: Buena.
Se está dando en el mercado chino, una suerte de fenómeno que motiva la realización de mega coproducciones entre diversos países, digamos Estados Unidos-China, o Australia-China (como en este film). Es bien conocido el potencial económico del mercado asiático. Incluso, hoy en día, tanques hollywoodenses como “Terminator”, se terminan salvando del fracaso taquillero gracias a la masiva audiencia asiática. Así que no es nada extraño -o inesperado- lo que está ocurriendo. Matt Damon, Willem Dafoe y Mel Gibson, son solo algunos ejemplos de actores que aceptaron formar parte de megalómanas producciones chinas. El salario es exorbitante, pero, además, la inclusión de mitad del equipo norteamericano, es una obligación. Bajo esa premisa aparece “Complot internacional” (su título en inglés: “The Whistleblower”), dirigida y escrita por Xue Xiaolu. Una coproducción con Australia, país que aporta locaciones y reparto, en esta historia de gran escala en la que un expatriado chino que trabaja en una compañía minera de Australia, descubre negociados turbios y una nueva tecnología que pone en peligro la vida de las personas. El pecado de estas películas chinas es siempre el mismo: tan grande empaquetado y tanta disposición de dinero para nada, y peor aún, falla donde no debería, en calidad de efectos visuales y en ofrecernos por lo menos una trama entretenida que haga valer los 135 minutos. Hay poco vuelo en la dirección de Xiaolu, el argumento desprende subtramas por doquier, pero ninguna de ellas termina de encontrar el funcionamiento deseado. Los personajes quedan muy desconectados entre sí, y reaparecen solo cuando “Complot internacional” los necesita. La primera hora al menos es atractiva, pero luego cae en un insólito enredo argumental del que nunca puede terminar de salir. Se pierde en el frenesí, y la torpeza de unos diálogos ridículos, e inverosímiles incluso dentro de su universo. La película es plástica, artificiosa, y expone demasiado la obligación de su parte coproductora, Australia, que obliga a que la historia de giros y saltos de espacio que nos alejan demasiado de lo que se narra. Una película lanzada para explotar la taquilla china y poco más, no entretiene ni es interesante de ver.
La última obra de Andrés Di Tella, “Ficción privada”, es otro riesgo fantástico y profundo, que bucea entre lo personal, íntimo y universal. Por eso es hermosa. Di Tella filmó un documental biográfico, que se mete en su mundo, donde expone a su propia familia (madre, padre, hija), pero que tiene una cualidad única, es fascinante en todo momento. Algo que, sinceramente, es complicado de lograr cuando se trata de materiales tan personales. ¿Cómo hacer que algo biográfico le interese al espectador? Di Tella ha dado con la clave. Nos interpela, dialoga con nosotros y nos hace reflexionar. Volver a los lugares del pasado, recuperar fotos del archivo familiar, también como modos de reflexión hacia un futuro posible que no fue. Es toda una mecánica de una belleza inmensa, pero a la vez muy compleja. Di Tella pone cuerpo y voz en su obra, como no podía ser de otra manera. Va de lo íntimo, de lo personal, a lo global, a las historias ajenas. Otro viaje hermoso del inoxidable Di Tella. Autor trascendental que vitaliza ese cine nacional más arriesgado, ensayístico diría, que borra las fronteras de lo documental y ficcional constantemente. Opinión: Muy buena.
En el marco de lo que fue el día del orgullo Gay (28 de junio), se estrenó a través de la plataforma PUENTES DE CINE (http://www.puentesdecine.com/), la ópera prima del cineasta chileno Omar Zúñiga Hidalgo: “Los fuertes”, que narra una historia de amor homosexual. “Los fuertes” funciona como expansión/adaptación del mediometraje de Hidalgo, “San Cristóbal” (2015). Y al parecer, el argumento no varía demasiado. Presenciamos la historia de Lucas, un joven arquitecto que ha ganado una beca para ir a Montreal, Canadá. Pero antes de marcharse, decide visitar a su hermana, que vive en el sur de Chile. En su estadía, conoce a Antonio, contramaestre de un barco de pesca local. Rápidamente florece la tensión sexual y el amor entre ellos dos. Hidalgo no se demora demasiado en que el amor aparezca, y allí puede que este el principal problema. “Los fuertes” podría haber funcionado mejor (y digo podría, porque nunca hay certezas, solo suposiciones) si en todo caso, la cinta le dedicara unos cuantos minutos más a construir por un lado a Lucas, y por otro a Antonio, solos, en sus rutinas, en sus búsquedas. ¿Qué quieren estos personajes? ¿Cómo están? ¿Hacia dónde van? ¿Cuál es el arco que se construye? ¿Cómo empiezan y como terminan? Preguntas básicas que enriquecerían mucho más el relato. La temática gay en los últimos años se ha ido narrando de todas las formas posibles, y “Los fuertes” es una película bella, pero sencilla, no corre demasiados riesgos. A favor, Hidalgo nunca cae en la denuncia y el golpe bajo. Que la historia se desarrolle en un pueblo del Sur, alejado, en una zona pesquera, donde se conserva cierto prototipo de “masculinidad” es muy interesante, y le da una capa de complejidad para que esta historia de amor avance. “Los fuertes” es una más que bienvenida y bella historia de amor. Despreocupada en mostrar los cuerpos de sus protagonistas. Es cine libre, poético y valioso.
Producida por Pablo Larraín (uno de los cineastas más trascendentales de la historia de Chile), “Princesita”, de Marialy Rivas, nos llega 3 años tarde. Y aborda un caso real ocurrido en el Sur de Chile, sobre una joven de 11 años que vivía en una secta. Ese anclaje es, de todas formas, totalmente universal, porque como es sabido, se trata de un tema recurrente en pueblos y zonas alejadas de las grandes urbes. La directora ya sabe lo que es abordar una historia de adolescencia, crecimiento femenino y despertar sexual. Su premiada ópera prima, “Joven y alocada” (2012), iba por esos lados. “Princesita” dialoga en el mismo universo, solo que ahora introduce la cuestión de una secta, que camufla lo referido al abuso sexual. Una historia así, podía ser filmada con todos los tópicos habituales, pero Rivas le encuentra la vuelta desde otro enfoque. Más bien diría cercana al cine de Terrence Malick, con lo que eso implica (para bien y para mal). La narrativa no parece seguir ninguna línea muy marcada, y se deja llevar por el impulso de lo poético, la ensoñación y un relato desordenado conducido por una cámara que parece flotar, como la de Malick. Aparece la voz en off que acompaña las imágenes en una excesiva cámara lenta. Dos componentes que impiden que la película fluya como es debido. Como experimento es curioso, pero la película se agota rápidamente en esos dos recursos. La virtuosidad técnica y estética no alcanzan para sostener los 70 minutos del nuevo largo de Rivas. Acaso el momento más interesante sea cuando aparece el personaje de la profesora. Una historia muy frágil que encuentra un punto de tensión allí, pero que rápidamente se dilapida y esfuma. “Princesita” tiene buenas intenciones, pero lamentablemente no alcanza.
Icono de la cultura popular argentina, Antonio Gil Nuñez (más conocido como “El Gauchito Gil”), está atravesando lo que parece ser una especie de explotación cinematográfica en torno a su figura. Desde documentales, pasando por películas ficcionales como “Un Gauchito Gil” (2018), de Joaquín Pedretti, “Gracias Gauchito” (2018), de Christian Jure y un poco más atrás, “El Gauchito Gil: la sangre inocente” (2006), de Ricardo Becher. Es cierto que el abordaje de todas ellas es bien distinto, pero es llamativo el gesto de elegirlo a él, y no a otro. Hay decenas de personajes populares e icónicos, ¿por qué el Gauchito Gil? Me atrevo a deslizar algunas teorías. Primero, porque se trata de una figura muy representativa del interior del país, lo que permite de alguna forma una mayor aceptación para conseguir salas. En segundo lugar, y ya en un aspecto más cinematográfico, se puede decir que permite introducir los códigos del western, uno de los géneros elementales en el inicio del cine argentino. Esta nueva versión está dirigida por Fernando del Castillo, un cineasta correntino. Y eso me parece interesante, porque se trata de la visión de un realizador propiamente del interior del país, que se acerca a una figura que nació en su misma provincia, Corrientes. El cine nacional necesita nuevas voces, y con nuevas voces no nos referimos solo a directores jóvenes (o nuevos), si no a una mayor cantidad de realizadores de otras provincias (que obviamente los hay). El cine argentino sufre de una centralidad enorme, en la que todo lo que nos parece llegar es demasiado porteño, incluso cuando se trata de retratar la vida en el interior, luce impostado y poco creíble. Y en ese sentido “Gauchito Gil” produce un acercamiento más genuino y natural. El disparador es el de un hombre que vuelve de la guerra a su pueblo. Ese hombre es el Gauchito Gil, y esa guerra es la de la Triple Alianza. Este titular es el básico con el que comienzan gran parte de los westerns. Entonces “Gauchito Gil” rápidamente se inscribe allí, en las reglas del género. No hay grandes desplazamientos, ni mayores riesgos en esta propuesta sólida, prolija a nivel formal, pero que no va mucho más allá de lo esperable. Se pincha algo del orden de lo fantástico, con momentos oníricos y videncias, pero lo que prima a grandes rasgos es una producción bien gauchesca, con una historia de amor que sostiene la trama. La idea de combinar lo fantástico con el realismo, no termina de ensamblarse del todo. bien. Fernando del Castillo, en este sentido, no se anima a jugársela por la vía que va a tomar, y el resultado final es un tanto confuso. A pesar de ello, estamos ante una producción interesante y ambiciosa para el cine nacional. Siempre es celebrable encontrar voces que diversifiquen y exploren el interior del territorio nacional. La película se encuentra disponible en la plataforma de CINE.AR.
La película de Ariel Herrera, encuentra el momento de estreno perfecto, justo cuando la humanidad se enfrenta a una pandemia repleta de puntos de contacto con el mundo cuasi apocalíptico de “Tóxico”. Las imágenes nos interpelan. Los personajes se lavan continuamente las manos, usan barbijos, se ponen alcohol en gel, exigen distancia entre sí, temen cuando tose otro, y las fronteras del país se cierran. En este momento de confinamiento uno piensa: ¿Cuántas historias sobre la pandemia se están escribiendo? ¿Cuántos films de encierro habrá? La realidad perfora la escritura de los autores, en mayor o menor medida, pero lo de “Tóxico” es, como en “Contagio”, de Soderbergh, una suerte de anticipación a este momento histórico, con menor precisión clínica, claro, pero finalmente un preciso reflejo de lo que estamos viviendo. Se podrá decir que hay un bastión de films sobre pandemias, pero el cine argentino ha apostado más bien poco a ese telón del fantástico. Y si bien “Tóxico” no va con demasiada convicción al género puro y duro, lo utiliza como núcleo para narrar la crisis de una relación amorosa (encarnada por Jazmín Stuart y Agustín Rittano). La fotografía de Eric Elizondo desborda una belleza absoluta en cada uno de sus encuadres. Por momentos, parecen propios de una película de Wes Anderson, con una lógica de planos simétricos que perdura durante buena parte del relato. Todo lo que sabemos del virus lo sabemos por una información que se nos va dando a cuentagotas, ya sea mediante breves diálogos, alguna imagen de la televisión o lo que se escucha por la radio. Sin mayores preámbulos Herrera lanza a sus dos protagonistas a la ruta, y allí la película relega en un segundo plano lo que ocurre en la ciudad, para centrarse en la frágil relación de sus protagonistas. Los caminos que va tomando la cinta se tornan un tanto lánguidos, pero la clave está en su duración: 75 minutos que logran sostener la estructura del film. Hay un par de situaciones puntuales de tensión, otros momentos en los que parece querer encaminarse hacia una extraña comedia, pero “Tóxico” se consolida como una road movie sin demasiadas novedades en su interior. Más allá de su indudable contacto con la actualidad, “Tóxico” es interesante por sí misma. Siempre se agradece estas aproximaciones a un terreno que el cine nacional ha explorado poco y nada.
El film comienza en Paris, en medio de los festejos por el campeonato mundial del 2018. Diversas etnias y clases sociales, todas unificadas como masa por un logro futbolístico. Pero cuando termina la alegría, se regresa a las rutinas, los combates y tensiones. Tomando como título la obra literaria de Víctor Hugo, “Les Misérables” sigue a un trío de policías a lo largo de su día laboral, patrullando y manteniendo la paz en los bordes del este de Paris. Ladj Ly, en su auspiciosa ópera prima, construye una especie de neorrealismo sobre la actualidad francesa. “Recuerden mis amigos, no hay malas hierbas, ni malos hombres. Solo hay malos cultivadores”– Victor Hugo Esta todo allí, hay tensiones entre policías e inmigrantes, problemáticas sociales diversas, y un racismo que se resiste. Hay demasiados elementos importantes, y Ly los resuelve aplicando la eficaz fórmula de una película de acción.Sin embargo, hay una escena específica que produce un quiebre en el tono. La potencia y la carga simbólica de la misma es tan enorme, que “Les Misérables” se carga de un contenido político gigante. Tal vez se le pueda reprochar que Ly se apoye demasiado (al punto de abusar) en las tomas desde el dron. Funcionan para saltar de espacio a lo largo del día, pero en la reiteración es un recurso que acaba por agotarse demasiado.¿Pudo ser más? Probablemente. Va a lo seguro, no arriesga demasiado, y se entorpece un poco en ciertos diálogos demasiado banales, pero no deja de ser una valiosa ópera prima. “Les Misérables” es un film político, guerrillero, de despliegue económico pero potente. Tiene el aval de haber sido nominada en los premios Óscar (Mejor película extranjera), pero uno no puede dejar de pensar que quizás se trate de un reconocimiento excesivo a una cinematografía que tenía opciones más valiosas como “Portrait of a Lady on Fire“