El debut en la dirección de Valeria Bertuccelli (en colaboración con Fabiana Tiscornia), "La reina del miedo", peca de una falta de definición y un absoluto protagonismo que deglute todo a su paso. El juego se abre con unas voces alertas en medio de un apagón en una casa alejada. Afuera el viento anuncia tempestades, y en la casa sólo se encuentran la dueña y su empleada. La cámara acompaña temblorosa a la primera, extremádamente verborrágica, que teme a un nivel casi fóbico y se lo traslada a su empleada. Hay que llamar a la empresa de seguridad para controlar que no sea un corte de luz particular con otros propósitos. Esta primera escena aclara el panorama de lo que seguirán en los minutos restantes. "La reina del miedo" nos abre las puertas al mundo de Robertina (Valeria Bertuccelli), una actriz a punto de atravesar un torbellino, o por lo menos eso es lo que expresa su también guionista Valeria Bertuccelli. A punto de estrenar una obra de teatro en el Regio (se apela mucho a la veracidad del mundo actoral), Robertina está con los ensayos y el estreno que le pisa los talones. La obra, con un título tan genérico como Los años de oro, es un unipersonal que exige mucho de su entrega, y Robertina no pareciera estar en el mejor de los momento para eso. Cláramente se dividen los planos personales y profesionales de Robertina, como si fuesen esferas que no se tocan. Por un lado corren las obligaciones profesionales, por el otro su vida en pleno caos. No se trata de una mujer fácil. Sus compañeros de trabajo la reconocen como caprichosa, con algunos aires de diva moderna, con ocurrencias artísticas algo estrafalaria, y un método de trabajo personal, por no decir egoísta. En lo personal, su pareja, con la que contrajo matrimonio recientemente, no sabe si la abandonó o se fue de viaje sin avisarle. Tal es el grado de incertidumbre que maneja. Su casa se encuentra en refacciones, y eso también influye en su vida. Hay dos empleadas domésticas que se pelean y ella debe arbitrar. Para cantar bingo, un amigo con el que se encuentra distanciada, contrajo cáncer, y está en un grado muy avanzado de la enfermedad. Ah, y claro, está su obsesión con la oscuridad, las calles solitarias y la seguridad. El mundo del espectáculo siempre despierta curiosidad en el público. Revistas y programas de radio y TV se encargan de repasar la llamada prensa del corazón sobre la intimidad de sus vidas. Como si hubiese una necesidad de parte de “la gente” de querer saber más de los artistas a los que sigue, saber cómo son en la intimidad. El consumo de ese tipo de prensa, más el seguimiento de la obra del artista, hace que sea casi inevitable que nos hagamos una idea, falsa o real, de cómo es esa persona cuando las cámaras se apagan, o el telón se cierra. "La reina del miedo" responde de algún modo a esa “necesidad” e idea. No es difícil imaginar que Valeria Bertuccelli tiene muchos puntos en común con Robertina. Que se trata de una película personalísima en la que dirige, escribe, protagoniza, y produce. El tema es que Robertina no es un personaje con el que sea sencillo empatizar más allá de que el guion se esfuerce en que lo hagamos.Varias características del personajes, como su verborragia, no queda claro si se deben a composición o naturalismo. Su vida caótica es responsabilidad de sus acciones, de su falta de decisión y compromiso, de la falta de sensibilidad sobre lo que le sucede al otro. Cargada de alegorías muy obvias, de un lenguaje propio del ambiente con guiños que nos hace acordar a la manía de "El crítico" de mirarse el ombligo, con una fluidez narrativa episódica que quiebra la cohesión del todo. En La reina del miedo están claras las intenciones, no tanto los resultados. A Robertina, sus allegados del mundo personal le dicen Rober, pero su seudónimo como actriz es Tina. Está empeñada en traer un cerezo que quiere podar de su jardín al escenario de su obra, y es un cerezo grande, incómodo, que lo ocupa todo, y hasta hay una larga escena en la que hace el intento. Robertina camina en su casa sobre un caos de ropa y objetos ocultos. La empleada doméstica paraguaya, es sumisa, y crea un conflicto inexistente. El metalenguaje en el film es demasiado evidente y pierde toda efectividad, cuando no roza lo ofensivo. Cuando Robertina reciba el llamado de Lisandro (Diego Velazquez, lo mejor de la película, lejos), ella no dudará e irá a visitarlo. En esa Dinamarca, mostrada a travésdel montaje como si fuese la vuelta de la esquina, "La reina del miedo" encontrará sus mejores momentos, aquellos más calmos y más distanciados del intramundo Bertuccelli. La actriz de "Un novio para mi mujer" no solo está en cada escena, protagoniza cada plano de la película; la cámara no la abandona ni un segundo, y ni siquiera osa en ponerla en segundo plano. Tanto protagonismo huele a exceso y termina por derribar cualquier otra mirada externa que se pueda hacer sobre la propuesta. Con un tono cercano al indie norteamericano bastante alejado de nuestras tierras (quizás similar a algunas propuestas pensadas con el ojo puesto en el BAFICI), La reina del miedo crea una distancia que no es sencillo zanjar. Su duración, que no es extensa en sí, se siente. Queda como anécdota una de las inserciones publicitarias más obscenas y declamatorias que se recuerden en el cine reciente, y que casi nos da la bienvenida a partir la primera escena. Las múltiples participaciones especiales de una sola escena, entre las que se cuentan a Mercedes Scápola (con un cuadro que parece haber sido creado con el solo propósito de incluirla), Marta Lubos, Darío Grandinetti, Marío Alarcón, y Gabriel Goyti, hablan también de esa necesidad de mirar puertas adentro, en todo sentido. "La reina del miedo" parte de ideas interesantes, pero se queda en un desarrollo no demasiado feliz. Su tono medio entre lo comercial y el cine más de autor, su intento de humor negro incómodo mayoritariamente fallido, algunas ideas que en el contexto actual pueden ser consideradas xenófobas, las alegorías obvias, y sobre todo el excesivo e innecesario protagonismo ególatra, terminan malográndola.
Secuela del tanque de 2013, "Titanes del Pacífico 2: La insurrección" es una continuación tan innecesaria como desorientada. En 2013, Guillermo del Toro lograba su sueño de la infancia al realizar una película a gran escala en la cual robots y alienígenas se enfrentaban en grandes batallas cuerpo a cuerpo por el destino de la humanidad. Siguiendo el estilo japonés, "Titanes del Pacífico" logra una gran película militar, con soldados manejando robots mediante ondas vitales, y combatiendo amenazantes extraterrestres provenientes del océano. "Titanes del Pacífico" ganó más fanáticos y culto que números en taquilla. Por esa razón, los sueños de saga de Del Toro, en su momento, se vieron truncos. Cinco años después, aparece "Titanes del Pacífico 2: La insurrección", sin Guillermo del Toro ni en la dirección, ni en guion. Apenas un crédito en producción que, a la vista de los resultados, suena más a “agradecimiento” y cobro de alguna regalía, que a intervención real. La historia no podría ser más sencilla y oler más a excusa. Pasaron diez años de lo que vimos en la primera entrega, y resulta que los kaijus no estaban extinguidos. Todo lo contrario, vuelven, y más potentes que antes… porque las secuelas son eso, más de lo mismo, pero potenciado. De la película de 2013 no hubo muchos sobrevivientes, y los que sobrevivieron , la mayoría no quisieron saber nada con esto. Pero algunos vuelven, y forman parte de la nueva resistencia, junto a los hijos de algunos de los que murieron, y un nuevo grupo de adolescentes. Como los kaijus son más fuertes, ya no alcanza con lo miso de antes para derrotarlos, por eso los jaeggers (esos robots comandados por dos humanos a través de vías neuronales) tendrán nuevas estrategias de combate. Lo que sí cambia entre las dos Titanes del Pacífico es el clima que generan. El film de Del Toro se proponía como una gran aventura con un fuerte espíritu épico, grandes momentos de batallas, y referencias por doquier para quienes aman obras como Mazinger, Voltron, Robotech, o Gojira. Esta secuela, a cargo del novel Steven S. DeKnight, que también interviene en el guion, parte de un universo ya concebido, y se dedica a restarle todo tipo de épica, clima de gran aventura, dramatismo (perfectamente logrado anteriormente), y referencias a la cultura mecha. Lo que queda es un producto que intenta ser más divertido que el original, y que se asemeja demasiado al Godzilla según lo entiende Hollywood, y la saga cinematográfica Transformers (o cualquier otra película dirigida o producida por Michael Bay como "Battleship") a la que toma como el padre mayor al que copiar con menos estilo y presupuesto. Una de las quejas que tuvo Titanes 1 fue que pasaba demasiado tiempo dentro del entrenamiento, y poco en la batalla (gente que sin dudas nunca vio un film de robots vs monstruos a la japonesa). Titanes 2 "intenta remediarlo, con algo más de acción, pero todo se vuelve repetitivo e indistinguible, apabulla el ruido a metal ensordecedor y una confusión absoluta. Ninguna de las batallas de esta segunda parte está a la altura de los grandes momentos del primer film, que jugaba a menos acción, pero valiosa. Los personajes son más graciosos, pero rara vez esa comicidad funciona. Sus características son planas, y se extraña el desarrollo y dramatismo anterior. "Titanes del Pacífico 2: La insurrección" pudo ser un buen film estilo Clase B con presupuesto, tiene alguna base para no tomarse en serio, y un argumento simple como aquellas. Pero su intento de ser un tanque, y de complacer a quienes van a buscar metales retorcidos es tan grande que descarta esa idea. Una de las características del espíritu Clase B es el carisma por sobre lógica y argumento, algo que en Titanes del Pacífico 2 escasea muchísimo, todo. John Boyega y Scott Eastwood son Jake y Nate respectivamente, los nuevos entrenadores y protagonistas de esta entrega. Ambos actores no desentonan con lo que la película propone, no están mal, dentro del corsé cliché propuesto. "Titanes del Pacífico 2: La insurrección", de Steven S. DeKnight, es un film insípido que pudo pasar como apenas aceptable, de no ser porque nunca encuentra un rumbo propio, porque siempre intenta imitar a su predecesora, o a otras franquicias. En las inevitables comparaciones que genera, tanto de un lado como del otro, sale perdiendo casi por goleada. Llamativo, lo que Del Toro en su momento no pudo lograr, esto parece conseguirlo casi sin salir a la cancha, ya hay aires de saga que va a continuar.
máquina de filmar Ernesto Aguilar es probablemente uno de los directores argentinos más prolíficos de los últimos tiempos. Habiendo realizado su primer film en 1999, ya cuenta con cerca de una veintena de realizaciones, casi una por año, y hasta ha sabido meter más de una durante el período anual. Pero ya se sabe, cantidad no es sinónimo de calidad, y sus películas (la mayoría de ellas estrenadas durante el Festival Buenos Aires Rojo Sangre) llevan más que el prestigio, la mancha de su nombre. Sin pretender ser agresivos, Aguilar suele ser un director desprolijo; con ideas para sus películas algo extrañas, planteando argumentos mundanos pero llevándolos a terrenos casi experimentales. Realizando filmaciones caseras, muchas veces con actores nóveles y casi siempre creando un clima que suele descolocar hasta al más acostumbrado al cine de baja calidad. Hay que reconocerlo, Lucy en el infierno prometía desde los papeles, podía ser un cambio de suerte para el director. Su idea general no era mala y contaba con dos actores que han demostrado su talento. Quizás este poder ser y no es, transforme a Lucy en el infierno en algo más molesto que sus anteriores producciones. Sos mi chica Horacio (Emiliano Díaz) es un empresario que gusta de conquistar chicas para usarlas con el único propósito de complacerse sexualmente. Es más, varias de ellas hasta han sido empleadas suyas. Tiene un gusto especial por las embarazadas por creerlas más deseosas sexualmente, más vulnerables, y por lo tanto más proclives a sus pueriles encantos. Así es como Horacio conoce a Olga (Romina Richi) una mujer embarazada que parece aceptar su propuesta. Ambos tienen un picnic en el campo, él la seduce, y ella lo invita a su casa. Sí, Olga no es lo que parece, y al llegar a la casa en medio del campo lo golpea y lo secuestra. A partir de ahí para Horacio comienza literalmente una nueva existencia. Olga lo someterá a varias torturas y a un tratamiento quirúrgico y psicológico que nos retrotraerán a La piel que habito, de Pedro Almodóvar. Horacio debe aprender a tratar bien a las mujeres, saber cómo se sienten ellas, y qué mejor para eso que… De comedia voluntaria e involuntaria Hasta aquí la idea que, per se, no es mala. Aún la idea de Aguilar de crear un tono de comedia negra, burda, satírica, y de grotesco, pudo haber tenido un desarrollo digno y generar buenos momentos. El asunto es que, en manos de Aguilar, lo que se plantea como comedia no genera gracia, y sí lo hace lo que se muestra como serio. Lucy en el infierno presenta problemas de todo tipo. Argumentalmente su ritmo no se sostiene y cambia paulatinamente. Sus diálogos son increíbles de repetirlos. Muestra una serie de hechos y desarrollos que superan el mínimo verosímil aún para una película que no pretende centrarse en la realidad. Para colmo, su idea, que un primer momento se puede pensar como de venganza feminista, termina poseyendo un corazón sumamente machista rancio. Entre otras cosas, a simple vista se puede apreciar cómo se burla de los movimientos políticos feministas, nos da la pauta de que una embarazada puede ser alguien con quien mejor no tratar (más si su embarazo es eterno), asocia a las mujeres con los buenos modales y con el estar siempre presentables, y hasta deja sobrevolando la idea de que una mujer se define a través del trato que le da el hombre. Esto entre muchas otras circunstancias que nos hacen rever seriamente su mensaje. Técnicamente, las escenas en exterior (salvo las filmadas con un drone al que había que utilizar porque sí) se ven de una calidad pobrísima, blureadas y pixeladas; además utiliza una luz extremadamente blanca y brillosa que empeora la experiencia visual. En los interiores cambia y opta por un tono oscuro que a veces hace dificultoso observar qué es lo que estamos viendo. Para completar el cuadro, hace abusos de zooms en reversa de modo aleatorio sin ninguna explicación, lo mismo que la inclusión de una banda sonora que comienza y finaliza en cualquier momento. Díaz y Richi demostraron ser buenos actores, pero acá su tarea es imposible y es poco el talento de ellos que se puede mostrar. Conclusión Lucy en el infierno pudo haber sido el ansiado paso adelante en la filmografía de Ernesto Aguilar; pero nuevamente recae en errores groseros argumentales y técnicos, dejándonos como resultado una experiencia difícil de asimilar, aún como consumo irónico.
A mi me gusta el cine de Fatih Akin. Y si bien reconozco que este es un trabajo muy controversial (hay aquí algunos elementos que promueven discusión en la crítica internacional), yo elijo tomarlos como licencias creativas, puestas al servicio de una historia y dejo para el final (en los créditos confirmo este pensamiento) la intencionalidad política que subyace en "In the fade", donde comenzamos a mirar quienes son las verdaderas víctimas detrás de los atentados terroristas. En ese universo, Akin elige una víctima de daño colateral y propone un universo de dolor, intriga policial y resolución de tono sorprendente. Quizás desacertada, pero llamativa. La historia nos presenta a Katja (Diane Kruger), una feliz mujer que lleva una vida normal en Alemania. Está casada con Nuri (Numan Acar) y tiene un hijo de nombre Rocco (Rafael Santana). Tienen un local comercial en un barrio de Hamburgo y todo parece ir bien hasta que la desgracia se abate sobre ellos. Cierto grupo neonazi realiza en esa cuadra, un potente atentado con explosivos y Katja, pierde a su familia en el mismo. Destruída y desconcertada, comenzará a transitar por espacios de combustión interna donde abrazará adicciones que tenía que en el pasado e intentará explicarse qué sucedió y quiénes fueron los responsables. La policía comenzará la investigación centrandola en su marido, sin ver otras cuestiones que parece más relevantes. Sin embargo, Katja logrará dar con pistas que pueden conducir a la búsqueda de manera más rápida. Aparecen los culpables finalmente, y van a juicio. Pero ahí, no todo sale como se espera. Lo que queda en el último tramo del film es el abordaje de la búsqueda de justicia personal que ofrece Kruger. Duro, crudo y ciertamente, discutible. Akin ofrece ciertas incorrecciones (creo yo) cuando explora algunas conductas de su personaje principal... y fundamentalmente tiende a sobre explicar algunas cosas que son visibles. No es un tratado sobre el terrorismo en el primer y cuidado mundo. No. Es justamente un emergente de algo que sucede ideológicamente, que desde lejos, se ofrece como una disputa de intereses, pero desde lo humano, tiene una dimensión distinta. Hay en "In the fade", un espíritu de transgresión y denuncia válido y establecido y si bien no es un film redondo, la actuación descollante de Diane Kruger hace necesario su visionado.
La nueva adaptación cinematográfica de la popular franquicia de videojuegos iniciada en 1996, TombRaider, gana al tratarse de una aventura tradicional, pero pierde al no poseer elementos que la destaquen. Iniciada en 1996 con el famoso videojuego que le dio nombre. Lara Croft inmediatamente trepó a los recordguinnes como la heroína más popular de esa plataforma. A esa primer aventura le siguieron otros once videojuegos, comics, y dos películas en la primera mitad de la década del 2000 que si por algo son recordadas es por la exacta similitud de Angelina Jolie como Lara. Como suele suceder en el mundo del entretenimiento, en 2013, luego de cinco años de inactividad, los videojuegos de TombRaider “sufrieron” un reboot de la saga, con una imagen renovada de Lara más acorde a las modas actuales. Si el éxito siguió acompañando, es hora de una nueva adaptación, y así llegamos a la nueva versión para cines de TombRaider en la que hay algo que acarar desde entrada referido a lo anterior. Dato para gamers, público principal al que va dirigido esta película, los dos films con Angelina Jolie responden – con muchas libertades – a la Lara Croft original, la de los juegos de PsOne. Este nuevo film toma como base el reboot de 2013, siendo bastante más fiel. Alicia Vikander es la nueva Lara Croft, una chicadejóvenes 21 años, casi adolescente, alejada de la curvilínea y sexy figura de Jolie. Ella es repartidora de pizza y recorre la ciudad de Londres con su bicicleta en busca de emociones, y algún dinero extra que le permita pagar las cuentas. En verdad, Lara podría tener mucho más dinero del que tiene, aunque se niega a serlo es la heredera del imperio Corporación Croft, un conglomerado de empresas propiedad de su padre, actualmente desaparecido. Lo único que debe hacer Lara es firmar los papeles que reconozcan que su padre ha fallecido, y así asumir como la nueva titular de todo. Pero Lara aún aguarda esperanzas de que regrese, además de considerar que ese mundo empresarial no es el suyo. Por una de las múltiples casualidades que presenta la historia, Lara terminará descubriendo una pista dentro de un juego rompecabezas que heredaría de su padre, y una cosa lleva a la otra, y así. Dirigida por el noruego RoarThaug en su primera incursión hollywoodense, TombRaider tiene un guion escrito a ocho manos en el que se apela a una estructura básica en la cual sus tres actos están claramente delineados. De la presentación del personaje en la ciudad, Lara pasará a vivir una aventura en una isla de Japón en busca de pistas sobre la desaparición de su Padre Richard. Lo cual la llevará a enfrentarse a un grupo de investigadores comandados por Mathias Vogel (Walton Goggins) pertenecientes a la agrupación Trinity que busca el tesoro en la tumba de la diosa japonesa de la muerte. Es imposible no hablar de esta TombRaider sin marcar las diferencias con los films de 2001 y 2003. Aquellos films, más allá de presentar a una mujer adulta que yaeramillonaría y parecía que asaltaba tumbas por la sola sensación de adrenalina, presentaban una forma más confusa, con un montaje videoclipero, un desborde innecesario de efectos, y una atmósfera más sobrenatural. Casi como incómodos films para chicos. TombRaider 2018 es un films de aventuras más clásico, que no abusa de los efectos, en el que todo lo que sucede se entiende, con un villano con razones entendibles más allá del “quiero todo el poder del mundo”, y con razones valederas para poner a la heroína en acción y mostrar su transformación. Es más, hasta respeta lo suficiente (más allá de hacer agregados para introducción argumental) la historia y mecánica del film de 2013 y su secuela RiseoftheTombRaider. Logra tener una mecánica de videojuego sin que se sienta que estamos con un joystick en la mano. Hasta casi que podría funcionar como precuela de los primeros films y mejorando la experiencia de aquellos. El problema con este nuevo film es que, tal cual sucedió con el film que llevó a Thaug al éxito, La última ola, su tradicionalidad se termina traduciendo también en falta de innovación. El guion tiene agujeros notorios, muchísimas casualidades, resoluciones forzadas, y hasta se le puede achacar la muchísima suerte que Lara tiene para agarrar(se de) cosas en el aire. Pero todo eso podría criticársele al 99,99% films de esta especie. TombRaider entretiene. Alicia Vikander si bien no es tan similar al personaje como Jolie a la primera Lara, posee carisma; y hasta da gusto verla Kristin Scott Thomas como un personaje que puede llegar a desarrollarse a futuro si a esta le va bien. El escollo es que así como entretiene , se olvida, y no logra trascender de la media en ningún momento.
Lo nuevo de CédricKlaplisch cumple con la regla básica de su cine, ser un drama cálido que entretenga y esboce alguna sonrisa, pero no dejar demasiado en su contenido. El francés CédricKlapisch tiene una extensa filmografía – más allá de hacerse popular con la exitosa Las muñecas rusas en 2005 – que lo ha llevado a convertirse en un emblema de ese cine galo alejado de la nouvelle vague y de la franca comedia del estilo de Francis Veber. Su sello es el drama amable, o la comedia dramática, con toques cálidos, personajes variopintos, y la mirada siempre puesta en las relaciones amorosas de personas mundanas. Un cine pasatista de elite. Entre viñedos no es más que eso, otro exponente de su cine más tradicional. Que no aporta sorpresa alguna, pero tampoco desencanta. Esta es la historia de tres hermanos, pero es la canción de Silvio Rodriguez, el asunto es bastante más liviano. Jean, Juliette, y Jeremié deben encargarse del viñedo familiar ante el fallecimiento del padre del trío. En realidad, Juliette y Jeremié, los menores, ya se encargan de los viñedos hace un tiempo. El que vuelve a casa tras diez años es Jean. También el que más diferencias presentaba con su padre. A través de una serie de flashbacks cortos, iremos descubriendo cómo era la relación que ese hombre tenía con sus hijos, las enseñanzas que les fue dando mediante el conocimiento de la tierra y la uva. Enseñanzas que obviamente podrán aplicarse más allá del cultivo. Los tres hermanos tuvieron una educación dura para con un hombre que si bien no era severo, sí estricto. Así, cada uno forjó un carácter distinto. Adivinen quién de los tres era el que más chocaba y el que menos parecía entender de viñedos. Kaplisch no solo se limita a analizar a estos tres hermanos con el recuerdo de su padre. Como cada uno tiene una personalidad diferente, también cada uno tendrá su historia, todas del tinte sentimental romántico. Está el que tiene problemas con su pareja, el que debe decidir entre su familia de base y su nueva familia, y la que se mete en los problemas de los demás. Y siempre el vino de por medio, los racimos de uva, y los toneles para pisar, como medio para dejar mensajes de superación y bienestar. Entre viñedos se sigue siempre con algo de interés y con u tono parejo. Su tono es amable y cálido, y permite que se sigue sin caer en pesadumbres. Pero sus casi dos horas de duración afectan en el resultado de algo que pudo resolverse mucho antes. Si bien no hay grandes baches narrativos, tampoco parece haber demasiado para contar, por lo que la sensación es la de algo estirado de por más. Pio Marmai, Ana Giradot, y François Civil como Jean, Juliette y Jeremié respectivamente, tienen química entre sí, y cumplan con las características que el film propone. La fotografía soleada y el montaje suave aumentan esa sensación de calidez pasatista que propine Klapisch. Entre viñedos es como un dulzón vino comprado en supermercados, se saborea, gusta, y deja una sensación agradable durante un rato. Pero la falta el cuerpo, la fuerza, y el vigor, de una buena cosecha de bodega.
Poseídos Ya no hay dudas de que el cine de género en Argentina vive una etapa de oro, de plena expansión y aceptación. Las nuevas posibilidades de producción y una camada renovada de directores le abren las puertas a propuestas con una mirada actual y certera. Gonzalo Calzada es uno de los nombres que más firme viene pisando dentro de ese terreno. Sin grandes alardes, el hombre ya se anotó tres películas (dos de ellas claramente de género) que contaron con la amplia aceptación del público y de la crítica. Un drama con tintes de comedia negra, un policial duro, una de terror mitológico ambientada en la Buenos Aires devastada por la fiebre amarilla y con la leyenda de San La Muerte rondando en la atmósfera. Cuando ni bien inició 2016 nos encontramos con Resurrección: se convirtió en el segundo film de terror más taquillero en nuestro país, espectadores y periodistas estuvieron de acuerdo en que se trataba de uno de los mejores exponentes del género salidos de estas tierras ¿Cómo se sigue después de tamaño espaldarazo? Los caminos eran dos, dormirse en los laureles del éxito y entregar otro producto similar por repetición, o subir la apuesta. Dos años más tarde llega Luciferina, donde claramente optó por el segundo camino. Slashers, brujería, algún monstruo, terror psicológico, adaptaciones de clásicos de la literatura de género. Argentina fue transitando por varios subgéneros dentro del terror, pero hasta ahora nunca había abordado las historias de posesiones demoníacas y ritos satánicos, por lo menos no del modo en que lo hace Luciferina. Calzada, quien también se encarga del guion, demuestra una profunda investigación de campo para asumir la historia desde un costado serio, mezclando mitos y leyendas, religión católica con creencias de pueblos originarios, algo que parece serle afín al realizador que ya tocó esta vertiente en su film anterior. Luciferina tiene como carta de presentación un conjunto de posesiones y transformaciones de un modo tan aterrador como intenso, alejado de cualquier matiz que nos haga pensar que estamos en una comedia de terror. Acá el demonio es cosa seria. La hija de la luz Luciferina sigue la historia de Natalia (Sofía Del Tuffo, atención con esta actriz), una novicia que se encuentra recluida en un convento. Esta situación no va a perdurar mucho, ya que al inicio del film nos enteramos que su madre se ha suicidado y su padre ha fallecido. Pese a rehusarse a salir, las monjas responsables la obligan a dejar el lugar, y es así como Natalia abandona el convento regresando a casa, donde se encontrará con Ángela (Malena Sánchez), su hermana. Pero Natalia no es una chica más: aparte de poseer un carácter introvertido muy distinto a la más oscura e intensa Ángela, lo que la diferencia del resto es un don que le permite ver la luz interior de las personas, su aura mediante un estadio de trance. Los padres de las chicas tienen muchos secretos ocultos y Ángela desea descubrirlos de una vez. Por eso planea un viaje a una isla de Tigre con el grupo de amigos que la acompaña, donde experimentarán con el antiguo rito originario del ayahuasca, proporcionado por un chamán (interpretado por Tomás Lipán). Por supuesto Natalia no quiere saber nada, pero las circunstancias la llevarán a acompañar ese viaje. Momento en el que todo se saldrá de cauce y también momento para dejar de adelantar las vueltas que el inteligente guion de Luciferina posee. Los juegos del demonio Nuevamente, Calzada pudo optar por poner a los personajes en situación. Ubicar a este grupo de jóvenes frente a un rito, jugando con lo desconocido y pagando las consecuencias de despertar fuerzas malignas, eliminándolos uno por uno. Pero no, Luciferina retuerce su historia y va más allá: no sólo es la historia de un grupo de jóvenes enfrentando fuerzas demoníacas desconocidas, sino que se plantea una batalla superior realmente interesante. Los aciertos del film no terminan en un ajustado y preciso guion sin fisuras. Como lo demostró en sus trabajos anteriores, Calzada es un muy competente director de actores, y junto al trabajo de coach actoral lograron una gran amalgama en un elenco que junta dos generaciones. A Del Tuffo y Sánchez se les suman Pedro Merlo, Gastón Cocchiarale, Francisco Donovan, Agustín Dualte, y Sefanía Koessl en el reparto joven. Todos lucen frescos, dinámicos, apartados de un típico cliché más allá de tener características marcadas, cumpliendo con lo que el film necesita. Obviamente, por los roles que les tocan y la entrega a los mismos, Sofía Del Tuffo y Pedro Merlo destacan logrando escenas muy potentes desde lo actoral. La interpretación de ambos y la química que logran es uno de los pilares fuertes necesarios de la propuesta. Párrafo aparte para Desireé Salgueiro en una actuación deslumbrante para un personaje que mejor ver que contar. Lo suyo es hipnótico y de un compromiso absoluto. Victoria Carreras, Tomás Lipán, y en especial Vando Villamil y Marta Lubos como dos personajes con un contrapunto muy particular, integran el elenco adulto, con la sobrada experiencia que se les conoce y en interpretaciones muy logradas para este tipo de películas. Repetimos, Marta Lubos merece una película aparte, a la altura de Lyn Shaye con La noche del demonio. Luciferina también destaca en lo técnico con una brillante creación de atmósfera y clima en donde conjugan la fotografía, la recreación de ambientes y puesta de locaciones, la banda sonora con una canción especial compuesta por Lipán, la mezcla de sonidos espeluznantes que colaboran al golpe de efecto, sumado a un trabajo de doblaje realizado por el actor Chucho Fernández como LA voz del demonio, y un montaje que va subiendo el ritmo del film para crear sugestión sin jamás volverse apresurado. Simplemente hablamos de un trabajo perfecto. Por último, el mayor riesgo de Luciferina es asumirse desde entrada como primera parte de una trilogía, La trinidad de las vírgenes, si bien puede verse también como film individual. Esa ambición de Calzada de pretender narrar una historia global que encierre otras historias, las cuales al igual que Resurrección también tendrán sus adaptaciones literarias, nos habla de la enorme visión del director. Conclusión Luciferina apuesta a más y más. Se ubica dentro de los estándares más altos de nuestro cine, logrando no solo espantos reales y varios momentos de sobresalto genuinos, sino imágenes hipnóticas y una historia con una profundidad inusual para el cine de género. Adentrarse a ella es abrirle las puertas a un universo único.
Hermanos maldecidos Más allá de que el terror sea un género que siempre está buscando nuevas formas, estilos e historias, lo clásico permanece como perdurable. Un buen relato de H. P. Lovecraft o Edgar Allan Poe siempre va a cautivar nuestros corazones por más slashers o ghots storys que existan. El director Brian O’Mailey y el novel guionista David Turpin parecen haber entendido esto: en Los inquilinos vuelven a los orígenes de un relato tradicional que opta más por la sugestión y la creación de ambiente, que por la sangre contada de a galones. Ambientada en la Irlanda de 1920, Los inquilinos presenta la historia de dos hermanos con una maldición que nos los deja desarrollar su vida de modo tradicional. Tal como sucedía en La casa Usher original de Poe, lo que Turpin y O’Mailey transmiten es una relación endogámica, quizás no tanto por voluntad como por necesidad. Rachel (Charlotte Vega) y Edward (Bill Milner) son dos gemelos que viven solos en una mansión rural cercada por un inmenso bosque y un profundo lago. Nada ni nadie se interpone ante su inmensa soledad. La razón es simple: ellos deben permanecer juntos, ahí, como prisioneros del lugar, o pagarán las consecuencias de lo que pueda ocurrir. No pueden huir. Pero el asunto será aún peor cuando cumplan la mayoría de edad: la profecía alrededor de ellos cerrará su círculo y no les quedan demasiados días para que eso ocurra. El encierro interno El problema es que ambos hermanos, sobre todo Rachel, desea conocer ese exterior. Y no solo eso, desea conocer otras personas, otros hombres, en particular a Sean (Eugene Simon) el joven que parece cortejarla. Los inquilinos juega con esa relación entre los hermanos, cómo entre ambos crece una necesidad y un deseo, pero también la exigencia de salir, de enfrentarse a lo que va a venir. Es un claro simbolismo a la edad que atraviesan los personajes. Los secretos familiares los atormentan y el ambiente es un personaje más. La casa se derrumba y el agua los invade cual Casa tomada de Cortázar. Un escribano (David Bradley) que pretende efectivizar la herencia y cobrar una hipoteca los visita, y de alguna manera habrá que tapar el secreto del lugar. O’Mailey arropa el reato de Turpey que bien puede pasar por una obra teatral, pero se encuentra lo suficientemente aireado para que sea una verdadera obra cinematográfica. Con un juego fotográfico, una puesta técnica y de ambientación detallista e hiper cuidada, Los inquilinos será un film que penetre por los ojos, llega a subyugar. La atmósfera que consigue es extraña y enigmática, más de una vez no sabremos qué es lo que sucede. Quienes no estén atentos pueden llegar a perderse, pero al final del segundo acto y a lo largo del tercero todas las piezas se recogen y el rompecabezas creado se resuelve a la perfección. Conclusión Recurriendo al terror gótico tradicional, pero con una imaginativa visual riquísima, Los inquilinos de Brian O’Mailey es una propuesta original, con gran química entre sus protagonistas y un ambiente como para ponernos los pelos de punta. Quienes busquen experiencias diferentes, está puede ser la opción.
Inconformismo urbano Clara (Eloisa Carricajo) y Alejandro (Rafael Spregelburd) acaban de mudarse, terminan de traer las últimas cajas y canastos; pero él tiene que irse. Ambos son académicos y Alejandro debe presentar una ponencia en Boloña, Italia. Clara se queda sola ¿Es eso un problema? Una mudanza implica una vida nueva y eso es lo que ella parece encarar; aunque de golpe parece querer desprenderse de todo lo que fue. Cetáceos cuenta con un dream team interpretativo del cine independiente nacional. A los conocidos y expresivos rostros de Carricajo y Spregelburd, se les suman Esteban Bigliardi, Gabriela Ferrero, Susana Pampin, Carla Crespo, Pablo Seijo, Horacio Marassi, Claudia Cantero, y Abian Vanstein, entre otros que quizás no sean nombres tan populares para la mayoría, pero sus caras siempre son reconocidas tanto en el cine como en la alternativa teatral. Percia, también guionista, se vale de estos solventes intérpretes y construye personajes que son la gran riqueza de Cetáceos. Clara sale con su vecina, conoce a unos extranjeros y se va de copas, concurre a una tienda naturista, se engancha con unas clases de Tai Chi y hasta asiste a un retiro al campo organizado por la profesora. Mientras tanto, Alejandro, las cajas, los canastos embalados, las clases que dicta en la facultad y hasta el anuncio de una aceptación de beca de grado, quedan a la espera sin respuesta por parte de Clara pues ella está en otra cosa. Cetáceos tiene una gracia muy particular, dibuja una sonrisa permanente, y si bien no exige que comprendamos a Clara se esfuerza en hacer pasar a Alejandro como un hombre algo, ¿cómo decirlo?… insoportable. Cada uno de los citados actores cumplirán un lugar en la vida de Clara y son personajes desarrollados aunque ocupen más o menos escenas. Todos tendrán su momento para lucirse jocosamente. Carricajo es capaz de expresar muchísimos sentimientos con su sola mirada, no hace falta que verbalice todo lo que le sucede a Clara: su actuar, su cadencia al decir, su mirar, nos dejan bien en claro que está buscando un nuevo vivir, que no soporta más a su yo anterior… aunque no tenga muy en claro qué es lo que quiere. También habrá una mirada irónica y simpática a ese estilo de vida urbano que pasa por descubrir nuevas técnicas para vivir mejor. Esa gente que pareciera vivir abstracta de problemas de la realidad. La puesta en escena es correcta sin regodearse en preciosismos de ningún tipo. Los juegos de luces y los espacios abiertos son los que predominarán desde la fotografía para expresar algo de la soledad por la que transita el personaje. Conclusión Cetáceos es una propuesta amable, simpática y correctamente estructurada. Su anécdota, que puede parecer pequeña, se potencia con un acertado elenco de caras reconocibles y talentos sobresalientes. Un debut más que auspicioso para esta nobel realizadora.
El que mata tiene que morir En 1972, el autor Brian Garfield publicaba la novela Death Wish y pasaría a la posteridad por dar el puntapié inicial para uno de los personajes más icónicos de los años ’70. Sí, probablemente se recuerde más a la primera adaptación cinematográfica de 1974 que a la propia novela. De hecho, ni siquiera comparten nombre y características de los personajes. Pero el espíritu principal ya estaba ahí, el aval a vengar la sangre. Charles Bronson habrá hecho varios westerns antes, pero su nombre se asocia a un personaje: Paul Kersey, mejor conocido en Latinoamérica por el nombre de la película El vengador anónimo. Cuatro secuelas que se extendieron hasta 1994, varias películas que la imitaron, y hasta alguna con el mismo Bronson repitiendo “el mismo papel” con otro nombre. El vengador anónimo es un emblema. A 46 años de la novela y 44 de la primera película, Paul Kersey volvió a la pantalla grande. Por supuesto ya Bronson está enterrado, literalmente, y quien lo remplaza es otro astro que está gastando sus cartuchos de sobra: Bruce Willis. Deseo de matar intenta ser una adaptación de la novela, tomando muchas cosas de la película del ’74, pero también aportado otras nuevas ¿Cómo se adaptan sus ideas reaccionarias al 2018? Tiempo de matar Quizás sí, quizás no, casi cincuenta años desde la historia original de Deseo de matar pueden convertir sus apostolados en anacrónicos ¿Cómo toma hoy la sociedad la idea de un hombre que sufre una desgracia familiar y sale a vengarse de modo más cruel? Más si la historia lo toma claramente como un justiciero. Algunas noticias recientes pueden mostrar que la sociedad cambió menos de lo que creemos. Pero el guionista Joe Carnahan, especialista en policiales con un alto grado de entretenimiento, probablemente haya pensado que sí, que ya hoy en día las ideas que en los ’70 se naturalizaba como correctas serían más cuestionable. El camino que adopta para Deseo de matar es el de bajar el tono de la discusión. Paul Kersey (Willis) es un cirujano que ama a su esposa Lucy (Elizabeth Shue, inoxidable) y a su hija Jordan (Camila Morrone). El guion se encarga de demostrarnos que es un hombre de bien, pacífico, de buenas ideas, y encima con el propósito fundamental de salvar vidas como cirujano ante todo. Es casi un ciudadano ejemplar (bueno, está eso de que le molesta que un trapito le limpie el parabrisa, pero es un detalle menor). Pero la radio informa una y otra, y otra vez. La calle está cada vez más dura, el crimen no da respiro, las tasas delictivas y -para peor- de homicidio, aumentan descontroladamente. Esto es una lotería y un día te toca. Cuando el día de su cumpleaños Paul debe atender una urgencia en el quirófano, a su casa entran una banda de criminales que terminan asesinando a Lucy y dejando en coma a Jordan. Al principio Paul está abatido, no sabe qué hacer, intenta continuar con su vida pero ya no encuentra sentido. Para colmo de males, la pareja de policías que debe encontrar a los culpables es bastante inepta y no puede dar con una pista certera. Poco a poco Paul se va transformando, tanto penetra lo que ve y escucha que termina decidiendo tomar cartas en el asunto. Él mismo vengará a su familia y de paso va a limpiar las calles de otros criminales iguales o peores a los que lo destruyeron. El argumento suena a bajada de línea directa y lo es, pero Carnahan y el director especialista en terror Eli Roth se encargan de llevar el asunto a otro terreno. Sólo una agresión El guion de Deseo de matar incurre en todo tipo de errores, machaca su idea de un modo burdo, hace exponer en palabras lo que puede entenderse por gestos, llena las situaciones de casualidades y hasta presenta personajes unidimensionales y con una pátina xenófoba bastante fuerte. Pero de todo este escollo sale airoso con un detalle: la autoconsciencia. Kersey más que ser presentado como el ciudadano tradicional y justiciero por la tragedia que vivió, es casi llevado al plano de un superhéroe al estilo The Punisher o Judge Dredd. La sociedad pide por él, hasta lo imita, y se convierte en una suerte de celebridad oculta. Con las escenas de acción y muerte ocurre algo similar; poseen un grado de violencia fuerte pero son presentadas con un porcentaje de gracia y hasta alguna crea un plan de hechos que nos recordará a la saga Destino final. Willis parece haber comprendido el rumbo al que viraría el asunto y a él también se lo ve más relajado y divertido que en sus últimas películas directo al mercado de video. Así, Deseo de matar se convierte en una película torpe aunque eficaz en lo que se propone: entretener. Conclusión Con ideas rancias y anacrónicas, varios agujeros argumentales indisimulables, y una pericia técnica que demuestra ser una producción más bien económica, Eli Roth y Joe Carnahan recurren en Deseo de matar a las viejas ideas que hicieron del estilo clase B algo popular: entretener a pesar de todo, poner la diversión como la mejor de las cartas, sabiendo que el espectador sabe lo que fue a buscar.