El popular actor Arnaldo André se coloca detrás de cámara y narra una historia melodramática basada en hechos reales, ambientada en San Bernardino, un pueblo de Paraguay fundado por colonos alemanes y durante los primeros años de la dictadura militar del general Stroessner en 1955. La película llega luego de seis años de su estreno en Paraguay. Lectura según Justino es pequeña y encuentra logrados momentos a partir de la mirada ingenua de su protagonista, Justino -Diego González-, el niño criado y rodeado de mujeres tras la muerte de su padre al comienzo del filme. En ese pueblo en el que no ocurre nada, excepto una fiesta como único atractivo y la llegada de la Virgen de Caacupé, se desarrolla esta historia que tiene como eje principal a Justino, que trabaja como cartero y se ve involucrado en una relación entre Ulla -Julieta Cardinali-, su maestra de idiomas y el solitario y misterioso Joschka -Mike Amigorena-, un ex oficial Nazi refugiado en San Bernardino. Con el formato de una telenovela y cierto tono autobiográfico, los conflictos secundarios van ocupando el primer plano de este relato que también incluye el crimen de un niño, al comisario del pueblo y a un peluquero peronista. La pintura de la época y del lugar están logradas por la fotografía y los detalles parecen ser el foco de interés del ahora director en esta propuesta en la que que también tiene una aparicion fugaz Luisa Kuliok -un guiño a las exitosas telenovelas que protagonizó con André- como una vendedora de empanadas. La confusión y el despertar sexual del adolescente quedan relegados por la trama de crimen y persecución que se da en el segundo tramo y algunos personajes son desaprovechados en su desarrollo. Aún así la película atrapa por sus pinceladas de un tiempo lejano, en el que las cartas sirven como disparadoras de la acción y empujan a los personajes hacia un desenlace desarrollado en un muelle y enmarcado por un cielo tormentoso.
Los adoptantes, del directorDaniel Gimelberg, atrapa gracias a la química que se genera entre los personajes y echa una mirada crítica sobre el complejo proceso de adopción en la Argentina. Martín -Diego Gentile-, un presentador de televisión, está en pareja con Leonardo -Rafael Spregelburd-, un ingeniero agrónomo que ahora decide vender su cosecha a Polonia. Dos mundos que parecen diametralmente opuestos pero que se complementan en una convivencia de más de diez años. Todo transcurre sin mayores sobresaltos -bueno, hay algunos- hasta que aparece el deseo de Martín de "agrandar la familia" y las dudas aquejan a Leonardo. Entre una divertida charla explicativa sobre los obstáculos que implica el trámite de adopción y los conflictos que van surgiendo se genera el mayor punto de apoyo de la historia. Se trata de una comedia bien realizada, respetuosa del tema que aborda y con una galería de eficaces secundarios: la abuela encarnada por Soledad Silveyra; la explosiva hermana de Martín -Valeria Lois- que arrastra sus conflictos de pareja y lleva a su hijo a cuestas; y la aparición de una frívola y sexy compañera de un grupo de autoayuda -Florencia Peña- que se unirá a Martín con otros fines. Los adoptantes transita cómodamente por la comedia, tiene sus momentos dramáticos y también dispara el tema de la búsqueda de la identidad -Leonardo es adoptado y eso mueve toda su estantería emocional- entre citas a Brad Pitt, "Evangelina" y una perra apodada Whitney. El vertiginoso mundo de la televisión, la parsimonia del campo, las certezas y dudas de la pareja, el amor, la convivencia y el sexo, introducen a Martín y Leonardo en un nuevo camino que cambiará sus vidas para siempre. Diego Gentile encuentra el tono del personaje que se debate entre la privacidad y la exposición, mientras que Sprebelburdimprime sombras en sus días cuando comienza a descubrir su pasado a través de una fotografía. De la estridencia de una disco hasta la intimidad hay un largo trecho por recorrer en esta propuesta que acomoda todos sus recursos para llegar al gran público.
Basada en la novela de Stephen King de 2013, Doctor Sueñoencuentra en Mike Flanagan al guionista y realizador ideal para plasmar el universo pesadillesco y de peligro inminente que tiene el libro. El creador de Silencio; Somnia: Antes de Despertar y Ouija: El Origen del Mal, entre otras, enhebra con precisión narrativa una atrapante puesta en escena entre el enloquecido y fantasmagórico ambiente de El resplandor y esta continuación que es una suma de todos los miedos y horrores imaginados por King. Doctor Sueño comienza en Florida en 1980 y salta a New Jersey, en 2011, con un adulto y abatido Danny Torrance -un impecable Ewan Mc Gregor- sumergido en el alcohol debido a los acontecimientos vividos de pequeño junto a su familia en el Hotel Overlook. Con su habilidad psíquica oculta conocida como "el resplandor" decide mudarse a Frazier y con la ayuda de un amigo -Cliff Curtis- consigue trabajo en una asilo de ancianos a los que tranquiliza para que puedan "partir" en paz. En el altillo que lo cobija hay manifestaciones sobrenaturales y se conecta con Abra -Kyliegh Curran, una grata sorpresa- la pequeña con poderes y cuyo "resplandor" es mucho más poderoso. Y hay una comunidad nómade de seres sobrenaturales vampíricos liderada por Rose, la chistera -Rebecca Fergusson, muy acorde en el rol de villana- que busca a pequeños para poder insuflar su fuerza vital para mantener eternos. El mundo de King aparece en todo su esplendor a lo largo de toda la historia: niños desaparecidos como sucedía en It!; maizales y rutas desoladas como en Los niños del maíz; el "Mal" que ingresa por la ventana al hogar de Abra como plasmaba La hora del espanto y la presencia de fantasmas que vuelven y aconsejan, gatos incluídos, como en Cementerio de animales. Todo está allí dispuesto para que Flanagan encienda el andamiaje de esta moderna pesadilla cotidiana en la que la conexión entre las diferentes partes empuja a los personajes a una persecución sin descanso hasta el esperado enfrentamiento final que tiene al abandonado hotel Overlook como el escenario ideal. A lo largo de dos horas y media que nunca decaen, el relato hace gala de situaciones que mantienen la tensión -la trampa en el campamento y la escena de la camioneta- y privilegian los climas antes que el susto fácil o los sobresaltos. "Nadie resplandece como tú" le dicen a Danny que todavía arrastra los miedos de la infancia y atraviesa un standby emocional. La película no se separa demasiado de la novela en su primera parte y aprovecha para recrear momentos de El resplandor en el final. Aparece la icónica escena del baño, el recordado laberinto del final del filme de Kubrick y un Jack Torrance que atiende a su hijo Danny el bar del hotel. Pasaron muchos años, el lugar cerró sus puertas pero la mente abre otros recovecos sobrenaturales y trae a los espectros de antaño.
Una película de terror que va a contrapelo de las producciones del género con la dirección de Ari Asster, el mismo realizador de La herencia del diablo. Su segundo trabajo, Midsommar: El terror no espera a la noche, es una propuesta inusual, perturbadora y extensa que juega con el terror diurno y, una vez más, introduce al espectador en el mundo de las sectas donde el horror humano abarca a todos los personajes. Aster recurre al culto a lo desconocido, como en su primera película, cambia los códigos establecidos del género de terror y moviliza con un estilo particular. Seguramente habrá admiradores y detractores de este realizador que muestra a un grupo de jóvenes norteamericanos que se van de vacaciones a una comunidad rural en Suecia donde se practican ritos ancestrales. En los primeros minutos vemos a Dani -Florence Pugh-, una estudiante de psicología, que entra en un terreno de incertidumbre cuando su hermana no contesta sus llamados para descubrir luego que ésta y sus padres han muerto. Entre la confusión, el miedo y la soledad, Dani se apoya constantemente en Christian Hughes -Jack Reynor-, su novio que comienza a cansarse de esa situación y se muestra distante de ella. Más tarde, Dani se entera que él tiene arreglado un viaje a Suecia con sus amigos Josh -William Jackson Harper-, Mark -Will Poulter- y Pelle -Vilhelm Blomgren- y decide sumarse a la travesía a pesar de contar con la disconformidad del grupo. El mundo de Dani cambiará cuando ingrese con ellos a la comunidad Harga, que parece estar perdida en el tiempo, entre extrañas prácticas rituales -los mayores de 72 años se deben arrojar desde un barranco-, túnicas, brebajes alucinógenos y sacrificios. No todo es color de rosa como se ve al principio y la percepción de la realidad cambia a medida que pasan los minutos. Todo este proceso está plasmado entre escenas multicolores, danzas, rituales de comida y la elección de una Reina que tiene a Dani como epicentro de un campo de refugiados del que no puede escapar. El filme acumula desapariciones pero todo parece transcurrir con una normalidad aparente según las reglas de la comunidad. Todo es narrado a través de situaciones exasperantes con la intención del director de sumergirnos en ese mundo desconocido, reiterativo y atemorizante. El espectador encontrará un viaje pesadillesco, construído de manera onírica y repleto de simbolismos que pueden agotar la paciencia pero que en su conjunto cobran sentido y una dimensión macabra. El amor, el desamor y el desamparo aparecen en contraposición con la Dani convertida en el centro de atención del clan. No se trata de una película genial como tantos afirman pero no se le puede negar su original tratamiento y el impacto que causan algunas escenas.
Concebida como una secuela de Terminator 2 -y obviando las tres posteriores realizaciones como lo hiciera hace poco el relanzamiento de Halloween-, la acción se desarrolla más de veinte años después desde que Sarah Connor evitara el Juicio Final y torciera el destino de la raza humana. Terminator: Destino Ocultorespeta el esquema de las dos películas iniciales creadas por James Cameron y sitúa a Daniela Ramos -Natalia Reyes- que vive en México con su hermano -Diego Boneta, quien encarnó a Luis Miguel en la serie- y su padre -Enrique Arce, el popular español Arturito de la serie La casa de papel- cuando un nuevo Terminator, un Rev-9 -Gabriel Luna- viaja a través del tiempo, cae del cielo y está listo para exterminarla. Ella ocupa el lugar que antes tuvo el líder de la resistencia, John Connor, y se convierte en el blanco perfecto de una nueva fuerza implacable. En su desesperado escape se sumarán Grace -Mackenzie Davis-, una soldado del futuro en versión mejorada y una reaparecida Sarah Connor -Linda Hamilton- que afirma "No pude salvar a mi hijo. Cazo Terminators" en un prólogo ambientado en Guatemala en 1998. Como si fuera poco, el trío unirá sus fuerzas con T-800 -Arnold Schwarzenegger-, el enemigo de Sarah, ahora recluído junto a su familia en una cabaña y alejado de la amenaza de Skynet pero con la sombra de su sucesora, Legión. "No volveré" asegura T-800 a punto de colocarse sus lentes negros que lo convirtieron en un ícono indiscutible de la ciencia ficción y la acción. La realización de Tim Miller -Deadpool- entrega persecuciones sin descanso como la pelea en la fábrica, escapes por la carretera y una secuencia a bordo de un avión que también imprime vértigo. Si el filme no tiene sorpresas lo compensa con tiroteos sin pausas y se apoya en algunas explicaciones para darle mayor peso a los nuevos personajes -a través de flasbacks que muestran el pasado entre Daniela y Grace- y aquellos que vienen huyendo para evitar un futuro peligroso. Los tiempos cambiaron y las mujeres se muestran empoderadas y aguerridas en esta historia que prepara su trampa para el final y en la que Schwarzenegger es el robot de la "vieja escuela" frente a un Rev-9 capaz de transformarse, reunír sus piezas y seguir su marcha destructiva contra todo aquel que se cruce en su camino. Todavía quedan en la retina las imagenes poderosas del Terminator original y de su continuación, y "Destino Oculto" llega para mostrarse a las nuevas generaciones, sin muchas novedades, pero con efectividad visual, acción desenfrenada y toques de humor con un Schwarzenegger que no perdió sus mañas.
Pasaron diez años desde la película anterior y el cuarteto de protagonistas vuelve a la carga con el mismo director Ruben Fleischer, y sigue escapando de un Holocausto zombie que lo mantiene alerta en esta digna secuela. En Zombieland: Tiro de gracia no hay nada que sorprenda pero sí se mantiene el espíritu juguetón del filme anterior -sigue con sus reglas impresas en la pantalla y su humor burlón- con sus escenas de matanzas y ejércitos de criaturas que han evolucionado, al punto de clasificarlas desde la más inofensiva, Homero, hasta la más feroz e implacable, Terminator. La acción, respaldada por el relato "en off", lleva a Tallahassee -Woody Harrelson-, Columbus -Jesse Eisenberg- yWichita -Emma Stone- a los escenarios de La Casa Blanca y la casa museo de Elvis Presley mientras Little Rock -Abigail Breslin- se aparta de ellos y se lanza a la aventura con un simpático hippie. En su travesía, esta suerte de "familia ensamblada", encuentra momentos de humor y terror, mientras busca su lugar de pertenencia. A la sangrienta cacería se une Madison -Zoey Deutch en un rol divertido-, la adolescente ingenua que tiene comentarios insoportables y que también traerá sorpresas. El punto final del viaje, Babilonia, será el escenario para emboscar a las almas en pena que los persigue sin descanso. Lo que llama la atención es que los actores parecen no haber envejecido, pero los cambios se perciben en Abigail Breslin, con su personaje que pasó de niña a adolescente y mantiene una relación padre hija con Tallahassee. Los puntos fuertes están en los gags entre éste y Colombus y en las carreteras desoladas que rápidamente cobran vida cuando son abordadas por los zombies. A la altura de su predecesora, la película consigue lo que busca y no se aparta en ningún momento de la receta de género, coquetea con el gore e instala su infierno post-apocalíptico zombie entre disparos y destripes varios pero siempre en clave de humor.
Vulnerable y con la compañía de sus tres hijos, Lola trabaja en un spa y enfrenta los complicados obstáculos cotidianos en esta historia que habla de incertidumbre y desesperación. Lola vive en la casa que le presta su padre Omar -Marcos Montes- con quien mantiene una relación llena de dudas y desconfianza debido al pasado del progenitor. Pero todo se complica cuando Rosita, la hija menor de Lola, desaparece junto a su abuelo en una travesía que los lleva hacia la bulliciosa ciudad con la excusa de comprar zapatillas, poniendo en riesgo a la niña. Rosita, la película dirigida por Verónica Chen -Vagón fumador, Agua y Mujer conejo- va y viene en el tiempo con comodidad y plasma un drama familiar con cierta inclinación por el suspenso pero sin instalarse totalmente en ese registro. Al comienzo vemos una escena en la que alguien dispara a un perro y luego una cámara en constante movimiento que ingresa al hogar y muestra a Lola con su nueva pareja en la cama. La película entrega información que el espectador irá ordenando y reconstruyendo con el correr de los minutos. Sofía Brito, la actriz vista en La omision, es quien sostiene todo el peso del relato con precisión dramática cuando se da cuenta que Rosita no está en la casa. La trama propone abandono y recomposición familiar a partir de una propuesta que también incluye denuncia policial y una "cámara oculta" que brinda más detalles de lo que realmente ocurrió. Lola va en busca de la verdad y está dispuesta a recuperar el vínculo perdido con más preguntas que respuestas.
La quinta entrega de la franquicia Rambo, protagonizada por Sylvester Stallone, encuentra al personaje alejado de los conflictos bélicos - Vietnam, la Unión Soviética- y refugiado en un rancho de Arizona donde intenta recuperarse de sus pérdidas, heridas y miedos. Con la compañía de María -Adriana Barraza- en los quehaceres diarios y de su nieta Gabrielle -Yvette Monreal-, una suerte de sobrina postiza, este "lobo solitario" intenta encontrar la paz que tanto buscó. Sin embargo, cuando Gabrielle cruza la frontera a México en busca de su padre, es captada por una red de prostitución y drogas, y Rambo enciende sus antiguas tácticas de combate y supervivencia para rescatarla. Con el eco de Búsqueda implacable, Rambo: Last Blood es un relato crepuscular en su primer tramo, con su tono melodramático y de recomposición familiar, que deja lugar para la acción despiadada en su parte final. El rancho se convierte en el epicentro de la emboscada preparada para enfrentar al enemigo. Más cerca del "gore", la película resulta esquemática pero no por eso menos efectiva aunque no alcanza los picos de las entregas anteriores. El escenario es otro, el conflicto es menor y la visión sobre la xenofobia y el racismo contra los mexicanos acompaña el panorama politico actual de los Estados Unidos. La sensación de peligro está presente y todo se adivina con anticipación para ubicar a su estrella máxima en el ojo de la tormenta. La trama incluye a una periodista que aparece -Paz Vega- en el momento y el lugar indicado para ayudar al héroe en cuestión aunque después su personaje se desdibuja sin mayores explicaciones. Como en cualquier propuesta de acción, está presente el ejército de villanos -muy despiadados- liderados por los hermanos Martínez -los españoles Sergio Peris-Mencheta y Óscar Jaenada, quien encarnó a Luisito Rey en la serie Luis Miguel-. El director Adrian Grünberg acumula cuchillazos, decapitaciones, tiroteos y explosiones en esta última entrega impulsada por el personaje emblemático de los ochenta que Stallone tan bien supo acuñar a lo largo de los años. Para aquellos que busquen acción, la trampa está preparada y a la espera de sus presas. Y durante los créditos hay imagenes de los filmes anteriores a modo de despedida...
Un grupo paramilitar integrado por jóvenes debe sobrevivir en lo alto de la montaña mientras recibe órdenes para seguir un plan delicadamente trazado en esta película colombiana que -cuenta con producción de Argentina y otros países-, y acumula violencia e incertidumbre. El filme fue seleccionado por la Academia Colombiana de Artes y Ciencias Cinematográficas para representar a Colombia como "Mejor película extranjera" en los premios Oscar y "Mejor película iberoamericana", en los Goya. Monos deja la sensación de encontrarse desprotegido y vulnerable en medio de paisajes imponentes desde el comienzo. Un grupo de chicos juega al fútbol con los ojos vendados y recibe un estricto entrenamiento. Ellos tienen apodos de guerra -como Rambo encarnado por Sofía Buenaventura- y mantienen secuestrada a la Doctora -Julianne Nicholson-, una ingeniera gringa oculta en un bunker, mientras deben cuidar a Shakira, la vaca que les da la leche. Sin embargo, la misión se sale de su carril tras la "muerte" de Shakira y pone en peligro el orden establecido cuando el mando recae en Patagrande -Moisés Arias-. La acción se traslada luego a la jungla e instala la tensión en el escape y la aventura de supervivencia colocando el "sinsentido" de la guerra en primer plano. Lo más atrapante de la propuesta radica en los cambios que se producen en las relaciones entre los miembros del grupo. El director Alejandro Landes y su co-guionista, el argentino Alexis Dos Santos, plasman un mundo habitado por chicos que siguen órdenes y parecen jugar "el juego de la guerra" sin estar demasiados convencidos de lo que hacen. La historia se ubica entre el registro bélico -con el tema de las guerrilas latinoamericanas-, pasa por la aventura -el río salvaje y los insectos- y la exploración de la sexualidad. Monos entrega un producto contundente con imágenes fuertes que va encontrando su rumbo con el correr de los minutos y utiliza el sonido envolvente y la música para crear un estado de incomodidad permanente en el espectador, que se mantiene presente a lo largo de toda la historia. El amor, la sumisión y el cumplimiento de órdenes muestra el costado salvaje del grupo cuando éste se pone en acción, entre casamientos, danzas tribales y coordenadas que confunden e impulsan al grupo que sigue las órdenes de la Organización hacia nuevos rumbos donde sobrevivir es un juego salvaje.
Una apuesta arriesgada enfundada en un magnético blanco y negro es la que dispara Punto muerto, una historia de misterio, suspenso y terror plasmada a la vieja usanza como una evocación nostálgica por los relatos protagonizados por escritores y detectives. Luís Peñafiel -Osmar Nuñez, en un buen trabajo- acaba de finalizar una novela que plantea el crimen perfecto en una habitación cerrada. La resolución de su relato es reconocida por todos sus colegas escritores. Sin embargo, durante una convención desarrollada en un lúgubre hotel aparece el personaje Espectro, una figura escurridiza que comete crímenes sangrientos siguiendo el patrón de su historia y pone en jaque al mismo Peñafiel, a un joven escritor -Rodrigo Guirao Díaz- y a un crítico literario -un irreconocible Luciano Cáceres-. Peñafiel es acusado del crimen y deberá encontrar al verdadero asesino. Claro que en el lugar no falta una dama enigmática -Natalia Lobo-; un detective -Daniel Miglioranza- que sigue las pistas y un gato negro que presagia que lo peor está por ocurrir. Daniel De La Vega, un gran explorador del género de terror -La sombra de Jennifer, Necrofobia y Ataúd Blanco-, impacta con un caso policial que aparentemente no tiene solución y presenta hábiles giros de la trama, y a la manera de un ilusionista, confunde y engaña al público con las mejores armas narrativas. En la película se mezcla ficción y realidad con un comienzo atrapante que muestra el misterio de la habitación 217. El filme tiene el espíritu policial de Agatha Christie, ya que acumula sospechosos; el estilo visual del "Grand Guiñol" y también detalles macabros -el guante del asesino- como en las películas de Darío Argento. El montaje frenético, los encuadres y la envolvente y perturbadora banda sonora de Luciano Onetti también potencian y dan forma a todo el material presentado. Las referencias son amplias y abarcan desde los nombres de los personajes hasta el encuentro del trío protagónico que recuerda a Extraños en un tren. Punto muerto se disfruta de principio a fin y es una pieza clave en la filmografía del creador de Hermanos de Sangre, quien imprime tensión y unos paisajes de fondo que pasan tan rápido como el engaño al que se somete al espectador. El juego está bien servido entre una capa negra y afilados puntazos que salpican sangre.