El nuevo documental de Baltazar Tokman, "Buscando a Myu", es un trabajo tan personal como auténtico de la mano de uno de los documentalistas más originales del cine argentino. ¿Qué podemos hacer cuando vemos a un chico hablando solo como si estuviese hablando con alguien? Nada, dejarlo ser. Baltazar Tokman abraza el género documental para narrar historias únicas. "Buscando a Myu" es su quinto trabajo, y hasta ahora, ninguno de sus trabajos repite su estética. Sin embargo, si hay algo que los une es la necesidad de encontrar la peculiaridad dentro de las historias tradicionales. Puntos que en manos de otro realizador serían fragmentos que quizás no lograrían captar nuestra atención, en manos de Tokman se vuelven fascinantes. ¿Qué tienen en común un campeón de básquet, un grupo de chicos, un personaje signado por la locura, y una familia de tradición funebrera? Un mismo realizador otorgándoles un estilo tan curioso como atractivo. "Buscando a Myu" guarda alguna relación antojadiza con Planetario. Aquel trabajo en el que Tokman abordaba la maternidad y paternidad con sus variantes alrededor del mundo. Esta vez, podríamos decir que Baltazar nos habla de su propia paternidad, porque la principal protagonista, o disparador, es su hija; y en un registro casero, al igual que Planetario. Pero ahí culminan las similitudes. A partir de entonces, los caminos son diferentes. En realidad, tal como sucedía en la maravillosa "Casa Coraggio", "Buscando a Myu" crea un universo ficcional en el que no sabemos cuánto hay de realidad, y cuánto de fantasía; y francamente, no nos importa. Así, Olivia, la hija de Tokman, pasa a ser la hija de Garrik, que en realidad es Emiliano Zuldúa, mago y sociólogo, que descubre que su pequeña habla con Marita ¿Quién es Marita, por qué Garrik no la ve? Marita es la amiga imaginaria de la niña. Esta simple curiosidad, despierta todo una gama de interrogantes en Garrik/Tokman, que llevarán replantearse la existencia de Myu, su propio amigo imaginario de la infancia. Esto no es Bogus o Drop Dead Fred, olvídense de las situaciones risueñas con Gerard Depardieu y Rik Mayall. Tokman aborda el trabajo como una investigación, y el destino será impensado. Aquello que comienza como una curiosidad, como un padre contemplando la imaginación de su hija, y viendo cómo encuentra en esa amiga las excusas para tapar sus travesuras, pronto vuelca hacia una investigación profunda desde diferentes campos. Desde lo sociológico, lo psicológico, lo paranormal, y otras ramas científicas. Por "Buscando a Myu" desfilan todo tipo de personajes, y por más disparatados que parezcan en la premisa, Tokman los trata con el respeto del caso, volviendo verosímil hasta la teoría más incrédula. De golpe estamos en un abordaje de género, plagado de intrigas y misterios, con un clima que cala y nos transmite cierta inquietud. Tokman demuestra también ser un gran creador de climas. Con muchas escenas y giros que merecerían una historia y análisis aparte y que hasta nos damos el lujo de no adelantar para que nos tome de sorpresa. Un último volantazo nos llevará hacia el cuestionamiento del propio rol del documentalista, y su manipulación por lograr un objetivo. Si retrotraemos y vemos de dónde partimos, "Buscando a Myu", hace un recorrido increíble. Tokman parte de lo individual a lo macro, ramifica, y nunca pierde el foco. Construye seres entrañables, atrapantes, y en el medio genera más interrogantes de las que partió ¿Es necesario que las responda todas? No, la idea es que el espectador cree sus opiniones y hasta se permita un merecido debate. Como toda la filmografía del realizador de" I Am MAD", "Buscando a Myu" tendrá el mote de inclasificable; en un sentido bien entendido, es imposible de encasillar, todo preconcepto parece quedarle chico. De amigos imaginarios, de ficciones dentro de realidades, de mitos y leyendas, de padres que aman a sus hijas. Finalmente, esta peli se corona como un bellísimo “homenaje” que Baltazar Tokman le brinda a Olivia. El mejor regalo que un padre puede hacerle a una hija, descubrirse a él mismo dentro de ella.
Secuela del éxito de 2015, "Sicario: Día del soldado", de Stefano Sollima, es una continuación bastante más estándar que su original. En 2015, el hoy consagrado canadiense Denis Villeneuve realizaba su film más prototípico luego de un primer asomo a un “Hollywood” más independiente con "El hombre duplicado" y "La sospecha". "Sicario" fue el primer film que lo llevó a Villeneuve como carta para vender un film. Resultado, un éxito en la taquilla, el film más impersonal, tradicional, y por lo tanto plano, de un director que sabe maravillar desde diferentes rubros. Taquilla manda y su secuela fue anunciada casi de inmediato, aunque con un dato, Villeneuve dio el portazo y se fue a dirigir cosas como "Blade Runner 2049". En su lugar, quien ocupa la silla de director, es otro que necesita carta de presentación en Hollywood, el italiano Stefano Sollima, conocido por Suburra y la serie de televisión que adaptó el éxito de ese país "Gomorra". En primera instancia, Sollima pareciera ser un director más acorde en su estilo para llevar a cabo esta historia de policías de fronteras, y bandos manchados de un lado y del otro. También es cierto que, aunque "Sicario" había sido el film “menos artístico” de Villeneuve, no dejaba de tener a un director que sabe diferenciarse de la media, y colaba varias escenas con una puesta notoria. Algo similar a lo que sucedió con "Traffic" de Steven Sodherberg o "Fuego contra fuego" de Michael Man. Sollima no corre riesgos, y" Sicario: Día del soldado" es lo que podía suponerse, un film de estudio, que da toda la impresión de ser pensado por productores, intentando repetir el éxito anterior en base a fórmulas aplicadas. Palabras más, palabras menos, en Sollima encontraron un piloto automático. Casi como la diferencia entre Villeneuve y, por decir alguien con experiencia en moldes, Antoine Fuquá. En realidad, "Sicario" trascendió no tanto por Villeneuve, como por dar a conocer a su guionista, nominado a varios premios, el celebrado Taylor Sheridan, que luego brillaría en "Sin nada que perder" y "Viento salvaje" (en la que también se animó a la dirección triunfando). "Sicario" fue el primer guion de Sheridan. Algunos alabaron su nervio, su capacidad para crear personajes ambiguos, y la no complacencia en evitarle a los protagonistas momentos escabrosos o dudosos. Otros, posamos la mirada en ver cómo se seguía una gastada fórmula de historia de narcos, con lugares comunes del “mundo latino”, y hasta alguna incapacidad para hacer trascender una historia más allá de la rutina. Aguas divididas. "Sicario: Día del soldado" repite a Sheridan, y las aguas vuelven a dividirse. Por un lado, estamos frente a un film algo más enérgico, con más acción, y menos pretencioso sobre el qué contar. Por otro, vuelve sobre sus personajes creados, le falta uno que antes fue su pilar fundamental, sobreabunda aún más en lugares comunes; y algo que antes había sorteado bastante bien, presenta conceptos frontera afuera de Estados Unidos bastante cuestionables. "Sicario" contaba con tres personajes centrales, Alejandro Gillick (Benicio del Toro) un policía de frontera infiltrado; el agente de la CIA Matt Graver (Josh Brolin), y la novata Kate Macer (Emiy Blunt) como el balance ante dos personajes con costados oscuros. "Sicario: Día del soldado" dice adiós a Kate Macer, y no sólo se pierde del mejor personaje y a la mejor actriz de aquella película, pierde esa mirada observadora de la corrupción, ahora ya no queda nadie que (nos) guarde esperanzas. Matt Graver cobra mayor peso en esta oportunidad. La guerra por el control del narcotráfico en México continúa, y ahora se le suma un mayor énfasis en el traspaso ilegal de ciudadanos por la frontera. Una cuestión muy actual en épocas de Trump y muros racistas. Graver y Gillick vuelven a unir fuerzas con este fin, y de una queda claro que llevarán a cabo una operación por fuera de la ley. El plan es secuestrar a Isabella Reyes (Isabela Moner), hija de un capo de la droga, y así provocar una guerra interna. Es que esta vez, "Sicario: Día del soldado" va por más, y mezcla a narcotraficantes unidos con terroristas, yihadistas. Como para matar dos pájaros de un tiro y plantear quienes son los enemigos (los que residen del otro lado de la frontera y presentan una amenaza). El plan se complica y es ahí donde se desarrollará la acción del film, y su veta más convencional. La música compuesta por Hildur Guðnadóttir, y la fotografía de Dariusz Wolski son un punto fuerte del film; aunque difícilmente superen a Jóhan Johannsson y Roger Deakins del film anterior. Josh Brolin está en su año, su personaje cambió respecto al anterior film, y es diferente a lo que compuso en los films de superhéroes "Avengers: Infinity War" y "Deadpool 2"; su ventaja por sobre un Benicio del Toro que se repite una y otra vez, es notoria. El resto del elenco cae en el cliché. "Sicario: Día del soldado" presenta varias cuestiones que no estaban en el primer film. Quizás por eso, pueda decepcionar a quienes adoraron al primer film, y convenza más a quienes le habían notado algunas fisuras. Tiene más ritmo, más acción; pero es más repetitiva, falta de inventiva, y concede a muchísimos lugares comunes y bajadas de línea.
En tierras extranjeras Con trayectoria extensa en cortometrajes y dirección de videoclips, Nash Edgerton es más conocido como un experto doble de riesgo con más de cien créditos en su haber. Y, y por supuesto: por ser el hermano de Joel. En 2008 debutó en la dirección con The Square, luego del éxito de su cortometraje más conocido, Spider, un año anterior. The Square se trata de un thriller seco, con elementos fuertes de drama y un suspenso trepidante (similar al film de su hermano como director El regalo) alrededor de un botín de dinero en manos de un ciudadano común equivocado. Con cierta fama en los círculos más cinéfilos, la película es un pequeño clásico de culto para entendidos. Diez años después, Nash Edgerton vuelve a la dirección de un largometraje, pega un volantazo y se inclina por una comedia que mezcla puntos de Jason Reitman, Robert Altman, Steven Sodherberg, y algo de la Nueva Comedia Americana más tradicional. El resultado es Gringo, que prometía mucho más desde su premisa de lo que finalmente es. Un turista en apuros Podría decirse que el protagonista es David Oyelowo (Martin Luther King Jr. en Selma, y el “eso” de Un viaje en el tiempo) en la piel de Harold Soyinka, empleado de negocios de segunda línea de una empresa farmacéutica que quiere blanquear alguno de sus negocios en busca de nuevos negociados. Los gerentes de la empresa, Rochard Rusk (Joel “hago todo con y por mi hermano” Edgerton) y Elaine Markinson (Charlize Theron), deciden enviarlo a México por las complicaciones que la farmacéutica está teniendo básicamente al cambiar de dealer. Harold debe entablar conversaciones con el jefe de un peligroso cartel de narcotraficantes para llegar a un arreglo pacífico. Pero nada es lo que parece. Cuando las cosas comienzan a complicarse, Harold se da cuenta que le tendieron una emboscada, que sus jefes lo tienen librado al azar y a merced de unos narcotraficantes que quieren su cabeza. ¿Cuál es la solución? Fingir su propio secuestro. Así son las cosas en Gringo. Pareciera que se ha contado más del argumento de lo debido y sin embargo aun quedaría más por decir. Es que el guion escrito por Anthony Tambakis y Matthew Stone no para de presentar personajes y subtramas permanentemente, supuestamente con la idea de pintar un fresco sarcástico de situación, ¿pero de qué situación? Narcos, hippies, empresarios, e infieles El principal y atomizador problema de Gringo es su desbordado deseo por querer lanzar dardos certeros. En su ritmo frenético y chispeante presenta una catarata de gags que, sobre todo en su primer hora, no hacen centro en una cuestión ni personaje. Sí, queda claro que Harold es su protagonista, pero más que nada por ser el centro del que viven el resto de los personajes. Pero la atención y focalización permanentemente cambian cada vez que aparece alguien nuevo en pantalla. Es más: da una muy certera sensación de que muchos de sus actores filmaron sus escenas aparte y luego la magia de edición y montaje los unió. Hay una historia aparte entre Richard, Elaine, y el dueño de otra empresa con la que quieren hacer negocios a cargo de Alan Ruck. Hay dos bandidos menores con su historia aparte que Harold hace pasar como sus secuestradores. También están los que realmente quieren secuestrarlo, el jefe narco amante de The Beatles y sus torpes secuaces. Una parejita de turistas hippies interpretados por Amanda Seyfried y Harry Treadaway. La esposa de Harold (Tandhie Newton), que hay algo que no le dice. Para rematar, muy entrado el relato hace su aparición Sharlto Copley como el hermano cazarrecompensas de Richard. Para aclarar, de esos personajes la mitad no llegan a cobrar vuelo, por más que el film se pose en ellos y olvide a Harold. Por lo menos Newton, Seyfried, y Treadaway daría lo mismo que estén o no… y no lo incluyo a Rusk porque a pesar de que su personaje es puro relleno es buen comediante. Gringo tiene momentos efectivos, ninguno muy original ni muy memorable, pero entretiene. Se agradece el buen balance entre comedia y acción, y sus intérpretes si bien no descollan cumplen correctamente (en especial Theron quien, ya sabemos, además de bellísima es excelente en todos los géneros). Otro punto a favor es que a pesar de tener todo servido evita (bastante, no del todo) caer en los lugares comunes de burla a los latinos para auto alabar su patriotismo. Conclusión Divertida, vivaz, correcta tanto en sus actuaciones como en su ágil dirección, Gringo decae por presentar demasiadas cosas en simultáneo, haciendo que lo que debió ser una simple comedia relajada se convierta en algo demasiado complejo de comprender en su totalidad.
Co producción chileno-argentina, "Calzones rotos", de Arnaldo Valsecchi es un relato coral sobre una familia en la que no se juega con las mujeres. Cine y coyuntura van de la mano. En momentos de pañuelos verdes y violetas, de cuestionamientos sobre los mandatos sociales femeninos, revalorización del rol de la mujer, y observación sobre la mirada del género en lo medios de comunicación (entre muchos otros reclamos afines); en cartelera no paran de llegar filmes que directa, o más tangencialmente abordan temáticas de liberación femenina. "Calzones rotos", del italiano radicado en Chile Arnaldo Valsecchi, es quizás el ejemplo más directo. Basada en la novela homónima de Jaime Hagel Echeñique, "Calzones rotos" no da lugar a dudas sobre su mensaje, llegó la hora del castigo. No confundir, no hablamos de ese tipo de películas, sobre todo comedias, en los que, las protagonistas se definen únicamente por un despecho hacia la contrafigura masculina, y urden planes risueños de venganza que terminan por llevarlas a ¿liberarse? y a su vez recapacitar sobre lo que estuvieron haciendo. Las mujeres aquí son independientes, que se definen por sí mismas, fuertes y de carácter, que tienen en claro lo que quieren, y que no necesariamente necesitan de un hombre para alcanzar esa meta. La venganza vendrá de la mano del accionar masculino intentando meter su cuchara dentro de esa mermelada. Todo sucede dentro de una familia, una mansión en la década del 30' habitada únicamente por mujeres, las diferentes generaciones de un mismo clan. Valsecchi integra un juego que, al principio, puede parecer muy confuso. Al igual que sucedía en la mucho más complaciente "Amores que nunca se olvidan" de Jocelyn Moorhouse, en "Calzones rotos" iremos y vendremos en el tiempo narrando las historias de los miembros de esta familia, todos miembros femeninos por supuesto. A diferencia de film protagonizado por Winona Ryder, aquí no se trata de revivir historias de amor más o menos truncas o prósperas. Cada miembro de la familia tiene tierra que ocultar bajo la alfombra, y en todas hay mugre masculina. Una casa de campo, una familia de la alta sociedad, Matilde, la matriarca, se encuentra en su lecho de muerte. Ella tiene tres hijas biológicas, ninguna con marido, y una adoptada de bajos recursos cuando era bebé. La tercera generación llega al hogar, sus dos nietos, y uno de ellos trae a su pareja, una norteamericana que directamente nos hace recordar a Jessica Chastain en "Historias cruzadas". El relato comienza a ir y venir entre unas y otras, entre el presente y el pasado, y hasta que nos acostumbremos y ubiquemos, el montaje sin placas ni nada por el estilo, nos dificultará distinguir lo entrecortado del asunto. Matilde aprovecha la ocasión para hacer una confesión al Padre que viene a darle la extremaunción (Jorge D’Elia); no nos olvidemos que hay secreto de confesión. A partir de ahí comenzará una catarsis en la cual cada una de las mujeres contará, aunque sea para sus adentros, los destratos que sufrieron en manos de los hombres, y las trágicas consecuencias que eso acarreó… para los hombres. Enfermedades venéreas, infidelidades, prostitución, suicidios, masturbación de diferentes formas, y muchos otros temas; todo pasa, o pasó, puertas adentro de esta familia que guarda sus formas por el status quo. De producción mayoritariamente chilena, la película de Valsecchi, que ya había adaptado al autor en su anterior film "Las rubias de Kennedy", se destaca por un acabado técnico muy prolijo; con especial detalle en la fotografía y en su musicalización. Tanto por estos rubros técnicos, como por el armado de diálogos estructurados de forma de novela antigua deliberadamente; más de una vez pareciera que Valsecchi se refugia en un estilo similar al de nuestra María Luísa Bemberg y su cine barroco feminista. No costaría creer que "Calzones rotos" fue dirigida por ella. El conjunto actoral (en el que podemos ver a una curiosa madama de burdel a cargo de la siempre espléndida Graciala Tenembaúm) sale airoso de la difícil tarea de componer con esos diálogos rígidos pero necesarios para lo que se pretende lograr. Todas las actrices, y actores como Patricio Contreras, logran darle vida a estos personajes de pura letra. "Calzones rotos" es una experiencia particular, con un mensaje claro y sin medias tintas sobre la ponderación femenina en distintos ámbitos. Su puesta lograda, sus aportes de humor, su ritmo juguetón, y el puñado de actuaciones, logran llevar adelante un relato que en otras manos hubiese quedado más cerca de la letra muerta.
El español J. A. Bayona toma las riendas en esta quinta entrega de la saga "Jurassic World: El reino caído", que más se disfrutará cuando se focalice en los animales que le dan sentido a la aventura. Desde que en 1993 Steven Spielberg volvió a revolucionar el universo de los tanques cinematográficos con "Jurassic Park", la saga basada originalmente en una novela de Michael Crichton se convirtió en una de las franquicias más sólidas, no solo en cuanto a rendimiento de ventas, sino en resultados de calidad. Hace tres años, la historia revivió en manos de Colin Trevorrow (que ahora co-escribió el guion), siempre con el asesoramiento cercano de papá Steven al que, se sabe, le cuesta despegarse de sus hijos. "Jurassic World" sorprendió convirtiéndose en una de las mejores entregas del conjunto, con mucha aventura, cuasi reinicio, un espíritu renovado para la nueva generación, y abrazando el espíritu del estilo Clase B (aún con mucho presupuesto) que esta historia sobre dinosaurios comiéndose humanos demandaba. Los dinosaurios ya no están para descansar, y acá tenemos "Jurassic World: El reino caído", continuación directa del film de 2015. A diferencia del film de Trevorrow que basaba su anclaje en la saga a través de homenajes y guiños textuales y visuales, "Jurassic World: El reino caído" relaciona directamente su argumento a la primera trilogía. Algo similar a lo que sucedió entre "Prometéo" y "Alien: Covenant", aunque con resultados mucho más positivos. Tres años después de los acontecimientos del parque "Jurassic World", el proyecto fue ¿abandonado? tanto como la isla. Los dinosaurios viven allí, alejados, en medio de las ruinas y librados a su suerte. Pero el volcán que se ubicaba en el centro del lugar entra en actividad y la vida de estos seres prehistóricos corre peligro. La ex responsable de relaciones del parque Claire Dearing (Bryce Dallas Howard) es ahora una activista por los derechos de los dinosaurios, en medio de un debate legislativo sobre su rescate e integración, o su olvido y pronta extinción. Ella será convocada por Eli Mills (Rafe Spall), nuevo responsable de la corporación Lockwood (el socio del fundador original Hammond) con la excusa de emprender un viaje junto a un equipo de soldados e investigadores (Ted Levivne, Justice Smith, y Daniella Pineda, a la cabeza) hacia la isla en rescate de los dinosaurios, y no lo duda. Antes debe convencer al reacio Owen Grady (Chris Pratt) de unirse al conjunto, él es el único que puede controlar a la manada. De hecho, los personajes de Claire y Owen en este punto parecen estar invertidos de lo que fue la primera entrega. La antes burócrata refinada Claire, ahora no repara en dejar todo por salvar a los dinosaurios. El antes humanizador de dinosaurios Owen, ahora, en un principio, no quiere regresar, siendo capaz de dejar morir hasta a su protegida velociraptor Blue. Quien se ubica detrás de cámara no es otro que J. A. Bayona, enfrentando su primer tanque hollywoodense. El director de "El orfanato", "Lo imposible", y "Un monstruo viene a verme", no se trata de un realizador acostumbrado al piloto automático, tiene una impronta propia, y sí, pudo imponer su estilo en parte de esta película más allá de pertenecer a una franquicia preestablecida. El argumento tiene varios giros y sorpresas, algunos más obvios que otros, mejor será descubrirlos cuando vean la película. Si "Jurassic World" redefinía en parte lo que fue "Jurassic Park"; esta secuela toma mucho de "El Mundo Perdido: Jurassic Park" y "Jurassic Park III". Sobre todo en sus momentos selváticos, en la integración militar, en el modo en que los personajes son reclutados (escena de remolque y bar incluido), y en agregar conflictos familiares. También tomará algo del espíritu de Alien: El regreso y Alien III cuando comience a desarrollar su acción. Bayona se caracteriza por posar la mirada en sus personajes; exponer el drama a través de las vivencias de ellos; algo que en "Jurassic World: El reino caído" también estará presente. También es propenso a los golpes bajos, y acá, aunque por suerte más medido que anteriormente, tendrá su momento (muy emotivo por cierto). Al igual que "El mundo perdido: Jurassic Park", "Jurassic World: El reino caído" tiene dos tramos diferenciados, aunque integrados. El primero, de desarrollo, con la acción que tarda en llegar luego de una secuencia inicial sublime. uando entremos a la segunda parte, con más vértigo, la historia también se potencia. "Jurassic World: El reino caído" no llega al nivel de diversión de su directa antecesora. Trevorrow había realizado un film disparatado, que abrazaba sus propias “ridiculeces” a favor de un entretenimiento puro y sin fin que desde la platea aplaudíamos a rabiar. Bayona se aleja de ese espíritu, vuelve al estilo mainstream original, e igualmente consigue algo destacable. No todas las subtramas y vueltas funcionan, es más, en determinados momentos querremos que dejen de hablar para que aparezcan los dinosaurios, y hasta alguna “sorpresa” pareciera ser innecesaria, o no aportará mucho más allá de darle justificación a un personaje nuevo que hasta el momento ocupa tiempo de metraje sin explicarse. Todo este desvarío sobre los humanos, se compensa cuando aparezca la acción y Bayona demuestre que no es un director más. El creador de "El orfanato" filma escenas dignas de una terror, hay suspenso, vértigo y acción, también un humor bien dosificado y acertado. El conjunto de planos logrados, sumado a una fotografía que mezcla tonos oscuros y juegos de luces increíbles, demuestra el nivel de detalle puesto en crear sensaciones que nos aten a la butaca. Así, "Jurassic World: El reino caído" se disfruta como debe ser. En esos momentos se consiguen escenas que pueden ubicarse dentro de las mejores de la saga. "Jurassic World: El reino caído" es una digna integrante de una franquicia que siempre parece tener algo nuevo que contar. Abre un debate, realiza nuevos planteos, y presenta nuevos personajes villanos y héroes (más algún dino nuevo para la muchachada) que cumplen como tal – tienen su razón de ser y no son simples peones –, y complejiza a los existentes. En el medio entretiene, nos aterroriza, no hace aplaudir, y lo más importante, nos deja con muchas ganas de más.
El nuevo exponente la Nueva Comedia Americana, "No me las toquen", de Kay Cannon, se esfuerza por traer a la actualidad una premisa ya conocida, y a la cual el paso del tiempo le ha jugado en contra. Como todo cine de género, la comedia se maneja por ciclos de éxito, repetición, y fagocitación. Ya lo venimos advirtiendo, el período de la Nueva Comedia Americana se encuentra en su etapa de crisis, pidiendo su pronta renovación. Aquellos años en los que comedias como "Damas en Guerra", "Ligeramente Embarazada", "Supercool", o "¿Qué pasó ayer?" arribaron para despabilar y hablar de las catarsis generacionales, ya no lucen tan espabilados, mostrando como síntomas la mezcla y repetición de viejas fórmulas adaptadas a este sistema. "No me las toquen", ópera prima de Kay Cannon, más conocida como guionista y productora, es un claro ejemplo de esto. Repetición de chistes, y una idea general que atrasa varias décadas. Historias de padres sobreprotectores, el síndrome de alienación parental y el nido vacío, la liberación sexual estudiantil. Temas que de alguna u otra forma fueron tratados en comedias "Porky's","American Pie", y "El Padre de la novia". La más nueva de ese trío el año próximo cumple veinte años (sí muchachos, el tiempo pasa, Jason Biggs ya no es más un adolescente); y no queremos ir más hacia atrás, aunque sin demasiado problema podríamos hacerlo. Estos tres tópicos son el eje de "No me las toquen", intentando llevarlos a la actualidad ¿con éxito? Julie (Kathryn Newton), Kayla (Geraldine Viswanathan), y Sam ( Gideon Adlon) son tres amigas adolescentes, amigas desde el primer día de colegio que se encuentran a punto de terminar la preparatoria. Para la noche de graduación tienen realizan un pacto, las tres debutarán sexualmente (en serio chicos, tráiganme a la Stiffler femenina y al equivalente al pie de manzana y hacemos el remake de "American Pie"). La tres tienen pareja, Julie es la más sólida en su relación, Sam la menos sólida porque además esconde un “secreto”, es lesbiana y siente una fuerte atracción/ensoñación con una compañera ya declarada. En realidad, las chicas no son las protagonistas, o no las protagonistas absolutas. Piensen en un American Pie vista a través de los ojos de Eugene Levy y Jennifer Coolidge. O sea, acá veremos qué dicen los padres, con el plus de ser padres cuidas. Lisa (Leslie Mann) es la madre soltera de Julie y se ufana de vivir para ella. De aspecto conservador, le aterra la idea de que su hija crezca. Para colmo de problemas, Julie guarda otro secreto, no como el de Sam, fue aceptada en universidad muy lejos de casa. Mitchell (John Cena siguiendo los pasos de Dwayne Johnson) es el padre de Kayla, casado, también conservador, muy guardabosques. Hunter (Ike Barinholtz) es el padre de Sam – que sabe que su hija es lesbiana aunque nunca se lo dijo – separado de su mujer, y por lo tanto, distanciado de su hija. El trío de padres también había comenzado una amistad el día que sus hijas se conocieron, pero no resistieron al paso del tiempo, y hoy en día ya no se contactan. Cuando por los muchos azares del guion se enteren del pacto de sus hijas, los tres entraran en alerta, y saldrán durante toda la noche a impedir que sus hijas debuten sexualmente. El guion, del también debutante Brian Kehoe, presenta una idea que fácilmente puede remontarnos mínimamente treinta años atrás. Es más, hasta podríamos encontrar muchísimos paralelismos con los clásicos argentinos del grotesco "Cien veces no debo" y "No me toquen a la nena". Nuevamente, hasta los padres de "American Pie" eran más modernos, uno que le daba consejos a su hijo para masturbarse, y una golfa que se acostaba con los compañeros de su hijo. Un rápido análisis hará ver cómo ideas que antes podrían funcionat, en la coyuntura actual, suenan vetustas. Para tratar de traer la historia añejada a la actualidad, "No me las toquen" (que en su original "Blockers", hace referencia desde el título a impedir tener sexo) intenta llenar los cuadros de chistes sexuales y zafados de todo tipo, incluyendo drogas, unos maduros cachondos a cargo de Gary Cole y Gina Gershon, y un diccionario de referencias dobles en emoticones. Estos chistes, dependerá de cada espectador su efectividad, no son originales, pero pueden llegar a ser efectivos. En cuanto a los personajes, no llegan a estar bien desarrollados, y algunos tenían material para más, como el síndrome de nido vacío de Lisa, o enfocarse más en la relación de amistad trunca de los padres. Habrá también momentos para algunos mensajes feministas, y menos cosificación de las mujeres que en otras estudiantinas similares. Quizás este sea el aspecto moderno positivo. Kay Cannon (especialista en comedia feminina, responsable de los guiones de la trilogía "Pitch Perfect" y showrunner de la fallida serie Girlboss) hace su debut en lla dirección de cine con una comedia estándar como "No me las toquen". Una propuesta que, de haber llegado varios años antes, hubiese sido mucho más original y refrescante de lo que se ve ahora como un rejuntado de fórmulas que piden a gritos su jubilación.
La ópera prima documental de Juan Manuel Bramuglia y Estebán Tabacznik, "Estoy acá (Mangi Fi)", pone el foco en dos historias similares con propósitos distintos, y una cultura que los une. Luego de su paso por el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata hace dos años, finalmente lega a las carteleras, "Estoy Acá (Mangi Fi)", un documental cuyos mayores atributos no pasan tanto por lo formal, como por cuestiones de fondo. Los vemos parados en las esquinas, en las veredas, de los centro comerciales urbanos. Allí, vendiendo relojes y alhajas en una valija, anteojos de sol sobre una plancha de Telgopor, o cualquier otro producto en la vía pública; o entre las arenas de La Costa durante épocas de vacaciones. En nuestro egocentrismo porteño o de Conurbano, no los distinguimos, somos capaces de decir “son todos iguales”, o hacer cualquier tipo de suposición. "Estoy Acá (Mangi Fi)" posa su mirada sobre ellos, inmigrantes de Senegal. Bramuglia y Tabacznik prefieren ir de los particular a lo macro. Pudieron hacer una pintura global de los inmigrantes senegaleses en Argentina; pero no, prefiere plantear dos casos particulares, acaso contrapuestos. Los puntos de partida son Ababacar, y Mbaye; dos inmigrantes senegaleses con historias iniciales similares. "Estoy acá (Mangi Fi)", los sigue desde su emigración, vamos conociendo su historia, su cultura, su anhelo, sus deseos. En este último punto es donde las aguas se dividen. Mientras que Ababacar se afianzó y adaptó las costumbres del lugar, aceptando que este será su nuevo hogar; Mabaye sigue manteniendo el deseo de regresar a Senegal a rencontrarse con sus orígenes. Ambos dejaron afectos allá en busca de un lugar mejor; pero Mbaye cree que tras cinco años ya es tiempo de querer ver a los suyos, mientras que Ababacar se siente más seguro en su nueva tierra. "Estoy Acá (Mangi Fi)" plantea cuestiones universales pertinentes al arraigo, desarraigo, a la emigración, y al auxilio, sea este voluntario u obligado. ¿Cuán voluntario es buscar un destino lejos de un territorio que nos ahoga al punto de no poder subsistir? Se muestran cuestiones culturales propias de Senegal, y su amalgama con nuestra cultura; como una puja entre el fundirse hasta desaparece, y el luchar por sobresalir. La cultura senegalesa en nuestro país no está demasiado revisada en la obra documental local, por lo cual, ya su aporte es interesante. Le otorga luz, visibilidad, a algo que pasa desapercibido, a lo que no se distingue. Pero también plantea las cuestiones universales descriptas, y ahí es cuando, más aún en la coyuntura actual, adquiere un peso fundamental. A 2019, todavía hay quienes pretenden plantear en la sociedad debates respecto a las cuestiones migratorias. Cuestionan nuestra “permisiva Constitución Nacional” que permite un supuesto irrestricto ingreso de extranjeros, y facilidades para obtener a ciudadanía. Se pone en tela de juicio cuál es el obrar de estos extranjeros, cuáles son sus fines y objetivos. Definitivamente, discusiones que atrasen tanto que ya sería hora de ir dejándolas de lado. "Estoy acá (Mangi Fi)" es un cabal testimonio de cuáles son los objetivos, y de plantearse cuán feliz es la decisión de alejarse de la tierra del origen en la que se tiene todo lo conocido. Bajo este cariz, el documental adquiere un peso político (no partidario), acaso no propuesto, pero alcanzado. Es una declaración de derechos y principios en clave de vivencias cotidianas. Los documentalistas dejan de lado cualquier armado artificioso, o una estructura narrativa pesada. "Estoy acá (Mangi Fi)" es un documental tradicional, observacional, hasta quizás demasiado básico; no encontraremos ninguna riqueza desde sus aspectos cinematográficos, que tampoco se las propone. Bramuglia y Tabacznik son conscientes de ubicar la historia, los testimonios, por delante; son la cámara y los personajes reales los que hacen el trabajo. No hay ninguna búsqueda de trascendencia estética; hasta quizás roce lo periodístico. "Estoy acá (Mangi Fi)" habla de dos personas, y a través de ellos de miles de personas; de una cultura, y de un grupo migratorio que trata de buscar su lugar; permanente o transitorio. En nosotros está el abrir las puertas y mentes.
La segunda película de Agustín Toscano, "El Motoarrebatador", aborda con una profunda mirada social los caminos de la redención y las nuevas oportunidades. Tras su celebrada ópera prima co-dirigida "Los dueños", Agustín Toscano aborda una nueva película en la que redobla varios de los conceptos ya expuestos en aquella película. "El Motoarrebatador" tranquilamente podría inscribirse dentro de la mentada camada de aquel Nuevo Cine Argentino. Posar la mirada sobre los sectores humildes, exponer su modo de vida, y trazar una posible redención desde la comprensión. Pero allí donde algunas de esas películas mantenían distancia, o se llenaban de prejuicios propios del que habla sin conocer, "El Motoarrebatador" se destaca por su naturalidad y su falta de mirada prejuiciosa pero no benévola para con sus personajes. En los medios de comunicación abundan las noticias delictivas como alerta a una sociedad conservadora. Más de una vez se habló de la modalidad de motochorros, como verdaderas amenazas y flagelo para los transeúntes desprevenidos. ¿Pero qué hay detrás de la noticia? ¿Quiénes son las personas involucradas? La víctima y el que delinque. "El Motoarrebatador" pone en el centro de la escena a Miguel (Sergio Prina), un motochorro, aquel que se encarga de manejar la moto mientras su acompañante arremete contra las pertenencias de los particulares que transitan la calle. El contexto es en la provincia de Tucumán a fines de 2013, los memoriosos recordarán el conflicto que hubo con la policía dejando durante un período a la provincia sin seguridad, desatando una ola de saqueos. Miguel vive una mala situación con su pareja y madre de su hijo. En una de sus andanzas, arremeten contra Elena (Liliana Juárez), una mujer en un cajero automático. En un intento por reparar parte de lo que hizo, Miguel decide regresar la billetera con tarjetas y documentos a Elena, y es ahí que se entera que la mujer está hospitalizada por el golpe sufrido durante el robo, y que ha perdido la memoria. Miguel aprovecha la circunstancia y se hará pasar ante la médica y Elena como un sobrino postizo (hijo de una amiga), y no tardará en mudarse a la casa de la mujer. Así, entre ambos comienza a tejerse un vínculo cuasi maternal. No, esto no es Mientras dormías así que no esperen los enredos románticos, ni las situaciones de confusión propias de la comedia efectista. En "El Motoarrebatador", hay comedia, pero que surge de la propia situación expuesta con naturalidad, y de la personalidad de estas dos personas, con más puntos en común de lo que piensan. Elena no es una mujer adinerada, limpia en casas ajenas, y también tiene su historia. Hasta podríamos pensar que prefiere olvidar. Es una mujer demandante y con un carácter particular, pero Miguel tampoco es un santo, y entre los dos hay tanta rencilla y desconfianza como complicidad. Toscano, quien encara con "El Motoarrebatador " su ópera prima en solitario (Los dueños fue co dirigida por Ezequiel Raduski), no fuerza ninguna de las situaciones, deja que sus personajes sean, y así potencia los vínculos que serán la mayor fortaleza del film. De estructura chica, "El Motoarrebatador" despliega puro cine en cada una de sus tomas, con planos elegidos con inteligencia para captar detalles, y secuencias completas que cuentan una historia en sí misma. El de Toscano pareciera perfilarse como un cine que no necesita de la demagogia, la declamación, los lugares comunes, ni las miradas complacientes, para interpelar al espectador y hacerlo reflexionar sobre muchas de las ideas que nos han instalado. No hay buenos y malos. Queda claro que hay un sistema que arrastra a la subsistencia, y que debemos valernos entre nosotros para salir adelante y hacer que algo pueda cambiar, aunque sea desde lo individual. Sergio Prina y Liliana Juárez componen criaturas maravillosas, parecieran tener personalidades diferentes, pero se complementan hasta igualarse. Toscano logra capturar la esencia de cada uno hasta conseguir la calidez propia, eludiendo cualquier tipo de golpe bajo. También se destaca la pequeña participación de León Zelarayan, como León, el hijo de Miguel con ese brillo propio que solo los chicos pueden transmitir desde la frescura. La siempre efectiva Mirella Pascual aporta ductilidad en sus contadas escenas. "El Motoarrebatador" es un film cálido sobre dos seres cruzados en una situación adversa. Ofrece una mirada social sin necesidad de ser piadosa ni recargar las tintas. Una de esas películas que hay que ver para aprender a mirar.
La cuarta entrega de la saga iniciada por Steven Soderberg, "Ocean’s Eight: Las Estafadoras", de Gary Ross, es un propuesta que cumple con el entretenimiento que propone. En 2001, el estreno de La gran estafa, no solo produjo el tardío ingreso de Steven Soderberg al cine más comercial y pochoclero, significaba la unión de las máximas estrellas de Hollywood en ese momento, unidas en una sola película. ¿Síntomas de época? En ese equipo figuraba una sola mujer, Julia Roberts. Lo mismo sucedió con sus dos secuela, La nueva gran estafa que remplazaba a Roberts por Catherine Zeta Jones, y Ahora son trece con Ellen Barkin en el declive de la franquicia. Las épocas han cambiado, y en tiempos en los que se cuestiona el rol de la mujer en la sociedad, y más específicamente, la cuota de protagonismos femeninos en Hollywood, el relanzamiento de la saga se produce con "Ocean’s Eight: Las estafadoras", cuyo “gancho” es, lo mismo que las anteriores, pero con un todo elenco femenino. Hilando fino, quizás este no sea un elenco tan dream team como el de la primera trilogía (sobre todo el de la primer película), o por lo menos no se trata de las estrellas actuales en el punto más alto de su carrera; un detalle. El hilo conductor, y unión con la anterior historia es Debbie Ocean (Sandra Bullock), hermana de Danny, el personaje que George Clooney hizo en las películas anteriores - que igual puede verse como una película individual - . Debbie lleva tan en la sangre el oficio de estafadora como su hermano, al que, de algún modo, rinde pleitesía. Son los genes de la familia. Ella sale de prisión, con sed de venganza por una ex pareja, y con deseos de llevar a cabo sin tardarse demasiado una gran estafa que estuvo planeando desde el primer momento que ingresó a prisión. En el subsuelo del Museo de Arte Metropolitano (Met) de Nueva York, se encuentra un famoso collar Cartier perteneciente a Elizabeth Taylor. Por supuesto, una joya que no sale a la luz en cualquier ocasión. Pero la gran gala anual del Met no es cualquier ocasión. Debbie desea hacerse de esa joya, y para eso, tiene todo planeado. Solo necesita del equipo ideal, de siete integrantes (ella incluida), y no quiere hombres. La primera en ingresar es Lou (Cate Blanchett), la regenteadora de un boliche tan de mala muerte como para rebajar hasta el límite el vodka con agua, ex compañera de prisión, y de fechorías, con Debbie. Entre ambas se encargan de reclutar al resto, sobre todo Debbie, que parece conocer a todos en ese ámbito: Amita (Mindy Kaling, más divertida y más centrada que Un viaje en el tiempo) falsificadora de joyas express; Bola nueve o Nine Ball (Rihanna, más desenvuelta que en Battleship y Valerian) una habilidosa hacker; Constance (Awkwafina) una ladronzuela rápida con las manos; y Tammy (Sarah Paulson) una ama de casa contrabandista ¿retirada? y también ex compañera de Debbie. La séptima integrante es una pieza clave del plan. La idea, es hacer que la super modelo Daphne Kluger (Anne Hathaway), quien no parece poseer todas las luces, utilice el collar durante la gala, y robarlo de su longitudinario cuello. Para eso, necesitan que alguien le aconseje a Daphne usar el collar, ese alguien será la estrafalaria diseñadora de moda caída en desgracia y deudas Rose Weil, y si decimos estrafalaria pensamos en Helena Bonham Carter (y eso que acá está más medida que en otras ocasiones). Ocean’s Eight: Las estafadoras no es más que eso, el planeo y llevada a cabo de este robo a gran escala, y no necesita de más. Cuenta con todos los ingredientes necesarios y que se esperan. Sí, durante la gala verán desfilar a un montón de celebrities (más que nada del mundo de la moda) interpretándose a sí mismas. Gary Ross es un director modesto, quizás no tenga la chapa Soderberg, pero sin sobresalir, cumple, más para este tipo de propuestas que ya salen pre horneadas desde la producción de un gran estudio. Teniendo en cuenta que Soderberg hizo Logan’s Lucky emulando su saga de Ocean’s, Ross sale ganando en la comparación, menos pretenciosa, más efectiva. Igual, Pleasentville sigue siendo su mejor y más inspirada película. El elenco es variado, y hasta se encarga de ser multi racial con morochas, rubias, estadounidenses, europeas, una hindú, una afroamericana, y una asiática (muchachos, me faltó la latina). Lógicamente, ellas son el mayor atractivo. El feminismo en el film no es muy marcado, pero se hace notar en los roles que asumen. Ya lo comparamos con las Oceans originales (ni hablar de la original original de los ’60 con Angie Dickinson como único rol femenino muy secundario); si lo comparamos con otro film de ladronas como "Las estafadoras" (con Sigourney Weaver y Jennifer Love Hewitt como madre e hija amantes cazafortunas), de 2002, las posturas son bien diferentes positivamente. No es ninguna novedad que Sandra Bullock ya no es la pope de las comedias románticas de hace unos cuantos años, pero se divierte, y nos hace divertir, es la indicada para este tipo de películas. Lo dije, Helena Bonham Carter está más medida que en otras películas, de todos modos, le alcanza con dos o tres gestos y miradas para demostrar que es ella, y destacarse con su forma de ser. Sarah Paulson es quizás la más perjudicada, se ha probado con más libertad en comedias como Abajo el amor. Aquí no cuenta con la cantidad de escenas individuales para su lucimiento. De todos modos es una correcta actriz en comedia. Cate Blanchett es el elemento extraño, una actriz de fuste, más ligada al drama ¿Su fórmula? Tomárselo en joda, y le sale bien, no se luce por sobre sus compañeras, pero se diferencia por su presencia, y en cada escena en que aparece, las miradas se posan sobre ella. Por lo menos no está tan afectada como en "Thor Ragnarok". El trío restante del team de estafadores es claramente roles secundarios, cumplidores en lo suyo. Anne Hathaway, (la que cierra el eight del título), cuenta con un rol de menor a mayor importancia a medida que avanza el relato, y por lo tanto también su lucimiento. Lo sabido, es un gran comediante llena de carisma y gracia. "Ocean’s Eight: Las estafadoras" no será recordada como una gran película, tampoco se lo propone, es un entretenimiento, con estafas no muy verosímiles (esto no es Nueve Reinas), pero que entretiene de principio a fin. En definitiva, lo que muy probablemente el público fue a buscar.
De la mano de un experto en el cine de superacción, "Huracán categoría 5" es un entretenimiento barato al que no se le puede pedir más de lo que es, un divertido pasatiempo. Dícese del cine shampoo, un cine pochoclero, liviano, pensado para el puro entretenimiento, vacío y limpio de contenido. En pocas palabras y para buen entendedor, un cine que invita a dejar el cerebro a un costado. Rob Cohen es de ese tipo de directores que quizás no sea un nombre popular para los no tan cinéfilos, pero sus películas son el placer culposo de una masiva cantidad de público. Las primeras "Rápido y furioso" y "xXx", "Corazón de dragón" "Sociedad secreta", "Stealth", y "Dragón: La historia de Bruce Lee", entre otras, tuenen su firma. Al hombre, el cine del sábado a la tarde le queda muy bien. Luego de algunos traspiés en los que parecía haber perdido su rumbo (Rob, por favor, nunca más una con J-Lo), Cohen nos trae la que quizás sea su mayor placer culposo, el mejor exponente del cine shampoo, "Huracán categoría 5"; una propuesta tan descerebrada y barata, como divertida. ¿Qué puede salir de un guion pensado por los creadores del film de culto noventoso Drop Dead Fred, y un guionista aficionado a películas del estilo de las que Nicolas Cage saca todos los meses directo a streaming/video? Una película de robos a gran escala. Pero no cualquier película ¿Por qué? Porque como su título lo indica (y aún más explícito en su original), es un robo, en medio de un temporal de huracanes… nivel 5. Tiempos post Sharknado en los que hay que acumular tópicos. En efecto, el guion puede resumirse en eso e imaginarse todo el devenir; pero vamos igual. En Alabama, se avecina uno de los huracanes más grandes registrados en la historia, con la fuerza como para destruir todo a su paso (¿Se acuerdan de ese que querían ver los personajes de Twister? Bueno, ese). Un grupo de delincuentes aprovecha esta ocasión en la que todo el pueblo será evacuado y la atención estará puesta en salvaguardarse, para llevar a cabo un robo magnánimo, el del Tesoro Nacional, 600 millones de dólares. Del otro lado están los buenos, la única tesorera sobreviviente (ah, porque los ladrones son malos, pero malos malos, al estilo casi "Austin Powers" de malos) y dos hermanos que se encontraban en el lugar, y que saben bastante de meteorología. Estos tres perseguirán a los ladrones y no les darán tregua. Porque tres ciudadanos heroicos pueden más que toda una fuerza de seguridad (léase esto con voz lacrimógena). En el medio, el huracán enfrentándose a ambos bandos. Ustedes piensen. Voy a ver una película de ladrones robando el banco nacional contra tres personas que los quieren frenar, y hay un huracán que rompe todo. ¿Alguien espera grandes diálogos o escenas que se luzcan por su profundo dramatismo o consciencia de situación y realidad? ¡No! Y precisamente eso es "Huracán categoría 5". La historia crea un vínculo entre los hermanos y trata de contar algo que vaya por los sentimientos. A decir verdad, no es una historia mal contada, y se toma algún tiempo para desarrollarla, pero no vamos a mentir diciendo que eso es lo que más nos importa, porque no es así. Con un presupuesto ínfimo, "Huracán categoría 5" es decididamente un producto estilo clase B; pero uno que entendió todo. Los diálogos son bastante tontos, los personajes no están mal desarrollados pero son más bien insulsos o tienen características exageradas, y no hay ni una escena que tenga algo de verosimilitud. Pero ver como todas los cuadros son forzados para que siempre veamos al huracán en algún lado, es placer puro. Escenas increíbles, ridiculeces de todo tipo, risas ¿involuntarias?, lo momentos de acción más disparatados, y un huracán hecho con un CGI que no esconde ser barato. Todo eso, que puede sonar mal, en "Huracán categoría 5" funciona muy bien. Rob Cohen ya había probado suerte con el cine catástrofe en "Daylight" con Sylvester Stallone (que estuvo a punto de hacer un film con la misma trama que esta durante los años ’90), y los resultados fueron bastante similares a este, más allá de que "Daylight" sí era un tanque con mucho presupuesto detrás. Cohen sabe dosificar bien la acción, crear personajes empáticos, y hasta hacer que los malos actores (que acá abundan) terminen pasando por carismáticos. El huracán, lejos de ser un adorno, es un personaje más, es fundamental para el desarrollo, y por supuesto, concreción de las escenas de acción. Más allá de tener un presupuesto notoriamente bajo, se las arregla para que se vea y se escuche potente. En 1998, "Hard Rain", que planteaba un robo en medio de una tormenta, pasó bastante desapercibida. El tiempo la reivindicó como un pequeño clásico. Quizás, el tiempo surta el mismo efecto en esta divertida película que acumula errores, que puede ser vista como mala ante un ojo clínico, pero que sin lugar dudas, entretiene – y mucho – desde que empieza hasta que termina. Volvió el Rob Cohen que la muchachada reclamaba.