Basada en una historia real, la de la propia directora, "Yo, niña", de Natural Arpajou, es un crudo aunque simpático relato de las vivencias de una crianza con padres para nada tradicionales. Hay quienes les escriben una carta a sus padres, algunos les hablan personalmente, Natural Arpajou hizo una película. Si una palabra define al universo de "Yo, niña", es precisamente, la misma que le da nombre a la realizadora, natural. Desde la primera secuencia, hasta los créditos finales, prima la sensación de que, más allá de la ficcionalización, hay transparencia, naturalidad, y franqueza en lo que cuenta. Algo que sólo se logra cuando hablamos de algo que vivimos en carne propia. Natural Arpajou viene del mundo del cortometraje con éxito, y este es su primer largometraje. Lo cual le otorga un valor extra. No todos logran hablar y transmitir tan abiertamente en su primera experiencia en el largo. Natural creció dentro de una comunidad hippie a la que pertenecían sus padres. De eso se trata Yo, niña; de una niña (valga la redundancia) que deberá crecer en un contexto en el que la forma de ser de sus padres es trascendental. La historia se centra en la década del ’70. Primera observación, la reconstrucción es sutil, no necesariamente marcada; la encontramos en detalles, objetos, formas; y (casi) no hay referencias directas a la época oscura que atravesaba el país; aunque indirectamente está (muy) presente. Armonía (Huenu Paz Paredes), como la llaman sus padres aunque su DNI diga otra cosa, vive con sus padres que, por decisión propia, decidieron irse de la ciudad, y vivir en una casilla al costado del río. Ambos pertenecen a la cultura hippie, aunque sean distintos entre sí, y llevan a su pequeña hija a vivir una vida autosustentable con las carencias típicas del caso, aunque ganando en una vida de, precisamente, armonía. Arpajou nos hace pensar cuánto de nuestros padres hay en nosotros, cuánto nos marca de un modo u otro la forma en que nos crían, y verlos a ellos como referencia adulta. Más en el caso de Armonía, que es la única referencia o contacto que tiene. No va a la escuela, su madre le enseña; y se abastecen con lo que tienen alrededor, o de un intercambio similar al trueque directo. Armonía desliza frases que son las de sus padres. Es una pequeña con una gran personalidad, y en la cual, el estilo de vida naturalista de sus padres, con fuerte raigambre ideológica, está muy marcado. Determinado acontecimiento, hará que los tres deban mudarse circunstancialmente a la ciudad, y allí Armonía vivirá, sentirá el contraste, para bien, y para mal. Con la hermana de su madre, con el colegio, con un amiguito que logra tener. Arpajou logra escenas de comedia (es imposible no sonreír ante la nena expresando principios básicos de la doctrina ideológica), y otras muy duras, que duelen en el alma. Pero siempre se resalta la naturalidad, nada es forzado o maniqueo. En su trayectoria como cortometrajista, Natural ya había expresado su gran talento, haciendose con varios premios en el Festival de Mar del Plata. Festival al que este año volvió con su primer largometraje. La ductilidad que ya había demostrado para manejar la dirección de actores, y construir diálogos que fluyan como el río; queda plasmado nuevamente en "Yo, niña". Andrea Carballo como la madre logra una interpretación sentida. Es la que más conexión tiene con Armonía. Es un personaje de fuertes convicciones, dura, ¿inquebrantable?, pero también víctima; atrapada en su propio “juego”. No es fácil que el espectador la comprenda, y entre su actuación y la realizadora, lo logran. Esteban Lamothe, como el padre, también encuentra un punto justo, en la forma habitual de interpretar del actor de El estudiante, y lo que requiere el personaje. Su trabajo también es correcto. Los contrapuntos de la pareja, que comparten la ideología, pero la expresan de modo diferentes, y tienen muchas contradicciones para con el otro, para con terceros, y para con sí mismo. En esos detalles, la historia vibra. Sobre el final, habrá un giro que puede dividir aguas, pero nuevamente, todo es tan natural y armonioso, que es indiscutible. Huenu Paz Paredes es el gran hallazgo de la película. Armonía se hace querer desde el primer segundo. La pequeña no tenía un trabajo sencillo, hacer creíble una crianza tan particular. No solo lo logra, conquista, enamora. Es imposible no recordar "Capitán Fantástico" al ver "Yo, niña". A diferencia de aquel, Arpajou juzga, no titubea, y aún así, tiene una mirada contenedora de esos padres, sus padres. No hace concesiones, los muestra con contradicciones, y en decisiones equivocadas, pero siempre sabiendo que el amor hacia su hija es innegable, por más maltrato que haya (sí). La belleza de los escenarios naturales de El Bolsón, sabiamente filmados en planos abiertos, es otro aporte distintivo definitivo. Natural Arpajou creo una ópera prima cagada de sutilezas y grandes momentos, que pese a su dureza, se ve con una sonrisa, y nos deja pensando. "Yo, niña" es una gran sorpresa; el talento de su directora, recién lo estamos descubriendo.
La nueva película de Gregory Plotkin, "Hell Fest: Juegos diabólicos" es un slasher con pocas pretensiones que gana al recurrir a las fuentes del género. En el juego del casino, no siempre el que hace la apuesta más grande es el que gana; alcanza con apostarle unas fichas al número correcto. Cuando se escriba la recopilación histórica de los slashers, es probable de Hell Fest: Juegos diabólicos no tenga su propio capítulo, es más, quizás hasta se olvidan de mencionarla. Ni siquiera sería raro su omisión en las listas de lo mejor del género del año. Pero en sus casi hora y media, construye un producto sólido, entretenido, cumplidor en varios niveles, y - lo que es mucho decir hoy en día – que no menosprecia la inteligencia del espectador. Olvídense del famoso festival de hardrock anual del mismo nombre, no tiene nada que ver. "Hell Fest: Juegos Diabólicos" homenajea a muchos de los clásicos del género, en especial a "Halloween" (que con su nueva y excelente secuela está más en boga que nunca); sin necesidad de recurrir al gancho directo de calcar escenas, o ubicar la acción dentro de décadas anteriores. Homenajea desde el respeto y el clima. Natalie (Amy Forsyth), llega a Orange Groove, a visitar a su amiga Brooke (Reign Edwards). Junto con Taylor (Bex Taylor Klaus) reciben pases VIP para visitar una ferie de horrores, o parque de diversiones temático de terror, llamado Hell Fest. Las tres asisten junto a las parejas de las dos últimas, Quinn (Christian James), y Asher (Matt Mercurio), y un amigo y posible interés romántico para Natalie, Gavin (Robby Attal). La noche comienza normal, a pura diversión. Pero hay un dato que advierte Taylor, hace años, ocurrió un asesinato en el mismo lugar, y el cadáver fue disimulado durante días como una atracción más. Ahora, en los juegos, oculto entre los personajes que trabajan para asustar, se esconde nuevamente un asesino; con una máscara simple pero atemorizante, que planea revivir esa noche, e ir por más. Vaya uno a saber por qué, este personaje se ensaña particularmente con Natalie, a quien empieza a acosar (no tan) desde las sombras. No busquen excusas, ni explicaciones, en "Hell Fest: Juegos diabólicos" no hay demasiada historia, y para ser sinceros, tampoco la necesita. Gregory Plotkin (Actividad Paranormal 5) y el grupo de ¡seis! guionistas aprovechan al máximo el ambiente para crear la idea de caos e indefensión permanente. El asesino puede ser y estar en cualquier lado, te pueden estar persiguiendo, y hasta asesinando, y el resto ni notarlo. También recaen en el uso y abuso del susto falso. Al asesino lo veremos deambulando entre los transeúntes, perdiéndose entre la masa, no siendo advertido. También presenciaremos la obsesión que toma por Natalie y el pavor que va creciendo en ella, la única que nota no todo está bien. Inmediatamente esto, sumado a otros datos de estilo, nos hará recordar a Halloween, y su teoría del Boogeyman social. No hay abundancia de chistes, ni humor que nos haga pensar en una comedia. Sí una liviandad reinante, dejándonos en claro que esto es un producto para adolescentes. Las muertes, salvo una bastante gráfica, no son explícitas, pero cumplen con lo necesario, y van sumando ritmo a esta historia de locaciones medidas y claustrofóbicas, y una atmósfera de temor permanente. Los seis personajes no están del todo bien desarrollados, ni poseen un gran carisma desde el guion, siendo la experimentada en el género Bex Taylor Klaus, y la protagonista Amy Forsyth, quienes más se lucen en lo suyo. La locación, si bien no es del todo original - con un clásico como Funhouse, y exponentes dignos como la Carnaval de almas noventosa, The House October Built, y hasta el díptico found footage Hell House – está bien aprovechada y la distingue. Hay cuidado en los detalles para hacer ver que ese parque y sus atractivos aportan mucho a la situación. Lo diáfano de la feria, la diversión que se mancha de sangre, el clima de descontrol, y los personajes estrafalarios (con una simpática participación de Tony Todd), están ahí, sumado al montaje rápido y el neón parpadeante en la noche. La construcción de escena, sin mucho esfuerzo, es lograda y ayuda al clima necesario. Una última escena llamativa, y a modo de inteligente “vuelta de tuerca” termina de configurar el resultado satisfactorio. "Hell Fest " no sorprende, pero tampoco aburre, y no subestima. Simplemente es una película que entrega lo que promete, crea un buen clima de terror barato - pero para nada menor -, entretiene sin engañar (pese a que unos cuantos sustos falsos menos hubiesen estado bien), y termina siendo mejor de lo esperado, colocándose por encima de una media bastante baja. Perderse en sus trucos es un juego que vale la pena probar.
Nueva entrega de la saga que aprovecha el fandom de Harry Potter; "Animáles fantásticos: Los Crímenes de Grindenwald", dirigida otra vez por David Yates, no cambia demasiado las reglas de la primera entrega, las profundiza. ¿Es el cine un conjunto de elementos planeados previamente en una mesa de producción o necesita de la mano de un artista para conformarse como tal? Se habla de la mano “invisible” de los productores en el resultado final de una película, casi desde que el cine se convirtió en una industria. En los últimos tiempos, cada vez con mayor énfasis. La historia de Harry Potter en el cine es un buen ejemplo de esto. Tres primeras entregas inspiradas, que sumaron a los relatos originales de J.K.Rowling la marca de autor de la mano de Chris Columbus y Alfonso Cuarón. A partir de la cuarta, Mike Newel quizás no se encontró en el género, y desde la quinta en adelante, todo recayó en manos del novato David Yates cuya foto debe estar en el diccionario como referencia de piloto automático. Hasta alguien como Michael Bay tiene una marca, buena o no, de romper todo y retorcer metales. Yates, que salvo algunos telefilms ignotos previos y la igual de insípida "La leyenda de Tarzán", no ha dirigido otra cosa; no hace nada de nada. Es al cine a gran escala, lo que el hormigón armado al mundo de la arquitectura artística; algo útil para vender, pero liso y llano. Por supuesto, su labor es nuevamente, el principal problema de "Animales fantásticos: Los crímenes de Grindelwald". Para el que llega desde afuera, "Animales fantásticos" parte de un libro que J.K.Rowling escribió con posterioridad a la saga de Harry Potter, a modo de guía o catálogo de “monstruos” o criaturas fantásticas de ese universo. Hollywood, famélico del mago de Hogwarts, aprovechó esto para que la propia Rowling escriba una nueva saga, a modo de precuela, y seguir contando réditos. Este segundo capítulo nos ubica inmediatamente después de "Animales fantásticos y dónde encontrarlos", con Grindelwald (Johnny Depp) revelado y apresado; y una aparente calma entre los muggles/nomag y los magos. El cuarteto heroico se dividió. Jacob y Queenie (Dan Floger y Alison Sudol) son una pareja comprometida; y Newt Scamander (Eddie Redmayne) y Tina (Katherine Waterston), se distancian ante la negación del primero de formar parte de la institución rectora y controladora de la magia, y la aceptación de la segunda. Pero la calma no dura nada, Grindelwald se fuga – de un modo bastante inverosímil aún para este universo – y comienza una nueva orden rebelde con la idea de dejar de esconderse. Claro, hablamos de un villano, así que también tiene ínfulas de querer gobernar, y de aniquilar inocentes en el camino. Para esto, recluta secuaces. Los crímenes de Grindelwald es eso, más y más; con los pros y contras que esto conlleva. A los seguidores los lleva a un terreno seguro, a esta altura, les ofrece lo que quieren ver; también repite los mismos inconvenientes. Si "Animales fantásticos y dónde encontrarlos" ya era una propuesta que abarcaba demasiado y apretaba poco, esta no sólo va por el mismo carril, sino que acelera confiada. Es dispersa, no profundiza en nada, se empalaga visualmente, y aletarga la mayoría de los momentos de interés. "Animales fantásticos" se propone como una saga que acompaña a los seguidores originales de Harry Potter. Aquellos que eran niños pequeños en la primera mitad de la década del 2000, y hoy ya son jóvenes adultos; por eso el tono es más oscuro, dramático, y con pinceladas de policial fantástico. Coquetea con los tópicos, con el terror, con el suspenso, con el noïr inglés, con la aventura, y hace el intento por adentrarse e el drama de los personajes. Va por aquí y por allá, pero no amalgama, no logra hacer de todas sus pretensiones un conjunto. El resultado es un cambio de tono permanente, y una indefinición importante. Salvo Queenie (que ya era el mejor personaje de la entrega anterior), el resto no crece, no despliega nuevas capas; y haciendo caso omiso de la necesidad de reducir que se percibía, acá se agregan más personajes, más subtramas, más densidad, mayor desconcierto. Credence (Ezra Miller) que debería ser un personaje importantísimo en la película, sigue sin tener el peso necesario, aun teniendo más tiempo en pantalla y hablando más de u historia previa; y hasta la esperada aparición de Albus Dumbledore (Jude Law) está desaprovechada y algo incoherente en su presencia. La historia dramática, con mensaje y dilema incluido, hace acordar demasiado a X-Men, y en la comparación sale perdiendo en todos los niveles. Con Singer y compañía haciendo todo bien, logrando la comprensión y empatía necesaria, comprendiendo las posturas de un bando y del otro, manejando los grises y las ambigüedades discursivas. "Animales fantásticos: Los crímenes de Grindelwald" se ve además, ampulosa, tiene escenas de mucho despliegue, y hay rayitos y volteretas por todos lados. La estética de la anterior, más jugada que en Harry Potter, está otra vez presente, haciendo uso y abuso del CGI para que todo se vea complejo en un envase elegante, refinado, apabullante. Pero todo es cáscara. Yates no hace algo propio. La idea de que cualquiera podría estar detrás de cámara en constante. Todo se limita a los artilugios visuales, las referencias al universo Rowling, y las bases establecidas para pisar seguro, más el plus de dejar ganchos en todos lados para poder seguir aumentando las ganancias. De más está decir que interpretativamente no hay demasiado lugar para el lucimiento. No desentonan, cada uno hace lo suyo, aún Depp y sus ya habituales mohines (algo más medido, afortunadamente). "Animales fantásticos: Los crímenes de Grindelwnd" no es un film con errores notables, ni elementos molestos. Es algo que puede gustar, pero no encanta, y lo peor, aburre.
Detrás de las líneas enemigas Los primeros minutos de Operación Overlord parecen querer meternos en una aventura bélica clásica de los años ’50, desde la tipografía e iconografía hay algo del género que brilló cuando el western dejó de ser furor. La historia promete un grupo de paracaidistas estadounidenses que caen sobre un bosque francés cercano a una población ocupada por los nazis, algunos días antes del famoso Día D del desembarco en Normandía. ¿Historia de coraje, valentía, compañerismo, y clasismo? No, porque pronto hay indicios de que ocurre algo más. La segunda película de Julius Avery se presenta como una mezcla de varias vertientes. Muy pronto ese estilo clásico de los títulos y los primeros minutos es cambiado por un estilo de diálogos actuales, aunque algunos personajes hablen en un tono similar al de la época que representan. Estamos en la Segunda Guerra Mundial, los nazis son los principales y (casi) únicos enemigos: se trazaron todo tipo de mitos alrededor suyo, más allá de la cruenta realidad de los campos de concentración y el Holocausto. Entre ellos, el de las pruebas científicas. Hay en Operación Overlord algo (mucho) de Bastardos sin gloria, sobre todo en cierto corte pop y en la figura de Chloe (Mathilde Ollivier), un personaje con aristas similares al de Mélanie Laurent en aquella. Será Chloe, francesa opositora al régimen nazi y a quien se encuentran en el bosque, quien los introduzca en el pueblo buscando su propia protección. Que sí, que no Este escuadrón especial tiene como misión encontrar y derribar una antena de comunicación nazi y lo que suponen es una base de comunicación subterránea debajo de ella. Cuando finalmente Boyce (Jovan Adepo), Ford (Wyatt Russell) y los suyos den con el lugar, encontrarán más (mucho más) relacionado al clásico mito de las investigaciones con animales y humanos… pero a no desesperar que para eso aún falta. El principal problema con Operación Overlord es el híbrido que presenta entre lo que promete ser, lo que pudo haber sido, y lo que finalmente es. Tanto desde el estudio como su productor ejecutivo J.J. Abrams la anunciaron como un proyecto que originalmente formaría parte de la saga variopinta Cloverfield, y dado su potencial terminó como algo independiente. Todos los anuncios prometían más o menos lo mismo. Soldados yanquis vs. Zombies o monstruos antropomorfos nazis. Algo parecido a lo que ya vimos en Dead Snow y su secuela, pero ¿quién puede decir que tuvimos suficiente de eso? Operación Overlord finalmente nos lo dará, y cuando lo haga no va a defraudar. Pero vamos a tener que esperar y atravesar bastante para que lo haga. La historia pareciera correr por dos carriles diferentes: el drama bélico y el del terror con acción. Sí, el segundo es mucho más placentero que el primero, pero del drama bélico hay mucho, demasiado. Durante la primera hora se desarrollará una larga introducción en la que solo desearemos que de una buena vez nos muestren lo que se veía en los avances, y cuando finalmente lo hagan, será cuestión de un entrar y salir permanente. Re-AniNazi Si algo gusta de las dos Dead Snow(y se espera de la tercera para el año próximo) es su libertad para hacer lo que quiera sin demasiadas limitaciones. Es entretenimiento puro y duro, con sangre, incoherencias, y diversión como para tirar al techo. Justamente, ese espíritu es lo que escasea en Operación Overlord. Para una premisa que se plantea como un grupo de soldados que encuentran un laboratorio nazi con experimentos humanos mortales, es demasiado ¿seria? Puede ser. Demasiado mainstream, demasiado controlada y medida. Operación Overlord tiene escenas muy logradas que se meten en el clima adecuado, que nos hacen pensar que estamos viendo lo que queríamos ver. No escatima la sangre (aunque es bastante oscura para que sea más negra que roja), hay momentos cruentos y una imaginaria visual para el terror interesante. Pero son flashes, momentos, ráfagas, en medio de un conjunto que no llega a aburrir, pero sí a dejarnos con gusto de (mucho) más. El guion tiene baches e incongruencias, lo cual hubiese sido hasta disfrutable de tener el abierto espíritu clase B que necesitaba. Sí, es más difícil de ocultar el poco desarrollo y carisma de los personajes. Técnicamente es cuidada y se ve el presupuesto. Nuevamente, quizás la hubiese favorecido ir a menos con las locaciones y la fastuosidad de la fotografía, para ganar en un tono más “casero” de terror. No podemos decir que Operación Orvelord de Julius Avery sea una película fallida, entretiene y sus aportes positivos son muy positivos. Es más bien algo con potencial de montaña rusa acelerada, yendo a media máquina.
Primera ficción del hasta ahora documentalista Cristian Jure, "Gracias Gauchito" es la recreación de una figura mítica con mucho de popular y autóctono. Cristian Jure es conocido en el mundo del cine por dos de los documentales argentinos más exitosos de los últimos años. Formato difícil de hacer penetrar al espectador masivo, a Jure lo caracteriza una palabra, popular. "Alta Cumbia" y "Pepo: La última oportunidad", tuvieron ambas un recorrido similar. Se presentaron en festivales en los que se generó un revuelo que difícilmente consiga otra película local, y menos un documental. Con este espaldarazo consiguieron estrenos en varias salas comerciales en las que otra vez, se armó todo un ritual alrededor de su visionado. Por supuesto, la clave está en las temáticas que aborda, un repaso por la cultura de la cumbia villera, y la historia del ídolo mayor actual de esa movida. Siempre con respeto, identificación, y ubicándose a la par, nada de estudio antropológico a lo National Geographic, miserabilismo, o compasión. Pasión pura por lo que se habla. Probablemente no hay en la actualidad un director más acorde para retratar la historia de El Gauchito Gil, el santo pagano que desde el interior de nuestro país, se ganó una respetada figura como ícono milagroso popular. A Jure se le notan las referencias, las inspiraciones, y bienvenido que así sea. Si hablamos de director popular ¿Hay otra representación mayor que la de Favio? Sí, en "Gracias gauchito" hay algo del Favio de "Juan Moreira" con una mirada actual y cercana. Bebe de la mejor tradición del cine gauchesco, como las más cercanas en el tiempo "Aballay" y "El grito en la sangre"; y le suma toda la iconografía necesaria para que sintamos que sí, estamos hablando de un santo venerado. Imágenes oníricas, logradas recreaciones de época, manejo de dos planos temporales. "Gracias Gauchito" va y bien en su narración, sin hacerla lineal, tampoco complejizándola. Nunca pierde el eje de ser una película de consumo masivo. 50 años después de la primera ”aparición” milagrosa del Gauchito, un hombre visita una pulpería de pueblo y lleva consigo el típico altar que podemos ver en varios costados de las rutas o esquinas del país. Inmediatamente entabla una conversación con otro cliente, más incrédulo, y como un apóstol que lleva la palabra, comenzará a contarle la historia de Antonio Mamerto Gil Nuñez. Será su voz en off, y la de su interlocutor, casi en forma de recitado de poema gauchesco la que nos conduzca a lo largo de la película. "Gracias Gauchito" se basa en la novela corta "Colgado de los tobillos", de Orlando Van Bredam, que el mismo autor asegura haber escrito mediante un extraño hecho con su automóvil que lo obligó a hacer una parada en la provincia de Corrientes. "Colgado de los tobillos" se publicó originalmente en 2001, y diez años después se reeditó como "El retobado"; con algunos cambios respecto a las percepciones entre el sufrido mártir y el defensor ideológico. Este relato se balancea entre las dos posturas, entre el desertor y el exiliado, entre el Robin Hood argentino, y el milagroso del pueblo. Sus tragedias comienzan de chico al ser maltratado por su ascendencia relacionada a los pueblos originarios. En su juventud es alistado dentro del ejército de los Federales, del cual rápidamente se desencanta al encontrar en ese bando las mismas injusticias que enfrentaba. Decide huir, y así se convierte en un perseguido que debe exiliarse en Paraguay como fugitivo de la ley. Allí comienza lo mítico de su figura, que se acrecienta al regresar a Corrientes. Antonio Mamerto Gil es un ser religioso, y Cristian Jure se encarga de configurar su historia de un modo paralelo a la de un Jesucristo local. Pero es este un santo sucio, del pueblo, venerado por los suyos por la ayuda que les da mediante el robo a los terratenientes. También mantiene un romance con una mujer prohibida que lo terminará conduciendo a más tragedias. "Gracias Gauchito" se va estructurando a modo de los hechos relevantes en la historia del personaje, pero su narración es fluida, no se siente fragmentada o esquematizada. Necesariamente recurre a algunos lugares comunes de estas historias que, por tradición o configuración de las creencias generales, debían estar. Al igual que en sus documentales, Jure nos habla de la creación de figuras a través de la elevación del pueblo. Antonio Mamerto Gil va perdiendo su inocencia, se va curtiendo, y sufre las injusticias de una clase sobre la otra. No se esconde su postura ideológica, al contrario, se la exacerba en diálogos y párrafos en off, como un potente poema gauchesco. Todo su costado milagroso, que comienza a verse en vida, está relacionado con este factor, tratar de reparar las injusticias para con los suyos. Un hombre que veía al mundo dado vueltas mucho antes de su icónico final. Plagado de imágenes bellas, con la épica a flor de piel, con pasión, fervor y sangre. Se ve como una superproducción de época, aunque lógicamente su presupuesto no se le acercó al de las películas más grandes de nuestro país. Esto es a base de talento puro. El lenguaje visual y sonoro del film penetra en las profundidad y remarca el mensaje por si el texto no fuese suficiente. Jorge Sienrra logra una interpretación sentida de este Antonio que se va convirtiendo en el Gauchito en vida, su presencia es un hallazgo. El omnipresente de la ficción argentina, Diego Cremonesi ofrece otra de sus grandes caracterizaciones, siempre diferente, siempre exacto en el tono; un Zalazar villano que se hace odiar sin sobreactuar. Lali Gonzalez como Dolores, el amor trágico, la cómplice, tiene química con Sienrra y cumple una labor más que correcta. El resto del elenco, con actores locales, es armonioso y correcto en su conjunto. "Gracias gauchito" se ve y se siente apasionada, mítica – onírica – y popular. Logra transmitir su mensaje, y más allá de las creencias subjetivas deja clara la importancia de estas figuras como esperanza para un pueblo castigado. El paso a la ficción de Cristian Jure no podía ser más acertado, otro homenaje justo y logrado de un realizador al que ya es hora de prestarle mayor atención.
La opera prima de Juan Pablo Kolodziej intenta construir un thriller dramático alrededor de los complicados vínculos familiares; pero las sucesivas impericias e inverosimilitudes le abren la puerta al temido consumo irónico. Que aún la mala prensa es prensa. A esta altura explicar lo que es el consumo irónico no tiene sentido. Se disfruta, se consume una obra por el sentido adverso para el que fue creada, por los motivos errados. Si las experiencias cinematográficas las construye uno a pura subjetividad; no puedo decir que "Camino sinuoso" sea una película que no pueda ser disfrutada. En su no muy extensa duración, "Camino sinuoso" acumula a cada paso errores de todo tipo. En la suma de esos tropiezos, como si fuese una intoxicación que se cura con una sobredosis del veneno, no estoy seguro de que el resultado no pueda ser positivo. Un drama familiar, un thriller, una película cuasi coral situada en el interior del país. Mía Siero (Juana Viale) es una medallista olímpica que hace ya un par de años fue denunciada y descalificada por el hallazgo de dopping positivo. Una droga suministrada por su padre (Hugo Arana, al que casi no veremos o percibiremos) para mejorar su rendimiento. Desde ese momento, Mía se convirtió en algo así como la vergüenza de Luis Piedrabuena, el pueblo patagónico que la vio crecer y que abandonó sumida en un escándalo. Ahora ella es profesora de gimnasia en Buenos Aires, dejó atrás su pasado. Pero este regresa en forma de un mensaje que le informa que su padre (con el que no se habla desde entonces) está internado comatoso a la espera de la muerte. Este hecho la obliga a volver a su ciudad, y allí la esperan su hermano Gustavo (Gustavo Pardi), y la novedad por boca de la nueva pareja de su padre (María Marull) de que en realidad el hombre puede salvarse con un trasplante de riñón, que solamente puede darle Gustavo. A su vez, Gustavo es cualquier cosa menos trigo limpio. Padre viudo, sumido en deudas de negocios extraños, que se relaciona con el único que le ofrece una salida, David Reynoso (Arturo Puig); un hombre respetado en la comunidad, con una doble cara, o doble moral muy peligrosa, un mafioso con fachada. También está Miny Barrios (Geraldine Chaplin), la ex suegra de Gustavo, mujer acaudalada, fría, resentida, que quiere la custodia de su nieta casi como un trofeo. No nos olvidemos de Diego (Javier Drolas), el amigo de la infancia de Mía que todavía está interesado en ella. "Camino sinuoso" plantea el entrecruce de estas historias usando el regreso de Mía como disparador. Ella debe volver para sanar sus heridas y reparar los viejos rencores en un pueblo que, aún pasado el tiempo, guarda mucha hipocresía en sus entrañas. Quizás, de haberse centrado en su vena dramática, la ópera prima de Juan Pablo Kolodziej hubiese ganado en profundidad y peso, centrándose en algo intimista, pequeño y sencillo. Sus principales dificultades están en las exageraciones de tono. A raíz del dopaje, Mía queda infértil. En una de las primeras escenas asistimos a un diálogo que tiene con su pareja interpretada por Antonio Birabent. El grado de inverosimilitud y exageración que maneja ese parlamento, y la actitud de la pareja, nos marcará lo que nos espera a lo largo de todo "Camino sinuoso". En el elenco no puede decirse que falta talento. No son malos intérpretes, pero son presas de diálogos y situaciones imposibles de desarrollarse con algo de coherencia. El mejor ejemplo está en la irascible Miny de Geraldine Chaplin, siempre exaltada no se entiende bien por qué. Mía es medallista, deportista, lo que conlleva a que en todo momento la veamos con outfit atlético, equipos de gimnasia varios. En la calle, en su casa, en el hospital, corriendo, o en una fiesta, siempre con atuendo que demuestre que es deportista. Todo así. Se suman errores de continuidad notorios, un limbo temporal y de locación llamativo, y baches en la narración de todo tipo. Si bien el tono intenta ser oscuro, ir por los caminos del thriller negro, y mezclar permanentemente el drama íntimo con el policial de pueblo y clásico; a los pocos minutos (la escena del patriarcado e infertilidad es clave) podemos alcanzar el nivel de diversión necesario para que la experiencia se torne placentera. En este código, la película alcanza diálogos y escenas memorables, dignas de un ver para creer, se va superando así misma, y hasta increíblemente deja con ganas de más. "Camino sinuoso" tiene los elementos necesarios para construir un culto alrededor de su consumo irónico.
Trazando líneas a través de la esperanza y la lucha, Pañuelos para la historia, de Alejandro Haddad y Nicolás Valentini, es un documental de corte tradicional que antepone el mensaje sobre las formas. ¿De dónde sacaste tantas fuerzas? A algunes el dolor los abate; la pérdida, la ausencia, los derriba. Otres juntan coraje, se unen, y dan una pelea inimaginable. Las Madres de Plaza de Mayo son el mejor ejemplo. Fundadas un 30 de abril de 1977, estas madres que reclamaban por datos y la aparición de sus hijos durante la cruenta dictadura militar que hacía ya un año había usurpado el poder, se convirtieron en un símbolo en sí mismas de la lucha inagotable, del espíritu inquebrantable. Son más de 40 años en los que (les) pasó de todo; las ningunearon, las maltrataron física y verbalmente, intentaron comprarlas, vencerlas de todos los modos posibles. A algunas las mataron o “desaparecieron”; y aquí están firmes, con sus reclamos intactos y ampliados hacia otras causas abarcadoras de los Derechos Humanos. ¿Existiría la hoy “tendencia” de los pañuelos de diferentes colores para reclamar sin ese primer pañuelo que tuvieron que ponerse en octubre de 1977? Un símbolo de amor. Sus figuras han sido objetos de distintos trabajos, ficcionales y aún más documentales. También traspasaron inmediatamente las fronteras, íconos mundiales de la resistencia a un período negrísimo. Pañuelos para la historia de Alejandro Haddad y Nicolás Valentini precisamente pone este detalle de su “globalización” como foco principal, a través del lazo que une a dos agrupaciones, una que sirvió de ejemplo e inspiración a la otra. En 1999 se fundó en Turquía el movimiento Madres de la paz. Un grupo de mujeres que se unieron con el objetivo de combatir el enfrentamiento entre las diferentes etnias de su país. Hay otro país detrás de lo que nos muestran las edulcoradas telenovelas turcas. Más allá del conservadurismo cultural arraigado; existe un conflicto eterno entre los turcos y los kurdos, mediante una guerra que cuesta vidas de un lado y del otro. Las Madres de la Paz son mujeres que han perdido a sus hijos (posteriormente a otros familiares también) en este absurdo enfrentamiento, y pregonan por la unión del pueblo, el cese bélico, y la paz definitiva. Como habrán de imaginarse aún sin conocer la historia, nuestras Madres de Plaza de Mayo sirvieron de fuente e inspiración para sus pares de Turquía. Es más, tristemente, la historia de ambas agrupaciones tiene varias aristas comunes relacionadas a las muertes y maltratos de terceros. Pañuelos para la historia retrata el viaje de Nora Cortiñas, miembro emblemático de Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora hasta Turquía para reunirse con sus pares de aquel país. Se trazan paralelismos permanentes, se cuentan ambas historias, que son diferentes, por varias cuestiones. La cultura no es la misma, el contexto es diferente, y la actualidad es otra. Mientras que aquí finalmente se llevan a cabo los juicios que, de alguna manera, zanjan ese reclamos ninguneados durante casi 40 años. En Turquía aún no se reconoce a los crímenes de lesa humanidad. Llevan una lucha a la que aún le queda un tramo largo de reconocimiento. Sin grandes artilugios, ni una puesta en escena que se imponga sobre el material, Pañuelos para la historia entiende que no es necesario adornar para emocionar. Alejandro Haddad era un periodista que dedicó gran parte de su carrera a exponer el conflicto turco/kurdo. El registro de Pañuelos para la historia denota ese detalle. Es periodístico, observacional, detallado. Algunos podrán decir que su destino hubiese sido mejor el televisivo. Como sea, una llegada a pantallas grandes nunca será menospreciado. Haddad falleció en 2014, cundo el documental no estaba finalizado, y fue Nicolás Valentini quien lo culminó un año después respetando el estilo. Finalmente, tres años después obtiene su estreno. Pañuelos para la historia no será recordado como un documental que revolucione las formas y los sentidos. Aporta su valioso grano de arena al reconocimiento de estas madres que de un lado y del otro del mundo se unen para expresarse la esperanza de una pelea pacífica por la paz (valga la redundancia) que lejos está de acabarse. Si algo nos enseñaron estas luchadoras es que bajar los brazos nunca es una opción frente al oscuro poder.
La ópera prima de Martín Deus, "Mi mejor amigo", es un exponente superador del cine de temática LGBTIQ, gracias a la universalidad y cercanía de su tratamiento. Una de las formas más cabales de observar cómo avanzó la sociedad respecto a la perspectiva de género, tiene que ver con observar la gran cantidad de películas con temáticas LGBTIQ y el abordaje de las mismas. En las últimas dos décadas, y más aún en los años inmediatamente recientes, hablar de cine queer ya no es tabú, los personajes dejaron de ser estereotipados/estigmatizados, y ya no hace falta presentarlo abiertamente como foco de escándalo y polémica. A la par, se dio de la mano de un traspaso de la presentación como algo meramente sexual. Argentina también es beneficiaria de ese avance, y desde la mítica "Adiós Roberto" (1985) con una mirada hoy bastante anticuada, sino cuestionada, hasta el estreno de Mi mejor amigo, hay que decirlo, ha corrido mucha agua bajo el puente. La ópera prima de Martín Deus, luego de una serie de cortometrajes en los que también avanzó sobre el tema, aporta una mirada diferente a mucho de lo habitual en el cine queer, trae frescura y una mirada pretendidamente ambigua que decide no colocar la cuestión como epicentro de todo el desarrollo, si bien es fundamental. Desde la promoción ya nos lo adelanta ¿Es una relación gay, o una relación de amistad? Hay dos trailers, dos afiches, cada uno apuntando hacia una observación diferente. La respuesta que nos da "Mi mejor amigo" es simple, no importa, es la historia de una relación, punto. Lorenzo (Ángelo Mutti Spinetta) es un adolescente que vive con su familia en Tierra del Fuego. Su personalidad es algo retraída y se refugia en los libros para disimular la dificultad de relacionarse con pares de su misma edad. No necesariamente es un nerd, no necesariamente tenemos que etiquetar, simplemente lleva un escudo como muchos jóvenes en esa difícil edad. Su padre, Andrés (Guillermo Pfening) anuncia que vendrá a vivir con ellos Caíto (Lautaro Roríguez), hijo de un amigo de la juventud de Andrés, al que hace mucho no ven. Su madre, Camila (Moro Anghileri) resiste, pero termina aceptando al nuevo integrante. Caíto (mismo nombre que el hermano de Pfening en la vida real, y protagonista de la película homónima) podría ser un opuesto a Lorenzo, es extrovertido, le rehúye al estudio, y maneja una serie de códigos a los que Lorenzo no penetra. Pero algo los une, la necesidad de apoyarse uno en el otro. Mi mejor amigo es la historia de amistad, más allá de la posibilidad de ver en esta algo más. Lorenzo atraviesa una serie de sensaciones que aún no se anima a compartir; o quizás sean otra cosa. Una cosa es cierta, necesita de alguien de su misma generación que lo trate como alguien cercano, que lo lleve a vivir las experiencias propias de un salto de edad. Caíto no parece tener la misma indefinición de Lorenzo, pero también utiliza su coraza. Detrás de esa personalidad ruda, provocadora, y hasta perjudicial para sí mismo; se esconde una figura frágil que sufre por su historia personal. La amistad de Lorenzo le permitirá ver que hay otros caminos. Martín Deus plantea ante todo un coming of age. La edad de los protagonistas no es aleatoria. Sus personajes se encuentran en el limbo de tomar actitudes maduras, o seguir actuando con irresponsabilidad. Dentro de ese marco de película generacional, Deus desliza la posibilidad de abordar algo que vaya más allá de la amistad, pero lejos está de hacer polémica al respecto. Plagada de sutilezas y situaciones en las que no será difícil identificarse, Mi mejor amigo no necesita de enrostrar sentencias, deja que el espectador entienda, que empatice con los personajes, y viaje junto a ellos. Escenas en las que los diálogos sobran, pequeños momentos, flashes, actitudes que quizás pasen desapercibidas para quien no atravesó por las dudas de Lorenzo o las dificultades de Caíto, pero que para quienes lo sintieron, o posean el grado de sensibilidad necesaria, calarán hondo. Una mirada, un retozo, un celofán, una canción, un dibujo, una palabra de más o de menos, todo puede tener un significado más allá de lo superficial. A contramano de la solemnidad y melancolía que muchas veces se le reprocha al cine de temática LGBTIQ, "Mi mejor amigo" no es una comedia de carcajadas o satírica, pero sí es un film luminoso, brioso, con mucha dinámica, y una mirada actual sobre los adolescentes. Se trata de un film de adolescentes, (no solo) para adolescentes. Si bien sus personajes representan un esquema dentro de la historia, no se presentan como un cliché. No son el nerd y el chico marginal e ignorante que delinque; son más, son personajes vivos, reales. Ángelo Muttti Spineta demuestra la misma dificultad expresiva que ya demostró en "Primavera" y "Un viaje a La Luna". Pero Deus lo repara logrando buena química entre él con Lautaro Rodríguez (que salvo por una escena de llanto, cumple con lo requerido), y con sus padres, además de contar con la natural química con su hermano real Benicio como su hermano en la ficción. Guillermo Pfening muestra la habitual ductilidad y carisma para un personaje con más de una capa. Pero quien se lleva las palmas, nuevamente, es ese ser arrollador llamado Mariana “Moro” Anghileri. En la piel de una madre y esposa sobrepasada, que va más allá de ser castradora y expone sus propios dramas, su personaje evoluciona con cada escena, hasta un diálogo cumbre que hará temblar la pantalla. Anghileri se supera con cada rol y sigue demostrando estar a la altura de cualquier desafío mayor. "Mi mejor amigo" también es un film sobre ellos dos, una pareja que debió refugiarse, comenzar de nuevo, y que se deben una charla entre sí. Humana, ligera y a la vez profunda, realista, y enternecedora, este film es un gran primer paso en la carrera de Martín Deus, un director que adoptó una temática pero no se refugió en ella; fue más allá hablando de personas que no solo tienen una o dos caras, tienen vidas.
El nuevo boom de cine español, "Somos campeones", es una sensiblera comedia sobre un exitoso entrenador de basquet que debe hacerse cargo de un equipo integrado por personas con capacidades diferentes. Lo dice cualquier actor o dramaturgo que se precie, es más fácil hacer llorar que reír. Así como poner un jump scare en medio de un momento calmo causa directo efecto de pavor por un segundo, machacar con un momento dramático y rodearlo de todos los elementos necesarios es tan efectivo para hacer llorar como hacer oler una cebolla por unos segundos. El viejo y (para nada) querido golpe bajo. "Somos campeones" responde directamente a esta tradición, y no hace ni el menor intento por ocultarlo, al contrario, se vanagloria en cada escena con eso. A simple vista, "Somos campeones" parece una película deportiva, aunque depura sus códigos para que el público amplio pueda captarla. Sus antecedentes inmediatos los tenemos en esas propuestas deportivas que Disney saca cada año con desclasados triunfando deportivamente, y que más de una vez recaen en este discurso falaz (el mejor ejemplo, la terriblemente odiosa "Millon Dollar Arm"/"Un golpe de talento"); y el hit francés "Amigos intocables". Javier Gutierrez es Marco, un exitoso entrenador de basquet bastante neurótico, perfeccionista, necesitado del control del triunfo para subsistir. En una de esas fechas en las que todo sale mal, tiene un altercado, y la sanción pasa de ser solo deportiva. O cumple una condena corta carcelaria, o acepta un trabajo comunitario, la conocida probation. Este trabajo consiste en tener que asumir como director técnico de un equipo integrado por un heterogéneo grupo de personas con capacidades diferentes, al que no le está yendo nada bien. Siguiendo por el palacio de los lugares comunes, Marco, a su vez, tiene una vida personal bastante desordenada y conflictiva, es un ser prejuicioso y egocéntrico; y tiene una pareja con la que tiene todos los peros para dar un siguiente paso ¿Adivinen qué? Sí, su paso por este grupo de dirigidos lo va a hacer cambiar de actitud paulatinamente, o no tan paulatinamente, más bien cuando el guion lo necesite. Increíblemente, detrás de esta película encontramos a Javier Fesser el director de aquella joya llamada "El milagro de P. Tinto", que parece una antítesis de este producto conservador, vainilla y bien pensante. ¿En dónde quedó la estética cercana a Marc Caro? ¿Dónde fue a parar el genuino humor que no necesitaba de comparecerse con los ancianos para respetarlos? Vaya uno a saber. Formalmente "Somos campeones" es una película correcta, prolija (igual, que esto sea pensado como película de premiaciones es un poquito llamativo, o habla muy mal del cine español actual), sin grandes notas para destacar, pero tampoco para criticar, tiene ritmo, y si dejamos el cerebro crítico a un costado, se hace amena. Eso sí, una futura edición sin la musiquita esa que suena a cada rato para remarcar momentos simpáticos, no vendría nada mal. A "Somos campeones" no le falta nada. Casi que uno podría adivinarla por completo con solo ver su afiche o su mini sinopsis. Hay momentos emotivos manejados con lentitud y el pianito triste de fondo, un protagonista que hace un marco elíptico entre ser un ser despreciable a alguien que simula no serlo más, hay un interés romántico básico, el grupo de jugadores es variado con distintas personalidades y tics (como si se tratara de los "X-Men" o "Las tortugas ninja" pero, en fin), y ¿A qué no saben? Un humor bastante ramplón que pasa siempre por… los efectos de la conductas del grupo. Hay dos maneras de mirar "Somos campeones", observarla por arriba y quedarnos con su voluntarismo meritócrata, o sumergirnos un poco a un análisis subcutáneo, y huir despavoridos. La última línea de diálogo de la película, el último chiste, de un pésimo gusto, deja al asunto bien transparentado.
La segunda película de Tomás Sánchez, "Todavía", suma a un numeroso y talentoso elenco para narrar en clave de comedia la historia de una familia reunida por las buenas intenciones. Debería existir un apartado para el cine de las buenas intenciones. Buenas intenciones en los realizadores, en los actores, y en los personajes. Algo cercano a una asociación benéfica en formato largometraje. ¿Alcanzan estos fines nobles para hablar de una buena película? Tomás Sánchez debutó en el cine en 2012 con "Otro corazón", acerca de una familia con muchos problemas de comunicación, que debía reunirse frente a la necesidad del patriarca de un trasplante de corazón. En ese momento, el logo de la Fundación Favaloro tuvo más significativo que la propuesta, fallida narrativamente. Seis años después, Sánchez parece realizar algo que perfectamente podría ser una secuela, o una remake de aquella. En "Todavía" la historia cambia, lo que no cambiaron son los elementos y las mañas. Si antes era la necesidad de ser trasplantado, ahora es la necesidad de contención luego de ese trasplante. En definitiva, en una y en otra, la importancia del donar y dar una nueva chance. Aralia (Betiana Blum) es una viuda, trasplantada del corazón, con todas las características de una matriarca. Es todo lo neurótica que puede ser Betiana Blum en su nueva faceta algo más zen, pianista, y lidera una banda musical con la que, de alguna forma, integra a toda su familia, en el sentido amplio del término familia. Tiene tres hijos, Romina Gaetani, Martín Slipak, y Pablo Rago; y ve a su difunto marido (Víctor Laplace), con el que tiene profundos diálogos más allá de que antes de fallecer se habían separado, y el hombre ya había formado un nuevo vínculo. Aralia va de acá para allá con las cenizas del muerto, y aún no se decide sobre qué hacer con ellas. Cambia de idea permanentemente. El nuevo antojo es reunir a la banda y hacer juntos un concierto en Mar del Plata para arrojar las cenizas en el mar. Por supuesto, la banda la integran además de Aralia, su hija como cantante, la nueva pareja de su esposo (Beatriz Spelzini), y un músico compuesto por Hugo Arana. Todos, junto a dos hijos varones, más una camarera cantante (Paula Reca) que el hijo menor conoce en La Feliz y de inmediato se enamoran e integra a la troupe; se mueven como un clan de acuerdo a los caprichos de la mujer. Este viaje, que luego decantará en Punmamarca servirá para revalorizar los vínculos, y sobre todo unir a Aralia con su desafectada hija, alejada del clan una vez que triunfó como cantante a nivel internacional. Los paralelismos con "Otro corazón" abundan, es casi un espejo, sobre todo por lo que en ambas es fundamental, el auspicio de la Fundación Favaloro. La familia, los trasplantes, la música como lazo, el comienzo de una nueva vida metafórica y literalmente, las familias ensambladas, la sangre como algo poético, lo paisajístico. Todos elementos que encontramos en ambas. También los personajes hieráticos, los diálogos entre imposibles y anticuados, los vínculos forzados, y el tufillo a moralina discursiva por sobre la narración cinematográfica. Todavía es una propuesta que atrasa. Hace recordar al cine de Fernando Siro, ni siquiera al grotesco de Doria o Ayala. No, acá falta que en cualquier momento entre el curita de Luís Landriscina (paradójicamente un adalid de la fundación), o el matrimonio de Adolfo Linvel y Menchu Quesada. No necesariamente representar un esquema de cine antiguo es algo negativo. Se puede hacer bien y obtener resultados felices para un público que añora ver eso en pantalla en buena ley. El asunto es que "Todavía", al igual que "Otro corazón", lo hace a los tumbos. El elenco numeroso es su mejor arma, cada uno de ellos pone lo mejor de sí, y parcialmente sacan a flote su labor, pese a tener que reproducir parlamentos totalmente inverosímiles. No hay química entre ellos, pero porque el film no la genera. En todo caso, huele a una tira de telecomedia compactada. Muchos de los personajes no encuentran nunca su razón de ser dentro de la historia. Todo pasa por Blum, Gaetani, Reca y Spelzini. Del resto, algunos funcionan como satélites, más o menos, otros ni eso, no se entienden ni qué son; lo peor, a la historia le da lo mismo que estén o no. Afortunadamente, en lo que sí se diferencia "Todavía" de "Otro corazón" es en tener un tono de comedia más ligera, sin tanto golpe bajo ni melodrama como aquella. Con todo, se ve con una sonrisa, y su duración se hace amena y rápida. En "Todavía" todos tienen buenas intenciones, faltaría que el espectador tenga la buena intención de presenciar un espectáculo que tiene más de panfleto sobre la donación que de evento cinematográfico.