Ya lo dijo Sidney Prescott al final de Scream 4: “no jodan con la original”. Uno de los mayores problemas de esta oleada de secuelas o remakes encubiertas que se vienen dando en Hollywood hace ya varios años, es el riesgo de meterse con la memoria emotiva de lo que otrora fue un éxito y con el tiempo (o inmediatamente) se convirtió en un clásico. Le pasó a la gran mayoría de los films de terror que intentaron, e intentan, darle una nueva mirada a los slashers de los ’80, le pasó a películas como Cazafantasmas, Vacaciones, Poltergeist, Línea Mortal, Star Wars Episodio VII, o Carrie, y hasta casi que sucedió lo mismo con It. No importa si el original era una obra maestra o, aunque sea, una buena película. No importa tampoco demasiado si la “nueva versión” lo es. El recuerdo de aquello que parece intocable es inalterable, y querer reproducirlo, de alguna manera, parece un insulto inaceptable. Jumanji: En la selva tenía el peso de aquellas experiencias; y la película de Joe Johnston con Robin Williams está en el corazón de casi todo treintañero que la vio siendo un niño o pre-adolescente. ¿Qué podíamos esperar 20 años después y ya sin la posibilidad del regreso de su protagonista? Los insultos estaban en la punta de la lengua. Sin embargo, había un as bajo la manga. Hacer algo totalmente diferente. El juego está por comenzar: Es 1996 y el tablero de Jumanji se encuentra encallado en una playa cuando alguien lo recoge. Según la idea del film, para ese año ya nadie juega juegos de tablero teniendo a mano la posibilidad de una PSOne; por lo que inmediatamente se transforma en un cartucho de videojuego antiguo para intentar atraer al público nuevo. Alex lo prueba, e inmediatamente queda capturado, absorbido por la consola. Pasan veintiún años, y el juego se encuentra ahora arrumbado en la sala de detención de un colegio. Cual El club de los cinco, ahí irán a parar el nerd Spencer (Alex Wolff), el deportista Fridge, o Refri como lo subtitulan horrible acá (Ser’Darius Blain), la introvertida Martha (Morgan Turner), y la it girl Bethany (Madison Iseman). Lo que sucede es obvio: encuentran la consola con el cartucho puesto, cada uno elige un jugador en la partida iniciada por Alex, y son absorbidos por Jumanji. Hasta ahí las variaciones son mínimas. Pero como el nombre lo indica, esta vez en vez de sacar al jugador y traer la selva a la ciudad, serán ellos quienes entren a la selva del juego. Como en una suerte de Alicia a través del espejo. No serán ellos mismos en la selva: cada uno representa al jugador que eligieron. Spencer pasará a ser un fornido aventurero (Dwayne “The Rock” Johnson); Fridge un entomólogo compañero de aventuras y portador de armas (Kevin Hart); Martha una sensual comehombres -sic- (Karen Gillan), y Bethany un experto en cartografía (Jack Black). Juntos deben proteger una joya y depositarla en un lugar sagrado, siendo perseguidos por un joven, renovado, y más tenebroso Van Pelt (Bobby Cannavale), y sus secuaces. ¿Y Alex (Nick Jonas)? Habrá que esperar por él. Hay fiesta en la jungla: Así, Jumanji: En la selva se separa de la primera entrega, que guardaba más relación de mecánica con Zathura (también basada en una novela de Chris Van Allsburg) que con esta. Más allá de algún guiño como el nombre Van Pelt, y alguna sorpresa nostálgica en el medio, no hay lazos entre ambas, lo que permite que pueda ver esta película sin necesidad de haber visto la entrega anterior. Es más, hasta la lógica de ambas películas en cuanto a cómo funciona Jumanji es diferente y contradictoria. Jumanji: En la selva se asemeja a películas como Viaje 2: La isla misteriosa o el clásico videojuego Uncharted. Llamativamente representa mejor la mecánica de un videojuego que varias de las películas basadas directamente en un videojuego. Es una aventura muy dinámica, siempre activa, que entretiene desde el principio hasta el final, y sobre todo extremadamente divertida. Sus chistes funcionan (casi) todos, y en diferentes niveles, convirtiéndola más en comedia que su predecesora. Ese espíritu de no tomarse en serio la favorece y nos hace pensar en un estilo clase B con mucho presupuesto. Hay cosas que no cierran del todo, y otras que convencen más que otras, pero el promedio es muy favorable. Todos los actores se divierten en pantalla, demuestran química y lo transmiten al espectador. Dwayne Johnson se consagra como un gran comediante más que un héroe de acción (su tic de pose galante es desopilante). Jack Black hace un show aparte como una adolescente fashionista en el cuerpo de un hombre regordete, es casi una oda queer moderna. Karen Gillian sorprende como esta come hombres que tiene mucho que aprender, sus momentos de torpe seducción serán otro de los puntos altos de la propuesta. Kevin Hart queda algo opacado en un rol que ya le vimos hacer, pero de todos modos tiene sus momentos, al igual que Nick Jonas. Conclusión: Jumanji: En la selva de Jake Kasdan (Malas enseñanzas, Orange County) es una aventura divertida, con un guion ingenioso para este tipo de películas, y lograda tanto desde lo técnico como en lo actoral. Su decisión de no compararse con el clásico, sino hacer su propio camino, la fortalece y nos hace pensar que esto puede ser el primer casillero de una partida que recién comienza.
De la mano de Nicanor Loreti, director de Kriptonita y Diablo, llega 27, el club de los malditos; otra propuesta con una idiosincrasia difícil de comparar con cualquier otra obra. Si el cine de género se c aracteriza por seguir un cierto molde establecido, el cine de Nicanor Loreti, parcialmente, viene a quebrar ese esquema. Obviemos las dos (muy dignas) comedias de Socios por Accidentes, co-dirigidas con Fabian Forte, que hasta pueden ser consideradas trabajos por encargo. Tanto en Diablo, como en Kriptonita (y la serie televisiva que la siguió, Nafta Super), el hilo de narración es más bien difuso, rige una anarquía de estructuras, que termina favoreciendo el producto desde una veta de originalidad. 27, el club de los malditos es un policial. Así como Kriptonita también lo era, pero ninguno de los dos son típicos; y tampoco hay muchas ligazones entre ambas. Tanto Diablo como Kriptonita eran films claustrofóbicos, que hacían acordar al primer Carpenter. Prácticamente un solo escenario, personajes encerrados, y aguantando el peligro del afuera que quería penetrar. 27, el club de los malditos es un film abierto, con dos líneas narrativas distintas pero unidas permanentemente, con un espíritu similar al policial western, o el de los años ’70 estilo Harry, el sucio; pero en donde prima un desenfado en el que queda establecido desde el principio que cualquier cosa puede suceder. Por supuesto, 27, el club de los malditos, es también una comedia. El ídolo del rock Leandro de la Torre (El Polaco) es arrojado desde un ventanal y muere a la vista de Paula (Sofía Castiglione), una sus fans que no pudo colarse en el show. La difícil investigación corre por cuenta del detective Martín Lombardo (Diego Capusotto), un personaje de esos que la cámara debe retratar sí o sí. Alcohólico hasta el paroxismo, vulgar, mal hablado, hincha fanático y pendenciero de Racing, pero también bastante hábil en lo suyo, aunque no lo parezca. Es un antihéroe que no necesita denostar al “ser argentino” para establecerse como tal. Paula, de casualidad filmó la muerte de su ídolo punk con el celular, y este hecho la unirá a Lombardo en la búsqueda de la verdad. En realidad, la joven tiene una teoría. Esotérica ella, cree que el clásico mito de los cantantes de rock muertos misteriosamente a los 27 años cada uno, llegó a Argentina de la mano de De la Torre, y que tiene que ver con una alineación planetaria particular. De este modo, se despliegan las dos líneas argumentales. Por un lado Lombardo y Paula metiéndose en asuntos muy turbios para descubrir al culpable del crimen. Por otro, a través de flashback, “rememorar” la verdad detrás de las muerte de íconos como Jimmy Hendrix, Sid Vicious, y Janis Joplin, entre otros. Hay un mafioso extravagante y un científico loco (Dabiel Araoz, y Yayo Guridi, respectivamente) que unen las dos puntas. Hay un dato algo oculto pero muy trascendental a la hora de analizar 27, el club de los malditos, la colaboración en el guion de Alex Cox. El hombre detrás de Sid y Nancy y Pánico y Locura en Las Vegas es un mito en sí mismo; y de eso se trata 27, el club de los malditos, de la construcción de personajes para la leyenda, de los límites borrados entre lo real y lo fantástico, porque es mejor creer en una leyenda adornada que en una penosa realidad. Este será, quizás, el punto que une 27, el club de los malditos con Kriptonita. La historia no cierra y no necesita hacerlo. Hay cosas que no se entienden, y otras que no se explican. Pero claro, no estamos frente a un policial tradicional en el que todos los cabos deben ser recogidos, la sucesión de incongruencias forma parte intrínseca de esa anarquía que se abraza, o mejor no entrar en esta propuesta. Capusotto logra su protagónico definitivo y el Detective Lombardo es un gran personaje, justo para esta película con mucho del ser del actor, pero con características también de guion; lo cual nos habla de un actor que puede amoldarse a las diferentes situaciones. De Sofía Castiglione ya no podemos decir que es una actriz en crecimiento porque ha alcanzado un techo altísimo. Es una gran intérprete, que se adueña de los personajes, los arropa, les da su impronta, y les entrega todo de sí. No es ninguna novedad decir que, otra vez, ella se encuentra entre lo mejor de la propuesta. La química entre Capusotto y Castiglione realza cada escena en la que aparecen, ambos se entiende con pocos gestos, hay algo que surge natural. Araoz y Guridi son otro acierto de una elección actoral muy acertada, en la que hasta se logró que los actores que interpretan a los clásicos músicos, se parezcan, aunque realmente no sea así. Todos están en composiciones correctas, divirtiéndose y entregando una labor noble. Hay algo que habla de una dirección actoral muy atenta y sobresaliente. Estéticamente se oscila entre un trash buscado, y un blanco y negro muy cuidado, potenciado por el fílmico. Permanentemente atractiva, también desde la música y el ritmo a pulsión sin apabullar, es casi imposible despegar los ojos de la pantalla. También es diversión asegurada, hay guiños, cameos impensados (atento a las chicas de la banda), sorpresas, y un humor muy ingenioso. No hay nada mejor que decir de 27, el club de los malditos que es una propuesta única. Que juega su propio juego, entretiene, y se permite todo tipo de libertades porque sabemos que estamos en su terreno. Arriesgada, potente, lograda; un Nicanor Loreti puro.
Estrenada durante el Festival Buenos Aires Rojo Sangre 2016, "Hotel Infierno", ópera prima de Marcos Palmieri, es una apuesta al suspenso y la intriga desde la base. Un hotel, una anfitriona, un casero, los huéspedes, y un lugar apartado del que no se podrá huir. "Hotel Infierno" maneja los elementos clásicos del género transformándose en su mejor arma. Un matrimonio, Federico y Vanesa (Martín Benedettelli y Ximena Fassi) llegan a un hotel alejado en búsqueda de la típica ayuda tras quedarse varados. La dueña es Remedios (María Alejandra Figueroa) que de antemano les da una mala noticia, no hay teléfonos ni señal, y deberán esperar hasta pasado mañana para poder irse. Hay algo extraño, Vanesa lo intuye desde las cartas del tarot, y Remedios parece tener un don que le permite vislumbrar un embarazo antes de que se note a la vista. Este hecho, que en un primer momento parece que guiará toda la historia, será sólo un inicio de la historia principal. Remedios y Jacinto (Julio Luparello), el casero, viven en ese hotel junto a los hijos de la mujer, Lucila y Francisco (Lucía Guzman y Martín Pereyra). Dos nuevos huéspedes llegan al lugar, Esteban y Teresa (Diego Sampayo y Melissa), y será ahí cuando el nudo principal sea desatado. Remedios y Jacinto los reconocen como huéspedes anteriores durante un suceso trascendental en la historia del lugar. Esteban y Teresa dicen venir por primera vez, pero en verdad ocultan un plan secreto. Mientras tanto, Lucila y Francisco planean una sesión de espiritismo para poder comunicarse con el padre fallecido de ellos, del que pocos datos tienen. Hay también un libro y unos escritos esotéricos misteriosos. El juego está servido. El guion, también de Palmieri, plantea varios puntos que en un primer momento despistan al espectador, parecen cabos sueltos, pero que lentamente irá uniendo para crear una red fuerte y cerrada. "Hotel Infierno" no apunta a la novedad ni a buscar nuevos horizontes, es una propuesta tradicional, que maneja bien los hilos del suspenso y la entrega, y se guarda para su tramo final momentos de puro terror y sangre a litros. En ese no saber bien qué es lo que sucede e intentar ver qué relación hay entre unos hechos y los otros es dónde más ganas Hotel Infierno. Por supuesto, hablamos de una propuesta independiente, de presupuesto medido. En la actualidad, cuando el cine de género está siendo abrazado por producciones cada vez mayores, rencontrarse con estas propuestas más modestas, que saben hacer un muy buen uso de los recursos con los que cuentan, es también un buen guiño para no olvidar y mirar con cariño los orígenes. Desde la fotografía y el uso del ambiente se sabe sacar buen provecho de esa locación lúgubre, que habla por sí sola, y las escenas en el exterior campestre permiten airear, aunque sea por precisos segundos, la claustrofobia que también aporta a la tensión. La ópera prima de Marcos Palmieri es equilibrada, se apoya en una historia fuerte, que mantiene el interés, en un misterio simple pero que atrapa; no abusa de los golpes de efecto; y sobre el final se rendirá al festín de sangre que los amantes del terror fueron a buscar. También hay una correcta construcción de personajes. Remedios es un personaje que irá desplegando capas de a poco, aunque desde entrada sabremos que nada bueno se trae entre manos; los más fanáticos irán encontrando en ella mucho de un gran ícono del terror que no conviene adelantar por aquí para no adelantarse a los hechos. María Alejandra Figueroa le pone el cuerpo, la dicción, y el porte correcto a este personaje, captando toda nuestra atención. "Hotel infierno" es una película chica pero de gran espíritu, demuestra en cada escena la devoción por el género y que, cuando las ansias existen, nada puede detener la marcha. Jugando los caminos tradicionales logra resultados más que promisorios.
Con más vértigo que espíritu, "Good Time: Viviendo al límite", de Benny y Josh Safdie, bucea en varios géneros en busca de un submundo que no se suele ver en pantalla. A fines del Siglo XX, con un cine argentino algo anquilosado y una camada de realizadores salientes de las nuevas escuelas de cine, surgió una movida muy popular que se conoció como el Nuevo Cine Argentino. Una propuesta que venía a renovar desde la independencia a un cine algo parado e industrializado en viejos esquemas e historias. Una de sus vertientes es la que recayó en historias del bajo Buenos Aires. Mostrar ese sector social que no se veía, que no tenía voz, mayoritariamente joven, de bajos recursos, y vidas arrastradas a la marginalidad. "Good Time: Viviendo al límite", de los hermanos Safdie, parece un exponente salido de esa camada, quizás tardía para nosotros, quizás expositiva de una crisis social que se vive actualmente en el país del norte. Constantine “Connie” Nikas (Robert Pattison) y su hermano Nick (interpretado por el director Benny Safdie) llevan a cabo el robo a un banco, pero nada sale como debería. Tras esto, Nick, el hermano menor, es encarcelado. Connie contará con una noche para tratar de liberar a su hermano, y para esto, su sumergirá cada vez más en un submundo de violencia y perdición, todo esto con el reloj que no para de marcar tic tac. La historia es sencilla y no presenta demasiadas vueltas. Es más suena, y es, una excusa para poner a los personajes en situación. Esa noche en el que cualquier acto violento (en el sentido amplio de la palabra) estará permitido. Tanto desde el guion del Josh Safdie (el que no actúa) y Ronald Bronstein, la puesta, y la fotografía de Sean Price Williams imperan la idea de caos desde la luces de neón, la oscuridad, la sombra, y lo sudoroso. Algunas escenas se alargan demasiado, pero en sí, hablamos de un film que no se detiene y fluye a ritmo de un vértigo venoso, casi al pulso de un latido. Safdie muestran cine de acción, clima de suspenso, e inevitable drama, en definitiva Good Tima: Viviendo al límite es un drama. Pese a contar con una historia sencilla, el ritmo y el clima impreso desde el guion y lo visual hacen que el conjunto se torne confuso. Cuesta seguirle el hilo, como si ese vértigo se trasladase al espectador produciendo agotamiento. Sus escasos 101 minutos de duración terminan por parecer en el cuerpo y mente mucho más. El submundo que los Safdie muestran, como era de esperarse, se plaga de clichés y lugares comunes, lo cual hace dudar de esa supuesta realidad que querrían mostrar. El muestrario que exponen pareciera apuntar hacia cierto lado, lo cual la hacen ideológicamente algo cuestionable. El vértigo y la adrenalina impresa en cada fotograma, con la ayuda del tiempo corriendo, colaboran en disimular una historia que, de tan pequeña, a veces no avanza, plantea una situación y en eso se queda. En realidad, su ritmo narrativo no es del todo parejo. Todo se reduce a Connie yendo de un lado a otro, manteniendo encuentros casuales, saliendo de una y entrando en otra. Una especie de bucle o círculo que provoca rutina, más allá, repetimos, de que todo avance rápido. Benny Safdie como Nick transmite los problemas que lleva su personaje; y en la relación tumultuosa entre ambos hermanos se encuentra lo mejor de la película. Robert Pattison encara uno de esos roles que sirven para huir del encasillamiento de galán. Si bien su labor no es brillante, le alcanza para aprobar y demostrar que puede hacer de otras cosas que no sean vampiros brillantes y buenotes. "Good Time: Viviendo al límite" presenta una propuesta que juega a lo marginal pero que no le escapa al lugar común y a la ideología ya conocida y cuestionada. Disimula a puro vértigo agotador una historia pequeña y algo rutinaria a la que le falta una mejor ilación. Un claro ejemplo de algo que suena mejor en los papeles que en la concreción de los resultados.
Mismo equipo, mismo elenco, ahora de tono festivo. "La Navidad de las madres rebeldes" muestra la peor faceta de una fórmula gastada. Jon Lucas y Scott Moore se hicieron “famosos” en el mundo de la comedia al presentarse como los guionistas de ¿Qué pasó ayer?, aquella comedia con un trío de amigos derrapando mal en durante una despedida de solteros en Las Vegas. El mega éxito de aquella suscitó una suerte de camino paralelo al estilo reinante en ese entonces en la comedia de la mano de Judd Apatow y sus historias de queridos perdedores. ¿Qué pasó ayer? Le abrió las puertas a la comedia supuestamente zafada, descontrolada, que dice insubordinarse a los valores tradicionales de la sociedad norteamericana, y reivindica la anarquía de la fiesta parrandera. Moore y Lucas se volvieron los estandartes con las dos secuelas de aquella película, "21 La Gran Fiesta", "Fiesta de navidad en la oficina", y "El club de las madres rebeldes", entre otras que llevan sus firmas como guionista o directores. Como toda fórmula, tiende a agotarse, y esta La navidad de las madres rebeldes, es una clara muestra de este padecimiento. El primer síntoma es la falta total de ingenio. Si en las secuelas de ¿Qué pasó ayer? Veíamos distintas variantes de los gags que vimos en la primera. En "La navidad de las madres rebeldes" no solo hay repetición directa de los mismos chistes que en "El club de las madres rebeldes", sino que ni siquiera se preocuparon demasiado en crear una excusa para continuar el chiste. Simplemente es volver sobre la premisa original de las madres hartas de sus labores, y adosarle la visita de las madres de cada una. Se sabe que las comedias navideñas, desde ¡Qué bello es vivir! Suelen poseer un germen bastante conservador en su centro. Se posicionan mensajes de unión familiar, de respetar las tradiciones, abandonar los individualismos, y despejar cualquier pensamiento oscuro o impúdico… de lo contrario, hay castigo. "La navidad de las madres rebeldes", si uno se deja llevar por la venta, pareciera que se rebelará contra ese conservadurismo. Pero tal como sucedía con la primera entrega, esa rebeldía es sólo una cáscara para terminar mostrando los mismos mensajes pacatos de hace sesenta años atrás. Para colmo, como en toda fórmula gastada, esta entrega ofrece menos que su predecesora. Amy (Mila Kunis), Kiki (Kristen Bell), y Carla (Kathrin Hahn), regresan como las madres que deden hacerse cargo de los quehaceres de todo el entorno. La venida de las fiestas, específicamente la navidad, vuelve a despertar en ellas ese deseo de rebelarse y no cumplir con el rol asignado. Como plus, cada una recibe la visita de sus madres (Christine Baranski, Cheryl Hines, y Susan Sarandon) que, de diferentes maneras, ponen más presión sobre ellas. Cada una representa un estereotipo diferente, esta la más normal (que obviamente es la más linda y es la protagonista), la atildada que más arraigados tiene los valores tradicionales, y la más zarpada y rebelde (y a la que se encargan de mostrar como la más fea). Por el lado de las madres todas son manipuladoras en modos distintos, pero redundan en lo mismo, abusan de su condición de tal y hay una condescendencia absoluta hacia sus actitudes. Los chistes “nuevos”, obviamente, giran en torno a la lucha generacional, y siempre hay a mano algún gag burdo para agotar. El asunto es que, ya vimos la primera parte, nos reímos o no, pero ya conocemos de que se trata; y si aquella ya parecía descansar en los laureles de este estilo de comedia zafada, esta secuela directamente dormita sobre la idea de un guion pre escrito. Tal como sucedía en "La navidad con los Kranks", aquellos que se rebelen al espíritu navideño tendrán su merecido y deberán arrepentirse a tiempo (y no estamos spoileando nada nos lo dicen en la primera escena, además de ser evidente que así va a ser). Subyacen en estas películas la idea de que los sexos tienen roles asignados, en este caso, que la organización de las fiestas navideñas, son cosa de mujeres, y aunque venda otra cosa, ya sabemos cómo termina la mano. También existe la idea de que la mujer para liberarse debe comportarse “como hombre”, per eso ya es digno de un análisis más profundo que excede a estas líneas. Kunis, Bell y Hahn ofrecen lo que ya vimos, con menos ganas. Lo que sí preocupa es ver a actrices como Christine Baranski, Cheryl Hines, y sobre todo a ese pedazo de actriz que es Susan Sarandon, rebajarse a este nivel; todas demostraron que en el campo de la comedia, pueden hacer mejores roles y mejores películas. Será cuestión de repasar aquella proclama de los Premios Oscar sobre las mujeres entradas en edad y los personajes que les otorgan. La navidad de las madres rebeldes es rutinaria, algo aburrida, cuestionable ideológicamente, y no esconde su hechura exclusivamente para aprovechar algo que ya parece estar gastando sus últimos cartuchos. Que comiencen las apuestas ¿Cuál será el nuevo rumbo que tomará la comedia estadounidense?
La estrella de Belén narra la clásica historia que da origen al cristianismo, y en sí a la navidad, desde el punto de vista de la animación para niños. Confundiendo a este público por un sector al que le cuesta entender cuestiones simples. Nuevamente se presenta en cartelera otro título de corte puramente evangélico, aleccionador. Lo que hace algunos años comenzó como acontecimientos especiales, promocionados por las propias iglesias evangélicas, y en salas y funciones particulares durante no más de una semana. Fue adquiriendo con el tiempo, carácter de estrenos regulares, y pertenecientes a las grandes distribuidoras, que no hacen ningún tipo de distinción frente a estas películas. Affirm Films no es más que otra de las subsidiarias de Sony Pictures, pero esta tiene la particularidad de producir películas de corte religioso (según ellos, películas con altos contenidos morales, pero en fin). De la mano de esta llega La estrella de Belén, por lo cual no puede decirse que estamos frente a algo de bajo presupuesto o escasos recursos. Sin embargo, lo primero que notaremos en La estrella de Belén es la importante baja en la calidad dela animación, bastante por debajo de la media, más aún, de las películas animadas de grandes estudios. No hay demasiadas texturas, todo se nota bastante plano, y sin en los animales se disimula un poco por lo caricaturesco, en la animación de humano, la precariedad es más notoria. En definitiva, lo que se nos cuenta no es ni más ni menos que el mayor nacimiento de todos los tiempos, el de Jesús. Pero claro, visto desde una mirada paralela, a través de un ser secundario. El protagonista es Boo, un burro cansado de su rutina alrededor del molino. Un día se decide a abandonar el lugar y guiado por la famosa estrella guía que señala el lugar en que ocurrirá aquel especial evento, emprende un viaje que lo llevará a reunirse con otros animales. En particular, en el viaje se unirá a la oveja Ruth, extraviada de su rebaño, y a la paloma Dave con un ímpetu demasiado alto. Sí, el guion no es decididamente inspirado, y esperen a ver el modo en que presenta la mayoría de las situaciones. Todo es una puesta básica contar lateralmente la historia que realmente les interesa contar, y de paso, presentar personajes carismáticos, y que cada uno cumple con una función acorde a poder bajar la línea moral de modo directo. El director novel Timothy Reckart, y los guionistas Carlos Kokin (cuyo único antecedente es Río 2, sí, aquella que nadie recuerda) y Simon Moore (otro novel), se encargan de dejar todo subrayado. De proporcionar diálogos que suenan a rases para el tráiler, y que directamente faltaría que nos hagan un guiño a cámara para ver si entendimos lo obvio que nos están queriendo decir. Desde la animación también se plaga de imágenes alusivas, y si bien se pretende dar un ambiente dehumor similar al de las películas actuales, con mucho desparpajo, inmediatamente se nota que todo está mucho más calculado y medido que en cualquier otra película. No es esta la primera vez que se intenta hacer animación religiosa, en décadas pasadas fueron famosas en televisión series que presentaban diferentes hechos bíblicos con mensajes aleccionadores. La diferencia es que aquellos no ocultaban su ferviente devoción y se sabía que estábamos viendo algo craneado por las iglesias. También está el caso de El príncipe de Egipto, que utiliza la historia de Noé, y más allá de algún mensaje tradicional, no intenta inculcar ideas de un religión en particular. Es simplemente un film de animación más, realizado con una gran calidad para la época. El problema de La estrella de Belén no es su mensaje religioso, es el mismo que el de todas este tipo de películas, que anteponen el mensaje a la película en sí. Traduciéndose esto en un guion pobre, en un remarcado innecesario, y en un tratamiento del lenguaje para un público con problemas básicos de comprensión. Aquellos que pretendan que sus niños crezcan con los valores religiosos adecuados, bien pueden llevar a los mismos a la misa cualquier día de la semana; y después, cuando vayan al cine, optar por algo de mejor factura que este simple folleto.
El pavor ibérico. Mientras en Hollywood continúan repitiendo y repitiendo las mismas fórmulas para hacer películas de terror, muchas veces adaptando proyectos extranjeros de modo infructuoso, las verdaderas grandes obras del horror siguen llegando desde afuera. España se ha convertido, ya hace un tiempo largo y aproximadamente con el nuevo siglo, en un verdadero semillero de joyas, catapultando a realizadores que, por suerte, en su mayoría no han sido aún cooptados por la gran maquinaria norteamericana. Nombres como los de Álex de la Iglesia, Alejandro Amenabar, Jaume-Collet Serra, Jaume Balagüeró, son sinónimos de calidad. Justamente este último tiene entre sus mayores éxitos la saga de cuatro partes [REC] que codirigió junto a su colega Paco Plaza, director ahora de La posesión de Verónica, otro gran film proveniente de las tierras de Paul Naschy. No juegues con lo desconocido: Basada muy libremente en el caso de Estefanía Gutierrez Lázaro, conocido popularmente como el caso Vallecas, La posesión de Verónica cuenta con dos elementos fundamentales para su efectividad: la carnadura de sus personajes y el acierto en dosificar sobresaltos. Es Madrid, 1991, Verónica (Sandra Escacena) vive con su madre Ana (Ana Torrent) y sus tres hermanos menores, las gemelas Lucía e Irene (Bruna Gonzáles y Claudia Placer, respectivamente) y el más pequeñito Antoñito (Iván Chavero). Ana trabaja todo el día como moza en un restaurante, por lo que es Verónica quien debe hacerse cargo de sus hermanos. Recientemente el padre de familia falleció, por lo que todo se hace cuesta arriba. Verónica intenta balancear su vida como adolescente y las ocupaciones de su familia. Junto a dos compañeras del liceo religioso al que asisten, se dirigen al sótano del colegio y medio jugando, medio en serio, realizan una sesión de espiritismo con una tabla ouija, con la idea de contactar a su padre. Por supuesto que las cosas salen mal, son sorprendidas, la sesión no culmina correctamente, y Verónica queda como centro de algo más poderoso que su propio entendimiento. A partir de ahí y durante los siguientes meses, Verónica sufrirá todo tipo de martirios relacionados con presencias fantasmagóricas y un comportamiento errático que no puede controlar, sobre todo para con sus hermanos. El diario de Verónica: La posesión de Verónica guarda alguna similitud con la conocida El exorcismo de Emily Rose. Desde la primera escena casi que conoceremos su desenlace, y todo será un gran flashback en base a la crónica policial. La narración se irá estructurando de acuerdo a los días que pasan y que faltan para que eso que vimos en un principio finalmente llegue y podamos comprenderlo. Este método le otorga ya de por sí una gran tensión al asunto. Si a esto le sumamos la gran elaboración en la puesta que logra Plaza y la perfecta construcción de personajes, tenemos aseguradas una hora cuarenta y cinco minutos aferrados a la butaca. No todos son sobresaltos y nerviosismo, la historia se irá desarrollando de a poco, lentamente entraremos al juego. Esto es lo que permitirá que comprendamos mejor a los personajes, que entendamos sus razones y se nos hagan queribles. Para cuando Verónica comience a sufrir en serio por lo que la atormenta y por la negación de su entorno, ya estaremos totalmente compenetrados con ella. Las relaciones de ella con su madre, con sus hermanos y con sus amigas, se verán de modo natural, como si se tratase de demonios internos que Verónica debe extirpar de algún modo. Al desarrollar su historia en 1991 la ambientación de época es fundamental: Plaza opta por no recargar el asunto, todo está puesto en detalles sutiles y explota en una banda sonora muy acorde con Los héroes del silencio como máximo ícono. En todo momento la sensación de que algo malo ocurrirá está presente, generando angustia y, por qué no, algún susto. Pero prepárense, porque cuando finalmente la noche anunciada llegue, mejor que estén con los pies bien en el suelo. Tal como lo hacía Balagüeró en la subvalorada La séptima víctima, Plaza no necesita de una batalla de efectos para asustar. Le alcanza con los juegos de luces, la oscuridad, las sombras, lo que se oye pero no se ve, la sensación de que cualquier cosa puede pasar en cualquier momento, la tensión expuesta a un 100%. Esa media hora final de La posesión de Verónica no será fácil de olvidar. Conclusión: Paco Plaza logra en La posesión de Verónica una gran obra de terror en serio, con un ritmo en constante crescendo, personajes queribles, un clima tremendo y un climax para no olvidar. Sin temor a exagerar, es este uno de los grandes filmes de género del 2017.
Policías y ladrones. Will (Hayden “nadie quiere recordar que fui Anakin” Christensen) es un hombre de familia, un agente de Wall Street que planea un período campestre en casa de su tía para, entre otras cosas, fortalecer la relación con su hijo Danny (Ty Shelton) quien sufre de bullyng en el colegio. Como ya quedó demostrado en el famoso episodio de Los Simpson, no hay mejor forma de hacer que tu hijo se haga macho que llevándolo de cacería. Entonces, ahí van Will y Danny a aprender a defenderse matando animalitos con un rifle porque sí. En medio del viaje se topan con una de esas escenas que no deberían haber visto. Un policía le dispara a un hombre, Levi (Gethin Anthony), que cae herido. El policía los sorprende y quiere asesinarlos, pero Will es mejor y logra dispararle con el rifle. Siguiendo con la racha de buenas ideas, ¿qué mejor plan que llevarte con vos al hombre al que un policía quería asesinar? Llevan a Levi a casa de la tía para curarlo, pero ¡oh sorpresa! Levi no es un buen tipo, y toma de rehén a Danny para que estos no den alerta a la policía. Todo esto nos lleva al robo de un banco (¿en serio ni una idea original?) que fue llevado a cabo por Levy y un grupo de policías malos , y del que ahora Will deberá recuperar el botín para liberar a Danny. Falta algo: otro personaje protagonista. Howell (Bruce Willis) un policía que la película intenta hacernos dudar si es buen o mal tipo, aunque ya desde el primer momento sepamos que es malo como la ponzoña. Esta es la base argumental de En defensa propia, una de esas películas que no temen en decir “soy una más del montón y me vas a olvidar rápido”. It’s Miller Time: Quizás el nombre de Steven Miller no les suena para nada, y es algo lógico que así sea. En realidad, el hombre tiene ya unas cuantas películas en su haber, pero ninguna tan memorable como para colocar su nombre en el afiche por encima del título. Digamos, siendo amables, que es un realizador modesto. Sus primeros pasos los dio dentro del terror en cosas como Scream of the Banshee (sí, exacto, eso) y lo más respetable quizás sea la remake del clásico Papa Noel Sangriento conocida como Silent Night, que si bien no es buena, es tan estilo Clase B que entretiene. Hace dos años el hombre pegó un golpe de timón (¿?) a su carrera y se volcó a la acción más ramplona y clásica del directo a video o mercado hogareño (V.O:D. y afines), llámense policiales de esos que en los ’90 hubiese editado Plus Video o Best Seller; y ahí sí, se hizo de cierta fama. No sabemos si buena, pero fama al fin. Extracción, Marauders: El Gran Golpe, y Arsenal llevan su firma. Todas películas protagonizadas por ¿otrora? astros que han sido desplazados del gran Hollywood y abrazaron este nuevo mercado: Bruce Willis, Nicholas Cage, o John Cusack. La labor del hombre consiste en filmar decentemente (lo que no significa bien) con un presupuesto bajo y disimular producciones que podamos ver tranquilos desde nuestras casas relajados, para pasar rápido al sistema de televisión. El problema es cuando, como en este caso o el de Marauders, a algún distribuidor local se le ocurre estrenar esto en salas como si fuese una gran producción. Lo atamos con alambre: En Defensa Propia es una película sin ningún tipo de aspiraciones. Con un guion de manual (y uno de los flaquitos), repleto de lugares comunes, resoluciones apuradas y antojadizas, sin ningún vuelo técnico, mal montada, y cuyo único beneficio es que pasa rápido delante de nuestros ojos sin dejar demasiado estruendo. Christensen nunca fue buen actor y no lo va a ser ahora en una película que no le da las armas necesarias para salirse ni un poquito del buen ciudadano puesto en riesgo. Bruce Willis sí fue buen actor, supo ser un gran recio del cine de acción y desplegar dotes para el drama y la comedia. Pero ya hace rato adquirió la autoconsciencia de que está haciendo cosas para el mercado pobre, y al contrario de su colega Cage que se divierte sobreactuando, él actúa a media (y diría a cuarta) máquina. El resto de los actores acompañan, ninguno sobresale, tampoco desentona, con excepción del pequeño Ty Shelton que puede ser realmente irritante. Conclusión: En Defensa Propia es una película pensada para un mercado diferente al que logró en Argentina. Su destino original de mercado hogareño la hacen un producto pobre, sin expectativas ni nada que merezca destacarse por sobre la media. No es tan grave, pero tampoco aceptable.
¿Quién soy yo sin los demás?. Germán Agüello (el excelente Germán Da Silva) es un director de colegio de esos que disfrutan a pleno de su posición de poder. El autoritarismo que ejerce se ve reflejado en muchísimos detalles, su comportamiento, su forma de pararse, la relación que tiene con los profesores, con los padres, y por supuesto, con los alumnos. Germán tiene la obsesión, supuestamente por un hecho ocurrido, de revisar la mochila de todos los alumnos, y todos aceptan sin demasiada oposición. La única que parece enfrentarlo es Cata (Nina Suárez hija de Rosario Bléfari y actriz novel pero con un gran futuro) una alumna de 14 años que guarda algo muy extraño en su mochila. A Cata le descubren una jeringa con colágeno, que inyecta en sus labios para que se vean más voluminosos. Tras un episodio confuso en un accidente de lago, Argüello deberá hacerse cargo de Cata por una noche frente a la ausencia de los padres. Desarrollándose un juego de tensión muy particular. En realidad, Arpón nos habla de dos personajes que están tratando de captar la atención, de realizarse a través de la mirada de los demás: Argüello la única forma que conoce para relacionarse es mediante el poder, ejerciendo autoritarismo y supuesto respeto; Nina es un personaje que boya, que pide a gritos esa atención. Este, entre otros temas, serán los que aborde la ópera prima de Spinoza. Mucho en envase simple: Muchas veces, los productos de calidad más alta o premium, suelen venir en presentaciones abstractas simples, minimalistas. No necesitan de grandes adornos, presentaciones o envoltorios para venderse. Arpón tiene una puesta en escena a primera vista sencilla. Mucha utilización de cámara en mano, primeros planos, locaciones acotadas, y una cantidad de recursos que no es la de las grandes producciones. Sin embargo, esta escasez de recursos la toma a su favor para construir un lenguaje propio, como el uso de cámara en mano con planos de cerca. La cámara se ubica a la par, como si estuviese al lado o detrás del personaje, espiando sus movimientos y observando su conducta. Esto que en un primer momento parece simple y hasta detenta una falta de posibilidad para algo más amplio, se convierte en puro nerviosismo personalísimo. Es Arpón una película de relaciones, y en esas relaciones que teje, no solo la de Argüello con Nina sino la de otros personajes (como la profesora que compone Ana Celentano con Argüello y con los alumnos), es donde mayor riqueza adquiere. Da Silva y Celentano brillan como en cada película y obra en la que participan. Quien sorprende es Nina Suárez, con una madurez interpretativa llamativa para alguien tan joven y además novel. Quizás en ese empeño por querer abarcar variadas temáticas, Arpón se dispersa un poco, comienza hablando de algo para decantar en otra cosa, y se la siente como argumentalmente demasiado ambiciosa. Pero en centro, cuando focaliza, y pone el ojo en los personajes, gana cuerpo y sustancia. Conclusión: Tom Espinoza da un muy logrado primer paso en el mundo del largometraje con Arpón, una película pequeña, de mucho clima y atmósfera, potenciada por grandes interpretaciones y un centro argumental muy atractivo. Quienes pretendan parafernalia y pirotecnia, deberán buscarla donde no haya tanto contenido.
Juliette, la indecisa. Uno de los procesos más difíciles de ir creciendo y madurando, es la noción de que ya no podemos dejar nuestras vidas en manos de los demás. Mamá y papá ya no se van a hacer cargo de nosotros, adquirimos un grado alto de independencia, y a partir de ahí lo que hagamos depende pura y exclusivamente de nosotros. Algo así como la emancipación primordial. Para Juliette (Alexandra Lamy) las cosas no fueron tan así, no tanto por no poder, sino por no querer. Desde chica, ante los conflictos familiares le costaba poder decidir en simples cuestiones. Ya ahora, a los 40 años, esa posición no ha cambiado demasiado. Para ella tomar una decisión puede ser algo muy problemático. Para solucionar las cosas, prefiere vivir dejando todas las decisiones de su vida en los demás, los que la rodean. Sus amigas, su pareja, y principalmente su padre con quien trabaja en un restaurante. Claro, esa postura le trae más de un inconveniente, y es así como en la primera escena vemos que Juliette pierde a su novio por no poder decidir ni siquiera qué hacer al poner en riesgo la vida del hombre. Sumida en la depresión, a Juliette se le complica cada vez más seguir con su vida tomando las riendas de la misma. Una vez más, sus amigas serán quienes decidan por ella y la pondrán nuevamente en el ruedo de la conquista mediante chats de citas. Así (confusión mediante), conoce a Paul (Jamie Bamber), un escocés que parece perfecto. Ambos se enamoran de inmediato, pero Paul tiene un inconveniente: está prometido con otra mujer. Nuevamente frente al corazón roto, Juliette conoce a Stephen (Arnaud Ducret) un chef del que también se enamora de inmediato y es correspondida, y hasta parece querer tomar las decisiones por ella. Todo marcha bien ahora para Juliette en pareja con Stephen, hasta que Paul regresa y le anuncia que ya no tiene compromiso y la ama. ¿Cómo puede un mujer tan indecisa decidir entre dos amores? No lo hará, comenzará relaciones paralelas con ambos, hasta que las cosas comiencen a salírsele de las manos. Girl Power a la francesa: El director de Entre tragos y amigos, Eric Lavaine, plantea su comedia Dos amores en París con la clara intención de un protagónico absoluto de Alexandra Lamy, la rubia lánguida a quien ya vimos en Ricky y Vincent. Claramente todo pasa por sus asuntos, y los personajes secundarios están ahí en función de ella. Es más, en segundo orden, serán sus dos amigas Joëlle (Anne Marivin) y Sonia (Sabrina Ouazani) quienes tengan alguna historia mínima paralela. dos amores en parís película: Los roles masculinos no son los fuertes en Dos Amores en París. Joëlle es quien lleva los pantalones de un matrimonio en el que el hombre no trabaja y solo se encarga de adiestrar (infructuosamente) a un gato para que haga un “choque los cinco”. Sonia utiliza los chat de citas para saltar exitosamente de cama en cama sin tener ningún tipo de compromiso y remordimiento, y no es que el film mire con malos ojos esta actitud. Por el contrario, Sonia parece una de las chicas de Sex & The City. A Juliette también se la muestra con los dos hombres, mintiéndoles, escapándose, sin ser capaz de decidir entre uno de los dos. Pero lejos está Dos amores en París de juzgarla. No, simplemente se preocupa por su incapacidad repetitiva de no poder decidir, como si esta decisión fuese una más. Hecha en Francia, Made in Hollywood: No hará falta ser muy avispado para darse cuenta que Dos amores en París apunta a un público femenino, y más bien cosmopolita, con una ideología y presentación bastante cercana a la comedia romántica hollywoodense, con todos sus clichés y estereotipos. Desde una banda sonora con canciones pop en inglés puestas de modo aleatorio (¿Sabrán cuál es la letra de Everybody’s Hurt de R.E.M.?), una puesta en escena y fotografía llena de colores y poses estilizadas casi de manual decorativo. Su ritmo ágil, hasta las personalidades y actitudes de los personajes (lo que señalaba anteriormente), todo hace acordar a la comedia que proviene de la meca estadounidense del cine. No puede dejar de reconocerse que Dos amores en París está realizada con cierto profesionalismo, que su protagonista y algunos secundarios tienen carisma, y que su hora treinta y cinco pasan volando. Así como también es cierto que posee pocas cualidades para que sea una película memorable mucho más del mismo día en que se la vio. Su tono es tan liviano, pasatista, y lavado, que no deja demasiadas huellas, aún para los estándares de este tipo de películas. Conclusión: Comedia francesa pero con un marcado tono for export hollywoodense. Dos amores en París es divertida, alegre, y entretenida. Pero también tan liviana e insípida que la ubica demasiado cómoda dentro de un promedio poco destacable.