El famoso guionista Aaron Sorkin debuta en la dirección con "Apuesta Maestra", sobre la historia real de Molly Bloom. Sorpresivamente, el lugar más seguro, el guion, es lo que deja algunas dudas. Las historias de ascensos y caídas siempre son atractivo para la grandilocuencia cinematográfica. Más si esos subidas y bajadas incluyen la posibilidad de hablar de personalidades famosas, aunque sea “de modo incógnito”. "Apuesta Maestra" era precisamente una apuesta fácil para el debut en la dirección de Aaron Sorkin, guionista de prestigio, responsable de "Cuestión de Honor" y "Red Social", entre otras. La historia real de Molly Bloom (nada que ver con el personaje de James Joyce) tenía todos los condimentos para que Sorkin desplegase sus artes narrativas, diera peso a “personajes prexistentes”, y pudiese atrapar en un juego que incluya relato judicial, negocios turbios, y seres de moral ambigua. Molly Bloom fue llevada a juicio entre los años 2013 y 2014 por ser la organizadora de unas mesas de póker a las que concurría gran parte de la elite estadounidense, principalmente hollywoodense, pero también algunos miembros de la mafia italiana y rusa. Luego de un arreglo y una fianza, Molly salió de prisión y escribió su autobiografía "Molly's Game: From Hollywood's Elite to Wall Street's Billionaire Boys Club -My High-Stakes Adventure in the World of Underground Poker", la cual se encargó ella misma de hacer llegar a Sorkin para que la adaptase al cine. Sorkin poseía casi un regalo caído del cielo. Narrada en diferentes planos temporales, Molly (Jessica Chastain) era una prometedora esquiadora que tenía todo par triunfar en el mundo de las altas competencias. Su padre (Kevin Costner) la había forjado con un rigor extremo para que intente ser ganadora en todo, a fuerza de perseverancia, y nunca deje de lado su inteligencia. Pero el destino quiso torcer esa voluntad, y un accidente grave la deja fuera de los torneos de esquí. Mudándose a Los Ángeles, Molly pasa de camarera a ser asistente de un bribón con negocios turbios (Jeremy Strong), entre otros, las mesas de póker. Cuando el hombre la traicione, Molly formará su negocio propio organizando partidas en hotel de lujo. En la cresta de la ola, Molly recibe todo tipo de influencias, es ahí cuando Sorkin aprovecha para hablar aleatoriamente de varias personalidades, sobre todo del mundo de Hollywood. Molly es manipulada, pero también astuta para saber moverse en un mundo de predominancia masculina. Cuando finalmente los hechos se le escape de las manos por varios frentes, incluyendo la participación de mafiosos ávidos de poder, Molly conocerá que el abismo. Toda esta información, Sorkin decide arrojarla casi de entrada para luego ir repasándola en una suerte de boomerang permanente. Su estilo narrativo es sólido y contundente como nos tiene acostumbrado el guionista de Steve Jobs, casi envolvente. Los problemas comienzan cuando pareciera que Sorkin desconfía de cuánto sabe el espectador promedio sobre el póker y los negocios ocultos de las altas esferas. Tal como sucedía en Moneyball, también de su autoría, "Apuesta Maestra" discurre su fuerza en medio de explicaciones y sobre explicaciones. Es verdad, probablemente la mayoría desconozcamos cómo se manean estas mesas de apuesta, hasta puede ser que ni siquiera sepan cómo se juega al póker; el asunto es que Sorkin considera que tener estos conocimientos es fundamental para comprender todo y entrar en el clima de la película, por lo tanto, se toma el tiempo en explicar detalladamente todo, hasta lo que pudo comprenderse visualmente. "Apuesta maestra" es claramente un film con la mira puesta en las premiaciones, y se sabe, la fórmula para eso es que no duren menos de dos horas. Los 140 minutos de Apuesta Maestra se hacen notar, y mucho, la historia no siempre se sostiene, en gran parte porque la mayoría de esos minutos se van en diálogos explicativos. Sorkin tira munición gruesa contra Hollywood, la clase alta, el gobierno (aunque siempre salvando el patriotismo, obvio), la mafia – a la que subestima bastante . pero deja una mirada algo benévola para su protagonista, en definitiva, una estafadora. Molly es una mujer fuerte en un mundo de hombres (aunque lo muestra sin lugares comunes, está claro que esto es central, y si Molly no fuese bonita muchas puertas no se hubiesen abierto), es alguien que quiere cumplir el sueño americano, que sufrió una tragedia y una educación estricta y debe reponerse a eso. También es alguien que puede ser timada y sobrepasada por un mundo más peligroso del que creía, y además, es leal. Está claro que "Apuesta Maestra" es una autobiografía. Tal cual sucedía con Martin Scorcese y El Lobo de Wall Street, "Apuesta Maestra" toma a su protagonista con pinzas, juzgándola pero siempre con un guiño de confianza. Jessica Chastain (que la propia Molly Bloom pidió que la interpretase) realiza otra de sus labres sobresalientes, pero a esta altura parece ser que este tipo de personajes de fortaleza y glamour le salen con bastante facilidad. Entre los secundarios, Idris Elba como el abogado de Molly tiene menos peso del necesario, y resalta Kevin Costner como ese padre férreo. "Apuesta Maestra" es una película fuerte, con mucha potencia y convicción narrativa, correctas interpretaciones y apartados técnicos de alto nivel. Sorkin no mantiene la misma vara alta a la hora de frenar el ritmo y explicar lo que quizás o era necesario si tan solo hubiese corrido un poco el eje del asunto.
De cómo una saga pierde totalmente la brújula. "La noche del demonio: La última llave", de Adam Robitel es otra precuela que se pierde en medio de excusas para intentar contar una historia que encaje dentro de algo mayor cerrado aunque lleno de agujeros. En 2010, James Wan, no tan conocido como ahora, estrenaba la sobrevalorada La noche del demonio. Una película que pasó algo desaperciba en su momento pero que ganó algo de fama a partir de su secuela estrenada el mismo año que "El Conjuro". Si bien en la tercera entrega de la saga el bastón de mano recayó en el socio de Wan, también guionista y actor, Leigh Whannell, el éxito y la continuidad de la saga ya estaban asegurados. Lo cierto es que, si bien la primera y segunda parte no son películas excelentes ni mucho menos, por lo menos mantienen cierta coherencia y personajes con algo de carisma. Síntoma que comenzó a perderse en "La noche del demonio: Capítulo 3". Así llegamos a esta cuarta entrega en la que Wan ya no es ni siquiera productor. Whannell ocupa ese lugar, el de guionista y actor secundario (como en las tres anteriores), y el puesto de director recae en Adam Robitel, “conocido” por dirigir La posesión de Deborah Logan (Otra de terror bastante sobrevalorada), y guionar la quinta e insufrible entrega de "Actividad Paranormal: La dimensión fantasma". Si algo hay que rescatar de la saga de La noche del demonio es que, como pocas, logró posicionar a un personaje que comenzó siendo secundario por sobre los protagonistas originales. Hablamos de Elise Rainier, interpretada por Lyn Shaye. Esta cuarta entrega, como punto positivo, termina cumpliendo lo que la tercera había prometido y esquivado, entregarle finalmente el protagónico y centro de la historia, a Elise, la psíquica que se encarga de liderar a ese grupo tan particular de cazafantasmas. En efecto, "La noche del demonio: La última llave", nos cuenta la historia de Elise, en el presente (en verdad casi porque se ubica en el medio de la tercera entrega y la primera), y en un flashback hacia su infancia. De pequeña, Elise (interpretada por Ava Kolker), sufre el maltrato de su padre Gerald (Josh Stewart) junto a su madre Audrey (Tessa Ferrer) y su hermano Christian (Pierce Pope). Como si fuese poco, un ente se encuentra en el hogar familiar, por error Elise lo termina liberando y se lleva la vida de mamá Audrey. Vuelta al “presente”, Elise recibe la llamada de Ted (Kirk Acevedo), el nuevo dueño de aquella casa, que la convoca junto a su equipo de cazadores paranormales, Tucker (Angus Sampson) y Specs (el mencionado Whannell), para que revise algunos extraños sucesos. También reaparece Christian (Bruce Davison) junto a sus hijas, y algo de los originales Lambert hay, porque no hay que olvidar que esto pertenece a una saga. No hace falta aclararlo. A "La noche del demonio: La última llave" le cuesta hacer pie. De primeras pareciera ser ese tipo de secuelas que hay que hacer porque se tiene que cabalgar el éxito, pero que no tienen demasiado idea qué contar. Saben que definitivamente Elise tenía tomar el protagónico, y alrededor de eso, vamos. El argumento se dispersa, se ramifica, y pareciera siempre estar narrando algo, aunque no se sepa bien qué. Elise Rainier es un personaje riquísimo, pero el gran aporte lo hace la actriz que le pone el cuerpo, Lyn Shaye, una veterana (en el mejor de los sentidos) del terror – por ejemplo, es la profesora de la "Pesadilla" original, y Sal en la saga de "Critters" – además de ser la hermana del mítico productor de género Bob Shaye. Ella le aporta todo lo necesario, con sus gestos, con sus posturas, con su decir, a un personaje que, en los papeles tampoco pareciera tan interesante. Aún admitiendo que las dos primeras entregas de la saga fueron correctas gracias a cierto desparpajo y una idea de terror más tradicional, a partir de la tercera entrega definitivamente se perdió el rumbo. Algo similar a lo que ocurrió con la saga de "El juego del miedo" luego de que su “protagonista” y razón de ser falleciera en la tercera entrega. Es querer remar contra algo que ya vio el fin anticipadamente. Si bien Whannell desde el guion y Robitel en la dirección parecieran querer retomar en este capítulo algo de lo que fue el espíritu original, restando algo de solemnidad, el desconcierto es mayor. Los seguidores de la saga, que los hay y varios, quizás encuentren algún gusto en los guiños, y sientan que se les ofrece cerrar un círculo. Ellos la pueden pasar algo mejor que un recién llegado – que también puede verla y comprenderla perfectamente –. "La noche del demonio: La última llave" pareciera querer darle un cierre a esta historia. Aunque ya se sabe, si algún productor sigue viendo la oportunidad de seguir exprimiendo, alguna vuelta siempre podrán encontrarle. Como prueba, esta entrega.
Otra nueva adaptación de los relatos de Claudia Piñeiro llega a la pantalla. Esta vez se trata de Las grietas de Jara, de la mano de Nicolás Gil Lavedra, en una puesta que balancea el thriller con la mirada social aguda. Si bien el cine argentino siempre fue algo “temeroso” en adentrarse al cine de género. El policial, o el thriller de suspenso nunca dejó de ser popular entre nosotros. Prueba de esto son los relatos de la autora Claudia Piñeiro que en los últimos años han sido llevados a la gran pantalla con bastante éxito y efectividad. Comenzando por el más popular "La viuda de los jueves", y de la que ahora, se estrena "Las gritas de Jara" de 2009, oportunamente Premio Sor Juana Inés de la Cruz. Lo primero que sorprende de Las grietas de Jara son los nombres detrás de cámara. Su director es Nicolás Gil Lavedra, tras su debut con "Verdades Verdaderas" y el corto "Identidad perdida". ¿Cómo puede abordar un director tan comprometido, que logró retratar con tanta sensibilidad la vida de Estela de Carlotto, abordar una película de género puro como "Las grietas de Jara"? Precisamente, con mucha sensibilidad. Quienes hayan leído las novelas de la autora, o visto alguna de las películas basadas en ellas, sabrán que suele retratar con una mirada algo oscura la vida de la clase alta, o media acomodada, vernácula; en las cuales pareciera que los crímenes siempre pueden ser una opción a mano para tapar algún secreto. Con este material en mano, sumado a la colaboración como co-autor de Emiliano Torres, que viene de dirigir la bellísima "El invierno" – película que también guarda una mirada social personal muy profunda y delicada –, Lavedra aporta a "Las grietas de Jara" una pendulación permanente entre el suspenso y una crítica a ciertos postulados de clase. Leonor (Sara Sálamo) llega al estudio de arquitectura Borla & Asoc. Preguntando por un tal Nelson Jara. Tanto el dueño del Estudio, Mario Borla (Santiago Segura), su socia Marta Horvath (Soledad Villamil), y su empleado – también arquitecto – Pablo Simó (Joaquín Furriel), dicen desconocerlo, aunque se palpa el nerviosismo. Un posterior encuentro entre Pablo y Leonor comenzará a correr el velo de la verdad. Nelson Jara (Oscar Martinez) es el dueño de un departamento, que mantuvo una fuerte disputa con el estudio de arquitectura, luego de que en su living aparecieran una grietas, probablemente producto de una construcción lindante que Borla & Asoc. está llevando a cabo. Como buen empleado, Pablo será quien deba tratar con Nelson y, de a poco, las grietas de ese living comenzarán a trasladarse a otras áreas. Los personajes de Las grietas de Jara están fuertemente delineados. Cada uno tiene características muy marcadas que colaboraran con el desarrollo que pretende otorgársele a la historia, algo bastante común en las obras de Piñeiro. Simó es un idealista apagado. Tiene grandes ideas como arquitecto, que se contradicen con los intereses del estudio para el que trabaja, y por lo tanto, termina relegando. Tampoco su vida personal es demasiado feliz, su relación con su amargada esposa (Laura Novoa) no es de las mejores. Tampoco encuentra refugio en la paternidad. Mario y Marta serán las caras de lo que Pablo quiere y no quiere ser, ahí se encontrará el gran litigio del film. Nelson Jara será el detonante. El acierto en la adaptación de Lavedra y Torres será correr parcialmente el eje del suspenso para centrarse en la figura de Pablo y sus contradicciones. También mostrar que ninguna de las partes puede ser totalmente limpia. Si por un lado esta elección de otorgar una focalización social juega en contra al armado del thriller, que por momentos se siente algo esquemático o rutinario; su punto de vista le otorga una firmeza en los planteos sin necesidad de ser declamatoria, o sin temor a serlo. Algo que hace recordar mucho al cine de Marcelo Piñeyro y a la subvalorada Showroom de Fernando Molnar. Apoyada en otra magistral interpretación de Joaquín Furriel, acompañado correctamente por Oscar Martinez, Santiago Segura, Soledad Villamil, Sara Sálamo y una Laura Novoa en quien recae ser el botón de fuga; Las grietas de Jara es un film con mucha fluidez que siempre mantiene nuestra atención pese a que por momentos pareciera dispersarse en diferentes aristas. La elección de una fotografía seca y poco luminosa (aunque nunca oscura), el trabajo en el montaje, sumado a la banda sonora de Nicolás Sorín, completan un cuadro de situación que cala hondo en las sensaciones que pretende dejar el film. Nicolás Gil Lavedra toma "Las grietas de Jara" y se la apropia, le otorga los elementos de un director con mucha responsabilidad y sensibilidad, como lo demostró en sus trabajos anteriores. La correcta elección en los rubros técnicos, un sobresaliente Furriel bien acompañado, y una potencia en el relato que sabe bien dónde enfocarse, completan una película que satisfactoriamente termina siendo mucho más de lo que prometía.
La dupla Liam Neeson-Jaume Collet Serra vuelve a demostrar que tienen las ideas bien en claro a la hora de plantear thrillers de acción en "El pasajero", una película que no teme a ser calificada como un simple entretenimiento sin culpas. De entre la oleada de directores extranjeros que pisan fuerte dentro de Hollywood, Jaume Collet Serra viene silbando bajito y construyendo una carrera sólida, casi sin fisuras, sin que, por alguna extraña razón, su nombre todavía se haya instalado como fuerte referencia para el público masivo. Collet Serra forma parte de esa generación de directores ibéricos que salieron de la nueva camada de cine de género español. Sin embargo no pareciera ser tan conocido como Alex de la Iglesia, Jaume Balagüeró, o Paco Plaza. Probablemente por haber construido toda su carrera en Norteamérica y poseer más “títulos por encargo”. Ya sea dentro del terror (¡Ya! Denle a La casa de cera el lugar que se merece), como en la acción, Collet Serra es un realizador efectivo. Precisamente dentro de este último género ha formado una dupla infalible con ese actor que, ya maduro, le dio un giro a su carrera para mostrarse como un infatigable portador de armas, hablamos del enorme (en todo sentido) Liam Neeson. Hasta ahora, la “trilogía” conformada por Desconocido – Non Stop – Una noche para sobrevivir, habían sido películas más que aprobadas, con guiones sólidos y un ritmo trepidante que sostenía todo. Con "El Pasajero", la dupla suma un nuevo eslabón a esa cadena, y si bien cambian la ecuación, el resultado vuelve a ser feliz. Lo cierto es que pareciera que Neeson-Collet Serra esta vez apuestan sobre seguro. Michael MacCauley es un ex policía y agente de seguros que acaba de ser despedido. A bordo de un tren neoyorquino, se cruza con una extraña, Joanna (Vera Farmiga), quien le propone un trato que ya desde el principio huele a trampa. Debe marcar con un dispositivo GPS a un pasajero X, por lo cual recibirá inmediatamente una suma de dinero que se encuentra en el baño de la formación, y otra superior una vez realizado el trabajo. Por lógica pura ¿Quién aceptaría un trato así? Nadie. Por otro lado, no tendríamos película si no aceptara el trato. Por lo cual, Michael al comprobar que, efectivamente, la primera parte del dinero se encuentra en el baño, acepta… solo para que comiencen los problemas. Identificar al pasajero no va a ser sencillo, y cuando las cosas se retrasen, el trato mostrará la letra chica. Si no cumple con el objetivo, Karen (Elizabeth McGovern) y Danny (Dean-Charles Chapman), esposa e hijo de Michael, van a pagar la cláusula de rescisión con sus vidas. Contra reloj, Michael deberá salvar a su familia y también a este pasajero que no sabe quién es; porque claro, los malosos no lo quieren identificar precisamente para darle un premio. Hablemos de "Non Stop" remplazando un avión por un tren, hablemos de "Asesinato en el Orient Expres"s teniendo que descubrir quién es la víctima en lugar de quién es el asesino (aunque algo de descubrir eso también hay), hablemos de la injustamente olvidada "Tiempo Límite" con Johnny Depp y Christopher Walken. "El pasajero" no descolla por su originalidad, pero tampoco intenta ni necesita hacerlo. Desde que interpretó en 2008 por primera vez al agente Bryan Mills en Búsqueda Implacable; Liam Neeson se convirtió en el arquetipo de ciudadano común que cae en el lugar justo en el momento menos indicado. Algo así como un John McLane más entrado en años, más cauto, y menos gracioso. Con Collet Serra esta veta fue explotada a un nivel superior, casi Hitchcockiano. Porque reamente son personas que no desean aplicar violencia, que están de regreso y solo buscan paz. Pero el destino y las circunstancias adversas que atraviesan los ponen permanentemente en un lugar que no desean. No solo hará uso de la fuerza para derrotar al malo, sino de toda una maquinaria de ingenio para descubrir la verdad, dejando entrever una metáfora de la clase obrera estadounidense que la pelea día a día. Misma fórmula que aplicaba el director de "Intriga internacional". Es más ¿No hablamos del mismo director de "Extraños en un tren"? No le pidan coherencia a "El pasajero", el desarrollo está atado con credulidad, debemos saber que nos atenemos a un juego cuyas reglas son las de entretener sin reparar en la lógica ni en el análisis profundo. Así como Hitchcock en su paso a Hollywood desarrollaba grandes estructuras de reloj en las que todo calzaba a la perfección. Estaban las imitaciones, de relleno o destinada al consumo Clase B que cumplían con el mismo fin de entretenimiento a un nivel más culposo y ligero. A esta segunda categoría pertenece "El pasajero". Como esos policiales directo a VHS que no eran clásicos populares pero sí se transformaban en clásicos del culto boca a boca. Como esas películas que entretenían relajadamente sin necesidad de ser espectaculares. No sería llamativo que alguien la comparase con un guion de Larry Cohen, el rey ochentoso de ese estilo. Collet Serra crea una estructura artesanal, se desentiende de la parafernalia, y apuesta al nervio más clásico, a la pulsión de cámara y carisma de personajes; apoyado en actores probados en el género y de gran solvencia como el propio Neeson, la grandiosa todoterreno Farmiga, el desenfrenado que amamos Sam Neil, o el cara de Ken de plástico Wilson. Acá no hay armado vacío de explosiones y CGI, y en un todo sale ganando. Lian Neeson y Juame Collet Serra nos traen una propuesta de alto entretenimiento, y sin pensarlo, sin analizarlo, nos embarcamos en ella. Por suerte nuestro destino será mucho mejor que el del malogrado Michael.
Pixar lo hizo otra vez, "Coco" de Lee Unkrich y Adrián Molina es una celebración del arte de la animación, de la diversión, de la emoción, y de la vida en el mundo de los muertos. Hace más de veinte años, casi sin darnos cuenta, nacía en el mundo del cine – no solo de la animación – un nuevo horizonte. Con el estreno de "Toy Story", Pixar lograba su primer largometraje, y las pantallas de llenaban de luz, magia y genialidad. Desde entonces no han parado de sacar obras formidables que cautivan tanto al público como a la crítica por igual, con apenas unos pocos puntos por debajo de otras de la misma factoría, pero igual por encima de cualquiera del resto que quiera hacerle competencia en el mismo territorio. Aún dentro de esa maquinaria imparable de creatividad inagotable, cada tanto hay un film que marca un nuevo punto máximo. El último había sido Intesa-Mente, allá por 2015. Su nueva producción, "Coco", significa otro de esos highlights. Detrás de "Coco" encontramos a Lee Unkrich, nombre detrás de Toy Story 2 y 3, Monsters Inc., y Buscando a Nemo ¿Había alguna posibilidad de que esto salga mal? Coco tiene la capacidad de introducirse dentro de una cultura que le es ajena, como la mexicana, y aún tomándose millones de libertades y reinterpretaciones a su antojo, jamás se siente que le falte el respeto, la menosprecie, o vulnere. Es la historia Miguel, un chico cuyo mayor sueño es convertirse en un gran cantante y guitarrista. Claro, hay un inconveniente mayor, en su familia está prohibido ser músico, ni se les cruza por la cabeza ni siquiera agarrar una guitarra; o sentirán el rigor de la abuela, una matriarca adorable y con los pantalones – o polleras – bien puestos. Los hombres deben seguir el legado familiar de aprender el oficio de zapatero y alejarse de la distracción de la música. Claro, Miguel tiene un ídolo. Ernesto de la Cruz, un músico muy popular, avivador de pasiones femeninas, que falleció durante un trágico y muy particular accidente. Es el día de todos los muertos, una celebración muy típica y festiva de México, y Miguel lo ve como una oportunidad para anotarse en el concurso local de música. Pero le falta una guitarra. ¿En dónde hay una guitarra? En el panteón de Ernesto de la cruz, y hacia allá va Miguel para tomarla prestada por un rato. No se debe perturbar la tranquilidad de los muertos. Cuando Miguel tome la guitarra y ose tocar los primeros acordes dentro del panteón, inmediatamente pasará al mundo de los muertos, y allí comienza la aventura. Con la ayuda de todos sus ancestros, y el bribón de Héctor – qué también maneja sus propios intereses – Miguel corre contra el tiempo para regresar al mundo de los vivos, emprendiendo un viaje muy especial lleno de enseñanzas y secretos por descubrir. La descripción de la historia fue larga, y aun así es corta en comparación a todo lo que Coco tiene para ofrecer. El guion de Unkrick, Molina, Jason Katz, y Matthew Aldrich se encarga de darle personalidad y corazón a cada uno de los personajes, desde los protagonistas a los más secundarios, todos tienen sus características particulares bien definidas y estarán dispuestos a ganarse nuestros corazones. La paleta de colores es amplia y conquista desde los matices cálidos con destellos de luz. Cada plano es un festejo a la vista, y ni siquiera hay necesidad esta vez de hacer algo realista. Todo es juguetón, desde los trazos hasta el ritmo permanentemente activo. Coco es una verdadera montaña rusa, pero de esas que jamás marean ni apabullan. Su propuestas es dinámica al estilo de una caricatura, posee un humor inmenso en forma de torbellino que no frena, podemos estar llorando de la risa con las ocurrencias de ese mundo, y de golpe, sentir que esas lágrimas de risa se convierten en lágrimas de emoción. Sin necesidad de rozar el golpe bajo ni la sensiblería a traición, "Coco" emociona con la sensibilidad de su historia, con lo profundamente humana que puede llegar a ser. Pixar se caracterizó por darle a sus films siempre un entorno en el que podemos imaginar que, con pequeños cambios, podrían ser films con humanos sin nada de animación, convertirse en comedias “tradicionales” sin perder nada de su encanto. "Coco" no es la excepción, y eso la hace aún más encantadora. Nuevamente nos demuestran que parra cautivar al público adulto, además del infantil, no hace falta recurrir ni al chiste fácil, ni a la referencia pop metida con fórceps, ni al doble sentido desubicado, ni a un frenesí desquiciado y psicótico. Alcanza con una historia sólida que no subestime ni a unos ni a otros. La comparación con "El libro de la vida" es inevitable. Allí donde la película de Jorge R. Gutiérrez producida por Guillermo del Toro era más fiel a la tradición del día de los muertos y la cultura mexicana; Coco gana en luminosidad, transparencia y armonía. Ambas son propuestas muy dignas y logradas, pero "Coco" es superadora de la valla de tradición mexicana. Pese adentrarse dentro del mundo de los muertos, jamás en tenebrosa, ni juega con elementos oscuros al estilo "El cadáver de la novia". Todo es un juego, colorido, divertido, e inocente. Sí maneja un hilo de humor negro interesantísimo que, como dijimos, la acerca a la caricatura, siendo capaz de reírnos a carcajadas de accidentes realmente muy trágicos. Cálida, luminosa, divertidísima, emocionante, y profundamente humana. No hace falta decirlo, Coco es la gran propuesta animada del año. Como plus nos queda una banda sonora de lo más pegadiza que nos dejará tarareando para la eternidad.
El nuevo film de Gustavo Hernández, "No dormirás", es una apuesta fuerte por el terror psicológico, con interesantes resultados que hubiesen mejorado de animarse a más. Lo decimos cada vez que hay una oportunidad. El cine de terror en Latinoamérica, y en especial en nuestro país, está viviendo una etapa cercana a la dorada. Aumento de producciones, llegada al estreno en salas y no sólo en festivales ad hoc, el público afín que de a poco va quitándose la venda de los ojos, y un progresivo aumento en los presupuestos. Hace poco nos desayunamos con la grata noticia de que la primera actriz Natalia Oreiro, una de las estrellas de cine más fuertes de nuestro país, protagonizará como próximo proyecto Bajo tus pies, un guion que lleva la firma de alguien que viene luchándola hace años dentro del género como Hernán Moyano. Con la producción de una de las productoras más grandes de nuestro país, que, entre otros títulos, llevó a la pantalla grande, los últimos títulos estelarizados por Ricardo Darín. A esta noticia se le anticipa el estreno de "No dormirás", una co-producción entre Argentina, España y Uruguay, dirigida por el uruguayo Gustavo Hernández, quien viene con el aval de haber realizado uno de los títulos del género más populares dentro de la región en los últimos años como "La Casa Muda". "No dormirás" representa algo así como el sueño del pibe (nunca mejor dicho, ya veremos por qué). Saltar de una producción muy chica como La casa muda, con un presupuesto ínfimo y actores desconocidos; a algo mainstream en todo sentido como No dormirás (en el medio realizó la no muy conocida Dios Local), con todo el presupuesto para filmar, más el plus de la promoción, y grandes estrellas dentro del elenco. Todo está a favor de Hernández para pegar el salto definitivo. Sin embargo, en No dormirás se cumple una regla de oro del terror. Rara vez cuando los directores pasan a grandes producciones mantienen la misma libertad creativa que cuando hicieron sus films más pequeños e independientes. "No dormirás" es un interesante thriller psicológico, que bordea el terror, y mantiene muchos componentes de drama. Sus resultados son más que correctos, pero es inevitable pensar que pudo ser mucho más jugada. Bianca (Eva de Dominicci) es una aspirante a actriz con muchas ansias de dar el gran paso. Tiene un pasado algo complicado, lo que complica aún más la situación. Ella está en la puja por conseguir un papel protagónico en una puesta teatral de la exigente Alma Rohm (Belén Rueda), conocida por someter a sus trabajadores a métodos muy extremos. Bianca debe componer el rol de una madre que tras muchas noches de insomnio, enloqueció y cometió un hecho atroz. Alma cree que los actores deben pasar en carne propia por las experiencias de sus personajes. Sí, es Stanislavski, pero llevado a un nivel demasiado superior. Monta el ensayo de la obra en un hospital psiquiátrico abandonado. El mismo en el que ocurrieron los primeros hechos hace casi una década (la acción transcurre en los años ’80) y pone a Bianca, y a su amiga – y rival – Cecilia (Natalia de Molina) a competir por ese papel, que a su vez, es el de la autora de la obra. Todo es como una gran caja china. El asunto es poner a prueba una teoría que nos dice que, pasados las 108 horas sin dormir, se entra en un estado de caos mental en el que todo se vuelve confuso, y pareciera que entramos a otro mundo ¿o será real que se abren las puertas de otro mundo? "No dormirás" nos cuenta así, la odisea de Bianca, que recibe presiones por todos lados. Desde su historia personal, desde la necesidad de triunfar, las exigencias de Rohm, la relación con su amiga, y la imposibilidad de dormir. Es lógico que su mente haga catarsis y comience a cumplir con esa mentada teoría. Desde su premisa, no hay que hacer demasiado esfuerzo para pensar en "Suspiria", "El cisne negro", "Curtains", algún hito del terror japonés (sobre todo por la historia de Dora, la insomne original, y por la confusión entre los dos mundos), y hasta la local "Hipersomnia". Sin embargo, dada la posibilidad de hacer una gran puesta, y de manejar muchos elementos de gran impacto, "No dormirás" se ve como una propuesta bastante original. Eva de Dominicci es una actriz mayormente conocida por el ambiente televisivo – y hace unos días por las publicidades de hongos vaginales – pero al igual que otros pares como Pablo Echarri y Natalia Oreiro, pareciera escoger el cine para levantar un poco la apuesta de lo puramente “telenovelesco”. Si ya la vimos en escenas muy jugadas sexualmente con Leonardo Sbaraglia en "Sangre en la boca", ahora la veremos nuevamente en un rol extremo, pero más jugado al extremo dramático. Su labor es correcta y hace que la tengamos en cuenta para próximas presentaciones. Por supuesto, nuestras miradas se posan en Belén Rueda, una de las actrices más afines al género de habla hispana. La actriz de "El orfanato" compone a Alma Rohm con muchísimo rigor, atmósfera propia, y tal vez algo demasiado afectada por momentos, pero nunca relajada. Será ella quien realce la propuesta. El elenco de secundarios también luce correcto. La puesta es enorme y lo hace notar, hay un gran despliegue en fotografía, en ambientación, en la mezcla de sonidos. Todo en pos de crear un clima lúgubre y de permanente claustrofobia. Si algo hace que No dormirás no termine de ser la gran propuesta que pudo haber sido, es el permanente freno que tanto el guion de Juma Fodde, como la elección de puesta de Hernández, eligen para contenerse. "La casa muda" también jugaba al terror psicológico, sin embargo, se veía mucho más abierta que "No dormirás"; a la cual le falta un grado de violencia, de piel, de carnadura, para cortar con la frialdad y pasar a la acción que reclama el terror para no ser solo un drama intenso. Todas las películas citadas poseen eso, aún "El cisne negro" sin ser terror. Probablemente sea la intención de querer captar a un público amplio, y el temor de no hacerlo si se animaban a más, lo que termine haciendo que "No dormirás" sea una propuesta lograda pero con el freno de mano siempre cerca por si las dudas. Este paso fundamental del terror local a las grandes producciones es una noticia auspiciosa y con resultados que nos hacen pensar que las mismas pueden seguir llegando. Pero también confirma que lo mejor del género sigue estando donde se trabaja con mayor libertad.
A caballo de otra gran labor de Darío Grandinetti, "Pescador" de José Glusmán, es un drama con tintes de policial y una historia que queda algo chica para el tamaño de intérpretes que maneja. Una playa, un grupo de jóvenes, un hombre solitario, el mar, y un pasado que esconder. "Pescador" teje un halo de misterio alrededor de una historia simple en la cual lo que importan son las relaciones humanas, más allá del entramado oscuro que se pueda tejer. Franca (Jazmín Ezquivel) llega con dos amigos (Juan Grandinetti y Matías Marmorato) a un parador playero con la idea de instalarse en el lugar y pasar el verano regenteando un bar típico. En el lugar encuentran a Santos (Darío Grandinetti) como vecino, un hombre solitario, silencioso, parco, con cara de pocos amigos, con el que les costará entablar algún tipo de contacto cordial. Primero será uno de los chicos quién infructuosamente intente entablar diálogo con el lugareño. Más suerte tendrá Franca, quien con mucha calma se acercará a Santos y comenzará entre ellos un vínculo similar al de padre e hija, teniendo en cuenta la frialdad del hombre. Podría decirse que Santos y Franca son personalidades contrapuestas. Franca se mete, es curiosa, no pide permiso, y habla hasta que el otro responda, si se quiere es algo irrespetuosa, pero también frágil. Santos es callado, escondedor, muestra lo que él quiere que se vea, no tiene intenciones de hacer amistades ni ser amable, definitivamente tiene un pasado del que no habla, y guarda una fortaleza en forma de coraza. Santos teme que la presencia de estos jóvenes altere la tranquilidad que busca en el lugar, los siente como una amenaza; sobre todo cuando Franca comience a indagar más de lo debido. José Glusmán en conjunto a Iván Tokman en el guion crean una atmosfera de calma nerviosa. Con cinco películas anteriores en su haber José Glusmán se muestra como un realizador atento a los vínculos entre los personajes, y eso es lo que resalta en Pescador, más allá de una historia que pareciera algo corta. El clima que se va creando entre estos cuatro evoluciona taciturnamente, pero con la sensación de que algo puede suceder en cualquier momento. La irrupción de otros personajes secundarios como el inspector compuesto por Darío Levy, y la abogada y el compañero de Santos compuestos por Gigí Rúa y Emilio Bardi respectivamente, suman a esa atmósfera en la que sabemos que algo está sucediendo por detrás de la tranquilidad. Santos es un pescador ¿a la fuerza? pero sabe del tema, y aplica las teorías de la pesca a la vida. Sabe que hay que ser calmo, esperar, ir sigiloso, y que una buena carnada es fundamental. "Pescador" se centra en su figura y todo gira alrededor de él, los sonidos, el ambiente, la centralidad de los planos, todo apunta a la presencia de Santos y sus movimientos. El resto de los personajes, por momentos, parecieran periféricos a él. Ante un personaje de tanto peso, es necesario un actor que lo respalde, y Darío Grandinetti es el adecuado. El actor de "El juego de Arcibel" realiza otra de sus grandes interpretaciones, con gestos y movimientos secos, permanentemente sigiloso y cauteloso. La mirada del espectador estará siempre atenta a que llegue su ataque definitivo. Gigí Ruá, Emilio Bardi, Darío Levy, y Matías Marmorato exponen toda su sobrada experiencia y acompañan correctamente. Los más nóveles Juan Grandinetti (por supuesto, hijo del actor) y sobre todo Jazmín Ezquivel, ganan presencia y hacen un interesante aporte desde lo actoral. "Pescador" pareciera ser un film que nunca arranca, su permanente calma por momentos puede abrumar, manteniéndonos esperando algo que no llega. Pero esa espera también se traduce en nerviosismo, y es ahí donde mejor se para esta propuesta, plagada de gestos y detalles a tener en cuenta. Finalmente, cuando llegue el climax, las expectativas se colmarán dentro del ámbito de un policial clásico, ajustado. José Glusmán deposita en "Pescador" toda la fe en sus intérpretes, y a la vista de los resultados, se trató de una elección correcta. Esta suerte de duelo generacional, manejado con cautela y precisión, encuentra sus mejores momentos, cuando más chica parece ser.
Más allá de la aventura. El cine de Ciencia-Ficción, y más aún el de la comedia de ciencia-ficción, demostró a través del tiempo tener una vertiente que se inclina hacia el más puro entretenimiento, con argumentos mínimos, buena dosis de humor, batería de efectos y ritmo rimbombante, como para dejar el cerebro dentro del balde de pochoclo o el vaso de gaseosa y disfrutar sin culpa de un pasatiempo ligero. La reciente Jumanji: En la selva es un digno y eficaz ejemplo para demostrar que per se, estas no tienen por qué ser malas. También tenemos aquellos realizadores, mucho más personales, que suelen utilizar a la comedia y a la realidad alternativa como punta de lanza para analizar hechos concretos mucho más reales que la premisa que plantean. Joe Dante es uno de ellos, y Alexander Payne se sube al carro con la imaginativa y corrosiva Pequeña gran vida. Pequeñas circunstancias Hace años que se viene hablando de un mundo en posible colapso de recursos por el peligro de la superpoblación y el consumo desenfrenado de una vida materialista. Alertado por esto, un científico noruego cree haber hallado la solución a través de la reducción o miniaturización de los seres humanos. Claro, al ser más pequeños se necesita de menos consumo; por otro lado los recursos quedan más “grandes”, por decirlo de algún modo. ¿Se acuerdan de Querida encogí a los niños, la galleta y la gota de agua gigante? Bueno, eso. Por supuesto, ¿a quién le importa realmente pavadas como la crisis de un consumo descontrolado? Una empresa norteamericana toma esta idea y, utilizándola como excusa, lo que realmente ofrece es la posibilidad de un mundo de confort utópico al ser reducido y pasar a vivir dentro de un barrio de maquetas de mansiones en miniatura, en la cual, al necesitar menos, se puede despilfarrar más. Eso sí: como pantalla, la misma empresa también nos habla de empequeñecerse por el peligro de la escasez de recursos. Paul Safranek (Matt Damon, magnífico) y su esposa Audrey (Kristen Wiig) son dos personajes bastante patéticos de esos que tanto gusta retratar a Payne, quienes, cual DouglasQuaid/Arnold Schwarzenegger en El vengador del futuro se ven tentados de abandonar su realidad para pasar a vivir de un modo más artificioso. De aquí en más, Pequeña gran vida entrará en una vorágine constante que mantendrá al espectador atento a lo que suceda, aunque también algo desconcertado por momentos. Serán varios los hechos que atraviese Paul en este mundo de abundancia minimalista. Desde ser abandonado por su esposa a descubrir que no todo es como lo creía. En realidad, como sucedía parcialmente con el Jim McAllister que compuso Matthew Broderick en Election (no solo del mismo director, sino también del co-guionista, Jim Taylor), Paul es un protagonista lateral, un tipo con una existencia tan patética y vacía que observa con bastante pasividad cómo las acciones ocurren a su alrededor mientras él se deja arrastrar. Se cruza con un vecino insoportable y su “co-equiper” (Christoph Waltz y Udo Kier, brillantes) que intentan sacarle el mayor rédito posible a esta vida banal de lujo, paro luego recaer en los marginados de suburbio representados por una vecina vietnamita (Hong Chau). Payne y Taylor utilizan a su protagonista para mostrar todo un estado de situación, y así convertirlo en un pequeño gigante. De aquí, de allá, y de la crítica social Es llamativo cómo Pequeña gran vida llega a la cartelera local precedida de un estreno en su país bastante menospreciado por crítica y público. Probablemente se aplique aquel axioma que ni a Hollywood, ni a sus ciudadanos, les caiga demasiado en gracia la verdadera autocrítica. Lo mismo sucedió con el film anterior que protagonizó Matt Damon, Suburbicon, con el cual comparte la mirada ácida sobre la mentira idílica de los barrios privados. Pareciera que cae mejor mantener una mirada liviana y complaciente, una crítica aparente, como muchos de los títulos que terminan alzándose con estatuillas años tras años. También es cierto que -al igual que el film de George Clooney- Pequeña gran vida es una propuesta inquieta, que varía constantemente y a la cual le cuesta hacer pie. El último tramo, cuando Paul descubra gracias a la mujer vietnamita los placeres de la vida altruista, perderá algo de fuerza, será un poco más complaciente a la necesidad de un final feliz, aunque termine “avivándose” y recupere el ritmo para lograr un buen balance. Conclusión Pequeña gran vida es el salto de Alexander Payne a las películas más comerciales sin perder su mirada satírica, haciendo un buen uso práctico de los efectos, con un Matt Damon soberbio que no para de crecer y secundarios que lo acompañan brillantemente. Aún con algunas vueltas menos y un tono desparejo, se posiciona dentro de las mejores propuestas mainstream del 2017.
La brasileña Julia Murat retoma su cortometraje Pendular de 2009 en un largometraje homónimo que guarda una relación experimental con el cine muy particular. Dos personajes, una pareja, una línea divisoria, un espacio compartido. Quienes busquen propuestas tradiciones se sentirán perdidos dentro del mundo de "Pendular". Quienes se atrevan a bucear dentro de los lenguajes narrativos diferentes, bienvenidos a bordo de algo que puede ser único. Dentro del vasto y desopilante mundo de sketchs del programa Peter Capusotto y sus videos, hay uno en particular que se destaca por su ingeniosa burla paródica a las ficciones adultas estilo Pol-Ka sobre los conflictos de parejas psicoanalizadas; la promoción del falso unitario "Dejar de verse". En él, Diego Capusotto y Jacqueline Decibe son una pareja con problemas para relacionarse que toman la decisión de dejar de verse por un tiempo, literalmente. Conviven en el mismo departamento, pero hacen todo tipo de cosas, como caminar espalda contra espalda, o ponerse bolsas en la cabeza, para no verse, y así van mejorando su interacción. Sacando la parodia y el humor del plano, en "Pendular" hay algo de eso. Veamos, una pareja (Raquel Carro y Rodrigo Bozán) se muda a un galpón abandonado, y como primera medida, delimitan cada uno su espacio. Ella es bailarina, él escultor. Separados con cintas, cada espacio es igual, en cuanto al tamaño, que el otro. Ahí, cada uno podrá desarrollar su actividad sin la intervención de la pareja. Ella realiza performances de baile diversas, él se reúne con un equipo y planea esculturas. Todo está muy organizado, pero… Él le plantea que necesita más espacio por un tiempo, ella se lo otorga por un par de meses, pero bajo determinadas condiciones. A su vez, ella empieza a descubrir algunos secretos en la vida de su pareja, y él no está decidido a revelarlos. Julia Murat (recordada por "Historias que sólo existen al ser recordadas") plantea en "Pendular" una historia que no pareciera ser tal, en la que todo es difuso, y se expresa mediante metáforas y sensaciones. Es el día a día de una pareja que utiliza el espacio como un ente acogedor más. Ese galpón los une y los separa, interactúan con él y lo convierten e el centro de todo. Ahí desarrollan su arte, se conectan con él, y se conectan entre ellos, uniéndose, fundiéndose, y separándose. Murat nos habla de la pareja condicionada por el ambiente. Expone los problemas típicos de una pareja “moderna” desde una perspectiva diferente. Todo es simbolismo y expresión. Cuánto lugar hay que ceder, qué espacios se deben guardar para uno, qué hay que entregar y qué ocultar en una pareja, cuáles son los puntos o los momentos en los que la pareja debe unirse. Tampoco es azaroso que se trate de una pareja de artistas, la relación de la pareja, y de la película en sí, con el arte, es fundamental. Cada uno de ellos se relaciona con su arte de un modo particular. Las expresiones artísticas de cada uno expresan más allá de la obra en sí. El modo en que se relacionan con ellas, que las viven y las crean, muestra un comportamiento que también refleja parte de la pareja. No es "Pendular" una película tradicional bajo ningún aspecto. La presentación de estos dos personajes que no son únicos pero sí absolutos, la fotografía subjetiva, el modo en que interactúan con el ambiente, la narración episódica alejada del formato clásico llevada al más puro simbolismo; todo lleva a poner al espectador desafiando su interpretación. También es cierto que más de una vez, "Pendular" se siente como una idea alargada, reiterativa. Con sus idas y vueltas, Julia Murat creó aquí un universo que pareciera ser único. A su modo, esta directora también crea un espacio propio; y si bien "Pendular" no será una propuesta abierta a todos los públicos, aquellos que la acepten se encontrarán con algo de lo que no se encuentra todos los días.
La nueva película de neoyorkino Woody Allen, La rueda de la maravilla, confirma que el octogenario director sigue siendo uno de los mejores talentos del cine actual. Hay épocas del año que para todo cinéfilo deben ser un símbolo de festejo. Sin lugar a dudas, el estreno del film anual de Woody Allen es uno de ellos. Más allá de todas las polémicas que su vida privada genere alrededor, negar su talento como realizador es inútil. Hace décadas que sus películas se ubican cómodas entre lo mejor del año, creando una marca distintiva, y unas expectativas siempre superadas. Luego de un viaje alrededor de distintas ciudades del mundo, Woody volvió a su amada Nueva York hace ya algunas películas, y ahí está para plasmar su amor en historias ambientadas en épocas antiguas pero con problemáticas universales y atemporales. El viaje esta vez nos lleva a Coney Island en los años ’50. Cuatro personajes, enredos amorosos entre sí, preponderancia de personajes femeninos fuertes, lo de siempre ¿Para qué cambiar lo que funciona a la perfección? Ginny (Kate Winslet) es una camarera frustrada, casada con Humpty (Jim Belushi) el maquinista del carrusel de la feria costera. Ella tiene un hijo pequeño de un matrimonio anterior, Richie (Jack Gore) con cierta tendencia a la piromanía. Él también tiene una hija por su lado, Carolina (Juno Temple), una veinteañera que huye de su marido mafioso al que delató, lo que la llevará a terminar en la casa de su padre aunque no se lleven bien. Ginny carga con la sombra de un matrimonio que no funcionó, y ahora se encuentra atada a otro matrimonio que tampoco la hace feliz. Eso la lleva a conocer a Mickey (Justin Timberlake) un guardavidas con el que comienza un romance, o mejor dicho un fuego, a escondidas de la sociedad. Las infidelidades siempre han sido un asunto de interés para el director de Maridos y esposas, y los traumas familiares también. Por eso, no nos podemos sorprender cuando Mickey comience un juego de seducción con Carolina. Como siempre, las premisas y el desarrollo de las mismas en las películas de Woody Allen nunca son complicadas, sí complejas, porque presentan idas y vueltas, personajes que entran y salen cual vodevil moderno, y diálogos que superan cualquier promedio. Pero siempre logra que se comprenda todo, se lo lleve a un terreno de sencillez sin entregar ni un poco de complejidad psicoanalítica. Es cine de autor, más no experimental. La rueda de la maravilla es un film simple, que a su vez despliega muchísimas capas, y puede ser analizado desde varias vertientes. Es una comedia, como lo son habitualmente, pero también un profundo drama solapado, como lo son habitualmente. Ginny se irá desbordando a medida que avance la historia, es una mujer que pide socorro sin mucho disimulo, y a la que todo se le complica cada vez más. Su personalidad irá en un declive de melancolía y desesperación de complejo retorno, más allá de sumergirse en la fantasía esperanza. Así como Allen cuando no actúa encuentra los actores para que hagan sus alter ego; en este caso, Ginny es el arquetipo de los personajes que supo interpretar Mia Farrow en la época dorada de la pareja. Entre naif, desbordaba, conflictuada, y con una sombra oculta. Kate Winslet de por sí, es siempre una gran actriz, es capaz de entregar grandes actuaciones aún en cosas como Más allá de la montaña, El poder de la moda, y hasta Movie 43. Si a esto le sumamos que Woody Allen es capaz de logar buenas labores aún en los casos más complicados como Kristen Stewart en Café Society o Scarlett Johanson en Match Point; tenemos un dúo perfecto. A Winslet hay que aplaudirla de pie, es imposible no amar a Ginny y lo formidablemente interpretada que está. Con gestos que van de sutiles a notorios, con momentos leves, y estallidos. Un gran personaje en los papeles, que consiguió quien mejor le preste el cuerpo. El resto del elenco no desentona, todos en un nivel parejo, como siempre Allen haciendo notar a secundarios con grandes momentos. Como venimos diciendo hace años de las películas del director. ¿Es La rueda de la maravilla lo mejor de Woody Allen? Muy probablemente no ¿Se ubica tranquilamente muy por encima de la media de cualquier cosa que se estrene en cartelera? Claramente sí. Con permanente ritmo movedizo, zumbante entre lo alegre y lo melancólico, dinámica, excelentemente interpretada, y con rubros técnicos acertados. La cita anual obligatoria vuelve a entregar una película para el total disfrute.