El cuento del criado En base a un premisa esquemática que planteaba la amistad inesperada entre dos seres de mundos distintos, Amigos intocables se convirtió en 2012 en uno de los films franceses más taquilleros de la historia, no solo dentro del país sino a nivel mundial en el que explotó como un verdadero suceso. Su propuesta claramente for export de producción cuidada y estructura prototípica, inmediatamente hizo que el mundo posara los ojos en ella, no solo para llevar audiencia, sino para intentar repetir la fórmula. 2016 vio llegar las dos primeras adaptaciones de la misma historia, la hindú Oopiri (que se despacha con unas dos horas cuarenta minutos que deben desafíar a dejar nuestras extremidades en condiciones similares a las del protagonista), y la argentina Inseparables, lógicamente la más recordada en estas tierras en las que tuvo muchísimo éxito. Ahora es turno del país al cual no le gustan los subtítulos. Hollywood no podía dejar escapar la chance y la traslada a su idiosincrasia bajo el título Amigos por siempre. Más allá de los variados cambios respecto al original, la base se mantiene. Bienvenidos otra vez a la historia del millonario que le enseña al pobre cómo refinarse, mientras que el pobre le retribuye ofreciéndole un poco de humanidad… o algo así. Tu serás mis piernas, yo seré tu conducta Lo primero que hay que resaltar de Amigos por siempre, es que presenta varios cambios respecto al original, y más aún respecto a Inseparables (no tuve el placer de perder casi tres horas en ver la versión de la India). Y algo positivo: la mayoría de los cambios son para bien. Será cierto que a medida que se va puliendo una idea se la va mejorando. La secuencia de inicio es siempre la misma, la de la supuesta emergencia médica arriba de una autopista. Hasta pareciera que por contrato siempre debe ser filmada igual, con los reflejos de luces y la misma música de piano de fondo. Eso sí, en este punto, la original sigue siendo la mejor pensada porque guarda un poco el misterio. De ahí, volvemos hacia atrás. Dell Scott (Kevin Hart) sale de prisión y lo único que busca son empleadores que le llenen su tarjeta de referencias para hacer notar en asistencia social que está buscando trabajo; cuando en realidad, está pasando el momento. Su pareja ya no lo espera cuando sale de prisión, y lo único que desea es que pueda cumplir con la cuota alimentaria y eventuales visitas para el hijo que tuvieron. Dell quiere enmendarse con el niño y su ex mujer, pero no hay caso, las cosas no le salen bien, o no hace las cosas bien. En una de esas búsquedas “de trabajo”, Dell termina en el penthouse de un empresario y escritor de libros sobre emprendedurismo, Phillip Lacasse (Bryan Cranston), que luego de un accidente durante unas vacaciones quedó postrado de por vida y solo mueve su cabeza. Su secretaria Yvonne (Nicole Kidman) es la que toma las pruebas para el empleo de asistente terapeútico de Phillip, y por supuesto rechaza de plano a Dell. Pero Phillip quiere que sea él, porque no lo trata con misericordia por su estado físico. Lo que sigue es Dell tratando de adaptarse al lugar, y empleador y empleado desarrollando un vínculo de amistad en el cual, supuestamente, ambos aprenden algo del otro. Cambio de filtro y aceite Sí, en líneas generales estamos hablando de lo mismo. Pero nótese las pequeñas pero significativas diferencias: la mansión fue remplazada por un penthouse, y la historia de los dos protagonistas es diferente. Un dato particular: los que hayan visto alguna de las versiones anteriores se preguntarán por qué un papel tan chico y sin peso como el de la secretaria, es interpretado por una estrella de primer nivel como Nicole Kidman. Aquí está quizás el cambio más importante, si bien sigue siendo un secundario, Yvonne gana una importancia en la historia que antes no tenía y se genera algo así como una nueva arista bastante cumplidora. La historia y los hechos fundamentales siguen siendo los mismos. De hecho, conviene no analizarla ni un poco ideológicamente si se la quiere disfrutar. Pero digamos que en esta adaptación de Hollywood se aplica una fórmula básica de las adaptaciones mainstream de productos extranjeros: hacer la cosa mucho más liviana. Lo que en otras situaciones resulta molesto porque pierde peso y trasfondo, acá lo favorece, porque la convierte en una película menos odiosa que las anteriores. Amigos intocables era manipuladora, forzaba todo para caer en golpes bajos y hacernos llorar, todo encajaba como en un inverosímil cuentito de hadas bien pensante. De Inseparables mejor ni hablar, ideológicamente aberrante, torpe narrativamente, maliciosa en cuanto a la construcción de personajes. Por suerte, de la versión de Carnevale es de la que más se aleja. Bryan Cranston vuelve a demostrar que es buen actor y no exagera con la gesticulación de su difícil personaje. No es la mejor actuación de su carrera, pero aprueba holgadamente el desafío. Kevin Hart se desprende de muchos de sus mohines, logrando balancear bien el drama con la comedia, su actuación es quizás la más satisfactoria. Nicole Kidman sabe ubicarse en un secundario, cumple, se la ve natural, y también sabe que su personaje tendrá peso en la historia. En el apartado negativo hay demasiadas cosas dadas por hecho, como si presupusieran que sus espectadores conocen la historia previamente de los otros films. Hay tramos en los que se apura o arroja más datos de los que debió a la ligera. No es un film que busque trascender. Neil Burger demostró que está para cosas mayores, y esto es claramente una propuesta por encargo en la que apenas hace algo correcto. Amigos por siempre no sorprende, se disfruta el rato que dura (eso que es bastante larga), y es menos molesta de lo que pudo ser. Esta vez la ecuación de ir a menos y presentar una simple propuesta pasatista mejora el resultado.
Cine para todos Como todo círculo cerrado, el de les “cinéfilos” suele ser un micro mundo muy particular, con códigos propios y un lenguaje lleno de referencias que puede dejar afuera a todo aquel que no lo comparta. Tal como se plasmaba irónicamente en películas como El crítico o 20000 Besos, el cinéfilo habla permanentemente de cine de modo naturalizado, y más de una vez cree vivir dentro de una película, sin importarle que el “excluido” lo vea como una rara avis. En el otro polo, están los que viven la pasión por el cine como forma de inclusión, los que creen que el cine se comparte con “el pueblo” y traducen su pasión en obras de acercamiento: Daniel Burmeister, el cineasta retratado por Eduardo de la Serna en El ambulante; gente como Fernando Martín Peña y su obsesión por el fílmico y lo popular en Filmoteca en vivo; los creadores de festivales como el Hacelo corto de Saladillo; o la tarea de la DAC llevando cine nacional a escuelas rurales como se ve en El cine argentino va a la escuela. Omar José Borcard claramente entra en esta segunda categoría, y la documentalista Luz Ruciello nos permite conocerlo en su ópera prima Un cine en concreto. El cine de la resistencia Omar es un albañil entrerriano. Pero sería injusto decir que es solo un albañil. Con más de sesenta años, sus riquezas son más de espíritu que económicas. De chico, el cine de pueblo lo ayudó a sobrepasar los malos momentos de bolsillos flacos refugiándose frente a la pantalla. De grande, quiso retribuir ese regalo inconmensurable. Su oficio de albañil lo ayudó a construirse una sala, El Paradiso, y con un proyector ya oxidado sigue proyectando sus películas en fílmico para todo aquel que las quiera ver. Ruciello hace todo lo posible para que adoremos a Omar. De todos modos, la tiene fácil, nuestro protagonista se hace querer y es imposible no tomarle (mucho) cariño desde la primera frase. Como suele suceder con este tipo de documentales que siguen a una vida, a una persona, Un cine en concretoparte de lo particular para ir hacia algo más grande y general, solo que en este caso ese traspaso tendrá que hacerlo el propio espectador desde su análisis; la directora nos da las herramientas. Un cine en concreto no es solo sobre un personaje, si se quiere, pintoresco; es sobre una vida sacrificada pero apasionada. Es sobre el cine, y lo que este significa en las vidas de la personas. El cine como hecho social. También nos habla de los cambios de paradigmas y de la resistencia del formato clásico. El Paradiso puede ya no tener el brillo de otrora y su concurrencia no es la que era, pero Omar no va a claudicar. No entiende cómo la gente dejó de ir a las salas, no le hablen de otra cosa que no sea algo que pueda pasar por su proyector, el fílmico. En el “ir al cine” había una ceremonia, y Omar no quiere que desaparezca. Del dicho al hecho Más que ser un erudito catedrático sobre teorías cinematográficas, Omar vive el cine, aún sin participar en nada que incluya “hacer una película”. Mantiene toda una tradición artesanal en la selección de películas, promocionarlas de un modo cuasi casero, y seguir abriendo las puertas de la sala que él mismo se/nos construyó. Es un modo de compartir no solo con “los que saben y entienden”, sino con la espera de que alguien se acerque y descubra; ir de la palabra a la acción. Un cine en concreto es un documental formal, sin grandes hallazgos estéticos ni narrativos porque no los necesita, el cine le brota a cada cuadro, porque su homenajeado exuda celuloide por todos sus poros. Podremos conocer algo de la vida diaria y la historia de Omar, escucharlo hablar, exponer y dejarnos bien claro qué es lo que, para él, el cine debería ser. En definitiva, Un cine en concreto es un documental sobre el cine desde lo más profundo, desde la pasión y las locuras hermosas que nos lleva a hacer, y la garra que le ponemos para que el fuego de la pasión no se apague. Si quieren entender a qué nos referimos cuando hablamos de la ceremonia del cine, imposible de repetirla viendo algo en casa, Luz Ruciello nos regala la clave.
Mezcla de terror, suspenso, e intento de drama, "No mires", de Assaf Bernstein, causa menos pavor que risas involuntarias. En aquella subvalorada joya de Disney, "Mulan", su protagonista nos cantaba en la voz de Christina Aguilera “Who is that girl I see staring straight back at me? When will my reflection show who I am inside?” (¿Quién es la chica que veo parada frente a mí? ¿Cuándo mi reflejo mostrará quién soy por dentro?). Exactamente veinte años después de aquel 1998, ese estribillo podría resignificarse en la sufrida y cancina voz de la protagonista de No mires. Ella es Maria (India Eisley), una adolescente que sufre, eso es lo que subraya una y otra vez el guion. Cual si fuese un capítulo de La rosa de Guadalupe, o cualquiera de las ficcionalizaciones de un programa evangelista, Maria vive deprimida, y sumida en una timidez y negrura que no la deja reaccionar. No conecta con sus compañeros de colegio que oscilan entre ignorarla y hacerle bullying. Con sus padres la cosa no es mejor. Su madre (Mira Sorvino) tiene sus propios asuntos que resolver y mantiene una irritada relación con María. Con su padre (Jason Isaacs), la cosa es bastante más turbia, parece protegerla, pero… María da todos los síntomas de tener graves problemas psicológicos para relacionarse y expresarse, pero claro, nadie la escucha. Un buen día, lo que tenía que suceder, sucede. María escucha voces en su cabeza que reprime, siente que su reflejo en el espejo actúa de forma independiente, y llegado el momento sucederá el cambiazo. María queda atrapada en el espejo, y en nuestro plano surge Airam (sí, leyeron bien, es María al revés, como Drácula y Alucard) la contraparte de María, todo lo que María no es. De golpe, esa adolescente retraída, se convierte en una chica provocadora, sexy, y desafiante. "No mires" pudo ser una comedia (bueno, en cierta e involuntaria forma lo es), pero no. Airam se pone muy extrema, y no temerá en asesinar si es necesario para lograr sus fines. El guion del también realizador Assaf Bernstein puede recordar a películas ochentosas como "Christine", "La llamada del diablo (976 Evil)", y por supuesto la saga "El Espejo" ("Mirror, mirror" 1 & 2); pero en todas aquellas (por favor no mancillemos el clásico de Carpenter) existía una auto consciencia de ser una película de estilo clase B, libérrima, y con la diversión absurda como objetivo principal. Por el contrario, "No mires" pretende tomarse en serio, es oscura, densa, y con una gravedad inusitada en sus diálogos. Por supuesto, lo único que logra es ser una exquisita comedia involuntaria, o un digno exponente del consumo irónico. Las situaciones se ponen cada vez más ridículas y fuera de lógica, hay determinadas escenas que deberían considerarse clásicos instantáneos del placer culposo. India Eysley, hija de la argentina Olivia Hussey, demuestra una incapacidad absoluta para expresar algo. Lo suyo recuerda a la mediática Karina Jelinek pasando de “cara de mala”” o “cara sexy” sin cambiar nada en absoluto. No puede componer bien un personaje, y debe componer dos contrapuestos. Carita de pato para todo, haciendo quedar a las recordadas gemelas buena/mala de Andrea del Boca como hitos de la gran interpretación. Mira Sorvino termina de arrojar su Oscar por la ventana y transita por la película a los gritos, hieráticamente. Peor le va a Jason Isaacs que se esfuerza en demostrar que es buen actor (como siempre), pero debe lidiar con la línea narrativa más incoherente, no se entiende qué es lo que sucede con ese personaje. Pensada como telefilm, extrañamente esta película llega a nuestra cartelera, lo cual no hace que mejore su calidad. Su realizador israelí, debutante en EE.UU., no hace nada por mejorar el promedio, todo se ve gris, azul, con apenas destellos de rojo para marcar la diferencia. Como si los diálogos no fuesen lo suficiente subrayados sobre todo lo que les pasa a los personajes, el lenguaje visual también es de por más obvio. Mejor ni hablemos de los abundantes problemas de continuidad. Sus hora y cuarenta y tres minutos pueden hacerse eternos. La única solución que nos queda es comenzar a reírnos, y con ganas. Todos es tan ridículo, tan estúpidamente presentado, que la risa brota sin mayores esfuerzos, contraponiéndose al aburrimiento general de la propuesta. "No mires" termina pareciéndose a ver un show de bloopers o los cásicos videítos con filmaciones caseras fallidas online, nos reímos culposamente de la desgracia. Una niña buena, y una niña mala; una película aburridísima, y una divertidísima comedia del desastre. Las dos caras de un mismo espejo...
Contrariando cualquier moda, "El regreso de Mary Poppins", de Rob Marshall, es una oda al musical más clásico y puro, con una Emily Blunt que brilla. El género musical debe ser la representación del Ave Fénix en el cine. Vive de picos de auge a prontas caídas, y cuando parece que ya está dejando de ser tendencia, vuelve a renacer. El año pasado tuvo un glorioso retorno con el exitazo de "El gran Showman", película que no tardó en convertirse en un clásico instantáneo. ¿Cuál fue el secreto del film protagonizado por Hugh Jackman? La reversión del clásico musical con canciones originales en clave pop, hiper pegadizo, y cuadros musicales cercanos al videoclip. Claramente una adaptación del género a los tiempos que corren. Exactamente un año después llega "El regreso de Mary Poppins", y los caminos eran dos. Perfectamente podía subirse a la nueva ola, intentar llegar a las nuevas generaciones con el estilo de "Glee" en la pantalla chica y "El gran showman" en la grande; o volver a los orígenes y ser fiel a su procedencia. Debimos adivinarlo cuando el director escogido fue el experto en musicales Rob Marshall (Chicago, En el bosque), "Mary Poppins..." no solo toma, abraza el segundo camino; apegarse al clásico como si el tiempo no hubiese pasado. Algo similar había sucedido en otro género cuando en 2006 Bryan Singer presentó Superman regresa. Contrariando toda moda, su hombre de acero tomaba cosas del film de Richard Donner, y de los cortos animados de Max Fleischer realizados en los años ’40. En ese entonces las aguas se dividieron, y es probable que esto vuelva a ocurrir. ¿"El regreso de Mary Poppins" es un film fácil de vender? No, pero eso no afecta a su maravilloso resultado. La historia es tan sencilla como práctica, y sirve para poner a todos otra vez en marcha. Michael (Ben Whishaw) y Jane (Emily Mortimer), crecieron. Michel es viudo y tiene dos hijes. Los problemas comienzan cuando producto de una crisis financiera, Michael está por perder la casa familiar en la que ahora él vive junto a sus hijes. Un prestamista (Colin Firth) está dispuesto a rematar la vivienda con tal de cobrar su hipoteca, y cuenta con la asistencia de dos empleados, uno más decidido que el otro. Todo se vuelve un caos, Jane tampoco sabe cómo ayudar, Michael se desborda entre los problema de dinero y su situación de estanco emocional que complejiza la crianza de los niños. Cuando se dice caos, ya se sabe quién viene a ayudar. Nuevamente desde el cielo con su paraguas, llega Mary Poppins, que ayudará a Michael y Jane a criar a los niños, hallar el lado positivo de la vida, y encontrarle solución a todos los problemas. Todo es cuestión de creer, cantar, y bailar. Entre todo el asunto, el farolero Jack (Lin Manuel Mitranda) se amalgama en la historia y en la vida de los personajes como guía al espectador. El guion de David Magee y la puesta de Marshall (que realiza, quizás, su mejor labor) se estructura a través de cuadros bien diagramados. Una vez que Poppins arriba llevará a toda la troupe a un recorrido que presentará distintos personajes en busca de una solución. Los musicales de Disney de los años ’60 son todo un subgénero aparte dentro del musical, y "El regreso de Mary Poppins" no pretende apartarse de ellos ni un poco, es un way back absoluto. No falta nada, las canciones de corte clásico, como salidas de una pianola; la colorida y amable animación 2D fundida en el live action; el tono naif tanto en la historia como en la elección de vestuario, escenografía, y fotografía; el positivismo a ultranza. Las canciones, propias de un musical clásico, se funden en una puesta de estilo teatral inmensa, a todo trapo, al mejor estilo Broadway brillante. La novedad de los efectos digitales serán utilizados a favor de la estética para que parezcan artesanales. Todo encaja sin salirse ni un milímetro. Emily Blunt se come la pantalla. Julie Andrews será recordada siempre como aquella Mary Poppins amable y dócil. Pero desde su primera escena, Blunt es Mary Poppins y logra que no extrañemos a la original. La hace suya, es más cínica y apegada a la novela de P.L. Travers. La mirada pícara, cuasi endiablada de la actriz de "Un lugar en silencio", le viene perfecto a este personaje. Andrews y Blunt cada una son Mary Poppins, no se pisan, y tienen su lugar en nuestros corazones. Lin Manuel Miranda por fin tiene su gran oportunidad en la pantalla grande, y la aprovecha. Si el género regresa a la gloria, puede catapultarse como estrella fuerte. A Colin Firth se lo aplaude, siempre. Su viillano es tan odioso como querible, dignísimo de esta propuesta. Whishaw y Mortimer (que no terminamos de entender por qué nunca despegó de los secundarios) también están muy bien el lo suyo, al igual que les niñes, adorables. También está Julie Walters, divertidísima; y la gran Meryl Streep tendrá su cuadro propio, quizás el mejor de la película. Esperen a ver a Dick Van Dyke y Angela Lansbury, es lo gloria. Todo es una fiesta. "El regreso de Mary Poppins" es una film infantil, quizás para los niños de aquella época que ya no es la actual. En todo caso, toma el riesgo, y plantea el por qué no se puede llevar aunque sea por un rato a les niñez, nuevamente al terreno de la pura inocencia. Luego de que los productos infantiles transitaran un camino árido en el que a base de humor pop moderno se presentó el desangelado mensaje de no creer en cuentos de hadas, "El regreso de Mary Poppins" nos dice que quizás no sea tan tarde. Aún si la película es difícil de vender al público infantil actual, el consumidor del musical clásico, que los hay, se sentirá a sus anchas, y por dos horas diez minutos, sentirá que le están devolviendo la magia que anhelaba. Si lo pensamos un segundo, la película tiene como regalos a Van Dyke, Lansbury, Streep y Walters; ni a una estrellita joven de Disney Channel. Podemos decir que esta película es puro ritmo, agilidad, sin ser un torbellino, gracia, dulzura, y desborde de carisma. Al salir de la sala la sonrisa de oreja a oreja perdura por un rato largo y dan gana de, camino a casa, cruzarse con alguna flor o pajarito de animado color pastel ¿Tarea cumplida? ¡Oh sí!
Secuela del éxito de 2015, y octava entrega de la franquicia Rocky, "Creed II", de Steven Caple Jr., apuesta a la emoción y sale triunfante. Muchas veces se asoció a la historia de la franquicia Rocky con la historia de la propia sociedad de Estados Unidos. El caído que se levanta una y otra vez, la guerra fría, el resurgir de las cenizas, bajar de la arena del ring para dar pelea en la calle, enseñarle la lucha a una nueva generación. De ser así, esta "Creed II", nos habla de las segundas oportunidades, siempre apostar por el de abajo, y no depositar las frustraciones en los triunfos o pérdidas momentáneos. Con Creed habían logrado trasladar una franquicia propia de una década a un estilo actual. Aquel film de 2015 podía ser disfrutado tanto por los seguidores de la saga, como por alguien que apenas supiese quienes eran Rocky y Apollo, manteniendo la mística dentro de un estilo ágil y moderno. "Creed II" redobla la apuesta ¿Cómo seguir la apuesta? ¿Ganaría el espíritu de la saga o el nuevo estilo impuesto por Creed finalmente haciendo un corte definitivo? Buenas noticias ochenteros, en "Creed II" la pulseada la ganó el peso de la saga. Ya trajimos de nuevo a Rocky, y reivindicamos a Apollo a través de su hijo Adonis. ¿Qué nos podría ofrecer una nuevo entrega? Revivir el que quizás sea el enfrentamiento más mítico. EE.UU. vs Rusia, Rocky Balboa vs Ivan Drago. El guion de Cheo Hodari Coker, Sascha Penn, Juel Taylor, y el propio Stallone, pudo haberse quedado en poner a Ivan Drago como un mero gancho, un dulce, para volver a contarnos la misma historia. Pero no, desde la escena que abre el film con su presencia, veremos que Drago obtiene el peso que se merece un personaje fundamental. En la ahora dividida Unión Soviética, más precisamente en Ucrania, se encuentra Ivan Drago (Dolph Lundgren) junto a su hijo Viktor (Florian Monteanu). Lejos quedaron los brillos y la grandeza pasada. Ivan vive bajo la sombra de la derrota, y su gloria fue sepultada luego de aquella derrota frente a Balboa. Ivan recuerda su cuarto de fama cuando venció y mató a Apollo en el ring. En ese momento era la figura emblema de su país; un país que luego no le perdonó el fracaso. Todas sus frustraciones las carga sobre su hijo, que para nada vive como el heredero de una gloria del box. Son obreros esperando una mínima chance de robarle una revancha a la vida. Del otro lado del mundo y del destino se encuentra Adonis (Michael B. Jordan) disfrutando de las mieles del éxito. Todo le sonríe, sostiene el título de campeón, está por casarse con su mujer Bianca (Tessa Thompson), y hasta se anuncia la llegada de la descendencia. Pero siempre el diablo mete la cola. Un oportunista productor quiere revivir aquella pelea, a los Drago los convence de inmediato, y con Creed hará un fino trabajo de despertar el rencor por la muerte de su padre. Aunque todos le aconsejen que no lo haga, Adonis no podrá luchar contra su ego, y aceptará el desafío. Como en la anterior entrega, Rocky (Sylvester Stallone) sigue siendo el sabio consejero de la experiencia de Adonis, pero adquiere mucho más peso y protagonismo que en el film anterior. Creed II despliega varios arcos dramáticos simultáneos, y apunta a la emoción directa. No se ahorra ni un golpe bajo, ni pierde el tiempo en disimularlos. Pero tiene la capacidad de colocarlos justamente, en un encastre fundamental. Lejos de perturbar y entorpecer, estos golpes bajos funcionarán como emoción genuina, espontánea, y valedera. Refuerzan la propuesta del film. El mejor arco dramático será el de Ivan y su hijo. A través de ellos funcionará un espejo en el que el resto se puede reflejar como una contraparte. Las mieles de uno serán el rencor del otro. Pero también las mieles de uno fueron construidas en base al fracaso del otro. Lejos de la obvia lectura propagandística de aquella "Rocky IV", la posible lectura política de "Creed II" es más amplia y profunda, revuelve el pasado y el presente. Hay guiños y regalos para todos, escenas en las que nos sorprenderemos, aplaudiremos, sonreiremos (el humor funciona muy bien), y sí, lloraremos. Los fans se sentirán en casa. El corte de Steven Caple Jr. es más clásico que el entregado por Ryan Coogler en "Creed". De aquí se despliega que esta entrega es más deudora de las seis Rocky, que de Creed. Se abandonó el montaje ligero, videoclipero, y casi bombástico; para volver al Hollywood clásico de las épicas de ciudadanos comunes. De aquel que muerde el polvo y se levanta con un buen leit motiv sonando de fondo. Michael B. Jordan hace crecer a Adonis, lo hace más humano sumándole capas. En eso tendrá mucho que ver Tessa Thompson como Bianca, que deja de ser un mero romance para transformarse en la Adrian de esta nueva era, el apoyo emocional de Adonis. Stallone ya no sorprende, sino que confirma que sabe actuar, o hacer de sus falencias y ese hablar trabado, un elemento a favor. Esta nueva postura del experto que ya está de vuelta y busca su propia redención le queda muy bien. Dolph Lundgren es otro que aprovecha toda su rigidez y dureza y lo hace a favor del personaje. Ivan es pura frustración y rencor. Lo mismo sucede con Viktor, que casi ni habla en toda la película, y carga con culpas que ni son propias. Ambos expresan desde las miradas y esos (no) gestos. Como ya lo sabíamos desde la primera entrega allá por el ’76, "Creed II" es más que una película de boxeo, es un drama de personajes que buscan su lugar en el mundo mediante las piñas. Con la emoción a flor de piel, esta secuela supera a su predecesora y es una digna heredera del legado. Para los viejos, para los nuevos, "Creed II" marca el camino de lo que está bien.
Apoyada en una gran actuación de Nicole Kidman, "Destrucción" de Karyn Kusama, es un thriller dramático algo inconsistente en su progresión. Temporada de premios. Comienzan a correr los títulos que se la juegan el todo por el todo para lograr estar ahí, entre los anuncios de nominaciones y colocar la referencia en el afiche como gancho para el público interesado. Se sabe, hay películas que están pensabas estratégicamente para ser consideradas por las academias e instituciones. "Destrucción", la nueva película de Karyn Kusama parece ser una de esas. Claramente estamos frente a algo que pone todo su foco en un elemento, la actuación de su protagonista. Nicole Kidman tiene experiencia en esto. Digna de una belleza nata, es capaz de hacerse todo tipo de reformas, de cambiar no sólo su fisonomía, sino su andar y su actitud frente a las cámaras, para pasar de ser una trepadora mosquita muerta, una reina del cabaret, una ama de casa modélica de los suburbios, a Virginia Wolf. En 2003, una de esas modificaciones, implante nasal de por medio (y más que nada), le valió la ansiada estatuilla del Oscar a la mejor actriz. En "Destrucción", Nicole vuelve a cambiar, es Erin Bell, una agente de la policía que en la primera escena ya la veremos hacer honor al título, está destruida. En la soleada Los Ángeles aparece un cadáver al costado de la autopista, con un curioso tatuaje en la nuca, y pocas pistas sobre el homicida. En el lugar se hace presente Erin, que nada tiene que hacer ahí, está desafectada y claramente su aspecto y sus modos no son los mejores. Sin embargo, Erin se interesa de inmediato, hay algo en ese cuerpo que le hace pensar que el crimen se relaciona con un caso central en su vida. Comienza a mover sus influencias, no siempre del modo más correcto, ni sus contactos más santos, para iniciar una investigación paralela. Mediante una serie de flashback, y viajes ida y vuelta al presente, iremos conociendo qué pasó con ella, siempre relacionado al caso en cuestión. Sabremos que Erin participó en un operativo como agente encubierta, infiltrándose en una banda delictiva relacionada con el narcotráfico y los grandes robos. El resto, será mejor verlo en pantalla. Karin Kusama tiene experiencia en retratar estos personajes femeninos con un pasado a cuesta y que la pelean con más (Aeon Flux) o menos glamour (Girlfight), y que utilizan los cambios radicales como señal de lucha. Pero el guion de Phil Hay y Matt Manfredi falla a la hora mezclar el thriller con la vena dramática. A diferencia de "Girlfight", la mejor obra de Kusama, "Destrucción" se siente contenida en cuanto a la sensibilidad de su tratamiento. Posee una pátina seca que la hace impenetrable, y distancia al espectador de la necesaria empatía con la protagonista. Ni siquiera genera una anti empatía, un rechazo que nos haga comprenderla; logra distancia. Por otro lado, el thriller pierde fuerza por su estructura fragmentada que esconde una historia algo débil y ya vista en otras oportunidades. Sobre todo en un menospreciado film de los noventa, imposible de adelantar cuál es sin considerarse un spoiler. Su duración que traspasa (apenas) las dos horas, se hace innecesariamente larga. Con una primera hora lenta, en la que es poco lo que sucede, y tampoco presenta demasiado a sus personajes más allá de su protagonista, a quien ya nos pintaron con la primera escena. Sobre el final apura sus resoluciones, y presenta una sorpresa, o vuelta de rosca, que alguien más o menos avispado pudo adivinar a los pocos minutos de iniciado el asunto. Hay una película interesante dentro de Destrucción, pero da la sensación que ni desde el guion, ni desde la puesta fría de la directora hacen demasiado para aportar lo necesario y llevar a buen puerto. Se puede decir que este film, es un festival de Nicole Kidman, ella se luce, y a diferencia de "Las horas", es más que una prótesis. Pero con eso no alcanza, el resto del elenco no la acompaña en nivel, y el sustento para contenerla apenas si estimula para terminar de verla.
La nueva película M. Night Shyamalan, "Glass", ¿cierre? de la trilogía iniciada con "El protegido", no sólo está a la altura de las circunstancias, redobla la apuesta con una gama de aristas variadas, y un planteo de múltiples análisis. Pocas carreras han dado tanta tela para cortar como la de M. Night Shyamalan. Del batacazo de su ópera prima, al cine de género personalísimo, la fuerte caída, y el resurgir de las cenizas. El final de "Fragmentado" fue uno de los más comentados de los últimos tiempos, haciendo lo que ya a esta altura ni es un spoiler, linkear aquel film con una de sus películas más celebradas y de culto, "El protegido". ¿Era sólo un guiño, un gancho, o realmente estaba la idea de continuar ambas historias unificándolas? Lo cierto es que el clamor se hizo oír, esta tercera parte, se hizo necesaria. "Glass" se convirtió en una de las películas más esperadas desde aquel 2016. Saber si la idea original de Shyamalan era hacer esta película, o dejarlo todo en esa única escena, era fundamental para saber si "Glass" sería sólo un aprovechamiento comercial “por obligación”, o si realmente estaba el deseo artístico del creador. Sea como sea, tres años después, "Glass" supera todas las expectativas. Todo comienza inmediatamente después de Fragmentado. Se inicia una captura de Kevin Wendell Crumb (James McAvoy), y David Dunn (Bruce Willis) asume la responsabilidad como protector social de capturarlo. Mediante un indicio logra dar con su paradero en una fábrica, y es así como Kevin es capturado. Pero esto recién empieza. La figura aglutinante de esta entrega es la Dra. Ellie Staple (Sarah Paulson), una psiquiatra especialista en delirios de megalomanía, que desarrolla un estudio alrededor de aquellos que se creen superhéroes, o seres con algo superior al resto de los humanos. Ella se encarga de Kevin, y también de David, el cual, al presentarse como superhéroe, será internado y tratado. La frutilla del postre será que en la misma institución se encuentra otro paciente de Staple, Elijah Price (Samuel L. Jackson), en estado catatónico. Habrá que tener paciencia. De sus casi dos horas y diez minutos, Shyamalan le destina más de tres cuartas partes a crear algo similar a un caldo de cultivo. Va preparando la escena, nos introduce muy lentamente, a algo que sabremos, va a llegar. Pero ahí está el engaño principal que el realizador nos tiene preparado. Como decía el leit motiv de "Cars","Glass" nos hará disfrutar más del viaje que del destino final. Siempre se supo que el director de "Sexto sentido" es un admirador de Hitchcock, y aquí lo demuestra con un alto nivel de tensión que no afloja, y que nos mantendrá atentos en cada minuto de su duración. Siempre estaremos sintiendo que está pasando, o está por suceder algo. Cada personaje tiene su línea argumental propia, y tendrá su rato de protagonismo. La estructura que creo Shyamalan, nuevamente es la de un complejo rompecabezas en la que cada pieza conecta a la perfección, y nos hace pensar que desde que hizo "El protegido" allá por el 2000, ya tenía todo pensado. No es común encontrarse con un film pensado para el público masivo, el taquillazo, con tan complejo nivel de análisis como lo es "Glass". Aquí tenemos varias películas en una, y cada una con un planteo distinto. Cual caja china, o muñeca mamushka, todas encajan dentro de la otra, y cierran herméticamente, y a su vez permiten que despleguemos un juego que sea diferente depende cómo lo agarremos. Aquí la cuestión será desgranar qué es lo que nos hace únicos y especiales, de dónde salen nuestros poderes. Como si fuese un duelo entre el "I need a hero" de Bonnie Tyler y el "We Don't Need Another Hero" de Tina Turner, la película plantea la necesidad de la sociedad de crear estos personajes para tener una esperanza, y a su vez de crear a los villanos para ponerle un rostro al mal. La figura del excluido que siente la necesidad de crearse un personaje para subsistir, la supremacía del individualismo o del actuar en conjunto (el héroe colectivo), y la posibilidad – o imposibilidad - de introducir un control: Todo ello está presente en esta película que no para de introducir teorías diferentes. Shyamalan se luce como un gran director de actores, la interacción entre todos es perfecta, y la química fluye en general. McAvoy logra lo impensable, superar lo que hizo en "Fragmentado". Ya sin el peso de la sorpresa, acá estamos esperando que nos muestre varios personajes en uno, y lo hace, pero además, los intercambia a cada segundo, y contagia de frenesí a la platea. Bruce Willis demuestra por qué es uno de los duros más queribles. Es puro carisma y sensibilidad. El mayor arco dramático pasará por su personaje, y esa pesadumbres que lo caracteriza. Samuel L. Jackson tiene dos etapas bien diferenciadas, y en ambas se luce de gran modo. Es quizás una de sus mejores actuaciones. Los secundarios de Sarah Paulson (casi protagónica), Anya Taylor-Joy, Spencer Treat Clark, y Charlayne Woodard, no bajan para nada el nivel, al contrario lo elevan. Técnicamente un encanto. Con una gran fotografía de juego de colores, y encuadres perfectos, un uso correcto del montaje, y una banda sonora que acompaña siempre sin pisar ni subrayar. No esperen de "Glass" una película de superhéroes, porque no lo es. Es una película de humanos, de seres de carne y hueso que buscan el modo de crearse algo, un alter ego para subsistir. Shyamalan lo hizo otra vez. Lejos quedaron sus sombras. No hay dudas que se trata de un creador nato.
La nueva película de Ana Katz, "Sueño Florianópolis", es otra aguda y amarga mirada a los conflictos de pareja y el sentido de las palabras familia y matrimonio. Lucrecia, Pedro, Julián, y Flor, van por la ruta a bordo del desvencijado auto ¿El destino? Florianópolis ¿El destino? Revivir un viaje hecho en el pasado. "Sueño Florianópolis" es la quinta película de Ana Katz, por lo que ya sabemos, estas no serán las jocosas vacaciones de una familia feliz. Katz posee una interesante habilidad para retratar rutinas y encontrar en ellas las particularidades que distorsionan la tradicionalidad. Eso de que cada familia es un mundo, y uno bastante podrido. Podemos decir que este es el film de Katz que más se asemeja a su celebrada ópera prima "El juego de la silla". Quizás sea porque nuevamente habla de lo intra familiar, de lo cotidiano frente a un suceso particular, esta vez, un viaje a las costas brasileras. Lucrecia (Mercedes Morán) y Pedro (Gustavo Garzón) viajaron hace años a Florianópolis, y tienen el recuerdo de unas vacaciones soñadas; aquello que ahora buscan revivir. Pero hay una diferencia fundamental, ese matrimonio ahora está separado. Juntaron a sus hijos para pasar una temporada veraniega en familia, pero en Buenos Aires siguen siendo esos psicoanalistas que ahora ya no conviven como matrimonio. Este Florianópolis definitivamente es otro, simplemente porque aquel idilio terminó, quizá sea oportunidad para crear otro, o no, encontrar algo que quedó allí y retomarlo ¿Será para eso que viajan hasta tierras extranjeras? Lucrecia y Gastón son distintos e iguales. Ninguno sabe bien lo que quiere, sufren todo tipo de crisis, de pareja, de edad, de corazón, y también de paternidad. Ninguno sabe bien cómo comportarse frente a sus hijos, que según la óptica de ellos, se están descarriando. ¿Es la crónica de una familia desgranándose? Para llegar a la casa de Florianópolis deben atravesar un río a pie, y quizás sea como el portal para marcar un antes y un después, un aquí y allá. Si esa familia se desgrana ¿quién recogerá las partes? Lucrecia y Pedro hacen contacto con un matrimonio brasilero que les alquila la casa, Marco (Marco Ricca) y Larisa (Andrea Beltrao), quienes casualmente se encuentran en la misma situación de ellos, como un matrimonio divorciado que comparte. La diferencia, ellos parece que ya atravesaron una etapa que Lucrecia y Pedro todavía tienen en veremos. La mirada de Katz está lejos de ser un drama pesado. "Sueño Florianópolis" es una comedia dramática de pequeños grandes momentos, su humor es permanente, pero nunca exacerbado. Katz nos acostumbra a reírnos de los hechos que cualquiera podemos haber pasado, de nuestras miserias sin necesidad de presentarse en el grotesco. La vena dramática surgirá espontáneamente, como la vida misma que está cargada de lo uno y de lo otro, simultáneamente, todo depende de cómo lo miremos. ¿Hace falta decir que Morán y Garzón son excelentes intérpretes? Sabemos que Katz es una gran directora de actores, acá hace fluir una química natural entre los cuatro integrantes de la familia, y este matrimonio que viene de afuera. La mirada del film es femenina, porque Katz es mujer, y porque pareciera siempre tener la óptica de Lucrecia. Morán compone desde lo que sabe hacer, y no necesitamos más, es fácil ubicarse en su lugar y acompañarla. Pareciera que las grandes escenas, los grandes momentos de composición le brotan sin mayores esfuerzos. Garzón se gana su espacio, no es para nada un secundario, Pedro no gira alrededor de Lucrecia, tiene su polo propio, y en él, el actor de "El fondo del mar" se luce. Al igual que Morán, actúan con naturalidad, y le creemos ese matrimonio, y el desgaste que cada uno presenta. Los jóvenes Joaquín Garzón y Manuela Martinez también tendrán sus momentos. Un detalle, "Sueño Florianópolis" se ambiente en los años ’90. En lugar de cargar todas las tintas sobre un pesada recreación de época, Katz lo pone en detalles, y prefiere centrarse más en actitudes y diálogos propios de esa década. "Sueño Florianópolis" tiene también una lectura social, la de los sueños pinchados, la de la generación de sueños rotos, la de aquella que aún se aferra a pequeños cotillones como pegarse un viajecito a Brasil. No por nada, el Brasil de Katz está lejos de ser el de las arenas blancas, el sol penetrante, los fuertes colores, y la alegría sin fin. Si nos descuidamos, su Florianópolis parece cualquier localidad costera local, y no de las más top… pero nos fuimos a Brasil. En 2018, Morán nos decía edulcoradamente junto a Ricardo Darín que al amor había que pensarlo menos y sentirlo más. Quizás sin proponérselo, esta Morán le contesta a aquella, y como buena psicoanalista le dice que no, que tampoco es cuestión de llevarse por los impulsos; hay que pensar bien antes de actuar y arrepentirse cuando ya sea tarde ¿Será cuestión de balancear corazón y mente? "Sueño Florianópolis" es otra poderosa entrega de una directora inquieta, curiosa, y sobre todo vital. Ana Katz es muchas mujeres en una, pero sobre todo es única.
Pensada para el publico comiquero, "Spiderman: Un nuevo universo", de Bob Persichetti, Peter Ramsey, Rodney Rothman; cae en las propias trampas de su planteo; una mezcla de universos que no la favorece. El vampiro se caracteriza por morder a sus víctimas, chuparles la sangre, y casi inmediatamente, vampirizarlos, transformarlos en uno más de la manada. Algo así podríamos decir de Marvel Studios/Disney, en donde mete la cuchara, vampiriza. Luego de los resultados financieros no muy alentadores de ambas "The Amazing Spiderman", el estudio dueño de la franquicia "Avengers" vio la posibilidad de llegar a un acuerdo para poder hacerse con los derechos de los personajes. Los resultados en el cine hasta ahora fueron las participaciones de Spidey en "Capitan América: Civil War" y "Avengers: Infinity War", y la magra "Spiderman: Homecoming". La llegada de "Spiderman: Un nuevo universo" significan el siguiente capítulo, o más bien algo paralelo; y sí, la teoría se reconfirma. Basada en la serie limitada de comics iniciada en 2014 "Spider-Verse", o Universo Araña, "Spiderman: Un nuevo universo" lleva todos los códigos del mundo Marvel cine, ahora a la animación. Este film co-dirigido por los nóveles Bob Persichetti, y Rodney Rothman; y Peter Ramsey ("El origen de los guardianes"), se presenta con varias novedades a modo de “gancho”. En principio, la posibilidad de ver varias “realidades alternativas” de Spiderman confluyendo en un mismo universo. Segundo, y lo más problemático, un estilo de animación ecléctico que intenta imitar al comic, y mezcla diferentes técnicas, supuestamente. En realidad, lo que veremos, en gran parte, es otra vez la misma historia contada desde una “perspectiva” o realidad distinta. Miles Morales es un adolescente con ascendencia afroamericana y latina, con una gran capacidad tanto artística como intelectual/científica, pero que vive opacándose para pasar desapercibido. Es hijo de un policía que no lo comprende, y espera que él despliegue todo su potencial; y sobrino de un ingeniero más outsider con el que congenia mejor. Por supuesto que papá y tío no se llevan bien. Todo va por los caminos más o menos tradicionales, a Miles lo pica una araña, pero que no sabemos bien de dónde vino, comienza a experimentar sensaciones y poderes extraños (a los conocidos le suma invisibilidad); y ocurre un suceso relacionado a Spiderman. Sí, porque Spiderman ya existe en este Brooklyn. Con esto, ya se nos fue la mitad del film. Lo que sigue ser la presentación de los universos paralelos, en los que cada uno contará con un Spiderman bastante diferente, y que algo tiene que ver la araña que picó a Miles. Todos confluyendo en el plano de Miles… pero ya es mejor que eso se descubra viéndola. La adaptación del comic en el guion corre por cuenta de Phil Lord, el responsable de ambas "Lluvias de hamburguesas" y La película de "Lego"; ahí empezamos a entender el asunto. Al igual que estas, "Spiderman: Un nuevo universo" tiene un ritmo acelerado, frenético, por momentos histriónico; a lo que le suma un tono bombástico, y una necesidad de sumar elementos, e ir del tono serio a la inserción de humor. Todo sin parar un segundo. En el mundo del comic, entre viñeta y viñeta, hay algo de acción narrativa que el espectador debe llenar “con su imaginación”. Cosa que en plano de “las artes vivas o animadas” no ocurre, salvo en una elipsis o en un montaje videoclipero. Con la intención de trasladar la esencia comiquera, "Spiderman: Un nuevo universo" hace abuso de esto, y constantemente se pasa de un plano al otro, de un estilo al otro. Hay diálogos y a la vez los típicos cuadritos con texto de las historietas (que más de una vez repiten lo mismo que los diálogos). Los golpes se ven en las batmanizadas letras ¡Pum! ¡Kazam!, ¡Caboom! y/o en la acción arrolladora. La “cámara” puede pasar de los primeros planos estáticos, a un cuadro en el que todo es movimiento. El tono maneja tramos de un film de aventuras adultos, con remates humorísticos gastados, y poco eficaces, propios del terreno infantil. Nunca define una dirección. En cuanto a la animación, no puede negarse que es novedoso, por lo menos en la pantalla grande. Novedoso no significa que esté bien. En el mismo plan de querer imitar a un comic (¿supongo?), "Spiderman: Un nuevo universo" no amalgama bien los diálogos con la animación gestual de por más tiesa, similar a una introducción de videojuegos. Las voces se escuchan, pero no van acorde a la animación, generando una sensación extraña. Más extraño aún es ver fondos distorsionados como cuando vemos una película para lentes 3D, sin los lentes 3D; o el aleatorio recurso de glitch multiuniverso de un modo convulsivo, perjudicial a la vista hasta que nos acostumbramos. Es tanto lo que se muestra, tantos los estilos, la información que se arroja a la retina, que simplemente no sabemos hacia dónde ver, y todo pasa como una alocada montaña rusa sin rumbo. El ritmo narrativo frenético de Lord había funcionado bien en las anteriores películas, porque sus bases eran sencillas, y el frenesí era presentado como un juego caricaturesco. Acá el frenesí es el típico de los films de Marvel, utilizado para cubrir baches por todos lados, y apostar a un espectador que no puede disfrutar de algo sin que sea acelerado. Los personajes no se desarrollan bien. La teoría de los distintos universos nunca queda bien explicada, y menos el por qué de la confusión. Los villanos, varios, están todos acoplados y sin el menor peso… y esperen a ver cómo se los sacan de encima. Para remate, hay una revelación hacia el final, demasiado evidente desde los quince minutos de película. "Spiderman: Un nuevo universo" plantea la coexistencia de universos alternativos y el choque de ¿todos? en uno en particular. Curiosamente, su problema pareciera ser ese, mezclar diferentes universos, el comic, el cine, el drama adulto, la comedia, la animación, los videojuegos; y hacerlos chocar en algo confuso, pastoso, y demasiado extraño (para mal) a la vista. Hay referencias pop a lo pavo, falta total de épica, clichés a la cultura moderna, mensaje que parecesalido del peor capítulo de Glee, y personajes completamente unilaterales. Lo peor del universo Marvel Studios está aquí, y sin embargo, a la hora de hacer referencia al Spiderman del cine, las referencias apuntan al previo, al mejor, al de Sam Raimi; por algo será.
Casas rodantes Basada en la novela homónima de Phillip Reeve escrita en 2001 (que forma parte de una serie de cuatro, conocida con el mismo título o Hungry City Chronicles), Máquinas mortalestiene todo desde su premisa para ser una propuesta que lo rompa todo. Hablamos de un futuro post apocalíptico, con estética cercana al steam punk, guerra de bandos enfrentados, y la peculiar idea de ciudades enteras montadas sobre ruedas, o flotantes. La creación de Reeve es de esos textos que desde su aparición parecía tener destino cinematográfico, cada descripción era para imaginársela plasmada en la pantalla. Para esa misión aparecieron Peter Jackson, Philippa Boyens, y Fran Walsh; un trío al que se le debe grandes cuotas de tanques en lo que va del Siglo XXI. A falta de poder continuar con el mundo de los hobbits, elfos y demás criaturas de Tolkien, el camino parece ser emprender una nueva serie de libros. ¿En qué se diferencian aquellas películas de El señor de los anillos/El Hobbit a esta Máquinas mortales? La diferencia es tan simple como sustancial. Ambos mundos se ven fastuosos y se nota una gran carga de producción en cada una de las películas. Todo se ve majestuoso, gigante. Pero en las dos trilogías anteriores se encontraba detrás de cámara el propio Peter Jackson, y en este caso (por más que desde las publicidades se intente vendarla como un film del director de Braindead), esa tarea recae en el operaprimista Christian Rivers, proveniente del mundo de los efectos especiales y el departamento de arte. Tierras movedizas Todo sucede miles de años en el futuro. Ha ocurrido un cataclismo; lo que quedó en pie y se refundó son pedazos de tierra, ciudades o pueblos, que se movilizan por tierra y/o aire en un trayecto permanente. Cada pedazo de tierra es una máquina en sí, con patas mecánicas o alas de tela, con armamentos, y en una guerra permanente. Las ciudades más grandes atacan a las más pequeñas o a los pueblos. Esta es la labor de la gigantesca y terrible Londres: convertida (o persistiendo) en una gran conquistadora/arrasadora. Al mando de esta Londres encontramos a Thaddeus Valentine (Hugo Weaving, que se luce aún en propuestas como esta), un conquistador despiadado que no mide límites con tal de quedarse con territorios y recursos en este planeta en el que todo, menos la megalomanía industrial símil Revolución Industrial, escasea. Una rebelde, Hester Shaw (Hera Hilmar), quien cubre su rostro con un pañuelo rojo de bandido para esconder una profunda cicatriz, lucha contra los planes de Thaddeus que incluyen la creación de un arma gigante (todo acá es gigante) que dispara rayos capaces de destruir pueblos enteros sin más. A la lucha de Hester, en un primer momento se le unirá el héroe casual Tom Natsworthy (Robert Sheehan), también proveniente de Londres; y más tarde se le seguirán sumando miembros, como la mercenaria Anna Fang (Jihae), entre muchos otros. El castillo vagabundo Más allá de plantear una obvia metáfora sobre los grandes países comiéndose a las poblaciones más castigadas mediante la industrialización para apropiarse de sus recursos; lo que prima enMáquinas mortales son las intrigas palaciegas y los conflictos entre los personajes. Hester tiene un pasado que la marca aún más que la propia cicatriz y que la relaciona con Thaddeus. Es un eslabón fundamental de liderazgo. Se cuecen cuestiones gubernamentales, de mandos, y también de linaje y vínculos sanguíneos. En determinado momento, sobre todo en su segunda mitad, Máquinas mortales parece ir camino a querer emular a Star Wars; pero nuevamente, lo hace desde la cáscara. Las más de dos horas de duración se sienten, y si bien el bombardeo es constante, la historia no avanza y puede resultar de a ratos algo aburrida. El guion escrito por Jackson, Walsh y Boyens deja todo servido a la acción, simplificando lo más posible una historia que parte de una premisa que parecía dar para mucho más. Lo que pudo ser una dura crítica se queda en un amago tapado por un empalago visual tan dulce que termina por perder efecto (mucho de lo que se asemeja ya a un dibujo animado). Abunda el barullo, crece la confusión, y comienza a aparecer la falta de interés. Pese a todo, se sigue notando que algo potable hay detrás. Hace rato que Peter Jackson dejó de ser el de Mal gusto o el de Criaturas celestiales; su gusto se inclina cada vez más por el gigantismo. Por lo menos, cuando se coloca en la dirección sigue poniendo mano firme para destacar lo narrativo. Esperemos no termine convirtiéndose en un digno colega de Michael Bay.