Sólo quiero decirte que te amo "Lo mejor de mí" es otra novela de Nicholas Sparks llevada al cine y resulta ideal para los amantes de las lágrimas con su historia de violencia familar, lucha de clases y un amor que perdura en el tiempo. Un relato del autor Nicholas Sparks -Diario de una pasión- es trasladado a la pantalla grande y su realizador, Michael Hoffman, no le teme a los conflictos del corazón salidos de un manual o una telenovela y se permite jugar hasta el límite con el amor que perdura en el tiempo. Amanda Collier -Michelle Monaghan- y Dawson Cole -James Mardsen- se conocen desde que eran estudiantes y se enamoraron perdidamente pero sus caminos tomaron rumbos diferentes por diversos motivos. Veinticinco años más tarde, Amanda viene de una terrible pérdida familiar y Dawson se está recuperado de una caída que podría haberle costado la vida. Ellos se reencuentran para cumplir con el testamento del viejo Tuck -Gerald McRaney-, un anciano parco de enorme corazón que tuvo mucho que ver con sus años de juventud. Lo mejor de mí tiene buenos intérpretes que juegan su historia de amor desde el tiempo de juventud -Liana Liberato y Luke Bracey dando vida a los mismos personajes vienticinco años atrás- alternando pasado y un presente repleto de obstáculos. Ella ya tiene una famiia armada, pero una relación inexistente con su actual marido mientras que Dawson arrastra el enfrentamiento con un padre violento que lo maltrataba. Si a todo esto se le suma el tema de la lucha de clases de la pareja que vivía idílicamente en Carolina, la contemplación de las estrellas desde lo alto de un tanque de agua, los baños en el lago y las caminatas con fondos desdibujados, nos encontramos ante un típico producto romántico que juega con la confusión en el tramo final para despistar al espectador y tampoco se ahorra lágrimas en todo su desarrollo. Entre la ayuda que ambos reciben desde "el más allá" y el camino violento encendido por la familia de Dawson, la pareja aún tiene posibilidades ciertas de replantearse la posibilidad de reanudar una historia de amor iniciada tanto tiempo atrás. Los seguidores del autor seguramente se conmoverán al máximo.
Cómo aprender el arte del engaño "Focus: Maestros de la Estafa" fue rodada parcialmente en Buenos Aires y encuentra sus mejores momentos en la simpatía de Will Smith, en escenarios reconocibles y en su elenco. La dupla de realizadores estadounidenses que ya había trabajado junta en Una Pareja Despareja -2009- y Loco y Estúpido Amor -2011-, Glenn Ficarra y John Requa, vuelve a la carga con esta película que se introduce en el mundo de la estafa, en ambientes lujosos y en una reconocible Buenos Aires en varias de sus escenas. Focus: Maestros de la Estafa tiene el móvil del dinero como disparador y principal atractivo de un relato que se inclina más hacia la comedia romántica que a los momentos de acción. Quien realmente sostiene todo el andamiaje es Will Smith en el rol de Nicky, un estafador con experiencia que se reencuentra en Buenos Aires con la novata colega Jess -la australiana Margot Robbie, vista en El Lobo de Wall Street-. Ambos están trabajando por separado pero enfocan un mismo objetivo: el multimillonario dueño de una escudería de autos de carrera -Rodrigo Santoro-. En un mundo frío dominado por los negocios y el arte del engaño, la palabra amor puede cambiar las reglas del juego. Si hay algo que el film ostenta es su cuidado trabajo de fotografía, que resalta los lujosos ámbitos donde se desarrolla la acción, y los escenarios reales de Caminito, San Telmo, Palermo, Recoleta y Barracas. La astucia de la trama descansa además en el peso que tiene la información que manejan los personajes para hacer lo que hacen y salir airosos en sus objetivos. Entre automóviles de lujo, chips valiosos, matones bien armados y un agudo poder de observación, Nicky y Jess se verán involucrados en un caso que se complica más de lo debido y que hace peligrar sus vidas. Si la película cumple con las expectativas es por la simpatía de su protagonista, la presencia de un buen intérprete como el brasileño Rodrigo Santoro -aquí pelilargo y perverso-, y la cuota de sensualidad que irradia Margot Robbie. Por la parte argentina, Juan Minujín es el barman que juega una breve y simpática escena con Nicky.
Un futuro con inteligencia artificial y ferocidad humana. "Autómata" se toma sus tiempos para reflexionar sobre la humanidad y la tecnología bajo el formato de la ciencia-ficción pero con una estructura policial. En un futuro en el que las civilizaciones están diezmadas y reducidas, los sobrevivientes de los cataclismos dependen de androides -el Pilgrim 7000- creados por la corporación ROC y la pobreza se respira en todos lados, la película del español Gabe Ibáñez resulta al menos interesante en su planteo sobre la humanidad, el paso del tiempo y el uso de la tecnología. Si bien se trata de una película de ciencia-ficción aprovecha los resortes del policial para desarrollar una trama en la que la inteligencia artificial aparece enfrentada a la bestialidad humana. Se le puede criticar su letargo en escenas en las que no se prioriza la acción y donde el mundo futurista aparece salpicado por lluvias intensas, imágenes holográficas y nylon. El film describe la odisea de Jacq Vaucan -Antonio Banderas-, el agente de seguros de una compañía robótica que investiga la alteración de piezas, el extraño comportamiento y la violación de los protocolos que llevan adelante las máquinas. Algo huele mal en el futuro. Con ecos del clásico del género, Blade Runner, y también de El hombre Bicentenario, la película desarrolla extensas -y por momentos reiterativas- escenas en el desierto donde el protagonista -que espera su primer hijo- escapa del sistema al que pertenece y es arrastrado por el desierto por Cleo y tres robots, iniciando una lucha solitaria al descubrir lo que podría tener consecuencias nefastas para el futuro de la humanidad. La historia incluye a un agente violento -Dylan McDermott- que se lanza tras los pasos de Vaucan; a una científica encarnada por una irreconocible Melanie Griffith y a un grupo de secuaces que cobran dimensión en los minutos finales, a los que les falta espectacularidad y le sobran palabras. En primer plano aparecen las frases inteligentes de Cleo, sus movimientos lentos -excepto cuando tiene que ensamblar piezas- y su facilidad para aprender a bailar. Autómata fue realizada en España, un país donde no se realizan películas de estas características y cuenta con la producción del mismo Banderas.
Dos hermanos en plena búsqueda del tesoro "Pistas para volver a casa" es una bienvenida mezcla de road-movie, comedia y película de aventuras que impulsa a dos hermanos a intentar la reconstrucción de su pasado familiar. Acierta la dupla protagónica integrada por Erika Rivas y Juan Minujìn. Después de Desmadre, Jazmín Stuart apuesta a este batido de comedia, road-movie y aventura que tiene el mérito de entretener con buenos recursos. El tema de la reconstrucción familiar es el que impulsa la historia protagonizada por dos hermanos casi cuarentones, Dinah -Erika Rivas- y Pascual -Juan Minujín-, que arrastran el peso de una madre abandónica -Beatriz Spelzini- y salen en ayuda de un padre -Hugo Arana- que ha tenido un accidente, y se encuentra internado en un hospital de Entre Ríos sin recordar dónde dejó un bolso repleto de dinero. Ambos hermanos emprenden la travesía a bordo de un destartalado Renault 12 -Dinah maneja- y dejan atrás a una Buenos Aires convulsionada: ella trabaja en una lavandería y combate la soledad con sus cigarrillos mientras él intenta criar a sus pequeños hijos con la "ayuda" de su vecina madura. Tanto Dinah como Pascual están unidos por los recuerdos de una infancia difícil, en la que la visión de E.T. los hizo mirar las estrellas y creer en una criatura salvadora. Todo resulta un periplo intenso, con momentos graciosos -los diálogos entre los protagonistas o la visita a la disco-, otros en los que el peligro dice presente -Dinah con el auto que no arranca, a merced de la oscuridad y los ruidos de la ruta- y el drama que asoma como para recomponer el hueco que dejó en ambos una madre que vive recluída en una pequeña comunidad. Erika Rivas da con el tono adecuado a su personaje casi masculino con aires de mujer autosuficiente que todo lo puede y que también se desmorona con facilidad. Juan Minujín recrimina, pelea y también necesita acercarse a quien parece no conocer. El resultado es un viaje al que vale la pena subirse porque dosifica en exactas dosis las risas, lágrimas y la locura de un padre que parece vivir en una nebulosa. Pistas para volver a casa es un relato sobre dos hermanos intentando completar la misión de un padre que necesita recuperar a quien perdió en este bienvenido y segundo largometraje de la realizadora.
Introspección a mitad de camino Resulta exagerada la nominación de Reese Whitherspoon al premio Oscar como "mejor actriz" por el papel de una joven que emprende un extenso viaje de mil millas para olvidarse de su pasado. Esta película del realizador Jean-Marc Vallée, el mismo que el año pasado deleitó y danzó al ritmo de los Oscar con El Club de los Desahuciados y que significó el Oscar para Matthew McConaughey, sigue las instancias de un viaje de rendención como ocurrió años antes con El camino y otros tantos títulos, una experiencia arriesgada y liberadora para quienes deciden emprender la travesía. Reese Whitherspoon pone su cuerpo y alma -pero no alcanza- para dar vida a Cheryl , quien decide iniciar sola una caminata a través de un paraje famoso de 1000 millas. Con escaso conocimiento de los peligros de la naturaleza, su carpa como refugio y un sobrepeso en su mochila que se convertirá en su principal enemigo, la protagonista afronta un desafío personal con una cámara que no se despega de su camino. El film recurre al flashback para ir reconstruyendo y comprendiendo el pasado de Cheryl: su poco agraciada mirada sobre la vida, las relaciones con los hombres y la presencia de una madre -Laura Dern- que sin dudas ha marcado su oscilante presente. Dern también está nominada como "actriz de reparto" por su papel y parece la única capaz de mantener el escaso interés que despierta un relato carente de verdadero nervio u obstáculos. En su peregrinaje, Cheryl se encuentra con otros mochileros, comparte experiencias, se deshace de objetos pesados, pero sigue llevando en su mochila el dolor de un pasado que arrastra muertes y autodestrucción. Que lástima que la película no resulte ni tan salvaje ni tan espiritual como indica su título, solo plantea una introspección que queda a mitad del camino.
El recuerdo de los buenos tiempos Annette Bening y Ed Harris impulsan esta historia de amor y de pérdida en la que Robin Williams hace uno de sus últimos trabajos. Un romance maduro que juega con los límites del deseo, la locura y la fantasía. ¿Cómo es posible seguir adelante cuando se pierde a un ser querido? La respuesta tampoco parece tenerla Nikki Lostrom -Annette Bening-, una mujer que enviudó hace cinco años y que encuentra ahora a un desconocido, un profesor de arte y pintura cuyo parecido físico con su esposo es extraordinario. Ahí es cuando entra a jugar la habilidad del director Arie Posin -responsable de Kidnapped: Historia de un secuestro- con una historia de amor crepuscular que se mueve entre los límites del deseo, la locura y el enamoramiento. ¿Es realmente este hombre idéntico a su marido o ella sola lo ve así?. La mirada del amor es un drama romántico protagonizado por actores maduros, con Ed Harris en el doble rol de Garret y Tom, los únicos hombres que parecen modificar la existencia de Mikki, quien vive obsesivamente cada día para rememorar y recrear las situaciones vividas antes con su marido. Las otras presencias fuertes del relato son Robin Williams, en uno de sus últimos trabajos, como el vecino que llega a nadar plácidamente en la piscina de su amiga mientras afronta la soledad y calla sus verdaderos sentimientos; y la de Summer -Jess Weixle-, la hija de Nikki que la visita de vez en cuando. La película, que alterna pasado, presente y tiene un marcado clima lacrimógeno salvado en muchos tramos por la presencia de los actores en cuestión, tampoco disimula la similitud con Vértigo, de Alfred Hitchcock, pero -salvando las distancias obviamente- abordando el tema del doble e inclinando la balanza hacia el lado de los vínculos alterados ante la ausencia de un esposo desaparecido en trágicas circunstancias. Largas caminatas por el museo, el descubrimiento de la pintura, la cena alterada en un restaurante japonés y la reacción de Summer cuando conoce la nueva relación de su madre son los mejores momentos de este film sobre la obsesión y la necesidad de mantener el recuerdo de los buenos tiempos. Confusa como la mente de su personaje femenino al comienzo, la película entra en el terreno de las emociones desbordadas y toma al agua como un medio trágico pero también transformador.
Esclavitud y sumisión en un relato con suspenso Al gran trabajo de Joaquín Furriel en el papel de un carnicero humillado por su jefe, se suma una trama basada en hechos reales que acumula tensión, denuncia e intriga tribunalicia. Se trata de la primera ficción encarada por Sebastián Schindel luego de los documentales Mundo Alas, Rerum Novarum y El Rascacielos Latino, en donde el tono de denuncia de un hecho real ocurrido treinta años atrás se va transformando en un relato que acumula tensión e intriga tribunalicia. El Patrón, radiografía de un crimen está basada en el libro de Elías Neuman que describe el caso de un trabajador explotado y esclavizado por un siniestro empresario de la carne. Hermógenes -Joaquín Furriel- es un peón de campo llegado de Santiago del Estero a Buenos Aires para trabajar y progresar, pero se topa con el dueño -Luis Ziembrowski- de una cadena de carnicerías que lo somete y obliga a vender carne en mal estado. Con la ayuda de su esposa -Mónica Lairana-, Hermógenes soporta la violencia verbal, el maltrato y vive en condiciones infrahumanas gracias al corazón "benefactor" de su jefe y a los consejos "non-sanctos" de otro carnicero -Germán Da Silva- del que va aprendiendo el lado oscuro del oficio. La película combina pasado y presente con un desenlace que se va adivinando al promediar la historia pero que no le quita interés al relato por la acumulación de situaciones indignantes, el bien dosificado manejo de la información y el suspenso tribunalicio que se adueña de la trama cuando entra en acción el abogado defensor -Guillermo Pfening- del protagonista, el único capaz de salvar a Hermógenes de la cadena perpetua. Joaquín Furriel se carga -a modo de una res- la película al hombro y compone de manera sorprendente a su hombre humillado, desde lo físico con su renguera pronunciada y su acento casi incomprensible, logrando el trabajo más elocuente de toda su carrera. El personaje está por delante del intérprete y sostiene la película sin el menor problema. También hay que destacar la presencia de una siempre convincente Mónica Lairana y de un realizador que -como la historia que desarrolla- escoge pocos cortes en su montaje final. Un expediente que es revisado con premura, la ética como motora del caso judicial y el crimen que asoma en el momento menos pensado y de manera casi quirúrgica, constituyen el corazón de esta bienvenida, créible y oportuna producción nacional. Después de ver la película el espectador seguramente dudará en comer un plato de carne por lo menos durante una semana.
Humor burlón para un nuevo pichón de 007 Una agencia de espías super secreta prueba, entrena y recluta a un joven inexperto en esta historia que conjuga humor burlón, referencias a personajes populares del género y un clima vertiginoso para sus escenas de acción. Basada en un aclamado cómic de Mark Millar y Dave Gibbons, la nueva película dirigida por Matthew Vaughn -el mismo realizador de Kick Ass y X-Men: Primera Generación- muestra la compleja estructura de una agencia de espías super secreta que busca reclutar a un joven inexperto que deberá, finalmente, desbaratar los planes del villano de turno. A priori, cualquiera afirmaría que se trata de la nueva aventura de un pichón de 007, pero la película se guarda sorpresas bajo la manga y una burla constante al género de espionaje que la hace sumamente atractiva. Eggsy Unwin-Taron Egerton, sale airoso de un duro entrenamiento al que se somete junto a otro grupo de jóvenes para formar parte de la agencia y seguir los pasos de su mentor Harry Hart -Colin Firth-, un veterano agente con paraguas antibalas y de la vieja escuela, que debe investigar la desaparición de celebridades y desenmascarar al millonario y filántropo Valentine -Samuel L. Jackson-, un extravagante personaje con problemas en la pronunciación, miedo a la sangre y mal vestido que tiene planes de purificación mundial. Con ritmo vertiginoso y un aire de estudiantina combinado con acción, la película esconde -al igual que la sastrería en la ficción- una sucesión de escenas bien logradas y con oportunos toques de humor que hacen referencia a James Bond, Jason Bourne y hasta el mismísimo Super Agente 86. El tono elegido -y también exagerado en muchos tramos- desemboca en un bienvenido relato en el que no falta ningún tipo de atractivos desde lo visual con sus transiciones y recursos de pantalla dividida. Una de las claves del film descansa en el ajustado elenco: un atildado Colin Firth siempre resulta convincente, incluso en las escenas de acción; el distinguido Michael Caine aporta lo suyo y Taron Egerton es la correcta elección para el chico de barrio -con problemas de violencia familiar- devenido en espía. Como en toda película del género tampoco falta la colección de armas secretas -zapatos con navajas y lapiceras con veneno- para combatir al enemigo, quien aparece acompañado en esta ocasión por una diabólica mujer con las piernas muy afiladas. Entre la pirotecnia visual del desenlace y un prólogo que transcurre en medio de montañas nevadas de Argentina, la lucha del Bien contra el Mal queda nuevamente expuesta en este recomendable producto pensado para aquellos que disfrutan los desafíos de los agentes secretos que pueblan la pantalla.
Las dos caras de un genio en tiempos de espionaje Un relato atravesado por la intriga, con una historia de amor y un genio presionado para terminar en tiempo y forma una máquina que descifra los códigos secretos de los nazis en la Segunda Guerra Mundial. Benedict Cumberbatch logra una magnífica composición de Alan Turing, el pionero de la informática. Un Hollywood revisionista es el que caracteriza actualmente el panorama cinematográfico con películas que están en danza para los Premios Oscar. Así como La teoría del todo bucea en la vida y relación entre Stephen Hawking y su esposa, El código Enigma -con ocho nominaciones a la codiciada estatuilla- sigue la vida del pionero de la informática, Alan Turing -en una magnífica composición de Benedict Cumberbatch, de la serie Sherlock-, quien descifró los códigos de la máquina alemana Enigma durante la Segunda Guerra Mundial para localizar y neutralizar al enemigo. La acción del film comienza en 1952 cuando las autoridades británicas entran en la casa del matemático, analista y héroe de guerra para investigar un robo y terminan arrestándolo por el delito de homosexualidad. Lo interesante de la propuesta es cómo combina la vida del personaje con el espionaje y una historia de amor que se asoma de manera solapada. Turing crea una proto-computadora para descubrir los mensajes escriptados de las líneas enemigas, mientras pelea su propia batalla de sentimientos contra un entorno dominado por la ignorancia y los prejuicios. En escena aparece la bella Joan -Keira Knightley-, la única mujer en un mundo dominado por la razón de académicos, lingüistas y campeones de ajedrez que acompañan la odisea del protagonista. El director noruego Morten Tyldum construye un film emocionante - la adolescencia del niño prodigio acosado en clase y su reclutamiento por una sección de élite del ejército británico- que está atravesado por el espionaje para contar los días de un genio presionado para terminar su tarea a pesar de que los financistas no confían demasiado en su invento. De este modo, resulta conmovedora la escena en la que Turing no puede ayudar al hermano de su compañero que se encuentra en un barco bajo la mira nazi o el juego de miradas que se establece entre el hombre errático y la mujer que lo desea a toda costa. Un epílogo de posguerra y un perdón tardío cierran esta historia que seguramente sensibilizará al público y merece cosechar varias estatuillas en la próxima entrega de premios.
Un drama envolvente con grandes trabajos actorales La película del director británico James Marsh -ganó un Oscar por su documental Man on Wire en el 2009- narra una historia de amor y superación personal que aspira al Oscar de la Academia de Hollywood en cinco rubros, incluyendo mejor película, mejor actor y mejor actriz. Y no es casual que no figure el rubro dirección, ya que el principal atractivo descansa en las actuaciones. Este drama familiar está basado en la primera novela de Jane Hawking, Travelling to Infinity - My liffe with Stephen. La biopic no se centra en el trabajo del físico Stephen Hawking, sino en su relación marital y familiar. La acción comienza en 1963 cuando Stephen es un joven emprendedor en la famosa Universidad de Cambridge y está decidido a encontrar una explicación sencilla sobre el origen del universo. Su preparación de su tesis, la relación con su compañero de cuarto -Harry Lloyd-, la admiración mutua con su profesor -David Thewlis- y el mundo que cambia cuando se enamora de Jane Wilde, una alumna de la Facultad de Arte de Cambridge. Sin embargo, poco después se le diagnostica un trastorno de la neurona motora que ataca sus piernas, brazos, y que se entremezcla con una esclerosis lateral. El deterioro físico, el amor por su incansable Jane y la necesidad de mantener intacto el núcleo familiar con la llegada de tres hijos, se convierten en una verdadera odisea para ambos cuando el genio astrofísico y cosmólogo queda postrado en una silla de ruedas debido a la esclerosis lateral amiotrófica, también conocida como la enfermedad de Lou Gehrig. Sería erróneo afirmar que la película no emociona o no tiene golpes bajos, pero toda prodcción que aborda el tema de enfermedades siempre es cuestionada en este punto. Al aceptable armado formal -en la secuencia final donde se muestra en reversa la vida de Hawking hasta su origen- se suma el meticuloso trabajo físico y emocional de Eddie Redmayne -Mi vida con Marilyn, Los Miserables-, cuyo personaje logra traspasar la pantalla. Por su parte, Felicity Jones es la mujer que está a su lado en todo momento, mirando, amando en silencio y sufriendo cuando un tercero aparece y ofrece ayuda al núcleo familiar. Ahí los límites de los sentimientos se borronean mientras la película juega con su sentido circular y envolvente. Y a pesar de todo, el mismo Hawking afirma en una conferencia que "Mientras haya vida hay esperanza".