Tribulaciones de una mujer moderna. Virginie Efira (Elle) protagoniza esta comedia francesa que aborda el tema de la multiplicidad de problemas y preocupaciones que pueden experimentar las personas en este mundo moderno desde prácticamente todos los ámbitos de la vida. El aporte de la protagonista como así también la mirada de su directora y coautora Justine Triet hacen de esta película un relato comprometido con los problemas humanos contemporáneos desde una mirada femenina muy actual y rica para el análisis. Victoria (Efira) es una abogada de mediana edad, divorciada y con dos hijas. Que no da más. Porque no solo tiene que afrontar su papel de madre prácticamente sola sino que su trabajo, sus relaciones sociales y amorosas y casi todos los elementos que componen su mundo parecen haberse confabulado contra ella en un mismo momento. A partir de un personaje principal fuerte y bien definido, la película resulta muy dinámica cuando nos presenta todas las líneas argumentales que se propone desarrollar y que componen la vida de esta estresada abogada parisina. Su mejor amigo es acusado de intento de homicidio por su esposa y ella debe defenderlo en la corte, un ex cliente acusado de tráfico de drogas le pide ayuda y consigue mudarse al pequeño departamento que Victoria comparte con sus hijas para trabajar como su niñero/asistente personal y, como si esto fuera poco, su ex marido que hace siete meses que no cumple con los pagos de la cuota alimentaria parece haber decidido darle rienda suelta a su costado más creativo escribiendo una novela online que básicamente ventila todos los secretos, profesionales y personales, de su personaje principal, una abogada cuarentona que convenientemente se llama “Vicky”. Ahora bien, una vez establecidos todos estos frentes de batalla, algo que el relato logra con gran naturalidad y toques de comedia absurda que le dan un tinte irónico a la cuestión, iremos lentamente aproximándonos al quid de la cuestión que consiste en dos puntos fundamentales. Por un lado la película se erige como un retrato que prácticamente documenta las preocupaciones propias de esta época expresadas en la piel de una mujer que debe cargar con el peso de problemas propios y ajenos. Y si bien esto lo logra perfectamente y con esa dinámica que es inherente al personaje de Victoria y a la variedad de los bemoles que la aquejan, el segundo paso consiste en ir un poco más allá de eso para construir una protagonista que, al margen de cómo encuentra las formas de lidiar con todo lo que tiene entre manos, experimenta un proceso de crecimiento en esas circunstancias que le permiten, llegado el momento, discernir lo que quiere, lo que le importa y separarlo de lo secundario que antes tanto la agobiaba. Aunque a simple vista pueda parecer una trama muy cargada y hasta exageradamente saturada de líneas argumentales, la película realmente ofrece una simpleza muy bella mientras recorre su camino hacia esa tesis, también simple aunque no por eso carente de profundidad, que invita a la reflexión acerca de este mundo moderno en el que indefectiblemente todos estamos inmersos.
Sobrevivir hasta la última parada. El binomio que componen Liam Neeson y Jaume Collet-Serra vuelve a reunirse en una historia de acción luego del éxito que los acompañara en Desconocido, Non-Stop y Una Noche para Sobrevivir. Con un elenco que también incluye a Vera Farmiga, Patrick Wilson y Sam Neill, El Pasajero es una película que tiene su buena dosis de acción pero que hace foco en el suspenso que su asfixiante trama propone. Michael MacCauley (Neeson) es un ex policía neoyorquino que ha pasado los últimos diez años fuera de la fuerza para dedicarse al mundo de las finanzas. Cuando nuestra historia comienza Michael recibe la mala noticia de que ha sido despedido a pesar de faltarle muy pocos años para jubilarse. Abrumado por la noticia, sube al tren que durante una década lo ha depositado en su casa luego del trabajo y mientras trata de darle forma a la charla que tendrá con su esposa para comunicarle la noticia (la situación económica de la familia no es la mejor con un hijo pronto a comenzar la universidad con los gastos que so conlleva), Michael es abordado por un personaje de lo más particular. Se trata de Joanna (Farmiga), una atractiva mujer de mediana edad que aborda a Michael en pleno vagón presentándose como una especie de psicóloga que se encarga de determinar los distintos perfiles de las personas para diferentes escenarios hipotéticos. Siempre en esa línea de la hipótesis Joanna le pregunta a Michael si, llegado el caso, él estaría en condiciones de realizar cierta tarea sin consecuencias para su persona a cambio de una recompensa. La tarea consiste en identificar a alguien que va a bordo del tren y que no cuadra dentro de los pasajeros habituales del convoy, a quienes Michael conoce al dedillo ya que es uno de ellos. La recompensa es de cien mil dólares. Y el escenario no es hipotético. En términos narrativos, la película comienza acertando cuando plantea el escenario ya descrito de forma concisa, clara y por demás expedita. Un hombre común que acaba de perderlo todo y al que se le presenta una oportunidad caída del cielo para recuperarlo. Hay interés, hay un gancho y está el terreno preparado para el suspenso. Porque lo que sigue, muy bien presentado y construido también, son los pequeños detalles que convierten a la oferta de Joanna en algo muy alejado al lecho de rosas que en un principio aparentaba. Resulta que después de la misteriosa charla que la dama mantiene con Michael, esta se baja del tren dejando a nuestro protagonista con más dudas que certezas por lo que su acto instintivo consiste en agarrarse del único dato concreto que tiene. Según Joanna, parte del dinero de la recompensa está oculto en un baño que se encuentra entre vagones, la otra parte le será abonada a Michael luego de completar su tarea en caso de aceptarla. Esa parte del dinero está en el baño, como Michael rápidamente puede comprobar (y guardar en su bolso), pero lo que este buen hombre ignora al momento de hacerse con el metálico y que rápidamente sabrá es que el pasajero que debe identificar para Joanna y para quien sea que ella trabaja es un testigo de asesinato de un funcionario gubernamental involucrado en un caso de corrupción. Rápidamente nos queda claro que identificar al pasajero equivale a su sentencia de muerte, para evitar que testifique. Y aún más rápido que eso Michael se enterará de que no cumplir con su tarea, que aceptó realizar en el mismo momento en que se hizo con el dinero del banco, será sinónimo de encontrar a toda su familia asesinada cuando se baje del tren. Si bien la construcción inicial del relato es tan sólida como acabamos de describir, la película parece descansar exageradamente en esa premisa. Porque una vez que el protagonista, y con él el público, accede a todas las cartas que están sobre la mesa y puede avizorar que lo que sigue es una carrera contrarreloj no solo para que Michael encuentre a este misterioso pasajero sino para que tome la crucial decisión de enviar a un inocente al matadero a cambio de la seguridad de su familia, lo que tenemos es un juego de gato y ratón bastante confuso y poco sustentado desde lo argumental. En primer lugar porque lo que vemos es a una organización criminal de gran escala que es capaz de secuestrar a la familia del protagonista, matar incluso a ciertos pasajeros del tren que desvían a Michael del trabajito que le encargaron e intervenir en los más altos círculos policiales y políticos de Nueva York que, a pesar de contar con todo ese poder y recursos, se ve obligada a depender de un ex policía desempleado para que encuentre a un testigo equis que viaja en tren sin protección de ningún tipo. Y segundo porque lo que quiere proponer en medio de este contexto es una arista policial estilo Agatha Christie donde los ocho o diez pasajeros entre los que estamos seguros que está la persona a la que Michael busca pueden terminar siéndolo. El guion no ofrece datos ni presentación de estos personajes como para sostener esa línea argumental policial donde el público pueda darle lugar a sus sospechas y la revelación de la identidad de esta persona de interés también responde a esa caprichosa falta de argumentos. Pasados estos elementos centrales, las escenas de acción propias del género donde el protagonista vive salvándose por los pelos de todo tipo de peligros resultan anecdóticas así como también el acertado corrimiento que los personajes de Sam Neill y Patrick Wilson tienen respecto de ese grupo de sospechosos abordo para resurgir en el final y darle forma al último giro de la trama. Finalmente, ese dilema moral que enfrenta Michael para decidir si está dispuesto a dejar que alguien muera para salvar a su familia y que bien podía ser lo más jugoso y factible de explotar para la película en términos de profundidad queda eclipsado por una resolución también muy propia del cine de acción.
Cuando el tamaño sí importa... El director de Los Descendientes y Entre Copas, Alexander Payne, vuelve con una película que mezcla los géneros de la comedia y el drama bajo una premisa propia de la ciencia ficción más bien inocente mientras la humanidad se enfrenta a un serio problema de superpoblación cuya única solución está en manos de un científico noruego que propone reducir a todos los seres humanos a una estatura que apenas supera los diez centímetros. Ya hemos experimentado en varias de las obras de Alexander Payne su gusto por combinar el drama y la comedia en películas con un marcado tono humorístico que de repente adoptan una profundidad y seriedad conmovedoras o en otras que proponen un clima preeminentemente dramático que se ve cortado en los momentos justos por algún chiste que descomprime. Probablemente los títulos ya nombrados puedan ser ejemplos de esto con Entre Copas como representante del primer grupo y Los Descendientes como caballo de batalla del segundo; incluso Nebraska, producción que comparte título con el lugar de origen de este director, cumple con el requisito. Sin embargo, para esta nueva aventura la propuesta de Payne incluye un elemento que hasta ahora no le hemos visto -que tiene que ver con la ciencia ficción- y que, como resulta central para el análisis de la trama, por allí empezaremos. Ubicada en un futuro muy cercano, Pequeña gran vida nos acerca una historia realista y de contenido pero que parte de una premisa fantástica. O, mejor dicho, de ciencia ficción; aunque en este caso esa diferencia no hace al asunto. Varios científicos de todas partes del mundo han llegado a la conclusión de que el mayor riesgo que la raza humana deberá enfrentar a futuro como especie que busca la supervivencia tiene que ver con el exceso de población que el planeta está experimentando. Pero no todo está perdido. Porque resulta que el doctor noruego Jorgen Asbjørnsen (Rolf Lassgård) tiene la solución: achicarse. A partir de la aplicación de una técnica científica relativamente simple, este hombre puede reducir prácticamente a cualquier persona a un tamaño que, con todas las proporciones del caso, lo dejan a uno midiendo algo más de diez centímetros. Y, como consecuencia de esto, los activos y riqueza en general de una persona de un pasar moderado (incluso pobre) suponen una pequeña fortuna en el mundo de la gente pequeña, por lo que las dificultades económicas e inclusive la necesidad de trabajar serían problemas del pasado. En medio de este contexto conoceremos al bueno de Paul, un tipo común de clase media de Omaha que a duras penas llega a fin de mes y desde la publicación del descubrimiento del doctor Asbjørnsen cada vez ve con mejores ojos la posibilidad de achicarse. Una película que puede venir a la mente de quien se enfrenta por primera vez con la sinopsis de Pequeña gran vida podría ser Eterno resplandor de una mente sin recuerdos, obra que presenta un mundo como el que conocemos pero con una pequeña gran variante, en este caso la posibilidad de borrar de nuestra memoria a alguna persona. Ahora bien, mientras la película de Michel Gondry usa ese elemento como parte fundamental de una historia que de todas maneras reúne en sí misma la profundidad, la reflexión y la creatividad de una obra maestra, la película de Payne tiende a parecerse más a lo que vimos en La Invención de la Mentira, producción de similar formato pero que encuentra su principal virtud en ese elemento saliente en desmedro de una historia más bien simplona que nos hace pensarla más como una excusa para proponer ese universo paralelo que como la parte central del relato. Ese mundo en el que las personas son pequeñas, las dudas de los protagonistas antes de dar ese irreversible paso, las críticas del resto de la sociedad que no aprueba y las implicancias de todo este concepto para la sociedad en general son conceptos que la película explora muy bien e incluso se hace un tiempo para proponer algunas reflexiones de tipo universal más que interesantes; el problema viene de la mano de las inconsistencias que el guion presenta a la hora de respaldar (o de no respaldar tan sólidamente) las dos o tres decisiones fundamentales para la trama que los personajes toman. Al margen de esto, la historia se presenta como un relato interesante, innovador, gracioso, entretenido y muy creativo que, además, cuenta con una muy buena labor protagónica de Matt Damon, un excelente trabajo del camaleónico Christoph Waltz y el que tal vez sea el punto más saliente de la película que es la actuación de Hong Chau, actriz que dirá presente en prácticamente toda esta temporada de premios por este trabajo. El elenco se ve completado por nombres muy rimbombantes que, por las características de sus respetivos personajes, se ven inentendiblemente desperdiciados ya que resulta todo un desperdicio no darle más de dos o tres minutos en pantalla a Laura Dern, Jason Sudeikis o Neil Patrick Harris.
Ojos abiertos, alma atormentada. No Dormirás es la nueva producción del director uruguayo Gustavo Hernández quien, surgido del cine independiente aunque no por eso ajeno al cine de terror, acá tiene la posibilidad de contar una historia a gran escala dentro del género con un elenco de primer nivel que incluye a Eva De Dominici, Eugenia Tobal, Juan Manuel Guilera, Germán Palacios y a la internacional Belén Rueda. Una tarde, después de extensas jornadas de grabación que me privaron del sueño por un lapso muy poco recomendable, llegué a mi casa y no me podía dormir. Mi hijo había dejado los jueguitos de la tele prendidos y me puse a matar el tiempo con eso. El juego era uno musical donde uno experimenta un desafío de coordinación mientras aprieta los botones en los momentos justos en los que suenan las notas musicales de la canción en cuestión. No sé si fue por la falta de sueño pero exhausto como estaba marqué un nuevo record al primer intento y con el televisor sin volumen, superando incluso los mejores puntajes de mi hijo. A pesar del uso de la primera persona y la falta del entrecomillado, la anécdota fue protagonizada y luego relatada por el director de No Dormirás, Gustavo Hernández, en el contexto de la presentación de la película y de ella es que surge esta historia. 1985. Un hospital psiquiátrico abandonado es el escenario de este relato que tiene como personajes principales a los integrantes de un grupo de teatro que, comandados por su exigente directora (Belén Rueda), buscan presentar una propuesta dramática nunca antes vista. Pero el carácter de inédito de esta presentación no solo tiene que ver con su inusual locación sino con el método de trabajo que la directora les impone a sus actores. El insomnio. De acuerdo a ciertos estudios, luego de 108 horas de vigilia la percepción de las personas cambia radicalmente por lo que las posibilidades de absorber conceptos y expresarlos toma una nueva dimensión. Por esa experiencia pasarán estos artistas y también la joven Bianca (Eva De Dominici), la nueva del grupo que llega para competir, nada menos que con su mejor amiga, por el papel protagónico de la obra. Bajo esta premisa que por sus características intrínsecas transporta al espectador a un plano de intriga y suspenso, la película propone de forma muy acertada un recorrido por las peripecias que una persona debe atravesar cuando se plantea sacar a relucir todo su potencial ante una tarea que le apasiona. En este caso, la tarea tiene que ver con el trabajo dramático de una actriz y la propuesta de la película en este sentido resulta acertada dado que la elegida es una joven humilde, algo insegura de sí misma, con su buena cuota de problemas familiares que no solo tiene que someterse a un proceso que le es extraño sino que además debe competir contra su mejor amiga en el plano de lo laboral. Esa estructura de la persona común y corriente que debe enfrentarse a algo sobrenatural funciona gracias a la instantánea identificación que genera entre público y protagonista y a las facilidades que supone el hecho de ir hacia lo desconocido de la mano de alguien que se va sorprendiendo junto a nosotros. Asimismo, vale elogiar a esta producción en términos de guion no solo por su interesante premisa y por la construcción de los personajes que la ejecutan sino por el paso extra que da conforme se acerca a su conclusión y este tiene que ver con lo dicho al principio y esa reflexión que plantea sobre cuándo alguien realmente está en condiciones de cumplir con su potencial y el poder que tiene el hecho de creer en algo para actuar (en todos los sentidos de la palabra) en consecuencia. Con una ambientación y una locación que prácticamente se erigen como un personaje más, la película encuentra en Eva De Dominici a una actriz protagónica muy sólida; las labores de apoyo de Germán Palacios y Juan Manuel Guilera para con el elenco protagónico femenino son muy importantes, Belén Rueda da una prueba más de su enorme talento y generosidad como actriz y finalmente las mayores palmas se las lleva Eugenia Tobal quien a pesar de darle vida a uno de los personajes secundarios, logra representar en su figura todo ese halo de misterio, esoterismo y experimentación sensorial que la película propone a partir de un trabajo actoral sin fisuras y con un gran compromiso.
Hasta la nieve es artificial El director de múltiples cortos Antonin Peretjatko finalmente se anima a hacer un largometraje en La Ley de la Jungla, elegida por la prestigiosa revista Cahiers du Cinéma como una de las diez mejores películas de 2016. Con algunas demoras en su llegada a los cines de estas latitudes, el film cuenta con las actuaciones protagónicas de Vincent Macaigne, Vimala Pons y Mathieu Amalric, quienes le dan forma a esta comedia que explora múltiples aristas dentro del género. La Ley de la Jungla es una comedia disparatada, que se toma muy en serio justamente esa definición genérica. Y para empezar, esto lo vemos en la historia que cuenta. Marc (Macaigne) es un empleado/pasante del Ministerio de Normas y Estándares francés a quien le asignan la peculiar tarea de viajar a la Guayana Francesa, uno de los últimos ejemplos del colonialismo moderno, pero específicamente a “Guyaneige”, algo así como un proyecto de complejo para esquiadores pero en un contexto de clima y geografía tropical. Con la ayuda de la intrépida Tarzan (Vimala Pons), Marc intentará cumplir con su misión que consiste en asegurarse de que el emprendimiento cumpla con las regulaciones y estándares europeos que se le exigen, tarea que se le dificultará dadas las peripecias que le esperan. Otro elemento de la película que busca relacionarse con ese concepto de comedia disparatada tiene que ver con la elección del elenco. Y allí todas las miradas se las lleva Vincent Macaigne, alguien que prácticamente en los 24 films que hasta ahora conforman su currículum ha apostado por un tipo de humor o trabajo en general que, de alguna forma u otra, busca romper con los convencionalismos y la corrección política. Queda claro que esto se pone de manifiesto en esta película donde tópicos como el colonialismo y las diferencias culturales entre europeos y americanos resultan el principal foco para esa “crítica” que Vincent y La Ley de la Jungla proponen. El trabajo co-protagónico de Vimala Pons está a la altura en todo momento mientras que el punto más flojo de la cinta en términos actorales tal vez venga de la mano del personaje de Galgaric, interpretado por el enorme Mathieu Amalric que esta vez queda un tanto desperdiciado dada la poca trascendencia de su interpretado para la trama. Lo bueno de la película es que sabe plasmar de muy buena manera en pantalla ese relato del hombre fuera de su elemento que debe improvisar y adaptarse permanentemente a un entorno que no sólo le es hostil sino que le presenta nuevos desafíos con cada paso que da. Con un ritmo sostenido y buenas dosis de comedia, el lunar tal vez aparece cuando esa crítica política quiere colarse. En este sentido, si bien la toma de posición está muy clara, da la sensación de quedar un poco difuminada por la gran cantidad de elementos que circundan a la principal línea de acción. Porque a la misión de Marc rápidamente se va a sumar su creciente vínculo sentimental con Tarzan y una caterva de elementos disparatados que incluyen una pequeña guerrilla, varios caníbales, un molesto representante de una empresa ferroviaria y un cobrador de impuestos algo despistado que terminan de darle forma a una obra estrafalaria, entretenida, bastante graciosa pero no mucho más.
El mejor de los peores En 1998 dos soñadores oriundos de San Francisco se trasladaron a Los Ángeles con el objetivo de convertirse en actores profesionales. Pero viendo su poca suerte y los rechazos que iban acumulando decidieron filmar su propia película, en la que ellos serían las estrellas. Con un presupuesto de dudosa procedencia y un resultado final cuestionable por infinitas razones, la película bautizada como The Room hoy todavía se exhibe en algunos ciclos de cine y es consideraba como un film de culto por sus fanáticos. The Disaster Artist cuenta la historia de esa gloriosa filmación que finalizó recién en el año 2003. Resulta muy difícil no caer en el spoiler para referirse a esta película. Porque si bien lo dicho en el párrafo precedente forma parte del hecho real en el que se basa The Disaster Artist, nunca dejamos de hablar de la filmación de una película cuyo rodaje tuvo lugar hace muy poco tiempo, menos de veinte años, y a la que probablemente pueda accederse por más de una vía (guiño, guiño). El caso de quien escribe forma parte de aquellos que nunca habíamos siquiera oído hablar de The Room, por lo que enterarse de que ya hay otra película que exclusivamente se encarga de relatar los hechos que tuvieron lugar durante su filmación no deja de llamar la atención. ¿Un consejo? No averigüen. No googleen. No pregunten. Primero vean The Disaster Artist. Corría 1998, Greg Sestero (Dave Franco) asiste a una clase de teatro en su San Francisco natal sin saber que su vida está a punto de cambiar para siempre. Porque a esa misma clase también irá Tommy Wiseau (James Franco), quien esa tarde decidió hacer una versión extremadamente libre de Un Tranvía Llamado Deseo. Greg, tímido e introvertido tanto abajo como arriba del escenario, queda impresionado por la libertad que Tommy demuestra como actor, por lo que decide pedirle consejo. Inicia así una bizarra relación que decantará en amistad y posterior vínculo laboral entre dos personas que lo único que tenían en común era el sueño que perseguían. Y como ocurre en las buenas películas cuyo título se refiere a uno de sus personajes, el protagonista de The Disaster Artist es el otro, Greg en este caso, que si bien no es el nuevo James Dean, tampoco es un desastre. Tommy sí lo es. Se viste mal, habla mal, no entiende la mayoría de las cosas que a todo el mundo le parecen obvias y deja mucho que desear en todos los aspectos de su persona. Pero tiene una meta. Un sueño. Y nada lo detendrá hasta que lo consiga. The Disaster Artist funciona porque combina la historia de dos personajes con los que el espectador se identifica casi desde el primer fotograma con lo misteriosamente bizarro que resulta el personaje de Tommy, interpretado por un James Franco que consigue la mejor actuación de su carrera. Porque cuando llevamos un buen rato queriendo que a estos dos muchachos les vaya bien mientras secretamente sabemos que sus posibilidades de triunfo en Hollywood son inferiores a las de Islandia de ganar el mundial, la película toma un inesperado giro cuando de la nada Tommy se plantea (y materializa) la idea de filmar una película propia con un presupuesto similar al que manejan las grandes productoras hollywoodenses. ¿Cómo es que un actor fracasado, con problemas sociales y psicológicos violentamente palpables y que en la mayoría de los contextos podría ser perfectamente confundido con un vagabundo sin oficio ni beneficio puede autofinanciar su propia película? Y lo más desconcertante ¿cómo es que tiene a su disposición un nutrido grupo de técnicos y actores que hacen todo lo que él les dice? Una sucesión de hechos orientados a un resultado que ni sus propios protagonistas jamás creyeron posible mientras trabajaban para lograrlo conforman la trama de esta historia verídica que por su carácter bizarro, ridículamente utópico y fuera de los parámetros de cualquier tipo de racionalidad es que resulta tan real y auténtica.
Los Últimos Jedi: La Fuerza de una Leyenda Finalmente llegó el evento cinematográfico del año y una nueva entrega de la mítica saga de Star Wars, en este caso su Episodio VIII, ya está entre nosotros. Con un Rian Johnson (Looper, Los Estafadores) que reemplaza a J. J. Abrams en la silla del director, un elenco que suma a las figuras de Laura Dern y Benecio Del Toro a sus caras ya conocidas lideradas por Carrie Fisher, Daisy Ridley, John Boyega, Oscar Isaac y Adam Driver y un Mark Hamill que promete volver a liderar esta gran historia como no hacía desde hace 34 años, Los Últimos Jedi estaba llamada a cosas muy grandes dada su ubicación como segunda película en una saga de tres dentro de este universo que experimentó algo similar con El Imperio Contraataca. Hay mucho para decir e incontables análisis que plantear cuando se tiene entre manos una película de estas características. Primero por lo que significa en sí misma, tal vez la saga más emblemática en toda la historia del cine. Y segundo por todos los antecedentes que acompañan a una nueva entrega, con ocho películas que la anteceden e incontables agregados entre comics, series y películas animadas, libros y videojuegos. Y teniendo en cuenta justamente este universo tan extenso, lo primero que resulta llamativo sobre Los Últimos Jedi es su línea narrativa, su sinopsis o de qué se trata la película. Los que vieron El Despertar de la Fuerza saben que la República es cosa del pasado una vez más y la Primera Orden ya se erige como el nuevo Imperio Galáctico solo para encontrar oposición en la Resistencia, esa organización conformada por un grupo de rebeldes que, liderados por la Princesa Leia y figuras como el talentoso piloto Poe Dameron, se oponen a los planes del malvado Líder Supremo Snoke y su segundo al mando Kylo Ren. Un escenario al que estamos hartamente acostumbrados (tal vez la mayor crítica que se le hizo al Episodio VII tiene que ver con esa repetición de escenario) que sufre pocas alteraciones en cuanto a avances narrativos en esta nueva entrega dado que su línea argumental principal viene de la mano del perpetuo escape que los rebeldes intentan concretar frente a una Primera Orden insaciable que busca aniquilarlos de una vez por todas. El análisis profundo vendrá con las formas. Para empezar, este Episodio VIII da un considerable salto hacia a adelante respecto de su predecesora si lo observamos como un producto cinematográfico integral, en pocas palabras es mucho más película. Y esto resulta entendible porque es la segunda y no tiene tanto que explicar o introducir como le pasó a El Despertar de la Fuerza, mucho menos balanceada y más desorganizada. Ahora bien, establecidas las bases sí hay que decir que a esta nueva entrega de la saga le cuesta un poco arrancar. El magnetismo y potencia que genera el personaje de Luke no basta por sí mismo para sostener una buena hora y media inicial en la que, a pesar de la simpleza de la trama, no termina de quedar claro hacia dónde se dirige en términos inmateriales, de espíritu. Y si estamos poniendo el foco en la película como un todo, debo hacerme el espacio para decir que lo peor de la cinta resulta el abuso de los momentos cómicos que incluye que, lejos de decir presente en los momentos justos y en los que “está permitido” bromear, acá se busca cortar momentos de tensión con el chiste tonto de pésima manera. Star Wars tiene un tono demasiado épico en sus momentos cumbre como para hacer chistes. Hechas esas aclaraciones y sin caer en el spoiler, solo queda por agregar que la última hora o al menos los últimos 45 minutos son de una potencia visual, narrativa y de contenido como no se había visto nunca en toda la saga. Verdadera magia galáctica. Ahora sí, vamos a lo que nos importa: los personajes. Porque si decíamos que fácticamente la película no avanza mucho como parte de una saga de varias, sus dos horas y media de duración deben, inevitablemente, hacer foco en la evolución de sus personajes. Y vaya que lo hacen. Empecemos por Rey. Sabemos que el suyo es un personaje misterioso por un tema de origen que ni ella misma tiene claro. En esta nueva historia, donde lógicamente va a estar ligada y mucho a Luke, se trabaja maravillosamente su relación con tanto con el (ya no tan) joven Skywalker como con Kylo Ren, cuyo vínculo es central para la trama. Sin embargo, es ese origen de Rey lo que hace que esta película sea revolucionaria para una saga que siempre tomó como central el tema del origen de sus personajes, del linaje que los acompaña y que más de una vez les significó una cruz que cargar. De dónde viene Rey y en lo que se va a convertir conforman la tesis central de esta película y tanto su construcción como su contenido son la causa principal de la brillantez de Los Últimos Jedi como film. Con Kylo la cosa cambia. Si bien tenemos muchas más precisiones sobre lo que lo llevó a ser quien es, todavía queda mucho por saber. Y esa falta de información, fenómeno que también puede aplicarse al personaje del Líder Supremo Snoke (mucho más en su caso), atentan contra el peso dramático que en esta película tienen las acciones de Kylo. Algunas decisiones que toma, si bien justificadas y que no salen de la nada, no tienen la potencia dramática que deberían. Es como que lo que hace es muy importante pero por el hecho en sí y no por lo que lo motiva a hacerlo, que es algo velado y que conocemos muy parcialmente. En cuanto a personajes, también vale mencionar los avances que vemos en, por ejemplo, Poe Dameron, un héroe con todas las letras; Finn también encuentra su evolución, esta vez de la mano de su relación con un enorme personaje nuevo como es el de la joven Rose (su reflexión hacia Finn en el punto más álgido de su relación es casi tan brillante como todo el tema de Rey antes descripto); Leia aporta el toque emotivo y mucho de esto tiene que ver con nuestra amada Carrie Fisher; un punto flojo es el esperado personaje de Benicio Del Toro, poco relevante para la trama y de carácter tan dudoso que hasta se torna estéril; y una última mención tiene que ver con la Vicealmirante Holdo, el personaje de Laura Dern. Con ella queda demostrado que no hace falta hacer tres películas enteras para construir un personaje y luego hacerlo evolucionar en favor del mensaje que se quiere transmitir. Con apenas un puñado de escenas y algunos diálogos para el recuerdo, Amilyn Holdo -y no encuentro mejor forma de expresarlo- la rompe toda. Y es justamente por esas maravillosas evidencias que exhibe un personaje como el de Holdo que la crítica se la lleva el trabajo de guion que hicieron con Kylo Ren hasta ahora y que ya hemos explicado. Porque, y acá los ortodoxos de la saga sabrán disculpar, un personaje tan importante merece un tratamiento evolutivo similar a lo que la Nueva Trilogía hizo con Anakin, enorme trabajo de construcción que muchos pasan por alto dadas las fallas que en otros sentidos tiene ese trinomio de películas. Y para cerrar este que es el párrafo más largo del mundo solo creo que falta mencionar lo de Mark Hamill. Si su personaje se convirtió en leyenda en gran parte es gracias a él. Desde lo discursivo y sobre todo desde su presencia en pantalla, en esta película el tiempo no transcurre. Porque cuando vemos a este Luke, con más de treinta años en el lomo, seguimos viendo al héroe de fines de los setenta. Sencillamente épico. Con grandes actuaciones protagónicas de todo el elenco, un Mark Hamill eterno y una vuelta a las bases maravillosamente grata, Los Últimos Jedi consigue fusionar la espectacularidad visual de El Despertar de la Fuerza (incluso superarla) con la profundidad de contenido de Rogue One y el espíritu legendario de la Trilogía Original para erigirse como una de las mejores entregas de la saga y una enorme promesa hacia un futuro que alguna vez pareció tormentoso y que ahora encuentra Una Nueva Esperanza.
Blanca agonía La cadena montañosa conocida como las High Sierras en los Estados Unidos experimentó su invierno más cruento en diez años en 2004, momento en que el ex jugador profesional de hockey sobre hielo Eric LeMarque quedó varado en medio de la montaña durante ocho días y sin ningún recurso más que su celular, una radio de bolsillo y su tabla de snowboard. Esta es su historia. Protagonizada y producida por Josh Hartnett (Las Vírgenes Suicidas, Pearl Harbor, La Caída del Halcón Negro), la película se plantea con el formato clásico de las de su tipo ya que intercala las escenas donde vemos al protagonista en lo que llamaríamos “el presente” (y que corresponden a esos ocho días de agonía nevada) con aquellas que buscan explorar distintos momentos de su pasado con el fin de explicar y contextualizar lo que significa en específico para alguien como Eric LeMarque quedar varado en la montaña con escasas posibilidades de supervivencia. Tan clásica y estructurada aparenta esta producción que sus principales puntos a favor y en contra encuentran explicación por ese lado. En un sentido, la película atrapa al espectador con natural facilidad a partir de las características de su protagonista, un chico malo, reticente de vivir su vida según “las reglas” que, a partir de una traumática relación con su estricto padre y su contraproducente y extrema autoexigencia, no sólo no pudo triunfar en el hockey sobre hielo profesional sino que su vida adulta lo encontró lejos del resto de su familia, de sus amigos y con un problema de adicción a las drogas galopante. Ahora bien, en un sentido fílmico narrativo el film se torna harto predecible a partir de contar una historia que ya se ha visto y desde una óptica convencional, estilo que cuenta con muchos precedentes también. Y como si esto fuera poco hay que sumar a los inoportunos créditos iniciales que nos informan que lo que estamos por ver pasó de verdad y está basado en el libro escrito por el propio LeMarque. Aquí es donde la táctica de ir según el librito deja de funcionar. A favor de la cinta hay que decir que el compromiso que lo llevó a Josh Hartnett a producir además de protagonizar esta historia se nota permanentemente en pantalla, con un trabajo que mezcla muy bien los momentos de irreverencia y desapego por las normas que su personaje exhibía antes de su peripecia en las High Sierras y su sufrimiento extremo durante esos ocho días que no sólo lo afectaron físicamente sino que calaron profundo en su forma de ser. También con un tratamiento clásico que nos muestra ese antes y después tan contrastante, la película cumple con su objetivo de hacer evolucionar a su protagonista a favor de la reflexión que como obra busca expresar. Esa historia simple, con pocos personajes, un protagonista fuerte, una excelente fotografía invernal y una intriga que se basa en las consecuencias catastróficas que LeMarque estamos seguros que sufrirá terminan de darle forma a esta buena propuesta de cine de supervivencia a partir de una historia real extraordinaria que merecía ser contada en 35 milímetros.
Adivina quién viene a chatear Bautizada como Amor.com para el público de habla hispana, la nueva producción del director Stéphane Robelin fue llamada originalmente Un Profil pour Deux, que se traduciría en algo así como Un Perfil para Dos. Pierre Richard, Yaniss Lespert, Fanny Valette, Stéphane Bissot y Stéphanie Crayencour protagonizan esta historia de amor moderna donde ese “perfil” del título lo comparten dos personas de edades muy dispares en el mismo sitio para buscar pareja. Alex es muchacho que, ya entrado en los treinta, no consigue estabilidad laboral a partir de su sueño de dedicarse a escribir guiones de TV, mercado competitivo si los hay. Un buen día, un capricho del destino pondrá en su camino a la simpática Juliette y ahí es donde nuestra historia de amor comienza. Porque Juliette no viene sola. Tiene una madre. Y un abuelo, con el que ya no se habla. Aprovechando el tiempo libre en exceso que su nuevo yerno tiene, Sylvie, madre de Juliette, no tiene mejor idea que ofrecerle un dinerillo a Alex para que este le dé clases de computación a su padre y abuelo de Juliette, Pierre. Con unas muy convincentes actuaciones protagónicas, en especial la del gran Pierre Richard que le da vida a su tocayo de ficción, la película comienza como una comedia de humor de situación a partir de las dificultades de Pierre por dominar el ordenador y de los problemas que encuentra Alex al enseñarle. La gente grande tiene problemas con la tecnología. Todos lo entendemos. Ja ja. Sin embargo, vale decir que este fragmento de la película resulta muy dinámico, entretenido y lejos está de ensañarse con la gente mayor y ese cliché cada vez más equivocado que apunta a sus dificultades para “aggiornarse” al universo 2.0. Hasta ahí la primera parte. En la segunda, es donde la cosa empieza a complejizarse. Porque el gracioso y vivaracho Pierre no es sólo ese viejito simpático que está aprendiendo a usar la PC. Tiene un costado sensible y melancólico. Y éste viene de la mano de la pérdida de su gran amor con quien ha compartido toda su vida y que una cruel enfermedad le ha arrebatado hace apenas dos años. Pero esto no es un drama, así que rápidamente nos damos cuenta de que todo ese dolor, que incluso ha llevado a Pierre a no querer abandonar su casa ni a tratar prácticamente con nadie, lentamente va siendo superado y la soledad, otrora insoportable y paralizante, ahora actúa como un motor en Pierre para pasar a una nueva etapa de su vida. Pero ¿dónde puede encontrar el amor un parisino de setenta y pico en esta era moderna? Por supuesto que la respuesta es: en internet. Aquí es donde la película experimenta un nuevo cambio de rumbo porque Pierre, seductor nato detrás del teclado, quien se hace pasar por un joven de treinta años, rápidamente consigue la atención de una guapa señorita con la que comparte románticas sesiones de chat. El tema es que ella se pone cada vez más firme en su idea de conocerse cara a cara por lo que Pierre no tiene mejor idea que recurrir al bueno de Alex, su profesor de computación, que a la vez sale con su nieta sin saberlo Pierre porque siguen sin hablarse entre ellos, y encima Alex no se lo dijo porque resulta que Pierre se lleva muy bien con David, el último novio de Juliette. Y sí, la bienvenida a la comedia de enredos es lo que obviamente tenemos en esta última parte. Sobre todo cuando, Flora, la enamorada virtual de Pierre, se encuentra en su cita con Alex, en su máscara de Pierre. Ahora bien, establecida esta nueva situación (que además cuenta con el agravante de los problemas de pareja que Alex y Juliette vienen teniendo, sin mencionar la notable belleza de Flora que a Alex no le pasa inadvertida) se produce el último cambio en la trama. Y si hasta acá lo que tuvimos fueron tres segmentos distintos, pero con la comedia como género rector en tres de sus modalidades más clásicas, el último acto sí irá más por el lado del drama cuando dos hombres, Alex y Pierre, enamorados de la misma mujer Flora, quien también empieza a desarrollar sentimientos por quien ella cree que es Pierre pero en realidad es Alex, deban aclarar las cosas sobre ese triángulo que ya resulta insostenible. Allí es donde la película peca de inverosímil dadas las decisiones que los protagonistas toman y por el factor comparativo que resulta todo el resto de la trama, bien construido, creíble, divertido y atrapante a partir de la muy buena construcción de los personajes y la trama que los envuelve. Amor.com es una película entretenida, graciosa, con grandes trabajos actorales y que sabe tratar muy bien el tema de las relaciones de pareja en este complejo mundo moderno de las tecnologías.
No se metan con el nuevo Extraordinario es la nueva producción del director de Las Ventajas de ser Invisible, Stephen Chbosky. Basada en la novela de R. J. Palacio, la película cuenta con las actuaciones protagónicas de Julia Roberts y Owen Wilson quienes les dan vida a los padres del pequeño Auggie, un chico de diez años que ha sufrido una deformación en su rostro a causa de una enfermedad congénita. Con Jacob Tremblay (Room) en la piel de Auggie, esta historia se propone explorar la vida de un joven cuya mayor ambición en la vida es ser normal, aunque sea por un rato. Apenas con esas pocas líneas introductorias ya alcanza para resumir una obra que, como se puede presumir, cuenta con innumerables aristas y, sobre todo, con múltiples cuestionamientos que el espectador le puede plantear incluso antes de haberla visto. Y esto ocurre porque es amplísima la lista de películas que abordan los temas que Extraordinario plantea: la adaptación de los chicos cuando empiezan la escuela, el rol de los padres en dicho proceso, las complicaciones extra que experimentan aquellos que, por hache o por be, se sienten “diferentes”, el bullying que está presente a todo nivel, las reacciones de quienes rodean a las víctimas del abuso (resto de la familia, docentes, compañeros, padres de la comunidad escolar, etc.) y todo esto sin mencionar los vicios y los aciertos que el cine ha sabido acumular a lo largo de los años cuando tiene entre manos un relato como este. Las preguntas están planteadas. De hecho, siempre lo estuvieron desde que el libro de Palacio fue elegido para adaptarse al cine. La cuestión son los resultados y estos responden a las formas. Para empezar hay que decir que tanto los guionistas adaptadores como el director consiguieron un perfecto balance entre el humor y la seriedad (entendida como delicadeza) con que se debe tratar el tema. Porque el tema no es otro que: nene de diez con la cara deformada a causa de 27 operaciones que va por primera vez a la escuela primaria. Así, con algunos chistes hechos por el propio Auggie sobre su condición, otros de la mano de su moderno padre Nate (Wilson) y los menos felices a cargo de los abusones de turno actúan como elementos introductorios para una trama que, claro está, también encontrará momentos dramáticos y a rolete. El tema está en que, con lo dicho, lo que tenemos es una historia vista miles de veces. Se puede repetir, claro, con toda la sensiblería conocida y el altísimo riesgo del golpe bajo. Pero ahí es donde Extraordinario dice no, yo voy por otro lado. Porque la historia decide contárnosla desde distintos puntos de vista, diferenciados todos ellos por el viejo recurso de mandar pantalla a negro con el nombre del protagonista escrito en el medio y bien grande para que nos quede claro quién va a llevar la voz cantante en el segmento que se avecina. Pero el acierto no radica en esta fragmentación sino en lo que esta propone. Porque no solo vemos el punto de vista de Auggie mientras suda la gota gorda por encajar en un mundo tan hostil como el de la escuela primaria o el de sus padres que se desviven por alivianar la situación de su hijo. Vemos a la hermana de Auggie, vemos a su mejor amiga, vemos a su novio, a los profesores del colegio, al director, a los que buscan la amistad de Auggie, incluso a los que le hacen la vida imposible. Nos ponemos en los zapatos de todos ellos pero (y acá está el quid de la cuestión) para experimentar los sentimientos exactamente opuestos a lo que personajes de este estilo nos han acostumbrado a sentir. No prima la lástima para el protagonista, no hay entendimiento y empatía hacia los padres, no hay rencor para los abusones ni cariño para el director buena onda o la hermana comprensiva. Lo que la película propone es meterse bien en lo profundo de todos estos personajes circundantes para entender también sus sensaciones, sus miserias, sus motivaciones, sus razones y sus actos. De esa forma es que la película plantea su reflexión, haciéndonos ver que todos tenemos nuestros problemas y, grandes o chicos, tienen sus causas, sus formas de cambiarnos y representan todo nuestro mundo por más que siempre va a haber otros que la estén pasando mejor o peor. Lo que es claro es que todos tenemos derecho a sufrir por ellos y a recibir ayuda para combatirlos. Con una Julia Roberts maravillosa, un gran Owen Wilson, una gratísima revelación como es Izabela Vidovic (la hermana) y un enorme Jacob Tremblay, Extraordinario resulta una propuesta divertida, inspiradora e increíblemente innovadora en un terreno que parecía agotado. Bravo