Intensa y embrujada “It Follows” hace virtud del silencio y los encuadres que recuerdan al mejor Carpenter. Sin necesidad de exponer nada sobre la trama se desliza en un paisaje urbano de los suburbios escapando a los convencionalismo del género, creando en el proceso una atmósfera de inquietud constante, subrayada por un score bien synth. El paralelo que traza el film puede ser obvio: una alegoría sobre el HIV, pero la forma en que está filmado y el tono mumblecore con influencias del J-horror, demuestran que el director y guionista buscó hacer algo original dentro del género. Tarea cumplida.
Macri en 3D La película de Boca se presentó como el “documental” definitivo del club que es pasión y fenómeno social. El resultado es un infomercial de la gestión de Mauricio Macri como presidente del club (1995-2008) y sus sucesores. Ese es el período que se muestra con mayor detalle, aquellos triunfos deportivos son subrayados por las palabras de Macri en primer plano, ni siquiera se deja de lado la entrega de una plaqueta a Maradona, un hecho menor que deja bien parado al ex-presidente con el mayor ídolo del club. El “documental” empieza con un relato del candidato a Diputado por el Pro, Fernando Niembro que nos introduce al personaje ficticio de un viejo hincha que recopila todo tipo de estadísticas referentes al club. Este personaje que sirve de “separador” es lo peor del film y atraviesa penosamente el metraje completo. Luego viene un rápido repaso por la historia de Boca en la cual no se alcanza a leer los hitos de la linea de tiempo. Espectaculares planos de la Bombonera en 3D de día y noche que en total deben duran menos de 5 minutos no justifican un film en el cual se ven imágenes de los partidos que todos vimos hasta el hartazgo y donde las declaraciones exclusivas (Barros Schelotto, Márcico, Abbondanzieri, Palermo, Schiavi) aportan los únicos momentos interesantes y divertidos (aunque los productores no lograron entrevistar ni a Maradona, ni a Bianchi). No hace falta ser hincha de River para sentirse decepcionado por una película que no logra lo que muchas “sports movies” logran con facilidad, inclusive manipulando al espectador: inspirar.
Fresca, liviana y anclada en la cultura pop de los 60’s “El agente de C.I.P.O.L.” trae una brisa de aire fresco a un género que suele tomarse demasiado en serio. Lejos de los Bond de Sam Mendes y la saga Bourne, Guy Ritchie construye un guión -junto a Lionel Wigram– que juega con la idea del cine de espías basado directamente en el carisma de sus protagonistas, y charme sobra. Henry Canvill, Armie Hammer y Alicia Vikander son el gran efecto especial que cualquier film de acción necesita. El gran acierto del film es ubicar la acción en los sesentas, especificamente durante la guerra fría -sin necesidad de “modernizar” el material de origen- y en ese contexto armar un trama con un balance perfecto entre diversión y acción sin que nada resulte en absoluto ridículo. De esta menera el espíritu de la serie -que estaba llena de guiños- permanece intacto a todo nivel. Ritchie dirige en modo restringido, despojado de sus artilugios habituales que siempre terminan resultando en distracciones innecesarias. El final deja todo preparado para una secuela que luego de haber visto este film deseamos que se haga. Si, “El agente de C.I.P.O.L.” es puro entretenimiento vacío de contenido, y no hay nada malo al respecto.
Jon Watts hizo un trailer falso de una película inexistente: Clown y como broma le agregó “Producida por Eli Roth” lo puso online, Eli Roth lo vió y lo llamó para hacer la película real. Por algo dicen que Hollywood es la fábrica de sueños, no?. Con una idea en los papeles ridícula -un inocente se pone un traje de payaso maldito que no puede quitarse, se vuelve su piel y es poseído por un demonio- Watts y Roth lograron armar un film coherente bajo sus propios términos y con su propia mitología que hasta funciona como una alegoría a la pedofilia. Las actuaciones flojas que no hieren el film que -taquilla mediante- podría convertirse en una franquicia.
Desde su publicación en los cuarentas la novela gráfica de Saint-Exupery fue un clásico instantáneo. La historia del aviador caído que conoce al pequeño monarca que vive en un asteroide enamorado de una rosa ha sido universalmente amada. Extraña y alegórica siempre fue un material de cuidado a la hora de llevarlo a la pantalla y al teatro, esta versión animada busca ser la definitiva. ¿Lo logra? en gran medida, si. El gran acierto del film es quien lo produce, si este material hubiese caído en manos de Pixar o Dreamworks el tono y diseño hubiesen sido muy distintos, y los chistes (tanto visuales como de guión) hubiesen plagado el film. También las referencias a la cultura pop. Nada de eso hay en El Principito, y no se extraña. Aquí Mark Osbourne (Kung Fu Panda) dirige casi de forma independiente el film, junto con un grupo de animadores Candienses y dinero de productores franceses. El resultado es tán respetuoso con el espíritu del libro que no sorprende que los herederos de Saint-Exupery hayan aprobado el rodaje. La historia se cuenta dos veces, una a través de las páginas desordenadas del libro que la pequeña protagonista va armando, y a medida que lo hace va destruyendo la vida que su madre organizó para ella, y luego cuando esa fantasía cobra vida en su mente y le sirve para entender el significado mayor que tiene la historia y cerrar así su recorrido, paradojicamente, creciendo. La animación es fantástica y se acompaña con segmentos en stop-motion de una belleza que sólo la mano del hombre puede hacer. Un film que le puede servir a los padres para introducir a los niños a la lectura de un libro que -en un mundo cada vez más cínico- se mantiene relevante, vital y mágico como mirar un cielo estrellado.
Una vez más el boxeo usado como obvia metáfora de la vida, peleamos, nos caemos, nos levantamos y como decía Bonavena cuando suena la campana hasta el banquito te sacan. Faqua inexplicablemente se convirtió en un director de estudio con prestigio, colgado aún de la fama de la única buena película que hizo (Training Day, 2001) continúa atrayendo buenos actores a producciones que siempre fallan en el guión. En este caso todos los clichés que un film de boxeo puede tener, los tiene Revancha. La novia sufrida, la redención, el entrenador honesto, la guita, el personaje latino malo, el pibe querible que indefectiblemente muere, el manager garca, el héroe se llama Hope (esperanza) y claro…la pelea que cierra el film con resultado cantado. Ni el gravitas que siempre impone Whitaker a sus personajes, ni la actuación+maquillaje de Gyllenhaal salvan al film del camino predecible que decide tomar, encima dura dos horas. Raging Bull y Rocky permanecen intocables.
La cámara viaja por un boulevard parisino, pasando árboles y farolas para meterse en un teatro como una fuerte ráfaga de viento. Allí está Vanda (Emmanuelle Seigner), y ella ha llegado -fashionablemente tarde- a una audición para un papel. La obra es Venus en la Piel, una adaptación de la novela de Von Sacher-Masoch, dato que nadie se acuerda, pero de cuyo nombre se origina el término “masoquismo” dato que todos recordamos. El adaptador, Thomas (Mathieu Amalric) se ha pasado el día viendo y despidiendo a un desfile interminable de jóvenes actrices insulsas. Al principio, la malaeducación de Vanda parece dirigirla al mismo camino que las insulsas, la puerta. Pero eventualmente, ella convence a Thomas para dejarla leer una escena, y le demuestra que es perfecta para el papel de esta proto-dominatrix. Y a medida que leen más escenas, dan paso a un juego de poder dentro y fuera de personaje. Polanski dirige con su acostumbrada maestría y frialdad esta historia que es mucho más que la típica “la vida imitando al arte y viceversa”. Y lo hace con suficiente astucía para no caer en “teatro filmado”. Las actuaciones sostienen la trama y el interés hasta el final. La perversión, la musa, el sexismo, la deconstrucción de una relación de poder y el juego entre el texto escrito y la improvisación son el motor de esta pequeña obra maestra.
El humor de MacFarlane es un género en sí, y tiene amantes y detractores por igual. En Ted 2, se busca repetir los aciertos del primer film pero sin el mismo éxito. Lo que en Ted (2012) funcionaba de manera orgánica aquí resulta forzado y -peor- predecible. El gran fuerte del humor MacFarlane es su comentario malintencionado dirigido al mundo pop y a todo lo que se asemeje a ser políticamente incorrecto, envuelto -claro- en el absurdo total. Y tal vez al hacerlo cae en su propia trampa: no sorprende porque hoy todos hacen lo que él hacía en 1999 (Family Guy). Quizás esta historia del osito porrero y su amigo no daba para una secuela, pero el dinero manda en Hollywood y el resultado es este film a medio cocer.
Detrás de las caretas de una familia bien constituida en hogar, patria e iglesia, los Puccio escondían el horror de una práctica casi deportiva durante la dictadura militar: el secuestro seguido de muerte. Trapero usa el soundtrack (David Lee Roth, Virus) y las imágenes de archivo (Alfonsín, Galtieri) para retratar el momento bisagra que significó la transición entre la dictadura y la democracia, por lo cual se ahorra tener que explicar los motivos detrás de la acciones. El contexto lo explica absolutamente todo. Los asesinatos de Manoukian y Aulet (pese a que sus familias habían pagado el rescate) y el de Naum que intentó escapar y también fue asesinado son el nudo de la historia cuyo desenlace es el último de los secuestros que llegaron a perpetrar, el de Bollini de Prado que fue rescatada por la policía. Luego de eso el film muestra el entramado judicial de un hombre que se creía impune y una situación de la vida real que resultó cinematográfica y que Trapero elige para cerrar el film. Filmada con un pulso clásico, sobrio y ayudado por el formato anamórfico, Trapero presenta un film comercial pero profundo donde se supera como director en forma y calidad. Una gran producción en todos los niveles, una fantástica recreación de época y vestuario coronado por excelentes actuaciones. El Francella que conocemos desaparece debajo del rostro frío de Arquímedes Puccio y provoca rechazo y miedo a la vez, y la actuación de Peter Lanzani resulta una revelación componiendo al perturbadísimo Alejandro Puccio. Una historia que genera interés y escalofríos aún 30 años después de sucedida, contada de manera atrapante y dirigida a las masas que seguro colmarán los cines argentinos.
Canónica en forma y estilo, Exorcismo en el Vaticano retoma la fórmula de film clásico El Exorcista (The Exorcist, 1973) y la actualiza poniendo en primer plano a la institución y al diablo en la batalla milenaria del bien contra el mal. Una chica normal llamada Angela (no podía llamarse Kathy) comienza a sufrir efectos devastadores en su cuerpo, cuando las personas que la rodean son violentados misteriosamente se la examina con la sospecha que esté poseída. El curita Lozano (un demasiado despreocupado Peña) conduce la “investigación” a medida que Angela revela su verdadero ser. Mediante los tapes del título del film en inglés (no hay un exorcismo en el Vaticano como promete el título local) un sacerdote viaja desde Roma (en primera asumimos) a encargarse personalmente del asunto. Neveldine (Crank, Ghost Rider: with a vengance) dirige con su acostumbra pericia y falta de estilo, una película que hacia el final deja a El Exorcista para tomar a La Profecía (The Omen, 1976) como fuente donde abrevar. Ser correcta es a la vez su mayor virtud y defecto.