Una película subacuática de supervivencia como tantas otras que juega con la falta de aire y la claustrofobia de la mano del director británico Johannes Roberts, quien estrenó Terror a 47 metros en 2017 y la interesante Los extraños: Cacería nocturna el año pasado. Terror a 47 metros: El segundo ataque no tiene ningún punto de contacto con el filme anterior y ofrece un escenario original: un cenote que conecta con una cueva subacuática de ruinas mayas sumergidas cerca de la costa de México. Dos hermanastras adolescentes, Mia -Sophie Nélisse- y Sasha -Corinne Foxx- cambian una salida programada por sus padres y deciden hacer submarinismo en el lugar prohibido y atrapante en el que trabaja su padre, el arquéologo Grant -John Corbett-. A la aventura se suman dos amigas, Alexa -Brianne Tju- y Nicole -Sistine Rose Stallone- sin imaginar que en el lugar habita un gran tiburón blanco. Como personajes incautos dentro del género, ellas rompen las reglas y tienen su castigo en este relato que aprovecha bien los escenarios oscuros y los sobresaltos cuando quedan atrapadas en el túnel y a merced del escualo. La primera parte del filme funciona como El descenso pero debajo del agua, entre tanques con oxígeno que se termina y una - o varias- amenaza feroz, y con el mar abierto en el tramo final y una secuencia similar a Tiburón 2. La película tiene recursos vistos y toma aire cuando lo necesita pero la tensión está presente a lo largo de la historia con detalles que cobran sentido y encajan en el lugar indicado en el desenlace. Sin alcanzar el nivel de suspenso de Miedo profundo, la propuesta cumple con lo prometido con su sucesión de muertes sangrientas, una excursión turística que trae sorpresas y máscaras de buceo que impiden por momentos identificar a cada una de las protagonistas. Quizás poco importa lo que les pase porque el tiburón blanco se mueve con rapidez, viene con compañía y no da demasiado tiempo para pensar.
"Historias que sanan y hieren" es la frase que desliza esta película que funciona como un revival de épocas nostálgicas y en la que la amistad cobra protagonismo frente al horror sobrenatural que se avecina. Al igual que en It! o la serieStranger Things, Historias de miedo para contar en la oscuridadtrae los tópicos de las realizaciones de terror clase B: la casa embrujada, personajes siniestros y el horror que está a la vuelta de la esquina. En ese sentido, el filme evoca títulos clásicos del género y se basa en la antología escrita por Alvin Schwartz en 1981, pero se anima a más y ubica la acción en el amenazante escenario político de 1968, con Nixon llegando a la presidencia y la inminente guerra de Vietnam como fondo. La propuesta recuerda el estilo de los capítulos de Galería Nocturna y mantiene el espíritu de House. El escenario es el pequeño poblado de Mill Valley, en Pennsylvania, durante la noche de Halloween. Un grupo de adolescentes se disfraza de payaso, bruja y araña y visita las casas vecinas. Sin embargo, se desata una ola de terror y muerte cuando los incautos ingresan a una antigua mansión que esconde un libro que reúne relatos escritos con sangre. La historia la impulsan Stella -Zoe Margaret Colleti-, la chica que sufre por la desaparición de su madre; Ramón -Michael Garza-, el joven latino que será enviado a Vietnam y es burlado por todos; y se suman Auggie -Gabriel Rush- y Chuck -Austin Zajur- quienes investigarán la dramática historia de la familia Bellows, los antiguos habitantes de la mansión, y el secreto que rodea a su hija Sarah que se mantuvo oculto durante décadas. Producido por Guillermo Del Toroy dirigido por el noruego André Ovredal -el mismo de la aterradora La morgue-, el relato acumula más suspenso y sobresaltos que terror con un desfile de criaturas monstruosas: Harold, el espantapájaros que cobra vida en el maizal; el Cadáver que busca su dedo perdido del pie y un sinfín de sorpresas. La excusa es unir las diferentes piezas surgidas de cada página para desempolvar el miedo en sus distintas formas. Hay un televisor que emite el clásico La noche de los muertos vivientes y abundan las referencias a Pesadilla en lo profundo de la noche y Diabólico. Todo ese universo está presente en esta cuidada realización que inquieta con su sólido elenco juvenil e incomoda en varios tramos aunque nunca llegue al horror puro. Están los chicos buenos y los malos que arrastran problemas y reciben su merecido en medio de una trama sobre el racismo y las inquietudes de una joven escritora por convertirse en una verdadera profesional. Y claro, hay una estación de policía, una atemorizante sala de hospital y un viejo autocine que sirve como refugio de una sociedad atravesada por cambios sociales y políticos. Todo esto reúne la propuesta que disfrutarán los adolescentes y también el público adulto que añora el estilo artesanal del viejo terror con criaturas espeluznantes que quizás parezcan hasta inofensivas. Sin embargo, la atmósfera mantienen su encanto y hay un libro que se sigue escribiendo...
Con algunos puntos de contacto con la reciente Señor Link, Mi amigo abominable es una película de animación pensada para los más chicos que no imprime originalidad en su trama pero acierta con sus gags y su vertiginosa aventura. La adolescente Yi vive con su madre y su abuela en un departamento de Shangháii. Es hiperkinética, pasea perros, cuida niños y hasta toca el violín heredado de su padre fallecido. Sin embargo, su vida cambia cuando descubre a una milenaria criatura con poderes refugiada en su azotea que huye de un laboratorio. Everest, asi apoda al amigable Yeti, impulsa a Yi a una travesía para reunirlo con su familia. El relato, que imprime aires proteccionistas e integracionistas, reúne a disfrutables personajes chinos como sus vecinos Jin, el arrogante joven que estudiará medicina y está siempre pendiente de su aspecto personal; y Peng, el niño travieso que está bajo su cuidado. Párrafo aparte para la villana de turno con sus rizos pelirrojos y la abuela que cocina y está atenta a su nieta. Con excelentes rubros técnicos en lo que animación y diseño de fondos se refiere, el filme acierta en su comienzo con el escape de Everest, agrega la cuota de acción necesaria en medio del humor y en una historia que se traslada desde la gran urbe con sus carteles publicitarios hasta el Himalaya. El tópico de la amistad y el lugar de pertenencia está siempre presente y el tono melodramático tiñe los minutos finales. Al igual que en Señor Link, el científico necesita pruebas de las existencia de la adorable criatura y todos se encuentran en una escena en un puente. Casualidad o causalidad, el público al que apunta Mi amigo abominable es otro- aún con sus referencias a King Kong y La historia sin fin.
"En el espacio nadie te escucha gritar" rezaba el slogan publicitario de Alien, el octavo pasajero, un concepto que podría aplicarse perfectamente en la nueva realización de James Gray -Z, la ciudad perdida- protagonizada por Brad Pitt. Ad Astra es básicamente un drama de ciencia-ficción que instala preguntas existencialistas en medio de la inmesidad del espacio, sostenidas con extensos relatos en off a cargo de Roy McBride -Pitt-, el ingeniero que perdió a su padre -Tommy Lee Jones- en una misión a Neptuno con el objeto de encontrar signos de inteligencia extraterrestre. Veinte años después, Roy emprenderá su propia travesía a través del sistema solar para tratar de encontrarlo y resolver misterios del fracaso del llamado Proyecto Lima. Los tópicos de la soledad, la búsqueda paterna y el destino del hombre son los disparadores de una historia que orbita entre la mirada introspectiva y el cine espectáculo. En ese contrapeso constante se apoya el relato que cuenta con una impecable factura técnica como el diseño del sonido y la fotografía del suizo Hoyte Van Hoytema -el mismo deInterstellar- que crea un profundo juego de luces y sombras que respaldan el standby emocional de Roy, inmerso en su propia búsqueda por recuperar el vínculo con su padre mientras intenta encontrar y descifrar el misterio de una amenaza contra la Humanidad. La cuerda emocional que une y -desune- a padre e hijo se tensa y Roy se topa con fantasmas internos y amenazas (el mono y el ataque pirata) que no terminan de cuadrar dentro del planteo general de la película. Junto a un elenco que incluye a Liv Tyler y Donald Sutherland en breves participaciones y una "huérfana" -ya se sabrá por qué- encarnada por Ruth Negga, el peso recae en un Brad Pitt que transmite fragilidad con comodidad, y está entre el hombre que sueña con volver a la paz de su hogar y también es el "polizonte" que recibe la noticia de no poder viajar al espacio. Ad Astra puede confundir a aquellos que busquen el estilo clásico de aventuras espaciales. En ese sentido, el filme está más cerca de la reciente High Life, que de Gravedad, pero deja la marca de sus bellas imágenes y la peligrosidad de las zonas oscuras. Aunque viajes al espacio, las problemáticas son las mismas de la Tierra.
En la primera escena de la nueva comedia dirigida por Sebastián De Caro (20.000 besos), que inauguró la última edición del BAFICI, se percibe un clima diferente: un videoclip musical de Lali Espósito. Detrás del telón descubrimos a Claudia Segovia (Dolores Fonzi), una organizadora de eventos ocupada en todos los detalles. “Siempre aspiramos a la excelencia”, afirma cuando se hace cargo de una boda por pedido de una amiga. Con la ayuda de su asistente (Laura Paredes), Claudia coreografía cada paso del casamiento, pero una serie de inconvenientes incontrolables se suceden cuando se ve obligada a cambiar la iglesia y el salón. La solemne y siempre impecable “wedding planner” deberá, junto a su entorno, enfrentar imprevistos en un palacio y a una familia que arrastra secretos. El planteo del filme es interesante por la manera de narrar las diferentes situaciones que enfrenta la protagonista en medio de una variada fauna encabezada por una novia dudosa (Paula Baldini) y un novio (Julián Kartún) inmerso en una nebulosa. Entre los comensales está el suegro (Jorge Prado en un gran papel) que controla todo y un primo (Gastón Cocchiarale) con su pareja (Julieta Cayetina) que parecen los olvidados de una fiesta de Hollywood. La atracción de la velada, prevista para el final, es un mago (Santiago Gobernori) que presenta su acto de ilusionismo -ya se verá por qué- en la historia. Se trata de una comedia atípica con pulso seguro que se alimenta de otros géneros y explota el misterio (Claudia también se transforma en una suerte de investigadora) cuando se desatan confusiones y afloran pasiones ocultas. Uno de sus aciertos es abordar temas como la ausencia paterna (en un velatorio inolvidable), la obsesión, el vacío existencial y la soledad, pero sin olvidar que se trata de una comedia. Claudia imprime su sello personal y ofrece referencias para el público más atento. Dolores Fonzi lleva adelante su inmutable criatura con convicción, entre la apariencia externa, la intuición y el desorden interior que atraviesa. Todo con detalles que como reza el slogan publicitario lo son todo. Al menos para ella.
El cine fantástico en la Argentina está explorando sus propios mecanismos y a la vez conociendo sus limitaciones. Bruja, la película dirigida por Marcelo Páez-Cubells (Omisión, Baires) ofrece un comienzo prometedor al intentar enhebrar el plano esotérico, el thriller y el terror. “Ese es nuestro poder y nuestra maldición”, asegura la bruja madre (Rita Cortese) a su hija en este relato ambientado en un pueblo donde la tranquilidad está a punto de terminarse. La acción pasa al presente y Selena (Erica Rivas), madre soltera y hechicera del pueblo, no es vista con buenos ojos por los vecinos. Ella vive con su hija Belén (Miranda De la Serna) en una chacra, se mueve en bicicleta y cultiva sus propias verduras. Es un personaje anacrónico, alejado de la tecnología, entre amuletos de protección y magia negra. Selena no usa sus poderes (excepto que la situación económica la apremie), pero su furia se desata cuando Belén es secuestrada junto a un grupo de compañeras por una red de prostitución. Bruja tiene buenas intenciones para inquietar al espectador y pudo funcionar como una evocación de los filmes de brujería de décadas pasadas, pero no logra mantener la atmósfera inquietante del inicio. Su correcta factura técnica se ve empañada por fondos artificiales recortados con “chromas” y efectos visuales que desvían la atención. Un infierno grande se enciende en un pueblo chico donde los padres discuten, investigan e intentan recuperar a los suyos mientras los villanos reciben la “maldición” de la hechicera. La trama, que remite al encierro de Hostel y se adivina a priori, suma de forma esporádica a un padre (Pablo Rago) en una búsqueda implacable por descubrir la verdad. Por su parte, el personaje de Leticia Bredice tiene un registro caricaturesco que la aleja de la peligrosidad y no logra ser lo suficientemente amenazante como para formar parte de una organización de trata de personas. Los antagonistas son menos peligrosos que la protagonista enloquecida en esta historia que involucra además a la policía y al intendente mientras las incautas adolescentes están en cautiverio. Erica Rivas entrega fuego mágico y locura a su antiheroína en esta propuesta que se queda a mitad de camino entre su relectura feminista y el terror.
El tópico del "falso culpable" es retomado en Presidente bajo fuego, el tercer eslabón de la saga protagonizada por el escocés Gerard Butler e iniciada con Ataque a la Casa Blanca -2013-yLondres bajo fuego -2016-. El agente Mike Banning -Butler- del Servicio Secreto del Presidente de los Estados Unidos, se convierte en el principal sospechoso de un ataque perpetrado con drones contra el Primer Mandatario durante un tranquilo día de pesca. Banning es el único sobreviviente de la masacre y despierta las sospechas de su entorno, pero sigue firme para defender al Presidente Trumbull -Morgan Freeman y en las dos películas anteriores Aaron Eckhart- y se transforma en el chivo expiatorio de una posible guerra contra Rusia. Ese es el planteo de este filme de acción que remite a títulos de los años ochenta -el héroe contra todo aquel que haga peligrar la seguridad de la Nación- y en el que Banning aparece más cansado y con migrañas constantes que lo afectan mientras analiza un posible ascenso en su carrera. Presidente bajo fuego tiene acción, persecuciones, escapes, tiroteos y también traiciones personales. A diferencia de los anteriores, el filme presenta más humor con la inclusión de Clay -Nick Nolte-, el padre de Banning, un forajido que vive recluído en las montañas y está listo para la acción en este relato que también trae a una agente del FBI -Jada Pinkett Smith- que sigue a Banning de cerca para encerrarlo. Por supuesto, hay un villano de turno cuya identidad se adivina antes de lo indicado junto a un grupo de inescrupulosos secuaces. El acento está colocado en el vértigo visual, en los escapes y en el esperado enfrentamiento final, todo dispuesto para pleno lucimiento de Butler. La película balancea el drama familiar y la acción y logra sus mejores momentos durante la primera hora, tornándose luego más convencional, con una lograda secuencia ambientada en un hospital que alcanza para que la propuesta cumpla su cometido. Y, claro, hay una escena agregada durante los créditos finales.
Una muy bienvenida propuesta del estudio Laika, especializado en la técnica de "stop-motion" o "animación cuadro por cuadro" realizada con muñecos, y que deleitó con Coraline y la puerta secreta, Paranorman, Boxtrolls y Kubo, la búsqueda samurai. Sr.Link se aleja de los mundos lúgubres y trae una aventura plena de colorido, humor y monstruos amigables. El arrogante explorador inglés Sir Lionel Frost -con voz de Hugh Jackman en la versión original- debe entregar ante la comunidad de científicos -a la que quiere pertenecer- pruebas de sus descubrimientos. Desde su encuentro con el monstruo del Lago Ness, el aventurero emprende un viaje para demostrar la existencia de la criatura más legendaria del mundo: El Sasquatch, un simio gigante que habla y se siente solo. Frost recorre el mundo y contará con la ayuda de la enigmática aventurera Adelina -con voz de Zoe Saldana-, que tiene el mapa que lo conducirá hasta Sasquatch en el Himalaya. Una vez allí, lo reencontrará con sus primos lejanos en el valle de Shangri-La película es una travesía llena de obstáculos y peligros en medio de escenarios realistas. En ese sentido, el relato imprime un tono juguetón de western -con pelea de salón incluída-; un vertiginoso viaje en barco y referencias explícitas al universo de Julio Verne e Indiana Jones -con una lograda secuencia final en las alturas-. El aire inclusivo atraviesa la trama con comodidad, dejando en claro la inocencia de lo "amenazante" y "diferente", entre villanos y una civización perdida. Deslumbrante desde lo técnico y con personajes estilizados, el filme incluye una pequeña sorpresa post créditos que muestra el rodaje artesanal del "stop-motion" combinado con los fondos generados por CGI, en un cóctel visual y homogéneo que se traduce a lo largo de todo el trabajo. Si algo caracteriza a Sr. Link es el ingenio a lo largo de una historia que instala su atmósfera clásica y se pasea con elegancia por diversos escenarios. El guionista y director Chris Butler -también responsable de las recordadas criaturas de El cadáver de la novia- propone en su segundo largometraje un viaje con dos criaturas que no son tan distintas como parecen y buscan su sentido de pertenencia en un mundo que las rechaza. La búsqueda del eslabón perdido de la evolución humana sirve como excusa para demostrar que lo que se busca está frente a nuestras narices.
"Si alguna vez regresa, nosotros lo haremos" aseguran los integrantes de El Club de los Perdedores, el grupo de chicos de Derry que han crecido y abandonado el pueblo luego del enfrentamiento con el Mal, corporizado en el temible payaso Pennywise. En It Capítulo 2, la película basada en el libro de Stephen King, el miedo dice presente veintisiete años después en esta superproducción nuevamente dirigida por el argentino Andy Muschietti, un gran conocedor del género que explota al máximo el material que tiene entre manos y lo hace volar en diferentes direcciones. Ya desde el comienzo, con una pareja gay castigada por un grupo de jóvenes y el famoso payaso que aguarda el momento indicado para cautivar y "cuidar" a una de las víctimas, la película hace alarde que se viene un final a todo trapo, más sangriento y siempre con las cuotas de terror, ternura y nostalgia que acompañan a los castigados personajes. El juego del "cine dentro del cine" asoma cuando el guionista Bill -James McAvoy- no suele encontrar buenos finales para sus historias y tampoco puede esconder su tartamudeo; Beverly -Jessica Chastain- intenta escapar de una relación violenta; Richie -Bill Hader-, un cómico de Stand up, tiene lagunas mentales frente a su público...y así se van presentando los personajes adultos que conocimos de adolescentes en la primera entrega. Todos reciben el llamado de Mike -Isaiah Mustafa-, el único que se ha quedado en el pueblo y los convoca para combatir el Mal que se expande en el lugar ante las nuevas desapariciones de niños. La película, que cuenta con un sólido elenco que lleva adelante los miedos más intensos y profundos y las fobias que arrastran desde la niñez, desarrolla esas situaciones en forma minuciosa y en secuencias de terror diurno -la estatua que cobra vida y la anciana monstruosa- que encuentran una buena resolución en lo que a vértigo y suspenso se refiere. Las casi tres horas de proyección se disfrutan sin obstáculos porque la historia propone un sube y baja constante -como en el parque de diversiones- y un túnel de espejos donde el terror se potencia y adquiere formas espeluznantes. Ellos están de vuelta y se juntan en un restaurante chino después de años sin verse pero unidos nuevamente con un único objetivo. Entre un suicidio, una alcantarilla que enfrenta al propio Bill con el recuerdo de su hermano desparecido y también con él mismo años después en un sótano amenazante; un afiche de la película Tienes un e-mail y una evocación constante por épocas que no vuelven, It Capítulo Dos resulta siniestra, atrapante y exalta los vínculos de la amistad hasta las últimas consecuencias. Claro que tampoco faltan las sorpresas y el cameo con alusión "argentina" en esta historia que alterna pasado y presente, un ritual indígena y el elenco adolescente haciendo anclaje en un presente caótico. "Hay gente que recuerdo haber olvidado" aseguran y también hay monstruos que nunca mueren en esta propuesta que hay que ver como una unidad, más delirante, juguetona y ambiciosa pero con el mismo espíritu siniestro que la convirtió en una marca registrada.
La recomposición de los vínculos familiares es abordada en El retiro con una mirada agridulce que cambia la vida del protagonista y de quienes lo rodean. Rodolfo (Luis Brandoni) es un obstetra viudo y jubilado que se ve obligado a cuidar a Diego (Marcos Da Cruz), un niño de ocho años, hijo de su empleada de limpieza. La paz y la armonía se terminaron para él y todo empeora cuando su hija Laura (Nancy Dupláa), de quien está distanciado desde hace tiempo, decide instalarse junto a ellos. No es necesario reafirmar que “tres son multitud” en esta lograda propuesta dirigida por Ricardo Díaz Iacoponi (Industria argentina) que juega a la “grieta familiar” y navega cómodamente entre el humor, la ternura y la nostalgia. En esa convivencia “obligada” radica justamente el acierto del filme, que expone cuentas pendientes, un choque generacional y la cicatrización de viejas heridas. La película presenta una estructura sencilla, está apuntada al público familiar y no cae en el golpe bajo. En ese sentido, parece encontrar el tono justo y agrega simpáticos personajes secundarios que aparecen en los momentos oportunos. De este modo, se suman al caos imperante el amigo motoquero (un verborrágico y atrevido Gabriel Goity) que da consejos a Rodolfo de cómo vivir la vida y la ex jueza (Soledad Silveyra, acá jugando a la seducción) que no está del todo “retirada” de sus conquistas amorosas. La comedia dramática se guarda también una sorpresa que siembra el desconcierto y la duda sobre el pasado del jubilado que creía tener todo controlado y ahora está atrapado en su propia realidad. Los personajes logran instalarse con peso dramático a lo largo de la historia (Rodolfo intenta rehacer su vida mientras Laura atraviesa una crisis de pareja y está empeñada en seguir con el negocio de la música) y resulta un acierto la elección de la dupla protagónica porque imprime la cuota de ternura y rebeldía necesarias para poder sortear todo tipo de obstáculos y diferencias. Sin golpes bajos, la película instala su oportuna visión sobre las segundas oportunidades, y demuestra que, en materia de afectos, no siempre está todo dicho.