La adaptación live action de Disney, del clásico cuento Ernst Theodor Amadeus Hoffmann y el ballet de Tchaikovsky, dirigida por Lasse Hallström y Joe Johnston es una propuesta tan vistosa como liviana y poco inspirada. A principio de los ’90, en pleno furor de "Mi pobre angelito", empezaron a llover por todos lados copias de esta, y películas en las que aparecía su protagonista Macaulay Culkin. Todos los chicos queríamos más de Kevin. Así fue como, con muy poca información, apareció en los videoclubes algo llamado "Mi pequeño príncipe", con Macaulay en la portada prometiendo altas dosis de diversión. Claro, cuando nos disponíamos a ver el VHS nos encontrábamos con una puesta del Ballet de Nueva York en la que Culkin ni siquiera era el protagonista, aunque sí es el personaje que le da título a la obra. Algo parecido a este engaño – bueno, quizás no tanto – sentirán los que vayan a sala a ver "El cascanueces y los cuatro reinos" guiados por un afiche que nos promete “los mismos productores de Maléfica”, o un estilo abiertamente similar al de "Alicia en el país de las maravillas" de Tim Burton. También se pueden sentir engañados quienes busquen algo del clásico ballet. Es que el nuevo live action de Disney se define por eso, por ser un híbrido entre varias vertientes, que al final puede no contentar a muchos. Con Walt todavía vivo y descongelado, ya Disney pensaba en una adaptación del clásico cuento de E.T.A. Hoffmann popularizado por el ballet infantil más famoso de todos los tiempos de la mano de Tchaikovsky. Claro que la primera idea era hacerlo animado. Pero el asunto se fue postergando, olvidando, retomando, y vuelto a cancelar en un ciclo interminable. Hasta que ahora, a más de dos siglos de su publicación original, y con muchas otras adaptaciones por fuera de Disney, la empresa del ratón puede contar su versión frente al furor que están despertando sus live action de cuentos clásicos. La dirección cayó en manos del sueco Lasse Hällstrom, aunque acá cueste bastante encontrar la sensibilidad que caracteriza al director de "¿A quién ama Gilbert Grape? " El comodín Joe Johnston, una vez más, acudió a último momento a cubrir la silla de dirección durante los últimos días de rodaje frente a los problemas de agenda del primero. En "El cascanueces y los cuatro reinos", Clara (Mackenzie Foy) es una niña que perdió a su madre, y su padre aún no se recupera del hecho. La mujer, dejó regalos para la posteridad de sus hijos en las fechas claves. Es navidad, y mientras que su hermanito recibe soldaditos de su madre; Clara recibe un huevo ornamentado de metal con una cerradura inquebrantable sin su llave, más una carta que promete que en su interior encontrará todo lo que necesite. Buscando esa llave mediante una pista, Clara terminará entrando a un mundo mágico con tres reinos: La Tierra de los Copos de nieve, de las Flores, y de los Dulces. Hay un cuarto reino, regido por Madre Ginger (Helen Mirren), un cruel personaje que posee la llave, al que deberá enfrentar para traer nuevamente armonía al mundo. En el medio se cruzará y recibirá la ayuda de varios personajes, entre ellos la llamativa Sugar Plum (Keira Knightley). Si bien Disney no había logrado hasta el momento una adaptación directa de El cascanueces, la estructura general de la historia, con todas las depuraciones que le hicieron al original en la adaptación, si fue harto utilizada tanto por Disney como por otros. La niña huérfana, con un objeto misterioso, que se pierde en un mundo mágico, en el que ocupará un rol trascendental, y servirá como paralelismo para hablar de su conversión a señorita. ¿Qué diferencia este "El cascanueces y los cuatro reinos" de todas las otras? Puede ser el hecho de que los personajes tengan paralelismos con la realidad de Clara, que sean juguetes navideños, u objetos alusivos. Aunque en Alicia, más o menos también sucedía eso. Hay un giro en el medio de la historia, interesante, aunque muy previsible. Por eso mismo, el factor sorpresa está ausente de esta propuesta. "El cascanueces y los cuatro reinos" se ve como una más, a la que tampoco le pusieron tanto esmero. Técnicamente es vistosa, los reinos están diferenciados, y hay mucha gama de personajes. Pero otra vez, nada que hayamos visto antes. Aun en Alicia, siendo el producto más estándar de Burton, encontrábamos algo del sello retorcido del director, acá eso no existe. Casi que daría lo mismo fuese quien fuese el director. Interpretativamente es correcta, Foy tiene carisma, y el resto es un elenco solvente, actuando a manual, pero alcanza. Knightley es un poco (muy) chillona como Sugar Plum. Piensen en Karen de Will & Grace, eso, aún más agudo. La puesta es algo estática, quizás con la intención de imitar al ballet sin que haya danza; aunque se huele un tufillo a querer promocionar un futuro musical de Broadway. El ritmo si bien no es lento, se queda en el medio, haciéndola algo pesada. "El cascanueces y los cuatro reinos" de Lasse Hallström y Joe Johnston es un live action de Disney demasiado promedio, que no innova argumentalmente, ni lleva el imaginario visual muy lejos. La solvencia del elenco, y la solidez del relato original casi que alcanzan para que esto no pase tan desapercibido.
Vamos a destrozarte Hay un nuevo furor por las biopics de cantantes. Acá y allá. A la par del género musical, que como el Ave Fénix siempre renace de sus cenizas y se mantiene vigente. Bohemian Rhapsody es uno de los proyectos cinematográficos más anunciados de los últimos años. Hace tiempo que veníamos oyendo de él, casi desde el mismo momento en que la banda realizó nuevos conciertos con otro cantante. Como era de esperarse, este evento tuvo más de una dificultad y en el medio fueron cambiando el actor protagónico (en un principio sonaba fuerte, casi definitivo, Sacha Baron Cohen), y un nuevo director ingresó con la película ya iniciada en su realización. Lo que nunca cambió fue la visión: se sabía que los músicos de Queen le daban el espaldarazo de apoyo completo. Retrasos, dudas, y expectativas en aumento, Bohemian Rhapsody se anunciaba enorme; y en cierta forma lo es. Una suite (casi) tan potente como la que le da título, aunque no tan perfecta. Bohemian Rhapsody nos dice que es la historia de Freddie Mercury, aunque en realidad, es la historia de Queen ¿Es lo mismo? Alguien a quien amar La película comienza momentos antes de que Freddie (Rami Malek) conozca a quienes en un futuro serán los integrantes de la banda que liderará. En realidad arranca con una escena del mítico concierto de Live Aid, para inmediatamente llevarnos hacia los inicios. Nada de la infancia ni primera adolescencia. Él trabaja como maletero en el aeroparque pero siente que está para más, su destino es la música. Cuando junto a una amiga concurre a un bar y escucha a una banda amateur, inmediatamente queda prendido a ellos. Es justo el día en que la banda despide a su cantante. También será el día en que conozca a Mary Austin (Lucy Boynton). Reniega de sus orígenes que lo asocian como inmigrante proveniente de Zanzíbar, un Paki, por eso se cambiará su nombre al que todos le conocemos: Freddie Mercury, dando un portazo a su familia que no comprendía sus deseos. Inmediatamente Freddie y su personalidad arrolladora pasan a liderar la banda, les cambia el nombre a Queen y comienza un ascenso meteórico, o por lo menos así se ve en la película. Todo salpicado, rápido, como viñetas. Lo primero que notamos en Bohemian Rhapsody es que funciona como hechos con mucha potencia, momentos destacados a los que les falta cierta cohesión o ilación general. Algo que con el transcurso de las dos horas y cuarto se irá aplacando. Saltamos de un momento a otro, siempre con potencia, con la mano firme desde la estética de un realizador muy competente como Bryan Singer, siempre dispuesto a plasmar la visión glam y rockstar de la figura. Otra cosa que observamos es la figuración de Freddie como un ser que permanentemente buscó refugio y contención. Detrás de esa presencia arrolladora se esconde alguien que busca el eje sobre el que apoyarse. El amor, de la forma más universal entendible. No me detengas Por supuesto, hay un costado de la personalidad de Mercury que ninguna película sobre él podría obviar. Siempre se trató de uno de los íconos LGBTIQ más potentes, aún antes de su salida del closet a causa del HIV que lo llevó a su temprana muerte. En Bohemian Rhapsody “lo gay” está siempre presente. Desde que lo maquillan para ir al recital en que conocerá a la banda, hasta su devenir con toda la gente que lo rodea. Siempre. El asunto no es el cuánto, sino el cómo. Acá es donde volvemos al principio: se cuenta la visión de la banda, de Brian May, John Deacon y Roger Taylor; mejor dicho, la conservadora visión de la banda. Bohemian Rhapsody es mucho más eficaz para plasmar una banda sonora (aunque faltan algunos temas) que suena increíble, y para recrear a cada uno de los personajes. No solo Freddi: May, Deacon y Taylor también tendrán sus miméticas réplicas (Gwilyn Lee, Ben Hardy, y Joseph Mazzello, respectivamente). Cuando habla de Queen la cosa crece, aflora. Las escenas de los shows son impresionantes y -repetimos- la estética glam y sobre todo rockera (al estilo Queen) está ahí bien marcada y lograda. Cuando habla del Freddie humano, Bohemian Rhapsody se repliega, se aleja, vuelve al salpicado, busca emocionar (y en buena parte lo logra), aunque traicione los intereses de la figura a la que homenajea. Freddie siempre quiere pertenecer: a la banda, al matrimonio de Mary, a la comunidad LGBTIQ, a la vida heteronormativa. Ese deseo oculto de su homosexualidad a través de un metalenguaje no muy profundo es visto como el responsable de toda la debacle. Al punto de hacer de la escena de “su liberación” la más dolorosa del film: no querremos que eso suceda. Por si no quedaba claro, Mary lo expresa en palabras: “Te espera una vida muy dura”. A través de la figura de Paul Prenter (Allen Leech), manager de Freddie, Bohemian Rhapsodyconstruye una figura casi de villano telenovelesco. Prenter es gay, católico arrepentido, posa la mirada sobre Freddie y así lo aleja de Mary, de Queen (que permanentemente nos remarcan es su familia), y de todo lo que le hacía bien. Lo introduce en la comunidad LGBTIQ vista del modo más cliché del imaginario, con orgías sexuales incluídas; lo hace adicto a las drogas, lo traiciona y le miente para lograr sus viles fines. Y sí, termina contagiándolo con HIV. Prenter es la sombra de “lo gay” en la película. Más allá de que la realidad sea tal cual, el film se encarga de hacernos saber que de haberse mantenido alejado de “lo gay”, otro hubiese sido el destino de Mercury. En determinado momento se redime a través de una figura heteronormativa. Rami Malek convence con su interpretación, y más allá de una prótesis bucal algo exagerada logra capturar bastante bien la esencia de la figura que encarna. Entre los secundarios se destaca Lucy Boynton. Con luces brillantes y también muchas sombras, Bohemian Rhapsody, de Bryan Singer, le hace justicia a la figura que fue Queen. Los fanáticos van a saltar (aunque quizás en ese paso apresurado falte algo que nos haga ver que fue una banda eterna). Sobre lo que reza el título local, el Freddie persona, ahí se cargan todas nuestras dudas.
Un gran director de comedias, y dos actrices sacándose chispas son el condimento ideal para "Un pequeño favor"; thriller en clave de comedia que sorprende menos por su argumento que por cómo se presenta. El conservadurismo en los suburbios norteamericanos ha sido objeto de burlas y críticas sagaces desde antes de la novela de Ira Levin "The Stepford Wives", y sus múltiples adaptaciones y variantes en el cine. El ideario de esa comunidad que se quedó en el tiempo, con casas bajas, cercas recién pintadas, mujeres de peinados batidos y polleras acampanadas, niños educados, y hombres siempre de camisa y corbata; son un ícono para ejemplificar la plástica fachada detrás de la cual se esconde la tierra. Un pequeño favor no necesita recurrir exactamente a ese modelo, lo actualiza. No, sus personajes son bien actuales. No viven, ni parecen vivir en los años ’50; son chic moderno. Aunque la tierra y el modo de ocultarla sigue siendo el mismo. Cuando nosotros íbamos al colegio, eran las reuniones de cooperadora, ahora son los famosos chat de mamis y papis. Siempre están los padres que quieren lucirse en la comodidad escolar, y ejercen presión de perfección dentro de la comunidad escolar, buscando ser los líderes. Stephanie Smothers (Anna Kendrick) es una de ellas. En los ratos libres que le quedan entre llevar a su hijo al colegio, presumir su sonrisa y su pulcritud, y atender su casa como viuda que es, maneja un videoblog sobre consejos varios para ames de casa. Es mediante este videoblog que conocemos una historia que nos quiere contar. Stephanie está buscando a Emily Nelson (Blake Lively) y pide a sus seguidores si pueden aportarle cualquier dato. Quién es Emily Nelson? Mediante flashbacks iremos conociendo cómo ambas se conocieron. Si Stephanie es una típica madre soltera/viuda de suburbio, Emily parece ser todo lo contrario. Es una mujer de ciudad, empresaria, refinada de alta costura, sin tiempo para dedicarle a su hijo, ni a su marido. Stephanie tiene la necesidad de ser servicial, siempre; y es así como entre ambas, crece una amistad manejada entre la falsedad de la morocha, y la utilidad/utilización de la rubia. Así, llegamos al favor del título. Un día Emily le pide a Steph si puede cuidarle a su hijo mientras ella maneja un asunto en la ciudad. El tiempo se va haciendo extenso, Emily posterga su regreso, hasta que deja de contestar, y nunca regresa ¿Dónde está Emily? Basada en la novela de Darcey Bell, Un pequeño favor plantea un escenario de dos mujeres opuestas, que comienzan como amigas (haya falsedad o no), y rivalizarán. En manos de otra crew, podríamos encontrar ribetes de dos pilares del suspenso noventoso como "La mano que mece la cuna" y "Mujer soltera busca". El ama de casa y la sofisticada; la mujer que empieza a vivir el sueño a través de la otra; la mimetización; los deseos y celos de género; la constante necesidad del aparentar querer ser; la figura masculina como aquello a lo que se debe servir, aunque narrativamente quede en segundo plano. Todo está ahí. Pero hay un detalle, su director es un experto en comedias, y sus protagonistas (o por lo menos una de ellas), probadas comediantes. Por lo cual, "Un pequeño favor" es, ante todo, una comedia. Manejando un hilo muy fino de humor negro y sátira mordaz, los diálogos, y el guion en general, disparan dardos constantes. Cada una, a su modo, Steph y Emily son jóvenes burguesas, opuestas que se complementan; y hasta en un punto le creemos su amistad. La historia depara varios giros y sorpresas, y es mejor no adelantarlos. Aunque, una vez comenzado a desanudarse la madeja, si se tiene un poco de visionado y sentido común, lo que muestra es bastante deducible y, por lo tanto, esperable. Cada una oculta algo, una segunda cara. La cara del suspenso será la de Emily, saber qué le pasó. Pero quizás la más interesante, sea la cara oculta de Steph, esta mujer que se muestra de un modo, y que aprovechará la ausencia para ganar terreno, y tomar el impulso para llegar a ser. Al final de cuentas, la utilidad también estaba en su persona. Paul Feig imprime un ritmo constante, y arropa a sus protagonistas de un ambiente adecuado, de alguna forma creíble, y hasta interactúa con secundarios que potencian el argumento y el mensaje (los otros papis, el hijo y el esposo de Emily; cada uno tiene lo suyo para contar). Visualmente, "Un pequeño favor" se ve elegante, potente, chic actual. Todo sucede dentro de una clase media acomodada, y hasta a punto de ser alta. Detrás de los colores pasteles y el amarillo limón, se esconden los corazones fríos, y las líneas rectas de diseño. La banda sonora, sin invadir, también es un aporte fundamental. Anna Kendrick y Blake Lively tienen química, y las dos se lucen, juntas y separadas. Quizás, sorprenda más Lively por estar menos acostumbrados a verla en comedias, aunque su personaje haga recordar a sus inicios en "Gossip Girl". Las premiaciones en los rubros de comedia, deberían abrirse ante ellas. "Un pequeño favor" cuenta un thriller tradicional, que ya hemos visto, y podemos adivinar; pero su forma de comedia negra estilizada, el gran ritmo que aporta su director, y las actuaciones de sus protagonistas y secundarios, la ubican como una propuesta más interesante de lo que las cartas presumían antes de ser mostradas.
Basada en la novela de Kevin Kwan, "Locamente millonarios", de Jon M. Chu, nos lleva directo a la última época dorada de las comedias románticas. Por si no lo sabían, China se convirtió en un mercado importantísimo para la industria del cine a nivel global, en especial para Hollywood. Películas que en el propio EE.UU. no funcionaron como esperaban (por ejemplo, "Warcraft"), la rompieron en ese país, y al ser tan populoso, les alcanzó para recuperar lo invertido, y hasta obtener exitosas ganancias. La consecuencia de esto es, desde hace un tiempo, ver películas que parecen directamente craneadas para venderse en ese mercado, ejemplos, "Rascacielos", "Megalodón", y sí, "Locamente millonarios". El film dirigido por Jon M Cho, adapta un best seller de Kevin Kwan, y aunque transcurrre y transcribe la cultura de Singapur. Ya se sabe, para occidente, son todos iguales, son asiáticos (sino vean su título original). No es la primera vez que Hollywood trae comedias centradas en un cultura que le es ajena. Pueden hacerlo a modo de burla odiosa como en "The Love Guru", o respetuoso y exitoso como en "Mi gran casamiento griego", o "The Big Sick". De hecho, antes de ver la película, según la promoción, podemos pensar directamente en el film protagonizado por Nia Vardalos. Piensen casamiento, un(a) outsider, tradición cultural, familia sofocante. Los elementos son los mismos. Pero no, Locamente millonarios, viaje un poquito más atrás que "Mi gran casamiento griego" (si bien alguna cosita hay), ¿Se acuerdan de la familia de Cameron Diaz en "La boda de mi mejor amigo" y ese festejo de varios días? Tengan esa idea muy presente. Todo comienza tiempo atrás en Londres. Eleanor Young (Michelle Yeoh irreconocible sin su personalidad de “chica de acción”) llega a un hotel junto a su séquito, y tras ser despreciada por su etnia, se descubre como la esposa y mandamás de un magnate hotelero que acaba de comprar el lugar. Ese es el primer paso con el que los Young llevan su legado por el mundo. Actualidad. Nick (Henry Golding), uno de los hijos de Eleanor, vive temporalmente en Nueva York para culminar sus estudios empresariales y regresar a su hogar en Singapur. En el medio, Nick se enamora de Rachel (Constance Wu), profesora de tácticas de juegos y apuestas económicas, también de Singapur, pero proveniente de una familia “no tradicional”, o “no pura”, llámenlo como quieran. El romance se mantiene más o menos en secreto, hasta que un hermano de Nick anuncia su boda, y este decida viajar hasta su país con su pareja para presentarla en sociedad. "Locamente millonarios" es una comedia de choque cultural. Si bien Rachel tiene a su familia, mejor dicho a su madre, que emigró de Singapur, nació en EE.UU., es hija de madre soltera que rompió la tradición, y tendrá mucho que aprender sobre cómo comportarse en la alta sociedad de ese país. Como condimento extra, hay historias de trasfondo con los personajes, algunas más localistas, y otras universales. Como para descontracturar, y que no todo este centrado en la pareja central, una decisión muy inteligente para hacer ameno las casi dos horas de duración que pasan volando. Hay infidelidades, terceros en discordia, comic relief geniales (como la amiga de ella, el fiestero, la goldigger, y las hermanitas arpías), y satélites que quieren ver a Nick y Rachel separados. Les dije, es La boda de mi mejor amigo. A diferencia del clásico con Julia Roberts, la clase alta de Singapur se expone ostentosa, muy ostentosa, estrafalaria, pero a modo de tradición, introduciéndonos en los diferentes escalafones aún dentro de la que podemos considerar clase alta. Rachel visita primero a una amiga de Singapur, y ya la vemos ostentosa… pero ellos en verdad son clase media, los Young son realmente ostentosos. Claramente hay una sátira ante esa ostentación. Una sátira siempre respetuosa, más que una crítica, un modo de entender qué es lo que ocurre dentro de ese microcosmos. Cualquier tipo de mirada anti capitalista, socialista, o como quieran configurarla, no pertenece a esta propuesta de tono liviano, es lo que es. El director de "Nada es lo que parece 2" y "G.I.Joe 2", copia directamente la fórmula de la comedia romántica noventosa. Alguien ahí ama a Julia Roberts, y hay homenajes a varias películas suyas. Es en ese juego, que locamente millonarios sale ganando. El elenco completo se luce cada uno en su rol, la construcción de personajes es más que correcta. El ritmo es constante y variado como para siempre estar contando algo. Visualmente, la ostentación es un punto a favor, y hay escenas que hasta parecen oníricas de la belleza y precisión coreográfica que presentan (no todas tienen que ver con lo millonario, como el juego de Majohng). Este tipo de propuestas tradicionales es lo que Hollywood mejor sabe hacer, y por eso, "Locamente millonarios" funciona como un violín, que no sorprende, pero entretiene y mucho.
La tercera película de Benjamín Naishat, "Rojo", ganadora en San Sebastián, es un movilizante relato sobre una sociedad podrida y corrompida pre anunciando lo que vendrá, o lo que ya estaba instalado en las napas. Una provincia argentina en 1975. A Benjamín Naishat no le hace falta dar mayores precisiones sobre dónde ni cuándo ubicar su historia. Es un país en un año muy particular. Con dos largometrajes anteriores, Naishat demostró no tenerle miedo a los temas difíciles. Aborda el cine social, desde la crítica, y desde la mirada interna de lo que quiere criticar. Recurre a simbolismos enriquecedores, pero no a lateralidades. Ya sea un microcosmos encerrado por supuesta seguridad, temeroso de un afuera que desconoce y con el mal en su entrañas, como en Historia del miedo; o las llanuras pampeanas en el Siglo XIX atravesadas por grupos políticos que intentan sobrevivir en medio de la anarquía social, en "El movimiento". El de Naishat es un cine político, social, comprometido, y arriesgado visual y narrativamente. Nada de eso cambió en "Rojo", por el contrario, es la consagración de su fórmula, y se celebra. "El movimiento" viajaba a otro siglo, a los primeros años de nuestra historia. Historia del miedo, se situaba en la actualidad de los countries en debacle. Rojo vuelve al pasado, ¿a un punto intermedio? Los años setenta, y no cualquier año, 1975. No es la Ciudad de Buenos Aires, pero tampoco es un pueblo rural. Una ciudad chica, en alguna provincia, sin identificar. Claudio (Darío Grandinetti), es un abogado que cena tranquilamente junto a su esposa Susana (Andrea Frigerio) en un restaurante de la zona. En medio de la noche, un hombre (Diego Cremonesi) irrumpe y lo increpa, discuten, y se va; para luego volver a la carga afuera del local. El asunto se va de rumbo, algo ocurre, y Claudio decide tomar una decisión drástica. Tres meses más tarde, cuando la vida sigue y ya no parece haber vestigios de ese hecho, una mujer con un repentino ataque de pánico, y un detective chileno mediático (Alfredo Castro) que en busca del hermano de esa mujer, comenzará a revolver el pasado. Rojo tiene en su corazón un policial, un asunto oscuro que hay que resolver, y dos personajes que juegan al gato y al ratón. Pero en realidad, lo que importa, es el cuadro amplio de escena. Es 1975, un año antes del golpe militar y los siete años de un gobierno de facto sangriento y corrupto en todos los niveles. También son los años de la AAA, y de ese clima de lo que todavía no se anunció, pero ya está. A partir de 1983, con la vuelta de la democracia; Argentina inició un difícil recorrido de desentrañar qué es lo que sucedió durante aquellos años. El primer juicio a las juntas, el Nunca Más, el reconocimiento de hijos-nietos y desaparecidos con una cifra indiscutible, las leyes de obediencia debida y punto final, los indultos, la revocación, y los juicios actuales. En el medio, la sociedad comenzó a asumir que no fue sólo un golpe de brazo militar, que hubo también apoyo de la cúpula de la iglesia católica, y también, una fuerte e imprescindible presencia civil, como colaboracionistas, y apoyando el status quo. De eso habla Rojo, de una sociedad que ya estaba preparada en sus entrañas para que venga un golpe militar a pedir del conservadurismo. Claudio es un sorete, pero es un hombre respetado en la comunidad. Su mujer sabe lo que hizo, pero no tiene tiempo de decir algo entre peinar su lacia cabellera, jugar al tenis, y codearse con el jet set. La provincia es intervenida por militares, y el interventor se debate entre ser todo lo fascista que un militar puede ser, y ser un obsecuente frente la presencia extranjera. Ente los jóvenes también se instala la idea de que ahí, las reglas las hacemos nosotros. En el colegio preparan una puesta de danza sobre La cautiva; y en cada esquina se habla de apariciones y desapariciones, así, “puor la galerie”. Podrían trazarse diagonales directas entre "Rojo" y el condimento político de "El movimiento", pero sobre todo con "Historia del miedo", y ese microcosmos en el que la pertenencia hace creer que hay reglas propias, y en donde el factor externo es una amenaza. Todos y todo está corrompido, y lo peor, asumido, hay que mantener la situación. A través de constantes simbolismos, se plantea una mecánica nauseabunda, y a la vez hipnótica. Naishat se luce con un gran control del campo completo. Maneja un relato visual, sonoro, y textual, por separado, y los une para presentar un cuadro completo y abarcador. "Rojo" es una propuesta apabullante, un mazazo a las buenas consciencias. Darío Grandonetti sigue sorprendiendo con excelentes actuaciones. Su concha en San Sebastián es merecidísima. Él mismo odia a Claudio, y nos lo hace ódialo, pero sin nunca perder el verosímil. Andrea Frigerio demuestra una vez más que el cine es el ámbito que eligió para crecer, pura clase y gestualidad. Sobresaliente. Diego Cremonesi (que no para de crecer), Alfredo Castro, y Susana Pampín, acompañan también con sólidos trabajos. "Rojo" es una propuesta difícil, quizás el público más tradicional la encuentre algo críptica. Pero es más difícil por el tema que plantea. Va más allá de su línea argumental, genera varias sensaciones, y expone la hipocresía de una sociedad que, de una buena vez, debería dejar de mentirse a sí misma.
Hermano lobo La prehistoria representa aquel pedazo de historia sobre el que poco se conoce, y mucho de lo que se teje son conjeturas sobre lo que pudo haber sido. Más aún en cuanto a la convivencia del hombre. El cine se sintió libre de interpretar este período a su antojo de mil formas distintas. Desde El Cavernícola con Ringo Starr a 10000 A.C. Alfa de Albert Hughes, es otro capítulo en esta reinterpretación. Aunque esta vez el foco, a priori, está más centrado en los personajes que en el contexto. Europa, 200000 A.C. (sí, no pidan rigurosidad de datos, porque van por mal camino). Keda (Kodi Smit McPhee) pertenece a una tribu cazadora que se enfrenta a modo de ejército con animales de gran volumen, buscando abrigo y alimento. Él atraviesa el paso hacia la adultez y es hora de aprender a cazar, aunque falla constantemente. En uno de sus entrenamientos a cargo de Tau (Jóhannes Haukur Jóhannesson), su padre, Keda cae a un barranco, herido, y es dado por muerto. Pero no, en realidad sobrevivió, y cuando recupera la consciencia se descubre solo frente al desierto, y con el invierno arrasador a punto de llegar. En realidad, Keda no está solo. En medio de la nada se encuentra a un lobo apartado de la manada; y aunque al principio hay rechazo mutuo, terminará domesticándolo, y apodándolo Alfa. Entre los dos se cuidan, se protegen y se apoyan para sobrevivir y encontrar a la tribu antes de que el invierno los aniquile. Por supuesto, el camino no será fácil y está lleno de peligros y aventuras. Solos frente al peligro El guion de Alfa, escrito por el propio Hughes y Daniele Sebastian Wiedenhaupt, va directo al asunto. Hace un intento por presentarse como un documental, con la voz en off de Morgan Freeman (¿Se acuerdan de La marcha de los pingüinos y las series de Discovery Channel?), y una búsqueda rigurosa en acotar lo fantasioso a lo menos posible. Aunque los datos inexactos y la pelusa abunda, si se la busca. Hay pocos diálogos, en un idioma primitivo, y el ritmo es más bien lento, sobre todo en la primera mitad, hasta que el peligro grave acecha y aparece algo de vigor y energía. Realmente hace recordar bastante a esas recreaciones que suelen verse en los canales educativos o de ciencias. La diferencia es que la narración, aunque muy simple, llega a lograr que empaticemos con los personajes, el joven y el lobo. Narrativamente acierta al acercarse lo más posible a los films de humanos con animales, el niño con su mascota, sea un lobo o un perro. La referencia inmediata lógicamente será Colmillo blanco. Queremos que ambos sobrevivan y es imposible no encariñarse con Alfa y sufrir con ambos. La banda sonora casi permanente, remplazando los diálogos, ayuda mucho a crear la tensión necesaria. Gélida belleza No debería sorprender, tratándose de un film de Albert Hughes, que el apartado técnico visual sea el más alto de la película. Alfa merece ser vista con la mejor pantalla y la mejor tecnología posible. Hughes, junto a su hermano, o por separado, se destaca como gran creador visual. No obstante, cuesta encontrar una referencia similar a esta película dentro de su cine. Las imágenes impactan y el uso del montaje es correctísimo. Planos amplios o planos detalle, ralentizamientos, cuadros completos, planos secuencia. Todo tipo de recursos son utilizados para maravillar al espectador, y así imponer la fotografía por el sobre qué se cuenta. El montaje dividido, onírico chamánico, entre el ritual de la tribu y la supervivencia, como enlazados, es un buen hallazgo en la narración visual. Alfa es mucho más ambiciosa visual, que narrativamente. No llega siempre a conjugar la belleza de las imágenes en pos del relato, haciéndolos correr paralelamente. Cuando lo logra, cuando cuenta y no solo expresa a través de su fotografía, alcanza sus mejores momentos.
La ópera prima de Andy Caballero y cuarta de Diego Corsini, "Solo el amor", es un pre fabricado producto para adolescentes que nos trae otra vez ante la dicotomía de apreciar o no el consumo irónico. Hacer cine en esta región para un público joven adolescente, debe ser el más difícil. Tratar de contentar a un público moldeado y acostumbrado a un estilo de propuestas importadas desde el mainstream extranjero, con fórmulas que no son las nuestras, y no es sencillo de aplicarlas, y el mural a priori inquebrantable del “si es argentina, es mala”. Algunos intentan traer una impronta propia, autóctona, otros hacen el mayor esfuerzo por copiar la fórmula de Hollywood. A algunos les sale bien, y a otros les sale Solo el amor. "Solo el amor"es un film romántico, atravesado por la música, no un musical. Un joven llega a un puente, un día lluvioso, y quiere tirarse, suicidarse... ¿Por qué? Veremos su flashback. Su nombre es Noah Langdom – sí, se llama así – (Franco Massini) un joven músico, guitarrista y cantante, que tiene junto a sus amigos Eric (Facundo Gambandé), y Danny (Victorio D’Alessandro) una banda rocker que según lo que nos dicen (no lo que se oye, para nada) es punk. En el medio de los deseos por triunfar (porque no hay anhelo mayor para el punkrocker que ser famoso), y juntar seguidores en sus vivos por redes sociales; Noah se cruza accidentalmente con Emma (Yamila Saud), una abogada, que quería ser pintora, pero se somete a la presión de su padre (Gerardo Romano). Catarata de lugares comunes, al principio ella lo rechaza, se confunden los papeles, tienen que encontrarse otra vez, ella lo va a ver a un recital, y en unos elipsis gigantes, pasan a tener una relación super establecida en la que no entendemos si pasaron semanas, meses, o años. Paralelamente, la misma noche en que Emma lo va a ver a Noah, hay una productora, Maia Levin (Andrea Frigerio), que se interesa por la banda, o mejor dicho por Noah, y quiere convertirlo en una estrellita. Noah no quiere, menos cuando se entera que la propuesta es sólo para él. Pero son sus propios amigos los que lo convencen de aceptar, y así, Noah comienza un meteórico camino al estrellato que lo hace llegar a momentos cumbres como un show final en Niceto. El romance entre Noah y Emma va creciendo y se va troncando a medida que Noah se hace popular, y le van modificando su estilo. Todos y cada uno de los lugares comunes estarán ahí, los celos de la novia que debe ser ocultada, las fans desesperadas, la mercadotecnia, el amigo que se va, el nuevo integrante, y por supuesto, la tramoya oculta detrás de la fama de Noah, en la que Emma encima se verá involucrada. Directo y sin vueltas, Solo el amor es un derrape. Cuesta creer que el director de una película tan sensible como Pasaje de vida sea co-director de algo tan obvio y vacío de alma y contenido. Sin embargo, atentos, hay una salvación, Solo el amor funciona como un gran consumo irónico. La propuesta mete tanto la pata, es tan ridícula e inverosímil en lo que propone, que rápidamente se convierte en una comedia involuntaria muy divertida, y al final de cuentas, su hora y media pasan volando y, si se la acepta así, se la pasa bastante bien. Los actores son presos de diálogos imposibles. No hay un rumbo estético claro, y hay muchísimas escenas en la que nos preguntamos en qué estaban pensando o qué habrán querido decir. Franco Massini demostró en otras ficciones ser un actor competente, acá lucha contra un personaje imposible. Noah es odioso, no tiene carisma, y nunca nos interesa si le va bien o mal, tampoco es que entendemos mucho cuál es el gran problema, porque nunca nos lo explican. El actor de "Cuéntame como pasó" saca a flote su trabajo, pero es difícil. Saud no tiene química con su pareja, y ni lo intenta. A lo más que atina es rodearse de otras actrices peores que ella (tarea difícil que habrá tenido el casting) para disimularla. Si Emma es un personaje insípido, su trabajo lo dificulta más. Del resto del elenco joven, Facundo Gambandé demuestra que puede superar a un a los personajes menos carismáticos como este. Lo suyo es bueno. El secreto está en los adultos. Andrea Frigerio y Gerardo Romano, parecen haber entendido hacia dónde iba la mano. Frigerio compone al personaje más ridículo, pero a consciencia, y se divierte haciéndolo. Maia arroja frase en medio castellano y medio inglés, aleatoriamente, habla con voz gola, se viste estrafalario, y porta una peluca rubia espantosa. Frigerio lo hace divertido, como en "Desearás al hombre de tu hermana", se rescata, y es, por lejos, lo mejor de la película. Romano aparece para arrojar frases y puteadas despectivas que, claramente, le están hablando a la propia película, como un “Esto es horrible”. Su pseudo villano también es tan exagerado, que nos gusta. Hay errores de montaje, baches narrativos, pésima construcción de personajes, y situaciones de “ver para creer” por todos lados. En ese cambalache, "Solo el amor", no saca ni una sonrisa, saca carcajadas completas si aceptamos que podemos reírnos aún de algo que salió ¿mal? Polémico.
La noche en que él regreso 27 de octubre de 1978, una fecha desde la que el cine de terror jamás volvería a ser el mismo. No, Noche de brujas no fue el primer slasher, pero sí fue el que lo redefinió e instauró todas sus reglas. La pequeña producción dirigida por John Carpenter creó la figura del Boogeyman, el asesino espectral, enmascarado, con simbolismos fálicos, conservadores, represores, y dirigido a un público joven, que brillaría en la década siguiente. Un exitazo de público que colocó a sus personajes en el podio: Michael Myers como el asesino de la máscara ¿inexpresiva?, y Laurie Strode como el ícono de las heroínas o Scream Queens. Siete secuelas y un reinicio con su propia secuela vinieron después, y como suele suceder, resultados dispares y bastante maltrato al original, salvo en alguna ocasión. Cuarenta años después, Carpenter vuelve a tomar las riendas como productor para hacer un borrón y cuenta nueva de las secuelas (después de todo, ya H20 lo había hecho de la 4 en adelante). Cuarenta años después, él regresa. Definitivamente, los números redondos caen bien en la franquicia. A los diez años llegaba Halloween 4 que traía nuevamente a Michael luego de su ausencia en la tercera, y hoy en día es revalorizada. A los veinte, en H20volvía Laurie, y está entre las secuelas buenas, pese a una dirección algo estándar. El reinicio de Rob Zombie se adelantó un año a los treinta, y… es mejor que su secuela, por decir algo. Los cuarenta parecen ser la década indicada. David Gordon Green es el elegido para ponerse en la silla de director, y co-guionista junto a Danny McBride y Jeff Fadley (otros dos pesos pesados), de esta nueva entrega que dice adiós a todas las secuelas anteriores… o casi. Gordon Green, hasta ahora más conocido por comedias como Pinnaple Express y dramas como Stronger, hacía dudar sobre lo que podía pasar con esta nueva Halloween. Despejen todas sus dudas, en comedia, en drama, o en terror, Gordon Green es un autor. La noche en que ella regreso Cuarenta años de aquella noche de Halloween de 1978 en la que el psicópata Michael Myers se escapó del neuropsiquiátrico y se dirigió a Haddonfield, Illinois, regresando al hogar donde de niño había asesinado a su hermana, para acechar a un grupo de niñeras, con Laurie Strode a la cabeza y única sobreviviente. Michael continúa internado en el psiquiátrico y es visitado junto a otros internos por una pareja de reporteros que hacen un podcast criminológico amarillista. Nada hace pensar que Michael pueda escaparse. Sin embargo, Laurie lo espera en la casa en medio del bosque. Fueron cuarenta años de preparación, y el juego ha cambiado. Laurie se convirtió en un ser paranoico y preparado para la cacería de quien hace cuatro décadas le arruinó la vida. En el medio, dos matrimonios fallidos, más la pérdida de la custodia de su hija Karen (Judy Greer) y la conexión con su nieta Allyson (Andi Matichak). Laurie tiene un solo propósito en su vida: esperar a que, algún día, por más improbable que sea, el Boogeyman vuelva a visitarla. Y esta vez no la agarrará desprevenida. Por supuesto, en el cine lo poco probable es seguro, y Michael se fuga tras el accidente en la ruta con el autobús que lo transporta. Y sí, se dirige otra vez a Haddonfield. El guion de Gordon Green, McBride y Fadley se encarga de recrear el guion de la original, pero no a modo de copia: lo homenajea y plantea un constante de paralelismos. Como un espejo desde el otro lado, como el juego invertido en el que ahora la que mueve las fichas es Laurie. Todo vuelve a suceder, pero, en buena parte, porque es el deseo de Laurie concretar con esa venganza. No solo regresa Laurie, quien regresa es una Jamie Lee Curtis radiante en todo sentido. Escupiré sobre tu tumba Halloween funciona a la perfección en varios niveles. Es una excelente continuación de la original, que no obstante también homenajea a las secuelas con algún guiño (¡hasta a la tercera!). Es un manual detallista de cómo debe construirse un slasher serio, adulto. Con pequeñísimas dosis de humor que no vienen en forma de gags, sino de personajes verosímiles y algún guiño a los fans. Un guion inteligentísimo, más sangriento y brutal que la original, pero sin necesidad de recaer en lo puramente explícito o el gore sin sentido; poniendo el foco en el cuadro de escena y en los detalles antes que en mostrar todo. Hay sustos, sacudidas, y buenas (muy buenas) escenas de muerte, sin necesidad de hacer un plano detalle de todo. Cuando ya parece que no tiene más sorpresas para entregar, prepárense para una media hora final que se ubica entre lo mejor del género, en, por lo menos los últimos diez años. También, y sobre todo, es un film profundamente feminista. Así como hoy en día nos permitimos una relectura del rape & revenge de moda en los ’70 como un ponderamiento a la mujer que fue ultrajada y se repone; Halloweencoloca a las Scream Queens en otro lugar. Laurie ya no se esconde, sale a buscar a su victimario para enfrentarlo. También se dedicó a preparar a su hija para hacerla fuerte, más allá de ponerla en riesgo, perder su custodia y ganarse su antipatía. Laurie se convirtió en lo que despectivamente se dice una feminazi, quiere aniquilar al macho opresor, y con justa razón. Piensen en la Sarah Connor de Terminator, y en la de Terminator 2. La Laurie de 1978, fue la Sarah de 1984, indefensa, escondida, temerosa. La Laurie 2018, es la Sarah de 1991, que toma el toro por las astas, guerrillera, apabullante, desquiciada, sin tiempo de acicalarse, jugada a todo para impedir su apocalipsis y defender a los suyos. Ver a esta mujer valiente en el rostro de Jamie Lee Curtis, que ha hecho de su propia imagen una expresión de la feminidad al natural, es algo que no tiene valor. Jamie Lee ama a Laurie y si alguien tenía que redefinirla, no podía ser otra que ella. Andi Matichak como Allyson también está a la altura de las circunstancias, y más. Una gran Scream Queen que también entra en el tono feminista del film a través de varias decisiones. Judy Greer es una gran actriz, y Karen es un personaje que tarda en explotar, pero ténganle paciencia. Nos regala la mejor frase del film. La amamos también. Juntas, son un power trío que debería encabezar una marcha del #NiUnaMenos cinematográfico. Halloween es un gran film para los fanáticos de la saga y de los slasher en general. David Godon Green plantea una puesta visual única, a la que sumará una banda sonora vibrante (de la mano de Carpenter otra vez) y un ritmo narrativo potente que nos mantendrá permanentemente asombrados y aferrados a la butaca. La gran cantidad de detalles, el cuidado en la puesta, y la más que correcta creación de los personajes, coronan a esta nueva entrega como el mejor slasher del año y uno de los mejores films de suspenso y terror de la temporada. Todas las expectativas fueron superadas.
Primera producción íntegramente marplatense en estrenarse, "El tiempo compartido" de Mariano Laguyas, es un film que acierta al tomar todos los riesgos necesarios Hacer cine de modo totalmente independiente en una coyuntura tan complicada como la actual, ya de por sí es todo una osadía. Esta es la tercer película de Mariano Laguyas, primera en estrenarse comercialmente, y de producción completa en La feliz. Realizada en 2016, es un film que demuestra su independencia en varios factores. No son tiempos fáciles para hacer cine en el país, menos si es producido como un oasis, teniendo que batallar contra los recursos. Laguyas no sólo sortea ese escollo, sino que se anima a una propuesta ambiciosa. Un film de género, diferente, un thriller con elementos noïr actual, jugado en dos tiempos, y en relato fragmentado. Tenemos que pensar en un director inquieto. 1995 y la actualidad. Magui (Kirina Gallegos) viaja de Madrid a Mar del Plata en ocasión laboral por los recordados Juegos Panamericanos que se realizaron en la ciudad. Allí terminará involucrada en un hecho con otros tres compañeros de trabajos, dos hombres y una mujer, que la marcarán de por vida. En la actualidad, Magui tiene una hija, vive en Buenos Aires, y tras un llamado, debe regresar a Mar del Plata, hospedándose en un hotel con la adolescente. Lo cual le hará revivir todo lo que ocurrió en una noche significativa como quiebre. Quizás le sirva para finalmente cerrar sus heridas. Yendo y viniendo del pasado al presente, uniendo cabos y pistas, intentando reparar el dolor, y rememorando a regañadientes lo que quedó atrás; el espectador deberá seguir de cerca a Magui para descubrir qué es lo que pasó aquella vez. "El tiempo compartido" es un thriller atípico porque, sobre todo narrativamente, no juega con los elementos tradicionales del género. No apuesta a la acción, al descargo de violencia física, a la resolución de un crimen de modo oscuro. Se sabe que en 1995 todo desembocó en un hecho trágico, que puede o no ser un crimen, pero el juego será el descubrir qué es lo que la atormenta. Nos desconcierta, nos lleva y nos trae, arma una estructura a través de los diálogos y las acciones, y estaremos pendientes en ver cómo las actitudes de Magui en el pasado repercutieron en ciertas posturas de la actualidad. Es un rompecabezas que se va armando en paralelo entre el pasado con eco en el presente. Laguyas apuesta a un clima noïr, de cine negro, sin necesidad de apuntar a una atmósfera oscura, ni cargar una estética que hubiese quedado extrapolada, impuesta, e inverosímil. El tiempo compartido se mueve en un ambiente “cotidiano”, con elementos reconocibles, sin cargar demasiado las tintas, sin grandes artificios estéticos. Lo noïr, lo negro, lo extraño, se va armando a través de la personalidad ambigua de sus criaturas “no santas”, y su narración fragmentada de hechos que cada vez se ponen más pesados, de este juego en el que las malas decisiones del pasado construyen un presente con mucha tierra bajo la alfombra. A través de una banda sonora circular, omnipresente, con una sonoridad que nos arropa y va creando esa situación (a veces un tanto invasiva); y diálogos que remarcan el peso de las circunstancias; se nos va introduciendo paulatinamente dentro de la historia, sin nunca adelantar más de lo necesario. La estética visual apenas si se complejiza en medio de juegos de luces, y un montaje ligero entre los dos tiempos para que no sea confuso. La utilización de los recursos, que no abundan en lo económico, se destaca por su corrección. Los juegos de diálogos son fundamentales, y Kirina Gallegos y Lucila Iriarte se llevan la mejor parte, con actuaciones convincentes, y química de colegas entre ambas. El juego temporal queda remarcado en objetos, latas, sourvenirs, vestimentas; sin necesidad de ser permanentemente remarcado. Por último, será la misma ciudad costera la que termine de definir el clima adecuado para la propuesta; con planos que saben aprovechar el paisaje para narrar. "El tiempo compartido" es cine orgullosamente independiente, con destacados valores de producción, sin pretensiones de ser una propuesta enorme, ni extralimitarse de sus posibilidades; y no por eso ser considerada menor. Maneja fuertes ambiciones, y se anima a algo diferente, atractivo, con personajes que no se limitan por lo bueno y lo malo. Navegan cómodos en los grises de quien vivió, pecó, y tiene un pasado. Un pasado que merecía ser contado.
Segundo largometraje de ficción de Diego y Pablo Levy, "All inclusive" es una comedia con el manual bajo el brazo, que sólo se diferencia por su elenco. Durante los años ’70, la recordada dupla de Alberto Olmedo y Jorge Porcel supo recrear en el cine, más allá de la picaresca, varias de las problemáticas y frustraciones del hombre argentino medio de alrededor de los 40 años. Ese estilo, que hoy sería inadmisible por sus consideraciones machistas de época, fue mutando hacia lo meramente costumbrista, regresó de algún modo a fines de los ’90 en la forma de “la saga de los papás” de Francella, para luego ir perdiéndose. Algo de eso hay en Ariel Winograd, aunque más referido a lo familiar. También apareció en "200000 Besos", aunque para una generación anterior y exponiendo un sector inmaduro; y cada tanto lo encontramos en alguna comedia indie con tufillo a BAFICI, o en producciones que huelen a telefilm un tanto anacrónicas. Diego y Pablo Levi, en su segunda película no documental, "All inclusive", recogen de algún modo el guante; como para analizar qué cambió en el antes y el ahora. Lo primero que se observa es cierta influencia de la telecomedia argentina. Quizás ya no el falso costumbrismo barrial de Suar, sino esa idealización de clase de Ortega/Underground, también de la mano del posmodernismo ideológico; más notorio, como se dijo antes, en el rol de la mujer. Lo segundo que se observa, es la abstracción de clase. Se representa ya no tanto al oficinista, sino al profesional relativamente joven, que está formándose en su carrera, y afronta los nuevos desafíos. Los problemas económicos per se ya no son centrales, sino el quedarse sin empleo, como quedarse sin proyectos. Tercero, una suerte de universalización, en el que la acción podría ocurrir aquí, allá, o en cualquier urbe de clase. All inclusive plantea una situación prototípica. Pablo (Alan Sabbagh) es un arquitecto en pareja con Lucía (Julieta Zylberberg), actriz publicitaria. Tienen un buen pasar, y una convivencia bastante armoniosa; aunque se notan ciertas asperezas. Durante una cena con una amiga de ella y la pareja de esta, bastante pedante, los problemas se hacen notorios. Pablo está muy metido en sus proyectos laborales, pronto a firmar un contrato con unos asiáticos para la empresa de la cual es empleado. Se burla y descree de la estabilidad de los otros, convencido de que lo suyo con Lucía es fuerte. Por su parte, a Lucía le pica el bichito de la maternidad cuando se entera que su amiga será madre. Para mover el avispero, Pablo decide reactivar el postergado viaje a Brasil que tenían planeado, de un día para el otro. Justo, a la mañana siguiente de haber contratado el paquete turístico, a Pablo su confianza le juega una mala pasada y es despedido. Sin empleo, ocultándoselo a Lucía, y con un futuro incierto, se van unos días a Brasil; lugar en el que todos los trapitos saldrán al sol. Entre una pareja lésbica establecida que se hospeda con ellos (Marina Belatti y Mariana Chaud); y un guía brasilero (Mike Amigorena) en plan seductor, simpatía empalagosa, y múltiples actividades; Pablo se sentirá acorralado por la situación. "All inclusive" es una comedia romántica, más centrada en el hombre que en la mujer, que transparenta muchas de las frustraciones de esta generación a la que se le exige hacer pie en todos los factores de su vida y no lo logra. Maneja códigos universales, por momentos nos hace recordar a películas como "Couples retreat"; y se mueve en base a un humor que explora diferentes áreas (pareciera ser la representación gráfica de un stand up), y a veces es efectivo, y otras menos. El guion de ambos Levy e Ignacio Sánchez Mestre se queda en el manual. Todo lo que sucede parece que ya lo hubiésemos visto antes. Extrañamente podemos adivinar (casi) toda la película con tan sólo ver el afiche; y en las pocas veces que se sale de lo típico, resulta algo inverosímil. Es entretenida, divertida, varias situaciones causan gracia (otras no tanto), pero difícilmente encontremos algo cercano a la originalidad.