Sexto largometraje de Daniel de la Vega, "Punto muerto", sigue indagando, con éxito, en los vericuetos del cine de género dentro de cine argentino, esta vez a modo de un gran homenaje al cine policial negro de los años ‘40 y ’50. Hubo un tiempo en que hacer cine de género en Argentina era todo un desafío de valientes. Una osadía en la que pocos se aventuraban. No es un tiempo tan lejano; los comienzos de este Siglo nos encontraron celebrando las primeras ediciones del festival Buenos Aires Rojo Sangre y junto a él la tímida aparición de una nueva generación de cineastas que no querían hacer el cine que se venía haciendo, pero tampoco les interesaba la solemnidad del Nuevo Cine Argentino (mamado en la FUC) tan en boga en esos momentos. Ellos querían cine de género, algo que acá hacía décadas que no se hacía (por lo menos no masivamente), y lo lograron a fuerza de empuje y un gran emprendimiento de colaboración conjunta. Entre los nombres de esa época – que sirvió de puntapié para esta actual más amigable y fructífera – sobresale el de Daniel de la Vega, un pionero con títulos como "Jennifer Shadow’s", "La muerte conoce tu nombre", y "Hermanos de sangre". De la Vega es un emblema de nuestro cine de género, y actualmente, cada película suya parece querer seguir descubriendo zonas ocultas. Lo hizo con el giallo (¡y en 3D!) en "Necrofobia", con el terror sobrenatural de carreteras y sectas en "Ataúd Blanco", y repite en la mejor de sus formas con "Punto Muerto", avocándose al policial negro. ¿Es posible en 2019 estrenar un policial noïr, negro como los que se habían en los años ’40 y’50? De la Vega nos dice que sí, y para probarlo, nos ofrece su mejor película hasta la fecha. "Punto Muerto" es una película de cacerías, de juegos de gato y ratón. El protagonista es Luis Peñafiel (Osmar Nuñez), un exitoso escritor de policiales de mucha fama rendida a sus pies, y un fuerte detractor, Edgar Dupuin (Luciano Cáceres) un crítico literario incisivo que hostiga a Peñafiel, y lo persigue con aquello que aun el escritor no pudo resolver en su vasta obra literaria, un crimen perfecto a puertas cerradas. Peñafiel, y su ayudante (Rodrigo Guirao Díaz), plantean todas las posibilidades frente a un Dupuin que lo rechaza y juega con su psiquis. Pero luego todo se desmadra, la ficción y la realidad confluyen como en Necrofobia, y Dupuin desaparece y se lo da por muerto, todo en un cuarto cerrado, tal cual el enigma sin resolver. Las miradas apuntan hacia Peñafiel, quien junto a su ayudante deberán resolver este ahora real crimen, antes de que la policía (Daniel Miglioranza) los acuse, y antes de que el enigmático hombre negro se siga cobrando víctimas. Un juego de gato y ratón de Peñafiel con sus antagonistas, y consigo mismo, su mente. "Punto muerto" acumula homenajes y referencias que hablan de un realizador muy a consciencia de lo que hacía. El más evidente es el nombre del protagonista, Luis Peñafiel es el seudónimo del gran Chicho Serrador en películas como "Obras maestras del terror". Pero no se limita a eso, podemos encontrar guiños que van desde el mundo del cine, al mundo literario, desde Narciso Ibañez Menta, Román Viñoli Barreto, y Carlos Hugo Christensen, a Arthur Conan Doyle, Edgar Allan Poe, Ellery Queen, y Agatha Christie. Quizás todos nombres que al igual que el protagonista se plantearon una escena del crimen compleja que los aquejaba. Lo fabuloso y celebrable de De la Vega en "Punto muerto", es como no se queda en el homenaje extranjero (los hay también a Hitchcock y Lon Chaney, por ejemplo), sino que recurre a una época en la que en Argentina hacer cine de género era una fiesta; probablemente en un anhelo de que esas glorias regresen. De la vega bebe de los grandes, pero hace los elementos suyos, muchas de las constantes de su cine están acá. Los juegos de la mente, la noción perdida entre ficción y realidad, la mirada juzgada al propio protagonista, las claves del submundo, todo nos retrotrae a su propio cine, mezclándolo con el de los grandes maestros, del celuloide, y de la tinta. De la Vega es un sólido director de actores, y aquí lo vuelve a demostrar otorgándole espacio de lucimiento a todos sus personajes principales y secundarios. También se luce en el manejo del espacio y la puesta escenográfica. La fotografía en profundo blanco y negro de contraste, crea el clima ideal cortante como en la gran El vampiro negro. Los zooms y los primeros planos, nos llevarán hasta La bestia debe morir. Los duelos de a dos, recordarán a Obras maestras del terror. Nada está librado al azar. Osmar Nuñez no hay nada que no pueda hacer, su interpretación de este escritor es formidable. Lo mismo podemos decir de Luciano Cáceres y un Dupuy que incluye un cambio de pose y voz sorprendente. Si de sorpresas hablamos, Rodrigo Guirao Díaz deja al galán de lado, y entrega la mejor actuación de toda su carrera. El detective de Miglioranza, y la dama de Natalio Lobo también están en grades alturas de actuación. "Punto muerto" es otra muestra del momento de plena salud en que se encuentra nuestro cine de género. Un cine que se permite la experimentación, el (auto) homenaje, y la referencia cruzada. Daniel de la Vega atraviesa generaciones entre aquella primaria y esta que lo recibe como un experimentado que aún tiene mucho para entregar, "Punto muerto" lo encuentra en su mejor momento, salud.
¿Secuela? del inesperado éxito de 2017, "Terror a 47 metros: El segundo ataque", de Johannes Roberts, cumple sobradamente con lo que una película de su especie debería cumplir. Es sumamente divertida. Cuatro adolescentes prototípicas desoyen cualquier advertencia y se arrojan a un acantilado aislado con vista al mar, para luego quedar encerradas en el mismo y ser presa de un grupo de tiburones hambrientos. Con esta premisa, ¿a alguien se le ocurriría pedir lógica, raciocinio, verosimilitud, o algún estudio sesudo por el estilo? Respóndanse ustedes mismos; pero no deberían entrar al mundo de "Terror a 47 metros: El segundo ataque", pidiendo más que una hora y media de diversión descerebrada y (algo) sangrienta. Al igual que las chicas protagonistas, tampoco es que nosotros no sabíamos dónde nos metíamos. No solo porque el cine de ataque de tiburones es tan viejo como el clásico de Spielberg, sino porque ese subtítulo “El segundo ataque” no es en vano. En 2017 se estrenó "A 47 Metros (47 metters down)" – sin el terror, ojo – , una película que tuvo un trayecto digno de otra película en sí detrás de cámara. Por un problema entre productoras quedó en un limbo mucho tiempo sin estrenarse, a mitad de año llegó a VOD y rental con otro título ("In the Deep"), el mismo día fue adquirida por otra empresa que decidió retirar todas las copias y estrenarla en salas – aunque en el submundo pirata era fácil encontrarla – y se terminó convirtiendo en un éxito absoluto, uno de los films más rentables en cuanto a diferencia de costo de realización y taquilla. La continuación que vemos a partir de hoy se puso en marcha de inmediato. Aquella tampoco era un dechado de seriedad, dos hermanas que buceaban en las profundidades del océano encerradas en una jaula atada a un barco, hasta que la cadena se rompe y ellas quedan libradas al azar con un tiburón que las merodea; pero al igual que esta, ofrecía un alto entretenimiento. Es que esa parece ser la marca registrada de su director, el inglés Johannes Roberts, un nombre que ya habría que tener en cuenta si de terror estilo Clase B se trata. El mismo 2017 de "A 47 metros", estrenó "Los extraños: Cacería nocturna", que dejaba de lado la extrema (y convincente) solemnidad de "Los extraños", para entregar una secuela llena de delirios y diversión barata que los fanáticos del género supimos aplaudir. Y si revisan para atrás, (salvo la aburrida Del otro lado de la puerta) su filmografía está plagada de títulos que le huyen a la seriedad y abrazan la locura de la sangre delirante. En Terror a 47 metros: el segundo ataque, vuelve a hacer de las suyas, aunque su inicio, algo lento, hace pensar que no. No necesariamente es una secuela, ya que cuenta una historia completamente diferente a la de A 47 metros. Otra vez tenemos a dos hermanas, o mejor dicho, hermanastras, Mía (Sophie Nélisse) y Sasha (Corinne Foxx), que son el agua y el aceite, o algo así. Mía es introvertida y algo nerd (aunque físicamente parece lo contrario), y Sasha es la chica que hace de todo por ser popular y llevarse bien con la it girl, por más que sepa que esta es pérfida. Entre ellas no hay onda y la relación está quebrada, más allá de que el padre de Mía (John Corbett), y la madre de Sasha (Nia Long) hagan todo por unirlas. Mía sufre por la pérdida de su madre biológica, de la que se responsabiliza, y es hostigada por sus compañeras de clase. A Sasha le da vergüenza que la vean con Mía. Todo esto ocupa un par de minutos iniciales, y la verdad Johannes, es que no nos interesa. Cuanto antes queremos que se callen y cometan la torpeza de meterse al agua. Por suerte eso sucede rápido. Sasha persuade a Mía a escaparse de una vista escolar junto a otras dos amigas, Alexa (Brianne Tju) y Nicole (Sistine “soy la hija de” Stallone); y las cuatro se dirigen a un acantilado oceánico a tomar sol y reírse un rato como lo estúpidas que son. Para más prueba de su estupidez, casi inmediatamente, se arrojan al océano para nadar; y como si no les bastara, deciden ir a visitar una cuevas submarinas en donde se halla un templo maya. Sí, ni bien se meten las cuatro, la puerta del templo se cierra, hay un derrumbe, y quedan encerradas sin poder salir a la superficie. ¿Es la falta de oxígeno el mayor de los problemas? No, es la manada de tiburones que habitan en la cueva, y que hace mucho no prueban la carne de adolescente fresca. "Terror a 47 metros: El segundo ataque" es apta para mayores de 13 años, así que elude el mostrar mucha sangre, al igual que su original. Pero Roberts se las ingenia para remplazar la abundancia de sangre con escenas de riesgo constante realizando una película vibrante, que desde que esa puerta se cierra no para y hace que nos aferremos a la butaca y saltemos con cada topetón. En definitiva, es eso lo que fuimos a ver. Sí, los personajes son bastante odiosos, no importa, son carnada. Hay muchos momentos que no tienen sentido, hay muertes “sorpresivas” que las podemos adelantar (e igual las festejamos), y la historia en sí no resiste ningún análisis. No influye, porque entre tanto tiburón y tanto ahogo por la falta de oxígeno no tenemos tiempo de andar pensando, y por si acaso a uno se le ocurriese hacerlo, es aconsejable poner el cerebro a enfriar en el fondo del vaso de gaseosa junto con los hielitos. Los escualos cumplen, hacen bien su tarea, y nos lo muestran cuando hay que mostrarlos, y los esconden de modo amenazante cuando hay que esconderlos. No todo es gratuito y Johannes Roberts sabe cómo dosificar bien los momentos para que eso que llaman diversión esté siempre asegurado. No, Spielberg sigue respirado tranquilo porque a su obra maestra nadie la toca. Terror a 47 metros: El segundo ataque se conforma con lo que ofrece, hora y media de gran entretenimiento para descansar la mente, y dedicarnos a otra cosa al abandonar la sala. No esperábamos más, y está muy bien.
El segundo largometraje de Rodrigo “Gory” Patiño, Muralla, éxito en su país de origen Bolivia, es una sensible mezcla entre el policial negro actual, y el cine de denuncia social frente a una realidad inocultable como la trata de blancas. No es ninguna novedad, en las zonas limítrofes, el tráfico de personas, así como el narcotráfico, es algo más corriente de lo deseable. Hay muchísimos informes periodísticos, novelas, y películas al respecto. Muralla, segunda película de Gory Patiño luego de Cielito lindo, viene a entregar su propio granito de arena. Si por algo se destaca Muralla de otras similares (Traffic y Sicario como títulos muy conocidos) es por la sensibilidad y honestidad con la que aborda su tratamiento al que siempre pretende mantener con verosimilitud a rajatabla, más allá de algunos clichés en momentos claves. Quizás la razón de esto la dio el propio Patiño en una entrevista en la que relató que la génesis de su segundo opus comenzó con una investigación que una sus guionistas Camila Urioste (en conjunto con Fernando Arze Echalar – también protagonista – y el propio Patiño) realizó sobre el tema para la puesta de una obra de teatro. El asunto les resonó y desencadenó la realización de esta co-producción con Argentina, que el año pasado se convirtió en todo un éxito en nuestro país vecino. Muralla puede hacer referencia a una pared metafórica que habrá que atravesar. Pero también se refiere al sobrenombre del personaje protagonista, Jorge, o Coco Rivera (Fernando Arze Echalar), al que apodan Muralla gracias al mito de ser un arquero infranqueable durante los años ’90. La realidad de hoy en día lo encuentran conduciendo una combi o mini bus con la que intenta trasladar distinta mercadería y personas, para hacerse de un dinero que le permita operar a su hijo enfermo grave. La situación se le complica, el trabajo escasea y se cae, el tiempo apremia, y los nervios aumentan. En un momento de desesperación, Muralla va a realizar un acto del que luego se arrepentirá, terminará vendiendo a una joven que encuentra desamparada en la ruta a una red de prostitución clandestina. Esto, lejos de solucionar algo, lo complica todo. La tensión aumenta, y cuando la tragedia lo visite, Muralla querrá redimirse liberando a lo joven, metiéndose en un submundo muy peligroso. Patiño, Arza Echalar, y Urioste no innovan demasiado en un guion que va desde el drama personal y social, hacia el policial negro más tradicional del bajo mundo. Pero se guarda sus mejores herramientas en una puesta que utiliza cámara subjetiva, seguimiento personal, y primeros planos para lograr una cercanía tan agobiante como empática. Bolivia es presentada como una zona de contraste, con algo de turística, y mucho de crudeza y oscuridad aún a pleno rayo de sol que no da tregua. Pero no genera una estigmatización como si lo supone las usuales miradas externas plagadas de prejuicios. Aún recurriendo a lugares comunes y clichés, queda claro que no todo está podrido, y hay personajes buenos, y hay muchos grises, y posibilidades de redención. No es un mirada estigmatizante que asocia a la pobreza con la delincuencia. De hecho, su villano (un Pablo Echarri que tarda en aparecer pero convence), es un hombre al que apodan Doctor, y se adivina con un pasar bastante mejor que el resto de los personajes. Filmada con muchísimos exteriores, con las complicaciones que eso genera en la zonas que presenta, Muralla lo resuelve de un modo muy competente, pese a tratarse claramente de una producción modesta. Su tratamiento visual es pulcro y logrado. En el apartado de sonido, si presenta algunas dificultades menores no muy graves. Arza Echalar se carga un protagónico absoluto y lo saca a flote, un personaje doliente, y difícil, que debe generar empatía aún luego de haber cometido un hecho muy reprochable. Quizás el haber participado también del guion lo ayuda a comprenderlo y hacer que los espectadores puedan sentir su posicionamiento frente a la desesperación y la espalda de la realidad social. Echarri cuenta con un villano prototípico, como el resto de los secundarios, pero consigue un buen resultado gracias a su solvencia y el medio tono que le da un permiso a la sobreactuación esporádica de un personaje que tiene que ser desagradable. Muralla no pretende quedar en la historia como una obra maestra del policial. Juega sus cartas nobles, y balancea bien entre la trama de género, y una realidad cruda e insoslayable presentada sin edulcoraciones ni estigmatizaciones, de un delito tan aberrante como corriente. Una propuesta para tener en cuenta de una filmografía no tan usual como la boliviana. Algo a destacar en la cartelera local.
Una revolución dentro del mainstream hollywoodense, Guasón, de Todd Phillips, toma como punto de partida al conocido villano de Batman, para ir mucho más allá en una película que llegó para cambiar cómo se supone debe ser un tanque taquillero. Lentamente vamos cerrando 2019, y ya podemos decir que tenemos a la mejor película comiquera del año. El mundo de los comics se internalizó ya hace varios años con el del cine más industrial, y todos los años, son varias las películas que pueden disputar el trono de la mejor producción en esa especie. Este año ya no hay dudas, hay una ganadora indiscutida; y esa es Avengers: Endgame. Es que la nueva película de Todd Phillips, que adapta al personaje creado por Jerry Robinson, Bill Finger y Bob Kane, para ser el villano principal de Batman, ni siquiera hace el intento de adentrarse en ese terreno. Puede tener en los comics sus orígenes, o mejor dicho, algo de su iconografía, pero como obra en sí, en nada es deudora del mundo de las viñetas superheroicas. Es más, en el mundo que plantea Guasón, no hay lugar para las actitudes heróicas. Guasón es la minuciosa y cruda radiografía de un personaje oscuro, humillado, maltratado, ignorado, menospreciado; no (solo) por su familia, o por un grupo en particular, por toda la sociedad… o por lo menos es lo que Arthur Fleck (Joaquin Phoenix) siente. Hollywood nos tiene acostumbrado, sobre todo en sus producciones más grandes, a esquivar los bultos, mirar para otro lado, entregar miradas compasivas, edulcoradas, simplistas, edificantes, poco comprometidas. Nada de eso hay en Guasón, una experiencia arrolladora y perturbadora como pocas veces se vio surgir del corazón de los grandes estudios. Algunos podrán decir que entrega una mirada compasiva y hasta aceptable/comprensible, de un personaje, en definitiva un sociópata, como lo es el Guasón. El guion del propio Todd Phillips y Scott Silver, lo que hace es interpelar a la sociedad, poner el acento en lo incisivo, demostrarnos que los monstruos tienen a su Dr. Frankenstein, y que ese personajes podemos ser nosotros frente a conductas “imperceptibles”, y quizás ni siquiera en conductas que dependan específicamente de nosotros, sino de un Estado que elige a sus privilegiados y a sus marginados. Pero nunca llega a decir hay un bien, y un mal, y ese bien es el de Arthur/Guasón tomando la revancha por sus manos, ahí está el quid de la cuestión. En todo caso, a la violencia no se la debería combatir con más violencia. Arthur es un cuarentón que vive con su madre (Frances Conroy), y tiene el sueño de triunfar como comediante de stand up. Mientras tanto, trabaja en una agencia de “alquiler de payasos” para fines varios, desde “payamédicos” a repartidores de volantes. Arthur quiere hacer reír con sus rutinas. Rutinas que anota en un cuaderno en el que también podemos ver algún recorte de mujeres desnudas, y frases muy oscuras remarcadas en tinta negrísima. Pero sólo logra que se rían de él, y no con él. El mundo fue y es cruel con Arthur. Como espeta en algún tramo, no fue feliz ni un solo momento de su vida; y sin embargo, está “obligado” a sonreír y reír gracias a ¿un trastorno psiquiátrico? Que lo lleva reírse a carcajadas cada vez que se pone nervioso. “Hermosa” burla del destino a la clásica (y nefasta) frase “Sonreír ante las adversidades”. Son muchos los anhelos de Arthur, y en realidad uno sólo, poder tener aunque sea un mínimo rayito de luz. Pero no, Guasón es toda oscuridad. Tiene una suerte de ídolo, un presentador de late show, Murray Franklin (Robert DeNiro), al que adopta casi como una figura paterna, esa que es un gran faltante en su vida. Aquel que lo rescate, y al que quiere conocer para poder alcanzar su estrella dorada. Guasón es una película de sueños rotos. Un caldo de cultivo que se va acumulando, en el que no se lo ve afortunado en el juego, ¿y en el amor? Ese payaso obligado a sonreír, que se maquilla y se siente como una navaja que lo marca, que acumula ira, se va llenando como un tanque; y del proceso de explosión habla Guasón. Cristalizando que la sonrisa puede ser de bondad y felicidad; o de tristeza, bronca, y perversidad. Arthur ya no será el mismo, pero de una forma u otra, seguirá riéndose. ¿Qué necesita una figura frágil para terminar de quebrarse? ¿Hasta cuándo puede doblegarse? ¿Es Arthur el único? ¿Qué pasa si aparece una voz que los convoque aunque sea involuntariamente? Parecía una ironía que alguien como Todd Phillips se encargue de una película como Guasón. Con más de diez películas en su haber, Phillips es un especialista en comedias. Mientras Judd Appatow despegaba como director de la comedia más agridulce de los “pasados 40”, Phillips lo emparentó en el target etario pero en comedias más zafadas y livianas. No parecía alguien muy cercano al mundo de la oscuridad. Quizás por esta razón, entre otras, Guasón es su consagración definitiva como director y guionista. Lejos de tomar como referencia el mundo de los comics (aunque su Ciudad Gótica caótica pueda tener algo de la presentada por Nolan aunque menos efectista y más cruda, y su Guasón esté emparentado desde la caracterización con Heath Ledger y desde su génesis y comportamiento a futuro muy lejanamente al Jack Nicholson de Burton); se nota la fuente del Martin Scorsese – que estuvo involucrado en la producción de Taxi Driver y El Rey de la comedia. También de películas como Henry: Portrait of a Serial Killer, Christine (2016), Mad City, o ambas versiones de El que recibe las bofetadas (Lon Chaney/Narciso Ibáñez Menta), ¿Por qué no a El hombre que ríe, la trágica novela de Victor Hugo llevada al cine también por Lon Chaney? Cargada de violencia, no pasa tanto por lo visual, que no le huye a la sangre espesa, como por el lenguaje cinematográfico. Es una película necesariamente violenta para que sintamos la humillación y el destrato que sufre Arthur, no es un mundo color de rosa para él, ni es un lecho de rosas para nosotros como espectadores. Guasón logra sostenerse como un gran entretenimiento mainstream que no aburre nunca en sus dos horas, y también ofrece todo tipo de lecturas capas, y análisis para quienes quieran ir más allá. Es un desafío mayor para un Hollywood que logra equipar el cine de tanques con aquel más ambicioso desde lo cinematográfico. Sus tonos opacos, sus luces que se cuelan entre el verde podrido, el tono nauseabundo, y la pesadez del montaje; nos hablan de una película que no deja ningún asunto al azar. Más allá de que en algún tramo parezca dispersa, para sobre el final recoger todas las piezas y armar lo que ya tenía pensando desde su inicio. Joaquin Phoenix no necesitaba confirmar su talento, en Guasón lo reafirma y lo eleva. Su transformación física es sorprendente (esas costillas dan miedo ya de por sí), y le suma una caracterización muy comprometida desde lo emocional. El Arthur Fleck de Joaquin Phoenix genera una triste empatía más allá de que nunca abandonemos la idea de que se está gestando un monstruo incontrolable. Sus lágrimas se sienten en la pantalla y la queman para traspasar. Si hay un dolor del alma, el actor de Todo por un sueño lo expresa en esta película. Cualquier galardón que se lleve por su performance, es merecido. Los secundarios de Conroy y DeNiro son formidables, cada uno alcanza grandes momentos en compañía de Phoenix, y son un lujo extra que se permite esta película. Hay películas que terminan y quedan ahí. Guasón nos acompaña, se presta al debate, al análisis, externo e interno, nos deja zumbando, inquieta y perturba. Genera el peor de los miedos, el real; y nos hace mirar a nosotros mismos como sociedad. Si se puede hablar de films que son de culto instantáneo, Guasón pareciera destino a ello. De ser afortunados, puede ser una guía a futuro para imitar un modelo de como un cine equilibrado entre lo industrial y lo artístico debería ser. Es cine mayúsculo.
El nuevo largometraje de André Øvredal, "Historias de miedo para contar en la oscuridad", recuerda a una vieja tradición del terror que coquetea con lo infantil, sin perder la esencia tanto de los relatos originales, como las marcas personales del director. El cine de terror en Hollywood es uno de los géneros que más se nutre de los componentes extranjeros. Ya sea realizando remakes de éxitos de otros países; “copiando” estilos como el J-Horror o el giallo; o importando realizadores con grandes piezas del espanto, y probablemente un nombre, en su país. Este es el caso de André Øvredal, perteneciente a una nueva camada de cine de terror proveniente de Noruega (podríamos hablar también de Tommy Wirkola o Roar Uthaug). Øvredal sorprendió a todos con esa joya del cine de monstruos de 2010 llamada "Troll Hunter". Seis años después apareció en Inglaterra (pero con estrellas hollywoodenses) haciendo "La autopsia", otra gran película que lo terminó de posicionar como un actual referente del género. De inmediato captó la atención de otro de esos “importados”, Guillermo del Toro, que además de ser uno de los directores actuales más reconocidos del cine fantástico, suele oficiar bastante seguido como productor (de hecho, producirá una remake de nuestra joya local, "Aterrados", realizada por el propio Demian Rugna), otorgándole chances a otros realizadores como la que tuvo él allá por fines de los ’90 con "Mimic". El resultado es Historias de miedo para contar en la oscuridad, primera incursión plena de Øvredal en Hollywood (aunque es semi independiente), y adaptando un material que no le es propio, una serie de relatos de horror, publicado en tres antologías escritas por Alvin Schwartz. Hay varios datos que deberían llamarnos la atención en Historias de miedo para contar en la oscuridad, pero principalmente uno que tiene que ver con su origen, son relatos infantiles. El terror dirigido al público infantil no es ninguna novedad, ni en el cine, ni en la literatura. Localmente, la pluma de Elsa Bornemann y Ana María Shúa hicieron historia con las antologías "Socorro" y "La fábrica del terror"; pero también son conocidos los nombres de gente como R. L. Stine que se dedica a adaptar historias clásicas de terror a un terreno ATP. En el cine, desde ambas "Escalofríos", hasta las experiencias de Disney en los ´70/’80 "The Watcher in the Woods" o "Something Wicked This Way Come", o la animada "The Monster House". Todo es cine infantil, con un pie en el terror. Øvredal es un director que no se anda con muchas vueltas, y sus películas suelen de terror puro, de ese para saltar de la butaca. Por lo tanto, la principal característica de Historias de miedo para contar en la oscuridad es que prácticamente borra el límite entre lo que es el cine de terror y lo infantil, algo que a simple palabras, parece opuesto. Sí, no esperen acá la cantidad de sangre de "La autopsia", pero se las ingenia para no ser una película para nada indecisa, no hay dudas que estamos frente a una de terror, que se asume en serio, y no afronta al género con timidez o inocencia, como si sucede en los ejemplos anteriores que eran antes que nada, films infantiles. En realidad, los antecedentes de algo como Historias de miedo para contar en la oscuridad, habría que buscarlos en varias películas de los 80 y principio de los ’90. Un cine de terror juguetón, con toques de comedia, personajes infantiles (mayormente la clásica pandilla de los films juveniles de los ’80), y terror de estilo camp. A ese combo, súmenle el estilo de opresión y juego de oscuridades de André Øvredal, y un apego bastante fuerte a las fuentes. El resultado es de por más interesante. Stella (Zoe Margaret Coletti), Auggie (Gabriel Rush), y Chuck (Austin Zajur), son tres adolescentes/pre adolescentes del sur de Estados Unidos en 1968. Los tres son los clásicos outcast burlados tanto por sus compañeros, como por algunos más grandes. Son orgullosamente raros, aunque las hormonas comienzan a arderles, sobre todo a Auggie, que desea a Stella, o al cualquier otra chica. Los tres se preparan, disfraces incluidos, para la noche de Halloween. Pero las cosas comienzan a ir de mal en peor. En un autocine, colándose para ver "The Return of the Living Dead", conocen a Ramón (Michael Garza), algo mayor que ellos, que casi de inmediato se les une, más que nada por el interés mutuo entre él y Stella. Pero también aparecen los bullys, y huyendo de ellos terminaran en la que fuera la casa de Sarah Bellows, el mito local. Una joven encerrada en la casa por sus padres, que escribía historia de terror para que el tiempo corriese, y que eventualmente enloqueció y asesinó a sus padres y a otros niños del pueblo, tal cual los mecanismos de sus historias. El mito es que quien encuentre el libro y la invoque pidiéndole que les narre una historia, despertará su fatalidad… Por supuesto, Stella lo hace, y a partir de entonces, en los días siguientes, todos, inclusive la hermana mayor de Augie y uno de los bullys, serán presa de lo que Sarah Bellows escribió en sus páginas. Øvredal logra respetar el espíritu original de los tres libros, escritos en los ’80, inclusive agrega varios homenajes o easter eggs para quienes los conozcan o los haya leído; y a su vez los adapta para que sea terror real sin necesidad de ser tan sangriento ni extremo. También homenajea a mucho terror de la época en que transcurre la historia; alcanza con ver la decoración de la habitación de Stella. El estilo del director lo encontraremos en el clima de encierro que predomina aún en lugares abiertos, el toque opresivo, los juegos de sombras y sonidos sordos, y esa sensación de que cualquier cosa puede pasar o aparecer cuando menos lo esperamos. Si bien sus historias son muy diferentes, podemos ver las marcas de "Troll Hunter", y sobre todo de "La autopsia", por todos lados. También respeta ese código de los films de los ’80, los tres amigos se ven como un lazo real. La empatía que se logra con los tres es fuerte, y les creemos la amistad. Son personajes queribles, carismáticos, e identificables. En esto, las interpretaciones de los tres actores es fundamental, y los tres se lucen con mucha gracia y soltura: los momentos de comedia son realmente graciosos sin necesidad de ser estúpidos. Hay varios momentos para saltar de la butaca, para sorprendernos, y logra que estemos siempre aferrados, sin nunca dejar de ser esa película con un toque infantil. Durante su último cuarto, cuando finalmente Sarah Bellows despliegue su máximo poderío corpóreo, habrá algún momento no tan efectivo, sobre todo por un abuso del CGI, que en producciones modestas como esta, nunca es tan rendidor. Pero todo el resto del film es tan creativo, su diseño de arte y personajes es tan preciso, y el clima mezcla tan bien la diversión con la tensión, que ese pequeño detalle del final no significará nada. "Historias de miedo para contar en la oscuridad" es un films más osado de lo que parece. Borra los límites de un género y del otro y entrega una propuesta siempre dinámica y efectiva. André Øvredal vuelve a mostrarse como un realizador con muchas ideas y talento para saber exponerlas. Ojalá haya más capítulos de ese libro que aún no hayan sido contados.
La nueva película de James Gray, Ad Astra, recupera un estilo de ciencia ficción diferente al bombástico del Hollywood actual. Sus sobresalientes rubros técnicos, banda sonora, e interpretaciones, crean un todo difícil de rechazar. “En el espacio nadie te oirá gritar”, rezaba en 1979 la promoción del clásico Alien. Los personajes de Ad Astra parecen haber tomado nota de este tagline a la hora de emprender sus propios viajes hacia el espacio exterior, uno más interno de lo que creemos. Tal como sucedía hace dos semanas con el estreno de lo último de Claire Denis, High Life, propuestas como esa y Ad Astra pueden resultar engañosas para el público amplio que asocia una historia en el espacio exterior con una aventura espacial de ciencia ficción cargada de ritmo acelerado, acción, y peligro para los personajes digno de un combo jumbo de pochoclo y gaseosa. No, si van a entrar a sala esperando ver en Ad Astra a Brad Pitt corriendo contra reloj para salvar su vida y la del planeta ante un peligro inminente y mortal en el espacio, puede ser que se topen con una gran decepción. Por más que algo de eso del peligro para la humanidad en el espacio se encuentra en el argumento. Los trailers (inteligentemente) mucho no dicen. El afiche es el típico con el rostro del astro protagonista, tampoco puede adivinarse mucho ahí. Aclaremos, Ad Astra va más por los carriles de 2001 Odisea en el espacio, Moon, o Solaris, que por los de Event Horizon o Sunshine. Perfectamente podría ocurrir también en un espacio marítimo, al estilo de Moby Dick o Kon Tiki, cualquier escenario que le permita al personaje un espacio de soledad para la introspección. Introspección, eso es lo que mejor define a Ad Astra. La voz en off de Brad Pitt nos recibe desde el primer segundo, irá narrando como un diario íntimo en el que descarga todo lo que sucede en su interior, e introduce al espectador en un clima acogedor sin necesidad de buscar una proyección heroica. La clave para descubrir el clima de Ad Astra (quizás hasta antes de comprar las entradas) está en los nombres involucrados. Su protagonista y productor es una de las últimas estrellas clásicas hollywoodenses, al que difícilmente se lo ve en películas que funcionen como mero entretenimiento efectista. Digamos que algo como Guerra mundial Z fue una anomalía en su filmografía más o menos reciente, y todo da a pensar que el proyecto original era algo distinto a lo que terminó siendo. Más aún se identifica Ad Astra con su realizador, con un puñado de títulos muy interesantes, James Gray viene haciéndose una carrera firme dentro de Hollywood con películas que quizás no se cuentan entre la más populares, aunque sí le aseguraron un lugar de culto y prestigio. The Yards y We Own The Night no son de esas películas que quizás marcaron records en la taquilla, hasta pueden haber fracasado en cuanto a números, pero el boca a boca de quienes la vieron las convirtieron en pequeños clásicos del margen hollywoodense. Películas con una densidad especial, centradas en los personajes y sus relaciones, con conflictos personales; y un ritmo que le escapa al corte videoclipero. La que más se emparenta con Ad Astra probablemente sea esa gema de 2016, The Lost City of Z, film de ¿aventuras? con mucho del estilo de los años ’50 y espesor dramático en el cual el escenario selvático era un personaje más protagónico. Gray respira clasicismo, amor por el Hollywood de la era de oro, y en Ad Astra lo vuelve a demostrar. La historia de Ad Astra se sitúa en un futuro cercano no muy diferente a nuestro presente en cuanto a parafernalia. Los viajes espaciales son moneda corriente entre los Estados, principalmente Estados Unidos. La Luna cuenta con varias bases de colonización, y hace treinta años se envió en un viaje de expedición de otras galaxias a un equipo de astronautas liderado por Clifford McBride (Tommy Lee Jones). Expedición que sufrió de severos inconvenientes; y a su tripulación se la considera desde entonces perdida, lo cual elevó la categoría de Clifford a casi un héroe de guerra o martir patriota. Su hijo, Roy (Brad Pitt) no tiene el mismo sentimiento hacia Clifford, o mejor dicho hacia su padre, del cual sufrió su ausencia aún antes de que esta fuese definitiva, el hombre siempre impuso un desapego hacia su familia. La falta de figura paterna marca a Roy, también astronauta condecorado, y repercute en su vida personal. Está separándose de su esposa (Liv Tyler) con la que no pudo formar una familia, no por cuestiones biológicas, sino psicológicas. Cuando se suceden una serie de descargas eléctricas desde el espacio que ponen en peligro toda la energía del Planeta Tierra, Roy es convocado para una nueva misión ultra secreta. Descubrieron una serie de señales provenientes de Neptuno que pueden estar relacionadas con las descargas, y para más, esas señales pueden provenir de Clifford, quien aparentemente está vivo. Roy deberá viajar hacia Marte, haciendo escala en la Luna, para enviar un mensaje hacia Neptuno. Un viaje plagado de peligros, físicos y emocionales, Roy podría exponerse a un reencuentro conflictivo. Como un hijo que vuelve a casa de sus padres después de muchísimos años, Roy realiza un viaje en el espacio exterior que es más un viaje hacia su interior. Mediante flashbacks y conexiones conoceremos la historia de Roy y Clifford, y como, al igual que él, Roy también elige el espacio para rodearse de soledad, su única compañera. Ad Astra desgrana la personalidad de Roy, y la refleja en Clifford. Es un film que invita a la reflexión y despoja del heroísmo de figurita, de manual, a sus personajes cargados de demonios y zonas oscuras muy humanas. A diferencia de lo que sucedía con la soporífera y engreída High Life, Ad Astra plantea un film de ritmo particular pero que nunca aburre, y no subestima su espectador al grado de querer llevarlo a un didactismo, o enrostrarle escenas polémicas para que los festivaleros batan palmas. No, Ad Astra puede ser tanto disfrutada por un púbico popular (que sepa que no va a ver Star Wars, ni Star Trek) como por alguien que busca cine qualité (si es que obligadamente existe una separación de ambos). También supera ampliamente a Interestelar, otro film con el que guarda ciertas similitudes. Allí donde Nolan, como siempre, se pierde en querer explicar lo que no nos interesa, y se expone a un ridículo que no favorece a un film de “corte serio”, Ad Astra siempre se presenta con un objetivo claro del que no se desvía y al que siempre le encuentra el tono. Visualmente, Ad Astra ofrece algunas de las escenas espaciales más bellas de los últimos tiempos. Poniendo los efectos al servicio del film, haciendo un uso del plano amplio, widescreen, con una fotografía atenta a los detalles. Su envolvente banda sonora es otro aporte fundamental a ese clima cálido y sereno, contemplativo. Hace años que Pitt dejó de ser sólo una cara bonita. Es de esos actores que siempre tienen algo más que entregar. Aquí se carga un personaje muy complejo al hombro, más teniendo en cuenta que todo el centro es él, funcionando el resto como satélites disparadores. Un intérprete que actúa con todo su cuerpo y su decir. Un trabajo en el que cuesta reconocer al Cliff de Había una vez en Hollywood, completamente diferente; lo cual nos habla de un gran actor. Tommy Lee Jones es otro de esos interpretes que siempre valen la pena, es difícil imaginar a Clifford con otro rostro que no sea el suyo (quizás Clint Eastwood, aunque este no tiene el mismo anticarisma que Jones). Ambos son un aporte indispensable para que Ad Astra sea la gran propuesta que es. Párrafo aparte para Liv Tyler, que no cuenta con demasiado espacio en el film, pero entrega una interpretación muy interesante y acorde, ayudada por un gesto de tristeza habitual suyo. Sus escenas, siempre con Pitt, dicen mucho casi sin hablar. Una reivindicación para una actriz a la que pocas veces se valora. Ad Astra es de esas propuestas diferentes de un Hollywood cada vez más acostumbrado al chorizo, al copia y pegue, a la explosión para disimular carencias narrativas. La serie de planteos internos (y hasta algunas interesantes críticas sociales) que logra dentro de un marco de Ciencia Ficción popular, no es algo que encontremos todos los días. Vale la pena emprender este viaje.
Gustavo Fontán vuelve a la ficción con mucho de su estilo y pisando fuerte en "La deuda", una película que conjuga un estilo teatral, aunque abierto, con una estética industrial llamativa. El elenco destacado que encabeza Belén Blanco es fundamental para que su resultado sea una propuesta muy interesante. Dentro de una filmografía en constante desarrollo y crecimiento como la argentina, es un lujo poder contar con realizadores tan personales como Gustavo Fontán. El director de "El limonero real" cuenta con una amplia trayectoria en la que sobresalen sus documentales de marco íntimo, y ficciones de estilo muy cercano, difuso, con el registro documental. Dejando una huella, marca personal, que lo hace reconocible desde aquella injustamente poco valorada y recordada "Donde cae el sol", último trabajo y enorme despedida de Alfonso de Grazia. Las construcciones dramáticas de Fontán, ya sean en ficción o documental, invitan a mirarnos a nosotros mismos, relejarnos en los personajes, que también suelen ser muy cercanos a su persona. Un artesano, con casi veinte títulos; sus películas suelen ser de estructura pequeña y un contenido enriquecedor. "La deuda", producida por Lita Stantic (en su celebrada vuelta al cine argentino) y los hermanos Almodóvar a través de su productora El deseo (que produjo títulos locales como "El Clan" o "Relatos Salvajes"), se ve como una propuesta a escala mayor, con una construcción ficcional clara más fuerte, aunque el estilo íntimo del director sigue ahí como toque fundamental. "La deuda" es un film de encuentros. Por momentos se acerca a esos documentales de visitas, en los que alguien, acompañado por una cámara, recorre un trayecto y se encuentra con diferentes personajes que comparten sus historias. Sí, "La deuda" también son varias historias en una, con una protagonista que aglutina. Belén Blanco, en un registro diferente a su habitual, es Mónica, una oficinista, tesorera, que se hizo con una suma de $15000 que compromete a un compañero de trabajo y un cliente que depositó esa suma. Mónica es descubierta, e improvisa algo para salir del paso, promete reintegrar la suma con la mayor calma posible, y sale en la búsqueda de esa suma, para el día de mañana a primera hora. "La deuda" es una larga noche en la vida de Mónica, una mujer cansada, desinteresada, desapegada, de todo. No conecta con su familia ni con su pareja, tiene una historia pasada que habrá que interpretar, y su presente marcado por lo laboral tampoco la entusiasma, ni mucho menos. Es un personaje que pide un quiebre a gritos, pero se encuentra encorsetada. Fontán irá plagando "La deuda" de sutilezas, nada es obvio y remarcado, prefiere escatimar información, permitir que el espectador termine de completar el film en su cabeza e “imagine”, interprete, mucho de lo que sucede alrededor y en el interior de Mónica ¿Es importante saberlo todo o alcanza con saber que es una mujer en una situación apremiante? Durante esa noche, Mónica visitará diferentes personas buscando juntar ese dinero, y cada una también tendrá su pequeña historia que impacta sobre esta indiferente y fría Mónica. Entre ellas su hermana y cuñado, un hombre con el que tuvo un pasado, otro hombre ¿con el que convive?, y una mujer perdida por los bingos y los casinos. Contar con los nombres de Andrea Garrote, Leonor Manso, Walter Jakob, Marcelo Subiotto, y Edgardo Castro, para estos roles, hacen aún más placentero el tránsito por "La deuda". Cargada de color, abierta, extremadamente urbana (en un realizador que suele apreciar las puertas adentro, y los escenarios campestres o menos transitados), con una noche que estalla en luces y contrastes; La deuda juega a una suerte de noïr moderno, con imágenes difumadas y una banda sonora que invita a disfrutar de la noche. Los rubros técnicos poseen un acabado de prolijidad llamativo en los cuales se nota la colaboración de pesos pesados. Si bien su historia es “sencilla” y no apunta a un ritmo popular, La deuda se ve como un film industrial con una impronta fuerte. Belén Blanco asume un rol maduro y complejo. Su figura de gestos desganados y su voz pausada ayudan a crear el perfil de Mónica, una mujer que esconde, que tiene deseos que no expresa. Blanco se juega por un registro distinto al acostumbrado, más expresivo, con matices. Su interpretación es realmente destacada y logra cargarse la historia con soltura. Una historia de cajas chinas, un juego de introspecciones, y la mirada atenta a los personajes sin subrayar información, La deuda desafía al espectador a seguir analizándola una vez abandonada la sala. Gustavo Fontán refuerza ambiciones sin perder su centro, y el resultado merece ser remarcado.
Más que un simple homenaje a los cuatro de Liverpool, "Yesterday", de Danny Boyle, es la perfecta unión de un director con criterio, una banda musical ícono cultural, y un guionista infalible para retratar los momentos cálidos de la vida. ¿Cuántos guionistas conocen que impongan su nombre, a veces por encima del director de turno, como una marca de estilo y calidad? Pocos, y Richard Curtis es uno de ellos. También conocido como realizador de un puñado de títulos con los que alcanzó la máxima perfección, Richard Curtis creó un conjunto sólido de películas que pueden ser reconocidas por su sello que impuso también en los títulos principales de la productora inglesa Working Title. ¿Qué une a "Cuatro Bodas y un funeral", "Un lugar llamado Notting Hill", "El diario de Bridget Jones", y "Realmente amor"? Sí, la firma en el guion del nacido en Nueva Zelanda que adoptó a Inglaterra como su cuna creativa. El guionista de "The Tall Guy", no sólo es marca de éxito, sino también de un estilo propio en el que crea comedias que podrían ser románticas, aunque no es del todo exacto encasillarlas así, con un tono sensible, humano, el foco puesto más en los personajes (protagonistas y secundarios) que en los hechos, y un sentido amplio de la palabra amor. No es casualidad que (casi) todas las películas que llevan su firma sean consideras clásicos modernos instantáneos del género. Entonces, ¿Por qué "Yesterday" es una de las mejores películas, y la mejor comedia, del año? Lo primero que podríamos decir es porque se trata de un homenaje a la banda más exitosa de todos los tiempos, también porque su director tiene varios éxitos de crítica y público en su haber. No, sobre Los Beatles, sobre Danny Boyle, el nombre que se impone en Yesterday, todo lo que tienen que saber antes de verla, es Richard Curtis. Un creador que permanentemente se centra en la amplitud de la palabra amor, compositor de personajes con los que empatizamos de la mejor manera, contando una historia que ubica en el centro las canciones de la banda que mejor interpretó el significado del amor (no solo del romance), y cuyas letras logran que nos identifiquemos con ellas como parte fundamental de la cultura popular. Nada puede salir mal. No, "Yesterday" no es una biopic, no cuenta la historia de Los Beatles, pero tampoco los utiliza como mera excusa, son el marco ideal e ineludible. Una historia paralela que tiene ecos permanentes en la real de los integrantes de la banda. Jack Malik (Himesh Patel) es un músico pop cuasi amateur que intenta hacerse lugar en su pequeña ciudad inglesa con infructuoso éxito. Toca en algunos bares sin concurrencia, y su amiga y manager Ellie (Lily James) poco puede hacer para conseguirle mejores chances. Sus canciones simplemente no prenden. Una noche ocurre un apagón eléctrico universal (se hace referencia al Y2K) por veinte segundos, justo al mismo momento en que Jack tiene un accidente. Al despertar del mismo algo ocurrió, varios elementos de la cultura popular desaparecieron, entre ellos Los Beatles, pero Jack sí los recuerda. Por cierto, es chiste sobre Oasis es maravilloso. A partir de entonces, Jack intentará ir recordando las canciones de Los Beatles para apropiárselas, y de la noche a la mañana se convertirá en un furor mundial; con todos los beneficios y pérdidas que eso implica. Sí, "Yesterday" es otra historia de músico amateur que triunfa repentinamente y es absorbido por todo lo que atrae la fama. Pero sería lo mismo que decir que "Cuatro bodas y un funeral" es sólo otra comedia romántica sobre dos personajes de nacionalidades diferentes; o que "Un lugar llamado Notting Hill" es otra comedia romántica más sobre dos polos opuestos. Exacto, detrás de la capa superficial, aquí hay mucho más, todo lo que a Curtis siempre le interesa contar está ahí, y le encuentra sentido a través de lo que significan culturalmente Los Beatles. Esta vez el amor será algo social, algo de entrega hacia los demás, y también una construcción a largo plazo ¿De qué sirve la fama sin el verdadero aprecio que importa, sino hacemos el aporte que creemos necesario a la humanidad? En una escena, Debra, la manager adicta a la fama que compone briosamente Kate McKinnon, le dice a Jack que no le importa lo que tiene para decir, sino sus canciones. Esa escena podría describir todo sobre lo que se trata "Yesterday". Por supuesto, también hay romance, Ellie es la eterna enamorada de Jack, pero este siempre la vio como una amiga. Como siempre, este vínculo transcurrirá por un carril mucho más amplio que el del romance repentino típico de las comedias románticas, se trata de construir un vínculo para la vida, y pensar qué camino optar de ahora en más. La unión de Curtis con Danny Boyle es exacta, como si se hubiesen encontrado justo para lo que "Yesterday" necesitaba. El director de "Trainspotting" brinda todo su estilo pop publicitario con los planos inclinados, el montaje ágil, las luces de neón, los inserts de texto y escenas de traspaso cuasi videocliperas, y el retrato cultural de una Inglaterra moderna, para crear una simbiosis perfecta con un guion que nunca es descuidado. Por supuesto, Boyle siempre le otorgó un rol muy fuerte a las bandas sonoras, y esta vez no será la excepción para nada. Los Beatles suenan en los momentos justos, y logra capturar lo que esta banda significa social más que musicalmente. No tener a Los Beatles en nuestras mentes, en nuestros corazones, sería perdernos una parte importante de nuestra cultura, de eso que construimos como sociedad conjunta. En un primer tramo, "Yesterday" pareciera ir algo apurada, como tragándose algunas partes, luego, cambia su rumbo, y resignifica su sentido, haciéndonos comprender que aquello que creíamos apurado, en verdad debía ser así porque era sólo el marco para lo que realmente quiere contar. Los fuertes de Curtis son los personajes femeninos, y si bien Hamish Patel explota de carisma y soporta holgadamente un protagónico difícil, el brillo se lo lleva una Ellie adorable desde la construcción del personaje en el guion hasta la interpretación encantadora de Lily James. Ellie es un personaje dulce y creíble, todo lo que dice y hace es trascendental para Jack y para la película, ella es el verdadero corazón de "Yesterday", y la consagración de James como una gran actriz. Kate McKinnon como la contrafigura de Ellie logra una villana que no exagera y convence, vuelve a demostrar ser una talentosa actriz no sólo comediante. Por supuesto, los secundarios son aporte importante para los films de Curtis, y desde Joel Fry (el amigo), Meera Syal y Sanjjev Bhaskar (los padres), hasta el propio Ed Sheeran interpretándose a sí mismo, todos logran momentos genuinos que mejoran aún más la propuesta. "Yesterday" es una película redonda por dónde se la mire. Gran ritmo, buenos mensajes, excelente creación de personajes, una historia entradora con un marco sobrenatural apenas de adorno para hablar de algo coloquial, y un puñado de mensajes y frases que logran transmitir la importancia cultural que un homenaje a Los Beatles debería tener. Hay sorpresas aquí y allá, y sí, quédense tranquilos, la clásica escena de elipsis temporal perfecta y armoniosa, marca registrada del guionista está, la van a tener que esperar, pero está, y es hermosa, como toda la película.
La fórmula de la buena suerte Como todo cine de género, la comedia también tiene sus fórmulas. La productora local MR Producciones parece haber encontrado aquella que le queda más cómoda para funcionar aceitádamente. El estilo televisivo, costumbrista, con caras reconocibles de la televisión y un tono amable de identificación cotidiana en la comedia cercana al desborde, le quedan muy a tono a sus películas de bajo presupuesto, con resultados dignos para lo que se espera de ellas. Comedias como Diez menos, Justo en lo mejor de la vida, El peor día de mi vida, Atrevidas, La boleta, o Las chicas del 3ro, repiten este esquema y resultados bastante similares. No, ninguna de ellas son clásicos de la comedia ni son recordadas por un público amplio, pero en su propósito de crear un fresco costumbrista y pasastista, todas pasaron la prueba. Lo mismo podemos decir de Todo por el ascenso. Un trío protagónico tradicional, personajes risueños identificables, un tono cercano al grotesco pero sin adentrarse del todo en él, una producción chica cuasi televisiva pero bien resuelta, y una historia que más allá de la anécdota particular resulta lo suficientemente cotidiana. Eso es Todo por el ascenso, volviendo a dar un resultado aprobado. Todo por el ascenso: de amores (por la camiseta) y amigos ¿Qué más costumbrista que la pasión futbolera y los amigos? De eso se trata Todo por el ascenso, de un puñado de personajes a los que el fútbol los marca como algo cultural, trascendental en sus vidas, y lo comparten con el núcleo de sus amistades. Néstor (Ariel Perez de María) es un fanático de Club Atlético Saavedra. Todo en su vida parece girar alrededor del club de sus amores: un equipo de la C con todas las chances para ascender al Nacional B. Al punto de ser el ex (y compartir una hija) con la hija del presidente de Saavedra. Néstor comparte su pasión con Rafa (Tomás Fonzi), otro hincha acérrimo. Ambos tienen planeado viajar hasta Mendoza para asistir al partido contra Gimnasia y Esgrima de Mendoza que les permitirá el anhelado ascenso. Pero surge un inconveniente. Desde Colombia llega Fabián (Fernando Govergun, el “Colo” deCebollitas) un amigo de Néstor que vuelve al país específicamente para asistir al partido, y medio azarosamente se les suma en el viaje. Desde el principio sabemos que Néstor es muy cabulero. Busca pisar mierda para la suerte, no lava nunca su camiseta, entre otras cosas, intentando darle suerte a su amado Saavedra. Fabián es pelirrojo… y ya se sabe lo de “la suerte del irlandés”, personas que atraen suerte para sí, quitándosela a los demás. En pocas palabras, Fabián es mufa. Y como bien reza el título de la película, Néstor y Rafa están dispuestos a hacer todo por el ascenso, inclusive, sacárselo de encima de cualquier forma. Pasión de multitudes Todo por el ascenso no tiene la historia más original del mundo ni se destaca por un desarrollo sorprendente. Todo lo que sucede es más o menos previsible, pero no por eso deja de ser bastante gracioso o risueño. Es una historia que capta algo coloquial para las multitudes de este país. No tiene aspiraciones de ser la mejor comedia de la historia, ni alzarse con muchísimos premios internacionales. Busca calar en el corazón del barrio, contar una historia familiar, que más allá de algún tono grueso muy disimulado en algún tramo, es perfectamente transmisible desde el nieto hasta el abuelo. Sí, maneja algunos códigos que van quedando viejos, sobre todo en cuanto a estereotipos y clichés. Una mirada muy aguda podría encontrar algún pelo entre los personajes femeninos. Pero nada llega a ser tan ofensivo, criticable, ni siquiera tan vetusto o molesto como en producciones de una resonancia mucho mayor que esta… producciones que cuentan con amplio beneplácito. Para sentirnos como en casa Ariel Pérez de María es de esos actores que hace años la pelean en los secundarios, hasta como extra encasillado en el papel de matón o barrabrava (actualmente se lo puede ver en la telenovela Argentina, tierra de pasión y venganza); finalmente consiguió un rol protagónico y cumple otorgando un Néstor muy querible, con el que podemos empatizar muy fácilmente. Demuestra tener talento para la comedia y soltura para lo costumbrista. Tomás Fonzi ya es un viejo conocido del género y aplica todos sus mohines -algo exagerados, como de costumbre- para este Rafa que la juega de postura winner incomprobable en los hechos. A Fonzi se lo quiere como es. El de Fernando Govergun es el papel más complicado, el más entregado a la comedia absoluta, con la capacidad de reírse de si mismo, hasta con un muy fino grotesco. Compone casi una caricatura de sí mismo, con gestos que hacen recordar a Marrone. Probablemente sea el que más risas arranque en el público. Merece más papeles en el género, es muy bueno en lo suyo. Entre los tres logran una química excelente que transmite ese sentido de la amistad y camaradería que Todo por el ascenso necesitaba. En los secundarios, hay rostros conocidos como el de Gabriela Sari, Mirta Wons, Vicky Maurette, Pía Uribelarrea, Darío Levy, Gabriel Almiron, y Marcelo Vilaro; todos correctos logrando el tono justo de cuasi parodia que propone el film. Esta sensación que logran los actores con caras muy transitadas de la TV (dicho sin ningún desmérito, todo lo contrario), se trasluce también en una puesta que disimula amablemente varios asuntos del presupuesto medido. Todo por el ascenso se ve algo televisiva, a veces parece un telefilm. Es más, sus primeros minutos hasta parecieran el trailer de la película que veremos a continuación. Pero dentro de estas cuestiones técnicas, logra ser filmada con muchísimos exteriores (aproximadamente un 80%) y casi todos ruteros, con tomas paisajísticas. Hay un juego en las luces y la colorimetría al que al principio cuesta acostumbrarse, pero rápidamente se comprende qué es, opaco para los momentos desgraciados y luces para la buena fortuna; algo bastante llamativo. Todo por el ascenso es una comedia muy simpática y hasta por momentos entrañable. Probablemente no figure en listados de lo mejor del año, pero funciona al dedillo como lo que es: un entretenimiento bien nuestro.
Tercera entrega de la saga iniciada en 2013, "Presidente bajo fuego", de Ric Roman Waugh tiene en su protagonista y en la capacidad de no tomarse en serio sus mejores ingredientes; aunque su duración hace peligrar el resultado. No es ninguna novedad que a Hollywood le gusta regodearse con el patriotismo como el chancho que se revuelca en el estiércol. En donde pueden cuelan una bandera, utilizan el himno como leit motiv, nos nombran a sus próceres, las bondades de su territorio, y crean personajes capaces de dar la vida por su país en contraste con otros pérfidos que sólo tienen como propósito hacerles daño. El cine de acción hizo escuela en esto, más aún durante la segunda mitad de los ’70, los ’80, y buena parte de los ’90 en el auge del directo a video y las producciones estilo Clase B. El héroe de acción patriótico, en la guerra de Vietnam, contra la URSS, o cualquier otra amenaza extranjera hizo escuela. Desde una visión externa esta bajada de línea puede resultar bastante molesta. Pero algunas le encontraron la vuelta, hacerlo exageradamente, exacerbarlo, remarcarlo búrdamente, el código mágico para todo en el estilo Clase B. Poner en boca de los personajes y en las secuencias de imágenes algo tan obvio e inverosímil patrioteril que termina causando un cierto humor por la imposibilidad de tomárselo en serio, cerrar el círculo con la autoconsciencia de estar haciendo algo ridículo pero divertido; y de diversión se trata el cine para pochoclos. La que a esta altura podría llamarse saga “Fallen” o “Has Fallen” (Olympus, London, y ahora Angel) es un ejemplo perfecto de esto, recuperando sin remarcar un estilo de película de acción directo a video de los ’90 con algo más de presupuesto. Anoten los ingredientes: protagonista ciudadano ideal, con familia perfecta, carisma, traje, sonrisa, un sentido absoluto del deber, y la obligación de salvar a su país; villanos que no aprenden más que no hay que intentar derribar al país de las barras y estrellas rojas, blancas y azules. Las (hasta ahora) tres conforman un ejemplo ideal, además, porque tenemos los dos extremos. La primera entrega en 2013, "Ataque a la Casa Blanca" ("Olympus has fallen") choca al tomarse su premisa de un atentado norcoreano en el palacio ejecutivo demasiado en serio, lo cual la hace entre aburrida e irritante. Para su segunda entrega, "Londres bajo fuego" ("London has fallen") las reglas cambiaron completamente y la historia de un atentado durante una cumbre de presidentes líderes es abordada con tanta liviandad, y gracia patrioteril deliberada que la hacen una película de acción deliciosa para no tomársela en serio. Tres años después de aquella, la acción regresa en "Presidente bajo fuego" ("Angel has fallen"), la cual le agrega algún ingrediente más a la fórmula, y si bien no es tan efectiva como la primera secuela, se acerca mucho más a esta que a la original. A lo que ya mencionamos, súmenle que el héroe, ahora es héroe maduro con (más) ganas de retirarse, y que la amenaza esta vez tiene algún condimento interno, lo cual permite una mínima crítica, tal cual sucedía en la también afortunada "La roca". El otrora jefe de gabinete Trumbull (Morgan Freeman) finalmente llegó a la presidencia (adiós Aaron Eckhart, te vamos a extrañar, diste lo mejor de vos en Londres), y Mike Banning (Gerard Butler) sigue siendo el guardaespaldas principal del presidente. Mike ya entró en la categoría maduro, lo cual se remarca más porque su esposa Leah se debe haber hecho una exitosa cirugía plástica y cambió su rostro de Radha Mitchell a una Piper Perabo que, si bien no es mucho más joven, en cuanto a personaje, se notan las intenciones de hacerla ver rejuvenecida con bebé incluido. Mike quiere retirarse, aunque no se anima a expresárselo a Trumbull después de todas las experiencias vividas. Sólo lo comparte con su amigo y colega Wade (Danny Huston) que aspira a un rol de jefatura. Durante un tranquilo día de pesca presidencial, algo sucede, un masivo ataque de drones con misiles aniquila a toda la guardia y comitiva, y apenas Banning logra salvar su pellejo y el de Trumbull que será internado en estado delicado. Inmediatamente, Banning pasa a ser sospechado de atentado. Obviamente, nosotros sabemos que él no fue; por lo cual, su única salida será emprender fuga con doble persecución, la de los agentes de gobierno que lo quieren apresar; y la de los terrorista que buscaron inculparlo, pero la idea era matarlo a él también, por lo que deben limpiar el cabo suelto. Hay un dato que no es menor. "Presidente bajo fuego dura 121 minutos", algo demasiado para una película de acción directa como esta; y su duración llega, en parte, a hacer mella en el total. Su primer tramo si bien no aburre, es algo lento, y pareciera, como la primera, tomarse en serio, presenta a los personajes y sus conflictos y relaciones. Quizás, en busca de que esta vez también empaticemos algo con los villanos. En los últimos cuarenta minutos, o la última hora, el asunto toma forma y fuerza, interviene otro personaje (que aunque ya está adelantando hasta en el trailer, afiches, y sinopsis oficiales, acá no lo diremos) y ahí sí "Presidente bajo fuego" se convierte en la película que tenía que ser, pura diversión exagerada. Las explosiones y balas se contabilizan tanto como las frases inverosímiles, pero ambos tópicos son deliberados; por lo tanto es el viejo y conocido “no nos reímos de, sino con”. Gerard Butler está en su mejor forma y no quiere parecer más joven de lo que es (aunque lo de su esposa rejuvenecida es innecesario en los tiempos que corren), desborda de encanto, sudor y carisma. Morgan Freeman es excelente en estos papeles, actúa de modo serio las frases más ocurrentes, lo cual hace que sea aún más divertido. El villano principal tiene un poco más de presencia que los anteriores y convence no siendo sólo un malo per se; y ese otro personaje que no revelaremos, interpretado por un actor ícono, hace un aporte bastante gracioso. Ric Roman Waugh, que tiene en su haber una no muy conocida película de Dwayne Johnson, "Snitch", cumple otorgando buen ritmo y equilibrando el presupuesto abultado con el tono relajado. "Presidente bajo fuego" es de esas películas para dejar el cerebro en la puerta de la sala y remplazarlo por el balde de pochoclo. No resiste ningún análisis, pero tampoco está en sus planes que lo hagamos, es solo diversión incongruente.