Explotando un poco más la franquicia iniciada con "El Conjuro", "Annabelle 2: La Creación", intenta corregir varios de los problemas de su primera entrega. Pero repite el inconveniente principal de aquella, su falta de inspiración para crear una atmósfera propia. El género de terror suele ser bastante repetitivo. Cuando alguien encuentra una nueva fórmula que le da resultado, suelen venir pegado a ella, decenas de películas que la copian con mayor o menor calidad y resultados dispares. Todo hasta que se agota y aparezca la nueva moda. Algo así sucedió en 2013 con El Conjuro. Terror de alto presupuesto, tomado en serio, y que, en base a “historias reales”, volvió a instalar las películas de posesiones en casas embrujadas. Probablemente poniéndole fin al fagocitadisimo subgénero del found footage. El éxito del "El Conjuro" fue tan grande que hasta creó una suerte de mitología o universo propio. Universo que los mismos productores no están dispuestos a dejar descansar. De eso se trata "Annabelle 2: La Creación". Durante las promociones de "El Conjuro" nos mostraban a una muñeca terrorífica en una silla mecedora, que en los hechos solo aparecía en las primeras escenas introductorias de la película. Al año siguiente esta muñeca tuvo su propia película que intentaba contarnos el origen de su posesión. Como aquella fue otro éxito de taquilla pero en las opiniones dejó poco contentos a los fans, ahora hay otro capítulo en esta historia que nos cuenta un episodio anterior al de aquel origen, o sea ¿Un verdadero origen? Pues veamos. Todo comienza con un juguetero, Samuel Mullins (Anthony LaPaglia) que crea muñecas de porcelana a pedido o en pequeñas series. El hombre está casado y tienen una pequeña hija, Bee (Samara Lee). Pero esta felicidad no va a durar demasiado, a los pocos minutos, vemos como un accidente al costado de la carretera se lleva la vida de la niña. Pasan doce años, y un grupo de huérfanas, dirigidas por la joven monja Charlotte (Stephanie Sigman) y el sacerdote Massey (Mark Bramhall), se dirigen a un nuevo hogar. Sucede que el matrimonio Mullins ofrece su casa como refugio para aquellas niñas y los religiosos, y hacia allí se dirigen. De inmediato, se puede apreciar que en el lugar hay secretos que mejor dejar ocultos. Un dormitorio cerrado con llaves; Esther (Mirando Otto), la mujer de Samuel, que se mantiene oculta, recostada, y parece tener algún problema mental,;y la actitud de Samuel que tampoco es la más placentera. En definitiva, hay dos niñas huérfanas, Linda y Janice (Lulu Wilson y Tahita Bateman, respectivamente), la segunda con problemas para caminar, y serán ellas el centro de atención para el mal que aguarda en el lugar. ¿Y Annabelle? Uno de los problemas que tuvo el film anterior a este era la dificultad para sortear el embrollo de meter miedo con un objeto inanimado. No, Annabelle no es Chucky ni Puppett Masters, no es muñeca que camina, es una muñeca con un demonio adentro. La solución, darle menos entidad. Si bien "Annabelle 2: La creación" nos contará otro origen de la posesión que “sufre” la muñeca (sin borrar los hechos posteriores que ya nos contaron), su historia pasa por otro lado, algo más grande. Hay que decirlo, si bien la transforma en historia genérica, ese es uno de sus aciertos y lo que la hace superior a la primera entrega. La muñeca deambula en los brazos de Janice y se entiende que es central para todo lo que sucede, pero el terror no viene directo de ella sino de los sucesos extraños que suceden en toda la casa. Samuel, Esther, Linda, Janice y Charlotte son buenos personajes, así como también algunas de las otras huérfanas, generan algo de empatía o temor, depende de quienes sean, y cuentan con interpretaciones correctas para este tipo de propuesta que buscan más que nada a aquel que pegue el grito más aterrador. Sin embargo, "Annabelle 2: La Creación", aunque un paso adelante sobre el film de 2014, no llega a concretarse como el film que pudo ser. Las causas, esta vez, quizás deban encontrarse en el film anterior de su director David Sandberg, Cuando las luces se apagan. El exceso de jump scares, o golpes de efecto. Todo parece que en el film tiene que generar clima. El tema es que es un clima falso, que termina por generar rutina. Cuando realmente llegue el terror real, la propuesta se apuntala, gana en dinamismo, pero ya quedó resentida por todo aquel tramo en el que nos intentaron asustar con bajas armas. Al engaño al espectador, súmenle una historia con varias incongruencias y agujeros imposibles de disimular; y un permanente intento por introducir a film dentro del universo más grande de "El conjuro", y terminan por debilitar algo que, puede ser aceptable, pero realmente pudo ser mucho mejor. En los aspectos técnicos se nota buena producción, buen clima creado por la locación y el trabajo de fotografía, y buen presupuesto. Es eso lo que, por un lado nos hace pensar que estamos viendo algo mejor que la media “barata” y sin sentido, pero, a su vez, que, con tanto presupuesto, se pudo conseguir un resultado más sólido. "Annabelle 2: La Creación" intenta ir por los mismos caminos de la mucho más lograda "Ouija 2" (si hasta se lleva a la pequeña Lulu Wilson) para apuntalar una flaca primera entrega. Pero no posee la inspiración que sobraba en aquella. Al igual que la primera Annabelle todo nos hace sentir que estamos frente a un producto menor que sirve para tapar el bache de ansiedad entre el plato fuerte de las "El conjuro".
Todo por una nota. Desde 1948 hasta 1989, Checoslovaquia fue gobernada por el Partido Comunista, apoyado fuertemente por el sistema de la Unión Soviética. Con una sociedad dividida y un férreo control de actividades, las libertades sociales fueron cortadas, entre ellas la de una libre elección partidaria. En este contexto se desarrolla La maestra, nuevo opus de Jan Hrebejk, conocido en nuestro país por Lo mejor de nosotros. De inmediato entramos en clima, un aspecto gris, atrasado en el tiempo, un aura triste. Estamos en 1983 pero parece, desde la mirada occidental, que fuesen varias décadas más atrás. El comunismo controla cada aspecto de la vida de los ciudadanos de ese país, y en las esferas de poder prima la corrupción, aunque pocos lo puedan expresar. Hrebejk hilvana un relato simple en varios planos, con hechos que suceden en paralelo y flashbacks que otorgan dinamismo a algo que, de otro modo, se asemejaría más a una obra teatral. Una reunión escolar, organizada por la directora y vicedirectora de un colegio de educación primaria, convoca a todos los padres del grado para debatir sobre el futuro de una maestra, Mária Drazdechová (Zuzana Mauréry). ¿Cuál es el problema con la camarada Drazdechová? La mujer toma lista de los nombres de todos sus alumnos, pero también de la profesión de los padres de cada uno. Luego mantiene encuentros con ellos en los que, básicamente, intenta sacar ventaja de esas profesiones a cambio de “darles una ayuda” con las notas a sus hijos. También se aprovecha directamente de los chicos haciéndoles cumplir quehaceres en su casa, tales como mandados o limpiar los pisos. Ante esto, decir que es capaz de gritar y hasta levantarle la mano a algún alumno, ya suena a obviedad. ¿Cómo es capaz María de hacer eso? Es viuda de un soldado, y presidenta del Partido Comunista de la comuna; lo que la convierte en alguien intocable, inamovible. Si hasta la directora y vice le temen. Micromundo corrompido: En la reunión escolar, los padres deben firmar una nota de queja que obligaría a Drazdechová a abandonar su cargo. Pero no todos están de acuerdo. Algunos por temor, otros por conveniencia. Hay un hecho sucedido con una alumna, a la que hostigó por demás, que llevó el asunto al límite. Pero aun así no será fácil alcanzar la mayoría para que la maestra termine con su régimen. A través de una serie de flashback iremos viendo cómo María actuó con cada uno de ellos. Hrebejk utiliza el tono de comedia satírica para darle marco a un relato en el que no costará hallar analogías. Esta maestra simboliza mucho más que una autoridad escolar, al igual que ese variopinto grupo de padres. Hablamos de un país gobernado por autoridades corruptas y un pueblo que debe decidir si se une para ponerle un fin, o sigue mirando su propia ventaja individual. Hace unos cuantos años existió una explosión del cine checo, reconocido por sus temas sociales y su mirada aguda. La maestra responde cómodamente a esa tradición. Su estructura es dinámica, jamás aburre, y se mira permanentemente con una sonrisa y una exclamación de asombro. Sin embargo, habrá que saber que Hrebejk no creó un film que se abre a la polémica. Su postura es clara y no da lugar a medias tintas ni dobles interpretaciones. Están los tiranos y los sometidos, los corruptos y los que soportan aunque aguardan la revolución en silencio. Esta postura tan marcada, por lo menos desde el afuera, no le permite crecer más de lo que pudo con los logros formales alcanzados. La fotografía y la ambientación de época son sumamente detallistas y elevan al film a un nivel de categoría, más allá de su sencillez. La brillante interpretación de Mauréry, acompañada por sólidos trabajos tanto de los adultos como de los niños, completan un cuadro más que digno. Conclusión: La maestra toma el caso puntual, la anécdota, por el todo. Es mordaz, inteligente, y se estructura detrás de un guion sin fisuras. No obstante, su falta de apertura hacia otras opiniones, o un abanico más grande de posiciones intermedias, enfrían parcialmente el contundente mensaje que trata de enviar.
Un padre ¿Ejemplar? Allá por fines de 2013, No se aceptan devoluciones explotó alrededor del mundo entero convirtiéndose en un inesperado éxito de taquilla, causando opiniones muy divididas, y catapultando a la fama a su director, guionista y protagonista Eugenio Derbez. Muy probablemente un fenómeno sólo equiparable en los últimos tiempos a la española Ocho apellidos vascos. No hay que ser muy avispados para saber que este tipo de taquillazos acarrean la sobre-explotación del producto. Sobre-explotación que suele venir disfrazada de remakes o nuevas versiones, realizadas en otros países que intentan imponer idiosincrasia e idioma propio a la obra ya realizada. Este es el caso de Dos son familia, una película que, si bien marca algunas diferencias respecto de la original, carece de espíritu personal, y recae en errores propios. Samuel (Omar Sy) regentea la parada playera propiedad de Samantha (Clémentine Célarié). Alcanzan unos pocos minutos para saber que el hombre vive de la noche y de la farra, que no toma responsabilidades, y que posee el carisma necesario para engañar y meterse a todos (o a todas) en el bolsillo. Una mañana llega Kristin (Clémence Poésy) con una bebé a cuestas, Gloria, y la abandona en brazos de Samuel, diciéndole que es su hija. Desesperado, Samuel corre a ubicar a Kristin. Pero hay un detalle: Kristin huyó a Londres. Solo, desamparado y con una bebé sobre sus espaldas, Samuel inicia una nueva vida en la capital inglesa transformándose en un padre devoto. Sucesos inexplicables: ¿Pasará Samuel por las penurias propias de quien se encuentra en un país ajeno, sin dinero, sin vivienda, hablando otro idioma, y con una bebé para alimentar? Por supuesto que no; porque el guion (que entre original y adaptación incluye a ocho personas) no para de lanzar arbitrariedades. Así, casi al bajar del avión se cruzará en su camino con Bernie (Antoine Bertrand), productor de televisión, gay, creador de una exitosa serie de acción, y tan confiado como para llevarse a vivir con él a un indocumentado y una bebé a los que conoce hace cinco minutos. En fin. Otro par de sucesos inexplicables desde la lógica, y la bebé se transforma en una niña (Gloria Colston) muy avispada y con muchísima suerte. Su padre, que ahora es doble de riesgo del protagonista de la serie que produce Bernie, se olvidó de ser el hombre que saltaba de cama en cama para ser un padre pendiente de rodear de lujos y conformidad a su hija. Prácticamente Gloria no conoce la tristeza, salvo por reclamar a su madre esporádicamente. Tampoco conoce la verdad sobre su progenitora, a la que cree una espía internacional gracias a las mentiras de su padre. Mentiras que se complicarán cuando Kristin, de la nada, reaparezca. Cambios, para bien y… Dos son familia es remake directa de No se aceptan devoluciones, aunque en realidad podría también estar basada en cualquiera de estas películas sobre hombres que deben afrontar una paternidad desconocida, desde Un papá genial a Un giro del destino. Quizás, a sabiendas de que la original presentaba algunos problemas, en su versión francesa intentan repararlos: si bien parcialmente lo consiguen, terminan recayendo en otros iguales o hasta peores. El principal conflicto de No se aceptan devoluciones era su final. Sin spoilear ni uno ni otro, Dos son familia intenta hacerlo más ligero, ir diluyéndolo, pero lo conduce de un modo abrupto aún para los que ya sabemos qué va a suceder. El cambio de clima, lejos de ser paulatino, es de una escena a la otra, sin darnos tiempo a asimilarlo ni a que el film lo tome como lo que realmente sucedió. Omar Sy no es Eugenio Derbez y -por más chocante que nos caiga el estridente mexicano- hay una diferencia entre ser comediante y un actor que hace comedias. Dos son familia carece de comicidad, es empalagosa, superflua y tremendamente irreal. Se basa menos en las peripecias de un padre inexperto que en la vida de una niña que parece estar viviendo dentro del mundo de Cris Morena. Desde la casa en la que viven (similar a un parque de diversiones) hasta todos los hechos que suceden alrededor de Samuel y Gloria, no hay ni la menor intención de hacerlo creíble. Todo debe asumirse como “es la magia del cine”, con personajes llenos de buenas intenciones y en el que las necesidades económicas son palabras de otro lenguaje. Hablando de lenguaje, Dos son familia encuentra otro embrollo en su faceta de co-producción: desarrollar su acción entre dos países de idiomas diferentes. Samuel nunca aprende a hablar inglés. Sin embargo a veces los interlocutores ingleses le entienden, y a veces no. Del mismo modo, a veces él necesitará de Gloria como traductora y a veces entiende clarito lo que le dicen en inglés. Ah, y como Gloria Colston (que no tiene ni un poco del carisma de la nena original) habla con acento yanqui, le encuentran una excusa muy poco creíble para que hable inglés con ese acento sin jamás haber ido a Estados Unidos. Conclusión: Dos son familia intenta llevar a Europa una historia nacida en el mundo latino como la de No se aceptan devoluciones. A pesar de mejorar (en algunos aspectos) el asunto del final y destinarle un mayor presupuesto para que la historia parezca más internacional, tropieza con un sin fin de arbitrariedades, un mundo que le es ajeno, una poco inspirada interpretación de sus protagonistas, dirección en piloto automático de Hugo Gélin, y demasiados problemas idiomáticos mal resueltos. Problemas que, aún en los peores ejemplos, los originales terminan siendo mejores.
Oportunidad para la mala suerte. Dentro de la positiva oleada de cine de género proveniente de nuestro país en los últimos años, la comedia no ha sido un material esquivo. Una camada de directores jóvenes renovaron la pantalla con comedias que no se apegan al costumbrismo, buscando un público generacional cercano a la edad de sus realizadores. Ojalá Vivas Tiempos Interesantes es un más que digno ejemplo de ellas. Realizada de modo independiente, con reciente paso por el BAFICI, y con la originalidad como bandera a enarbolar; hablamos de una comedia que aplica a la fórmula del género sin encajar dentro de los moldes tradicionales. Hay un único protagonista, Marcos, en la piel de Ezequiel Tronconi, un escritor al que en un primer momento podríamos encontrarle algún punto en común con aquella Charlize Theron de Young Adults. Es un escritor que se dedica a una serie de novelas infantiles muy livianas. Ese presente no lo satisface en absoluto: su idea es dedicarse al público adulto. Debito a que esta serie pareciera no permitírselo, decide abandonar todo y comenzar de cero; sin tener demasiada idea de cómo hacerlo. Pasan los años y esa próspera novela adulta no prosperó, las ideas no fluyen, y lo único que floreció es un negocio de venta ilegal de una droga derivada de los pimpollos de eritrina, una planta psicotrópica. De esta manera Marcos se mantiene vivo, aunque hundido en su patetismo. Más perdido que antes, sin inspiración para darle cuerpo a esa novela, decide (por consejo de un amigo) escribir sobre sus propias vivencias. El problema es que, en la vida de Marcos, los hechos interesantes parecen no ocurrir. Esa suerte (o desgracia) comenzará a cambiar a partir de dos hechos: toma la decisión de planificar un viaje a Canadá y, paralelamente, una mujer asiática le lanzará la maldición que da título al film. Caos y delirio cómico: Ojalá Vivas Tiempos Interesantes hace una apuesta fuerte por el caos y el delirio. Van Dam realiza una introspección por la mente de su protagonista, y apostando a una estética fuerte de alto impacto por la sumatoria del ritmo, realiza un viaje tan personal como el de su criatura. Todo respira aire fresco. Se apunta a un público joven desde las líneas de diálogo, la banda sonora, el montaje, y hasta la elección del elenco; algo que quizás nos haga recordar a un estilo cercano al de Gabriel Nesci, desde un costado más independiente. Ezequiel Tronconi vuelve a demostrar ser un intérprete al que nunca habrá que perderle pisada. Se carga la película al hombro, la hace propia, y si Marcos es un personaje rescatado del patetismo es gracias a su personificación. De alguna forma, este ser que hace todo mal y hace poco por cambiarlo para bien, se vuelve querible en el hacer. Esta presencia tan fuerte del protagónico quizás relegue parcialmente un punto fuerte de las comedias: los personajes secundarios en donde apoyarse cuanto el lineamiento general comienza a fagocitarse. Aquí los secundarios cumplen una función circundante, se relacionan pura y exclusivamente con el protagonista, están a su disposición; todos en la misma línea caótica muy funcional y efectiva a la propuesta. Lo llamativo de Ojalá Vivas Tiempos Interesantes es cómo su realizador logró sobrevolar permanentemente una idea superadora por sobre la directa historia de comedia. Quienes pertenezcan o están interesados en el mundo de las creaciones literarias y artísticas en general, podrán encontrar apuntes muy logrados sobre la vida de los creadores y los momentos de terrible bloqueo, que pueden durar horas, días o décadas. Con una pátina de humor muy ácido y una mirada algo triste que disimula un drama en medio del frenesí, Ojalá Vivas Tiempos Interesantes se eleva en su planteo y utiliza varios elementos como metáforas de esa maldición en la que pareciera todos caemos alguna vez Conclusión: Ojalá Vivas Tiempos Interesantes se impone dentro del panorama actual de comedias nacionales con una apuesta original, divertida, algo incómoda, y un trasfondo para dejar pensando como un espejo de hechos vividos. La fuerza interpretativa de Ezequiel Tronconi y la estética llamativa sin perder su simpleza, terminan de redondear un producto más que convincente para todo aquel que busque algo diferente.
De la mano de un creador como el realizador francés Luc Besson, llega Valerian y la ciudad de los mil planetas; una propuesta cuyo mayor atractivo es su inagotable inventiva visual. A lo largo de casi veinte películas, Luc Besson demostró ser un cineasta inquieto. Puede pasar del policial, al suspenso, a la comedia, el drama o la aventura. Puede desarrollar historias puramente terrenales o abrirse a la más fascinante de las fantasías. Hasta le puso el pecho al cine de animación con una trilogía muy subvalorada como la del pequeño Arthur. De alguien tan ecléctico, lo que habrá que resaltar, es que por más que los proyectos cambien, no cuesta identificar cuándo un film lleva su firma; posee una inigualable capacidad para transmitir carisma a través de la lente. Carisma, eso es lo que sobra en Valerian y la ciudad de los mil planetas; basada en una serie de historietas creadas por Pierre Christin, conocidas como Valerian: Agente espacio-temporal o Valerian y Laureline, allá por los años sesenta. Cincuenta años tuvieron que trascurrir para que, finalmente, alguien decidiera llevar a la acción real la historia de los personajes que le dan título al comic – más allá de una serie animada en 2007 –, y ese tal, no podría ser otro que el director de El quinto elemento. Es inevitable, a la hora de hablar de Valerian y la ciudad de los mil planetas, no recordar a aquella epopeya de Besson de 1997, maltratada en su momento, y hoy considerada una obra de culto indiscutida. A la vista del tratamiento que este nuevo film está teniendo en varias partes del mundo, probablemente repita la historia. Valerian y la ciudad de los mil planetas nos cuenta las aventuras, ubicadas alrededor del año 2500, del Mayor Valerian (Dane De Haan), secundado por la Sargento Laureline (Cara Delevingne), dos agentes especiales encargados de asuntos diplomáticos mayores y mantener el orden entre los territorios habitados por humanos y otras especies. Valerian tiene un sueño, o una visión, sobre la devastación de una especia alienígena; y eso los lleva a ambos a emprender una investigación respecto a una amenaza latente. Investigación que los trasladará a la ciudad de Alpha, lugar en el que convergen distintas especies en paz para compartir el conocimiento común que las haga florecer. Por supuesto, algo anda mal en Alpha y las cosas se complican mucho más de lo pensado. Tomando como base dos comics creados por Christin, Besson realiza un guion en el que balancea correctamente entre la historias de personajes y la acción directa. Valerian y Laureline son personajes jóvenes, en constante ebullición, frescos, y activos. La elección de De Haan y Delevingne es acertada pese a que ambos no luzcan grandes dotes actorales. La química entre ellos reboza y eso es lo fundamental y lo que termina apuntalando la propuesta. En el film se habla mucho del amor y el romance, por lo que era importante tener a dos protagonistas, con espacio balanceado, y que expresaran esa tensión de deseo constante. No solo ellos, el resto de los personajes despiertan carisma, nos dibujan una sonrisa y hacen las dos horas veinte de relato muy amenas, sumado al clásico corte pop al que nos tiene acostumbrado el director. La narración se toma todos los tiempos necesarios y, es cierto, tiende a dispersarse permanentemente en su afán de querer presentarnos las maravillas de ese universo. Besson se comporta como el niño con un juguete nuevo y novedoso, quiere mostrárselo al mundo. Mucho se ha hablado de las películas que tomaron como inspiración la historia de Christon y la pluma gráfica de Jean-Claude Mézières utilizada en la serie de comics, entre ellas Star Wars y Avatar. Si bien es cierto que en el film de Besson es fácilmente reconocible, desde las imágenes, algunas ideas que ya se han visto antes en el cine a modo de señalar “esto fue creado primero” (como el Halcón Milenario o Jabba The Hutt); también es cierto que Valerian y la ciudad de los mil planetas toma referencias ajenas para crear su mundo propio. En las manos del responsable de Nikita, el universo que alguna vez presentó Mézières se ve como nuevo, esplendoroso, más aún en el primer tramo en el que se retende una presentación de personajes y ambientes. Un uso más que correcto del 3D, y una paleta de colores riquísima, resaltan la magia visual para maravillarnos. A esa gracia visual, Besson le suma una dinámica jocosa, la imórtancia de no tomarse demasiado en serio y poder tener la libertad de plantear un entorno de comicidad sin que sea una parodia. Ante todo, Valerian y la ciudad de los mil planetas es una propuesta altamente entretenida y divertida, que más allá de su abultado presupuesto, mantiene un espíritu de serial y el desprejuiciado estilo de las destinadas a Clase B. Prueba mínima de ellos es la capacidad para permitirse un interludio musical, o el cotilleo romántico entre los protagonistas, algo muy propio de aquellas propuestas a las que termina haciendo honor. Será este toque en el que termine demostrando que detrás de cámara no hay uno más dirigiendo la batuta. Valerian y la ciudad de los mil planetas no es un film perfecto, y sus debilidades saltan a la vista con un metraje extenso, declive a dispersarse continuamente con la consecuente dificultad de encontrar su eje, y alguna subtrama que pudo estar mejor desarrollada. Pero también es una propuesta honesta, que no busca esa perfección, que antepone el entretenimiento y ofrece un atractivo que la diferencia de las muchas aventuras espaciales que puedan salir por año. Con sus altas y sus bajas, Besson lo hizo de nuevo, tiene en sus manos un nuevo culto pop para ofrecernos.
¿Será Stephen King uno de los autores cuyas obras más veces han sido adaptadas a la pantalla? Desde películas para sala o TV/Directo a video, series y miniseries; su nombre es de los pocos – referidos a novelistas actuales – que ostentan la distinción de aparecer en el propio título de la película o serie a modo de enaltecerla como toda una referencia sobre lo que podemos llegar a encontrarnos. Desde la mítica Carrie a la actualidad, los proyectos no han parado de surgir, con una base muy importante entre finales de los ’80 y los años ’90. Sin embargo, existía un título que parecía se resistía a ser adaptado; por supuesto hablamos de La torre oscura. Desde la aparición del primer libro de esta saga de un total de ocho allá por 1982 hubo intenciones infructuosas de llevarla al cine. La saga fue creciendo a modo del proyecto más ambicioso de King, que hasta tiende redes con otras obras novelas de su firma (en la película este detalle es notorio). Finalmente, tras mucho esperar, esta historia que mezcla la ciencia ficción, la acción, el western, y el terror, tomó forma de guion y llegó a la pantalla con la dirección de Nikolaj Arcel; y la decepción no pudo ser mayor. Abramos el paraguas, para quienes hayan leído las novelas, la película condensa las primeras novelas de la saga y las une de algún modo con la última, tomándose muchísimas libertades, por lo que, podríamos decir que el guion creado a ocho manos por Akiva Goldsman, Jeff Pinkner , Anders Thomas Jensen, y el propio Arcel es una historia nueva. Veamos para quienes son neófitos. Hay una torre en el centro del universo que nos protege de la oscuridad que lo tapa todo. Hay dos bandos, unos que la protegen, y otros que quieren destruirla para que la oscuridad nos domine. Esta torre puede ser destruida con la mente de un niño. Jake (Tom Taylor) es adolescente que sufre de constantes pesadillas en las que sueña con esta historia de la torre y los dos bandos. Las visiones lo atormentan y ello plasma dibujando. Claro, desde su familia hasta sus amigos, creen que está loco. La ciudad se encuentra convulsionada por una serie de terremotos que nos hacen pensar que el punto cumbre está cerca, y Jake lo relaciona directamente a sus pesadillas. Cuando los seres de piel falsa con los que Jake sueña se hagan presentes a modo de responsables de una institución a la que lo quieren llevar, él huye y se topará así con losdemás personajes, los buenos, y los otros. La batalla entre El pistolero Roland (Idris Elba), y el oscuro mago Walter (Matthew McConaughey) por fin llegará a su climax con Jake ayudando al primero y siendo codiciado por el segundo para destruir la torre. Esta historia, que escrita parece algo compleja, en la pantalla se ve de los más simple, o por lo menos, no despierta el interés necesario como para indagar sobre ella más que el hecho de un bueno, un malo, un adolescente clave, y una torre negra en el medio. Esta falta de motivación en el espectador, se debe a que La torre oscura toma algunas decisiones de dudoso resultado. De entrada notamos que carece de todo prólogo. Más alláde una placa mínima al inicio que poco aclara, de inmediato se nos introduce en el medio del desarrollo, sin darnos tiempo que conozcamos a los personajes y el ambiente. Desde ahí hasta las escenas finales, serán pocos los minutos que se tome para expandirse un poco, (casi) todo se reduce a las batallas cual Coyote y Correcaminos entre estos tres personajes y dos bandos. Definitivamente se nota condensada. Todo aquello, que aún sin haber leído las novelas, se entiende que King habrá querido transmitir como algo metafórico, aquí es llevado a la más directa literalidad. La torre es algo físico, visible, y muy parecido a la guarida de Sauron. Los buenos son buenos porque sí y los malos son malos… porque sí. Los niños son sometidos a una silla con precintos y casco que transcribirá sus pensamientos en bolas de fuego disparadas sobre la torre, en medio de unas escenas que gritan a los cuatro vientos El vengador del futuro. Como seremos sometidos a una balacera permanente y efectos CGI interminables, no habrá tiempo para la reflexión, el doble lenguaje, todo tiene que ser llevado al plano de lo obvio. Si de obviedades hablamos, los personajes abusan del término cliché y carecen del carisma natural que siempre sobraba en las adaptaciones de las obras del autor de It. Jake fue escrito con el manual del joven problemático en mano, tanto sus actitudes como las de los que lo rodean responden al lugar común y a las incongruencias más ilógicas pero necesarias para que todo avance (¡ay esa madre!). Lo mismo podríamos decir de Roland y Walter, buenos yy malos si motivaciones reales, casi caricaturescos en sus lineamientos. Habrá que decir que la dirección actoral y las interpretaciones tampoco ayudan. Idris Elba prácticamente no despega sus ojos del costado de la cámara, repite sus parlamentos sin emoción alguna, y rara vez nos hace sentir el peso del héroe. McConaughey parece querer imitar a Scott Bakula en Lord of Ilussion, sobreactuación de movimientos y cero gesticulación facial o de dicción. Sus enfrentamientos despiertan poco. A la vista, La torre oscura es una propuesta fallida por todos los flancos, cuyo único interés será alguna risa involuntaria (tampoco demasiadas como para hacerla de culto) y el festejo por su corta duración. Nuevamente la maldición de los proyectos largamente postergados se hizo presente.
Por cuestiones de lejanías, hay determinados territorios que desde la cultura occidental despiertan nuestro interés por el “simple” hecho de las marcadas diferencias respecto a nuestras costumbres. Costumbres que pueden ir desde una forma de vestir, a posturas ideológicas marcadamente disímiles. Del amor en Túnez: Quizás ese elemento cultural sea el principal atractivo de La Amante, que pone al amor y sus obligaciones en primer plano, pero dejando en claro que detrás se intentan expresar otras cuestiones. A principios de esta década, los países de Medio Oriente se vieron atravesados por los acontecimientos conocidos como la Primavera Árabe. Un movimiento consistente en una serie de manifestaciones reclamando mayor apertura cultural acorde a los tiempos que corren, sobre todo teniendo en vista el espejo occidental (muchos de esos movimientos fueron financiados por las potencias que ya podemos imaginarnos). En este marco se desarrolla La Amante y la vida de Hedi (Majd Mastoura, ganador en Berlín como mejor actor), vendedor en una concesionaria de autos, de 25 años, y presionado por una familia muy tradicionalista. Mientras que los suyos, comandados por su madre, se muestran exultantes e histriónicos, Hedi es un ser opaco y taciturno, casi como si no se animase a expresar lo que siente y cargase con toda la presión sobre sus espaldas. De hecho, es así: se encuentra a los pies de un matrimonio arreglado por su familia con una mujer que no desea; pero teme revelarse. Una luz encendida: ¿Cuál será el detonante para que las cosas comiencen a cambiar? Hedi debe realizar un viaje de trabajo; para eso sale de su entorno y se instala en un hotel. Será ahí que conozca a Rym (Rym Ben Messaoud), una mujer guía turística, alegre y extrovertida que lo cautivará… pero que no es la que su familia eligió para él. Hedi se balancea de un costado hacia el otro, y lo mismo hace la cámara de Ben Attia. Los contrastes entre las escenas con su familia y con Rym son notorios, y cada una expresa algo puntual. La familia es la férrea postura tradicional, oscura e inflexible, casi anticuada. Rym es la libertad del amor, del sexo, del deseo de escapar hacia otro lugar: es la ventana occidental, europea, al mundo de Medio Oriente, expresa plena luz, festividad y riesgo. Claramente, hay una postura asumida. Si en su primer tramo La Amante parece más inclinada a una denuncia hacia una cultura castradora tunecina o de Medio Oriente en general, pronto abandona ese costado más serio para inclinarse hacia la comedia romántica tradicional, con un dejo de tristeza. Las analogías aparecen de modo bastante explícito. Como resultado, La Amante no será uno de los films con mayor énfasis en las cuestiones sociales generales, optando más bien por una arista particular y una mirada liviana no del todo original, apoyada en el buen lucimiento de la pareja protagónica. Conclusión: Con aspectos técnicos correctos, sin aprovechar demasiado los espacios abiertos y haciendo foco en los movimientos de cámara y juegos de luces contrapuestos, Mohamed Ben Attia apuesta con La Amante a un guion que esté a la altura de quienes no conozcan a fondo las cuestiones culturales de su país. De tono amable y entretenida, no será uno de los pilares del nuevo cine cultural de Oriente Medio, pero su balance no deja de ser satisfactorio.
El canto paternal. Las relaciones de padre e hijo se encuentran entre los tópicos más visitados del cine; más si se trata de padres largamente ausentes. En Argentina, alcanza con mirar buena parte de la obra de Daniel Burman, como El Abrazo Partido y Derecho de Familia, para ver que tampoco le hemos sido ajenos. Pablo Stigliani había debutado en la silla de director hace cuatro años (aunque finalmente se estrenó hace dos) con Bolishopping, película que, si bien no tiene demasiada relación con Mario On Tour, sí comparten la estructura de un film independiente, chico, con una historia sencilla enriquecida por sus personajes. Además, de alguna manera, en aquel film había alguna relación cercana a lo paternal. Acá el protagonista es Mario (Mike Amigorena), un hombre que intenta subsistir con trabajos esporádicos (como la degustación de alimentos) y sueña con alguna vez poder ser un ídolo de la música. Mientras tanto, acompañado de su manager y amigo Damían “El Oso” (Iair Said), realiza shows tributos a Sandro. No imitándolo, sino en plan covers algo remozados. Mario tiene un hijo, Lucas (Román Almaraz), con el que por esas cosas de la vida hace rato no tiene conexión; pero una pérdida repentina hará un click en él. La madre de Lucas (Leonora Balcarce) no está muy convencida ni menos feliz de ese reencuentro con el chico, y teme que Mario vuelva a desilusionarlo. No obstante, no puede negarse a que pase un fin de semana con él. Querrán las vueltas del guion, que justo el fin de semana que Mario pensaba pasar tranquilo en su casa conectando con su hijo, surja una gira por el interior de Buenos Aires con destino final en Santa Teresita. Sin avisarle a la madre, los tres (Lucas, El Oso y Mario) emprenden camino. Mario On Tour es una road movie de esas muy simpáticas. Por momentos puede hacernos recordar a otra joyita de nuestro cine independiente que quizás pasó algo desapercibida: Road July. Como dice la regla de estas películas, Lucas al principio estará irascible, no querrá saber nada con Mario, con su gira como cantante, y tendrá una relación de lo más tirante con El Oso. Permanentemente les refregará que su padrastro Rodi (Rafael Spregelbud) es para él algo así como el padre que todo niño quisiera tener. Sí, Lucas pasa por esa etapa de puro conflicto llamada adolescencia. Pero poco a poco, aflojará. Stigliani creó una película con una historia muy sencilla y que más de una vez pasa por excusa para poner a sus personajes en escena; y es que en verdad eso es lo que le interesa: hablar de las personas y sus lazos. Mario, Lucas y El Oso son personajes queribles (bueno, Lucas al principio despierta algo de rabia), con personalidad y muchísima química entre ellos y con la propuesta. Para esto no solo cuenta que sean bien delineados, hay un elenco que les brinda el alma. Mike Amigorena se aparta bastante de los roles que le vemos hacer comúnmente. No parece ese hombre de pañuelo al cuello, actitud de clase media acomodada y mirada por encima del hombro; logra imprimirle a Mario mucha ternura y humanidad. Uno le cree que realmente quiere relacionarse con su hijo, que no tiene demasiados recursos para hacerlo, pero está dispuesto a darlo todo. A ello hay que sumarle dotes vocales cumplidoras. Iair Said tiene un decir particular, que acá le sirve muchísimo para componer a “El Oso”. A su talento natural para la comedia, le suma características de hermandad con Mario y un duelo muy particular con Lucas. Como si Mario fuese el padre permisivo, y él quien pone las reglas. Román Almaraz es una joven promesa que logra conectarse perfectamente con sus dos contrapartes y expresa con naturalidad los sentimientos de este chico conflictuado. Mario On Tour no necesita de estridencias. El tono medio y calmo que maneja es exacto, y -si bien no es permanente la carcajada- habrá momentos de mucha gracia. Conclusión: Mario On Tour no necesita ser un film demasiado original para cumplir con todo lo que promete y entregarnos una propuesta muy amable, bien realizada y con su punto fuerte en las actuaciones. Sencilla y enternecedora.
El cuarto film de Santiago Mitre, La Cordillera, se adentra en lo más fangoso de nuestra actualidad política, con grandes actuaciones y un despliegue técnico envidiable; pero su tono distante y su constante indefinición no permiten concretar el proyecto que pudo haber sido. ¿Cómo será la vida de aquellos que ostentan el poder? Una pregunta que siempre se ha planteado la ficción desde diferentes géneros, aquí y allá de nuestras tierras. Desde las miniseries El Hombre, Milagros en Campaña, El asesor, o el clásico del cine cuasi independiente El custodio, por citar algunos ejemplos; siempre nos interesó a los argentinos observar la cocina detrás de las altas esferas; con mayor o menor grado de mito y realidad. La Cordillera es uno de los proyectos cinematográficos nacionales más anunciaos y promocionados de los últimos tiempos. Desde su posibilidad para filmar en la casa de gobierno; desde el hecho de ver a nuestro actor más taquillero encarando al líder de nuestro país; y sí, su gestación dentro de una coyuntura caldeada. Por más que lo nieguen o quieran (poco) disimularlo, La Cordillera está atravesada por los hechos recientes del país y las comparaciones serán inevitables. No se puede ser (del todo) inocente a la hora de presentar un producto como este. En efecto, Ricardo Darín interpreta a Hernán Blanco, presidente argentino. Se encuentra en un momento crucial de su mandato, son los momentos inminentemente previos a una cumbre de presidentes americanos para la firma de un acuerdo comercial. Ese encuentro se desarrollará en Chile, a los pies de la Cordillera de Los Andes, y ahí transcurre nuestra historia. A poco de salir cae el primer baldazo, su ¿ex? Yerno aparentemente destapará la olla pública frente a un caso de corrupción; de alguna manera hay que calmarlo, o callarlo. Para eso, la asesora presidencial, Luisa Cordero (Érica Rivas) irá en busca de la hija de Hernán, Marina (Dolores Fonzi), una chica rebelde, que no quiere saber demasiado con asuntos de poder, y no tiene la mejor de las relaciones con su padre. Marina será llevada a esa cumbre en La Cordillera, y en ese encuentro de padre e hija, algo aflorará, algo que puede ser aún peor que un caso de corrupción. Con guion del propio Mitre y Mariano Llinas, La Cordillera maneja dos películas en una. Ni siquiera son dos historias, son dos películas, con historias diferentes, que apenas se tocan por tender a un ismo personaje central, pero de tonos diferentes, hasta géneros diferentes, y ambas con resultados dispares. Hernán Blanco deberá lidiar con esa cumbre y los entretejidos políticos detrás, a través de diferentes reuniones con varios líderes políticos de otros países de la región, con una periodista incisiva (Elena Anaya), y con la toma de una decisión final que, en realidad, desde un principio sabemos cuál será. Pero también debe lidiar con sus asuntos familiares, con ese hecho de corrupción que pareciera ser solo un disparador para que despierten otros hechos del pasado, y una hija a la que le costará contener. La trama política con toda su suciedad, y la trama familiar con todos sus secretos. Posiblemente, la rutina de un presidente sea así, lidiar con asuntos públicos y privados a la par; en todo caso, por determinadas cuestiones, La Cordillera, lo lleva a un plano en el que no solo ambas aristas no se tocan, no parecen del todo realistas. La cuestión de la cumbre será la más salvable, tratada con una extrema solemnidad que nos dificultará ingresar a ella, y con algunos errores protocolares que quizás sean más notorios para los eruditos en el tema, entendibles desde la fluidez o impacto de la narración. Los asuntos familiares serán lo más complicado de asimilar, quizás por asumir una veta que roza atraviesa) lo esotérico, sometiendo al espectador a dilucidar si lo que ve es una realidad o la fantasía de uno delos personajes. Ese hecho que puede o no ser sobrenatural, nunca encaja bien con el resto de la película, y la lleva a un terreno difícil de salir. Por último, sus falsos intentos por intentar disimular una obvia postura de opinión sobre nuestra actualidad, la lleva a un tono medio, timorato, distante, que no la favorece. Tanto Javier Julia, como Sebastián Orgambide en la fotografía y dirección de arte, respectivamente, apuntalan la propuesta para arriba, haciendo un correcto uso de las bellezas naturales, prevaleciendo os tonos blancos y grises, la sobriedad de esas esferas de poder, y la oscuridad que pronto teñirá el asunto familiar. Visualmente, La Cordillera causa un gran impacto. Lo mismo podríamos decir de las interpretaciones con un Darín contenido y de aristas algo perversas, Dolores Fonzi y un personaje perdido, y Érica Rivas que si bien su personaje desaparece intempestivamente durante el primer tramo pareciera ser ella la protagonista. Todos están más que correctos y serán dignos de alguna posible premiación. Parrafo aparte para Gerardo Romano como “El Gallago” Castex, jefe de gbinete, en una actuación brillante. Sus apariciones son menos de las que quisiéramos, pero cada vez que interviene, La Cordillera se eleva. Técnica y actoralmente irreprochable, La Cordillera sufre por un guión que no termina por definir ninguna de sus dos puntas, por un tratamiento frío, y algunas cuestiones inexplicables. Presumiblemente todo daba a pensar que este nuevo film de Mitre podía dar para mucho más.
Basada en la famosa serie de novelas homónimas de Dav Pilkey, Las Aventuras del Capitán Calzoncillos: La Película enaltece los valores de la amistad y el compañerismo en un frenesí propio de la caricatura. ¿Qué tipo de alumno fuiste en la escuela primaria? ¿De los más aplicados o de los más revoltosos? A estos últimos pertenecen George y Harold, dos compañeros del cuarto grado, amigos inseparables, que sólo buscan pasarla bien practicando todo tipo de bromas. ¿Inseparables? Eso está por verse. Otra de las actividades de Harold y George consiste en idear y graficar una serie de comics con un superhéroe creado por ellos, el Capitán Calzoncillos… porque todos los superhéroes parecen andar en calzoncillos, y este realmente lo hace. En estos comics ellos plasman gran parte de la realidad que los rodea, haciendo de sus conocidos, personajes. Esta actividad, sumada a las bromas pesadas, los pone entre las cejas del alterado director del colegio Mr. Krupp (Ed Helms), quien mediante una treta consigue atraparlos con las manos en la masa. ¿El castigo? Ponerlos a cada uno en un salón de estudio distinto. Estos son el tipo de planteos que hace Las Aventuras del Capitán Calzoncillos: La Película. Poner como el apocalipsis el ser separado de aula de tu mejor amigo. La posibilidad de que se termine esa camaradería tan propia de los nueve años. George y Harold son chicos comunes, con muchísima imaginación e inventiva, que hacen todo lo posible para pasar todo el tiempo juntos, y que, a su modo, se rebelan frente al conservadurismo del adulto, representado, entre otros, por Krupp. Estas simples cuestiones son las que hacen a Las Aventuras del Capitán Calzoncillos: La Película una propuesta a tener en cuenta. Tanto chicos como adultos pueden identificarse con este par que solo quiere divertirse, como cualquiera a esa edad. Dos chicos que dan rienda suelta a su imaginación y eso les trae en igual medida cataratas de diversión y varios problemas. Nicholas Stoller, además de reconocido director, es uno de los grandes guionistas de comedia de los últimos tiempo; al punto de saber encontrar el punto medio entre la comedia zafada y la inocencia infantil. Productos nobles como ambas Muppets o Cigüeñas (para hablar de cintas infantiles) llevan su firma, y ahora vuelve a aceptar. La pluma de Dav Pilkey parece ser ideal para Stoller, y entre ambos logran una historia llena de dinamismo y creación, casi como si los propios George y Harold guionaran su propia película… y algo de eso hay. Uno de sus hallazgos es la permanente ruptura de la llamada cuarta pared, sumada a la autoconciencia de ser una película. Este técnica narrativa no solo le da una conexión permanente con el público sino que la convierte en una propuesta original e inesperada. El mismo recurso era ya utilizado en los famosos cortos de Merrie Melodies, y sí, Las Aventuras del Capitán Calzoncillos: La Película, es casi tan caricaturesca como aquellos. Desde su animación básica y juguetona, su ritmo frenético, y el desprejuicio por mantener una línea narrativa normal, todo grita a viva voz, caricatura. Harold y George se verán en apuros frente a la amenaza de ser separados, y en uno de los intentos por frenar el accionar de Krupp, lo terminarán hipnotizando y haciéndole creer que él es el Capitán Calzoncillos… casualmente cuando, sin que ellos lo sepan, un villano de temer que busca prohibir las risas, acaba de arribar al colegio. Las Aventuras del Capitán Calzoncillos: La Película, dirigida por David Soren (Turbo), renuncia a la lógica, a atenerse a la realidad, pese a que los planteos de fondo sean bien palpables para el público infantil y adulto. Una sonrisa se dibujará desde los ocurrentes títulos iniciales y no se borrará hasta que culmine la secuencia intermedia de créditos finales y un par de horas más. Las carcajadas están aseguradas. Stoller, como guionista, entiende que una película puede tener humor adulto, ser tierna, extremadamente divertida, inteligente, y aún seguir siendo infantil. Hay algo que subyace una vez que Las Aventuras del Capitán Calzoncillos: La Película termina, nos quemamos con ganas de volver a verla y de que las historias de este dúo continúen.