Steven Spielberg regresa al gran espectáculo a partir del libro del escritor británico Roald Dahl y con una historia que tiene todos los tópicos de su cine. La magia dice nuevamente presente. Después de Puente de espías, el director Steven Spielberg apuesta al cine familiar de gran despliegue con El buen amigo gigante, un relato que cuenta con guión de Melissa Mathison y está basado en el libro de 1982 del escritor británico Roald Dahl. Una combinación ajustada entre acción en vivo y animación por "captura de movimiento" es la que impulsa esta fábula infantil que recorre los tópicos del cine de Spielberg: niños solitarios, familia desmembrada, miedos infantiles y la amistad entre seres diferentes como móviles de una historia que juega con la magia. En ese sentido, la película tiene varios puntos de contacto con E.T. -la desaparecida Mathison también fue la guionista- y con otros productos familiares de los años ochenta que echaron mano a las diferencias de tamaños y escalas. Sophie -Ruby Barnhill-, una niña que vive en un orfanato, descubre a un gigantesco personaje, el BAG -Mark Rylance, dePuente de espías- que se mueve entre las sombras y se la lleva de ese hogar oscuro. Juntos vivirán una aventura increíble en la Tierra de los Gigantes, donde deberán unir fuerzas con la Reina de Inglaterra -Penelope Wilton en un rol muy gracioso- para detener a otros malvados personajes -mucho más altos que el BAG- que se disponen a comerse a los niños. Desde el comienzo, con una cuota de misterio, intriga y fantasía que se adueña de las calles de Londres, pasando por la travesía que emprenden juntos a un mundo mágico, y donde el mismo BAG es rechazado por sus pares, hasta el lujoso palacio donde es recibido como una celebridad, la película acierta con los tonos y con el clima impreso por el director. El film incluye oportunos toques de humor -el gigante en cuestión es vegetariano-, además de rubros técnicos de primer nivel, desde la exquisita fotografía de Janusz Kaminski y la música de John Williams, habituales colaboradores de Spielberg, realizador que sigue alternando películas más comprometidas con el cine popular que le dio el éxito y que nunca abandona. En tanto, el entretenimiento y la magia están nuevamente presentes en la pantalla grande.
El director Paul Feig combina acertadamente el tono fantástico con la comedia popular, aprovechando al cuarteto protagónico femenino con buenos gags, entre cameos de figuras y algunos sustos. A treinta y dos años del éxito de Los Cazafantasmas y su secuela, el director Paul Feig -el mismo de Damas en guerra y Chicas armadas y peligrosas- relanza al nuevo equipo femenino de la nueva versión y lo hace manteniendo la nostalgia de las dos títulos anteriores, pero con una estética moderna. En este caso, la nueva versión de Cazafantasmas combina acertadamente el tono fantástico y paranormal -el comienzo en la mansión convertida en un museo y habitada por un espíritu maligno ofrece sustos- con la comedia popular que trae a Melissa McCarthy, Kristen Wiig, Leslie Jones, Kate McKinnon y al "adonis" Chris Hemsworth -Thor-, como el nuevo secretario del grupo especializado en atrapar fantasmas que deambulan por la Tierra. La trama explota la química entre el cuarteto femenino con gags que dan en el blanco, guiños a películas populares y hasta un chiste sobre el futuro presidente de los Estados Unidos, permitiendo los cameos de Bill Murray, Ernie Hudson y hasta Sigourney Weaver en los minutos finales, y con el rol del alcalde de Nueva York a cargo de Andy García. Un portal se abre y trae a las criaturas más monstruosas -el recordado muñeco de nieve- que amenazan Times Square, colocando al cuarteto que ahora alquila un galpón destartalado y ubicado arriba de un restaurante chino, como las nuevas salvadoras del mundo. A la manera de modernas heroínas y respaldadas con la tecnología necesaria para detectar y atrapar a las entidades que andan sueltas, la película se sostiene por el ritmo impreso a las diferentes secuencias -la escena del subte funciona como la del comienzo- y con un clima de chistes permanentes que salpican la pantalla. Impulsada por el pegadizo "leit-motiv" que la hizo popular, Cazafantasmas está preparada para capturar a nuevas generaciones y al público adulto que disfrutó con las otras dos entregas, dividiendo también las aguas, y jugando con las presencias del "mas allá".
Con la autoparodia como punto de partida, con escenas de acción y diálogos filosos, "Dos tipos peligrosos" se mueve cómoda en los años setenta y dentro del género con una pareja protagónica que se saca chispas: Russell Crowe y Ryan Gosling. Otro ejemplo de "buddy movies", o películas con parejas desparejas, que tanto ha dado el cine es la que trae el director Shane Black, el mismo de Iron Man 3. En este caso, Jackson -Russell Crowe-, un detective privado alcohólico en rehabilitación y Holland -Ryan Gosling-, un oficial de la policía también alcohólico, cruzan sus caminos cuando una estrella porno muere en un accidente automovilístico en Los Angeles de los años setenta. Con la autoparodia como punto de partida, con escenas de acción y diálogos filosos, Dos tipos peligrosos se mueve cómoda dentro de un género que además rinde tributo a otros títulos y con una pareja protagónica que se saca chispas: Jackson defiende a víctimas de acosadores pedófilos, está con sobrepeso y no duda cuando hay que golpear a alguien, mientras que Holland es más inexperto y carga con una hija adolescente que sigue sus pasos en la investigación del caso que los une y en el que mueren personas relacionadas a una película pornográfica. Con una buena banda musical, correcta ambientación de época y con una tía que está convencida que su sobrina sexy aún permanece viva porque la vio en una ventana luego del accidente, se va construyendo una trama vertiginosa que apuesta más al contrapunto entre los protagonistas y que se encamina hacia una conspiración de crímenes relacionados con la industria automovilística. Aunque con un final un tanto forzado, entre tiroteos, fiestas fastuosas, peleas y una participación de Kim Basinger, la película resulta simpática y podría convertirse en otra saga.
Una invasión a gran escala da rienda suelta a una historia ingenua, plagada de vertiginosas secuencias de acción y con vuelo de naves, pero sin el impacto del film anterior. Veinte años después del suceso de Día de la independencia, llega la secuela, también comandada por Roland Emmerich, un director especializado en el cine catástrofe y la ciencia ficción. Sin Will Smith al frente del equipo que luchaba contra la invasión extraterrestre, pero con rostros conocidos y otros que se suman para expandir el universo de esta nueva saga, Día de la Independencia: Contraataque retoma los esfuerzos de las naciones que desarrolllaron un programa de defensa ante un nuevo ataque y frente a los recursos que ahora tienen los alienígenas: un arma que controla la gravedad y un escudo contra las naves enemigas. Una invasión a gran escala como en la película original, da rienda suelta a una historia ingenua, plagada de vertiginosas secuencias de acción -con vuelo de naves- y toques de humor pero sin la magia ni el impacto que tenía la película anterior, aún con menos recursos de producción. Ahora es Lanford -Sela Ward-, la mujer que está en la presidencia de los Estados Unidos y también reaparece el ex Presidente Whitmore -Bill Pullman- además del hijo del capitán Hiller -Will Smith-, rol a cargo de Jessie T. Usher, cuyo personaje sigue los pasos heroicos de su progenitor. En el equipo de defensa también dice presente y con cara de sorprendido, Jeff Goldblum, repitiendo su papel, y el joven Liam Hemsworth -visto la semana pasada en El poder de la moda-, como el experimentado piloto que también puede salvar al mundo de la destrucción. Con la esperada dosis exacerbada de patriotismo, escenas en el mar y de destrucción masiva, además de un transporte escolar que es perseguido por una monstruosa criatura, Emmerich está en su salsa y utiliza todos los recursos visuales de última tecnología. Con un diseño de invasores con largos tentáculos y situaciones ya vistas en otros títulos del género, el director de El día después de mañana confirma que los tiempos de paz con los invasores han terminado y que comienza un tercer eslabón que ya se anuncia en las imágenes finales.
Una historia romántica y emotiva que cruza clases sociales y a una joven -Emilia Clarke- con un millonario que está en silla de ruedas luego de sufrir un accidente. Buenos personajes secundarios se suman a un relato que esquiva los golpes bajos. Una historia de amor, como tantas otras, que cruza clases sociales y trae a personajes que buscan una segunda oportunidad. Yo antes de tí, de la realizadora Thea Sharrock, se apoya en los contrastes que ofrecen mundos distintos y en la imposibilidad física que sufre el personaje central. La veinteañera Louisa Lou Clark -Emilia Clarke- vive en un pequeño pueblo en mitad de la campiña inglesa y acepta un trabajo en un castillo para ayudar económicamente a su familia, sin imaginar que su vida cambiará para siempre. Allí cuidará de Will Traynor -Sam Claflin-, un carismático banquero que quedó postrado en una silla de ruedas luego de sufrir un accidente. Un punto que juega a favor de la película es que esquiva los golpes bajos y hace foco en una historia que también juega con el humor. La irrupción de Lou, inexperta, un tanto aniñada y con un vestuario que espantaría a más de uno, logra de apoco insertarse en el funcionamiento de ese castillo tan alejado de su mundo, que tiene sus propias reglas y donde el dinero no puede cambiar la realidad de Will. Con toques de humor apropiados en cada momento, el relato impone la fuerza de los personajes secundarios al mostrar el entorno de la familia trabajadora de Lou -con padres que también necesitan un trabajo para llegar a fin de mes, una hermana compinche y un novio deportista y celoso- contrapuesto con el mundo ordenado y programado del clan adinerado que habita el castillo -el padre encarnado por Charles Dance y la estricta madre, rol a cargo de Janet McTeer- que depositan en manos de Lou el cuidado de su hijo. Entre viajes a escenarios paradisíacos, un carismático fisioterapeuta y atraidos por el destino de una misma estrella, Lou y Will se verán al comienzo unidos por las necesidades en esta película que emociona y apuesta a la química entre los protagonistas.
La secuela de "Buscando a Nemo" llega trece años más tarde y redescubre la fascinación por esta heroína que sufre de pérdida de memoria a corto plazo. El film de animación combina acertadamente comedia, acción y toques emotivos sin olvidar su mirada didáctica para los más chicos. Trece años más tarde del suceso de Buscando a Nemo, llega esta secuela enfocada en uno de los personajes más encantadores que dio el cine de animación: Dory, la heroína que sufre la pérdida de memoria a corto plazo, quien inicia un largo viaje por toda la costa de California para encontrarse con su familia. Con este puntapié argumental, Buscando a Dory, de los directores Andrew Stanton -Buscando a Nemo, Wall-E y John Carter- y Angus MacLane, coloca la mira en el tema de la recomposición y el reordenamiento familiar cuando sus integrantes quedan separados y a merced de varios peligros en las profundidades del mar. Buscando a Dory sigue con los tópicos de Disney -ausencias paternas, mezcla de diferentes especies para ir tras un mismo objetivo, el valor de la amistad- y también pone su acento en el tono didáctico que ofrece la historia pensada para los más chicos. Rica en detalles visuales y con lo último en materia de tecnología digital, impresiona el realismo que tienen los fondos y las escenas fuera del agua mientras los personajes hacen gala de su simpatía e irán tras la búsqueda de la felicidad. La acción alterna las escenas en las profundidades y las que suceden en Tierra, con un instituto que se dedica a la preservación de las diferentes especies enfermas que son enviadas a Cleveland. Dory, con la ayuda de un pulpo que se camufla con habilidad, se someterá a los laberintos de un acueducto y de su mente a través de "flashbacks" que muestran determinados momentos de su infancia junto a sus padres, y nadará contra la corriente para llegar a destino. Por otro lado, Nemo también emprenderá la búsqueda desesperada de Dory en esta trama que combina la comedia, la acción y los toques lacrimógenos, apoyándose en personajes secundarios que tienen protagonismo dentro de la historia: la ballena de vista corta y un ejemplar que utiliza su radar especial para ayudar a los héroes de turno. La secuencia del camión que traslada a los personajes a Cleveland imprime vértigo y es una de las más destacadas de esta propuesta que también llega con un corto que la antecede: Piper, otra aventura relacionada con el mar, y que cuenta la historia de un pichón que sale por primera vez del nido para buscar comida y encuentra en las olas de la playa una gran amenaza. El cortometraje cuenta con la dirección de Alan Barillaro, animador de Bichos, Monsters INC. y Wall-E.
Un cuento sangriento, ambientado en un pueblo que conocerá la venganza, es el que enciende el nuevo film del director Javier Valentín Diment. Trabajan Luis Ziembrowski y Marilú Marini, en los roles centrales. El director Valentín Javier Diment es el responsable de este film -antes estrenó La memoria del muerto y Parapolicial negro, apuntes para una prehistoria de la triple A- que ambienta la acción en el pueblo El Escondido. En la tranquilidad del lugar aparecen Raúl -Luis Ziembrowski-, un leñador; Ercilia -Marilú Marini-, su madre curandera y Roberta -Paula Brasca-, la hermana prostituta. La anciana no duda en advertir a su hija que si se acuesta con todos los hombres del pueblo, ella morirá. En ese sentido, El eslabón podrido funciona como un engranaje para desatar la venganza, una pieza que se pone en funcionamiento en el momento menos esperado y a lo largo de un relato que fusiona el suspenso y el terror desmedido, muy del estilo "slasher" de los años ochenta o más propio del cine de Darío Argento, con truculencias varias sobre el final para espantar al espectador. Con una descripción costumbrista y parsimoniosa, y como si se tratase de dos películas en una por el contraste de los climas plasmados, el film encamina a los personajes hacia una amenaza que incluye baño de sangre, intriga y tensión sexual cuando la tranquilidad del pueblo se resquebraja. Raúl conoce a todos como la palma de su mano e iniciará un camino sin retorno -por momentos recuerda a la serie Signos- mientras se alza el hacha y juega con el terror en los minutos finales. Una propuesta atípica que mezcla géneros y sale airosa en su desenlace.
El director malayo James Wan sabe crear los climas adecuados para sobresaltar al espectador. El matrimonio Warren regresa para resolver el caso de una casa embrujada en la Londres de los años setenta. En tiempos en los que el terror está devaluado y echa mano a recursos trillados, llega la nueva película del malayo James Wan, responsable de El juego del miedo, La noche del demonio 1 y 2, yRápidos y Furiosos 7. Su estética vintage y su concepción del género plasmado a la vieja usanza, resultan más que bienvenidos en El Conjuro 2, la saga que también tuvo su "spin off" con Annabelle, la muñeca siniestra que asomaba en la primera parte y también acá aparece en una vitrina con un cartel que advierte sobre el peligro de abrirla. Ahora el escenario es el Londres de la década del setenta, ciudad a la que viajan los Warren -Vera Farmiga y Patrick wilson-, el matrimonio que investiga fenómenos paranormales, ante el llamado de Peggy Hodgson -Frances O’Connor-, una madre abandonada por su marido que vive en una casona junto a sus cuatro hijos pequeños: los varones Johnny -Patrick McAuley- y Billy -Benjamin Haigh- y las mujeres Margaret -Lauren Esposito- y Janet -Madison Wolfe-, esta última afectada y conectada por los siniestros hechos que empiezan a ocurrir en el hogar. Entre miedos infantiles, presencias demoníacas, sesiones espiritistas y posesiones, la película hace gala de su ingenio y crea los climas adecuados para cada secuencia, donde el uso de los efectos digitales -que son pocos- están al servicio del relato para asustar al espectador. Con acumulación de sobresaltos, un sonido ensordecedor que atrapa a sus víctimas y también al público, la casa parece sumergirse en su propia desgracia y un pasado terrorífico. Todos los elementos puestos en juego funcionan gracias a una cámara imparable que se introduce por la ventana y descubre ambientes y habitaciones donde respira el Mal. Subiendo la apuesta con respecto a su antecesora, el realizador sabe muy bien cómo crear suspenso y sobresaltar, buscando un nexo entre el mundo infantil y un peligro que amenaza a cada segundo. Con una buena reconstrucción y ambientación de época -con un afiche de David Soul pegado en el cuarto de las niñas-, el relato juega con la decisión de los Warren de parar su participación en casos sobrenaturales, entre visiones estremecedoras, juguetes que se encienden solos en medio de la noche y voces del más allá que encuentran en Janet el vehículo ideal para expresarse. No faltan la referencia y homenaje a ¡Aquí vive el horror! al comienzo del film, ecos de El Exorcista y un control remoto que cambia de lugar. La maquinaria para inquietar se enciende una vez más y, mientras tanto, mece un sillón en la quietud de la noche.
Además de la presencia de una siempre convincente Kate Winslet, en el rol de una exitosa modista culpable de asesinato que vuelve a su pueblo natal, el relato propone un "mix" de géneros y personajes extravagantes. La moda funciona en este relato como una excusa para contar la historia de venganza llevada a cabo por Tilly Dunnage -Kate Winslet-, una glamorosa modista que regresa a su hogar en Dungatar, Australia, en los años cincuenta luego de trabajar en exclusivas casas de moda de París. Su llegada tiene como objetivo cerrar heridas del pasado en este pueblo donde no es vista con buenos ojos, ya que es culpable de un asesinato cometido años atrás. Armada con su máquina de coser y con una impronta que revoluciona a las mujeres del pueblo, Tilly se reencontrará con Molly -Judy Davis-, su madre enferma y ermitaña, y caerá rendida ante el escultural Teddy -Liam Hemsworth, el actor de Los juegos del hambre-. El poder de la moda -The Dressmaker- tiene ecos de Las aventuras de Priscilla, la reina del desierto, pero su mirada está puesta en una descripción costumbrista que presenta a personajes extravagantes. Nada importante parece suceder en ese polvoriento lugar en el que la envidia y la codicia son moneda corriente. Por allí desfilan el policía del pueblo que se inclina por la ropa femenina -Hugo Weaving, casualmente intérprete de Priscilla-, un médico jorobado, vecinas celosas y hasta una compañía de teatro itinerante que acude a Tilly para confeccionar el vestuario de la obra que presenta. El film de la directora Jocelyn Moorhouse es una combinación de historia romántica -con una escena nocturna en lo alto del silo-, thriller -venganza de mujer- y toques de western y, aunque no siempre funciona en el tono y en las múltiples aristas que desarrolla, resulta un producto elegante, de alta costura, rico en contrastes y con una siempre convincente Kate Winslet que eclipsa con su sola presencia, además de una Judy Davis entregada a un personaje desagradable. Entre flashbacks, una infancia marcada por el crimen y las culpas de un pasado siniestro, el pedal de la máquina de coser no parece detenerse.
Con una mezcla de suspenso y toques de comedia, el film dirigido por Jodie Foster se apoya en sus intérpretes e impone su mirada crítica sobre la televisión y los abusos que cometen las corporaciones en la sociedad. La consagrada Jodie Foster se coloca una vez más detrás de cámara -luego de Mentes que brillan, Feriados en familia y La doble vida de Walter- y narra una historia que se despega de su temática anterior, centrada en los vínculos familiares. La acción de El maestro del dinero -Money Monster- transcurre en un set de televisión donde el exitoso presentador Lee Gates -George Clooney-, un experto en el mercado de Wall Street, se convierte en un verdadero showman que maneja el rating como pocos junto a su experimentada productora Patty -Julia Roberts-. Luego de recomendar una inversión en acciones que misteriosamente bajan, entra al estudio Kyle Budwell -Jack O'Connell-, un joven desequilibrado que perdió el dinero de su familia por consejo de Gates, y decide secuestrarlo durante la emisión en vivo del programa. Con estos elementos,Foster juega primero a lograr la tensión que genera la sorpresa y el encierro que propone el estudio de televisión, con una bomba a punto de estallar y con numerosos empleados desorientados por la situación, para trasladar luego la historia al exterior, donde claramente pierde el interés generado desde el comienzo. Con una mezcla de suspenso y toques de comedia, el film se apoya en sus intérpretes para generar empatía con el espectador, e impone su mirada crítica sobre los abusos que cometen las corporaciones financieras en la sociedad y en el interés de un medio de comunicación que busca generar ganancias rápidas en cada emisión. Sin explorar demasiado en los conflictos personales de sus protagonistas -hasta la escena final- donde aparece la soledad como moneda corriente en un medio competitivo y voraz, la película retoma el cine de la década del setenta, como Tarde de perros y Network: Poder que mata, ambas de Sydnet Lumet, que dejaron su marca y colocaron a los medios de comunicación en el centro de la acción. En tanto, la policía -con un caso que va de lo particular a los efectos globales- y los televidentes, siguen el caso con atención.