Adaptación de otra novela de Nick Hornby, "Amor de vinilo", de Jesee Peretz, se destaca por el refinamiento inglés del autor y un elenco talentoso que sabe ponerle el cuerpo a las criaturas. Como (casi) ningún otro género, la comedia puede ser claramente dividida de acuerdo al sector etario, o target de edad, al que va dirigido. En el 2000, "Alta fidelidad" no sólo nos regresaba al mejor Stephen Frears, llevaba a la fama al autor de la novela en que se había basado, Nick Hornby (quien ya había tenido algo de relevancia local con "Fever Pitch" tres años antes). Desde entonces, las novelas de Hornby se convirtieron en un referente para los personajes que ya pasaron los cuarenta, y se encuentran en medio de una crisis de frustración existencial, con "Un gran chico", como siguiente referencia. Algo similar a lo que Judd Apatow hizo en el cine como director y productor. “Casualmente”, Amor de vinilo, de Jesee Peretz, es otra adaptación de Hornby, producida por Apatow, y como cereza del postre, con la música como elemento narrativo fundamental, algo que en Alta Fidelidad y Un gran chico ya había rendido. ¿En qué se diferencia "Amor de vinilo" de estas? Su protagonista principal es una mujer… aunque rodeada de dos hombres que funcionan como algo más que satélites. Annie (Rose Byrne, por fin alcanzaste tu gran protagónico, nena) tiene una relación de muchos años con Duncan (Chris O’Down), obsesionado con la figura de Tucker Crowe (Ethan Hawke), un rockero caído en desgracia de otrora gloria. Duncan logra hacerse con un demo acústico del disco más exitoso de Crowe, que creían desaparecido, y que le da título original a la película, Juliet, naked. Pero el correo con el demo lo recibe primero Annie, que lo escucha, y realiza una crítica para nada positiva. Por un lado, este hecho genera las primeras (o más) rispideces entre Annie y Duncan; por otro, Annie recibe la devolución menos pensada de su comentario, la del propio Crowe, quien concuerda bastante con Annie, y así comienzan un intercambio epistolar 2.0, o 1.5, vía e-mail. Amor de vinilo va cambiando su punto de vista de acuerdo a este trío, y así también, su protagonismo o tiempo en pantalla. Pero el motor de conducción y conflicto siempre es, de algún modo, Annie. Vamos pasando por las voces en off de uno u otro, el foco pasa por cada uno, pero siempre vuelve a ella. El único tramo en que ella no tendrá injerencia directa (aunque podríamos decir que sí indirecta mediante el intercambio de mensajes), es en la historia personal de Crowe con su familia; su pequeño hijo con Tourette, su ex esposa con la que vive en un mismo terreno, y la hija embarazada con la que no mantenía contacto y que llega a verlo. "Amor de vinilo" expone los conflictos y problemáticas típicos de personajes que atravesaron la barrera de los 40 y se replantean cómo seguir en lo que podría ser la segunda mitad de sus vidas. Son personajes de clase media, sin grandes problemas económicos ni laborales, pero tampoco ostentaciones. Claramente, los problemas propuestos son emocionales. Quizás un referente local de ese cine lo encontremos en Gabriel Nesci, con "Días de vinilo" "Casi leyendas", y hasta la serie "Todos conta Juan". Acá, aparece otro factor fundamental, al igual que Nesci, en Amor de vinilo, y en la pluma de Hornby, la música es trascendental. La banda sonora marca buena parte de la narración y la hace rítmica. No hay necesidad de que la letra de las canciones ejemplifiquen el momento, ni que suene permanentemente; la música siempre está, ahí, como refugio para el film, y para la vida de estos boyados. Los temas que plantean son universales y verosímiles, por lo que la identificación es sencilla y directa. También elude en buena parte el edulcorado romántico; es un film con agridulces, y hasta lleva a una resolución que puede dividir aguas en ese sentido. Annie, Tucker, y Duncan, son queribles; y en esto ayudan sus intérpretes. Rose Byrne venía hace rato destacándose en secundarios, o como co-equiper o pareja del protagonista. Finalmente adquiere un rol central, y entrega todo lo que esperamos de ella. Annie es fresca, espontánea, natural, y aunque no siempre estemos de acuerdo con todo lo que hace, la comprendemos. Byrne la compone sin recaer en histrionismos de ningún tipo, entendiéndola. Además, escucharla hablar con su acento inglés natal, es una dulzura aparte. Un detalle extra algo risueño es cómo ¿se la ingeniaron? En varias escenas para ocultar el embarazo de la actriz con variados artilugios. ¿Ethan Hawke hace todo bien? Puede pasar de dramas como "First Reformed" por el que merece todos los premios que pueda recibir, a films de terror y ciencia ficción, y comedias como esta; y siempre demuestra muchísima ductilidad. Tucker Crowe es de esos rockers arrastrados y adorables, como el de Bradley Cooper en "Nace una estrella" sin todo el melodrama; o como los roles típicos del Hugh Grant post 40 sin la multiplicidad de tics. Quizás sea el más cliché de los tres, pero gracias al actor, se convierte en un gran personaje. Chris O’Down es quien lleva la parte más difícil, Duncan es bastante patético, el guion no lo trata del todo bien (hasta llega a desaparecer durante un buen tramo), y busca que sintamos pena por él. O’Down es un gran comediante, y es en él dónde más se ve la firma de Apatow aunque sea como productor. Peretz deja fluir, lo suyo no es una gran intromisión, ni estética, ni narrativa, se apoya en la música, en los actores, y en el encanto british. Por el resto es un trabajo formal que conduce al film hacia algo tradicional. "Amor de vinilo" es una comedia correcta, con mucho encanto, que si no llega a más es por cierto tratamiento estándar. La pluma de Hornby, y la labor de sus actores hacen el trabajo de elevarla.
Documental ficcionalizado sobre la historia de la animación argentina, "Argentina animada", de Victor Leali y Uriel Sokolowicz, funciona no solo como un recorrido por el archivo más tradicional. ¿Sabía usted que Argentina es el país que cuenta con el primer largometraje animado de la historia? ¿Sabía usted que en estas tierras contamos con una de las voces más reconocidas mundialmente en el mundo de la animación? ¿Sabía usted que ya es hora de derribar definitivamente la falsedad de que lo nuestro no sirve? Argentina animada es un trabajo en esencia documental con la capacidad de funcionar a varios niveles. Decimos en esencia, porque en verdad, el guion de Esteban Echeverría, Luz Márquez, y Cecilia Kohen hace un esfuerzo por crear una historia ficcional, y por supuesto animada, para hilvanar el material de archivo y crear el marco necesario. En "Argentina animada" no hay entrevistas a investigadores, menos a involucrados o herederos; tampoco hay una voz en off, y (casi, ya verán por qué) no hay placas informativas; todos recursos típicos del documental. Lo que hay es una historia, con personajes que realizan una búsqueda y respuesta. Antares es un Dragón animado en 3D al que aún no han delineado su fondo, por lo que transita en un plano blanco. Buscando su ubicación, traspasa la barrera (de modo inverso a lo que hizo Homero Simpson en el recordado capítulo de "La casita del horror") y entra al mundo de la bidimensionalidad. Él cree que es un personaje real, adora su tridimensionalidad y por lo tanto la añora, quiere regresar a ella. En el 2D se encuentra a César, un ratón antropomorfo con un léxico algo extraño, como que atrasa un par de décadas. Juntos deciden buscar ayuda, una respuesta a esta disyuntiva entre el 3D y el 2D, ¿y quién mejor para dar esa respuesta que Eustaquio, el búho sabio? Finalmente, a estos tres, que emprenden la búsqueda del origen, se les une otro personaje, El jefe, en blanco y negro, que se expresa sólo mediante placas. Cada uno de estos cuatro seres representa una época diferente, la actualidad, los años ’80, los inicios de la producción masiva, y las primeras animaciones del cine mudo. ¿Cuál es el origen? "El apóstol", de Quirino Cristiani, el primer largometraje animado del mundo, y es argentino, y maravilló hasta a Walt Disney. Argentina animada demuestra que la animación no necesariamente es asunto de chicos. "El apóstol" es un film de contenido político; y en su raigambre institucional, la animación también tuvo claroscuros a través de cortos que sirvieron como adoctrinamiento para la caza de bruja de subversivos, entre otras cosas. Todo eso, y más, está en "Argentina animada"; que se dedica principalmente a recorrer aspectos no tan conocidos de nuestra animación. Lo que quizás no esté, llamativamente, sea lo más conocido, salvo un fragmento a "Upa en apuros" y una referencia aleatoria a Manuel García Ferré, no hay en este recorrido pasajes de hechos bien populares. La razón de esto puede ser un tema de derechos de autor (juega con el archivo general de la nación), o una intencionalidad de bucear por aspectos menos conocidos. Lo cierto es que, aunque sorpresiva (sobre todo en cuanto a material actual), esa “ausencia” de algún modo funciona. La historia que se cuenta no funciona tanto narrativamente, tampoco es que se esfuerce demasiado en hacerlo, la idea es que sea práctica para que los personajes puedan funcionar como guías frente al espectador (sobre todo Eustaquio y El jefe). De otro modo, la propuesta se hubiese limitado a una acumulación de archivo – en el que los faltantes se hubiesen evidenciado más –, o incluir entrevistas a estudiosos que ya conocemos de otros trabajos (involucrados sería difícil por los años tan grandes que abarca). Desde otra perspectiva superior, "Argentina animada" también nos habla del ser argentino. Habla del poco respeto que se tuvo durante décadas (y ahora regresó) a la preservación de nuestro archivo cultural; y en general del poco conocimiento y cariño que se tiene hacia lo nuestro. El típico “Si es argentina, es mala”. Habla de los “accidentes”, y los años de persecución y aniquilamiento… de material. "Argentina animada invita a conocer parte de nuestra historia desconocida, como cultura de animación, y como país en sí, con luces y sombras. Se analizarán los hechos y las razones. Veremos que gran parte de ese trayecto histórico se recorrió de la mano de las publicidades (hecho que también ocurrió con el cine tradicional, cuando la producción de largos se pone en peligro, como sucede actualmente); y cómo se lo ha utilizado a modo de bajada de línea gubernamental. Que las voces de los cuatro personajes sean de Pelusa Suero y Daniel Di Meglio, el prócer y el que recoge el guante, es otro plus a tener en cuenta, y que suma mucho. Argentina animada, de Victor Leali y Uriel Sokolowicz, es un documental que apuesta a lo diferente, corre riesgos que no a todos va a encantar; pero es innegable su valor como construcción de mensaje y rescate histórico de algo que no merece quedar bajo las cenizas del olvido.
Quinta versión de What Price of Hollywood?, "Nace una Estrella", sólo se diferencia, y mucho, de sus anteriores versiones, por la presencia de sus protagonistas. El star system (no sólo hollywoodense) funciona de un modo tal que, determinadas películas no se valen tanto por lo que cuentan, sino por quienes se ubican delante de la pantalla. Hasta el cómo se cuenta puede estar influenciado en gran medida, por el peso de sus intérpretes. "Nace una estrella" es, valga la redundancia, una película de estrellas, no sólo cinematográficas, también, y principalmente, del mundo de la música. No es la primera vez, ni será la última, en que un ícono musical haga su camino dentro del mundo del cine. Por el contrario, es casi una regla. Desde las películas de los Beattles (en realidad desde muchos antes en los inicios sonoros, por ejemplo, en Argentina, los films de tangueros), pasando por Madonna, David Bowie, Cher, Britney Spears, o las Bandana; todos tuvieron su “película del cantante”, más allá de que luego afianzaran sus carreras como actores, o no Nace una estrella no es la primera vez que Lady Gaga actúa por fuera de sus videoclips. La vemos en la serie "American Horror Story", y la vimos de la mano de Robert Rodriguez en "Machete 2" y "Sin City 2" haciendo uso de su extravagante presencia (y antes de ser famosa hizo un extra en la serie de TV Los Soprano). Sin embargo, esta es su “película del cantante”, vale decir, la película en la que vamos a ver a Lady Gaga, con un plus, verla naturalmente, sin toda la parafernalia usual que la rodea. También hablamos de un remake, y ni siquiera, el primero, el quinto. Por lo que esto opera como un recorrido de doble vía. Para los outsiders, ver a su ídola pop cantando dentro de una historia. Para los cinéfilos, ver otra versión de un clásico de Hollywood. En la puja entre ambos, estará el resultado final. Agreguemos otro dato (no tan) de color, es la ópera prima como director, guionista, y productor de Bradley Cooper, quien también protagoniza; por lo que el término “película de estrella” se subraya. Nace una estrella cuenta la historia de Jackson Maine (Cooper), y Ally (Gaga). El primero es un cantante folk, o de música country, de otrora éxito, pero que ya hace un tiempo pasó a la segunda plana, sucumbido entre las adicciones al alcohol y otras drogas. Ally es una camarera temperamental. Hija de un músico amateur, devenido en chofer; tiene el deseo de triunfar. Mientras tanto, se pelea con su pareja mayor aparentemente adinerado, y despunta el vicio del canto en un bar drag queen (al mejor estilo Mi novia el…). El destino está marcado en las estrellas, y querrá que Jackson termine en el bar en el que actúa Ally. El flechazo es inmediato, y prácticamente desde que la va a esperar al camarín, no se separan. Ally se convierte de la noche a la mañana en el proyecto que Jackson moldea, y cuando aparezcan los productores indicados, la alumna comenzará a superar al maestro, poniendo a prueba más de una vez el amor entre ambos. ¿Originalidad? ¿Alguien habló de originalidad? La historia de Nace una estrella no sólo fue adaptada ya tres veces con el mismo título (protagonizada por Janet Taylor-Fredric March, Judy Garland-James Mason, y Barbra Streisand-Kris Kristofferson), data de un original de 1932 conocido como What Price of Hollywood? Con Constance Bennet y Lowell Sherman; y en sí mismo, lo que cuenta no deja de ser la típica historia de la doña nadie que se enamora de su tutor, triunfa, y ve peligrar su amor (hasta Nelly Furtado canta esta historia en su conocida canción Shit on the radio). El guion, adaptado por Cooper, el experimentado Eric Roth (Forrest Gump), y el meloso Will Fetters (Lo mejor de mí), se encarga de repasar uno por uno, todos los lugares comunes de este tipo de películas. Todo lo que uno puede suponer que va a pasar – aún sin haber visto las otras películas –, va a pasar, y del modo más tradicional posible. Hasta la típica caminata de la aspirante sobre un callejón vacío en el que despliega su talento para el baile liberador. Ni hace el intento de no ser un cliché. El remate del asunto llega cuando uno inspecciona un poco sobre la propia vida de Lady Gaga. Sí, Nace una estrella es bastante autorreferencial. En todo caso, el logro será el de transparentar la historial real, sobre las bases de la ficción de la historial original. Tenemos a la camarera, que canta y baila (La vie in Rose) en un bar rodeado de gays y drag Queens (en su mayoría sacados de Ru Pauls Drag Race), a la que tildan de fea, que se transforma, y triunfa como estrella con cierta parafernalia. Es tanta la insistencia sobre el tema “me consideraban fea y gané” que uno espera que de un momento al otro Gaga entone Born this way. En innecesarias dos horas y cuarto, la propuesta comienza endeble, muy endeble. Gaga tiene una primera escena en la que pediremos vuelva a cantar. Pero luego irá mejorando, tanto la película como su performance, aprovechando el detalle de verla “al natural”. No es casualidad que la propuesta mejore cuando comience a focalizarse más en Cooper, que además despunta como buen cantante. El ícono de una cantante pop que actúa, siempre lleva a Madonna. Siguiendo el ejemplo, allí donde la Ciccone nunca fue una tremenda actriz, siempre se repuso en base al suficiente carisma. Aquí Gaga no logra desplegar con fuerza ese carisma que se le vio a la chica material en Buscando a Susan. Quizás por ser un rol demasiado dramático. No obstante, su labor interpretativa termina siendo correcta, hasta logra llorar. Repetimos, acá el carisma es de Bradley Cooper, como este ser autodestructivo que no podemos no querer. Sam Elliot, como el hermano y manager de Jackson es otro punto a favor. Cooper además, sorprende como un director que, sin salirse de la media, muestra ciertas inquietudes estéticas, utiliza cámara en mano, y lentes de ángulos borrosos para demostrar el declive de su personaje; y una fotografía más brillosa y de primeros planos estelares para con Ally. Probablemente, esta nueva Nace una estrella no sea un clásico como sus antecesores de Garland y Streisand. Es una típica propuesta de una cantante probándose en otras aguas. El término que mejor la define es ese, típica, para bien y para mal. Fanáticos de Gaga a por ella, seguidores del Hollywood dorado, cada tanto dan las otras versiones en Tv Cable.
La ópera prima de Martín Rodríguez Redondo, "Marilyn", es una obra que opera a pura sensibilidad y potencia, arropando por completo al espectador. ¿Cómo se vive siendo diferente en una comunidad que no nos acepta y nos lo hace saber del peor modo? En los últimos años se avanzó a pasos enormes respecto a derechos de género. Aun así, es importante que sigan existiendo historias que nos hagan ver que no todo es fácil, que nunca se debe dar por sentado. Saber mirar desde dónde vinimos para encarar el futuro; y aprender que, tristemente, no todo el conjunto de la sociedad siempre avanza de la mano. "Marilyn" se basa, con ciertas libertades, en una historia real ocurrida hace unos cuántos años en el interior del país. Un pueblo pequeño con una mecánica que, quizás desde la urbe cueste comprender. Marcos (Walter Rodríguez), vive con su hermano y sus padres en una casa que el mismo dueño del campo “les alquila” a cambio del trabajo como peón. La rutina de la familia es básicamente trabajar desde que amanece hasta que se pone el sol. No hay mucha escapatoria. Sin embargo, Carlos (Germán De Silva, siempre sobresaliente) quiere otra cosa para su hijo menor, y por eso se preocupa en que Marcos, de diecisiete años, termine sus estudios. La madre, Olga (Catalina Saavedra), no está tan convencida de ese torcer el destino, probablemente cargando su propia frustración, y apoyándose más en su hijo mayor trabajador. Pero Marcos tiene algo más, su cada vez más latente deseo de reconocerse con el género femenino. Junto a su única amiga, se anima a probarse – a escondidas por supuesto – la bijouterie y la ropa que su madre se compra a pagar a la puestera que visita su casa. Sólo le queda el refugio que la da su padre apañando en silencio, ante la severidad inquebrantable de la mujer. Nada es fácil, así como Marcos es hostigado por su ambiente, su familia sufre el peso de la explotación del capataz, que sólo acarreará más tragedias en la vida de Marcos. Rodríguez Redondo se encarga de traspasar al espectador todo el peso de esta vida cargada de dolor y represión. Minuto a minuto, Marilyn se hace más difícil, como la vida a Marcos. Sin apresurarse, pero sin soltar las riendas del relato, el realizador pinta un cuadro de situación, a modo de viñetas de una vida cada vez más cercada y con la necesidad urgente de un botón de salida. Marilyn es un drama profundo que también se observa como un thriller para saber cuál será el destino de los personajes. Mientras más presente se manifiesta su identidad de género, mientras más quiere Marcos avanzar, más fuerte es la represión de Olga y el entorno de este pueblo en el que todos se conocen, intuyen lo que sucede “a escondidas”, y solamente se limitan a hostigar. Cualquiera de las salidas posibles que se nos ocurre para los que vivimos en el contexto de una gran ciudad y otro nivel socio cultural, es imposible para el protagonista. Marcos va forjando, a puro golpe de vida , una personalidad tímida, apagada, auto reprimida, propia de alguien que quiere, pero al que le han arrebatado muy pronto todos sus sueños. En Rodríguez Redondo se intuye aquel Favio de Crónica de un niño solo, o la sensibilidad con la que Lautaro Murúa presentó a la emblemática Raulito. Una mixtura exacta entre el nuevo cine independiente joven, y la mejor raigambre de la generación del ’60 y primera mitad de los ‘70. Marilyn es cine social con todas las letras. El tratamiento de la temática LGBTIQ no será el de los films de Marco Berger, menos el de Enrique Dawi en la ya hoy vetusta "Adiós, Roberto". Recorre un camino propio, con referencias bien claras en las que el contexto social prima por sobre todo. Nombres como el de Ricardo Wullicher (Quebracho), y el Grupo Cine Liberación, también pasarán por nuestras cabezas. No sólo nos hablan de una mujer a la que no dejan ser tal, nos hablan también de la realidad que no vemos sobre una vida en el interior que ni imaginamos. Despojada de toda idealización, y a la vez, eludiendo cualquier golpe bajo. El registro del realizador se siente casi documental, pero con gran pulso narrativo, libre de todo adorno que distraiga del objetivo principal. También hablamos del debut para Walter Rodríguez, y no siempre se tiene la posibilidad de realizar un primer trabajo con el peso que implica "Marily"n. Su interpretación es de una corrección magistral tal que se nos hace imposible imaginarnos a Marcos con otro rostro, y otros gestos, que no sean los suyos. Todo el sufrimiento del personaje pasa por el cuerpo de Walter, y sirve como un perfecto canal transmisor hacia el espectador que entrará en clima de situación inmediatamente. Rodríguez, que en la vida real es mucho más expresivo y explosivo de lo que marcos es en un inicio, logra hacernos creer que es ese ser golpeado, opaco, reprimido, de gestos mínimos, con una personalidad que aún no termina de definirse porque no lo dejan ser. A Rodríguez Redondo no le interesa la falsa objetividad, su postura es la de llevarnos de la mano junto a Marcos para que comprendamos todo su arco de situación y querramos intervenir para librarlo. Desde los pocos minutos iniciada la narración se nos instalará un interrogante ¿Cómo hará Marcos para poder ser Marilyn finalmente? ¿lo logrará? La chilena Catalina Saavedra carga también con una composición difícil. Olga se hace odiar, pero también es imposible correrla de su contexto. Es una mujer dura, que lleva el control del hogar, y que debe cargar con todo el peso de lo que le va ocurriendo a esa familia. Acostumbrada a callar, así como Marcos es sumiso ante ella (y sólo busca su comprensión como figura de autoridad); ella es sumisa ante la explotación, también quisiera gritar, y su modo de hacerlo, es gritarle al que considera debe corregir, por puro mandato familiar y de tradición. Saavedra logra otra gran interpretación, y entre ambos actores se transforman en la herramienta principal para que el realizador exponga su postura de hechos. La química/anti química natural de madre e hijo, matriarca y “diferente”, queda representada con muchísima naturalidad y verosimilitud. "Marilyn" es una obra arriesgada, tanto narrativa como visualmente, asume la necesidad de transformarse a sí misma en una declaración de derechos, sin jamás decaer en lo declamatorio o reiterativo. A través del montaje, y de una pulsión lenta pero constante, como un grito desaforado y desenfrenado, pero implosivo; nuestro intereses nunca decae, por el contrario, cada vez ahoga, sofoca, congoja, y apasiona más. Al punto de dejarnos abatidos, noqueados, inmóviles ante tanto cine delante nuestro. No será fácil reponerse a lo que veremos. Martín Rodriguez Redondo concibió una joya tan delicada, adulta, y comprometida, que cuesta creer se trate apenas de un realizador dando sus primeros pasos. "Marilyn" es la carta de presentación perfecta para alguien de quien ansiosos ahora aguardamos su próximo grito de liberación.
Secuela del éxito de 2015, basada en los best Sellers de R. L. Stine, "Escalofríos 2: Una noche embrujada", de Ari Sandel, redobla la apuesta sobre el terror infantil. En los años ’80, durante el gran auge del terror estilo Clase B, surgió también el boom de las películas infantiles que difumaban los límites con el terror. El caso más popular quizás sea Gremlins (con sus mellizos Critters), pero también podríamos hablar de "Monsters Squad", "Shrunken Heads", y hasta las infames "Trolls" 1 y 2. En 2015, "Escalofríos" de Rob Letterman había logrado volver a traer ese espíritu de forma similar para la nueva generación, aprovechando una base de novelas populares asegurada. R.L. Stine es considerado el Stephen King para niños, por su proliferación en la pluma, y por su vertiente a las historias de terror, en este caso, inclinadas al público pre adolescente. En los ’90 era imposible visitar la góndola de novelas juveniles y no encontrarse con estos libritos pequeños, de tapas coloridas y grafitadas, que simulaban alguna viscosidad con colores en contraste, y nos invitaban a adentrarnos en historias de terror bien clásicas, pero protagonizadas por púberes. Si tenías menos de 15 y ya te interesaba el género, seguro sucumbiste a la tentación de tener unas cuantas de esas novelas. Escalofríos sorprendió para bien, lograba capturar en exacta medida la esencia de las novelas, el espíritu del terror infantil de los ’80, con la tónica de los tanques actuales (quizás en exceso de CGI) y la ingeniosa vuelta de tuerca de incluir al propio Stine (interpretado por Jack Black) como un personaje. Público y crítica respondieron satisfactoriamente, y por ende, tres años después, llega la esperada secuela que mantiene el mismo juego, aunque con algunos cambios. En principio, Rob Letterman (acostumbrado a las comedias infantiles) dijo adiós y llegó en su lugar Ari Sandel, que tiene en su haber dos comedias adolescentes que bien vale la pena descubrir "The Duff" y "When We First Met". "Escalofríos 2: Una noche embrujada", es su primera oportunidad para medirse en una producción a gran escala. También hay cambios en los protagonistas. Sarah (Madison Iseman) vive junto a su hermano menor Sonny (Jeremy Ray Taylor), y su madre Kathy (Wendy McLendon Covey), y espera poder entrar a la universidad de Columbia. Junto a su amigo Sam (Caleel Harris), Sonny decide juntar algo de dinero con un emprendimiento retirando chatarra a domicilio. Uno de sus clientas, quizás el único, resulta ser una mujer mayor que los convoca a una casa abandonada en la cual, a cambio, pueden quedarse con cualquier cosa que encuentren el hogar. Allí, entre ruinas y gatos embalsamados, Sonny y Sam encuentran un muñeco ventrílocuo, además de un libro cerrado con llave. Por supuesto, la casa fue el primer hogar de R. L. Stine, el muñeco no es otro que el pérfido Slappy, y el libro es la primera novela del escritor, Halloween encantado. Slappy, que no tarda en demostrar sus habilidades telepáticas, y de alguna forma para cumplir deseos, piensa en tener una nueva familia; y cuando Sarah y Sonny lo rechacen, su plan será utilizar el libro para llevarlo a la realidad, revivir a todos los monstruos de una tienda con homenajes a Escalofríos, y así crear su Halloween eterno y tener su propio familia monstruosa. Si el argumento no es del todo original, lo cierto es que no necesita serlo para cumplir con la premisa de puro entretenimiento terrorífico para pre adolescentes que se proponen. A diferencia de su antecesora, Escalofríos 2: Una noche embrujada genera un mayor clima de homenaje al terror clásico. La primera escena ya nos hace acordar a "Scream", y desde ahí, no para. El diseño de los monstruos, si bien sigue siendo en CGI, tiene la intención (en su mayoría) de simular ser efectos prácticos, o artesanales. Hasta Slappy cambió un poco su aspecto para parecer más una marioneta real; y entre la enorme cantidad de monstruos hay muchas figuras reconocibles, no solo por los seguidores de las novelas de Stine. Si bien ni sueñen con encontrar sangre, o muertes, "Escalofríos 2: Una noche embrujada", se las ingenia para generar unos cuántos sustos y hasta algunas imágenes algo perturbadoras (sin spoilear, algo que sucede con Kathy, es digno de una de terror real). Jack Black vuelve a repetir al personaje del escritor, pero se siente que fue incorporado a último momento, no tiene (casi) participación con el resto del elenco, y su intervención es más bien escasa, y sólo excusa para algo que acá no diremos. Igual, no deja de ser Black, y sus pocos minutos le alcanzan para desplegar carisma. Madison Iseman (que ya había hecho de Jack Black en Jumanji 2), Jeremy Ray Taylor (el gordito que todos amamos en It), y Caleel Harris (de Castle Rock), tienen muchísimo carisma como para ganarse a la platea, y hasta resultan mejores que los anteriores protagonistas, algo más clichés. La veta humorística corre por cuenta de Mc Lendon Covey, Chris Parnell (algo desdibujado al principio), y Ken Jeong. "Escalofríos 2: Una noche embrujada" se apoya menos en el gag directo, y recurre a la diversión a través de la propia historia. Con espíritu vintage pero clima moderno, con buena dosis de terror ATP, y mucho respeto a los clásicos y originales, tenemos a una digna secuela que iguala o supera lo que ya antes estuvo bien.
Ameo ¿Dónde está mi casco? Con la industria del cine de género en Argentina en pleno apogeo (resistiendo como puede, a puro pulmón, la crisis general de nuestro cine), no solo aflora el terror y el policial como género fuerte. La comedia siempre funcionó bien en nuestra platea. Generalmente arraigada al costumbrismo y los códigos de la clase media barrial (cuando no la clase media alta “a lo Winograd”) y apuntando a la familia media heterogénea de edades promedio. ¿Qué puede pasar? es comedia de fórmula, respeta los cánones universales impuestos del género; y como un revés lo hace en clave cuasi paródica, autoconsciente de estar representando algo que, quizás, sea ajeno a nuestra cultura. El target de edad también es otro dato distintivo, tratando de llegar al público que mayoritariamente repite como loro el slogan “yo no veo cine argentino”, “el cine nacional es siempre igual”: el público adolescente. Llamativamente es, por lo menos, la tercera comedia nacional de género en el año que apunta a los pre veinticinco, contando Bruno Motoneta y En busca del muñeco perdido (Re loca podría ser la cuarta aunque le estaría escapando al target etario, y si bien es remake, adapta con algo de costumbrismo). Y entre las tres hay que reconocer que están haciendo bien las cosas. La fiesta inolvidable Darío Lopilato es Marito, un veinteañero o treintañero tardío, algo nerd, algo tarambana –una mezcla entre su típico personaje, no tan afectado, y los adolescentes que hacía Anthony Michael Hall en los ’80- que vive con sus padres: una ama de casa (Mirta Busnelli, que este año está on fire en el cine y lo celebramos) y un técnico reparador de electrodomésticos (Osvaldo Santoro). Marito quiere ser inventor, es más: creó un casquete que tiene la posibilidad de traducir las ondas cerebrales y maneja un dron algo invasivo. Cuando los papis ganan un viaje de placer en un concurso, él queda a cargo de la tienda de reparación que simplemente debía cerrar por un par de días. Es ahí cuando aparece Peter (Grego Rossello) el mejor y probablemente único amigo de Marito, veintetreintañero como él, con ínfulas de ganador canchero y un solo propósito: vivir el sueño americano que venden las películas. Confusión va, confusión viene, Marito pierde los ahorros que su padre guardaba en el colchón, por lo que deben reabrir el local y hacerse cargo de algunas reparaciones para recuperar el dinero. Ante sus ojos cae una voluptuosa mujer (Luciana Salazar autoparodiándose) que les compra un microondas destartalado como si fuese una gran obra de arte vintage, exigiéndoles que se lo lleven a su mansión en la que vive junto a “su tío” (Emilio Disi). Cuando al llegar la mujer emprende un inmediato viaje, ellos quedarán a cargo de la casa y del senil anciano postrado en una silla de ruedas sin respuesta alguna; lo único que deben hacer es utilizar el casco para obtener un código que permita acceder a una caja fuerte. Peter verá esto como la oportunidad de cumplir su sueño de realizar una gran fiesta como la de las películas yanquis; además de invitar a las dos vecinas que acaban de conocer (Magui Bravi e Inés Palombo). El American Way of Movie Andrés Tambornino, con mucha experiencia en el montaje y la dirección de El descanso (junto a Ulises Rossell) y S.O.S. Ex; y Alejandro Gruz, operaprimista con gran experiencia en la producción, se encargaron de la dirección de ¿Qué puede pasar? intentando homenajear lo más posible el estilo de las comedias estadounidenses. La clave de ese homenaje será no disimularlo y tomárselo en solfa. Peter permanentemente habla de querer hacer una fiesta en una mansión a lo yanqui, en donde concurran chicas de nombre Kimberley. Viste remeras que hacen referencia al país del norte y hasta elige como decoración globos y guirnaldas en color blanco, azul y rojo. Es una penetración cultura completa. ¿Qué puede pasar? se refiera a películas como American Pie, Van Wilder, o Dude ¿Dónde está mi auto?; pero no es casualidad que aquellas eran protagonizadas por adolescente reales, y esta sean dos amigos que están más cerca de los treinta (si es que no los pasaron) que de la adolescencia pura. En todo caso serán adolescentes tardíos, o eternos. Una tónica que funciona mucho mejor que en la fallida La última fiesta. Dos “chicos”, dos grandulones, que crecieron frente a la pantalla (probablemente) del televisor y su anhelo es replicar aquello que vieron, aunque su contexto diario sea completamente otro. El humor mezcla este tono de parodia con el gag más directo de sketch y líneas de humor negro bastante llamativo. No deja de sorprender lo que hicieron con Emilio Disi –más allá que ahora sea su film póstumo– de hacerlo pasar como un anciano casi comatoso, al borde de la muerte, inhábil, y expuesto a varias situaciones denigrantes. Algo tan incómodo como gracioso, si el comediante se prestó a ese juego. Palombo y Bravi cumplen como los objetos de deseo, también en código película de universitarios estadounidenses; y Luciana Salazar, como la MILF, se ríe de ella misma y hasta de su propia poca ductilidad como actriz. Santoro y Busnelli (que casi repite su rol de Bruno Motoneta) se sabe que siempre cumplen, más en la comedia, los queremos. Entre los secundarios quienes más se lucen son Luís Ziembrowski y Alejandro Müller en un dúo de personajes que mejor no revelar, pero arrancan varias sonrisas. De los protagonistas, si bien ambos cumplen, Grego Rossello sorprende más y se adapta mejor a la propuesta de homenajear/parodiar a los clásicos de Hollywood. Tambornino y Gruz manejan bien los códigos de una comedia independiente, con algo de bizarro o clase B, y un timing en el que (aunque no todos los gags funcionan igual) el resultado general es positivo. ¿Qué puede pasar? aplica la fórmula y tiene la capacidad para asumirse como lo que es. El resultado es bastante mejor de lo esperado.
Alguien me está observando La sala de cine (el viejo y querido Gaumont) proyecta una película en blanco y negro sobre una mujer acorralada por un hombre acosador, ella debe tomar una medida drástica. Carla (Nai Awada) y su amiga parecen ser las únicas espectadoras en esa inmensa sala. A la salida, la propia Carla, paralítica en muletas, será víctima del acoso de un ex que no entiende que todo terminó. Los peligros para Carla recién comienzan. Matías Szulanski viene promediando una carrera maratónica. Entre el ante año pasado con su debut en Remplazo incompleto y el ahora, lleva estrenados cuatro largometrajes; todos de temáticas diferentes, con un hilo en común: la total libertad para adoptar las formas cinematográficas. En buena hora, Szulanski es un realizador experimental. En peligro quizás guarde alguna relación con su anterior Recetas para microondas, y junto con Pendeja, payasa, y gorda forman un (hasta ahora) tríptico de microcosmos en preponderancia femenino. ¿También feminista? Szulanski es también creador polémico, guste o no. Este cuarto film es a su vez su obra más ambiciosa. Si bien sigue moviéndose dentro del ambiente del estilo Clase B (del que él mismo se reconoce admirador), su puesta es más grande y con mayores riesgos estéticos y de narración; también con los homenajes más claros. En peligro es un film latente, al borde del género, con la violencia expuesta en varios sentidos y una tónica en la que parece no estar contando demasiado pero diciendo mucho. El llamado de la sangre Luego de ser acosada por su ex, Carla llega a su departamento solo para encontrar a su caniche ahogado en el inodoro; y cuando se asome a recogerlo, una presencia que no reconocemos intenta ahogarla a ella también. Así y todo, los peligros recién están comenzando. Una investigación policial. Alberto Zapiola (Alberto Suárez) no parece ser el mejor detective del mundo, pero quiere llegar a la verdad. Entre su preocupación porque su peluquín quede disimulado, encuentra algunos sospechosos: por supuesto el ex, y una vecina ex convicta que no parece estar en sus cabales (Claudia Schijman). Mientras tanto, Carla se queda en su departamento con una amiga (Flor Benitez), que solo quiere jugar algún juego de mesa y fumarse un porro, ¿el vecino con un hurón como mascota (Gastón Cocchiarale) será vendedor? Todo así. En peligro muestra una rutina, personajes entre apáticos y espasmódicos, y una historia que no es constante pero mantiene siempre la atención sobre lo que está sucediendo. El timing es pendular entre Carla, Alberto, su amiga, sus vecinos y la ficción que cala en la realidad, o la realidad que se funde en la ficción. Todo es caótico y huele a sangre pegajosa. Szulanski elige una gama de colores ocre y en contraste para representar la suciedad, lo lumpen y el ocaso de esa situación que presenta. Hay un clima de acoso y peligro circulante. Este es mi mundo, mi pantalla El guión de Damián Leibovich (Los inquilinos del infierno, Forajidos de la Patagonia) se amalgama perfectamente con el estilo de Szulanski de creación de criaturas particulares. Ese límite borroso entre la farsa, la parodia, el cine de género, y lo conscientemente berreta como kitsch. La clave principal para entrar al mundo de En peligro es no tratar de comprenderla permanentemente. Hay que dejarse llevar. Los giros no dejan de ocurrir y cambian todo lo que suponíamos, los límites se corren, y la interacción entre los personajes se hace cada vez más extraña y extrema. Sobre el final, cuando ya bajamos los brazos y nos rendimos a la conducción del guionista y el director, arribaremos a una explicación, más o menos un armado cuasi lógico sobre lo que está sucediendo. Hay homenajes al giallo, al policial estilo Clase B, al sexploitation y también al Todd Solonsz más extraño y juguetón, el de Welcome to the Dollhouse o Wiener-Dog. Sí, acertaron, la comedia negrísima es la otra clave. Personajes que en su patetismo, asquerosidad e infantilidad, nos convencen y nos llevan a vernos de alguna forma como espejos magnificados. También hay lecturas sobre el mundo del cine, sobre el corrimiento de la ficción y la realidad, y sobre un estado de cosas a punto de derrumbarse. En peligro parece no hablar de (casi) nada, y habla de mucho. Nai Awada, Alberto Suárez, Claudia Schijman, Flor Benitez y Gastón Cocchiarale comprenden este juego extremo y se suman con interpretaciones logradas, entre lo serio y lo burdo. Sobre todo Schijman tiene escenas que llevan al aplauso. En peligro es obra de un realizador inquieto que se perfila como prolífico y deseoso de plantear varias inquietudes formales y narrativas. Lo mejor que puede decirse de Matías Szurman -ante ya su cuarta obra- es que no se trata de un director más,. Y En peligro tampoco es cualquier película.
La nueva biopic de Lorena Muñoz, "El Potro: Lo mejor del amor", repite la fórmula de su anterior película; con resultados, afortunadamente, similares. Hay quienes persiguen un sueño y forjan su destino hasta lograrlo; y hay quienes el destino los alcanza, las oportunidades de la vida los van conduciendo hasta moldear lo que debe ser. El segundo parece ser el caso de Lorena Muñoz, que con su cuarto largometraje, dos de ellos documentales, se instaló como una referente absoluta de las biopics musicales. En 2003, junto a Sergio Wolf, sorprendió a todos con "Yo no sé qué me han hecho tus ojos", un documental que se metía de lleno en la misteriosa vida de Ada Falcón, y aún hoy es difícil igualar semejante timing para con un documental que transforma en suspenso la pasión de una vida cargada de dolor. Luego de que su próximo proyecto, "Los próximos pasados" (sobre el container que poseía en su interior el mítico mural que Siqueiros pintó en el sótano de la casa de Natalio Botana) la alejara de la música; en 2016 fue la elegida para finalmente concretar el postergado proyecto de una biopic sobre la cantante tropical Gilda. El suceso y la grata sorpresa tanto de crítica como de público fue tal que era inevitable que su siguiente proyecto se inscribiese en el mismo camino. La producción de una biopic sobre Rodrigo “El Potro” Bueno, se puso inmediatamente en marcha, casi como si fuesen esas secuelas que se anuncian en el fulgor de la película anterior. "El Potro: lo mejor del amor", repite el mismo equipo de producción de "Gilda, no me arrepiento de este amor"; pero fundamentalmente, lo que repite es a su directora, y es eso lo que marca el destino de este film. Nuevamente, Tamara Viñez se anota como co autora del guion para narrar esta historia que parte de un lugar bastante diferente al de Gilda, aunque los anhelos podían ser similares. Gilda era una chica de clase media, tranquila, llamada a ser una esposa y maestra jardinera modosita; aunque su sueño fuese cantar, y encontró casi de casualidad su oportunidad en la movida tropical. Ahí está la diferencia. Rodrigo (Rodrigo Romero) ya respiraba cuarteto desde la cuna, su padre (Daniel Aráoz) era un músico y productor, con fuertes contactos en Buenos Aires. Aunque él quisiese otra cosa para su hijo, Rodrigo quería ser cantante; y su madre (Florencia Peña), aún más. Por supuesto que esa claridad de destino no hizo que todo fuese un lecho de rosas, y la carrera musical de Rodrigo fue una montaña rusa de tragedias, desvaríos, subidas, caídas, y amoríos. Todo eso son la sal de "El Potro, lo mejor del amor". Mucho de lo que se ve es de público conocimiento, bastante más que en el caso de Gilda, por cierto. Rodrigo vivió en medio de una vorágine maratónica. Tuvo su inicio con música de cumbia impuesta; como buen potro, intentaron domarlo; la tragedia lo persiguió, huyó, y se reinventó convirtiéndose en un fenómeno cuartetero que conquistó a las masas de todo el país. Las comparaciones entre una película y la otra son imposibles de ocultar; y si bien, en muchos aspectos, los más positivos, las similitudes abundan; en los claroscuros es en donde se marcan las diferencias. "Gilda, no me arrepiento de este amor"; trataba a su personaje de modo inmaculado, los aspectos negativos de su vida, estaban ligados a no poder despegarse de la que había sido, claramente era una víctima; tanto del entorno de su “ex” marido, como de la voracidad de la movida tropical que quiso llevarse una mayor tajada del éxito de ella. En "El Potro, lo mejor del amor"; esa ecuación queda invertida. Rodrigo no es un ser inmaculado, sus costados oscuros están ahí, ben presentes en su vida privada, y colándose en lo profesional mediante algunas juntas que lo llevan por mal camino. Pero el ambiente del mundillo musical se nota algo lavado, como si hubiese algo de lo que el film no quiere hablar. Por el contrario, quien sí sale bastante inmaculado, es la figura de El oso (Fernán Mirás), su productor y representante, que adopta una figura paterna. Si Natalia Oreiro se sentía en las nubes al lograr interpretar el personaje que tanto había querido encarar; con Rodrigo Romero, el casting realizado es sencillamente perfecto. omero habla, gesticula, se mueve y hasta canta, igual que Rodrigo Bueno. Son muchos los momentos en los que nos relajamos y olvidamos que estamos viendo a un actor con su personaje, Romero es Bueno, Rodrigo es Rodrigo. Nuevamente los secundarios funcionan como una ajustada maquinaria de reloj, Florencia Peña tenía todo para desplegar un gran histrionismo como Beatriz Olave, pero no, inteligentemente elige un tono más medido, sabe que la película no es de ella. Se ve como una madre abnegada, que da todo por su hijo (relega su vida al lado de un hombre que no la trata del mejor modo con tal de asegurar un futuro para su crio), que tiene un destino pre configurado para él, y no va a dejar que nadie se le cruce en su camino/el camino de su hijo; es ambiciosa; ella parió a Rodrigo, y forjó al Potro. Ni siquiera exagera en su imitación del acento, se sabe que Flor es porteña, su acento es apenas sutil, casi imperceptible, muy acertado. Diego Cremonesi como la oveja negra, Julieta Vallina como la tía, y Daniel Aráoz como el padre, demuestran todo el talento actoral que ya les conocemos. Pero los verdaderos aplausos (además de la mimetización de Romero), serán para Fernán Mirás y Malena Sánchez como la madre del hijo de Rodrigo. Ambos son los personajes más humanos de la película. Los que quizás funcionen como el cable a tierra, y ambos los componen a pura pasión por la actuación. Mirás es entrañable, Sánchez (que ya merece su protagónico) es dolor comprimido. La banda sonora, obviamente, es un punto alto, aunque no funcione tan aceitádamente con lo que sucede en la trama del film como en Gilda. Muñoz es la que hace la diferencia. "El Potro: lo mejor del amor", narra una historia con muchos momentos ya hartos conocidos en la televisión, y con una historia de fama desde abajo, que hasta pudo ser prototípica. Pero es ella, con su garra, su apasionamiento, con esos bellísimos planos alegóricos, con sus juegos de luces, sus silencios y sus arranques rabiosos, con ese tono que en buena parte nos hace acordar al "Gatica" de Favio, la que pone el acento, y hace que esta propuesta se eleve. No importa cuánto haya de verdad, o cuánto se haya ocultado, Muñoz construye un mito propio en su película, un santo sucio, humano; y la sala vibra no solo con la música, también con el latir de sus imágenes. "El potro, lo mejor del amor", es una película sobre soñadores y luchadores, y su mayor acierto es tener detrás de cámara a alguien que sabe transmitir esos dos ingredientes como ningún otro.
"Eterno paraíso", de Walter Becker y Sebastián Sarquís, , narra con pulso y precisión una historia de amor con ribetes metafísicos. ¿Qué significa la expresión Para siempre? ¿Cuál es el límite? Mucha tela se ha cortado en el cine sobre la prolongación de la existencia más allá de la muerte, sobre la posibilidad de otros planos, y la (in)finitud de la palabra eternidad. Nos juramos amarnos eternamente, pero, quiérase o no, hay un plazo infranqueable, la muerte nos separa ¿o no? Luego de A dos tintas, Walter Becker cambia de registro para contar una historia que mezcla el drama romántico, el género fantástico, y las teorías metafísicas; todo con un tono medio muy acorde que hace que Eterno paraíso nunca se empantane y eluda las zonas oscuras en las que fácilmente pudo recaer. Sebastián Sarquís, director de "El mal del sauce", lo acompañó en la producción y co-dirección de algunos tramos del film. En efecto, Eterno paraíso tenía todas las fichas para optar por dos senderos, o bien ser una propuesta melosa, recargada, melodramática, con todos los lugares comunes de un drama romántico para corazones sensibles; o transitar un camino de lírica críptica, plagado de un metalenguaje pseudo poético y presumiblemente intelectual en el que todos los personajes hablasen en prosa y expusiesen sus teorías sobre el amor eterno, porque sí. No, Eterno paraíso, no es ni lo uno, ni lo otro, afortunadamente toma una tercera posición, que podría considerarse la más sencilla, y sin embargo, es la de más nobles resultados. Eterno paraíso es un film sin rebusques, bien entendido el término. Directo, conciso, que logra atrapar por su premisa y por la capacidad de ir desplegando su historia a medida que avanza; nunca pretende ser lo que no es. De entre las mieles del romance triste, la lírica de la metafísica, y las bases del film de género, Becker (también guionista), opta por esto último, y gana. Pablo sufrió de chico la pérdida de su padre Carlos (Guillermo Pfening, que también participó de un film con varias aristas comunes a este como Tiempo muerto), un investigador obsesionado con una teoría precisamente llamada Eterno paraíso, que hablaba del encuentro con los seres perdidos. Carlos partió en extrañas circunstancias que nunca fueron reveladas a Pablo (Matías Mayer), marcándolo de por vida. Ahora es un joven algo triste, sensible, que vive con su madre (Celina Font) que por su rostro sabemos que oculta varios detalles. Pablo continúa su noviazgo con Esperanza (María Abadi), amigovios desde muy chicos, unidos por un hecho crucial de sus vidas que se concretó en una reserva natural que eligieron como el paraíso de ese amor. Las sombras en la vida de Pablo lo atormentan, parecieran que no lo dejan avanzar; y todo conducirá a más hechos trágicos. Deambulando por la noche, Esperanza es asaltada y cae en coma. Es ahí cuando las sombras de Pablo comienzan aclararse, uniéndose el dolor del pasado con el presente. Las verdades comenzarán a salir a la luz. En menos de 80 minutos, Becker construye una historia que nunca se distrae, con un ritmo que no es lento sino necesariamente triste, todos los elementos están puestos para que sintamos lo que Pablo siente en sus entrañas. El misterio avanza, y el guion nos introduce a querer saber qué es lo que sucede. Becker mostrará mano firme para mezclar correctamente el drama con el género fantástico metafísico. Todo lo que se plantea en el film pudo perderse en medio de teorías difíciles de desentrañar, inverosímiles. Pero tanto desde el guion, como desde la puesta, se opta inteligentemente por una sencillez concreta que hace que todo se comprenda, que se apunte a lo fundamental, y no nos perdamos en explicaciones innecesarias. Mayer, que hasta ahora se había presentado con solvencia en roles secundarios, se muestra convincente en un protagónico absoluto. María Abadi vuelve a demostrar que, además de poseer belleza naturalista, tiene un gran talento como actriz. Aquí logra transmitir toda la dulzura e incipiente perplejidad de su personaje. Becker logra que entre ambos co protagonista nazca la química necesaria para que esta pareja con un lazo profundo sea creíble. Guillermo Pfening, Celina Font, y Diana Lamas (como la madre de ella) acompañan acordemente, y suman al clima melancólico del film. Tanto el trabajo en la fotografía como en su banda sonora apuntan hacia lo mismo. Predominan tonos apagados con destellos de luz, azulados con pinceladas naranjas, acordes suaves, y un ritmo que elige no apresurarse para estar siempre contando algo, pero sin dejar que el timing decaiga. Eterno paraíso es un film que sortea favorablemente todas las dificultades que su propuesta pudo presentarle de haber recurrido hacia lo obviamente esperable. Como un realizador inteligente, Walter Becker supo encontrar lo esencial en su film y así llegar al destino final de modo victorioso.
Luego de varias postergaciones y cancelaciones, finalmente tenemos "Venom", de Ruben Fleischer, basada en el popular antihéroe de la factoría Marvel. El resultado es uno de los films más decepcionantes del año. Creado por la pluma y el trazo de David Michelinie y Todd McFarlane respectivamente en 1984, "Venom" forma parte de esos personajes que presentan la ambigüedad entre ser un villano y un antihéroe. Muchas veces ligado a los comics de otros superhéroes de la "Casa de las ideas", principalmente Spiderman; fue precisamente de la mano de este que Venom hizo sus primeros pasos por fuera de las viñetas. Recordado por la serie animada de Spiderman de los ’90 donde era un villano recurrente, y por la película Spiderman 3 de San Raimi en la que fue encarnado por Thoper Grace. Es ahora que Venom, finalmente adquiere su independencia cinematográfica. Esta película fue un proyecto en marcha desde hace muchos años, con anuncios, cancelaciones, cambios, y postergaciones varias. Tantos que se pensaba en su imposibilidad. Finalmente le llegó la oportunidad. Todo este antecedente de villano/antihéroe, proyectos truncos y cambios, nos traen algo de inmediato a la mente, "Gatúbela", aquel film maldito que terminó dirigiendo Pitof y protagonizando Halle Berry en 2004. Sí, algo de eso hay también en los resultados, pero no tan exactamente. Nuevamente se eligió como personificación humana a Eddie Brock (Tom Hardy), un periodista de investigación, algo sensacionalista, de novio con Annie Weyling (Michelle Williams). Al inicio del film vemos cómo algo impacta sobre la tierra a modo de bola de fuego y cae sobre territorio africano. Querrán los hechos, que el contenido de ese impacto termine en manos de una fundación de investigación científica, Life. No sin antes ya haber demostrado algo del alcance de lo que portaba, un parásito que se complementa con el cuerpo humano, se apodera, y le otorga habilidades mortales. Casualmente, Annie es abogada de Life, comandada por el inescrupuloso Carlton Drake (Riz Ahmed), y Eddie utilizará este contacto para saber qué negocios hay detrás de la fundación. Hecho que termina con el despido de Eddie y Annie, y la ruptura entre ellos. ¿Listo? ¿Nos vamos a casa? No, porque Life continúa con las investigaciones con el parásito alienígena, hasta llegar a un simbionte que necesitará supuestamente de un humano específico para amalgamarse perfectamente. Alarmada, una científica de Life (Jenny Slate) se contacta con Brock y lo introduce al laboratorio para que vea qué es lo que sucede. Eddie es sorprendido, todo termina mal, y el simbionte encuentra a su humano, Eddie Brock, que casi inmediatamente pasa a ser Venom. De ahí en más quedará la cacería por parte de Drake y sus matones, y Eddie y Venom descubriéndose, más las sorpresas de los villanos del caso. "Venom" aplica una fórmula clásica, recorre todos los lugares comunes, y no hubiese estado mal de por sí que así sea. El problema es cómo la aplica, de un modo completamente fallido. Ante las primeras noticias de que en el film hay problemas, Hardy salió a querer limpiar su nombre, aduciendo que se hizo un corte que perjudica a la historia. Es probable que así sea, es más, al film se le nota que faltan partes; pero aún así, la mayoría de sus errores no vienen de la edición, ni de los baches narrativos, vienen de lo que se ve. Los personajes y actores no tienen química entre sí, el tono varía entre una comedia histriónica muy fallida y un pseudo terror pobre, no hay carnadura, falta empatía, y nada de lo que sucede presenta ni el más mínimo verosímil que se le exige a cualquier película de fantasía. Las actuaciones son un caso grave. Tom Hardy y Michelle Williams no solo no tienen conexión, compiten por ver quién actúa peor. Entre diálogos imposibles, Hardy sobreactúa y jamás entra en personaje, hasta llega a reírse en los momentos serios del film; Eddie Brock nos importa nada, y ese juego que hace con su voz interior, Venom, es sumamente irritante. Michelle Williams parece estar interpretando a la reina tontona de Oz, con permanente cara de sorpresa (parece una muñeca inflable), es presa de frases increíbles, y de apariciones muy poco convincentes Igual, ninguno de los dos, llegan al nivel de Riz Ahmed, que compone uno de los peores villanos de los últimos tiempos. Exagerado, sin presencia, caprichoso, imposible. Jamás mete miedo ni respeto. Sus secuaces tampoco ayudan. Nada de lo que sucede en Venom nos interesa; y aquí es dónde se diferencia de "Gatúbela" y se acerca más a la última "Cuatro Fantásticos", ni siquiera es graciosa involuntariamente. No tiene ese ridículo divertido que hiciera que nos riésemos del pésimo vestuario de Halle Berry o de la cara de metal de Sharon Stone. No, "Venom" es aburridísima. A todo esto, sumémosle que sí, que hay muchísimas cosas que no se entienden, casualidades, y hechos muy apresurados. El director de Zombieland y Gangster Squad no hace nada. No hay un estilo, una estética, nada, es claramente un film de productores, desangelado. Venom decepciona a fanáticos del comic, de las películas de superhéroes, y hasta a quienes esperaban un momento divertido. Derechito al olvido.