El juego de las coincidencias Sin dudas, la comedia es el género que mejor le sienta a Adrián Suar y el estreno de esta película lo confirma. Con dirección de Diego Kaplan (¿Sabés nadar?) y la cuidada fotografía de Félix Monti, Igualita a mí, acierta en la construcción de personajes y de una trama salpicada con humor y emoción. Quizás la excesiva promoción de la historia le pueda jugar en contra, pero el relato se guarda un as en la manga y entretiene. Viendo los últimos exponentes (tristes) de comedias norteamericanas, el film de Kaplan se vuelve altamente interesante porque focaliza en Fredy (Suar), un cuarentón que construye un personaje "falso" sobre su persona. El tiene 41 años, es un soltero empedernido y metrosexual. Prefiere pasar más tiempo en la peluquería (y caer en las manos de una siempre convincente Claudia Fontán) que trabajar para unos inversores que quieren apoderarse de una propiedad valiosa a través del engaño. Sus noches de boliche y conquista de veinteañeras parecen no parecen tener límites hasta que conoce a Aylín (Bertotti). Creyendo estar frente a un nuevo affaire pasajero, descubrirá que ella es su hija y las sorpresas no terminan ahí. Este encuentro le hará replantearse su vida, aunque le cueste perder lo que más aprecia: su propia libertad. Igualita a mí tiene algún punto de contacto con Apariencias, film también protagonizado por Suar y con dirección de Alberto Lechi, en el que el personaje central construía una imagen falsa. Acá ocurre algo similar, cuando Fredy no puede aceptar ser padre y mucho menos...tener canas. La relación con su hermano, con quien trabaja; con sus padres (para quienes sigue siendo el "nene" de la casa) y la posterior llegada de la familia de Aylín desde el Sur hará que el juego de las coincidencias encienda además el de los contrastes y haga crecer a la comedia. De este modo,se suceden imágenes de los protagonistas viviendo en ventanas opuestas y separados por la calle; la serie de mentiras que descubre Aylín sobre el trabajo de Fredy y la eficaz escena de la visita al doctor. Todo encaja y convierte al film en un muy bienvenido pasatiempo, en el que ya nada será igual para los personajes.
Encuentro cercano con la diversión Una eficaz parodia al cine de ciencia-ficción es llevada adelante por la dirección de Montalbano, un elenco ecléctico y una buena resolución técnica acompañada por efectos especiales. Una comunidad hippie aparece como el lugar donde se desarrolla la acción y para que algunos de sus integrantes se conviertan en los "elegidos" que viajarán a un mundo mejor. Esta artillería visual y delirante gracias al guión de Damián Dreizik es puesta en funcionamiento por un realizador que conoce los resortes del disparate como la palma de su mano y hacia allí encamina a sus personajes: un rockero (Capusotto) que conoció un pasado mejor y su primo (Luque) que lo convence para que se instale en la comunidad hippie. La película resulta interesante desde el comienzo, con la participación de Juan Carlos Mesa como un hombre de campo que se encuentra con un fenómeno OVNI, pasando luego por por las locuras que atraviesan los primos conviviendo con la esposa que prepara dulces (Verónica Llinas) y un hijo adolescente poco comunicativo. Las escenas que se desarrollan en la feria son divertidas: desde la participación de Miguel Cantilo como un hombre que vende arbolitos hechos en serie y contra quien se lanza el resto de artesanos verdaderos o la policía (Alejandra Flechner) que no investiga y sospecha de todos. Entre platos voladores, aires de rock and roll y mucho delirio, Pájaros volando encontrará su nicho de espectadores y, hasta se da el lujo al principio de mostrar un video clip (bien logrado) que no es otra cosa que una pesadilla del protagonista. Mientras tanto, los ecos de ET y de Encuentros Cercanos del tercer tipo dicen presente en rutas desoladas y encuentros con seres de otro planeta.
La segunda parte de la exitosa trilogía sueca Millennium (que pronto tendrá su versión norteamericana) alcanza en La chica que soñaba con un fósforo y un bidón de gasolina su punto más alto. El guión de Jonas Frykberg, basado en la novela de Stieg Larsson, luce un rico entramado de elementos que atrapan al espectador, y la mano segura del realizador Daniel Afredson los traslada a la pantalla con el formato de un thriller de alto impacto. Los espectadores (quienes no vieron la primera parte deberían hacerlo) ingresan con comodidad en la zona oscura que proponen los personajes. Lisbeth Salander (Noomi Rapace) es la mujer más buscada del país porque sus huellas quedaron grabadas en el arma de un doble crimen de periodistas de la revista Millennium. Tras sus pasos y convencido de su inocencia, el editor en jefe Blomkvist (Michael Nyqvist) deberá encontrarla antes que otros la atrapen. La película acumula buenas dosis de suspenso, no disimula sus influencias policiales de Agatha Christie y tampoco de villanos al mejor estilo de los films de James Bond. El pasado oscuro de la protagonista resurge a través de flashbacks que muestran la relación con su padre y su tortuosa estadía en instituciones psiquiátricas. Salander se convierte en una suerte de Angel de la venganza, como en la película de Abel Ferrara. Le abrieron la puerta que la conduce al infierno y que culminará en un verdadero baño de sangre en un granero. En La chica que soñaba con un fósforo y un bidón de gasolina hay varios peligros, entre ellos, el Gigante rubio (recuerda a Mandíbula encarnado por Richard Kiel en La espía que me amó), un temible antagonista incapaz de sentir dolor y que se convierte en parte central del relato. El film es un aceitado mecanismo de relojería que irá marcando líneas narrativas paralelas, personajes siniestros, investigaciones policiales, detalles escabrosos y denuncias sobre el comercio sexual en Suecia. Todo irá sucediendo de manera acelerada y sincronizada para exacerbar la violencia. Un recomendable producto que marca los segundos con sangre y rasgos de perversión.
Verdad y ¿reconciliación? Este inquietante film dramático de Oliver Hirschbiegel (La caída) tiene dos partes bien diferenciadas. Los primeros veinte minutos ponen el acento en un crimen perpetrado en Irlanda del Norte 1975 y luego la acción pasa a la actualidad. Alistar Little, un joven de 17 años como cualquier otro, tiene un poster de Bruce Lee en su habitación y también un arma para cometer un crimen. Es el líder de una célula revolucionaria que quiere derramar sangre. La víctima es un muchacho católico al que dispara varias veces y ante la mirada de un testigo involuntario: Joe Griffin, el pequeño hermano del chico asesinado. Ese instante cambiará la vida de dos hombres para siempre. El director sigue obsesionado en contar cómo los hechos del pasado repercuten inexorablemente en un presente incierto, cargado de dudas, dolorosos recuerdos y también ansias de venganza. La película propone el reencuentro del asesino y del hermano de la víctima treinta y tres años después en un show televisivo en el que lo único que importa es la espectacularidad y el suspenso que tiene que generar la entrevista entre estos dos personajes separados por una muerte. Pero Joe Griffin tiene otros planes en mente. Con este planteo, el realizador opta por un clima en el que los diálogos y los preparativos conducen -con algún tropiezo- al choque final y generan dudas en el espectador: ¿Se amigarán?, ¿El asesino le pedirá perdón ante las cámaras? o ¿Joe Griffin cometerá otro crimen para vengar la muerte de su hermano?. El film acierta en la pintura de los años setenta de los primeros minutos ambientados en Irlanda del Norte, para acrecentar luego el momento de cruce entre ambos personajes. Mientras Alistar monologa cómodamente con la cámara, Joe se vuelve molesto cuando lo obligan a repetir una toma triunfal, su descenso por la escalera "al mismísimo infierno". Sin dudas, el fuerte está puesto en las actuaciones de la dulpla protagónica: Liam Neeson, como el criminal que no puede librarse de la culpa y, James Nesbitt, como el hombre que planifica su venganza y quiere sus "cinco minutos de gloria".
Son como niños Recientemente se vio Son como niños y ahora estos amigos cuarentones deciden pasar un fin se semana en un hotel de montaña en el que estuvieron veinte años antes y del que guardan recuerdos de juventud, sexo y descontrol. Un loco viaje al pasado juega con los viajes en el tiempo a partir del momento en que ellos se sumergen en el jacuzzi de un destartalado hotel y aparecen mágicamente en el año 1986. El director Steve Pink (guionista de Alta fidelidad, también con John Cusack) elige un tono burlón, de chiste grueso, pero efectivo en lo que propone: choque de culturas, moda y música. Aunque ellos quieren sentirse jóvenes nuevamente, se darán cuenta que la vida les dará sorpresas y una segunda oportunidad. Una producción filmada (se nota) entre amigos que desliza permanentes referencias a los años ochenta, a través de su poderosa banda sonora, afiches de Rocky y en el cameo de Chevy Chase (de la maravillosa Juego sucio), como el empleado de mantenimiento del hotel, el hombre que aparece y desaparece misteriosamente y conoce el secreto de la "máquina del tiempo" del título original. También se lo ve a Grispin Glover como el conserje que ha perdido su brazo y enciende momentos hilarantes. John Cusack (Adam), Rob Corddry (Lou), Craig Robinson (Nick) y Clark Duke (Jacob) forman parte de este grupo de "hombres adolescentes" que aparece actualmente sumergido en el alcohol, infidelidades, separaciones, bromas pesadas, kilos de más y caída del cabello (pero no de las mañas). Si bien el relato se excede con toques escatológicos, da en el blanco como entretenimiento liviano (bien resuelta la escena de la comunicación telefónica). No hay que pedirle más. Quizás, un jacuzzi, sea una excentricidad.
La maldad tiene dos caras La nueva película de los estudios Universal que se exhibe en 3D cuenta con la dirección de Chris Renaud y Pierre Coffin, quienes vienen del terreno de la animación. En su versión original se escuchan las voces de Steve Carell y Julie Andrews. En un barrio rodeado de vallas blancas se encuentra una casa tenebrosa, donde habita Gru (Carrell), un villano que planea el robo más grande jamás imaginado: la Luna. Sin embargo, su misión se altera cuando conoce y adopta a tres pequeñas huérfanas: Margo, Edith y Agnes. Armado con un arsenal pocas veces visto, el protagonista deberá apoderarse primero de un rayo reductor y, en su tarea, será ayudado por su ejército de inofensivos lacayos y por las tres niñas que alborotan el "orden" de su mansión. Mi villano favorito propone una mirada burlona sobre el mundo de los malvados y sus ansias desmedidas de poder. Gru, el personaje central, tiene dos caras: es capaz de pincharle el globo a un niño indefenso, colarse en los negocios y estacionar su gigantesco transporte a donde sea y como sea. Nada le importa. Su infancia no fue mejor con una madre que lo marcó por su indiferencia. Ahora planea solicitar un préstamo bancario para poder financiar su alocado proyecto. La trama despilfarra acción y ternura en buenas dosis y entrega un relato que conforma a chicos y adultos por igual. El rubro técnico, potenciado por la magia del 3D, es irreprochable: rico en el diseño de personajes y en los detalles; en la composición de los fondos y en el movimiento de las cabelleras (en especial la de la mujer que maneja el orfanato). Y, por supuesto, en el humor. El guión maneja los resortes de la sorpresa (cuando Gru regresa del parque de diversiones con las pequeñas y pintado como un puerta) y muestra que hay otro malvado peor que él: el hijo de un poderoso banquero que nunca se ríe, y se frota las manos para concretar buenos negocio. En síntesis, dos malos de película, muchos planes y tres niñas tan dulces que le robarán el corazón al espectador. Mi villano favorito es un perfecto andamiaje de alta tecnología y creatividad (la secuencia inicial de las pirámides funciona como un cortometraje independiente) al servicio del entretenimiento.
Cinco días para enamorarse La pareja protagónica de Mi gran casamiento griego, Nia Vardalos y John Corbett, regresa en esta comedia romántica también dirigida por la actriz. Las relaciones de pareja, las que pasan sin pena ni glorias o aquellas que se encaran para perdurar, constituyen el motor de esta historia relacionada con el Día de San Valentín. Genevive (Vardalos) es una exitosa florista decidida a no pasar más de la "quinta cita" con ningún hombre, porque sostiene que el romance se esfuma. Por su parte, Greg (Corbett) es el dueño de un restaurante de tapas difícil de enamorar. Cuando conoce a Genevive pone en marcha un plan para terminar con el objetivo de la florista. Ayudada en su negocio por dos empleados gays, Genevive atraviesa sus días esperando a su príncipe azul y hasta su propia madre logra enamorarse. Todos menos ella. "A las mujeres nos gusta que nos persigan" asegura y está convencida de que hay etapas para la conquista amorosa que van desde los jadeos y mariposas en el estómago hasta mostrarse divertida y fabulosa. Si bien el film impone la presencia carismática de su protagonista femenina a través de algunos gags eficaces (las intervenciones de sus empleados cuando irrumpe un cliente en el negocio o cuando Genevive pisa al linyera que está en la calle) la historia resulta obvia y previsible. Nunca levanta vuelo a pesar de las buenas participaciones de los intérpretes secundarios. Nia Vardalos es buena en el género y repite el estilo histriónico visto en comedias anteriores, mientras que John Corbett impone su estampa de galán y hasta es capaz de cantarle una serenata. Un Romeo conquistador y una Julieta que, desde el balcón, espera un feliz Día de San Valentín. Lástima que las flores de la trama se marchitan antes de lo previsto.
Todo tiempo pasado fue mejor Adam Sandler es una figura destacada dentro de la comedia norteamericana. Esta película lo tiene como productor, guionista y también actor. Este nuevo acercamiento al género está dirigido por el especialista Dennis Dugan, el mismo de Yo los pronuncio marido y Larry. Cinco amigos, ex compañeros del equipo de básquet, se reúnen años después junto a sus esposas (Salma Hayek, Maria Bello, Maya Rudolph) e hijos para rendirle tributo a su recién fallecido entrenador de basquetbol de la infancia. Deciden pasar el 4 de julio en una amplia cabaña que los alberga y allí llegan cada uno con sus flamantes automóviles, acordes a cada personalidad y estilos de vidas diferentes. Lo que comienza como una comedia pasatista sin demasiadas pretensiones se convierte a la media hora en una aburrido retrato sobre la amistad y la adolescencia perdidas. Todos rondan los cuarenta, tienen hijos (algunos una verdadera pesadilla y otro que a los cuatro años sigue tomando el pecho de su madre), suegras e hijas seductoras que se roban las miradas de los otros padres. Entre parques acuáticos, paseos en bote y almuerzos, el grupo intenta pasarla bien y recordar al entrenador que los unió, pero el problema de Son como niños es que a la media hora se acaban los gags y todo se vuelve rutinario y poco gracioso. Un film que se inscribe en la línea de títulos como Sólo para parejas, pero con sucesión de chistes escatológicos, una suegra obesa que se "parece a Idi Amin" y un perro cuyas cuerdas vocales han sido extirpadas para que no ladre. Eso es lo que propone Adam Sadnler, un buen intérprete que aquí se ve perdido ante la inconsistencia del relato y la buena voluntad de los actores por levantar el nivel del mismo. Tampoco aportan demasiado una resplandeciente Salma Hayek ni Steve Buscemi, quien reaparece en un rol menor. El mejor es Rob Schnerider como una suerte de gurú y casado con Gloria (Joyce Van Patten), una mujer mucho mayor que él.
Inmunes al miedo Siguiendo el buen camino internacional que emprendieron realizadores como Alex De La Iglesia o incluso Alejandro Amenábar, los hermanos catalanes Alex y David Pastor filmaron Portadores, largometraje de terror producido con dinero norteamericano. Con referencias a los climas plasmados en films de Geoge A. Romero o en títulos más recientes como Soy leyenda y Exterminio, la película sumerge a sus personajes en un mundo desolado donde un extraño virus ha hecho estragos. Acá no hay zombies ni monstruos, sino que la mayor amenaza es el hombre mismo. Si bien Portadores está correctamente filmada, con el recurso de la cámara en mano, y ambientada en alejadas carreteras, el resultado deja un sabor amargo y el terror nunca aparece. No se explican las causas de esta extraña enfermedad que se desparrama y que coloca a los protagonistas en una posición vulnerable, entre barbijos, plásticos que aislan a los sanos de los portadores, piscinas contaminadas, militares homicidas y misteriosos centros de salud donde todavía quedan algunos niños con vida. Danny (Lou Taylor Pucci) y su hermano Brian (Chris Pine) viajan en auto hacia el Golfo de México junto a su novia Bobby y Kate, para encontrar un lugar seguro donde aislarse de la epidemia. Cuando su camioneta se rompe, y en su alocada travesía, se toparán con un padre y su pequeña contagiada (que misteriosamente son abandonados sin mayores explicaciones), como el resto de los simples mortales que son dejados de lado cuando muestran síntomas del virus. Muchas marcas y cicatrices en el cuerpo, pero poco suspenso para un film en el que el espectador es inmune al miedo.
Enérgicas canciones en una buena comedia retro Una entretenida comedia musical pop que cuenta la historia de una niña (Sofía Silvera) que crece durante los años ochenta en la pequeña ciudad uruguaya que da título a la película y que hoy se ha transformado en una joven de treinta años (Natalia Oreiro) con sueños de convertirse en una estrella. Ser coronada Miss Tacuarembó es su única posibilidad para dejar atrás su aburrido pasado y conquistar Buenos Aires. Sin embargo, ahora canta para los turistas que llegan a Cristo Park, un parque de diversiones que poco la ayuda. Miss Tacuarembó resulta una sorpresa gracias a la mano segura de su realizador Martín Sastre, quien le imprime un tono nostálgico a una trama que alterna pasado y presente. De este modo, la película abre con un tema de Flashdance y propone un cóctel visualmente atractivo que combina amistad, sueños y el vértigo de un reality de la pantalla chica (conducido por Rossy De Palma). La infancia de la protagonista y de su amigo (luego un aduto Diego Reinhold) aparece salpicada por los recuerdos de la telenovela Cristal (su protagonista Jeannete Rodríguez hace un cameo), el conjunto musical Los Parchís, y los muñecos de Alf y La mujer maravilla. El film se destaca por su ritmo y tampoco escapa a los relatos clásicos como Cenicienta, ya que la villana de turno es Cándida (una fanática religiosa también encarnada por Oreiro gracias al maquillaje de Alex Matthews), y secundada por sus malvadas hijas gemelas. Miss Tacuarembó resulta lanzada en aspectos como la severa educación religiosa que tienen las niñas durante y, particularmente, en la escena en la que Cristo (Mike Amigorena) deja la cruz y hace un número musical con la protagonista. Quizás el público infantil no sea el target de la película, que ahonda en cuestiones profundas de manera más superficial, pero el balance es gratificante si se tiene en cuenta que se trata de una ópera prima. Miss Tacuarembó sacude con su humor y hace palpitar a la platea con enérgicas canciones, mirando un poco hacia atrás y entregando un presente que se debate entre decepciones, un casting y muchos sueños. Los temas originales son de Ale Sergi del grupo Miranda y hasta se permite una participación de Graciela Borges.