La nueva película de Claire Denis, High Life, encuentra a la realizadora con sus obsesiones usuales en un marco de ciencia ficción que decae al no querer encuadrarse en el género y optar por un ritmo desconcertante A Claire Denis la conocemos desde la taciturna Chocolat (1988) – en estas tierras recién en 1999 con Nenette & Boni de 1996 y estrenada localmente en 1999 – , y su filmografía pegó un vuelco definitivo desde Bella Tarea (1999), acaso su obra cumbre. Desde entonces, aunque ya había vestigios en obras como J'ai pas sommeil (1994), se convirtió en una realizadora ecléctica, que a veces gusta de provocar entregando títulos como la sanguinolenta Trouble Every Day, y a veces se conforma con historias simples, trilladas, de mediana edad, como la soleada, y algo anodina, Un bello sol interior. Denis puede poner el foco en el deseo femenino, o en sus crisis existenciales de burguesas de 40 y largos años; crea imágenes explícitas, interpela al espectador sobre cuestiones morales, y plantea diferentes juegos disruptivos; o se conforma con la postal y los diálogos banales. Yendo más a fondo, algo que sucede con muchos realizadores provocadores (caso Lars Von Trier o Gaspar Noé) es que generan esas expectativas, un acostumbramiento. El espectador ya se predispone delante de la pantalla a ver algo que desafía sus principios, a observar algo que va más allá; y por lo tanto, se pierde el efecto impacto. La pregunta sería ¿ahora qué? ¿cómo vuelvo a generar sorpresa? En el capítulo de El debilitador social de Los simuladores, Mario Santos le dice a un joven punk/trash “hoy por hoy, si te querés rebelar, tenés que usar saco y corbata” algo de eso hay. En High Life Claire Denis vuelve al cine de género, como lo hizo en White Material, esta vez dentro de la ciencia ficción, y como era de esperarse, no, no es una típica película de sci-fi. Denis lo hace de modo disruptivo, utiliza un marco de ciencia ficción, pero vuelve a sus asuntos usuales, separa el género de la aventura, y crea algo más cercano a lo poético, al lirismo de sus dramas más cerrados. El resultado es un híbrido capaz de dejar afuera a sus espectadores de historias tradicionales, y más aún al seguidor del género. ¿Se acuerdan de Los Simpsons en el corto de La casita del horror que llega el apocalipsis y crean dos naves hacia el espacio una con gente valiosa y otra con escoria social directa al sol? En High Life partimos de una tarea especial dictada por el Estado, en el que nueve tripulantes, criminales con prisión perpetua, deben capturar la energía proveniente de un agujero negro. Por supuesto, la misión no tiene punto de regreso, se sabe que no hay escapatoria de ese acto kamikaze. Como modo de dependencia absoluta, se les otorga medios de subsistencia por cada día, a condición de presentar informes. High Life habla de la alienación, una doctora, Dibbs (Juliette Binoche), que también tiene un pasado muy turbio, manipula al resto de los tripulantes y los droga severamente, llevándolos a un grado de alucinación que se acrecienta por el encierro y aislamiento constante. El protagonista es Robert Pattinson, en la piel de Monte, uno de los tripulantes/reclusos, que paso casi toda su vida preso luego de haber asesinado de pequeño a otra niña que liquidó a su perro, o algo así. Él es el único sobreviviente de la misión, y recuerda todo a través de flashbacks en el que recordaremos como todo fue locura hasta el grado de la extinción, pero no, no como en Event Horizon. Mientras trata de encontrar un nuevo destino donde aterrizar y anclar su existencia, se suceden los flashbacks y se nos presenta una maquina para masturbar, y un experimento de inseminación que incluye una violación a cargo de la doctora y una niña nacida de esa aberración. Denis juega a mostrar grados de conducta humana fuera de lo aceptable, nos habla de las consecuencias del aislamiento y cómo lleva a comportarse fuera de toda regla. Presenta provocaciones varias (casi) todas sexuales. Pero en los hechos, nada llega a impactar, porque desde el vamos, ya se suponía que la realizadora de Trouble Every Day haría eso, y el marco en el que contextualiza no ayuda. Provocación con lirismo; dramas existenciales, a través de un hombre imposibilitado de comunicarse; la falta de sexo tradicional; y también asuntos relacionados con las edades y generaciones, y con la paternidad obligada. High Life se queda en el envoltorio, en la capa crujiente, para entregar un relleno vacío, insustancioso, que no profundiza, y vuelve sobre problemáticas burguesas respecto de la soledad. Denis le teme a hacer una película de Ciencia ficción y hace todo lo posible por romperla, entorpece su ritmo, le agrega elementos extraños, y le aporta un empalago visual más cercano a lo pictórico que a lo funcional. En definitiva, como en sus dramas en los que se pierda con postales de praderas. Pero tampoco funciona como drama, porque sus planteos nunca llegan a interesar, tienen un buen puntapié pero se pierden en un abordaje inocuo, ramplón. La realizadora parece más preocupada por escandalizar festivales mostrando como Binoche se mete cosas en la vagina (y escarceando bastante, obvio) que en realizar una propuesta que provoque desde el contenido. Yendo a los hechos, los juegos de poder de Bella tarea eran mucho más provocadores que la sangre a chorros de Trouble Every Day, pero Denis hace rato dejó de ser la de aquella obra perfecta de 1999. Binoche compra el juego de la perversión elegante, y ofrece una actuación correcta, aunque lejos de lo que sabemos puede dar si está bien dirigida. Pattinson mejora respecto a otras películas, pero aún le queda pendiente darle movimiento a una cara que invita al sueño. Sueño, ese es el problema de High Life. Tanto lirismo, tanto escaparle a la ciencia ficción, tanto querer ser y no ser Alien 3; tanto creerse superior a películas mucho más concretas y mejores como Moon; tantas vueltas para hablar de dramas simplones con postulados básicos; High Life cae en lo que ningún provocador debería lograr, aburrir por la falta de sorpresa y genuina transgresión. Todavía tenemos esperanzas de que a la directora de 35 Rhums le quede algo del talento que hace veinte años le sobraba.
Con la fórmula típica de la comedia dramática costumbrista argentina, "El retiro", de Ricardo Díaz Iacoponi, funciona correctamente gracias a una puesta sencilla, dos guionistas expertos, y un elenco muy sólido y articulado. No sólo el cine de género se vale de fórmulas para poder funcionar. Saber llegar al público contando una historia con modismos argentinos y apelando a la sensibilidad cotidiana del espectador también puede requerir de una fórmula. Sino pregúntenle a Daniel Cúparo y Fernando Castets, los dos guionistas (junto al director Ricardo Díaz Iacoponi) de "El retiro". Cada uno por su lado tiene una amplia experiencia en eso que llamamos costumbrismo a la Argentina, y un poco más, un poco menos, ambos conocen del éxito asegurado. Cúparo, tiene en su haber títulos como Igualita a mí, "Dos más Dos", o "Extraños en la noche"; y en televisión es un usual de las telecomedias tanto de Pol-Ka como de RGB. Castets era el hombre detrás de Juan José Campanella en su época más costumbrista, la del trío "El mismo amor, la misma lluvia", "El hijo de la novia", y "Luna de Avellaneda"; y también tiene algún pasado dentro de las huestes televisivas de la productora de Adrián Suar. Este tándem es el que marca la impronta de "El retiro", segunda película de Ricardo Díaz Iacoponi, luego de las más personal y comprometida Industria nacional, la fábrica es para los que trabajan. Todo funciona como un violín aquí, como una orquesta que entona la misma melodía que ya les es un clásico. No sorprende, pero entrega lo que el público va a buscar, y les sale de taquito, sin fisuras. Una película pensada para el lucimiento de su actor protagónico, y que sabe adosar bien los secundarios, y/o co protagónicos para que no queden relegados. La figura central es Luis Brandoni, quien interpreta a Rodolfo, un obstetra viudo y jubilado, que más que retirado del trabajo, se encuentra retirado de la vida; o así lo entiende la película. Realiza una vida sedentaria, sin salidas, de por más tranquila, y plagada de recuerdos y antigüedades. También parece que tiene una relación algo cortada con su hija Laura (Nancy Duplaá, quien por fin vuelve a tener un co-protagónico en cine), al fallecer esa madre que era el pegamento de la familia. Rodolfo tiene a una mujer que le hace las labores en su casa, Yanina, y recibe la visita de su amigo (Gabriel Goity) que es un opuesto a él, mujeriego, alegre, sin capacidad de controlarse. También tiene a una amiga (Soledad Silveyra) que quiere ser algo más, y ya no sabe cómo expresárselo, aunque Rodolfo elija hacerse el desentendido. Así transcurre la vida rutinaria de Rodolfo, hasta que un día Yanina se va sin previo aviso, tiene que ir a cuidar a su madre enferma a Santiago del Estero, y le deja de imprevisto a Diego (Marcos Da Cruz), su hijo de ocho años; y a Rodolfo se le descontrola toda su vida. El retiro no es una comedia de grandes enredos. Si su premisa es conocida por otras películas similares, acá no veremos la típica del niño revoltoso que le da vueltas todo al adulto. No habrá escenas para la carcajada o el disparate, todo transcurre con cierta calma, como intentando seducir a un público cercano a la edad de Rodolfo. Diego es un niño dulce, y dentro de todo tranquilo. Pero no deja de ser un chico, y tiene sus mañas y sus vueltas, que no son para nada las de Rodolfo, y entre los dos deberán congeniar. Hay otra arista más, Laura, que se instala en la casa de su padre para ayudarlo (a Rodolfo se le suma un accidente en el brazo, aunque no es algo tan fundamental en el film), y siente celos de lo sociable que el hombre es con Diego y los demás, recordando los descuidos hacia ella. El retiro transcurre sin demasiados sobresaltos, por carriles conocidos, y un permanente tono amable y apto para un público muy amplio; como para que pueda verla desde el nieto hasta el abuelo. Es fácil reconocer(se) en algún personaje, y los códigos que maneja, si bien la historia es universal, son bien propios. Su director le otorga una realización prolija, y maneja bien la relación entre los tres personajes, dejando en claro que Rodolfo es el eje principal, pero sin descuidar a sus dos satélites. Brandoni está a sus anchas con este personaje que le permite desplegar sus mohines de carisma y tono anticuado. Rodolfo está ahí en el medio, ni antipático ni canchero, no conoce los códigos de redes sociales, pero tampoco anda con el tocadiscos a cuesta. Al actor de "La Patagonia Rebelde" le permite volver a componer un personaje amable, luego de un par de roles algo patéticos que le tocaron en guion. Su aporte es fundamental para el resultado. Nancy Duplaá es un sol carismático y celebramos que le hayan dado un co protagónico en cine, algo que no ocurría desde Apasionados. Laura es un personaje ameno, con conflictos humanos, y una forma de ser espontánea. Es ella, y la queremos así. Marcos Da Cruz es un niño simpático y compone alegremente a Diego, sin convertirse en esos nenes que se roban las escenas. Muy desenvuelto para su corta edad. Soledad Silveyra actúa con oficio en apariciones esporádicas, y a Gabriel Goity lamentablemente le tocó un personaje bastante desagradable. "El retiro" se ve permanenetemente con una sonrisa; busca emocionar sin forzar situaciones y en algún tramo lo consigue. Su armado de lugares conocidos y una banda sonora correcta que acompaña la hacen cercana. No es una propuesta que busque ubicarse como la mejor del año, y así logra su cometido de ser un muy noble entretenimiento costumbrista con mensaje feliz
Continuación del éxito de 2017,"It: Capítulo Dos", de Andy Muschietti, regresa al pueblo para que sus personajes enfrenten a sus demonios definitivamente. La pasión por el género que su realizador demuestra en cada toma, sumado a un puñado de correctas decisiones, la convierten en un delicioso combo de terror y pochoclo. La difícil tarea de regresar con la vara alta. En 2017 el realizador argentino Andy Muschietti logró un hito dentro del cine de género. Finalmente había conseguido llevar a la pantalla grande una de las novelas más célebres del autor de género de terror que más veces fue adaptado al cine y la TV junto con Edgar Allan Poe. It era recordada por el fandom de Stephen King como la novela más grande e inclusiva del autor, aquella en la que podemos encontrar todos sus elementos, casi un viaje iniciático. Para quienes no son amantes de la literatura, la miniserie de 1990 dividió aguas, pero sin dudas se convirtió en un clásico de culto con un personaje ícono del género como el payaso interpretado por el genial Tim Curry. Muchos años había estado el proyecto de llevar la novela al cine, y nadie se animaba al desafío. Muschietti, que venía de la personalísima "Mamá" lo aceptó, y entregó uno de los films de terror (por lo menos mainstream) con mejores calificaciones tanto de crítica y público, de los últimos años, generó un nuevo culto, y finalizó su recorrido, no solo como un taquillazo más, sino como el film de terror de mayor recaudación de todos los tiempos. Andy aprobó sobresalientemente una gran prueba, pero lo verdaderamente difícil estaba por venir. It es un proyecto de dos capítulos. Con el primero había incertidumbre y algo de escepticismo, nadie se esperaba todo lo que ocurrió. Ahora las cosas son diferentes, todas las esperanzas están puestas en igualar o superar lo visto, una vara altísima; y los conocidos (de la novela o la miniserie) lo saben, la segunda parte de la historia no es tan potente como el inicio, detalle para nada mínimo. Dos años pasaron de la primera película, pero veintisiete años pasaron en Derry, desde que en 1989 el grupo de Los Perdedores enfrentara al mal subyacente en el pueblo encarnado en la figura del payaso Pennywise (Bill Skarsgård). Los siete habían pactado con sangre regresar para otra batalla si Eso regresaba. Pero el tiempo pasa inexorablemente para todos. Tras una impactante y terroríficamente maravillosa primera escena queda establecido que Pennywise acecha otra vez en Derry. Mike (Isaiah Mustafa), el único de los siete que se quedó en Derry, de inmediato contacta telefónicamente a los otros seis, pero algo sucedió. Todos tienen presentes oscuros, con traumas, pero salvo Mike, ninguno recuerda demasiado de su paso por Derry, y menos del enfrentamiento con el payaso y el horror vivido. En lo que comienza siendo una cena de reencuentro y camaradería, pronto todos irán recordando y llenando los baches de su memoria que los llevó al presente gris que viven, y a la realidad de que nuevamente deberán unirse para combatir. Tal como lo había hecho hace veintisiete años, Pennywise se encargará de atemorizarlos nuevamente, uno por uno, haciéndolos sentir débiles e indefensos otra vez, oponiéndoles sus más fuertes temores, sus demonios internos. En definitiva, de eso se trata It. Si en la primera entrega quedaba claro que todo era una analogía para hablar de un pueblo sórdido en el que los niños debían enfrentar las zonas oscuras de sus vidas marcadas por personajes adultos; ahora los adultos son ellos, que cargan con las sombras de un pasado irresuelto que no los abandona, y poco a poco irán recordando. Toda la podredumbre de Derry volverá a salir a la luz para que finalmente se le ponga un fin y no sólo se esconda la tierra bajo la alfombra ¿Qué ocurrió primero el huevo o la gallina, Pennywise convierte a Derry en un pueblo salvaje, o es ese pueblo humanamente endemoniado el que engendró una personificación como Pennywise? Es claro el amor de Andy Muschietti por el cine de los ’80. La primera entrega recreaba ese tono de pandilla infantil, algo melancólica, de "Cuenta Conmigo", otra película basada en un texto de Stephen King. Esta segunda parte, mantiene un espíritu más similar al de la miniserie de 1990, con los adultos recorriendo las calles de Derry y adentrándose en flashbacks o pesadillas que los llevarán otra vez a la etapa de la niñez en un ida y vuelta de espejos permanente. El ritmo es menos fluido, y en parte, a eso se deben sus casi tres horas de duración. Pero lo que pierde en fluidez por los constantes saltos en el tiempo, lo gana en una cohesión y pesadez dramática muy superior. También es más fiel al espíritu del autor, acostumbrado a crear dramas personajes que acarrean el terror de sus historias. It: Capítulo Dos construye terror desde la mejor fuente, el drama. Abundan los jump scares como en una montaña rusa, y hay bastantes espantos de CGI (afortunadamente funcionales a la historia y de una hechura perfecta). Pero sí estos golpes de efecto son efectivos para sacudirnos constantemente, es porque Muschietti creó el clima ideal para introducirnos en la historia. Es fácil sentir empatía por Beverly (Jessica Chastain/Sophia Lillis), Bill (James McAvoy/Jaeden Martell), Richie (Bill Hader/Finn Wolfhard), Ben (Jay Ryan/Jeremy Ray Taylor), Eddie (James Ransone/Jack Dylan Grazer), Stanley Uris (Andy Bean/Wyatt Oleff), y Mike (Mustafa/Chosen Jacobs). Cada uno enfrentó y enfrenta sus demonios como puede, con personalidades y traumas diferentes, y hasta alguno no pudo enfrentarlos. "It: Capítulo Dos" también nos hará pensar sobre esos hechos que nos marcaron y cómo lo resolvimos, de frente, o eludiéndolos. La atmósfera generada es tan opresora, tan angustiante, que cuando llueve la catarata de sustos, uno siente el frío corriendo por la espalda, el agobio de la desesperación. Repito, la primera escena es tan arrasadora dramáticamente que nos deja con la boca abierta sintiendo real terror sobre lo que va a ocurrir a continuación, y desde allí no nos suelta. El elenco de adultos y chicos también tiene un desafió complejo al tener que transmitir toda esa angustia en la pantalla. Muschietti maneja al conjunto con armonía, y hace que los rendimientos sean parejos correctos; si bien queda en el debe un desnivel en la cantidad de participación de unos y otros. Especialmente, Hader, Chastain, Ransome, Lillis, Ray Taylor, Oleff, son quienes más se lucen por poseer mayor cantidad de escenas dramáticas. Pennywise también creció como personaje, muestra aristas, debilidades, y se conoce más de su historia. Al igual que en la primera, Skarsgård no intenta imitar a Curry, crea una criatura propia, espeluznante, y se gana al público, "It: Capítulo Dos" nos tiene preparado un sin de homenajes que van desde apariciones especiales, de actores, autores y directores, además de algún signo que en estas pampas nos hará reír un rato. Pero también en forma de referencias a clásicos del género, sobre todo de la década del ochenta, algunas más perceptibles que otras, "The Funhouse", "Halloween", la propia miniserie de "It", y toda la saga de "Pesadilla" (con especial cariño, abrazo, y reivindicación para la segunda parte de esa saga 2) están ahí, como homenajes que no son un anzuelo, se insertan en la historia y nos hablan de un verdadero amor los buenos clásicos, no necesariamente los más conocidos. Las tres horas de "It: Capítulo Dos" se sienten menos de lo que parece, el film atrapa y nos aferra a la butaca, y ofrece un gran entretenimiento de alta escala que jamás aburre, aunque la historia avance más o menos. No importa si los hechos son o no de avance hacia el final, todo suma, nada sobra, va creando clima y presión para lo que será un tercer acto explosivo a pura vibración. Este producto demuestra tener a un gran realizador del género detrás, aquel que sabe dejar su huella aún en un producto inmenso de estudio. Esta segunda parte afronta nuevos desafíos, y Muschietti los esgrime con soltura y talento. Este es uno de los grandes y mejores estrenos pochocleros y de terror mainstream de los últimos tiempos. Háganle frente en la sala más cercana.
La ópera prima en ficción de Walter Tejblum, "Shalom Taiwán" es una emotiva comedia dramática – con el dramática subrayado – que apela al costumbrismo y a un puñado de personajes de nobles actitudes. Es difícil saber cuánto influye el contexto social en la realización de una obra artística. El cine argentino tiene tradición en reflejar en la pantalla los humores y preocupaciones de la sociedad en ese momento. Los períodos de crisis parecieran acrecentar esta capacidad. Que el cine sea la voz para reflejar esa queja, esa lágrima atravesada, que el espectador como individuo no puede hacer llegar a las altas esferas. Puede hacerlo mediante un contexto de cine de género ("Nueve Reinas", "Perdido por Perdido"), y también desde el mentado costumbrismo (desde "Juan que reía" hasta "El kiosco"). Un clásico del costumbrismo que reflejó el humor social de una sociedad, fue aquella "Luna de Avellaneda" de 2004. Ese club como representación de un país en quiebra, que se resistía a ser vendido, que la luchaba por salir adelante, y en el que estaban depositados todos nuestros sueños, recuerdos de gloria, afectos, y también nuestras frustraciones. No es casualidad que este año recordemos a "Luna de Avellaneda" ya en dos películas (la mencionada "El kiosco" y "La odisea de los giles") y ahora en esta. No es casualidad traer al presente una película estrenada en un momento en el que todavía estábamos en crisis moral, anímica, social, e institucional; y recién empezábamos a asomar la cabeza. Esa es la primera impresión que nos deja "Shalom Taiwán", que estamos frente a una "Luna de Avellaneda" actual. Más allá de sus variaciones, la comparación es inevitable, y su sistema motriz es bastante similar. Aaron (Fabián Rosenthal) es el rabino de una comunidad judía de CABA. No es solamente el encargado del templo y realizar las ceremonias, es el guía espiritual de una comunidad que él siente que lo necesita. En plan de complacer a esa comunidad, se metió en una deuda para realizar mejoras en el templo y que se vea más grande. Pero llegó la crisis, Aaron ya no puede pagar la hipoteca, y el financista (Carlos Portaluppi) va a rematar la sinagoga. Aaron la dedica todo su tiempo al templo y a la comunidad, hace lo imposible por recaudar los fondos y estar; aún a costillas de restarle atención a su esposa (Mercedes Fúnes) e hijos. Aaron da consejos sobre la familia que no aplica para sí mismo. No es que no los quiera, quisiera poder repartir su tiempo, pero sus obligaciones como guía comunitario le son primordiales, y la crisis lo absorbe. Luego de un viaje a Nueva York infructuosos en recaudar fondos, recibe el contacto con la posibilidad de recibir la donación en una comunidad de Taiwán. A regañadientes de la mujer que quiere rehacer su vida, Aaron viaja al país asiático. A diferencia de una comedia con la que pudo tener algún punto de contacto como la reciente "De acá a la China", "Shalom Taiwán" es una propuesta que, aún anclada en la comedia, posee una fuerte carga dramática melancólica. No tendrá grandes momentos para la carcajada, pero sí permite que se instale una sonrisa amena, y le haga lugar a la emoción cálida y genuina. Quizás sea en este tono melancólico que Shalom Taiwán encuentra su representación de la cultura judía. Si bien hay íconos de la tradición, la historia perfectamente podría aplicarse en otro ámbito. Pero esa melancolía del personaje desafortunado, casi de comedia negra leve, nos recuerda a un humor judío que hace de la desgracia un bastión. La ubicación en Taiwán tampoco llega a ser aprovechada como fundamental, se siente más bien como una excusa para apartar a Aaron de su familia y hacer que este deba replantearse sus valores en el momento en que tocó fondo. Tejblum no abusa ni del choque cultural, ni del cine turístico, nunca aparta la historia de su personaje central. Este punto probablemente sea el más diferenciado a "Luna de Avellaneda". Aquella era una propuesta más coral, si bien lo tenía al el personaje bonachón de Darín en el centro. "Shalom Taiwán" apenas si se aparta muy escuetamente para mostrar los intentos de conquista de un ayudante de Aaron. Sin spoilear, también se diferencian en la resolución, ubicando al film de Tejblum como mejor intencionado y más logrado que el de Campanella con una cínica capa capitalista. Fabián Rosenthal se carga el protagónico al hombro y logra transmitir las emociones del gran protagonista. Es imposible no sentir empatía. Un personaje, como todos en esta película (salvo Portaluppi), con buenas intenciones; que sólo quiere hacer el bien general, que intenta solucionar todos los problemas, y se ve inmerso en una crisis económico social que dilapida esperanzas emocionales. "Shalom Taiwán" es una propuesta sencilla, correcta, amena, que no busca más de lo que logra. No es una comedia para descostillarse, ni siquiera se supera en originalidad; pero su mensaje positivo y sus buenas intenciones – llevadas a buen puerto – logran un resultado satisfactorio en una época en donde los colores pálidos abundan.
Sorpresa en la cartelera. "Dora y la ciudad perdida", de James Bobin, es un efectivo producto que, no solo adapta correctamente a la serie animada, funciona en todos los niveles que se propone. Lograr adaptar una serie animada al live action en la gran pantalla puede ser una tarea bastante complicada. Para ejemplos, tenemos a las abominables "Underdog", "El Oso Yogui", "Garfield" 1 y 2, cualquiera de la saga de "Alvin y las ardillas", "Inspector Gadget", o hasta "Transformers", entre otras. Hay una disyuntiva latente, seguir haciendo el producto para el público infantil al que la serie iba dirigida, o trasladarlo al contento del adulto. Cuestión que se ha resuelto entre films anacrónicos e irritantes, y otros de dudoso gusto. De entre los muchos fallidos, aparecen, cada tanto, experiencias positivas, y de entre los muchos Jem y Mr. Magoo, aparece una "Dora y la ciudad perdida". La serie de Nick Jr. "Dora la exploradora", estrenada en el 2000, con episodios estreno hasta 2015 es un claro entretenimiento prescolar con fines educativos, que logró una popularidad masiva desde sus primeras emisiones alrededor del mundo, y le permitió continuar luego con una serie conocida como Dora y sus amigos. Casi diez años pasaron del estreno, los mismos que el personaje de Dora en su paso al live action cinematográfico. Nuevamente la cuestión, los seguidores originales hoy en día son, como mínimo adolescentes, pero el programa sigue gustando a los niños ¿hacia quien dirigimos la película? La respuesta es tan simple como heterogénea, a todos. Hay una clave en el resultado de "Dora y la ciudad perdida", dos nombres, el de su director James Bobin, y uno de sus guionistas, Nicholas Stoller, ambos repitiendo los roles de las satisfactorias últimas películas de los Muppets. La fórmula que aplican es bastante similar, una gran comedia que logra ser fiel al original, entretiene a los más chicos, y le ofrece mucha diversión al adulto con guiños que no se hacen desagradables ni fuera de tono. Todo está en su medida justa; además de un gran corazón. Eso sí, a diferencia del cinismo picante de las dos Muppets (algo que también ya estaba en el show), aquí, todo es un poco más naïf. Dora es una niña que crece junto a sus padres exploradores (Michael Peña y Eva Longoria de excelente química y gran desempeño humorístico ambos) y su primo Diego en la jungla en la que también habita el gran amigo animal de Dora, el mono Botas. Diego debe regresar con sus padres, y así se separa de Dora, sin antes jurarse amistad eterna. Pasan diez años, y Dora (Isabela Moner, brillante) sigue manteniendo la inocencia y candidez de esa niña criada en la jungla a puro espíritu curioso y explorador. Sus padres deciden emprender su mayor aventura, encontrar la ciudad perdida aborigen de Parapata hecha completamente de oro, por el sólo placer de explorar y descubrir, sin hacerse de un botín. Pero no quieren que Dora los acompañe, consideran que ya es hora de que viva nuevas experiencias, explorar un nuevo territorio, el colegio secundario, y por eso la envían a la ciudad con sus tíos y Diego. Dora y la ciudad perdida plantea dos momentos diferenciados que se amalgaman perfectamente. Por un lado, una suerte de "Chicas pesadas", con Dora como una outcast salvaje e inocente que se enfrenta al reto de vivir en la jungla de cemento y entre los predadores del colegio secundario. Las características inocentes y positivas de Dora crearan un choque muy divertido con varios gags ingeniosos que harán recordar a películas como The Brady Bunch Movie o Elf; y permitirá que Dora conozca a sus nuevos y obligados socios de aventura, Diego (Jeff Wahlberg), la odiosa niña mimada del secundario Sammy (Madeleine Madden), y el nerd Randy (Nicholas Coombe). Toda esta parte, para los seguidores, quizás recuerde a la continuación, Dora y sus amigos. Dora congenia de inmediato con Randy, pero Diego la rechaza, y Sammy la toma como su enemiga y objeto de burlas. Durante una visita al museo se dará parte al segundo capítulo de la historia, cuando Dora y los otros tres sean secuestrados por unos cazadores de tesoros, y llevados a la jungla para ayudarlos a encontrar a sus padres y obviamente a la ciudad de Parapata y poder saquearla. A estos tres, se les sumará Alejandro (Eugenio Derbéz) un amigo de los padres de Dora. Son varias las capas que presenta "Dora y la ciudad perdida", y en todas encuentra resultados muy satisfactorios. Como adaptación se permite tomarse en solfa varios guiños de la serie pero siempre respetándola y homenajeándola (el chiste del aprendizaje de lenguaje con ruptura de cuarta pared es maravilloso). Como comedia es graciosísima, tiene chistes inocentes que no aburren a los mayores, guiños a los adultos que los chicos pueden entender y no son desubicados ni de mal gusto; y plantea un tono caricaturesco que le otorga mucho dinamismo y brillo. Como película de aventuras, si bien le huye al verosímil y hay algunos huecos, también es muy efectiva y cumple con el propósito de trasladar el espíritu explorador. También logra dejar un puñado de mensajes de buen valor. Quienes desconozcan la serie, si bien se perderán algunas referencias en chistes, como el mencionado del aprendizaje de lenguaje, podrán disfrutarla tranquilamente. Las elecciones en el elenco son todas correctas, todos tienen química entre sí, y hacen del histrionismo un gran aporte. Los que puedan disfrutarla en inglés disfrutarán de las voces de Danny Trejo para Botas, y de Benicio del Toro para el zorro ladrón (dicho sea de paso, la película comienza con un primer anuncio que ya es muy gracioso). "Dora y la ciudad perdida" es de esas películas para ver con toda la familia y que cada integrante salga contento. Hay desparpajo, hay buenas intenciones, hay talento delante y detrás de cámara, y hay una historia con varios giros sorpresivos muy sólidos. Así se hacen las películas para un público amplio.
Mónica Galán se despidió del mundo del cine con una de sus mejores interpretaciones en "Baldío", de Inés de Oliveira Cézar, un drama tan personal y profundo como arrollador. La película comienza y sabemos que será la última vez que la veamos en pantalla, por lo menos en un rol protagónico. Esos ojos tan hondos y expresivos, la mirada cargada de un triste carisma, acompañada del gesto siempre adecuado. Mónica Galán, una gran actriz argentina que se nos fue antes de poder ver estrenado su gran trabajo en "Baldío", la poderosísima nueva película de Inés de Oliveira Cézar. La actriz de "Un mundo menos peor", tuvo menos protagónicos en el cine de los que hubiese merecido; y haberse despedido del séptimo arte con un protagónico absoluto como el de "Baldío", y conociendo la génesis de la misma, es todo un hecho celebratorio. Los créditos nos informan dos datos interesantes, "Baldío" está basada en un historia real, y la idea es de la propia Mónica Galán, que la rodó sabiendo que pronto partiría. Inés de Oliveira Cézar y Mónica Galán eran amigas; y así, entre todos estos estos datos vamos comprendiendo este gran regalo que significa la película con la que la directora de "La otra piel" se presentó en la última edición del BAFICI y ahora estrena comercialmente. Galán se caracterizó por interpretar a mujeres de apariencia fuerte, enteras, y fragilidad interna. Una definición muy a grandes rasgos de lo que es su personaje en "Baldío", un drama personal, universal, enmarcado en un contexto muy particular. Esta es una cinta que habla de feminismo, de cuestiones de clase, y del cine dentro del cine. Cada fotograma es un gran homenaje al cine clásico. Brisa (Mónica Galán) es una actriz en pleno rodaje de un policial que la tiene como protagonista. Deambula por el set permanentemente en personaje, con esa peluca rubia platinada que el penetrante blanco y negro de Baldío hace notar de modo encandilador. Su presencia se impone en las discusiones con el director (Rafael Spregelburd), y en sus disposiciones de diva pata llegar tarde al set, retirarse cuando quiere, y no saberse la letra a tiempo. Ahí ella es la estrella, y nadie va a robarle el cartel. Pero las luces de la cámara se apagan, y Brisa deja de ser esa diva imponente con rímel cargado en los ojos, para ser una mujer divorciada de Félix, un hombre ausente de sus responsabilidades (Gabriel Corrado), y una madre acorralada. Si a la Brisa actriz no hay nadie que le imponga algo en el set de filmación; en su vida afuera, es su hijo, Hilario (Nicolás Mateo) el que la tiene desconcertada. La primera vez que la vemos con su hijo, en una icónica escena, pensamos que Brisa se está apiadando de un linyera, y algo de eso hay, sólo que es su hijo. Hilario es un drogadependiente que vive en la calle, y sólo acude a su madre cuando necesita de su ayuda desesperada. Le ruega, la tortura en lamento, le promete una mejora… en vano, cuando esta lo interne, una y otra vez, Hilario no quiere, y se escapa, y otra vez comienza la rueda. "Baldío" no presenta víctimas y culpables, todos son de algún modo víctimas. Hilario manipula a Brisa, pero lo hace desde su postura que también es extremadamente frágil e inestable, y carga con el dolor del desamparo y una personalidad débil. Brisa también se siente culpable por lo que atraviesa y atravesó su hijo, y por eso va a estar ahí una y otra vez, aunque le diga que no, y aunque lo odie, siendo que en verdad lo ama. Hilario es el espejo de su fracaso, pero también es el reflejo de su amor maternal; y en esa actriz que en el set parece inquebrantable comienza a transparentarse el por qué de ese comportamiento tan altanero. Alguien tiene que pagar el descargo. Mientras más en la banquina está su vida personal, más dura y caprichosa es Brisa en el set. Allí también, en ese rodaje, estará la que será el centro de las descargas para Brisa, Noe, una asistente interpretada por María Fuigueras. Siempre el hilo se corta por lo más fino. "Baldío" no recurre al lugar común. Al hablar de drogadicción se suele recurrir a la marginalidad clasista, al barrio bajo, expuesto como escoria; o una clase alta que desbarranca pero con glamour. Hilario es un ser marginal, pero proveniente de un ambiente que nada tiene de barrio bajo. Es una realidad que existe, y que rara vez se la muestra así. Madonna nos rezaba allá por inicios de siglo ¿Sabes lo que se siente ser una mujer en este mundo? "Baldío" tiene una posible respuesta. A la mujer se le exige en todos los planos, el hombre puede borrarse, armar una nueva familia, y comenzar de cero, la mujer es la madre que no abandona, y también es la profesional que tiene que imponerse en un mundo de hombres. Inés de Oliveira Cézar realiza una declaración de principios, fuerte, sin recurrir a lo declamatorio, recurriendo a la poética noïr del fundido a blanco y negro. La directora encuentra la calidez en esos tonos de profundo contraste, da clases de composición de cuadro, y no descuida ningún detalle, desde la música, el vestuario, y la escenografía. Todo es exacto. Lo de Mónica Galán es conmovedor, la cámara de su amiga la ama, y la retrata en gestos de muchísimo dolor, de compasión de madre, de desesperación, y de frágil mujer detrás de una máscara de actriz de carácter. Cualquier halago que se le pueda hacer será insuficiente para esta desgarradora interpretación. Nicolás Mateo también logra una actuación enorme, Hilario es un personaje muy difícil y lo compone sin estereotipos, con realidad, crudeza y dramatismo. María Figueras tiene un rol mucho más chico, pero a la protagonista de "La otra piel" le alcanza para demostrar su gran talento frente a las cámaras en contadas escenas. "Baldío" penetra desde su cinefilia, desde su humanidad, desde esa realidad en la que expone un drama universal sin caer en el estereotipo de clase, desde la creación de los personajes y los actores que le ponen el cuerpo. Inés de Oliveira Cézar logró su mejor trabajo hasta la fecha, y es justo como un homenaje para esa amiga y gran actriz que se despidió en lo más alto. Por todo esto, y más, "Baldío" es una de las mejores películas del 2019.
El tercer largometraje de Natalia Smirnoff, "La afinadora de árboles", devuelve a su directora a un micromundo femenino que intenta quebrar las barreras de su entorno. La delicadeza del trato, y la enorme labor de Paola Barrientos elevan este film de una profunda belleza. Esta semana encuentra a la cartelera de estrenos con tres films nacionales que curiosamente comparten miradas hacia el universo femenino... ¿Cambio de paradigmas? ¿Signos de coyuntura? Las mujeres no sólo son las protagonistas de las tres películas, sino que son mujeres que, por una circunstancia u otra, toman las riendas de la situación, hacen un quiebre y se deciden a manejar su propio panorama sin esperar una ayuda externa. De las tres (las otras dos son "Baldío" y "La sequía", también muy recomendables), La afinadora de árboles probablemente sea la que consiga una empatía o identificación más inmediata entre las espectadoras. Probablemente porque las circunstancias que atraviesa Clara, su protagonista, son las más universales respecto a los “traumas” habituales de una mujer de mediana edad en plano Siglo XXI. Clara está agotada. En su excelente primera escena queda claro que es una malabarista que hace rato perdió el eje, y está salvando el momento, mientras pueda, hasta que todo se le derrumbe… o ella misma baje los brazos. Clara (Paola Barrientos) pertenece a una clase alta, o media acomodada, es una narradora e ilustradora infantil, y está casada con Francisco (Marcelo Subiotto) un abogado que hace las veces de representante, y con quien tiene dos hijos pre y adolescente, Lisandro (Oliverio Acosta), y Violeta (Violeta Potolski). ¿Sabe Clara lo que quiere? Viajaron hasta México para recibir un galardón por su obra, pero al momento de la ceremonia no quiere ir. Las exigencias y menciones se le juntan en el plano laboral y familiar, y claramente está perdida. Al regreso, los cuatro se mudan de la ciudad a un pueblo (aunque más bien es el conurbano profundo) en el que nació Clara, para habitar una vivienda rural. Allí, los problemas se agrandan. Francisco se ausenta aún más, y cuando la mujer que hace las cosas de la casa los abandona, Clara entra en crisis interna, entre otras cosas, por la incomunicación con sus hijos. Un encuentro fortuito con un novio de su adolescencia, Ariel (Diego Cremonessi), actual carnicero (ella es vegetariana), y el reconocer viejos lugares y momentos, irán despertando en ella la flor de una nueva Clara; una Clara que quiere expandir sus ramas hacia otros horizontes. Luego de una extensa carrera como asistente de dirección, Natalia Smirnoff se hizo conocida por la galardonada "Rompecabezas", en la cual María Onetto componía a una sumisa mujer que se libera del ahogo de la rutina conyugal mediante el armado de rompecabezas y los concursos afines. La afinadora de árboles tiene mucho de aquella película, pero se diferencia en varios aspectos fundamentales. María del Carmen, la protagonista de "Rompecabezas", se hacía cargo de cada aspecto de su hogar, su pasar económico era más reducido, y su liberación tenía que ver casi exclusivamente con un marido que se recostaba en ella y ya no la valoraba si bien no había dejado de quererla. Clara se desespera cuando pierde a la mujer que hace las tareas del hogar; pero ella cumple otros roles como profesional, esposa, y madre; sus hijos le preocupan pero ellos están distanciados de ella, probablemente por el estilo de vida que llevan, un estilo de vida que también ahoga a Clara. La liberación de Clara no es sólo de Francisco que le exige más como profesional que como marido, su liberación tiene que ver con ese corset de clase, con vivir una vida de ombliguismo, con descubrir que puede valerse por sí misma en mucho de lo que antes pensaba que debía depender; algo en lo que Ariel y su familia tendrán mucho que ver. Pronto Clara se verá conectándose con una vida mas sencilla, una vida en comunidad, y notará que sus propio hijos también responden a eso ¿En dónde queda la Clara con ocupaciones profesionales y dependiente? "La afinadora de árboles" pareciera por momentos un complemento de "Rompecabezas", como si aquella vez Smirnoff se hubiese quedado con algo para decir, y lo completa en su tercera película; o quizás quiere trazar paralelismos entre mujeres con realidades diferentes pero conflictos universales. No es casualidad que Clara sea una mujer profesional, talentosa y reconocida, pero aún así, no sea alguien que tiene las riendas de su vida. Smirnoff derriba un mito cultural muy potente en esta figura; más si la comparamos con la madre de Ariel. De hecho, películas de mujeres cansadas de sus rutinas hay varias. Lo que destaca en Smirnoff es la delicadeza y humanidad con la que pinta sus retratos. Sabe encontrar poesía en los momentos más simples, en la quietud que permite que cualquier mujer pueda reflejarse. La afinadora de árboles respira poesía en imágenes y sonidos, conjuga planos exteriores amplios, con planos detalle en los interiores. Puede centrarse en un objeto, o en un gesto, y jamás dejar de lado la narración. Ensordece sonido para que captemos un detalle en particular, todo cuenta. Estamos frente a una película que se toma sus tiempos, pero nunca es lenta, ni menos aburrida. Smirnoff se luce como directora de actores, y le ofrece todas las armas para el lucimiento de una Paola Barrientos que vuelve a descollar. A la actriz que se hizo famosa por los comerciales de Banco Galicia, muchos la pueden tener en roles de comedia algo exacerbados. Nada de eso hay en "La afinadora de árboles", Siempre contenida, natural, frágil, plagada de gestos sutiles, y con una fuerza interpretativa, inmensa. Barrientos es una actriz gigante, lo comprueba cada vez que se ubica en el escenario o frente a una cámara, y esta vez para nada es una excepción. Marcelo Subiotto, Diego Cremonessi, y Matías Scarvaci también cumplen sobresalientes roles como los personajes masculinos satélites; en especial Cremonessi, con la capacidad de entregar una figura completamente diferente cada vez que lo vemos actuar. Claro está, "La afinadora de árboles" es una película femenina, y estos tres actores saben que no es una película que posa su mirada principalmente en ellos, nunca tratan de tapar a quien es la protagonista indiscutida. Delicada, poética, natural, profunda, y empática, La afinadora de árboles es una propuesta que se hace grande en los detalles, que retrata a una mujer con la que, más allá de su pertenencia de clase, cualquiera se puede identificar. Es salirse de la rutina, liberarse de la prisión vacía que nos agobia, y mirar hacia el costado, hacia otras realidades. A través de la empatía lo que para nosotros puede parecer una colisión, en otro contexto puede ser sólo un sacudón para despertar.
La nueva película de Quentin Tarantino, "Había una vez… en Hollywood", es un homenaje, muy a su estilo, al corazón de la industria cinematográfica, y el estilo de vida que la rodea. Su desparpajo, y su deleite visual y actoral, se reciente por una desbalanceada y extensa duración. ¿Cuántas anécdotas se esconden detrás de las puertas de un set de filmación? ¿Cuán rico es el mundo en el que se mueven las más rutilantes estrellas? Hollywood no es solo la meca del cine industrial, el polo cinematográfico mundial más grande del planeta (por más que haya otros países como India y Nigeria que produzca más en cantidad, la importancia como industria no resiste comparación con nadie); es un estilo de vida, un modo de hacer las cosas, unos lentes con los que ver la realidad. ¿Qué mejor que un director como Quentin Tarantino para transmitir ese estilo de vida? El director de "Tiempos violentos" hizo de la cinefilia su razón de ser. Toda su filmografía se basa en su amor por el cine, revisitado en diferentes homenajes a géneros y estilos particulares. Tarantino ama el cine de género, tiene conocimiento de cine estilo Clase B, y puede hablar de películas desconocidas por un público mayoritario. Pero esta vez, con algunos matices, el homenaje es al corazón de Hollywood, y en los años en los que ese estilo de vida estaba en su apogeo, y a punto de recibir su tiro de gracia. Son los años ’60, Rick Dalton (Leonardo DiCaprio) es una ¿ex? estrella televisiva de los años ’50 que protagonizó su propia serie de western con muchísimo éxito. Pero la arruinó cuando quiso probar sin suerte una carrera en el mundo cinematográfico. Descuidó la serie, y se quedó sin el pan y sin la torta. Rick vive en Hollywood junto a su doble de riesgo personal, Cliff Booth (Brad Pitt) con el que mantiene una relación de camaradería y cuasi hermandad, pese a tratarlo más de una vez como un lacayo. Ambos gozaron de las mieles de Hollywood y aún lo hacen gastando los últimos cartuchos. Rick recibe la visita de un productor ítalo judío (Al Pacino) que le propone pegar el salto y aceptar protagonizar una serie de películas estilo B para la industria italiana. Spaguetti Westerns, imitaciones de taquillazos como los films de espionajes de James Bond, y otros proyectos que no tienen ni el glamour, ni el presupuesto, ni la fama de las grandes películas de Hollywood... Pero es trabajo asegurado, y no pagan mal, aunque las exigencias sean otras. Rick y ¿Cliff también? entran al ruedo otra vez. Paralelamente, transcurre lo que más llamó la atención desde que se anunció la realización de "Habia una vez… en Hollywood". Rick y Cliff son vecinos de dos personalidades muy particulares, Bruce Lee (Mike Moh), y Roman Polanski junto a su mujer, la incipiente actriz, Sharon Tate (Rafal Zawierucha y Margot Robbie); y por la zona se corre el rumor de una comunidad hippie muy llamativa, liderada por un tal Charles Manson (Damon Herriman). "Había una vez… en Hollywood" tiene una duración de 161 minutos, algo usual para el director de "Los ocho más odiados", pasarse de las dos horas. En esas más de dos horas y media, la narración pareciera estar bien diagramada, el asunto es que no todo tiene el mismo peso e interés. Su primera hora y media (una película promedio entera) se dedica a presentar personajes y homenajear al estilo de vida de Hollywood con luces y sombras, con glamour y con miserias del estilo Clase B, siempre en el tono paródico burlón del director. Comienza con vigor y brillo, para luego perderse. Recién en su última hora, a partir de que ocurre un hecho trascendental en el argumento, la historia toma forma definitiva, y cuenta una historia concreta más relacionada con el clan Manson y su contacto con los dos protagonistas. En este punto, "Había una vez… en Hollywwod" alcanza una ferocidad increíble y se convierte en un verdadero festín, pero para eso, debemos atravesar un camino disperso, con varias historias que no se unen y sólo se mezclan con el propósito de mostrar un estilo de vida de la época y homenajear a modo de onanismo al mundo de la cinefilia con códigos internos de todo tipo. Como ya es usual en el universo Tarantino, el publico cinéfilo tiene carta blanca, es más considerado, y tiene más juguetes, que aquel que llega lateralmente. Tarantino tiene una necesidad de demostrarnos cuánto sabe del mundo del cine, más que nosotros, simples espectadores, y se regodea en eso; como el nene al que sus padres le compraron el juguete que todos en el barrio quieren pero no tienen… y ya se sabe lo odioso que son esos nenes presumidos. Hollywood se rinde ante los pies suyos, cuenta con el mejor equipo para entregar una banda sonora que es un lujo, y un trabajo en fotografía, montaje, vestuario, escenario, y composición de cuadro, de una exquisitez absoluta. También se da el privilegio de poblar la película de cameos varios, y no solo le alcanza con un elenco principal que es un lujo, ofrece participaciones pequeñas a gente como Kurt Russell, Michael Madsen, Bruce Dern, Timothy Olyphant, Dakota Fanning, Rummer Willis, Danielle Harris, Maya Hawke, Rebeca Gayheart, Luke Perry, y sigue la lista de firmas. Di Caprio y Pitt se divierten y orecen ambos trabajos interpretativos enormes. Simplemente se luce más DiCaprio, porque durante gran parte, su personaje está más tiempo en pantalla, y pareciera ser el que mueve la película. Pero ambos merecen fuertes aplausos. Margot Robbie logra demostrar su talento como actriz, más allá de que Sharon Tate está lejos de ser un personaje protagónico en la película, y durante gran parte su historia es un adorno que no se integra. Todo se ve hermoso y enorme en "Había una vez… en Hollywood", pero la historia no siempre acompaña. Tarantino vuelve a demostrar ser ese director desbordado, excesivo, con una necesidad de exponer más de lo necesario. Cuando adquiere un tono más concreto, cuando el homenaje al cine de género deja de ser sólo en datos y se vuelca en la narración y en la ferocidad de las escenas, "Había una vez… en Hollywood" se convierte en la gran película que pudo ser. Pero para eso tuvimos que recorrer un largo camino.
El debut en la dirección de ficción de Martín Jauregui, "La sequía", ofrece una mirada al mundo femenino, feminista, sin esconder su punto de vista masculino; con mucho de lirismo, y una puesta de cámara que transparenta el pasado más turístico del director. Hay largos trayectos que se recorren hacia el exterior, y caminos que se transitan más internamente. Fran (Emilia Attias) puede haber caminado unos cuantos kilómetros desde que huyó, o no; pero su viaje es mucho más interno. ¿Cómo se escapa de una vida vacía? ¿Cómo se huye de ser el foco de atención? ¿Hay fuga posible cuando todas las miradas posan sobre la figura? Fran es una actriz, una estrella; pero también es una mujer, y como tal se cansó. Los flashes ya no la contentan, los sets no la contienen, y las fotos en una revista no la representan. Perdió su eje, y necesita huir para encontrarse a sí misma. Como le pasaba al personaje de Natalia Oreiro en Cleopatra; necesita alejarse lo más posible de ese mundo de fantasías mediáticas, para comenzar a vivir en un mundo real. Sólo que en el caso de Fran eso es mucho más confuso, porque el viaje que inicia aguarda mucho de irrealidad. En "La sequía", Martín Jauregui, creo una historia de pocos personajes. En determinados momentos hasta parece teatral, porque será nuestra protagonista caminando, viajando, y topándose esporádicamente con diferentes personajes, casi siempre femeninos, y uno recurrente, que aparece y desaparece ¿real? Piensen en la reciente Infierno grande sin el componente de película de género. Fran es una de las actrices del momento. Se encuentra en pleno rodaje cuando en una fiesta se entera que su pareja la engaña sentimental y económicamente. El click en su cabeza la hace huir, y arrancar de cero, caminando por los valles de Catamarca en los que intenta pasar desapercibida, aunque su popularidad le cueste. Fran camina, va sin un rumbo fijo, sólo se aleja, y se cruza con diferentes personajes con los que tendrá intercambios de los que desprenderá diferentes aprendizajes. Es una mujer que debe armarse de nuevo como tal. Hay una asistente, o representante (Adriana Salonia) que la ubica, e intenta hacerla regresar. Este personaje aparece y desaparece durante el viaje en diferentes tramos, y es el primer indicio de un viaje más metafísico que realista. Son polos opuestos, mientras que Fran quiere apartarse de los flashes para vivir una vida mucho más terrenal, esta mujer vive de la popularidad, sólo piensa en vender la imagen de Fran, como si no importase quién se es, sino quién cree el público que las estrellas son. Días y noches, Fran camina, y se aparta una y otra vez, huye de todo y de todos, y este viaje cada vez más pierde el punto realista para volverse algo onírico, trazos dibujados en las estrellas, poesía visual, y personajes que no necesariamente responden a un verosímil. Martín Jauregui es conocido como el notero estrella y co-conductor de Estudio País, aquel programa turístico federal de Juan Alberto Badía. Esa visión turística, paisajística, queda plasmada en la riqueza visual de "La sequía" que logra capturar toda la belleza natural de Catamarca en un lenguaje visual muy poético y potente. Al condimento paisajístico, habrá que sumarle el dato de producción de tratarse del primer film realizado de modo 100% sustentable en el set. Todo su rodaje fue hecho a través de energía solar, y sin uso de material desechable para generar la menos contaminación y degradación ambiental posible. El párrafo anterior, que parece algo valioso, pero extra cinematográfico, se revierte, al replantearse las imágenes conseguidas a través de un método de filmación diferente. Sus méritos, por lo menos visuales, definitivamente son más valiosos. Además de recolectar las experiencias de sus años como periodista en el área de turismo, Jauregui parece beber del Win Wenders que trabajó con el material de Michelangelo Antonioni en "Más allá de las nubes", o aquel que lograba uno de sus puntos más altos de su carrera en "París Texas", o el Leonardo Favio onírico de "Soñar, Soñar", y hasta algún homenaje a "Juan Moreira". La sequía respira la suficiente cinefilia como para ser considerada una obra hecha a criterio, por un realizador deseoso por entregar un producto de calidad muy correcta. Casi todos los personajes de "La sequía" son femeninos, y su mirada no esconde una defensa del feminismo, de las mujeres tomando las riendas de su destino y asumiendo lo que quiere para su vida de ahora en más sin importar qué obstáculo se interponga en el camino. Pero Jauregui, y sus dos guionistas colaboradores Luis Diáz y Eduardo Spagnuolo, son hombres, y no intentan asumir un rol que no les pertenece. Es una mirada de la mujer con admiración y homenaje, pero desde la visión masculina; que si se hace aún más femenina es gracias a su protagonista que le aporta mucho de su esencia. Quizás sea desde esa mirada masculina que se entienda la recurrencia a algunos clichés o trazos gruesos en algunos personajes que van en detrimento de esa mirada femenina que se impone. Por suerte son los menos, y el foco que se impone es el de Fran, una mujer con la que será sencillo empatizar. Emilia Attias cree en su personaje y lo interpreta muy correctamente desde la convicción. Ella es Fran, tiene mucho de sí misma, de su personalidad, lo que le permite alcanzar momentos de cristalina transparencia. Adriana Salonia juega un rol complicado, el suyo es un personaje que más de una vez resulta irritante. Su labor es convincente, logra conseguir esos picos, pero para el espectador será difícil estar con este personaje que sin ser una villana, es de un carácter muy particular. La sequía transmite belleza y libertad. Jauregui da un paso acertado como un director consciente y capacitado para transmitir muchas de sus inquietudes. Su mirada poética, y ese perfecto conocimiento de saber dónde ubicar la cámara, hacen de "La sequía " una obra muy valiosa.
Secuela del éxito de 2016, adaptación del popular juego para celulares, "Angry Birds 2: La película", de Thurop Van Orman, ofrece un producto cómodo que no innova pero aprueba. En 2009, la empresa finlandesa Rovio, y el diseñador Jaakko Lisalo, lanzaban en todas las tiendas de aplicaciones la primera versión de Angry Birds, un juego diseñado para celulares, tablets, y pads, de diseño sencillo y jugabilidad de estrategia más bien básica. El puñado de pájaros coloridos con forma de bola, lanzados hacia unos pequeños cerdos verdes (también con forma de bola) que debían derribar, fue una idea tan simple como rendidora, convirtiéndose en un éxito casi inmediato, que en 2012 alcanzó su punto máximo, y se convirtió en uno de los primeros booms de juegos pensados para smartphones antes que para las consolas. En poco tiempo el mercado se inundó de todo tipo de merchandising sobre estos personajes que pasaron a tener una historia y un desarrollo propio. Cientos de versiones y secuelas diferentes del juego. Todo lo que se nos ocurra. No podíamos caminar sin cruzarnos con algo de Angry Birds. Luego de varias idas y venidas, proyectos anunciados y cancelados, finamente en 2016, la alicaída Sony Pictures Animation lograba resurgir con Angry Birds: La película, que resultó todo un éxito pese a las críticas dispares. Era evidente que se vendría una secuela puesta en producción ni bien la primera arrimó los primeros números. Un dato, "Angry Birds: La película" llegó cuando ya el furor por el juego estaba mermando. Ahora, tres años después, ya casi no queda nada de aquel éxtasis, por lo cual esta segunda parte tiene el desafío de valerse por sí misma, más como secuela que como adaptación. Al igual que la primera, no esperen originalidad ni un gran desarrollo de historia. "Angry Birds 2: La película" apunta a lo básico, sacar provecho de los personajes conocidos, ubicarlos en un contexto que sirva de excusa, y llenar el ambiente de humor y chistes aquí y allá. Es una formula tan sencilla como rendidora para este tipo de películas que no buscan ser reconocidas por sus enormes talentos. La historia es archi conocida, y aún los más chicos pueden adelantar todos sus pasos. Clásica para una secuela. Los enemigos deben unirse frente a un mal mayor. Zeta es la líder de una nueva especie de aves salvajes y peligrosas que habitan una isla congelada y están buscando un nuevo hábitat. Para eso, desean terminar con la vida de las aves y los cerdos y hacerse de sus islas mediante un arma que ellos mismos crearon. Leonard, el rey de los cerdos, propone a Red y el resto de las aves dejar su rivalidad de lado y unirse para derrotar a Zeta y su grupo en busca de proteger sus hogares. Les dije, si le cambian los nombres y los tipos de personajes, esta historia se vio millones de veces. Hay también otra historia de colectora, con tres pájaros bebés buscando unos huevos/hermanitos, pero es aún más básica y menos desarrollada que la principal. Thurop Van Orman, conocido como el creador de la maravillosa serie animada "The Misadventures of Flapjack", hace su debut en el largometraje dirigiendo esta secuela. Como era de esperarse, poco de su irreverente humor y su genio desprejuiciado se encuentra en esta película craneada dentro de una oficina de productores. Trabajo por encargo, Orman le otorga aire de caricatura, un buen ritmo y timing, sin llegar a abrumar – si bien es algo vertiginosa - , y manteniendo siempre un tono fluido. La animación no es sorprendente, pero cumple con lo que se espera de un gran estudio. Respeta las formas y colores del videojuego, y los expande para la gran pantalla. Resalta su tono colorido, y desde la animación también se respeta ese tono juguetón semi inocente que impuso la saga de juegos. Todo es cálido y ameno, aunque a veces tiende a saturar. La historia si bien es muy básica y poco original, funciona, o mejor dicho, es funcional, no desentona, permite que la película llegue a buen puerto sin mayor esfuerzo, y que el espectador haga eso que fue a hacer, comer pochoclos, reírse un rato en familia, y salir con una sonrisa; es puramente efectiva. A diferencia de la primera, el tono es más amable, y no tan marcado en la diferencia de las personalidades de los personajes, aquello de “Angry” ya no es tan furioso, hablamos más bien de una secuela genérica. Se refuerza un mensaje de unión, y sí, acá también hay feminismo “a la mode”. El humor en su mayoría es eficaz, a veces los chistes se acumulan y se pierden, o se hacen repetitivos, o se estiran por demás; también habrá referencias que no todos entenderán, y el recurso de la referencia pop siempre está ahí como un as bajo la manga. El balance de target infantil y adulto es bastante correcto, hay un poco para todos, algunos chistes son algo burdos, otros son algo inocentes. La mayoría apuntan a la gracia propia de los comediantes del doblaje original, por lo cual, sí, nosotros corremos con la desventaja de las copias dobladas – las únicas que van a llegar - en donde mucho de esos guiños y esa efectividad se va a perder. En su remplazo, Darío Barassi le pone su voz a uno de los personajes, pero en el original tenemos a mucho elenco de SNL, no hay punto de comparación. No le pidan demasiado. "Angry Birds 2: La película" palidece frente a competencias contemporáneas como "Toy Story 4" o hasta "Cómo entrenar a tu dragón 3" (es mejor que "La vida secreta de tus mascotas 2"), estas apuntan a un cine de animación superador, de calidad. Es lo que es, una comedia relajada, divertida, y algo olvidable, que ofrece un rato entretenido e intenta restablecer en nuestras cabezas (o la de nuestros hijos/sobrinos/hermanos/primos) a estos personajes para ver si pueden vender un poco más de mercadería.