Una dupla con química Adam Sandler y Drew Barrymore vuelven a estar juntos en la comedia Luna de miel en familia, donde muestran lo bien que se llevan actuando. Es un caso raro el de Adam Sandler, una de las grandes figuras de la comedia americana reciente. Porque si alguien se pone en el trabajo de traspolar su filmografía a uno de esos gráficos de barras, tomando el resultado artístico como variable (no el taquillero, que en eso le va bastante bien), el subibaja saltaría a la vista de inmediato: el tipo, que produce gran parte de los filmes en que actúa, es capaz de entregar productos bien hechos, con originalidad y fuerza (Mis 50 primeras citas, La esperanza vive en mí), y de pronto larga bodrios inconmensurables (Son como niños, Ese es mi hijo). En el medio tiene también una serie de películas que están ahí, fluctuando entre lo aceptable y lo regular. En el caso de su última producción, que lleva el título de Luna de miel en familia, suma un poroto más a la primera tanda, y en eso tiene mucho que ver la coprotagonista, que es Drew Barrymore, con quien trabajó en otras oportunidades en comedias donde mostraron lo bien que encajan actuando juntos. El guión los pone en un contexto compartido: los dos son padres que han quedado solos con sus hijos, y luego de una cita a ciegas que fracasa estrepitosamente, vuelven a encontrarse. Esta vez, el lugar nada tiene que ver con la mega urbe en la que desenvuelven sus rutinas, sino que se trata de un resort en el medio de África. En ese lugar exótico, ambos verán que las diferencias no son tantas y finalmente todo se encamina hacia el romance. Luna de miel en familia, si bien levanta el nivel de lo que venía haciendo Sandler, no deja de lado las particularidades gruesas del humor que caracteriza al actor: sobre todo en la primera mitad de la película, se ven los gags toscos, las líneas sin filtro de los personajes, los diálogos sensibleros y las secuencias de malentendidos. Pero a esto que es habitual, el director Frank Coraci tuvo el tino de frenar los movimientos atolondrados de su protagonista para imprimirle un sello más calmo, hecho que se suma al aporte fundamental de Barrymore. Así, esta comedia se aleja bastante de las últimas películas de Sandler, que mostraban una sucesión de chistes y escenas de mal gusto, sin el mínimo esfuerzo en el guión y hechas para recaudar algunos dólares. No se trata de un trabajo de alto vuelo ni mucho menos, pero se mete con un tema de estos tiempos (las familias "ensambladas") sin pasarse de rosca, y cumple con el difícil objetivo de tener al espectador un rato entretenido. Una vez que termina, a otra cosa mariposa.
Guerra de veredas Seth Rogen y Zac Efron se enfrentan en la comedia Buenos Vecinos, una propuesta con muchos lugares comunes. Hay una especie de subgénero en el universo de las comedias norteamericanas que engloba un fenómeno extendido por aquellos pagos: el de las fraternidades de estudiantes universitarios, que conviven en una misma casa haciendo de su periodo académico una maratón de jodas, alcohol y sexo. Por lo general, se retrata a los especímenes que viven esa etapa como grandes descerebrados, y algo de eso hay en Buenos Vecinos, uno de los estrenos de esta semana en las salas locales. Protagonizada por el ex chico Disney Zac Efron y por uno de los representantes de la comedia fumeta americana, Seth Rogen, la película es un rejunte de lugares comunes picoteados de innumerables filmes de trama similar. Una pareja joven con una bebé se las tiene que ver con lo que indica el título, es decir con los vecinos, aunque claro que de buenos no tienen nada, porque se trata precisamente de uno de estos grupos de chicos, para más datos los Delta Psi Beta. El tema es que comienza entre ambos bandos una guerra sin cuartel para ver quién se impone: si el desenfreno de los pibes o el tipo que hace poco dejó su época juvenil y ahora está estrenando paternidad. Escalada. Una vez que el argumento propone cómo están dadas las cosas, se desencadena una sucesión de agresiones y hostilidades entre los personajes de Rogen y Efron. Pero aquí hay que tener en cuenta que en ocasiones, el tratamiento de lo bizarro o lo escatológico se termina fagocitando en un redundar vicioso sin llegar a ningún lado. No son muchos los que pueden manejar el absurdo de manera tal que logre la risa y además redondee algo pasable, como lo han hecho en más de una oportunidad los hermanos Farrelly (Tonto y retonto, Locos por Mary, por citar un par de sus trabajos). Aquí, Nicholas Stoller (un tipo que tiene sobrada experiencia en la "nueva" comedia, como escritor y director) se pierde en la maraña de gags, algunos acertados por supuesto, pero no le aporta algo más de sustancia a un guión endeble. Por esto es que Buenos Vecinos termina como una simple continuidad de situaciones en las que conviven el humor negro, fiestas descontroladas y hasta algo de melodrama. Si hay que buscarle una vuelta un poco más profunda, lo que muestra la cinta es el choque entre dos generaciones: una que ve frente a sus ojos lo que dejó de ser hace muy poco tiempo y que debe apechugarle a la "adultez", y la otra que se encuentra en el medio de ese estado casi autista de irrealidad bañada con hectolitros de cerveza. Encima hay que pasar el chubasco siendo padres, cosa que está bastante alejada de tener un manual de instrucciones. Pero incluso desde esta perspectiva, Buenos vecinos peca de meter en la bolsa algunos estereotipos. En definitiva, es una propuesta para ese público que no se cansa de ver comedias juveniles con ese toque de humor pesadito que ya se instaló como un tópico recurrente.
Hay trabajos que por querer abarcar demasiado terminan apretando poco. Esto podría ser una síntesis de lo que sucede con Trascendencia: Identidad virtual, película de Wally Pfister, quien tiene en su haber los créditos como responsable de fotografía en los filmes de Christopher Nolan. Dicho planteo surge porque este estreno de ciencia ficción es muy ambicioso con las preguntas que propone, pero nunca se decide del todo ante la encrucijada de convertirse en un producto convencional apto para un gran público, o de perder un poco de imán y tratar de ahondar más en su esbozo filosófico. Protagonizada por Johnny Deep, este último interpreta al científico Will Caster, quien junto a su pareja ("en la ciencia y en la vida", dice ella frente a un auditorio) Evelyn, papel a cargo de Rebecca Hall, se encargan de estudiar y llevar a la práctica la creación de una inteligencia artificial que sea capaz de sintetizar las emociones humanas y generar más poder analítico que todas las mentes que hayan existido. En esto son ayudados por otro científico (Paul Bettany), en un personaje que otorga un equilibrio ante la falta de escrúpulos de Caster en su cruzada por lograr el objetivo. Sin embargo, el atentado de un grupo anti-tecnología lo condena a una agonía gradual pero irreversible, por lo que su mujer decide pasar su conciencia a un procesador. Inmediatamente, comienza a comunicarse a través de la interfaz de las pantallas, y pide que lo pongan en línea, que lo "liberen" en la red. Y allí es donde comienza el verdadero problema. Inteligencia artificial. Como en aquel filme de Steven Spielberg donde Haley Joel Osment le da vida a un niño robot que juega con las emociones, lo que Trascendencia: Identidad virtual pone sobre el tapete es hasta qué punto los avances tecnológicos atentan contra la esencia de lo humano. Hace pocos días también se estrenaba en Córdoba Her, cinta donde Joaquin Phoenix se enamora de un software con la sensual voz de Scarlert Johansson. Lo que implica que ninguno de los interrogantes que surgen de la película constituye algo novedoso, y además está el hecho de que el guión no profundiza en lo conceptual y se tira hacia una estructura más convencional. El futuro, si las cosas siguen así, dependerá en gran medida de los límites que el hombre ponga a la hora de adjudicarle tareas a las máquinas, porque la moral no corre para ellas: las planchas no pueden hacer de nosotros personas sin arrugas. Uno de los puntos altos que hay que adjudicarle a la película es el gran elenco que trabaja en ella: además de los mencionados Deep, Hall y Bettany, se suma la presencia de Morgan Freeman y Kate Mara. Con algunas buenas secuencias de efectos especiales, una duración de dos horas que podría haber sido un poco menos y algunos baches promediando la trama, Trascendencia es uno de esos productos que se dejan ver sin inconvenientes, y que luego pasan a ocupar un lugar más en el casillero de la ciencia ficción.
Pura hojalata Quizá suene demasiado duro comenzar con una afirmación de estas características, pero con seguridad el único acierto que tiene este regreso de los Transformers es el cambio de dupla protagónica, sólo por el hecho de no tener que bancar más de dos horas a Shia LaBeouf. En su lugar, convocaron en primer término a Mark Wahlberg, que da un poco más para los papeles de acción, y como figura femenina llamaron a Nicola Peltz, que es una rubia muy bonita y con eso le basta para esta saga. Con el subtítulo de La era de la extinción, Michael Bay expuso todo lo que como director hace rato parece empecinado en llevar a los extremos: cero apego por hacer de las historias algo más o menos coherente, y en cambio montar un alarde de la animación por computadora, las secuencias donde todo estalla y donde el ruido pone a prueba los tímpanos más aguantadores. En esencia, casi todo es exactamente lo mismo que en las predecesoras, ya que vuelven a la carga los Autobots y los Decepticons, aunque en esta oportunidad se meten unos Dinobots, mientras que los actores de carne y hueso resultan un complemento (casi innecesario) del derrotero de estos monstruos de acero. El planeta Tierra es otra vez el escenario donde se desenvuelven las batallas, y los más de 150 minutos de película constituyen una maratón de destrucción. Da la impresión de que Bay se esmera en no dejar nada en pie porque piensa que de lo contrario no estaría haciendo un producto de acción. No todo es negro. De todas maneras, los aspectos negativos de esta especie de reboot (filmes donde se baraja de cero y todo parece comenzar de nuevo) agigantan aún más sus lados positivos, que van a ser valorados en cuantía sobre todo por quienes van a las salas de cine para aprovechar la tecnología y entretenerse con las escenas a pura adrenalina. Y en eso –hay que reconocerlo– Michael Bay sabe trabajar, aunque por ahí desbarranca con planteos tan inverosímiles que provocan vergüenza ajena. Lo mejor de Transformers 4: La era de la extinción, está en la larga ristra de minutos donde los robots pelean y dejan un tendal de aniquilación a su paso. Es para destacar un extenso segmento que transcurre en China donde los enfrentamientos son realmente asombrosos, un festín visual cuidado al extremo que hará valer el precio de la entrada para el público amante de la parafernalia. En este sentido, el guión y la mano del director logran que la cinta sea un embudo que trae cada vez más movimiento. Las subtramas de la película no aportan demasiado (y son varias), lo que lleva a pensar que si le hubieran quitado cuarenta minutos a la historia la cosa no hubiera sido muy distinta. Es de esperar que si la idea de los dueños de la franquicia es seguir brindando más hilo en el carretel a los Transformers –y todo indica eso– levanten un poco la puntería en las tramas y combinen mejor el trabajo de los actores con las imágenes virtuales. Esta cuarta entrega mostró una versión mejorada de los bichos, y un nuevo elenco que fue desaprovechado.
Los monos arriba Continúa la historia de César con auténtica maestría. Cuando hace ya más de una década Tim Burton (un tipo que derrocha tanta locura como talento) se hizo cargo de renovar en la pantalla grande la saga de El planeta de los simios, metió la pata hasta el fondo del pantano. Lo que entregó fue una película tan burda que si la sinopsis hubiera indicado que encuadraba dentro del género Comedia no le iba a errar, porque provocó más risa que otra cosa. Igual, un tropezón no es caída, menos para alguien de sobrados laureles como Burton. Para remediar el zafarrancho y hacerle un poco de honor a la obra literaria creada por Pierre Boulle a principios de los ‘60, en 2011 se estrenó un nuevo filme subtitulado Revolución, que situaba a los protagonistas en los comienzos, cuando se daban los pasos iniciales por los cuales los humanos iban a terminar sucumbiendo ante los simios. El resultado fue por demás alentador, ya que el uso de la tecnología se resolvió mucho mejor y el elenco (James Franco, John Lithgow, Andy Serkis) cumplió con creces su trabajo. Llegado este punto hay que hacer uso de las frases hechas, porque si bien la regla general indica que segundas partes nunca fueron buenas, otra contrapone que toda regla tiene su excepción. El planeta de los simios: confrontación, tal el título de la continuación de esta franquicia reboot (historia que hace caso omiso de lo filmado hasta el momento y comienza todo desde el principio), es un producto de altísima calidad en todos sus aspectos: en su guión, en la edición, en lo técnico y en la performance actoral. Los reyes del bosque. César, el mono que en la cinta predecesora huía al bosque mientras su inteligencia crecía de modo exponencial, ahora lidera a los simios en una especie de sociedad, mientras que la raza humana fue diezmada por una epidemia. Sólo unos pocos sobreviven en las ruinas caóticas que quedaron de la ciudad. Por eso el mayor volumen de la trama se lo llevan los monos y las conflictivas relaciones que entre ellos se entablan: el líder, que tiende a una relación más o menos llevadera con los humanos, debe enfrentarse a un oponente que no quiere saber nada; y lo mismo pasa del otro lado, porque el personaje bienintencionado que interpreta el australiano Jason Clarke tiene en el veterano Gary Oldman a su contraparte. Párrafo aparte para Andy Serkis, un actor al que pocos le conocen la cara pero que merece entrar en el libro de los grandes, por sus brillantes interpretaciones de bestias gracias a la tecnología de la captura de movimiento (motion capture). En el rol de César, se merece un aplauso. El planeta de los simios: confrontación es un claro ejemplo de que los tanques de la gran industria cinematográfica no tienen que ser por definición artificios grandilocuentes carentes de calidad y contenido; si los recursos tecnológicos son usados en función de una historia que se quiere contar y no viceversa, es más fácil lograr una combinación que deje conformes tanto a los que buscan acción y efectos como a los ingresan a una sala en busca de arte.
La ley de la selva Durante medio día los crímenes están permitidos y un grupo que se queda desprotegido debe pelear para no morir. Que la realidad supera la ficción es una afirmación muchas veces repetida. Pero al ver la película 12 horas para sobrevivir resulta difícil para aquella persona que sufrió en Córdoba, a la vuelta de su casa o en su casa misma, el horror de los saqueos ocurridos durante la crisis policial de diciembre pasado, no preguntarse cuán lejos estamos de ciertos planteos puestos en el guión de un filme. Salvando las enormes distancias, este estreno es la segunda entrega de otra cinta titulada La Purga. El eje central propone que en un futuro cercano, la sociedad norteamericana (la acción se sitúa en Los Angeles en el año 2023) está regida por un orden particular y estable, pero una vez al año, como una manera de mantener cierto equilibrio social, poblacional, de criminalidad y en cierta medida hasta económico, el gobierno permite una purga de doce horas. Allí vale todo, hasta el asesinato, sin que la policía o cualquier otro servicio hagan absolutamente nada. En esta ocasión, una pareja sufre la rotura del auto y queda en plena calle justo cuando se produce esta situación. La película también presenta más personajes y serán cinco los pobres diablos que obligadamente tendrán que vérselas con una espiral de violencia contenida que estalla socialmente. Algunos cazan por venganza, otros por divertirse, otros porque son criminales. Cada uno tiene su propia razón para convertirse en bestia, y otra parte lo único que quiere es sobrevivir. Nuevo orden. Los escenarios que se muestran en 12 horas para sobrevivir pretenden constituirse como un espejo de lo que pasa en la actualidad. Porque si bien estas purgas planificadas por quienes mandan (los Nuevos Padres Fundadores) dejan zona liberada para provocar un "todos contra todos", queda claro que los más pudientes llevan las de ganar y en realidad todo se trata de aniquilar a los que tienen menos posibilidades. La pobreza molesta, ¿vio? Para ampliar ese espectro político, se mete también un grupo revolucionario y algunas otras yerbas, como para esquematizar los males estructurales que nos aquejan en un estilo que recuerda a los mejores exponentes del cine clase B. La idea de esta saga es buena, y aunque en el metraje del filme hay ciertos altibajos narrativos, se logra mantener un ambiente de tensión. Las actuaciones están desarrolladas de manera aceptable, pero el que lleva las de ganar es uno de esos veteranos que se ven en muchas películas y al que nunca se le recuerda el nombre: en este caso se trata de Frank Grillo. Es evidente que se está ante una franquicia que dará mucha más tela para cortar, por varias razones: por su argumento, por su relación costo-beneficio y porque el cine de terror y suspenso siempre tendrá un público dispuesto, más allá de la calidad que se muestre en la pantalla. El morbo gana, amigo.
La mezcla pega fuerte Cinco personajes orilleros venidos de distintos rincones del Universo, se juntan para transformarse en los Guardianes de la Galaxia. Ni muy muy, ni tan tan. Esa podría ser una buena síntesis para Guardianes de la Galaxia, uno de los estrenos de la semana en las salas locales. Hace rato que se viene hablando y comentando sobre este nuevo juguete salido de la fábrica de Marvel, aún antes de conocerse los primeros tráilers. Y con las críticas de arranque comenzó a verse un fenómeno de polarización en las opiniones, ya que a primera ojeada un gran porcentaje la erige como un bombástico producto de entretenimiento, por encima de las demás creaciones venidas del cómic; y otro porcentaje -menor, es cierto- la defenestra como si fuera una cinta chata, repleta de lugares comunes y hasta la acusan de mala caricatura del rubro. Y sin embargo, Guardianes de la Galaxia no es ni una cosa, ni la otra. Es simplemente una película de esas a las que la industria ya nos tiene acostumbrados; un plato donde se combinan los ingredientes que el manual indica para atraer taquilla (efectos especiales, personajes extrañísimos, cuidado en el tratamiento del lenguaje y de las escenas para ampliar el rango etario), con un guión simplón y fácil de entender, muchos momentos de acción, un humor que pretende ser irónico y algunas secuencias que de tan inverosímiles provocan esa risita nerviosa porque se fueron de mambo. Nada del otro mundo, a pesar de que la historia se sitúa en el espacio. Línea de cinco. Si bien los números mandan, esta película es un comienzo, la presentación en sociedad de un grupo de inadaptados de variada forma, color y tamaño que caen simpáticos, y que encima hacen causa común para que los villanos no se salgan con la suya. ¿Quiénes son estos cinco personajes antihéroes? Peter Quill, un humano chantún y delincuente; Drax, un forzudo que busca venganza; Gamora, un espécimen femenino de armas tomar, color increíble Hulk para mayores datos; Rocket, un mapache parlante y jodido; y Groot, algo a medio camino entre un cuerpo y un árbol. Juntos van a tener que pelear para que una poderosa esfera no caiga en malas manos. Cuando la película ya lleva un largo trecho y el espectador se acostumbra a todo este rejunte extraño, es cuando se empieza a disfrutar más de Guardianes de la Galaxia. Porque es cierto que desde que el cómic comenzó a trasladarse a la pantalla grande con mayores posibilidades técnicas se puede ver de todo, pero no es fácil hacerse la idea de una cinta que tiene semejantes protagonistas. Hay algunos aspectos que suman porotos: los actores que encarnan roles secundarios (por ahí andan Benicio del Toro y John C. Reilly), la banda de sonido con temas de los años setenta y la acción que no decae una vez que culmina la etapa de presentación. Lo dicho: es una película pochoclera, realizada de manera tal para que la disfruten grandes y chicos, sin demasiado vuelo pero con la fuerza suficiente como para pagar el precio de una entrada. Y la recomendación de siempre en estos casos: ojo al final.
Sólo caparazón El regreso de las Tortugas Ninja es un rosario de artificios visuales en una historia sin fuerza y con personajes desdibujados. ¿Cuántas horas habrán pasado frente a la tele, los que andan entre los 30 y los 40, viendo los dibujos animados de Las Tortugas Ninja? Cuando a principios de los '90 se lanzaron a la pantalla grande tres versiones seguidas de estos personajes, las posibilidades cinematográficas distaban bastante de las que se utilizan actualmente, en cuanto a tecnología se refiere. La lógica indicaba que, con la animación por computadora a favor, no iba a resultar muy difícil tener más vivos que nunca a estos queridos héroes delante de nuestros ojos. Craso error. Lo que se trae entre manos esta adaptación modelo 2014 es un gran despliegue visual, sonoro y efectista, que se contrapone a una historia que en primer lugar cambia varias cosas acerca del origen de estos bichos con caparazón, y que en segundo lugar no logra construir con el espectador común (y es de suponer que menos aún con los fanáticos) una comunión, un lazo. Para los que conocen algo de nombres del ambiente de la industria cinematográfica americana, no resultará extraño que estos conceptos surjan de un producto en el que está metido el realizador Michael Bay. Aunque aquí se pone en el rol de productor y es Jonathan Liebesman el que toma las riendas en la dirección, Tortugas Ninja es un típico arsenal de la factoría de Bay. De hecho, en muchas de las escenas rimbombantes de acción, si se quitara a los mutantes verdes de la imagen, tranquilamente podría pensarse que se trata de una secuencia de Transformes, Armageddon o Pearl Harbor. Básica. La trama es sencillísima: un villano que maneja a todos los estamentos está convirtiendo a la ciudad en un sumidero, por lo que hace falta de manera desesperada la presencia de alguien que restablezca el orden. Y entonces aparecen estas cuatro tortugas mutantes, que en cuestión de pelea parece que se las saben todas, y se erigirán como los salvadores del caos. No existe prácticamente ninguna excusa en el guión por la que se haga necesaria la presencia de Megan Fox, que por supuesto tiene como mejor aporte su físico escultural y su bello rostro. Interpreta a la periodista April O'Neil, quien va acompañada por su camarógrafo Vern Fenwick (papel a cargo de Will Arnett). El resto del elenco también está incorporado a regañadientes, y eso da la pauta de que para los realizadores lo único que importaba era poner en plan de lucha a las tortugas, que el único fin era emprender rápidamente con la parafernalia visual y sonora. Las noticias que llegan desde distintos lugares del planeta donde la película ya lleva varios días de proyectada, indican que la performance en taquilla no es para nada desdeñable. Es probable que por estos lados pase exactamente lo mismo, pero eso no quita que para quienes crecieron disfrutando de estos personajes hace varios lustros, resultará más satisfactoria la experiencia de rescatar los viejos VHS guardados en el placard y ponerse a ver las cintas de los ingenuos pero más genuinos años noventa.